Chiaramonte

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CHIARAMONTE

LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES EN IBEROAMÉRICA

"La lucha del Estado moderno es una larga y sangrienta lucha por la unidad del poder.
Esta unidad es el resultado de un proceso a la vez de liberación y unificación: de
liberación en su enfrentamiento con una autoridad de tendencia universal que por ser
de orden espiritual se proclama superior a cualquier poder civil; y de unificación en su
en frentamiento con instituciones menores, asociaciones, corporaciones, ciudades,
que constituyen en la sociedad medieval un peligro permanente de anarquía. Como
consecuencia de estos dos procesos, la formación del Estado moderno viene a
coincidir con el reconocimiento y con la consolidación de la supremacía absoluta del
poder político sobre cualquier otro poder humano. Esta supremacía absoluta recibe el
nombre de soberanía. Y significa, hacia el exterior, en relación con el proceso de
liberación, independencia; y hacia el interior, en relación con el proceso de unificación,
superioridad del poder estatal sobre cualquier otro centro de poder existente en un
territorio determinado’’ PREFACIO

Claro está, la primera dificulta para cumplir este propósito es la clásica cuestión del
"diccionario": cómo definiríamos el concepto de Estado y otros a él asociados, tales,
por ejemplo, como nación, pueblo o soberanía.

Debo aclarar entonces que no partiré de una definición dada de Estado, sino
sólo de una composición de lugar fundada en los atributos que generalmente le
atribuyen los historiadores que se ocupan del tema. 1 Esto obedece en parte a la
notoria multiplicidad de alternativas que la literatura especializada ofrece sobre la
naturaleza del termino Estado
La composición de lugar que adoptarnos en este trabajo es que, aun admitiendo que el
ahondamiento en las dificultades que ofrece el concepto mismo de Estado contribuye
a facilitar la tarea, la mayor parte de los escollos que complican las tentativas de
realizar una historia de los Estados iberoamericanos provienen sin embargo de la
generalizada confusión respecto del uso de época -de la época de la Independencia-
de las nociones de nación y Estado, confusión en buena medida proveniente de otra
que atañe al concepto de nacionalidad.

la confusión es efecto del criterio de presuponer que la mayoría de las actuales


naciones iberoamericanas existían ya desde el momento inicial de la Independencia

Si bien este criterio ha comenzado a abandonarse en la historiografía de los últimos


años, lo cierto es que persisten sus efectos, en la medida en que ha impedido una
mejor comprensión de la naturaleza de las entidades políticas soberanas surgidas en
el proceso de las Independencias

Se trata, en suma, de las derivaciones aún vigentes del criterio de proyectar sobre
el momento de la Independencia una realidad inexistente, las nacionalidades
correspondientes a cada uno de los actuales países iberoamericanos, y en virtud de
un concepto, el de nacionalidad, también inexistente entonces, al menos en el uso hoy
habitual.
Un concepto que se impondría más tarde, paralelamente a la difusión del
Romanticismo, y que en adelante ocuparía lugar central en el imaginario de los
pueblos iberoamericanos y en la voluntad nacionalizadora de los historiadores
Hacia 1810, el utillaje conceptual de las elites iberoamericanas ignoraba la cuestión
de la nacionalidad y, más aún, utilizaba sinonímicamente los vocablos de Nación
y Estado
Esto se suele desconocer por la habitual confusión de lectura consistente en que
ante una ocurrencia del término nación lo asociemos inconscientemente al de
nacionalidad cuando en realidad los que lo empleaban lo hacían en otro sentido.
Al respecto, la literatura política de los pueblos iberoamericanos no testimonia otra
cosa que lo ya observado respecto de la europea y norteamericana: sin perjuicio de la
existencia en todo
tiempo de grupos humanos culturalmente homogéneos, y con conciencia de esa
cualidad, la irrupción en la Historia del fenómeno político de las naciones
contemporáneas
asoció el vocablo nación a la circunstancia de compartir un mismo conjunto de
leyes, un mismo territorio y un mismo gobiemo.5 Y, por lo tanto, confería al vocablo
un valor de sinónimo del de Estado.

Este criterio, con diversas variantes, era el predominante también en Iberoamérica.


El famoso venezolano residente en Chile, Andrés Bello, hacía explícita en 1832
la misma sinonimia en su tratado de Derecho de Gentes:
‘’Nación o Estado es una sociedad de hombres que tiene por objeto la conservación y
felicidad de los asociados; que se gobierna por las leyes positivas emanadas de ella
misma y es dueña de una porción de territorio’’’.

Antonio Sáenz en 1823, quien amplía la sinonimia hasta comprender el concepto


de sociedad: "La Sociedad llamada así por antonomasia se suele también de nominar
Nación y Estado." Y define este concepto de sociedad-Estado-nación de la
siguiente manera, prosiguiendo el párrafo anterior sin solución de continuidad:
‘’Ella es una reunión de hombres que se han sometido voluntariamente a la dirección
de alguna suprema autoridad, que se llama también soberana, para vivir en paz y
procurarse su propio bien y seguridad’’.

El periódico ‘’Gazeta’’ de Buenos Aires aludía en 1815 al concepto de nación: "Una


nación no es más que la reunión de muchos Pueblos y Provincias sujetas a un mismo
gobierno central, y a unas mismas leyes". Palabras muy similares a las del Abate
Sieyes: "Qué es una nación? Un cuerpo de asociados que viven bajo una ley y están
representados por la misma común legislatura.
Este enfoque adquiere una formulación sorprendente en la primera Constitución
Iberoamericana, la venezolana de 1811, cuando en uno de sus artículos se define una
"soberanía" de la siguiente manera: "Una sociedad de hombres reunidos bajo unas
mismas leyes, costumbres y Gobierno forma una soberanía

La sorpresa estriba en el uso del término soberanía como sinónimo de entidad política
independiente, esto es, de nación o Estado, uso posiblemente intencional para poder
evitar la resonancia más fuerte del término nación, con esta discusión terminológica, lo
que buscamos no es arribar a una nueva definición de ciertos conceptos sino
aclararnos con qué sentido lo usaban los protagonistas de esta historia y, asimismo,
gracias a ello, evitar
el clásico riesgo de anacronismo por proyectar el uso actual de esos términos
---especialmente en cuanto a la neta distinción de Estado y nación, y al nexo de este
último concepto con el de nacional sobre el de aquella época.

estamos ante un tema cuyo concepto central, el de Estado, ha sido una de las
muletillas más frecuentadas por los historiadores para designar realidades muy
distintas: gobiernos provisorios, alianzas transitorias, y otros expedientes políticos
circunstanciales. Como lo hemos observado en otro trabajo respecto del Río de la
Plata, entre 1810 y 1820, lejos de encontrarnos ante un Estado rioplatense estamos
ante gobiernos transitorios que se suceden en virtud de una proyectada organización
constitucional de un nuevo Estado que, o se posterga incesantemente, o fracasa al
concretar su definición constitucional. Una situación, por lo tanto, de provisionalidad
permanente, que une débilmente a los pueblos
soberanos, y no siempre a todos ellos.
En la perspectiva de la época, entonces, la preocupación por la nacionalidad estaba
ausente. La formación de una nación o Estado era concebida en términos racionalistas
y contractualistas, propios de la tradición ilustrada, cuando no de una más antigua
tradición contractualista del iusnaturalismo europeo.

En síntesis, constituir una nación era organizar un Estado mediante un proceso de


negociaciones políticas tendientes a conciliar las conveniencias de cada parte, y en los
que cada grupo participante era firmemente consciente de los atributos que le
amparaban según el Derecho de Gentes: su calidad de persona soberana, su derecho
a no ser obligado a entrar en asociación alguna sin su consentimiento.

Antes de examinar algunos ejemplos que nos ayudan a comprender estos rasgos
que sustentaban las prácticas políticas de la época, agreguemos una observación
más:
que aun cuando parte de los actores políticos de la primera mitad del siglo pasado
leían con simpatía y solían citar a los autores de las modernas teorías del Estado, por
lo general en su acción política no partían pues no tenían realidad desde dónde
hacerlo, de una composición de lugar individualista, atomística, del sujeto de la
soberanía,
sino de la realidad de cuerpos políticos, con todo lo que de valor corporativo
tiene la expresión que utilizamos

Las sociedades formadas por individuos; las naciones, por provincias ... Estamos
entonces en un mundo en el que si bien circulan desde hace tiempo las concepciones
individualistas y atomísticas de lo social, la realidad sigue transcurriendo generalmente
por otros carriles y los proyectos de organizar ciudadanías modernas en ámbitos
nacionales, o se estrellan ante el fuerte marco local de la vida política, o tienden a
conciliar muy dispares nociones políticas

Nuestro propósito es, entonces, comprender mejor la naturaleza de esos cuerpos


políticos a los que Bobbio alude en la cita del epígrafe (PREFACIO) como fuente de
esa temible anarquía, tema central de la teoría moderna del Estado, que
consiguientemente fue ron distorsionados por una percepción histórica construida a
partir del postulado de la indivisibilidad de la soberanía y generalmente rotulados con
los conceptos de "localismos", "regionalismos" u otros similares, que expresaban la
anacrónica interpretación derivada del triunfo del Estado nacional moderno

LA EMERGENCIA DE LOS "PUEBLOS" SOBERANOS

Mientras en las colonias portuguesas la Independencia era facilitada por la continui


Dad monárquica, el mayor problema que enfrentaban los líderes de los movimientos
de independencia hispanoamericanos era el de la urgencia por sustituir la legitimidad
de la monarquía castellana.
Desde la Nueva España hasta el Río de la Plata, como es sabido, la nueva legitimidad
se buscó por medio de la prevaleciente doctrina de la reasunción del poder por los
pueblos. Concepto éste, el de pueblo, por lo común sinónimo
del de ciudad.

Una de las razones que explican esta emergencia de lo que la vieja historiografía
llamó equívocamente "ámbito municipal" de la Independencia es así esta concepción
de la legitimidad del poder, prevaleciente en la época.
Como lo expresara el apoderado del Ayuntamiento de México en 1808, "dos son las
autoridades legítimas que reconocemos, la primera es de nuestros soberanos, y la
segunda de los ayuntamientos".
La iniciativa del Ayuntamiento mexicano para liderar la constitución de una nueva
autoridad en la Nueva España chocó con el apoyo que la mayor complejidad de la
sociedad en los pueblos novohispanos ofrecía a la postura antagónica del virrey y del
Real Acuerdo. Por una parte, se revivió la idea de la convocatoria a Cortes
novohispanas, en la que participarían además de las ciudades, la nobleza y el clero.
Por otra, se esbozó un conflicto que se repetiría a lo largo de todos los movimientos de
independencia hispanoamericanos: el de la pretensión hegemónica de la ciudad
principal del territorio, frente a las pretensiones de igualdad soberana del resto de las
ciudades. Así, al consultar el virrey Iturrigaray al Real Acuerdo, éste denunció, entre
otras cosas, que el Ayuntamiento de México había tomado voz y representación de
todo el reino.

Sustentadas entonces por una antigua tradición hispánica, pero sobre todo alentados
por el ejemplo de la insurgencia de las ciudades españolas ante la invasión francesa,
las respuestas americanas a la crisis de la monarquía castellana, al amparo de esa
doctrina, se expresan en las iniciales pretensiones autonómicas de las ciudades,
pretensiones que van del simple autonomismo de unas en el seno de la monarquía
hasta la independencia absoluta de otras. En estas primeras escaramuzas, que se
repetirán en el Río de la Plata, Chile, Venezuela y Nueva Granada, están ya
esbozados algunos de los factores, y escollos, del proceso de construcción de los
posibles nuevos Estados.
El primero, conviene insistir, el problema de la legitimidad del nuevo poder que
reemplazaría al del monarca, marcaría el cauce principal en que se desarrollarían
las tentativas de construcción de los nuevos Estados y los conflictos en torno a ellas.
Ya fuera durante el tiempo, de variada magnitud según los casos, en que
el supuesto formal fue el de actuar en lugar, o en representación, del monarca cautivo,
ya cuando se asuma plenamente el propósito independentista, la doctrina de la
reasunción del poder por los pueblos, complementaria de la del pacto de sujeción,
fundamentaría la acción de la mayor parte de los participantes de este proceso Frente
a ella, las ciudades principales del territorio -Santa Fe de Bogotá, Caracas, Buenos
Aires, Santiago de Chile, México ... -, sin perjuicio de haberse apoyado inicialmente en
esa doctrina, darían luego prioridad al concepto de la primacía que les correspondía
como antigua "capital del reino" -según lenguaje empleado en Buenos Aires y en
México.
Y, consiguientemente, los conflictos desatados por esta auto adjudicación del papel
hegemónico en el proyectado proceso de construcción de los nuevos Estados, frente a
la pretensión igualitaria de las demás ciudades fundada en las normas del Derecho de
Gentes -cimiento de lo actuado en esta primera mitad del siglo-, cubrirían gran parte
de las primeras décadas de vida independiente
Este conflicto se prolongó en otro, más doctrinario, que se conformó como una
pugna entre las denominadas tendencias centralistas y federalistas.

La antigua tradición que explicaba el origen del poder como una facultad soberana
emanada de la divinidad, recaída en el "pueblo" y trasladada al príncipe median
Te el pacto de sujeción, al dar lugar a la figura de la retroversión del poder al pueblo
-en casos de vacancia del trono o de anulación del pacto por causa de la tiranía del
príncipe-, devino inevitablemente en lberoamérica en una variante por demás
significativa, expresada por el plural pueblos. La literatura política del tiempo de la
Independencia aludía, justamente, a la retroversión del poder a "los pueblos", en
significativo plural que reflejaba la naturaleza de la vida económica y social de las
Indias, conformada en los límites de las ciudades y su entorno rural -sin perjuicio de
los flujos comerciales que las conectaban-. Esos pueblos que habían reasumido el
poder soberano se habían también dispuesto de inmediato a unirse con otros pueblos
americanos en alguna forma de Estado o asociación política de otra naturaleza, pero
que no implicara la pérdida de esa calidad soberana.
Esta tendencia a preservar la soberanía de los "pueblos" dentro de los posibles
Estados a erigir, si bien se apoyaba naturalmente en una antigua tradición doctrinaria y
una no menos antigua realidad de la monarquía castellana -cuyo poder soberano se
ejercía sobre un conjunto de "reinos" o "provincias", muchos de los cuales
conservaban su ordenamiento jurídico político en el seno de la monarquía- era sin
embargo impugnable por doctrinas propias de corrientes más recientes del
iusnaturalismo, que forman parte de la teoría moderna del Estado, las que postulaban
la indivisibilidad de la soberanía y juzgaban su escisión, territorial o estamental, como
una fuente de anarquia.

El dogma de la indivisibilidad de la soberanía se encarnaba en elites políticas de


las ciudades capitales -a veces con apoyo en parte de las elites de otras ciudades
que proyectaban ]a organización de un Estado centralizado bajo su dirección; aunque
para las fuerzas rivales del resto de las ciudades, la posible modernidad de aquella
postura no se distinguía muy bien de Jo que algunas denunciaban como un
"despotismo" heredero del de la monarquía
De tal manera, frente a la emergencia de las tendencias centralizadoras en las
ciudades capitales. las propuestas iniciales de las otras ciudades apelaron a la figura
de la confederación. Tal se dio en prácticamente casi toda Hispanoamérica, como lo
muestran los casos de México, ]a Nueva Granada, Venezuela, el Río de la Plata o
Chile.

Asunción del Paraguay fue una de las primeras en recurrir a la idea de una con
federación para defender su autonomía, en este caso frente a Buenos Aires. El
Programa del gobierno provisorio, publicado en un Bando del 17 de mayo de 1811,
prevé el futuro inmediato ... ‘’ uniendo y confederándose con la misma ciudad de
Buenos Aires para la defensa común y para procurar la felicidad de ambas Provincias
y las demás del continente bajo
un sistema de mutua unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igua1dad de
Derechos’’

En el otro extremo de Hispanoamérica, la postura de Gómez Farías y otros liberales


mexicanos en el Congreso de 1823 es claramente confederal. En junio de ese
año, seis diputados, entre ellos Gómez Farías, presentaron una propuesta de urgente
adopción de medidas acordes con la tendencia a la "confederación" que domina,
afirmaban, a la nación mexicana: al Congreso resta "terminar de una vez la revolución
mexicana y dejando afianzado el gran pacto de confederación.
‘’ Que es un equívoco decir, que la soberanía de los estados no les viene de ellos
mismos, sino de la constitución general, pues, que ésta no será más que el pacto en
que todos los estados soberanos expresen por medio de sus representantes los de
derechos que ceden a la confederación para el bien general de ella, y los que cada
uno se reserva’’

La ciudades principales mexicanas formaron Estados cuya mayoría proclamó su


independencia, entendiéndola unos como compatible con la integración en una
federación, y otros como "independencia absoluta", concepto eventualmente
congruente con el de confederación.
Por ejemplo, leemos en la constitución del Estado de Zacatecas, de
1825: "El Estado de Zacatecas es libre e independiente de los demás estados unidos
de la nación Mexicana, con los cuales conservará las relaciones que establece la con
federación general de todos ello’’

Por otra parte, es de advertir que la más temprana reunión de las ciudades en Estados
fue facilitada en México por la existencia, desde tiempos de la Constitución de Cádiz.

Concordando con su postura adversa a esa tendencia, el líder centralista mexicano


Fray Servando Teresa de Mier escribía en abril de 1823 que la república a que todos
aspiraban ‘’unos la quieren confederada y yo como la mayoria la quiero central lo
menos durante 10 o 20 años, porque no hay en las provincias los elementos
necesarios para hacer cada estado soberano, y todo se volvería disputas y divisiones’’

La oposición a la postura de preservar la calidad soberana de las provincias o Esta


Dos mediante una confederación no enfrentaba solamente a los partidarios de un
Estado centralizado sino también a los líderes federales que concebían al federalismo
a la manera de la segunda Constitución norteamericana, esto es, a los partidarios de
lo que hoy se denomina Estado federal.
De manera que dentro de lo que la historiografía une con la común denominación de
"federalistas", en buena medida porque la confusión estaba ya presente en el lenguaje
de la época, debemos distinguir a quienes intentaban preservar sin mengua la
soberanía de cada Estado o provincia en vías de asociarse a otras, y la de quienes
pretendían organizar un Estado nacional con plena calidad soberana, sin perjuicio de
las facultades soberanas que se dejaban en manos de los Estados miembros.
Esta diferencia se registra en todos los casos. La historia de la independencia
venezolana
ofrece un buen testimonio de sus alcances. En opinión de los partidarios de un Estado
centralizado, habría sido el federalismo de la Constitución de 1811 la fuente
de la anarquía que impidió enfrentar la reacción española y terminó con la Patria
Boba, la primera república venezolana. Bolívar sostuvo este criterio en varias
oportunidades.
Sin embargo, la historia parece haber sido otra. Inmediatamente de dado el primer
paso hacia la independencia, la iniciativa tomada por el Ayuntamientode Caracas
suscitó las clásicas desconfianzas de las otras ciudades recelosas de las pretensiones
de hegemonía de aquélla.
Varias de ellas se apresuraron a darse un texto constitucional en el que proclamaron
su autonomía soberana y entablaron un agudo pleito con Caracas, al punto que
algunas adhirieron al Consejo de Regencia, prefiriendo una formal pleitesía a la
distante autoridad peninsular que sujetarse a la más cercana y riesgosa de la ciudad
rival.
Cuando finalmente se promulga la Constitución, que delinea algo más cercano a un
Estado federal que a una confederación, el resultado no podía menos que disgustar a
las ciudades celosas de su soberanía. Los conflictos, por lo tanto, parecen más bien
haber sido producto de una reacción ante el grado de centralización entrañado en la
Constitución de 1811 y no por influencia de la misma

Tenemos entonces delineadas las distintas posiciones que se enfrentan en el proceso


de construcción de los futuros Estados nacionales. Y hemos señalado que en
buena medida remiten a las distintas concepciones de la soberanía: centralismo,
confederacionismo, federalismo. Tres tendencias que definirán gran parte de los
conflictos
desatados por las tentativas de organizar ]os nuevos Estados que debían reemplazar
al dominio hispano.
Sin embargo, hay todavía otros matices, como la conciliación de posturas
autonomistas
con el apoyo a los proyectos centralizadores
asumida la necesidad de abandonar una existencia independiente definitiva por parte
de las "soberanías" que se consideraban muy débiles para perseverar en tal objetivo,
autonomía de administración local y Estado centralizado no resultaban incompatibles.
En primer lugar, cabe advertir que tanto en Buenos Aires, como en la Nueva
Granada o en México, parte de las ciudades y provincias, así como de los líderes
políticos
considerados federales, solían afirmar su autonomía soberana sin perjuicio de someter
la regulación de los alcances de esa calidad a la posterior decisión del con
Junto de los pueblos soberanos reunidos en congreso. Pero, asimismo, existieron
casos
en que un celoso autonomismo iba unido a posturas favorables a un Estado unitario.
Tal como sucedió en el caso de la pequeña ciudad de Jujuy
Jujuy defendía su autonomía frente a la ciudad principal de la Intendencia de Salta de
Tucumán, la ciudad de Salta, y parece haber evaluado que la adhesión a la política de
Buenos Aires era una defensa contra la ciudad rival -de cuya tutela recién logrará
emanciparse recién en 1834 al forma su propio Estado-

EL CASO DEL BRASIL

En el caso brasileño "la solución monárquica no fue la usurpación de 1a soberanía


nacional
como arguyeron más tarde los republicanos", sino resultado de la decisión de
parte de las elites brasileñas que aspiraban a formar un Estado centralizado y temían
que la vía republicana impidiese la unidad.
La Independencia, entonces, no fue aquí tampoco producto de una aún inexistente
nación sino de los conflictos internos de Portugal. La formación del Estado nacional
sería así resultado de un proceso posterior desarrollado aproximadamente hacia
1840/1850

la transición al Brasil independiente fue menos turbulenta que la de las ex colonias


hispanas en virtud de la perduración de un poder legítimo, el de un miembro de la casa
de Braganza. es de tener en cuenta sin embargo que esa continuidad no implicó
un proceso de unidad política.
Si bien el resultado final de la transición a la Independencia sería el de un solo
Estado soberano, surgieron también fuertes tendencias autonómicas en varias
regiones
brasileñas, y algunas de ellas con aspiraciones de independencia soberana. Ta ocurrió
en el caso de la insurrección de Pernambuco en 1824 -cuyo líder, el sacerdote radical
Frei Caneca criticó el centralismo de la Constitución de Pedro I porque entre otras
cosas "despojaba a las provincias de su autonomía"- que desembocó en la
proclamación de una república independiente denominada "Confederación del
Ecuador."
Al regreso de Juan VI a Portugal, en muchas provincias que habían forma
Juntas Gubernativas fieles a la corona predominaba el "espíritu local", que tendría
reflejo
en la actuación de los diputados a las Cortes reunidas en Lisboa en enero de
1821.
Por ejemplo, el Padre Feijó, importante líder liberal, sostuvo allí que los diputados
no representaban a Brasil sino a sus provincias, las que eran independientes entre sí.

Es así que el mismo espíritu que había aflorado en la revuelta de Pernambuco se


difundiría luego de la abdicación de Pedro I en 1831 cuando "con la autoridad
declinante
del gobierno central la lealtad de la mayoría de los brasileños se canalizó hacia la
localidad''
Esto conduciría a la monarquía federal de 1834, cuya Constitución, si bien moderaba
el federalismo de un anterior proyecto de 1831, traducía el autonomismo que ardía en
las regiones.
Por otra parte, las tendencias autonómicas, expresadas por los políticos liberales, se
reflejaron en las rebeliones urbanas que estallaron entre 1831 y 1835 y en la
declaración de su independencia por tres provincias: Pará (1836-1840), Bahía (1837-
1841) y Río Grande (1835-1845). Asimismo, ellas tendieron a fortalecer instituciones
de gobierno local

En la detallada consideración realizada por Sergio Buarque de Holanda de las


reformas liberales, se puede observar un reflejo de la importancia del llamado ámbito
"municipal" como fundamento de las tendencias anticentralistas,
Se trata de un proceso en parte similar al que conduciría a la supresión de los cabildos
rioplatenses, entre 1820 y 1834, como imprescindible requisito para la afirmación de
unidades soberanas más amplias, dado que las cámaras habían tenido ya en tiempos
coloniales amplios
poderes, con jurisdicción no limitada al ámbito urbano, tal como en las provincias
sudamericanas de la monarquía española

Las reformas liberales, que culminaron en 1834, serían en realidad intermedias entre
el centralismo y el autonomismo, dado que alejaron definitivamente el riesgo de
emergencia de soberanías independientes.
El federalismo brasileño había terminado por asumir ese carácter, federal, alejándose
del confederacionismo, en apoyo al nuevo Estado nacional y con explícitas
dec1araciones de su intención de no repetir el proceso hispanoamericano. De manera
que las expresiones soberanas del autonomismo local tuvieron corta vida y en
vísperas de promediar el siglo parecían ya superadas, con alguna transitoria
excepción, como la de la riograndense República
Farroupilha entre 1835 y 1845.
Por paradójico que parezca, ]os mismos factores que en muchas de las ex colonias
hispanas llevaron a la autonomía o a una unión confederal, en Brasil se orientaron
hacia la organización de un Estado centralizado

EL DERECHO DE GENTES EN EL IMAGINARIO POLÍTICO DE LA ÉPOCA

Para poder comprender en su significado de época esta variedad de formas de


concebir el derecho a la autonomía política por las ciudades y provincias que se
calificaban a sí mismas de "americanas", formas que van de la simple autonomía, a la
independencia a secas o a la independencia "absoluta" y, para explicamos asimismo
el hecho de que no se veía contradicción alguna en conjugar esas tendencias auto
nómicas o independentistas con la búsqueda de integración política en pactos, ligas,
confederaciones, o en Estados federales o unitarios -estos últimos denominados
comúnmente "centralizados"-, es necesario recordar las peculiaridades de las
concepciones que guiaban entonces las prácticas políticas

Se trata de las pautas del Derecho de Gentes, más precisamente denominado


entonces Derecho Natural y de Gentes que, lejos de conformar solamente un capítulo
de la historia de las doctrinas jurídicas constituyó en tiempos en que aún no habían
nacido la sociología ni las hoy denominadas ciencias políticas, el fundamento de lo
que podría considerarse la politología y, por lo tanto, de las prácticas políticas, de la
época.
los párrafos que la testimonian la denominan frecuentemente: "lo que corresponde por
derecho natural", o "en virtud del derecho natural", u otras variantes de lo mismo
¿Qué era el Derecho Natural en la época? ¿Cómo podemos conocer mejor la
concepción de aquello que, por constituir el fundamento de la comunidad y de su
relaciones con otras, pocas veces se lo hacía objeto de algo más que una simple
mención?

Ante todo, porque si atendemos a lo ya apuntado respecto de la inexistencia de una "cuestión


de nacionalidad" en el proceso de formación de los nuevos Estados, se explicará mejor esta
proliferación de "repúblicas", "pueblos soberanos", "ciudades soberanas", "provincias/Estados
soberanos", empeñadas en defender su autonomía y amparar su integridad, sin perjuicio de su
voluntad de unión con otras similares entidades soberanas.
se entendía que todas las naciones eran iguales entre ellas, independientemente de su
tamaño y poder
Vattel ‘’ Siendo los hombres naturalmente iguales, lo son también los agregados de
hombres que componen la sociedad universal. La república más débil goza de los mismos
derechos y está sujeta a las mismas obligaciones que el imperio más poderoso.

Esta conciencia de la igualdad de derechos en su relación con las demás entidades


soberanas, independientemente de las diferencias de tamaño, riquezas y poder,
es uno de los puntales de las prácticas políticas del período y alienta la sorprendente
emergencia de esas ciudades que, como la citada Jujuy de 1811, que
ría ser "una pequeña república que se gobierna a sí misma.

El concepto es el de una antigua tradición del Derecho de Gentes, que Bodino explicaba
de una manera que puede sorprendemos: mientras haya un poder soberano, fuere
individual o colectivo, existe una república, la cual debe contar, al menos, con un mínimo
de tres familias, compuestas éstas con un mínimo de cinco personas.
Es decir, una república soberana podía existir con un mínimo de quince personas .

La definición de una legitimidad política a partir de la doctrina de la reasunción del poder


por los pueblos, la adopción de un estatuto de autonomía fundado en la calidad soberana
que aquella doctrina suponía y, a partir de allí, la búsqueda de una mayor fortaleza y
defensa ante el mundo exterior a Iberoamérica, o ante los propios pueblos vecinos,
mediante una variedad de soluciones políticas que iban del extremo de las simples
alianzas transitorias al del Estado unitario.
Una visión tradicional de este proceso atribuía al sentimiento de la nacionalidad la
formación de esas diversas entidades Estatales que reunían a las .. soberanías" menores.
Pero una interpretación más verosímil muestra un conjunto de pueblos soberanos que en
la medida en que perciben los riesgos de una subsistencia independiente, dada la
debilidad de sus recursos económicos y culturales, tienden a alejarse de la aspiración a la
"independencia absoluta" para asociarse a aquellos con quienes tienen mayores vínculos,
sin resignar su condición de personas morales y el amparo del principio del consentimiento
para su libre ingreso a alguna nueva forma de asociación política.
Pero aproximadamente luego de 1830 se registra ya el influjo del principio de
las nacionalidades y comienzan a formularse proyectos de organización o de re
forma estatal en términos de nacionalidad. Congruentemente, los intelectuales instalarían
esa cuestión en la cultura de sus respectivos países, y la preocupación
por la existencia y las modalidades de una nacionalidad sería de allí en más pre
dominante en el debate cultural. Sin embargo, a excepción de Brasil, el resto de
los pueblos iberoamericanos poseía un serio obstáculo para reunir las condiciones
exigidas por aquel principio.
El obstáculo, paradójicamente, no era el de no poseer rasgos definidos de homogeneidad
cultural sino el de compartirlos de un extremo al otro del continente.
Si el principio de las nacionalidades hubiera debido aplicarse no
podía ser de otra forma que en una sola nación hispanoamericana, Pues tal
como lo veían ya los primeros líderes de la Independencia, una nación hispanoamericana
era imposible por razones prácticas, concernientes principalmente a la enorme extensión
del territorio, la irregularidad de la demografía y al estado de las comunicaciones.

ESTADO NACIONAL Y FORMAS DE REPRESENTACIÓN POLITICA


Si abandonamos entonces la obsesión por la cuestión de la nacionalidad, se hacen
más comprensibles las pautas que guiaban la conducta política de los pueblos
iberoamericanos.
Cómo proteger la autonomía dentro de la asociación política a constituir
cómo ingresar a ella con libre consentimiento -preservando la calidad de persona
moral que confería un estatuto de igualdad a todas las partes, independientemente de su
poderío real-, cómo armonizar la soberanía de las partes con la del Estado a erigir, eran
todas cuestiones centrales que absorbían el interés de esa gente. Entre ellas, la cuestión
de la representación política, indisolublemente anexa a la de la soberanía constituiría
permanente terreno de disputa.

la voluntad de considerar a los constituyentes como "diputados de la nación" y no


apoderados de sus provincias: Es necesario que los Diputados estén penetrados de
sentimientos puramente nacionales para que las preocupaciones de localidad no
embaracen la grande obra que se emprende: que estén persuadidos que el bien de los
pueblos no se ha de conseguir por exigencias encontradas y parciales, sino por la
consolidación de un régimen nacional, regular y justo: que estimen la calidad de
ciudadanos argentinos antes que la de provincianos’’.

Aunque en ciertos casos los acuerdos necesarios fueron fruto del condicionamiento
de las negociaciones por la imposición de una ciudad o provincia más fuerte, la
emergencia del Estado nacional, si ajustada a Derecho, sería entonces fruto de un
acuerdo contractual.

De tal manera, la relación Estado y nación cobra otra fisonomía. No se trata ya,
entiendo, de examinar qué es primero, y por lo tanto determinante, de lo otro. Si es
la nación la que da origen al Estado o, como se ha solido alegar desde hace cierto
tiempo atribuyendo a esta perspectiva el valor de hecho de una anomalía, si es el Estado
el que conformó la nación.
Se trata, si bien miramos, de un falso dilema, originado por la ya comentada confusión
introducida por el enfoque anacrónico del principio de las nacionalidades. Pues, de hecho,
lo que se intenta al afirmar que es el Estado el que habría creado la nación, no es otra
cosa que subrayar la conformación de una determinada nacionalidad por parte del Estado.
Y, en tal caso, la composición de lugar que actualmente parece más razonable es la de
advertir que no hay mucho de qué sorprenderse pues tal parece haber sido el caso de la
generalidad de las naciosnes modernas, no sólo de las iberoamericana
Si, como es evidente, podemos re conocer
la existencia de fuertes sentimientos de nacionalidad en las poblaciones de
los diversos Estados iberoamericanos, esto no indica, en manera alguna, una supuesta
identidad étnica originaria que habría sido el sustento de estos Estados. En cambio esa
historia proporciona valiosos elementos de juicio para verificar cuáles fueron los acuerdos
políticos que dieron lugar a la aparición de diversas nacionalidades y, por otra parte,
cuáles fueron los procedimientos utilizados por el Estado y los intelectuales -los
historiadores en primer lugar- para contribuir a reforzar la cohesiónnacional mediante el
desarrollo del sentimiento de nacionalidad siguiendo, por lo común, criterios difundidos a
partir del Romanticismo.

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