El Hombre Sujeto y Objeto
El Hombre Sujeto y Objeto
El Hombre Sujeto y Objeto
1. Visión general
2. El hombre: Sujeto de la reflexión filosófica
3. El hombre: Objeto de la reflexión filosófica
4. Filosofía como reflexión
5. ¿Qué es el conocimiento?
Visión general
Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se
inclina ante los niños. Khalil Gibrán
La filosofía no es una disciplina, es una potencia de interrogación y de reflexión sobre los
conocimientos y sobre la condición humana y, también, sobre los grandes problemas de la
vida. Edgar Morin,
Hoy, la dictadura de la tecnocracia contribuye a la deshumanización del hombre, llevándolo a
vivir en un mundo hostil, y, al parecer, carente de sentido; en ese contexto, se halla constreñido
y apresado por la misma sociedad en que vive, la cual lo aprisiona y, paradójicamente, lo salva
de su soledad y su lobreguez.
Concordamos con Rigoberto Pupo que nadie, con sentido común, puede obviar los resultados
de la tecnocracia en la época de la globalización contemporánea. Los hombres quedan como
enajenados, estériles y deshumanizados. Ello resulta perjudicial, porque la verdad queda vacía
de contenido, al estar separada de la belleza y la bondad, cuya armonía la funda e introduce
Pitágoras, a partir del sentido de medida, y es continuada por muchos filósofos y pensadores[1]
El reduccionismo, nacido con Descartes, racionalista/epistemológico, convertido en
único paradigma de la modernidad, redujo la verdad a la verdad llamada científica, con la
nefasta imposición conceptual del discurso cientificista/objetivista, fundado en un logicismo
extremo y en un sistema categorial cerrado, en forma de modelo metodológico al cual la
realidad y los hechos deben adecuarse. Hoy, la noción de ciencia y ciencia positiva limita el
conocimiento y desfigura la investigación.
Por ello, el metodologismo logicista soslaya o no considera la subjetividad humana y toda su
riqueza expresiva, incluyendo el lenguaje que es reducido al lenguaje llamado científico, con
sus respectivas categorías centrales y operativas. Olvidan que, a la misma verdad de la llamada
ciencia, en tanto resultado humano, le es inherente el momento cultural/transdisciplinario y
toda la carga de imaginación creadora que impregna el hombre en su acción. Además, no tiene
en cuenta la existencia de la verdad histórica, artística, moral; no considera
el carácter histórico/cultural y la necesidad de asumirlo en su real integración.
Tal modo de acceso a la verdad, por su reduccionismo epistemológico formal y la identificación
del lenguaje con el puro lenguaje científico tradicional, se incapacita, conceptual y
metodológicamente, para incluir, en su discurso, otras formas aprehensivas de la realidad, por
el hombre, en la construcción de la verdad como proceso y resultado integral del quehacer
humano, en correspondencia con sus necesidades, intereses, objetivos y fines[2]
La ciencia positiva se margina o desecha el proceso del saber, el lugar de la imagen que suscita,
la imaginación creadora del hombre, la metáfora y otras formas tropológicas, cuyo sentido
figurativo no le resta valor cognoscitivo, práctico, axiológico y comunicativo. La
ciencia cualitativa activa el proceso del saber y le imprime mayor sentido de integralidad, y con
ello, nuevas posibilidades de apertura para penetrar en los procesos reales. No es posible hacer
del conocimiento, llamado científico, el núcleo arquetípico del pensamiento y convertirlo en un
modelo impersonal que, a priori y teleológicamente, condiciona la realidad existente para hacer
con ella una unidad o identidad, llamada verdad.
Por ello, debemos considerar nuestra situación humana; pues siempre estamos en situaciones.
Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si éstas no se aprovechan no vuelven más.
El hombre puede trabajar por hacer que cambie la situación; pero hay situaciones
permanentes, por su esencia, aun cuando se altere su apariencia momentánea;
su poder sobrecogedor se cubre de un velo: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de
luchar; estoy sometido al acaso; me hundo inevitablemente en la culpa. A estas situaciones de
nuestra existencia las llamamos situaciones límites; quiere decir que son situaciones de las que
no podemos salir y que no podemos alterar. La conciencia de estas situaciones límite es,
después del asombro, el origen más profundo de la filosofía.
En la vida corriente, frecuentemente huimos de ellas, cerrando los ojos y actuando como si no
existieran; olvidamos que tenemos que morir, olvidamos nuestro ser culpable y nuestro estar
entregados al acaso. Entonces, sólo tenemos que habérnoslas con las situaciones concretas, que
manejamos a nuestro gusto y ante las que reaccionamos actuando según planes en el mundo,
impulsados por nuestros intereses vitales[3]Ante las situaciones límites reaccionamos
velándolas, y cuando nos damos cuenta de ellas, con la desesperación y la reconstitución:
Llegamos a ser nosotros mismos en una transformación de la conciencia de nuestro ser.
Olvidamos que, frente a quienes creían saber y estaban acríticamente instalados en su falso
saber, Sócrates sostenía que sólo sabe bien lo que cree saber, el que se percata, desde ese su
saber, que no sabe nada; pensaba que, sin saber y sin saberse a sí mismo, el hombre no es
hombre, ni el ciudadano (el animal llamado político por Aristóteles) puede ser ciudadano;
quería saber, pero lo que buscaba en ese saber era hacerse a sí mismo y hacer a la ciudad; su
saber es, por tanto, un saber humano y un saber político, no sólo porque el objeto de ese saber
sea el hombre y la ciudad, sino porque su objetivo es la recta humanización y la recta
politización[4]Según Sócrates, quien quiera humanizar y quien quiera politizar no puede dejar
de saber y, menos aún, puede pensar que sabe, cuando, realmente, no sabe. Así nace su
filosofar de una gran preocupación: lo que es el hombre y lo que es la ciudad, como morada del
hombre. Ahí están las raíces de su pensamiento, y de ahí surgen los temas sobre los que va a
reflexionar. No le importa tan sólo saber cómo son las cosas (el hombre, la ciudad y sus
asuntos, la cosa pública que dijeron los romanos), sino, que las cosas sean, que las cosas
lleguen a ser, como todavía no son, ya que, por no serlo, son falsas e injustas".[5]
El pensador de François-Auguste-René R
No es tampoco algo aburrido, frío, rígido o mecánico"[17]. El pensamiento (como el lenguaje)
no es algo privado, sino una laboriosa construcción de todo el género humano mediante el cual
nos adentramos en la comprensión de Dios, del mundo, de nosotros mismos y de nuestras
creaciones[18]
Se considera pensamiento a todo aquel producto no del cerebro, sino de la mente, es decir, todo
aquello que es extraído de la realidad gracias a la intervención de nuestra razón. Esto no
solamente incluye las cuestiones estrictamente racionales, sino también las abstracciones,
como la imaginación, porque todo aquello que es de naturaleza mental, independientemente
que sea algo racional como la solución de un problema o una abstracción que como producto
arroja la creación de una pieza artística.
Los seres humanos, los 365 o 366 días del año, según corresponda, estamos continuamente
pensando, y, por ende, produciendo diferentes e infinidad de pensamientos; éstos nos ayudan a
resolver aquellos problemas cotidianos que se nos van presentando. tanto en nuestra vida
personal como profesional. Sin éstos, sería imposible el hecho de salir de nuestra casa cuando
nos vamos a trabajar, pues, cada acción casi siempre conlleva un pensamiento que decidirá, por
ejemplo, si es correcto o no hacer tal o cual cosa para nuestro bienestar futuro.
El pensamiento es el conjunto de ideas propias de una persona o colectividad. Es la capacidad
de creatividad y de anticipar las consecuencias de la conducta sin realizarla. A través del
pensamiento efectuamos una actividad cognitiva donde interactúan los mecanismos de
la atención, memoria, el proceso aprendizaje y de comprensión. Implica una actividad global
del sistema cognitivo con intervención de los mecanismos referidos. El proceso de pensamiento
es un medio de planificar la acción y de superar los obstáculos entre lo que hay y lo que se
proyecta. Se podría definir el pensamiento como imágenes, ensoñaciones o esa voz interior que
nos acompaña durante el día y en la noche en forma de sueño.
Como enfatizaba Eugenio d`Ors, el pensamiento es siempre diálogo: "pensar es siempre
'pensar con alguien'"; "no es sólo que el pensamiento necesite del diálogo, sino que es, en
esencia, el mismo diálogo"[19].
El diálogo con los demás, con los que nos precedieron, incluso el diálogo con nosotros mismos,
es la fuente del pensamiento por excelencia. Que la tarea de pensar es (¡puede ser!) algo
divertido, cálido, flexible y libre es testimonio unánime de cuantos estamos comprometidos
en el aprendizaje y la investigación. Descubrir con gozo el futuro en las inteligencias de los
estudiantes nos hace sentirnos más humanos y nos lleva a reconocernos orgullosamente como
miembros de una gigantesca epopeya intelectual[20]
Entonces, el objeto, el otro elemento que compone la relación, se puede entender como lo que
yace ante esa intimidad del hombre o está puesto ante ella de modo que pueda ser conocido.
Así mismo, el objeto goza de dos sentidos, amplio y estricto. En sentido amplio, el objeto de
conocimiento en su conjunto es el "mundo exterior", dotado de una existencia independiente
del pensamiento del hombre. En sentido estricto, el objeto, "no es la cosa o fenómeno parte del
mundo exterior conocido, sino lo que hay de inteligible en esa cosa capaz de ser percibido y
captado en el acto de conocimiento"[21].
El objeto, no es el fenómeno, parte del mundo exterior conocido, sino, lo que hay de inteligible
en ese fenómeno apto para ser percibido y captado en el acto de conocimiento. Cuando se
considera la naturaleza del conocimiento intelectual se complica, ya que el mismo se identifica
con un acto de reflexión por el que la información del objeto no procede de señales imputables
externas sino de un contenido mental inmaterial cuya entidad radica en el mismo sujeto que
piensa. Este procedimiento compuesto del conocimiento intelectual presenta una doble
articulación por la que el objeto ha de ser mentalizado en el sujeto para que pueda ser objeto
del nuevo acto de conocimiento del mismo sujeto que hace posible la reflexión. Esta doble
articulación del conocimiento intelectual establece una nueva forma de relación entre el objeto
y el sujeto, ya que el objeto del conocimiento no es otro que el mismo y su capacidad de conocer
sensible que le relaciona con la realidad externa. Cuando el objeto del conocimiento es el sujeto
que conoce es cuando se conoce a sí mismo, y por ello se establece una íntima relación de
convergencia entre sujeto y objeto, de la que del acto de conocimiento intelectual se sigue
la percepción intuitiva de la propia existencia[22]
Althusser hace una distinción crítica entre el "objeto real" y el "objeto del conocimiento".
Posiblemente Althusser fue el primer marxista que hizo la distinción entre objeto real y objeto
del conocimiento. Al menos, no se conoce otros marxistas anteriores que hayan desarrollado el
punto. La influencia de Althusser ha perdurado en la izquierda (a veces de manera tácita) y
la tesis de la "construcción del objeto de conocimiento" tiene implicancias para
las investigaciones marxistas[23]
¿Qué es el conocimiento?
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