El Abecedario Latino
El Abecedario Latino
El Abecedario Latino
- El abecedario.
mayúsculas A B C D E F G H I K L M N O P Q R S T V X
minúsculas a b c d e f g h i k l m n o p q r s t u x
Hacia finales de la época republicana, se introdujeron tanto la y como la z para poder transcribir palabras
de origen griego. La k se fue perdiendo poco a poco y se conservó solo en palabras concretas, como Kal
(kalendas). En el siglo XV, se introdujeron la j y la v, que serían la i y la u semiconsonánticas. En este
libro usaremos el signo v, aunque no sea una grafía propia del latín clásico.
- La pronunciación.
Las vocales.
El latín clásico tiene 10 vocales y cinco timbres vocálicos: a, e, i, o, u. Cada uno de los timbres vocálicos
presenta dos modalidades: una larga y otra breve.
La emisión de la vocal larga duraba el doble que la de la vocal breve. Así, reproducir exactamente los
sonidos vocálicos del latín clásico nos puede parecer curioso y difícil, ya que nuestra lengua no basa su
pronunciación en la cantidad silábica, sino en la intensidad (sílabas tónicas y sílabas átonas).
Tradicionalmente, las vocales largas se marcan con una raya horizontal encima de la vocal (-) y las
vocales breves, con una curva (u).
- El acento.
El acento gráfico, en latín, no se escribe nunca. Pero, para poder leer correctamente esta lengua, hay que
tener en cuenta algunas reglas.
- En latín no hay palabras agudas.
- El acento recae siempre en la penúltima sílaba, si esta es larga. Son largas las sílabas que llevan
una vocal larga, un diptongo (ae, oe, au), y las que presentan una vocal seguida de dos o más
consonantes, de doble consonante, de x o de z.
- Si la penúltima sílaba es breve, el acento recae en la antepenúltima sílaba. Una sílaba es breve
si contiene una vocal breve o si esta vocal va seguida de otra vocal.
¿Cuál es el origen del alfabeto latino?
Surgimiento
Los romanos empezaron a usar el alfabeto latino en el siglo VII a.C. Éste se originó del alfabeto
etrusco, que, por su vez, se originó del griego. A principio, el alfabeto romano tenía 21 letras:
A, B, C, D, E, F, Z, H, I, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T, V, X. Entre estos caracteres había cambios de
letras romanas: por ejemplo, la C era una variación de la gamma, y representaba los sonidos
/k/ y /g/. La G se ha introducido en lugar de la Z, que se excluyó en el siglo III a.C. por no
representar ningún sonido romano. Esta letra volvió al alfabeto en el siglo I a.C., cuando Roma
conquistó a Grecia. Además de la letra Z, la Y se añadió, que pasó a ser usada en la escritura de
palabras con radicales griegos.
Las últimas tres letras que componen el alfabeto latino actual fueron añadidas en la Edad
Media: la J, U y W. La J surgió para diferenciar el uso de la I con sonido de consonante. De la
misma forma, la U se introdujo para diferenciar el uso de la V con sonido de vocal. Y la W
surgió para representar los sonidos germánicos.
El alfabeto usado por los romanos tenía apenas letras mayúsculas. Las minúsculas, surgieron
en la Edad Media. Las antiguas letras romanas han sido mantenidas en inscripciones formales y
para resaltar en los documentos. Los idiomas que usan el alfabeto latino generalmente usan
las mayúsculas al inicio de los párrafos, frases y nombres propios, pero las normas varían
según el idioma. En inglés, por ejemplo, las nacionalidades se deben iniciar en mayúsculas, y
en alemán los substantivos empiezan en mayúsculas.
Expansión y evolución
Conforme el Imperio Romano se expandía, el alfabeto latino acompañaba. Así, él salió de Italia
y se extendió alrededor del Mediterráneo. Las tierras del imperio en el Oriente siguieron
usando el griego, mientras que, en la parte occidental, el latín pasó a ser usado. Así, las lenguas
románicas, derivadas del latín, usan el alfabeto latino.
En la Edad Media, la difusión de la Iglesia aumentó el alcance del latín. Los hablantes de las
lenguas germánicas, celtas, bálticas, urálicas y de parte de las lenguas eslavas, como el polonés
y checo, adoptaron el alfabeto latino. Todavía, en la edad moderna, con las grandes
navegaciones, el alfabeto alcanzó otros continentes, llevado por los colonizadores. Hoy, él es
hegemónico en América y en buena parte de África subsahariana y de Oceanía, y estando
presente incluso en Asia. Ya en el mundo eslavo, él compite con el cirílico, de acuerdo con
cuestiones políticas y religiosas. Con la disolución de la Unión Soviética, en 1991, algunas
repúblicas sustituyeron la escritura cirílica por la latina.
Hoy, el alfabeto latino estándar tiene 26 caracteres. Ese es el sistema usado en la lengua
portuguesa e inglesa. Sin embargo, hay diversas variaciones de acuerdo con los idiomas en que
es usado. Así, se crean fusiones de letras, modificaciones y extensiones para que la escritura se
adapte a cada contexto.
Luis
luisca
En este vídeo veremos letra a letra por qué cada letra del alfabeto latino tiene esa forma, y
para ello tendremos que bucear hasta los orígenes del signo. Muchas veces eso nos conducirá
a los jeroglíficos egipcios y otras veces a un alfabeto antiguo llamado el protosinaítico.
El objetivo será ver cómo los fenicios se basaron en esos signos para crear un alfabeto fonético
que dio origen a nuestro alfabeto, el latino, y para ello tendremos que conocer el alfabeto
griego, pues es el eslabón entre ambos. <— Tomado literalmente de youtube.
Transcripción
Hacia el año 1370 a.C., el idioma más hablado en la región de Mesopotamia era el acadio.
Sin embargo, un rey de Ugarit llamado Niqmaddu II decidió construir en la ciudad una gran
biblioteca y atesorar en ella los textos más importantes relacionados con su religión e historia.
Muy poco se salvó de aquella biblioteca, pero en ella encontraron la primera evidencia del
idioma ugarítico, una lengua local que usó por primera vez un sistema gráfico tipo alfabético,
con 31 letras representadas mediante signos cuneiformes.
Parece que esto evolucionaría hasta el alfabeto fenicio, que abandonó el cuneiforme,
porque para escribirlo en tablillas de arcilla bien, pero era raro para escribirse en papiro, que
era lo que estaba de moda.
Necesitaban algo más sencillo, para que cualquiera pudiese aprenderlo y poder hacer
negocios.
También hay evidencias en la península del Sinaí de un alfabeto adaptado del egipcio
llamado el alfabeto protosinaítico, que también podría estar vinculado con el origen del
fenicio.
Este tipo de alfabetos sin vocales se llaman Abyades, y eso explica por qué el hebreo y el
árabe no tienen vocales en sentido estricto, sino que se les añade puntos y mierdas para
formarlas.
Los griegos, que también adaptaron su idioma a este alfabeto, decidieron dejarse de
polladas y crear signos vocálicos, y de ahí saldría el etrusco y después nuestro alfabeto, el
latino.
Para crear estas primeras letras las asociaron al fonema de una palabra común que
comenzase por tal sonido.
A, considerado el sonido más natural de los humanos y que hasta los mudos pueden
pronunciar, es probable que deba su representación gráfica al álef fenicio, que significaba
“buey”.
Su símbolo pudo comenzar siendo la cabeza de un buey que fue girando con el tiempo.
Durante mucho tiempo circuló la teoría de que su origen estaba en los antiguos trípodes
para sacar agua mientras la gente jadeaba.
Luego daría origen a la Alfa griega, de donde saldría la mítica expresión bíblica de “el alfa y el
omega”, el principio y el fin.
El sonido B existe prácticamente en todas las culturas existentes, y seguro que pensáis que
está relacionado con las ovejas.
Bet era casa, y se dibujaba como una especie de tienda de campaña o edificio básico. Daría
origen a la Beta griega redondeando su forma. Los romanos apenas la usarían, eran más del
fonema u-v.
Las letras C y G están íntimamente ligadas. Parece ser que este signo de Gimel era un arma
rollo honda o búmerang, y luego derivó en camello o dromedario, representando su joroba al
parecer.
Daría origen a la Gamma griega con la que se representaba el sonido g y la Kappa para el k.
Los latinos juntaron estos dos sonidos en la C, no se sabe bien por qué. La cosa es que tenían
tres fonemas /k/, pero ninguna letra específica para el sonido /g/.
Y tiempo después, un tipo llamado Espurio Carvilio, para evitar liadas innecesarias, inventó la
letra G actual solo para ese sonido.
El pifostio fonético de estas dos letras perdura en castellano: la C puede ser k, z o che, sin
contar las ces dobles, y la G la misma g o la j, con u o sin u.
Además la C es S en ruso y en andaluz. Puta polifonía. Además, más tarde, los visigodos
introducirían la C cedilla en Europa que el castellano acabó quitando durante la Edad Media.
Nuestra querida D procede de un jeroglífico egipcio que significaba puerta. Primero como
rectangular y luego triangular, pues así eran los trozos de piel de las puertas de las antiguas
tiendas de campaña.
La letra se llamaba Dalet. Otra teoría siguiere que proviene del ideograma de un pez del
alfabeto protosinaítico. La forma triangular llegaría hasta formar la Delta griega.
Un tipo rezando podría ser el origen de nuestra E. Hillul era admirar en jeroglífico egipcio.
Otros dicen que el He semítico representaba una ventana.
Sea como fuere, de ahí saldría la Épsilon griega, girada por la moda del bustrofedón, que
sería nuestro sonido vocálico E, y que generalizó el latín.
Eso sí, durante el medievo en Inglaterra ocurrió el Gran Desplazamiento Vocálico, fruto de
migraciones y confluencias de muchos dialectos, y eso acabó haciendo que los ingleses
pronuncien las vocales como cambiadas de orden.
En los tiempos protosinaíticos, Wau era un sonido representado en una especie de maza,
cuya forma redondeada iría abriéndose hasta dar lugar a la Y griega, la ípsilon.
La F evolucionó de aquí y los griegos crearon la Digamma, que sonaba como una w, y los
romanos le dieron su sonido actual, pero estuvo durante mucho tiempo, hasta casi el siglo XIX,
eclipsada por el dígrafo ph que provenía de la griega Fi, que se quedó sin representación.
La V también viene de este signo Wau, aunque no apareció hasta el latín. La U, por su parte,
apareció por el siglo cuarto en el alfabeto latino. Era una variante de la V y a veces se convertía
en una vocal. Mucho más tarde ya se diferenciaron: V para consonante y U para vocal.
Y llegamos a la W, que tiene origen germánico, visigodo. O quizás fuesen los mismos latinos
quienes decidieran crear una nueva letra para el sonido w, que no conocían pero que sí usaban
estos pueblos del norte.
Al castellano llegó porque muchos eruditos del siglo XVII veían imposible traducir nombres
de reyes y lugares de historias del pueblo germánico.
En Grecia dio lugar a la letra griega Eta. Sin embargo, en Etruria y en las colonias griegas
occidentales mantuvo esa jota suave, y de ahí pasó al latín y de ahí a nuestros días, cuando
acabó perdiendo el sonido.
La gran pregunta es: ¿Por qué cojones en castellano tenemos hache si no tiene ningún
sonido? Pues más que nada por tradición, ya que hace siglos sí que tenía, y aún nos han
quedado reminiscencias como en Sáhara.
Los romanos también se enfrentaron a este problema: ¿Quitarla o no quitarla? Era raro, era
como una aspiración. ¿Era realmente un sonido, un ruido?
La gente dejó de usarla, pero en Roma, como en todas partes, había peña erudita a la que le
iba el postureo y la ponían por todas partes. Eso hizo que perviviera hasta hoy en día.
“Síiiii”
Al igual que la C y la G, la I y la J son primas hermanas. Todo empieza, como no, en Fenicia,
con la letra Yod, que se cree que representaba una mano.
Esta letra derivó en la letra griega Iota, un palote, sin punto y vocal. El sonido /ye/ pasó a la
letra Ípsilon, que los romanos tardaron bastante en incluir y la llamaron Y griega.
El puntito de la i apareció cuando comenzó a usar la cursiva en las lenguas romances, que se
confundía con las ues y dijeron, “pos venga, un puntico para diferenciarla”.
Nunca hubo un sonido J en los alfabetos antiguos, por lo que no es raro que la J fue la última
letra en añadirse al alfabeto latino.
Fue en el siglo XVI, de la mano del humanista francés Pierre de la Ramée, y luego se
popularizó por las imprentas holandesas. Su nombre, como es evidente, procede de la Iota.
Si escuchas la expresión “no ver ni jota”, ya sabes por qué es. Luego acabaron liándola con
las ges y las equis, como México, aunque esto último ya se arregló. Lo de las ges… no.
La X representa la incógnita. Y esto es cosa de los matemáticos árabes, que la usaban como
eso. Pero su origen también es bastante incógnito. Se cree que vendría del símbolo del pilar
Dyed egipcio.
Y que en Grecia acabó derivando en dos símbolos, en las letras Xi y Ji, y como ya he dicho,
los latinos comenzaron el lío que derivó en la pronunciación clásica de X como J en algunos
casos.
La verdad es que aquí, menos en el euskera, la K ha sido la letra paria por excelencia de
nuestro alfabeto. Era una letra repetida que no servía para nada. Proviene de la semítica Kaf,
que era la palma de una mano.
Esta a su vez pudo venir del jeroglífico egipcio de una mano, aunque su sonido era otro. Los
griegos cogieron este sonido K para su letra Kappa. En el latín apenas la usaron, ya que
prefirieron la letra C.
Pero de nuevo, fue el postureo vintage lo que hizo que la K tuviese algo de fama en el
medievo. Pero a K mola, sobre todo para traducciones al japonés o alemán.
En griego mil se decía quilioi. Killos es otra palabra que significa burro, y de ahí viene nuestro
Kilómetro. Medimos la distancia en burros.
Nuestra L viene de la palabra Lamed del alfabeto fenicio, que significa cayado o bastón. El
signo se tomó del protosinaítico y fue adaptado al griego con la letra Lambda, que acabó
siendo un triángulo. Luego el latín recuperó la forma que conocemos.
Mo era la palabra egipcia para designar el agua, mientras que useh era salvar. De ahí viene el
nombre de Moisés, el salvado de las aguas. Pues bien, el origen de esta letra tiene lugar en el
país de las pirámides. El jeroglífico de agua es bastante evidente.
Luego el alfabeto fenicio lo adoptó para su ondulante mem, su palabra para agua. Y no sólo
Moisés debe su nombre al agua, también Madrid.
Sí, al parecer la capital española fue construida sobre canales subterráneos de agua, que
aprovisionaban a la ciudad, por lo que los árabes la llamaron “Tierra rica en agua”, es decir,
Mairyt. Los griegos se hicieron con la M fenicia para su Mi griega.
Mientras que unos consideran al signo precursor de la N como una variante corta de la M,
también pudo haber sido representada como una serpiente o una anguila.
Nun era serpiente en fenicio, y la letra se llamó Ny en griego. Apenas ha cambiado desde
entonces.
Mientras que en las tradiciones árabes e indias el círculo fue un símbolo de la nada,
representando al número cero, esto no fue así en el mundo grecolatino. Al menos hasta que
adoptamos la numeración árabe.
Pero la historia de la letra O comenzó cuando los fenicios recogieron el jeroglífico egipcio
que representaba un ojo y lo simplificaron. Ayin era el nombre de esa letra, ojo, con un sonido
que acabó dejándose de usar para convertirse en vocal.
Este signo dio origen a las dos oes del alfabeto griego: Omega, la O larga; y la Ómicron, la O
corta. Los romanos eliminaron esta distinción. Se quedaron con la O redondita pero aún
seguían sin tener número cero.
Como curiosidad, la O acabó siendo, en la tradición irlandesa, una letra que indicaba en los
apellidos “hijo de”, como O’Connor, O’Brian etc.
Un mono. Eso era lo que representaba un antiguo jeroglífico que acabó siendo adaptado por
los fenicios como la letra Qof, un chupachups.
Los griegos harían con ella la Qoppa, mientras que los romanos querían suprimirla, pues ya
tenían la letra C, pero no tuvieron huevos.
Y hablando de cabezas, la R también deriva de una cabeza, pero esta vez humana. Res era
cabeza en fenicio y redujeron la cabeza egipcia a una especie de P invertida.
No sería hasta el siglo tercero cuando decidieron crear una letra nueva añadiendo a esa P
una rayita.
Por otro lado, el sonido /p/ entre los antiguos era una boca, pe. Este signo llegaría a Grecia y
se convertiría en el Pi que conocemos por las putas mates.
Durante el siglo XIX se barajó para la doble rr castellana hacer una especie de ñerre, pero no
terminó de cuajar. Pero algo que sí nos quedó de los griegos es la letra Psi, que daría origen a
palabras como Psique o Psicología.
El origen de la S es algo desconcertante. Parece ser que su forma viene del antiguo
jeroglífico egipcio de un lago lleno de juncos.
De ahí, los protosinaíticos y fenicios quitaron mierda y lo dejaron en una especie de W mal
hecha. Con el tiempo acabaría girando hasta originar la Sigma griega. Otra teoría habla de
dientes y serpientes, aunque es un poco chorra.
Aunque en su forma primitiva tenga forma de X o de cruz, este signo acabaría dando lugar a
la T que conocemos a través de la Tau griega.
También hubo en Grecia una letra llamada Theta, que era una t aspirada y su signo proviene
del dibujo de una rueda.
Y llegamos al final, la Z. Su origen podría estar en el jeroglífico de una arma rollo hoz o en
una especie de carro. En el fenicio y etrusco acabó siendo una I pero los griegos le dieron su
forma famosa con la Dseta.
No fue muy usada por los romanos y la desplazaron para poner como última letra de su
alfabeto a la X.
Finalmente estaría la eñe. Ese sonido, durante la Edad Media, se escribía con doble ene, era
una doble grafía latina.
Pero claro, en los monasterios e imprentas la idea era economizar, y en vez de doble nn se
añadió una especie de tilde, una virgulilla.
Y para acabar hablemos de las letras minúsculas. No penséis que ya desde la creación del
alfabeto existían las mayúsculas y minúsculas. Antes todo se escribía con letras mayúsculas,
pero durante el siglo III en el imperio romano la cosa empezó a cambiar.
En aquel tiempo se escribía todo en papiro, un papel frágil e incómodo que estaba bien para
letras angulares. En esa época, en la ciudad de Pérgamo, se empezó a poner de moda el
Pergamino, hecho con piel animal, mucho más resistente y duradero.
Aprovechando esta nueva superficie para escribir y también con el uso de plumas de ave, las
formas angulares de las letras se fueron redondeando.
Así apareció la antigua cursiva romana, o capital cursiva, y gracias a ella el trabajo de los
escribas se agilizó mucho, pero también tenían problemas para leerla.
La cursiva nueva y la escritura uncial acabarían dando lugar en la Edad Media a la escritura
visigótica, la lombarda o la merovingia entre otras.
Es hacia el año 800, con Carlomagno, cuando ya podemos hablar de letras minúsculas. Ya
conté en el vídeo dedicado a este personaje que uno de sus consejeros, Alcuino de York,
desarrolló la minúscula carolingia, y con ella estandarizó todos los documentos del imperio
carolingio.
El caso es que gracias a esta letra más pequeña la imprenta ahorraba espacio y tinta. Esta
tipografía pondría las bases para las que tenemos actualmente, incluida la comic sans.