Acto y Procedimiento Administrativo 2019
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Acto y Procedimiento Administrativo 2019
LA ACTUACIÓN FORMAL DE LA
ADMINISTRACIÓN:
ACTO Y PROCEDIMIENTO
ADMINISTRATIVO
Eduardo Cordero Q.
Profesor Titular de Derecho Administrativo
Facultad de Derecho
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
2019
Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
Prof. Eduardo Cordero Q.
INDICE
I. INTRODUCCIÓN ....................................................................................................................... 5
II. LA ACTUACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN. CONCEPTO Y
CLASIFICACIONES ....................................................................................................................... 7
III. EL ACTO ADMINISTRATIVO............................................................................................ 9
§ 1. Derecho administrativo y Acto administrativo: el problema de su caracterización
9
§ 2. La conceptualización del acto administrativo ........................................................... 10
§ 3. El concepto de acto administrativo en Chile y sus características ........................ 12
§ 4. Clasificación de los actos administrativos.................................................................. 16
§ 5. Elementos del acto administrativo ............................................................................. 18
5.1. Elementos subjetivos...................................................................................................... 18
5.2. Elementos objetivos ....................................................................................................... 19
5.3. Elementos formales ........................................................................................................ 23
§ 6. Eficacia y extinción del acto administrativo.............................................................. 24
6.1. La eficacia del acto administrativo. Precisión conceptual......................................... 24
6.2. La eficacia de los actos administrativos ....................................................................... 25
a) Aspectos generales ........................................................................................................ 25
b) Los efectos del acto administrativo en el tiempo ..................................................... 26
c) La ejecución de los actos administrativos .................................................................. 30
6.3. La extinción de los actos administrativos ................................................................... 32
a) La extinción del acto administrativo por causas objetivas...................................... 33
b) La conducta del destinatario como causal de extinción .......................................... 33
c) La decisión de órganos públicos distintos de la Administración ........................... 34
d) La decisión de la Administración autora del acto..................................................... 34
e) El decaimiento del acto administrativo ...................................................................... 34
§ 7. La nulidad de los actos administrativos ..................................................................... 36
7.1 Introducción...................................................................................................................... 36
7.2. La base de los sistemas de nulidad: El principio de legalidad y la autonomía de la
voluntad ................................................................................................................................... 36
7.3. Nulidad, legalidad y proporcionalidad ......................................................................... 39
7.4. No toda ilegalidad produce la nulidad del acto administrativo ............................... 40
7.5. Las causales de nulidad del acto administrativo ........................................................ 42
a) La investidura irregular................................................................................................ 43
b) Incompetencia ................................................................................................................ 44
c) Ausencia o ilegalidad de los motivos .......................................................................... 45
d) Ilegalidad del objeto...................................................................................................... 46
e) La desviación de poder.................................................................................................. 46
f) Vicio de forma ................................................................................................................. 47
7.6. Una revisión del sistema de nulidad de los actos administrativos .......................... 47
7.7. A modo de síntesis .......................................................................................................... 49
IV. LA ACTIVIDAD UNILATERAL Y FORMALIZADA DE LA
ADMINISTRACIÓN: EL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO .............................. 50
§ 8. Introducción: acotación de la actividad jurídica unilateral y formalizada ............ 50
§ 9. El procedimiento administrativo: concepto y función ............................................. 53
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b) Informes .......................................................................................................................... 96
16.2. Los actos o diligencias instructorios típicos de los interesados en el
procedimiento: información pública .................................................................................... 97
c) Otros actos o diligencias de instrucción: las alegaciones y la audiencia ............ 101
§ 17. El término o finalización del procedimiento .......................................................... 103
17.2. La terminación normal.............................................................................................. 103
a) La terminación por acto unilateral: resolución expresa y presunta (silencio
administrativo) ................................................................................................................ 103
b) La terminación anormal: supuestos ......................................................................... 104
§ 18. El silencio administrativo: formas, requisitos, efectos y acreditación ................ 106
a) Consideraciones generales ........................................................................................ 106
b) El presupuesto legal de la técnica: la obligación legal de resolver todo
procedimiento administrativo ....................................................................................... 106
c) Condiciones para que opere el silencio administrativo ......................................... 107
d) Clases de Silencio: Silencio Positivo y Negativo ................................................... 107
d) Efectos del silencio administrativo .......................................................................... 109
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I. INTRODUCCIÓN
1 Propuestas de la Comisión Nacional de Ética Pública (1994), que dio lugar a la Ley Nº 19.653 de 1999,
sobre probidad administrativa aplicable de los órganos de la Administración del Estado; Agenda de
probidad. Sin embargo, el principal antecedente es el Acuerdo político legislativo para la modernización del
Estado la transparencia y la promoción del crecimiento (2003), entre el gobierno y la oposición debido a una
serie de hechos de corrupción que llevaron a una revisión de las normas sobre gasto electoral, compras en el
sector público y procedimiento administrativo.
2 La publicidad reconoce avances importantes en la jurisprudencia de Contraloría a través del dictamen Nº
49.883, de 2004; de la CIDH en el caso “Claude y otros con Chile” y del Tribunal Constitucional mediante su
sentencia Rol Nº 643, junto con el Instructivo Presidencial Nº 8/2006, entre otros, que dieron paso a
importantes cambios. Así, en el año 2005 se modificó la Constitución, mediante la Ley Nº 20.050,
incorporando en el artículo 8º una norma sobre de probidad, transparencia y publicidad, y en el año 2008
entra en vigencia la Ley Nº 20.285, de 2008, sobre Acceso a la información pública.
3 Al respecto se puede consultar el índice de percepción de la corrupción elaborado por Transparencia
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Por su parte, tampoco se innovó demasiado respecto de los trabajos que se venían
realizando desde hace más de cuarenta años, como fue un proyecto redactado por la
Comisión Nacional de la Reforma Administrativa (CONARA) nombrada por la Junta de
Gobierno luego del golpe de Estado de 1973 y que contó con la asesoría de juristas
españoles9. Además, también se debe destacar un proyecto de ley presentado por el
Francisco González Navarro. Las conclusiones se pueden encontrar en CONARA, Seminario Nacional sobre
Procedimientos Administrativos, Santiago, Chile, 1980, que contiene un documento anexo sobre la “Misión
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Presidente Patricio Aylwin en 1992, cuya discusión no tuvo avances sustanciales, siendo
archivado de forma definitiva en el año 200010.
Cabe recordar sobre esta materia que el primer cuerpo legal en América Latina es de 1972,
y corresponde a la Ley Nº 19.549, de Procedimientos Administrativos de Argentina,
reformada por la Ley Nº 21.686. Anteriormente existía un Reglamento de Normas
Generales de Procedimiento Administrativo dictado en el Perú en el año 1967, que fue
elevado a rango de ley en 1992, posteriormente reemplazado por la actual Ley Nº 27.444,
del Procedimiento Administrativo General11. Ambos textos legales marcan un arco de
tiempo en la dictación de diversas leyes de procedimiento administrativo en la región, que
en su parte gruesa sigue la misma tendencia en cuanto a su contenido 12.
Así, hemos llegado tarde a este proceso de “codificación del procedimiento administrativo”,
como lo denomina Allan Brewer-Carias13, pero rápidamente nos hemos puesto al día, ya
que el novel cuerpo legal dictado en el año 2003 ha calado de forma profunda en la cultura
jurídica de las autoridades, jueces, funcionarios y ciudadanos, demostrando una enorme
eficacia.
realizada en Chile durante los días 1º al 31 de octubre de 1979 por Francisco González Navarro”. También
se puede ver un análisis de la materia en el trabajo de Soto Kloss, 1982: 79-94, y Montt Oyarzún, 2002: 118-
133.
10 Mediante el Mensaje Nº 425-323, de 6 de mayo de 1992, el Presidente de la República Patricio Aylwin
Azócar envió al Senado un proyecto de ley sobre la base de los procedimientos administrativos. El proyecto
fue tramitado mediante el Boletín 683-06 y fue archivado en el año 2000 mientras se encontraba en primer
trámite constitucional.
11 Recientemente modificada por el D.L. Nº 1272, de 21 de diciembre de 2016.
12 A estas disposiciones debemos sumar las Normas Generales de actuación administrativa de Uruguay,
aprobadas por el D. 500/1991 (con 239 artículos), que sustituyeron al D. 640/1973; la Ley de Honduras
aprobada por el Decreto Nº 152-87, de 28 de septiembre de 1987; la Ley General de la Administración
pública de Costa Rica de 1978; en Colombia se incorporó la regulación de los procedimientos administrativos
en la reforma que se efectuó al Código Contencioso-Administrativo de 1984; la Ley Orgánica de
procedimientos administrativos de Venezuela, de 1 de julio de 1981; la Ley Nº 9784/99, de 29 de enero de
1999 que regula el procedimiento administrativo en el ámbito de la Administración pública federal en Brasil
(con una influencia portuguesa) y la Ley de procedimiento administrativo de Bolivia, de 22 de abril de abril
de 2002. Más detalles sobre la reglamentación de los procedimientos administrativos en Hispanoamérica
véase a González Pérez, 2003: 362.
13 Brewer-Carías, 2011: 47-76. También se pueden ver de este autor Brewer-Carías, 1989: 255-435;Brewer-
Carías, 1990; Brewer-Carías, 1992; Brewer-Carías, 2003; Brewer-Carías, 2009: 163-199, y Brewer-Carías,
2012: 959-994.
14 Sobre esta materia, sólo basta recordar la discusión entre el concepto orgánico y funcional de
Administración pública, a fin de determinar los contornos en la aplicación del Derecho Administrativo. Si
bien nuestro ordenamiento sigue en principio un concepto orgánico (LBGAE), existen algunos
pronunciamientos de la Corte Suprema y el Consejo para la Transparencia que tienden a hacer una
aplicación de una concesión funcional. Véase Cordero, Eduardo (2017): Administración, Derecho Administrativo
y sus principios fundamentales, Valparaíso, PUCV, pp. 3-6.
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15 Así se señala que se trata de funciones, tareas o cometidos, que se cumplen normalmente observando las
reglas (no siempre, ni normalmente, objeto de regulación o formalización jurídico, menos aún de forma
completa) técnicas o facultades propias de aquellas. Véase Parejo Alfonso, 2003: 638.
16 Gordillo, 2011: III-17.
17 El análisis tradicional, en perspectiva jurídica, de las formas de actuación de la Administración se ha
centrado en la triada de actividades descritas por Luis Jordana de Pozas en 1949 y que distinguía entre
actividad de policía, actividad de servicio público y actividad de fomento. Véase Jordana de Pozas, L.,
“Ensayo de una teoría de fomento en el Derecho administrativo”, en Revista de Estudios Públicos, Nº 48, 1949,
pp. 41-54. Dicha clasificación tuvo particular éxito en la doctrina española, al punto que hasta el día de hoy
es de uso habitual y sólo ha sido objeto de algunos matices o de la incorporación de una cuarta o quinta
categoría. Así, se hablaba además de la gestión industrial o económica (Villar Palasí, J. L., “La actividad
industrial del Estado en el Derecho administrativo”, Revista de Administración Pública, Nº 3, 1950, pp. 53-
129); de la actividad de planificación (Ariño, nota 6, p. 296) o de actividad arbitral (Parada, J. R., “Arbitraje y
derecho administrativo. La actividad arbitral de la Administración”, en Revista Galega de Administración
Pública, Nº 23, 1999, pp. 13-43). Por tal razón, no debe extrañar que nuestra doctrina también haya seguido
esta distinción para dar cuenta de la actividad material que realizan los órganos de la Administración del
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Bien es sabido que el hito de referencia en las bases del Derecho administrativo actual nos
remonta a la consagración de principios liberales que dieron sustento al modelo del Estado
de Derecho y que marca el punto de inflexión respecto del antiguo régimen. Sin embargo,
también es generalmente aceptado que los cambios políticos, sociales y económicos no son
tan abruptos como muchas veces se nos presentan y lo cierto es que el paso desde el
antiguo régimen al Estado liberal no fue la excepción. Así, existen un conjunto de
elementos del Estado absoluto que perduran como una suerte de lastre histórico que
subyacen en las instituciones políticas, lo cual tiene una incidencia necesaria en nuestra
disciplina. De esta forma, el Derecho administrativo no se construye y edifica
exclusivamente sobre bases liberales, sino que recoge una serie de elementos que lastran
su configuración y que le dan un marcado carácter autoritario heredado del absolutismo.
Estado, con el objeto de explicar las formas y técnicas con las cuales se relaciona con los particulares. Véase
Camacho Cépeda, G., “La actividad sustancial de la Administración del Estado”, en Pantoja Bauzá, R. (coord.),
Tratado de Derecho administrativo, T. IV, Santiago, Abeledo Perrot, 2010.
18 Sobre el particular, resulta de interés leer los trabajos del profesor Eduardo Soto Kloss en donde cuestiona
este privilegio, en particular se puede consultar su artículo (2001): Solve et repete. Notas sobre un resabio
absolutista en el Estado constitucional de Derecho, en Ius Publicum, No 6, 2001, pp. 79-100, en especial pp. 79-82.
También se puede consultar su trabajo (1980): La ejecución del acto administrativo (Suspensión y revocación). en
“El Derecho administrativo en Latinoamérica”, Bogotá: Instituto Internacional de Derecho administrativo
Latino, 1980, pp. 3-33.
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De este modo, uno de los puntos centrales que da cuenta de la forma que adopta el
Derecho administrativo moderno se expresa a través del concepto de acto administrativo,
en donde se condensa y manifiesta la particular posición que adopta la Administración
frente al Derecho, el conjunto de privilegios o prerrogativas que se le reconocen y, a su
vez, la forma en que se concreta su relación con los particulares.
A pesar del carácter capital que el acto administrativo, no existe en la doctrina un acuerdo
o concepto básico que permita nuclear sus características fundamentales. Cabe sólo
recordar que desde su primera formulación en las postrimerías del siglo XVIII se ha
asistido a una suerte de propuestas conceptuales de difícil unificación. A este hecho se debe
agregar una dificultad adicional, como el crecimiento y heterogeneidad de la actividad
desplegada por la Administración del Estado, lo cual hace imposible reducir todo este
cúmulo de actuaciones a una categoría única.
No obstante, en esta materia nos podemos encontrar con dos caminos básicos que ha
seguido la doctrina y jurisprudencia para definir el acto administrativo: uno de carácter
instrumental y otro sustancial.
En primer lugar, nos encontramos con un concepto de marcado carácter instrumental, que
sólo pretende deslindar la competencia entre los Tribunales que ejercen la jurisdicción
común frente aquellos que les corresponde ejercer una jurisdicción especial contencioso-
administrativa. La forma de resolver este problema estrictamente competencial fue
recurrir a un concepto amplio de acto administrativo, capaz de abarcar la mayor cantidad
de manifestaciones del actuar jurídico y material de la Administración pública y que se
expresa en el conocido concepto formulado por MERLIN, quien entiende al acto
administrativo comprensivo de las decisiones de la autoridad administrativa, una acción o
un hecho de la Administración que tiene relación con sus funcione19.
En segundo término, nos encontramos con conceptos o categorías sustanciales, esto es,
aquellas que tratan de caracterizar el acto administrativo sobre la base a elementos
distintivos, que permitan distinguirlos de otros tipos de actos que producen efectos en el
mundo jurídico. En este sentido, encontramos los esfuerzos realizados por la dogmática
alemana y francesa de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, las que destacaron
como elemento definidor de tal categoría su carácter singular y autoritario, que permite
separarlo de otros actos de autoridad que tienen un carácter normativo y del negocio
jurídico, basado en la libre voluntad de las partes concurrentes. Así, Otto MAYER
entendió que el acto administrativo no era sino un acto de autoridad, semejante a una
sentencia judicial, pero que emana de los órganos que integran la Administración, y que
tienen por objeto aplicar a un caso particular una norma previa de carácter general20. Por
su parte, el máximo representante de la doctrina administrativista francesa, Maurice
Hauriou, perfiló el concepto en torno a su carácter decisorio y ejecutivo (sería una décision
éxécutoire), que no sólo innova en el mundo jurídico y material, sino que también está
19 MERLIN, M. (1812): Répertoire universel et raisonné de jurisprudence, 4e édition corrigée. Paris: chez Garnery.
20 MAYER, Otto (1949): Derecho administrativo alemán. T. I, Buenos Aires: Desalma, 1949, p. 125 y ss.
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Sin embargo, dentro de esta segunda corriente, sin lugar a dudas que la que mayor
influencia la ha ejercido la noción construida desde el conceptualismo jurídico alemán en la
segunda mitad del siglo XIX en el ámbito del Derecho privado. Así por lo demás lo
sostenía el gran maestro alemán Paul Laband al señalar que: «La tarea científica de la
dogmática de un determinado Derecho positivo consiste en la construcción de institutos jurídicos, en
la reducción de las singulares proposiciones jurídicas a conceptos más generales y, por otro lado, en
la deducción de las consecuencias resultantes de tales conceptos»22. Si bien este método marco las
bases del conceptualismo positivista en el ámbito del Derecho público alemán, no fue sino
la doctrina italiana la que desarrolló un concepto de acto administrativo en base a estos
cánones, que encontró en la pluma de Guido Zanobini su mejor expresión y, al mismo
tiempo, su mayor proyección en la doctrina continental europea y en Latinoamérica: el acto
administrativo sería cualquier declaración de voluntad, de deseo, de conocimiento o de juicio
realizada por un sujeto de la Administración pública en ejercicio de una potestad administrativa 23.
Esta influencia no sólo llegó al ámbito conceptual, sino que se proyectó en la forma de
comprender y tratar cada uno de los tópicos del acto administrativo bajo la sistemática
seguida respecto de la figura que tuvo como modelo, esto es, el negocio jurídico. De esta
forma, se ha estudiado junto al concepto las distintas clasificaciones que puede dar lugar el
acto administrativo, se diseccionarán de forma abstracta cada una de sus partes para dar
lugar al estudio de sus elementos y terminar explicando su forma de configuración
anómala bajo el análisis de la invalidez o nulidad, es decir, siguiendo el plan adoptado por
el pandectismo alemán.
Sin embargo, este concepto tiene el defecto de abarcar apenas una parte de la amplia gama
de formas que adopta la actuación de la Administración, la cual van desde actos sujetos al
Derecho administrativos (v.gr. una expropiación) hasta actos que se encuentran sometidos
al Derecho privado (v.gr. venta de un bien fiscal). A su vez, dentro de los primeros
encontramos algunos que tienen un carácter formal, ya sean que surjan dentro de un
procedimiento administrativo (v.gr. una sanción administrativa, una concesión, una
expropiación) o al margen del mismo (v.gr. emisión de un certificado de nacimiento),
frente a lo que constituyen actuaciones de carácter material (v.gr. la detención de un
delincuente o la operación de un paciente en hospital público).
21 HAURIOU, M. (2002): Précis de droit administratif et de droit public. Paris: Dalloz, (reimpresión de la 12a ed.,
publicada por Sirey en París, 1933).
22 LABAND, Paul (1911): Das Staatsrecht des Deutschen Reiches. 5a ed. vol. I. Tübingen: Scientia Verlag Aalen,
1911, p. IX y ss.
23 ZANOBINi, Guido (1958): Corso de Diritto Amministrativo. Vol. I, Milano: Guiffré, 1958, p. 243.
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procedimiento administrativo, ya sea que constituyan actos destinada a dar curso al mismo
(actos de trámites) o que pongan fin al mismo (acto terminal). Por tanto, queda fuera del
mismo todas las actuaciones regidas por el Derecho privado24, así como las actuaciones
sometidas al Derecho administrativo, pero que se generan al margen de un procedimiento
formal o constituyen una simple actuación material.
Ahora bien, en esta materia nuestro legislador continúo con esta tendencia —que no es
común en los ordenamientos comparados29–, y en la Ley No 19.880, que establece las
24 Lo señalado es sin perjuicio de la conocida figura de los actos separables, la cual se presenta en aquellas
actuaciones que se rigen por el Derecho privado, como la venta de un bien fiscal, pero que está precedido de
un acto administrativo, producto de una decisión formal adoptada por la Administración en orden a realizar
dicha venta. En este caso, la venta está sometida al Derecho común, mientras que el acto administrativo
estará sometido plenamente a las normas del Derecho administrativo, tanto en su contenido, como a las
formas de impugnación del mismo.
Se puede consultar los trabajos del profesor Eduardo Soto Kloss, en
particular su artículo (2001): La noción de acto administrativo en el derecho chileno, una perspectiva sustancial, en
Ley No 19.880, sobre procedimientos administrativo. Conferencias, Santo Tomás de Aquino. Santiago:
Universidad Santo Tomás, pp. 33-44. Por su parte, también es referencia obligada sobre la materia la obra de
PANTOJA BAUZÁ, Rolando (1960): Concepto de acto administrativo, Santiago: Jurídica de Chile.
25 JARA CRISTI, Manuel (1948): Manual de Derecho Administrativo, Santiago, Editorial Jurídica de Chile, p.
116.
26 VARAS, Guillermo (1940): Derecho Administrativo, Santiago, Nascimiento, p. 253.
27 PANTOJA (1960), p. 24.
28 En el mismo sentido, señala que “[…] para que estemos en presencia de un acto administrativo se requiere lo
siguiente: 1.- que exista una declaración de voluntad; 2.- que dicha declaración emane de un órgano administrativo; 3.-
que el órgano emisor sea competente para expedirla; 4.- que el acto implique una decisión tendiente a producir un efecto
jurídico; 5.- que recaiga tanto en derechos, deberes o intereses de las entidades administrativas o sobre derechos y deberes
de particulares frente a la Administración”. Véase Dictamen Nº 5.380, de 2000.
29 Así ocurre con la Ley de Procedimiento Administrativo de la República Federal Alemana de 1976, cuya
última modificación data del año 2003, en su parágrafo 34 da un concepto de acto administrativo señalando
que es “[…] toda disposición, resolución u otra medida de autoridad adoptada por un órgano administrativo y
dirigida a la regulación de un caso particular en el ámbito del Derecho público, con efectos inmediatos en el exterior”.
Por su parte, en el Perú la Ley Nº 27.444, de 10 de abril de 2001, define el acto administrativo como “[…]
las declaraciones de las entidades que, en el marco de normas de derecho público, están destinadas a producir efectos
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Bases de los Procedimientos administrativos que rigen los actos de los órganos de la
Administración del Estado (en adelante LBPA) nos entrega un concepto de acto
administrativo, codificando las normas que lo regulan.
La particularidad es que se trata de una definición que coincide básicamente con los actos
de carácter formalizados (y preferentemente, aunque no de manera excluyente, en los que
se producen en el marco del procedimiento administrativo y que le ponen fin), muy
apegada por lo demás al concepto dado por el Guido Zanobini. En tal sentido, el artículo
3º LBPA establece que:
“Para efectos de esta ley se entenderá por acto administrativo las decisiones formales que
emitan los órganos de la Administración del Estado en las cuales se contienen declaraciones
de voluntad, realizadas en el ejercicio de una potestad pública. [...] Constituyen, también,
actos administrativos los dictámenes o declaraciones de juicio, constancia o conocimiento
que realicen los órganos de la Administración en el ejercicio de sus competencias”.
Este apartado de la ley no sólo le da un carácter particular al acto administrativo, sino que
viene a proyectar la particular posición que tiene la Administración frente al Derecho y los
Tribunales de Justicia, en el cumplimiento de sus funciones. Además, también viene a dar
cuenta de la forma o sentido que adopta nuestro Derecho administrativo, anclado con la
tradición de la Europa continental.
Lo anterior descarta una concepción meramente procesal o formal, que tiene especial
importancia en los sistemas que han adoptado un sistema dual de jurisdicción, vale decir,
en donde existe una jurisdicción contencioso-administrativa junto a una jurisdicción
ordinaria o común, con el objeto determinar la competencia de los tribunales de justicia
que han de conocer de la actividad administrativa. En este sentido, lo normal es que este
concepto abarque la totalidad de las actuaciones administrativas que enumeramos en el
epígrafe precedente, siempre que se hallen sometidas al Derecho administrativo. Sin
embargo, nuestro sistema carece de una jurisdicción contencioso-administrativo general,
de forma que el concepto de acto administrativo no viene a cumplir ninguna función desde
el punto de vista de la competencia de los tribunales30.
jurídicos sobre los intereses, obligaciones o derechos de los administrados dentro de una situación concreta” (artículo
1.1).
30 Este es un tema capital en los sistemas de la Europa continental, a tal punto que autores como Ramón
Parada sostenga que el único concepto válido sea el del carácter procesal. Véase PARADA, Ramón (2002):
Derecho administrativo. Parte general. 13a ed. T. I, Madrid: Marcial Pons, pp. 92 y ss. Sin embargo, esto no ha
impedido el desarrollo de un concepto sustancial en España, especialmente de la mano de autores como Raúl
Bocanegra. Véase BOCANEGRA SIERRA, Raúl (2004): Lecciones sobre el acto administrativo. 2a ed., Madrid:
Thomson Civitas, y (2005): La teoría del acto administrativo. Madrid: Iustel, 2005.
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a) Es una decisión formal, lo cual exige como mínimo que el acto conste por escrito y
sea suscrito por la autoridad competente, cumpliendo los demás requisitos formales
previstos por la ley, entre los cuales destaca su fundamentación.
b) Emana de un órgano que forma parte de la Administración del Estado, lo cual excluye
las entidades privadas, aun cuando cuenten con participación pública, y las
entidades públicas que para efectos de esta ley no se consideran parte de la
Administración o son excluidas de la aplicación de sus normas, como sucede con
los órganos dependientes del poder legislativo y judicial, o el Banco Central y las
empresas públicas creadas por ley.
d) Exige, por regla general, de un procedimiento previo para su dictación, lo cual constituye
también un requisito de carácter formal.
e) Se presume legal, por lo que corresponde a quien alega lo contrario acreditar que el
acto se ha dictado no respetando el ordenamiento jurídico 31. En todo caso, en
nuestra doctrina se ha dado una discusión respecto de esta presunción32, a pesar de
lo cual la Contraloría ya la reconocía en su jurisprudencia administrativa33 y vino a
ser ratificada por la LBPA en el inciso final de su artículo 3°.
31 Bien conocida es la discusión que se ha dado en nuestro país respecto de esta presunción de legalidad.
Véase ARÓSTICA MALDONADO, Iván (1991): ¿Qué queda de la presunción de legalidad? en Revista de Derecho y
Jurisprudencia, t. 88, Primera parte, Sección Derecho, pp. 1-7; SOTO KLOSS (2001); RIVEROS DE GARCÍA,
Beatriz (2006): La presunción de legalidad del acto administrativo: el art. 3o de la ley no 19.880 de procedimientos
administrativos a la luz de la Constitución de 1980, en Ius Publicum, No 16, pp. 117-124. No obstante, la
Contraloría ya reconocía en su jurisprudencia esta presunción, como el Dictamen N° 1589, de 1957, en
donde se establece que un decreto supremo legalmente tramitado tiene pleno valor y eficacia jurídica dentro
de la Administración pública y debe por tanto ser cumplido y respetado por funcionarios públicos no
siéndoles lícito excusarse de cumplirlo a pretexto de la supuesta ilegalidad del mismo, ya que una vez que ha
sido tramitado y tomado razón por Contraloría se ha establecido una verdadera presunción de legalidad. Lo
anterior no significa coartar libertad de un funcionario para representar la ilegalidad de un decreto, a fin de
que ella pueda ser reparada en caso de existir, por quien corresponda. También se pueden consultar los
dictámenes Nºs. 117, 7355, 8449, 9161 y 14441 todos de 2007.
32 Vid. ARÓSTICA MALDONADO, Iván (1991): ¿Qué queda de la presunción de legalidad? En Revista de Derecho
y Jurisprudencia, t. 88, 1991, Primera parte, Sección Derecho, pp. 1-7; SOTO KLOSS, Eduardo (2001): La ley
19.880, sobre procedimientos administrativos, ¿“Aleluya” o “Miserere”?, en “Ley No 19.880, sobre procedimientos
administrativo. Conferencias”, Santo Tomás de Aquino. Santiago: Universidad Santo Tomás, 2001; RIVEROS
DE GARCÍA, Beatriz (2006): La presunción de legalidad del acto administrativo: el art. 3º de la Ley Nº 19.880 de
procedimientos administrativos a la luz de la Constitución de 1980, en Ius Publicum, No 16, pp.117-124.
33 Esta constituye una jurisprudencia asentada en numerosos dictámenes, como el Dictamen N° 1589 de
1957, en donde se establece que un decreto supremo legalmente tramitado tiene pleno valor y eficacia
jurídica dentro de la administración pública y debe por tanto ser cumplido y respetado por funcionarios
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públicos no siéndoles lícito excusarse de cumplirlo a pretexto de supuesta ilegalidad del mismo, ya que una
vez que ha sido tramitado y tomado razón por Contraloría se ha establecido una verdadera presunción de
legalidad. Lo anterior no significa coartar libertad de un funcionario para representar la ilegalidad de un
decreto, a fin de que ella pueda ser reparada en caso de existir, por quien corresponda. También se pueden
consultar los dictámenes Nºs. 117, 7.355, 8.449, 9.161 y 14.441, todos de 2007.
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b) En cuanto a los efectos que produce respecto de terceros, se distingue entre actos de
efectos favorables o de efectos desfavorables. Los actos favorables son aquellos que
implica un beneficio o mejora en la esfera jurídica del destinatario del acto, como el
otorgamiento de una concesión sobre un bien público o una autorización. En
cambio, el acto desfavorable es aquél que produce un efecto negativo en la esfera
jurídica de su destinatario, como una sanción administrativa. A este respecto
debemos hacer las siguientes precisiones:
ii. Los actos desfavorables no pueden tener efecto retroactivo, lo que si sucede
con los actos favorables (artículo 52 LBPA).
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v. Por último, los actos desfavorables exigen audiencia del afectado como
requisito esencial del procedimiento administrativo, tal como lo ha afirmado
la jurisprudencia del Tribunal Constitucional en relación con la aplicación
de la garantía del racional y justo procedimiento prevista en el artículo 19
Nº 3 inciso 6º de la Constitución.
c) En relación con los destinatarios del acto administrativo, se distingue entre actos
administrativos de efectos generales y de efectos individuales. La importancia dice
relación con el momento en que dichos actos producen efectos. Así, los actos
administrativos que interesen a un número indeterminado de personas requieren
ser publicados en el Diario Oficial (artículo 45 b) LBPA), mientras que los actos
administrativos de efectos individuales deben ser notificados para que produzcan
efectos (artículo 45). En todo caso, las modalidades de notificación son diversas.
Por regla general, la notificación es por carta certificada, pero también se admite la
notificación personal, tácita y mediante la publicación del acto (artículos 46, 47 y
48 LBPA).
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ii. También por regla general los actos administrativos de trámite no son
impugnables, ya que se entiende que la impugnación del acto terminal
implica también la impugnación de todos los actos de trámite que fueron
parte del procedimiento.
iii. Sin embargo, los actos de mero trámite son impugnables cuando
determinen la imposibilidad de continuar un procedimiento o produzcan
indefensión. En el primer caso nos encontramos con los casos de
desistimiento, renuncia del derecho, prescripción y causa sobreviniente, que
exige de un acto fundado (artículo 14 LBPA). En el segundo supuesto, la
indefensión se puede presentar al denegarse la apertura de un término
probatorio o una audiencia que constituya un requisito esencial.
f) En cuanto a sus requisitos formales, los actos administrativos pueden ser fundados o no
fundados. La fundamentación consiste en expresar los motivos de hecho y derecho
que ha tenido la autoridad para emitir el acto, como garantía de transparencia y de
derecho a la defensa del destinatario al momento de impugnarlo. Ahora bien,
conforme a la LBPA se deben fundar: i) el acto terminal (artículo 41 inciso 4º); ii)
los actos de trámites que pongan término al procedimiento (artículo 14 inciso
final); iii) los actos de trámite que afectaren los derechos de los particulares, sea que
los limiten, restrinjan, priven de ellos, perturben o amenacen su legítimo ejercicio
(artículo 11 inciso 2º) y iv) los actos que resuelvan recursos administrativos
(artículo 11 inciso 2º).
Siguiendo el tratamiento general del acto administrativo, la doctrina se hace cargo de los
elementos que lo conforman, para establecer las condiciones o requisitos de validez del
mismo. A su vez, para este análisis se distinguen tres categorías: a) los elementos
subjetivos, b) los elementos objetivos y c) los elementos formales.
Los elementos subjetivos son aquellos que atienden a la autoridad que emite el acto, y su
análisis se centra en tres elementos básicos: i) Que se trate de un órgano que forme parte
de la Administración del Estado; ii) la investidura de la autoridad y iii) su competencia.
Es una condición esencial que el acto emane de un órgano que forma parte de la
Administración del Estado, conforme lo define el artículo 1º de la LBGAE con las
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precisiones que hace el artículo 2º de la LBPA. En tal sentido, no tienen la calidad de acto
administrativo aquellos que emanan de entidades que están bajo la dependencia de otros
poderes públicos, como sucede con el Poder Judicial y el Congreso Nacional. A su vez,
tampoco tienen esta calidad aquellos actos emanan de entidades privadas, aun cuando
tengan participación órganos públicos.
Los elementos objetivos atienden al acto en sí mismo, en los cuales la doctrina comprende:
i) los motivos de hecho y de derecho que han servido de base a la decisión adoptada; ii) el
objeto, que contienen el pronunciamiento final de la autoridad; y ii) el fin, en relación al
interés público específico establecido por la ley para la dictación del acto.
En cuanto a los motivos del acto administrativo, estos siempre reconocen una causa o motivo
que justifica su dictación. Si bien en el Derecho privado se hace la distinción entre motivo
y causa34, aquello no ocurre necesariamente en el caso del Derecho administrativo, ya que
los órganos administrativos no tienen otro fundamento en el actuar que aquellos previstos
en la ley35. Esto hace que sus motivos sean siempre objetivos y se encuentran lejos de
cualquier actuación impulsiva o del mero arbitrio36. Bien se ha señalado que el control de
los motivos del acto administrativo se erige como uno de los puntos centrales del control
34 En la doctrina civil se distingue entre los motivos y la causa. Mientras los primeros son indeterminados
(causa impulsiva), el segundo es constante y permanente (causa finalis). En este sentido se ha señalado que
“[…] motivo o móvil, llamado también causa impulsiva u ocasional, es el fin mediato, lejano, que se propone una
persona al obligarse; es la razón personal, a menudo secreta, que mueve a una persona a contraer la obligación.
Mientras la causa final es siempre la misma tratándose de idéntico tipo de actos, el motivo o causa impulsiva es
variable hasta el infinito según sean las personas que celebran el acto o contrato”. Vid. ALESSANDRI, Arturo;
SOMARRIVA, Manuel y VODANOVIC, Antonio. Tratado de Derecho Civil. Parte Preliminar y General, Santiago,
Editorial Jurídica, p. 178.
35 GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ, Tomás-Ramón (2008): Curso de Derecho Administrativo,
GARRIDO FALLA, Fernando, Tratado de Derecho Administrativo, Madrid, Tecnos, 13ª ed. v. II, 2002, pp. 598-
606, y CASSAGNE, Juan Carlos, El acto administrativo. Teoría y Régimen Jurídico, Buenos Aires, La Ley, 2012,
pp. 225-229.
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Ahora bien, el vicio en los motivos puede presentarse en el caso que no concurran los
presupuestos de derecho y de hecho necesarios para su dictación (ausencia de motivos), o
existe una errónea interpretación de la ley, falsedad de los hechos o errónea apreciación de
los hechos y de su calificación subsiguiente (ilegalidad en los motivos).38
En todo caso, debemos entender que la discrecionalidad es una decisión deliberada por
parte del legislador como un instrumento entregado a la Administración para plasmar -
dentro de los márgenes que la propia ley establece— una determinada política pública. La
doctrina en general está de acuerdo en que no es posible encontrar potestades totalmente
discrecionales, ya que siempre es posible constatar la concurrencia de elementos reglados
que son insoslayables (como son la existencia de la potestad, la competencia, el control de
los hechos determinantes y el fin), además del respeto de los principios generales del
derecho en el caso del contenido nuclear de la decisión (v.gr. igualdad, no discriminación,
proporcionalidad, buena fe, confianza legítima, etc.).39
Por su parte, la doctrina siguiendo los modelos ius privatistas, establecen una serie de
condiciones de validez del objeto del acto administrativo, en la medida que debe ser: a)
lícito; b) determinado; y c) posible física y jurídicamente40.
MARIENHOFF, para quien la moralidad constituye un elemento de igual rango o jerarquía de los otros
elementos. Véase CASSAGNE (2012), p. 230, y MARIENHOFF, Miguel (2011): Tratado de Derecho
Administrativo, 4 ed. T. II, AbeledoPerrot, Buenos Aires, p. 280. En nuestra opinión, la moral está
estrechamente vinculada a los conceptos de ética pública y, particularmente, con la noción de probidad que
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iii. Se deben respetar los principios generales del derecho. Este constituye uno de los
principales mecanismos de control de la discrecionalidad, haciéndose aplicación del
principio de igualdad y no discriminación arbitraria 42, proporcionalidad43 y buena fe.
Por último, nos encontramos con el fin del acto administrativo. Si bien toda actuación de los
órganos administrativos tiene por objeto satisfacer intereses públicos o generales, la ley le
asigna en muchos casos un interés público específico que justifica la actuación y debe ser
cumplido. Así, si el acto se dicta para satisfacer un interés distinto al previsto por la
norma, se produce una ilegalidad en cuanto al fin, conocida también como desviación de
poder, y que analizaremos al tratar de las causales de nulidad que afectan a un acto
administrativo.
Puede suceder que los efectos del acto administrativo no sean puros y simples, sino que
estén sujetos a cláusulas accesorias que amplíen o restrinjan el objeto normal del acto,
como puede ser el plazo, la condición o el modo. En primer término, para que la autoridad
pueda establecer estos elementos o cláusulas accesorias se requiere de una norma legal
expresa. En efecto, los órganos de la Administración deben someterse de forma estricta al
principio de legalidad, razón por la cual no sería posible sostener la existencia de cláusulas
accidentales entregadas al libre arbitrio de la autoridad, salvo cuando se trata de
potestades discrecionales, caso en el cual se reconoce un mayor margen de actuación, pero
demanda de las autoridades y funcionarios “[…] una conducta funcionaria intachable y un desempeño honesto y
leal de la función o cargo, con preeminencia del interés general sobre el particular”, conforme a la Ley Nº 18.575,
formando parte de la legalidad de su actuación.
41 En el Dictamen Nº 85.944, de 2015, se señala que “[…] el servicio público ha subsanado el vicio de que
adolecía el Manual de Patrocinios, siendo procedente asignar a dicho acto administrativo un efecto retroactivo, al tenor
del artículo 52 de la ley N° 19.880, puesto que produce consecuencias favorables para los interesados y no lesiona
derechos de terceros”.
42 Véase Dictamen Nº 28.896, de 2008. En este caso se sostuvo que “[…] el artículo 32 [del Decreto 23, de
2007, del Ministerio de Bienes Nacionales] para las personas que allí se mencionan, altera, en términos carentes del
debido fundamento racional, la aplicación de los criterios generales definidos por el reglamento, de forma tal que dicha
diferencia no cumple con los requisitos que exige nuestro ordenamiento jurídico -en especial, el artículo 19, N° 2, inciso
segundo, de la Constitución Política-, debiendo entonces entenderse que la autoridad ha excedido en esta parte los
límites en el marco de los cuales debe ser ejercida la potestad reglamentaria de ejecución”.
43 Véase Dictamen Nº 39.990, de 2012, respecto del reglamento de la Comisión Nacional de Acreditación que
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sujeto al interés general44. Más aún, algunos autores han sostenido la improcedencia de la
“condición suspensiva” respecto del acto administrativo en general, y especialmente con
relación al acto discrecional. Así MARIENHOFF afirmaba que “[…] los actos administrativos
que se emitan sin la concurrencia actual de los “hechos” que justifican su emisión, son actos viciados
por falta de “causa” o “motivo”.45
En nuestro ordenamiento se aplican dos normas centrales en materia de efectos del acto
administrativo. En primer término, el artículo 3º inciso final de la Ley Nº 19.880 establece
que “Los actos administrativos gozan de una presunción de legalidad, de imperio y exigibilidad
frente a sus destinatarios, desde su entrada en vigencia, autorizando su ejecución de oficio por la
autoridad administrativa, salvo que mediare una orden de suspensión dispuesta por la autoridad
administrativa dentro del procedimiento impugnatorio o por el juez, conociendo por la vía
44 En un sentido similar se pronuncia la Contraloría al sostener que “[…] no es efectivo que en el ámbito de las
AFPs pueda aplicarse sin ninguna restricción el principio de autonomía de la voluntad”. Dictamen Nº 98.889,de
2015.
45 MARIENHOFF, Tratado, T. II, p. 282.
46 CASSAGNE, p. 257.
47 GARCÍA DE ENTERRÍA, Curso, T. I, p. 566.
48 SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso, Principios de Derecho Administrativo General, T. II, Madrid, Iustel, pp.
129-130.
49 Véase SANTAMARÍA PASTOR, p. 130.
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jurisdiccional”. A su vez, el artículo 51 del mismo cuerpo legal dispone que “Los actos de la
Administración Pública sujetos al Derecho Administrativo causan inmediata ejecutoriedad, salvo
en aquellos casos en que una disposición establezca lo contrario o necesiten aprobación o
autorización superior”.
Al efecto, de ambas disposiciones se desprende que los actos administrativos producen sus
efectos, por regla general, desde el momento en que se dictan. Sin embargo, la misma
norma establece la posibilidad de que la autoridad suspenda los efectos en el marco de un
procedimiento impugnatorio, o que una disposición establezca lo contrario o necesiten
aprobación o autorización superior. Por lo tanto, la regla general es que los actos
administrativos produzcan sus efectos de forma inmediata, salvo en las excepciones
previstas por la ley, una de las cuales es que una disposición establezca lo contrario. En
ningún caso se establece que esta disposición deba estar prevista sólo en la ley, porque
bien se puede considerar en una norma reglamentaria, en una circular o instructivo o en el
propio acto administrativo. En este último caso, la procedencia de una cláusula accesoria
sólo puede hacerse de forma excepcional, debiendo ser coherente con la finalidad
perseguida por la norma que regula el contenido principal del acto.
Por último, nos encontramos con los requisitos o elementos formales que debe cumplir el
reglamento. En este caso tradicionalmente se distingue entre los requisitos de
procedimiento y los requisitos que se exigen en la emisión del acto administrativo.
c) Debe estar motivado o fundado, es decir, debe expresar los motivos. La doctrina
denomina a este requisito formal como “motivación”, para distinguirlo de los
“motivos” como requisito objetivo. Habitualmente en los actos administrativos
aparecen bajo la siguiente denominación:
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g) Por último, deben expresar los recursos que contra del mismo procedan, órgano
administrativo o judicial ante el que hubieran de presentarse y plazo para
interponerlos.
50Vid. BOCANEGRA (2004), p. 108, quien señala que un acto administrativo es válido cuando cumple con las
condiciones, formales y materiales, que el ordenamiento exige para su existencia, la validez equivale, por
tanto, a la plena conformidad a Derecho del acto administrativo
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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ejecución51. Por tal razón, parece más apropiado hablar de ejecutividad en este sentido más
que de eficacia, tal como algunos autores lo denominan.
Por último, la ejecutoriedad da cuenta de los actos administrativos firmes, estos son,
aquellos que no han sido objeto de impugnación o que habiendo sido, estos ya han sido
resueltos en sede administrativa y/o jurisdiccional. No obstante, nuestra LBPA dispone en
su artículo 51 que “[…] los actos de la Administración Pública sujetos al Derecho
Administrativo causan inmediata ejecutoriedad, salvo en aquellos casos en que una disposición
establezca lo contrario o necesiten aprobación o autorización superior”.
Como se puede observar, aquí se confunden los conceptos de eficacia y ejecutoriedad, para
aludir al hecho de que los actos administrativos producen sus efectos desde su dictación,
esto es, una vez que se han agotado todas las etapas que integran el procedimiento
administrativo.
Como bien se puede apreciar, estos estados pueden coincidir en un acto administrativo,
como también pueden no darse. Así, un acto administrativo válido normalmente será
eficaz y producirá sus efectos, pero bien puede ocurrir que su eficacia quede en suspenso
por hechos ulteriores, como puede ser su notificación, publicación o por una suspensión
ordenada por la propia autoridad administrativa o jurisdiccional. A su vez, la ejecutoriedad
de un acto está condicionada a la impugnación del mismo, pero esto no impide su eficacia,
porque bien puede el acto producir todos sus efectos y ejecutarse, aun cuando esté
pendiente su impugnación, salvo que se ordene su suspensión.
a) Aspectos generales
51 En este sentido, BOCANEGRA (2004), p. 120, señala que un acto es eficaz cuando su contenido resulta
jurídicamente vinculante y no cuando se materializa, de hecho, en la realidad. Así, una autorización puede ser
eficaz y no concretarse en actuación alguna, si el titular de la misma no despliega la actividad consentida o
lleva a cabo la obra autorizada.
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Por último, en la medida que el acto impone a los destinatarios un deber, en caso de que
éste no sea cumplido, da lugar al ejercicio de la potestad sancionadora de la
Administración en los casos previstos por la ley, lo cual es sin perjuicio del derecho a
interponer contra el acto los recursos que se estimen procedentes.
El acto administrativo produce sus efectos desde su entrada en vigencia hasta su extinción.
Sin embargo, existen una serie de hechos que pueden condicionar su eficacia o en su caso
interrumpirla. Por su parte, también se debe determinar con precisión el momento en que
este acto va comenzar a producir los efectos que le son propios. Por tal razón, en este
apartado nos avocaremos a establecer el momento en que se inicia la eficacia del acto
administrativo (i), la posibilidad de que produzca efectos antes de su entrada en vigencia
(ii), la suspensión de sus efectos (iii) y los hechos que determinan su extinción (iv).
i. Momento en que el acto administrativo produce sus efectos. Regla general y excepciones.
52Tal como lo señala SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso (2001): Principios de Derecho administrativo. T. II,
Madrid. Ramón Areces, p. 164, esta es una fórmula tradicional, tomada de la doctrina italiana, que expresa la
denominada de validez o legitimidad: una presunción juris tantum, con arreglo a la cual los actos
administrativos han de tenerse por ajustados a Derecho, hasta tanto su invalidez no sea declarada
formalmente por otro acto posterior o por una sentencia judicial. Sin embargo, esta expresión, que pretendía
explicar las causas jurídicas de la autotutela declarativa (los actos son capaces de modificar per se situaciones
jurídicas porque se presumen legalmente válidos), es técnicamente incorrecta: el que un acto se presuma
válido no supone, necesariamente, que pueda modificar por sí sólo, de modo autoritario, situaciones jurídicas
de otros sujetos. La presunción sólo expresa, de modo bastante críptico, la imposición al destinatario del acto
de la carga de recurrirlo si desea privarle de eficacia.
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causan inmediata ejecutoriedad, salvo en aquellos casos en que una disposición establezca
lo contrario o necesiten aprobación o autorización superior.53
Como ya lo hemos visto, nuestra legislación confunde la eficacia con la ejecutoriedad del
acto administrativo, calidades no necesariamente coincidentes. Esto se debe a que un acto
administrativo puede producir sus efectos y ser ejecutivo desde el momento de su
dictación, salvo excepciones, a pesar de no encontrarse a firme o ejecutoriado, en la medida
que existan recursos pendientes, ya sean administrativos o jurisdiccionales. Por tal razón,
no es efectivo que los actos administrativos causen inmediata ejecutoriedad, sino que
producirán sus consecuencias jurídicas, por regla general, una vez que se haya puesto
término al procedimiento administrativo y mientras no se interrumpan los mismos
mediante un acto de la propia autoridad administrativa o del juez.
Sin embargo, la LBPA establece tres excepciones a esta regla, tomada de la legislación
española y no sin cierto cuestionamiento. Se exceptúan aquellos casos en que: a) una
disposición establezca lo contrario; b) o necesiten aprobación o autorización superior, c)
además que "[…] los decretos y las resoluciones producirán efectos jurídicos desde su notificación
o publicación, según sean de contenido individual o general” (inc. 2º). Existen, por tanto, tres
supuestos que impiden la inmediata eficacia del acto administrativo. Analicemos cada uno
de ellos.
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primer momento (como lo demuestra que puede ser objeto de recurso a partir de dicha
fecha).55
Sin embargo, nuestra norma es más amplia, de manera que los efectos del acto
estarán en suspenso cuando el mismo acto o una disposición, sea legal o reglamentaria,
dispongan otra cosa. Quizás el mejor ejemplo que se puede dar al respecto es el caso del
acto administrativo que contiene el nombramiento de un funcionario, el cual sólo
producirá sus efectos una vez que el funcionario haya aceptado el cargo y lo asuma, tal
como lo dispone nuestro Estatuto Administrativo.56
c) El único caso que constituye una excepción está constituido por la necesidad de
notificación o publicación, que ha de tener lugar respecto de todos los actos que afecten a
los derechos o intereses de quienes tienen la calidad de partes en un procedimiento (art. 51
inc. 2o). El acto, en este caso, es válido y perfecto, pero el deber de su cumplimiento no
surge sino cuando la notificación o publicación han sido correctamente realizadas.
Uno de los problemas asociados a los efectos del acto administrativo es la posibilidad de
que este pueda producir efectos respecto de hechos acaecidos con anterioridad a su entrada
en vigencia. Antes de la entrada en vigencia de la LBPA, la jurisprudencia de la
Contraloría General había sido constante en sostener el principio de la irretroactividad de
los actos administrativos, señalando que los decretos y resoluciones sólo pueden regir para
el futuro y una vez cumplida su total tramitación, de suerte que no podría disponerse que
entren a regir a contar de una data anterior a la de su total tramitación.57
El hecho de que los actos administrativos puedan poseer eficacia retroactiva siempre se ha
considerado con la misma desconfianza y posición restrictiva que la retroactividad de las
normas, por el peligro que siempre conlleva este tipo de regulaciones a la seguridad
jurídica. Sin embargo, la LBPA atenuó los alcances de la posición adoptada la Contraloría
y ha dispuesto que “[…] los actos administrativos no tendrán efecto retroactivo, salvo cuando
produzcan consecuencias favorables para los interesados y no lesionen derechos de terceros”. Así las
cosas, la retroactividad tiene un carácter excepcional, la cual opera en los casos y
condiciones que indica el precepto citado. Esta ha sido, por lo demás, la posición que ha
adoptado la Contraloría en el último tiempo, la cual ha señalado que “[…] la excepción al
principio de irretroactividad señalada en el citado artículo 52, atendida su naturaleza, debe ser
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interpretada y aplicada restrictivamente y, por ende, únicamente permite a la autoridad dictar actos
administrativos que afecten situaciones jurídicas ya consolidadas, en la medida que aquellos traigan
aparejadas consecuencias más favorables para los interesados y, que no se menoscaben o perjudiquen
los derechos de terceros”.58
Ahora bien, para que el acto administrativo pueda producir efectos retroactivos es
necesario que este produzca consecuencias favorables para los interesados y no lesionen
derechos de terceros. En el primer caso, el reconocimiento de una situación favorable
respecto de una persona exige que en aquella época se hayan verificado las condiciones o
supuestos de hecho que exigen tal reconocimiento. Así, por ejemplo, la Administración
puede reconocer a un funcionario, a posteriori, el derecho a percibir un bienio desde la
fecha en que habían transcurrido dos años al servicio del respectivo servicio, pero no con
anterioridad. En segundo lugar, se exige que acto favorable no lesione derechos de otras
personas a través de su retroacción. El problema que plantea este supuesto es la
imposibilidad de la retroactividad en los casos en que hubiesen comparecido personas con
intereses opuestos al interesado principal en el marco del procedimiento administrativo.
Por tal razón, algunos autores, como SANTAMARÍA PASTOR, sostienen que en este caso se
debe hacer una ponderación de intereses, de forma que la retroacción del acto favorable se
haga de la forma menos lesiva posible para los terceros interesados.59
La ejecución de oficio del acto administrativo encuentra una excepción muy importante a
través de la medida de suspensión del mismo. Sin embargo, es bueno aclarar que un
elemento esencial de la suspensión en su carácter temporal, lo cual permite distinguirla de
la extinción definitiva del acto, aunque esta medida bien puede adoptar un carácter
definitivo, en los casos en que la resolución final acoja el recurso o determine la anulación
del acto.
Esta situación está prevista en términos generales en el artículo 3° inciso final LBPA,
aludiendo a la autoridad que lo puede ordenar: “Los actos administrativos gozan de una
presunción de legalidad, de imperio y exigibilidad frente a sus destinatarios, desde su entrada en
vigencia, autorizando su ejecución de oficio por la autoridad administrativa, salvo que mediare
una orden de suspensión dispuesta por la autoridad administrativa dentro del procedimiento
impugnatorio o por el juez, conociendo por la vía jurisdiccional”.
Por tal razón, bien se puede sostener que no es necesario que un acto administrativo se
encuentre ejecutoriado para que se pueda ejecutar, ya que la interposición de un recurso
administrativo o jurisdiccional no suspende la ejecución de los actos impugnados. Esto
responde a la línea central seguida por nuestra LBPA en orden a garantizar el principio de
eficacia en la acción administrativa y así garantizar su continuidad. Sin embargo, esta
prerrogativa de la cual está dotada la Administración pueda significar un menoscabo a los
derechos de los destinatarios de dicha acción, la cual puede ser de difícil o imposible
reparación. Ante esta posibilidad se consagra la faculta de la autoridad administrativa para
ordenar la suspensión del acto, cuya regulación asume la LBPA
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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Esta idea se encuentra ratificada en el artículo 57 LBPA, al establecer que: “La interposición
de los recursos administrativos no suspenderá la ejecución del acto impugnado. Con todo, la
autoridad llamada a resolver el recurso, a petición fundada del interesado, podrá suspender la
ejecución cuando el cumplimiento del acto recurrido pudiere causar daño irreparable o hacer
imposible el cumplimiento de lo que se resolviere, en caso de acogerse el recurso”. De esta forma, la
medida de suspensión queda entregada a la decisión de la autoridad administrativa, la cual
sólo puede resolver a petición del interesado, ya que la misma disposición no considera la
actuación de oficio. Sin embargo, esto no puede enervar la aplicación del principio de
oficialidad consagrado en el artículo 8º LBGAE y, especialmente, el principio de legalidad,
servicialidad y promoción del bien común, reconocidos a nivel constitucional y legal, lo
cual permite a la autoridad administrativa decretar la suspensión del acto actuando de
oficio. Por lo demás, si de oficio puede constatar la ilegalidad de un acto y decretarla, bien
puede suspender su ejecución mientras se pronuncia sobre el fondo a fin de evitar un
perjuicio o daño irreparable.
Cuestión distinta es lo que ocurre en sede judicial, ya que la LBPA no da cuenta de las
facultades que sobre la materia tiene el juez, salvo por la breve remisión que hace el
artículo 3° inciso final. Sin embargo, se ha seguido el mismo principio en nuestra
legislación respecto de los contenciosos-administrativos especiales, como ocurre con el
reclamo de ilegalidad regional (art. 108 de la LOC Nº 19.175, sobre Gobierno y
Administración Regional) y el reclamo de ilegalidad municipal (art. 151 de la LOC Nº
18.695, de Municipalidades), en donde se faculta a la Corte de Apelaciones para decretar
una orden de no innovar cuando el acto produzca o pueda producir un daño irreparable.
Lo mismo se ha ocurrido respecto de la acción de protección, conforme lo prevé el inciso
final del apartado 3 del auto acordado relativo a su tramitación, aunque con un alcance que
excede a los de un contencioso.
Uno de los puntos centrales de la teoría del acto administrativo y que permite afirmar que
el Derecho administrativo está dominado por su concepto61, lo constituye la posibilidad de
ser ejecutado de oficio por parte de la Administración, siendo al efecto el principal
elemento que permite sostener la existencia en nuestro ordenamiento jurídico de la figura
de la autotutela en su vertiente ejecutiva.
60 Vid. SOTO KLOSS, Eduardo (1995): Derecho administrativo. Bases fundamentales. T. II, Santiago, Editorial
Jurídica, p. 193.
61 Esta es la clásica afirmación de MAYER, Otto (1949): Derecho administrativo alemán. T. I, Buenos Aires,
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Sin embargo, huelga decir que lo habitual es que los destinatarios del acto lo cumplan de
forma voluntaria, de manera que la ejecución de las decisiones de la Administración
supone la reticencia del particular a llevar adelante la conducta prevista en dicha decisión
ejecutoria. Por tal razón, es necesario establecer de forma previa las condiciones que deben
concurrir para que la Administración se encuentre en condiciones de ejecutar
materialmente sus actos (i), para luego determinar los medios para lograr la ejecución
forzosa (i).
4. Por último, es necesario la notificación de forma previa antes de la ejecución del acto, tal
como lo dispone el inc. 2º del art. 51, donde establece que “[…] el órgano que ordene un acto
de ejecución material de resoluciones estará obligado a notificar al particular interesado la
resolución que autorice la actuación administrativa”.
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El acto administrativo deja de producir sus efectos y conlleva a su extinción por diversas
causas. Con el objeto de sistematizar las circunstancias que pueden dar lugar a su
extinción, distinguiremos entre causas objetivas (a) y subjetivas, considerando dentro de
esta última aquella que derivan de la decisión del destinatario (b); de los órganos del
Estado distinto de la Administración (c); y por parte de la propia Administración (d).
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El acto administrativo puede dejar de producir sus efectos jurídicos sin que medie la
voluntad de sujeto alguno, es decir, por la desaparición de aquellos elementos o
circunstancias que le sirven de sustento. En este caso, la extinción se puede producir en
tres supuestos:
2. Por la verificación de una modalidad que conlleva a la extinción del acto. Se trata de actos
administrativos que limitan sus efectos a un plazo, como ocurre con la licencia para
conducir o el permiso de construcción, o a una condición, como ocurre con el
nombramiento de un funcionario en calidad de suplente, cargo que está condicionado al
nombramiento de un funcionario en calidad de titular.
3. Por último, el acto se puede extinguir por la desaparición de su objeto. Esta causal se
presenta en los actos administrativos de carácter real, como ocurre con el acto de
concesión sobre un bien nacional de uso público, y respecto de actos de naturaleza
personalísima, como en el otorgamiento de una pensión de gracia.
Los casos en que la conducta o decisión del destinatario implica la extinción del acto está
vinculada con los actos de carácter favorable, es decir, aquellos que crean una situación
jurídica que amplia o genera un beneficio en la esfera jurídica de un particular.
Esto puede ocurrir en los casos en que no se despliega la actividad necesaria para
materializar estos efectos favorables (omisión), como ocurre en los supuestos caducidad
65 El artículo 120 de la Ley General de Urbanismo y Construcción dispone que “La vigencia, caducidad y
prórroga de un permiso, como asimismo los efectos derivados de una paralización de obra o la ejecución de una obra sin
permiso, se sujetarán a las normas que señale la Ordenanza General”. Por su parte, el artículo 1.4.17 de la
Ordenanza dispone que “El permiso caducará automáticamente a los tres años de concedido si no se hubieren iniciado
las obras correspondientes o si éstas hubieren permanecido paralizadas durante el mismo lapso”.
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por no haber actuado dentro de cierto plazo, siendo el mejor ejemplo el caso de los
permisos de construcción. Sin embargo, el caso más palmario lo constituye la renuncia a la
calidad o situación jurídica de la cual goza la persona, como en los casos de renuncia o
desvinculación de un funcionario público.
En el primer caso, se trata de una regulación legislativa, la cual puede alterar el régimen
jurídico de un determinado sector, a cuyo amparo se dictaron un conjunto de actos
administrativos, los cuales han de dejar de producir efectos. Así ha ocurrido, en los casos
en que el sistema de transporte se basaba en la figura de permisos o autorizaciones, para
ser sustituido posteriormente por un régimen de concesiones de servicio público.
El segundo caso se refiere a la declaración de nulidad del acto administrativo por sentencia
judicial, con la consiguiente extinción del acto y de sus efectos.
La propia Administración puede adoptar la decisión de poner fin a los efectos del acto
administrativo. En el marco de nuestra LBPA esta determinación puede basarse en
fundamentos de legalidad, y se puede adoptar a petición de parte, por la vía de los recursos
administrativos, o de oficio, mediante lo que se conoce como la invalidación. Pero esta
decisión también se puede basar en razones de mérito, oportunidad o conveniencia, en
cuyo caso adopta la denominación de revocación
También el acto puede ser dejado sin efecto por decisión de la propia Administración, ya
sea mediante la invalidación frente a actos que sean contrarios a derecho (artículo 53
LBPA) o por razones de mérito, oportunidad o conveniencia, como sucede con la revocación
(artículo 60 LBPA). El análisis de ambas figuras lo haremos más adelante.
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ii) Produce efectos a futuro o ex nunc, ello dado que, en su origen, el acto
administrativo se encuentra plenamente ajustado a derecho.
Ahora bien, para que estemos frente a la figura del decaimiento como extinción del
acto administrativo o sus efectos, es necesario que se den los siguientes presupuestos69:
a) Que exista un acto administrativo esencialmente terminal, pues lo que trata de
resolver el decaimiento son los efectos que ocurren tras la dictación de un acto
que produce efectos ininterrumpidos o permanentes, y
b) Que concurra una circunstancia sobreviniente, que puede ser de tres tipos:
ii. que afecte el objeto sobre el cual produce sus efectos el acto
administrativo, y
66 SAYAGUES LASO, Enrique (2002): Tratado de Derecho Administrativo, Tomo I, Fundación Cultura
Universitaria, 8º edición, 2002, p. 520. En el mismo sentido, SILVA CIMMA, Enrique, Derecho Administrativo
Chileno y Comparado (Editorial Jurídica de Chile, 1995), pp. 160-161.
67 SILVA CIMMA (1995), pp. 160-161.
68 Así lo sostiene CELIS DANZINGER, Gabriel (2015): Acto y Procedimiento Administrativo (Ediciones
sancionador. Comentarios a las sentencias de la Corte Suprema del año 2010”, en Anuario de Derecho Público
(Universidad Diego Portales, 2011), pp. 246-247.
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7.1 Introducción
El punto de partida de este análisis requiere necesariamente establecer con claridad cuáles
son las razones y fundamentos para separar el régimen de la nulidad de los actos
administrativos respecto de la nulidad civil y, en su caso, comprender si tal separación
constituye sólo un artificio o responde a una cuestión casi esencial que no permite hacer
intercambiable uno y otro sistema (7.2.). Resuelto lo anterior, es necesario establecer cuál
es elemento central que determina la nulidad de los actos administrativos y dentro de
dicha labor determinar las posibles gradaciones respecto de la forma de sancionar dichas
infracciones (7.3.). Luego, nos corresponde analizar la forma cómo se ha resuelto el tema
de las causales de nulidad de los actos administrativos (7.4.) y la manera en que éstas
pueden ser ordenadas dentro de cierta estructura (7.5.). Esto nos permitirá realizar una
revisión del sistema de nulidad de los actos administrativos en nuestro ordenamiento
(7.6.).
El análisis de la nulidad de los actos administrativos aparece siempre lastrada por las
categorías civiles, atraída la más de las veces por su pretendido carácter de derecho
común71, por una parte, y por la autoridad de la cual siempre ha gozado producto de su
solidez dogmática, de cuyos conceptos y categorías se han servido otras disciplinas, entre
70Ídem.
71Véase VERGARA BLANCO, Alejandro (2010), El Derecho administrativo como sistema autónomo. El mito del
Código Civil como “Derecho común”, Santiago, Abeledo Perrot/LegalPublishing.
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las cuales se encuentra el Derecho administrativo 72. Pesa también en este caso la
preeminencia que ha tenido tradicionalmente el Derecho civil en la formación jurídica, lo
cual ha marcado la forma de comprender y entender el Derecho por parte de los
operadores jurídicos más relevantes (servicios públicos, jueces, Contraloría, etc.).
Ahora bien, nuestra legislación civil se construye sobre dichos pilares y entiende que la
libertad es un atributo de toda persona en las diversas manifestaciones de su existencia, ya
sea ésta en el seno de la familia o respecto de su patrimonio. En uno y otro caso, la libertad
constituye un presupuesto de la regulación civil desde su consolidación a partir del siglo
XIX sobre los pilares de la revolución francesa. Por su parte, es el propio legislador civil
que, por razones de interés general, orden público, moral o buenas costumbres, impone
limitaciones de distinta intensidad, como ocurre en materia de familia (mayor) respecto del
ámbito patrimonial (menor)74. Los principios de autonomía de la voluntad y de libertad
contractual son, quizás, las principales manifestaciones del elemento rector que domina el
derecho civil: la libertad, y esto ese expresará en el conocido aforismo qua non sunt
prohibita, permisae intelliguntur, es decir, todo lo que no está prohibido expresamente, se
entiende permitido.
72 Véase MARTÍN-RETORTILLO, Sebastián (1960). El Derecho civil en la génesis del Derecho Administrativo.
Sevilla, Instituto García Oviedo, publicado posteriormente en Madrid, Civitas, 1996.
73 Entre otras, se puede consultar las Sentencias del Tribunal Constitucional Rol Nºs. 146, de 1992; 167, de
tradicionalmente a la distinción entre normas de orden privada y de orden público. Así se ha señalado que
“las leyes de orden público consideran más a la sociedad que a los hombres individualmente mirados pues se
inspiran en el interés general de aquélla más que en el de los particulares a quienes directamente rigen”. Cfr.
ALESANDRI R., Arturo, SOMARRIVA U., Manuel y VODANOVIC H., Antonio (2005), Tratado de Derecho civil,
partes preliminar y general, T. I, Santiago, Editorial Jurídica de Chile, p. 212.
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Cuestión distinta es lo que sucede con los actos administrativos. Estos se encuentran
dominados por el principio de legalidad, de tal forma que toda actuación al margen o en
contra de la ley es, en principio, ilegal o nula. En este caso, bien se podría decir que existe
una gran causal de nulidad: toda actuación formal de la Administración contraria a la ley o
fuera de los márgenes previstos por ella es nula. Nuevamente aquello se explica en
relación a la libertad: toda actuación de la Administración fuera de los términos de la ley
pone en riesgo dicho valor.
Por lo tanto, el análisis y estudio de la nulidad del acto administrativo debe ser realizada
sobre la base de estas premisas, que colocan como eje del sistema al principio de legalidad,
y que marcan una distancia con la nulidad civil teniendo presente que los fundamentos de
una y otra son radicalmente diversos, aunque respondan a un factor común: el resguardo y
la protección de la libertad de las personas.75
75Este criterio ha sido seguido por la Corte Suprema, aun cuando lo hace bajo el supuesto que la nulidad de
derecho público constituye el contencioso anulatorio en Chile: “…tratándose de vicios incurridos en actos de
carácter administrativo la sanción de nulidad se encuentra regulada por el Derecho Público y no por el
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En primer término, debemos tener presente que la nulidad es un tipo de sanción que tiene
por objeto sacar del ordenamiento jurídico determinadas actuaciones formales de la
Administración y privarlas de efectos, en el entendido de que éstas deben desaparecer no
sólo en el plano formal o jurídico, sino también fáctico.
Esta es la propuesta más radical que se formula a partir de la conocida nulidad de derecho
público, formulada y acogida por la jurisprudencia judicial por más de dos décadas76. Se
trata de un aporte de gran magnitud en el marco de un sistema que tendía a no reconocer
la revisión de la legalidad de los actos administrativos en sede judicial, pero que también
da cuenta de diversas inconsistencias que no se corresponde con la regulación legal y los
criterios que ha ido sentando la jurisprudencia.
Esta situación ya revela un serio problema en relación a uno de los principios que debe
regir a todo tipo de sanciones: la proporcionalidad. En el caso de la nulidad de derecho
público no hay margen alguno de ponderación, pues no importa la mayor o menor
gravedad de la infracción, la solución es una sola. A lo anterior, se agregan algunas
situaciones que son verdaderamente desconcertantes. En efecto, cómo es posible que esta
nulidad sea de pleno derecho, siendo que nuestro legislador presume la legalidad de los
actos administrativos (artículo 3º inc. final Ley Nº 19.880), principio que ya había sido
sostenido de forma reiterada por la jurisprudencia de Contraloría77, seguida por la Corte
Código Civil, tanto por el origen del vicio como por el bien jurídico que cautela” (considerando tercero,
Sentencia de 14 de marzo de 2013, Rol Nº 1163-2012).
76 Se pueden consultar los trabajos originales de SOTO KLOSS, Eduardo (1990), La nulidad de derecho público
en el Derecho chileno, en Revista de Derecho Público, Universidad de Chile, Nºs. 47-48; (1991-1992) La
nulidad de derecho público referida a los actos de la Administración, en Revista de Derecho, Universidad Católica
de Valparaíso, XIV; (1997) La nulidad de derecho público: su actualidad, en Revista de Derecho, Universidad
Católica de Valparaíso, XVIII; (2000) La nulidad de derecho público de los actos estatales y su imprescriptibilidad
en el derecho chileno, en Ius Publicum, 4. Respecto de su recepción por la jurisprudencia se puede consultar el
trabajo de PFEFFER URQUIAGA, Emilio (2005). La nulidad de derecho público; tendencias jurisprudenciales, en
Revista de Derecho Público, Universidad de Chile, 67, pp. 129-144.
77 En su dictamen Nº 1.589, de 1957, la Contraloría ya sostenía que “[…] un decreto supremo legalmente
tramitado tiene pleno valor y eficacia jurídica dentro de la Administración pública y debe por tanto ser cumplido y
respetado por funcionarios públicos, no siéndoles lícito excusarse de cumplirlo a pretexto de supuesta ilegalidad del
mismo, ya que una vez que ha sido tramitado y tomado razón por Contraloría se ha establecido una verdadera
presunción de legalidad”.
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Suprema78. No será que los actos se presumen legítimos y, por tanto, mientras no sea
declarada su nulidad se entiende que producen todos los efectos que le son propios. En
buenas cuentas, para nuestro legislador y para nuestra jurisprudencia el régimen general
no sería la nulidad, sino la anulabilidad de los actos administrativos.
Más aún, en algunos casos el propio legislador ha previsto la posibilidad de que las
ilegalidades no produzcan una nulidad radical de los actos administrativos, ya sea con el
objeto de amparar la buena fe de terceros (artículo 63 Ley Nº 18.575) o exigiendo algunas
condiciones adicionales, como el perjuicio de los interesados bajo la forma del principio de
trascendencia (artículo 13 inc. 2º Ley Nº 19.880), dejando a firme el acto y dando lugar a
casos de vicios no invalidantes.
En este sentido, una construcción coherente del régimen de la nulidad exige establecer
una relación directa entre la gravedad del vicio y la sanción que se ha de aplicar. En el caso
chileno, las normas legales reconocen claramente la anulabilidad como el régimen general,
tal como lo hemos señalado. Así, un acto administrativo que adolezca de un vicio o
ilegalidad es en principio anulable. Sin embargo, a partir de dicha regla general se puede
establecer una gradación, considerando la gravedad de la infracción. Bien podría suceder
que el vicio sea de tal envergadura o entidad, que no se pueda sostener ni siquiera su
existencia (falta absoluta de investidura o competencia de la autoridad, no respetar las
formas mínimas). En este caso, estaríamos frente a un acto no sólo ilegal, sino que
inexistente, que bien podría dar lugar a la sanción más radical: la nulidad de pleno
derecho. Por el contrario, en el caso de encontrarnos frente a vicios no trascedentes o de
limitada importancia, se puede afirmar que constituirían ilegalidades que no afectan la
validez del acto administrativo, sin perjuicio de la responsabilidad administrativa de los
funcionarios que intervinieron en el mismo.
Por lo tanto, pensamos que es posible construir un sistema de nulidad de los actos
administrativos que sea coherente y que al mismo tiempo responda a la proporcionalidad
que exige todo tipo de sanción: nulidad de pleno derecho, anulabilidad y vicios no
invalidantes.
7.4. No toda ilegalidad produce la nulidad del acto administrativo
Los criterios expuestos anteriormente han sido seguidos por la jurisprudencia, conforme a
la cual la existencia de un vicio que afecte a un acto administrativo no necesariamente
significará la nulidad del mismo, pues aquello va a estar sujeto a tres límites básicos:
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80 Ídem, p. 71.
81 Corte Suprema, Tercera Sala, 26 de marzo de 2015, Rol Nº 5815-2011, considerando 8º. En el mismo
sentido, Sentencia de 30 de marzo de 2015, Rol Nº 32091-2014; de 16 de junio de 2015, Rol Nº 2614-2015 y
25 de junio de 2015, Rol Nº 2850-2015.
82 Corte Suprema, Tercera Sala, 10 de diciembre de 2014, Rol 16706-2014. En el mismo sentido Sentencias
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83 Dictamen Nº 1.008, de 2011. En igual sentido dictámenes Nºs. 2.936, de 2001; 29.192-2006; 33.451-2006;
16.238, de 2007, y 56.001, de 2010, entre otros.
84 Corte Suprema, Sentencia de 16 de mayo de 2006, Rol Nº 3.604-2005.
85 Corte Suprema, Sentencia de 9 de agosto de 2011, Rol N° 2.217-2009, considerando 10°. También en
Sentencia Rol Nº 3.744-2010, de 20 de enero de 2011. Con anterioridad había dado cuenta de algunas
causales similares, como ocurrió en la Sentencia de 24 de marzo de 1998 “Bellolio con Distribuidora Chilectra
Metropolitana”, en donde se sostiene en su considerando 5º que “[…] la doctrina nacional ha elaborado la teoría
de la nulidad de derecho público, que se puede producir por desviación de poder, ausencia de investidura regular,
incompetencia del órgano, violación de ley y vicios de forma del acto administrativo” (Revista de Derecho y
Jurisprudencia, t. XCV, 1998, 2ª parte, Sec. 1ª, pp. 23 y ss. Posteriormente en la Sentencia de 28 de octubre
de 2004, “Torres Concha con Fisco de Chile”, Rol Nº 938-2004 sostuvo que los vicios que en nuestro
ordenamiento jurídico provocan la nulidad de derecho público de los actos emanados de los entes
administrativos se producen por alguna de las circunstancias siguientes: “[…] ausencia de investidura regular
del agente; incompetencia de éste, irregularidad en la forma de gestación del acto; desviación de poder en el ejercicio de
la potestad”.
86 Véase, entre otros, Dictamen N° 45.191, de 2004.
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Si se hace un análisis detenido de cada una de ellas, nuevamente aparece como elemento
común la regla ya enunciada anteriormente, esto es, que en principio toda ilegalidad
provoca la nulidad del acto administrativo. Esto es lo que justamente sucede con los actos
que emanan de una autoridad que no ha sido investida de forma regular o ha actuado al
margen de su competencia. Lo mismo sucede con los motivos, que son los supuestos de
hecho previstos en la ley y la ley misma que sirve de fundamento para la dictación del acto,
así como la legalidad de la decisión y el cumplimiento del fin específico que, a la sazón,
también deben estar previsto en la ley. Y qué decir de los vicios de forma, que no son sino
el incumplimiento de las normas de procedimientos y los requisitos externos que la propia
ley ha impuesto. Por lo tanto, aun cuando nuestro legislador no se haga cargo de cada una
de estas causales ni las mencione, las normas constitucionales (artículos 6° y 7°) y legales
(artículo 2° Ley N° 18.575) nos entregan una causal general de nulidad, como es la
violación de ley o, simplemente, la ilegalidad del acto.
a) La investidura irregular
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Derecho romano en un conocido pasaje del Digesto respecto del Pretor-esclavo Barbarius
Philippus87. Más aún, en estos casos nuestro ordenamiento jurídico reconoce
derechamente que los actos administrativos se entienden válidos, sin ni siquiera plantearse
la posición de los destinatarios del mismo, ya sean que se encuentren de buena o mala fe.
b) Incompetencia
En sentido estricto, la competencia dice relación con la forma como la ley asigna y/o
distribuye determinadas atribuciones entre órganos de la Administración del Estado, con
el objeto de que en su ejercicio no se produzcan solapamientos y sea posible una mejor
gestión y ejercicio de las mismas. Así, la competencia se refiere a los ámbitos que fija el
legislador para el ejercicio de una potestad. Esta se divide tradicionalmente en relación al
ámbito material, el ámbito territorial, el ámbito temporal y el ámbito del grado o jerarquía.
En el primer caso, esto es, el ámbito material, la ley determina respecto de las materias o
contenidos se puede ejercer determinada potestad. En este caso, se traduce en que la
autoridad puede ejercer sus atribuciones en relación a contenidos específicos de actuación.
Así, si bien diversos órganos tienen potestad sancionadora (v.gr. Dirección del Trabajo,
Servicio Nacional de Aduana, Servicio de Impuestos Internos, Superintendencias, etc.),
ellos sólo la pueden ejercer respecto del ámbito específico de materias que determina el
legislador. De esta forma, bien puede un fiscalizador de un servicio constatar la infracción
respecto de materias ajenas a su competencia, pero esto no lo habilita para iniciar un
procedimiento sancionatorio, sin perjuicio de que pueda denunciar los hechos a la
autoridad competente.
87 D. 1, 14, 3 Ulpianus libro 38 ad edictum. “Interesa saber la suerte de los actos cumplidos por los funcionarios de
hecho. Al respecto Ulpiano examina el caso de un esclavo fugitivo, Barbarius Philippus que, considerado como libre, fue
nombrado pretor y ejerció sus funciones. Como Philippus era esclavo, su nombramiento como pretor era nulo y todos los
actos realizados en su calidad de tal deberían también considerarse inválidos. Ulpiano, sin embargo, los considera
válidos, teniendo en cuenta los intereses y la buena fe de aquellos que actuaron con el pretor y, además, porque era
humano. Era humano porque, siendo ambiguo se debe, por razones de utilidad común, preferir la solución por la que se
llega a la validez de los actos.”.
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Respecto del ámbito temporal, esto aparece asociada a aquellas facultades que se pueden
ejercer dentro de cierto tiempo o plazo. Así sucede, por ejemplo, cuando se solicita la
modificación de un permiso que ya ha caducado o se otorgan ciertos beneficios durante
cierto período.
Tradicionalmente los motivos o fundamentos son mencionados como elementos del acto
administrativo haciendo un símil con la causa propia del ámbito civil. Ahora bien,
considerando que la Administración del Estado siempre ha de tener un motivo objetivo,
que es el previsto por la ley, no es posible que este pueda variar al infinito y, menos aún,
éstos pueden derivar en una actuación arbitraria.
Estos motivos o fundamentos pueden ser de hecho o de derecho, ya sea que se encuentren
en los supuestos fácticos contenidos en la norma jurídica o sea la norma o normas jurídicas
que justifican su ejercicio. En este caso, nuevamente nos encontramos con un tema de
legalidad, pues estos motivos han de encontrar en las normas que integran el bloque de
legalidad su fundamento, incluyendo los supuestos de hecho que conllevan su ejercicio.
Así, para sancionar a un particular, se requiere que la ley otorgue dicha potestad (motivo
de derecho) y que éste haya realizado una conducta que para la ley sea constitutiva de
infracción (motivos de hecho). Sin embargo, este procedimiento no siempre es tan simple
como se presenta, pues existe un amplio abanico de factores que inciden en el mismo:
a) No sólo se debe determinar la existencia de los hechos, sino que se debe hacer una
calificación jurídica de los mismos. En este caso, la eventual nulidad del acto
derivaría de la ausencia de motivos de hechos o de la ilegalidad de los mismos
productos de una errónea calificación jurídica.
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e) La desviación de poder
Uno de los ejemplos clásicos se encuentra en el arret Vernes, del 19 de mayo de 1858, por medio del
cual el Consejo de Estado Francés anuló la decisión del Alcalde de Trouville, que prohibía a los
bañistas vestirse y desnudarse en lugares distintos a los establecimientos municipales. Se consideró
que la prohibición establecida por el Alcalde no tenía como finalidad resguardar la seguridad y
moralidad pública —tal como lo exigía la ley del 19 de mayo de 1848, que había servido de
fundamento a dicha medida— sino que su propósito era, simplemente, favorecer los intereses
económicos municipales, mediante el cobro a los bañistas de las tasas por el uso de los
establecimientos públicos destinados al cambio de ropa.
En este sentido, hay que destacar como la jurisprudencia de la Corte Suprema ha hecho
aplicación de esta causal, especialmente en el ejercicio de potestades discrecionales, como
ha sucedido respecto de las facultades que tienen los jefes de servicios para trasladar a los
funcionarios, medidas que en muchas ocasiones ocultan sanciones larvadas o encubiertas
que evitan seguir el procedimiento legal previsto para el efecto:
88Sobre la materia se puede consultar el trabajo clásico de GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo (1983), Las luchas
contra las inmunidades del poder, Madrid, Civitas.
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“Quinto: Que la desviación de poder consiste, según la doctrina, en que el fin del acto, que es
uno de sus elementos constitutivos, es distinto del fin general de interés público, que debe ser
el de toda actividad pública, del fin particular establecido para determinados actos por la
norma respectiva. Fin que puede ser de interés particular de la autoridad, como político,
religioso o personal, y que también puede ser de interés general pero distinto de aquel
específico que según la norma permitía la dictación del acto.
Sexto: Que siendo cinco los elementos del acto administrativo, esto es, la competencia, la
forma, el fin, los motivos y el objeto, puede existir ilegalidad del acto administrativo en
relación a cualquiera de ellos. En este caso dicha ilegalidad se configura en relación al
elemento fin del acto, lo que constituye un vicio que lo hace susceptible de anulación, siendo
además arbitrario por las razones ya señaladas”.89
f) Vicio de forma
Por último, nos encontramos con el vicio de forma, que comprende tanto el vicio de
procedimiento y de la forma que debe revestir el acto administrativo.
A este respecto, sólo se debe señalar que la jurisprudencia ha hecho aplicación del principio
de transcendencia, en cuya virtud no cualquier vicio de forma conlleva la nulidad del acto
administrativo. Esto quiere decir que se exige cierta gravedad y entidad que se requieren
en el contexto de los estándares del instituto de la nulidad del acto administrativo90, regla
que por lo demás, ha sido recogida en el artículo 13 inc. 2º de la Ley Nº 19.880.
A su vez, esto también aparece estrechamente vinculado con el principio de conservación del
acto administrativo, al cual ha recurrido de forma insistente la jurisprudencia de la Corte
Suprema en el último tiempo para sostener que no cualquier vicio conlleva la nulidad del
acto, señalando, por ejemplo, que “[…] los magistrados del mérito han resuelto acertadamente
al afirmar que en virtud del principio de conservación de los actos administrativos no toda omisión
puede dar lugar a una pretensión de nulidad…”91; o que “[…] en materia de nulidad de derecho
público se debe tener presente el principio de conservación de los actos administrativos, en cuanto
conduce al mantenimiento de aquellos que aun presentando una determinada irregularidad pueden
alcanzar el fin propuesto sin menoscabar o entorpecer las garantías que el ordenamiento brinda a
las libertades y derechos de los particulares”.92
7.6. Una revisión del sistema de nulidad de los actos administrativos
En una sentencia del año 2006, la Corte Suprema sostuvo que sólo constituían causales de
nulidad de un acto administrativo aquellos vicios externos, esto es, aquellos que miran a la
investidura, competencia y forma, tal como señala el inc. 1º del artículo 7º de la
Constitución93. Esta sentencia no constituye la regla general, pues en la gran mayoría de
89 Corte Suprema, 12 de abril de 2012, Rol Nº 1.148-2012. En el mismo sentido, Rol Nº 1.344-2011, de 6 de
mayo de 2011; Rol Nº 9.210-2010, de 24 de enero de 2011; Rol Nº 5.582-2010, de 23 de septiembre de 2010.
90 Corte Suprema, 24 de septiembre de 2010, Rol Nº 1.082-2010.
91 Considerando Sexto, Sentencia de 21 de junio de 2011, Rol Nº 1907-2009.
92 Considerando Cuarto, Sentencia de 4 de noviembre de 2011, Rol Nº 7.102-2009.
93 “Camacho Santibáñez, Gonzalo con Fisco”, Corte Suprema, 28 de junio de 2006, Rol Nº 3.132-2005. En
sentido similar, “Cuello Yáñez y otros con Fisco”, Corte Suprema, 30 de agosto de 2007, Rol Nº 3.689-2006.
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los casos la Corte Suprema ha considerado como causales de nulidad de Derecho público
las tradicionales causales de anulabilidad del acto administrativo.94
La sentencia llamaba profundamente la atención, pues daba a entender que aun en el caso
de encontrarse frente a ilegalidades internas del acto, este no podía ser anulado,
remitiéndose en esta materia al artículo 6º de la Constitución, norma que entrega al
legislador la determinación de las responsabilidades y sanciones frente a un acto ilegal.
Dada tan singular doctrina, no se hicieron esperar los esfuerzos para encontrar una
solución, recurriendo incluso al Código Civil.95
Ahora bien, esta solución no parecería del todo desacertada si es puesta en el contexto de
un sistema de nulidad de los actos estatales, dentro del cual se inserta la nulidad de los
actos administrativos. Cómo se ha señalado, no es necesario recurrir a la Constitución para
sostener un sistema de nulidad (o anulabilidad) de los actos administrativos sobre la base
del principio general de legalidad, como causal genérica de nulidad. Tampoco es óbice que
este sistema acepte la presunción de legalidad de los actos administrativos, totalmente
compatible con un régimen general de anulabilidad. Sin embargo, bien puede suceder que
los vicios sean de tal entidad o gravedad que resulta absolutamente imposible sostener
siquiera la existencia del acto, ya sea porque es evidente la falta de investidura de la
autoridad, ésta es absolutamente incompetente o no se han respetado las formas mínimas.
En tal supuesto, no hay un acto administrativo, no se puede presumir legalidad alguna,
pues este acto nunca ha nacido a la vida jurídica o, si se quiere, es nulo de pleno derecho.
Con este criterio, es posible coordinar un sistema que contemple diversas sanciones frente
a un vicio de un acto formal de la Administración y que responda a una regla básica de
proporcionalidad entre la gravedad de la infracción cometida y la sanción aplicable. Así, es
posible delinear algunas bases centradas en los siguientes criterios:
94Véase nota 9.
95Véase BERMÚDEZ SOTO, Jorge (2008), El principio de legalidad y la nulidad de Derecho Público en la
Constitución Política. Fundamentos para la aplicación de una solución de Derecho Común, en Revista de Derecho
Público, Universidad de Chile, 70.
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2) En razón de lo anterior, las causales de nulidad del derecho privado deben ser
expresamente establecidas por la ley, en la medida que implican una limitación a
dicha libertad, expresada en los principios de autonomía de la voluntad y libertad
contractual.
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La actividad de los órganos públicos se caracteriza por ser marcadamente formal, lo cual
se aprecia en los actos del poder legislativo y judicial, en donde la ley y la sentencia son
fruto de un proceso regulado en todos sus extremos, como es el proceso legislativo y
judicial. La Administración no es ajena a esta realidad, de forma que sus actuaciones y
maneras de expresar su voluntad reconocen una regulación de cada una de sus fases o
etapas96.
96Es por esta razón que algunos autores distinguen entre el concepto de proceso en sentido amplio y el de
procedimiento. Así, GORDILLO nos señala que en sentido amplio habría proceso en cualquier función estatal
y podríamos hablar entonces de: a) Proceso judicial (civil, penal, comercial, contencioso administrativo); b)
proceso legislativo (es decir, el conjunto de actos parlamentarios que tienen por fin el dictado de una ley); c)
proceso administrativo (el conjunto de actos de la administración que tienen por objeto la emanación de un
acto administrativo). GORDILLO, Agustín (2009): Tratado de Derecho Administrativo, 9 ed. T. 2, Buenos Aires,
Fundación de Derecho Administrativo, p. IX-1.
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Como es obvio, esta actividad jurídica, formalizada y unilateral tiene como presupuesto
mismo, como cualquier otra de la Administración, la atribución de la pertinente potestad.
En función de ésta, aquélla se divide en dos grandes categorías, distintas por naturaleza.
De un lado, la que tiene por objeto producir normas o, en términos del artículo 32 Nº 6 de
la Constitución, reglamentos: su resultado es el establecimiento, para una pluralidad
indeterminada de sujetos, de reglas que se insertan en el ordenamiento jurídico, creando o
innovando el Derecho objetivo, bien a título de colaboración con la Ley formal (en
términos de complemento necesario e indispensable), bien en el marco definido por ésta.
De otro lado, la que se agota en la aplicación del Derecho objetivo, la que -en función de
éste— efectúa una declaración, cuya lógica y eficacia se circunscriben a un supuesto
concreto, por más complejo que éste pueda ser. La primera se estudia en el marco de las
fuentes del Derecho administrativo, por lo que aquí nos va a ocupar justamente la segunda
de dichas categorías, la que da lugar a la producción de los llamados actos administrativos.
En este punto conviene advertir que tal actividad de producción de actos administrativos
tiene, en lo que aquí interesa, un sujeto preciso: la Administración pública. Porque ocurre
que no todos los actos materialmente administrativos, es decir, sometidos sustantivamente
al Derecho administrativo, emanan subjetivamente de una Administración pública.
Otros poderes públicos, sin perjuicio de las funciones típicas que los caracterizan
constitucionalmente (por ejemplo, legislar y controlar políticamente el poder ejecutivo, en el caso
del poder legislativo; juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, en el del poder judicial), realizan también,
instrumentalmente, actividades administrativas (por ejemplo, las de organización interna, gestión
del propio personal, contratación para la satisfacción de necesidades propias), como solución más
idónea para salvaguardar su autonomía e independencia a la hora de cumplir aquellas otras
funciones típicas o principales. Dada la instrumentalidad del desarrollo de dichas actividades
materialmente administrativas y su identidad sustantiva con las homólogas que desarrolla la
Administración pública, los actos en que se materializan tienden a ser sometidos al Derecho
administrativo a los efectos de su sujeción, para la efectividad de la tutela judicial reconocida, como
ocurre en el caso de España. Sin embargo, en el caso de Chile la LBPA sólo limita su alcance a los
entidades que forman parte de la Administración del Estado, no obstante lo cual nada obsta a que
por su naturaleza los actos administrativos que tienen lugar al interior del Congreso Nacional y el
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Poder Judicial puedan ser sometidos a sus normas, respetando la autonomía de dichos poderes
públicos, no sólo en lo que dice relación con su tramitación y el derecho que tienen los interesados
para poder ser partes, sino también para garantizar el acceso a la justicia, conforme a lo dispuesto en
los artículos 19 Nº 3, 38 inc. final y 76 de la Constitución.
Pues bien, la actividad y, por tanto, los actos que en este capítulo nos van a ocupar son los
administrativos en el doble sentido (subjetivo) de emanar de la Administración pública y
(objetivo) de estar sometidos al Derecho administrativo. Esta última precisión no es
superflua, toda vez que -como ya sabemos— la Administración puede desarrollar y
normalmente desarrolla también, en la práctica y sin perjuicio de la valoración
constitucional negativa que, en su caso, ello merece, actividades en régimen de Derecho
privado.
Acotada así la actividad administrativa que nos importa, ésta consiste siempre, desde un
punto de vista formal, en la realización concreta del Derecho de forma típica. En este
sentido (aunque sólo en él) es equiparable, funcionalmente, a la que corresponde al juez,
concretamente al del orden jurisdiccional. En ambos casos se trata de la determinación,
por el poder público (salvadas las distancias que a este respecto existen entre uno y otro,
dado que el judicial es un verdadero poder constitucional) de lo que sea el Derecho en un
supuesto concreto. Ocurre que, en razón a la división de poderes, el estatuto propio de la
Administración y la función constitucional del poder judicial, mientras la determinación
que efectúa la Administración no representa nunca la última palabra (en tanto que
susceptible de cuestionamiento y control), la que compete al juez es definitiva.
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De entre todos estos actos, aquí interesan los realizados por la Administración actuante,
tanto los de trámite, como los definitivos.
Ahora bien, para el ejercicio de estas potestades, constituye una condición previa la
existencia de una serie de etapas o fases que permitan a la Administración recopilar
información, escuchar a los interesados, instruirse y ponderar los intereses en juego para
adoptar una determinación, conformándose lo que se conoce como procedimiento
administrativo. Así, aquello implica un desarrollo formal de los actos que se requieren para
concretar la intervención administrativa necesaria para la realización de un determinado
objetivo, siendo su propósito la concreción de la decisión en un acto administrativo
terminal.
Ahora bien, el fin primario del procedimiento administrativo es el de permitir dar satisfacción a
las necesidades colectivas de una forma rápida, ágil y flexible. Esta determinación del fin
principal del procedimiento resulta hoy plenamente conforme con la servicialidad del
Estado, tal como lo establece el art. 1º inc. 4º de la Constitución y el art. 3° inc. 1°
LBGAE.
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e) Otorga a los interesados una serie de derechos y garantías que deben ser
respectados por la autoridad. En este sentido, el procedimiento cumple
también un fin de garantía, en cuanto cauce de la acción administrativa con
relevancia jurídica directa y, por tanto, susceptible de incidir en la esfera de
derechos e intereses legítimos de otras Administraciones o personas
públicas, así como de los ciudadanos (personas naturales o jurídicas
privadas,
Es en razón de la función que cumple, que los autores colocan el acento en su definición.
En este sentido, Adolf MERKL —autor que forjó la distinción entre proceso judicial y
procedimiento administrativo, desde la perspectiva de la teoría pura del Derecho– sostenía
que el procedimiento era el camino, el iter jurídicamente regulado a priori, a través del cual
una manifestación jurídica en el plano superior (generalmente una norma) produce una
manifestación jurídica en el plano interior (una norma de rango inferior o acto). En este
caso, el procedimiento administrativo sería la forma o manera en que se producen actos
administrativos. Desde otra perspectiva GORDILLO centra su definición en los interesados,
señalando que el procedimiento administrativo es “[…] la parte del derecho administrativo
que estudia las reglas y principios que rigen la intervención de los interesados en la preparación e
impugnación de la voluntad administrativa. Estudia por lo tanto la participación y defensa de los
interesados (un particular, un funcionario o una autoridad pública; una persona jurídica, p. ej. una
asociación de vecinos, usuarios, interesados o administrados) en todas las etapas de la preparación
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de la voluntad administrativa (sea de tipo individual como general; en este último caso es
específicamente el procedimiento de audiencia pública el que debe también seguirse, sin perjuicio del
trámite administrativo corriente) y desde luego, cómo debe ser la tramitación administrativa en
todo lo que se refiere a la defensa, participación e intervención de dichos interesados”.97
En este sentido, el procedimiento es, por de pronto, una categoría jurídica formal, que
alude a una específica combinación de actos, concretamente aquella en la que los efectos
jurídicos de éstos están causalmente vinculados entre sí, como lo sostiene Jesús González
Pérez, que sigue en este punto a Francesco Carnelutti. Semejante combinación se cumple,
según el propio González Pérez, cuando:
1. Cada uno de los actos conservan, no obstante estar relacionados entre sí, su propia
individualidad.
2. La conexión entre los actos consiste en estar todos ellos encaminados a producir
una unidad de efecto jurídico.
3. Los actos se encuentran anudados causalmente unos a otros, de suerte que cada
uno de ellos supone el anterior y el último supone la totalidad o el conjunto de los
mismos.
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Ahora bien, en esa serie no todos los actos son idénticos. Antes bien, su régimen y
naturaleza son diferentes. Así, y en lo que respecta a los actos de la Administración, la
LBPA emplea la expresión «acto administrativo» como apelación genérica de todos
(denominación del art. 3º LBPA), pero se distingue básicamente entre los «actos de
trámite» y los que terminan un procedimiento, decidiéndolo, para los que reserva el
término «actos terminales» (arts. 15, 18, 24, 40 y 41 LBPA). Todos ellos, como hemos
dicho, conservan su individualidad y, por ello, su misma producción puede responder a un
procedimiento específico, distinto del principal; cuentan con causa propia; su validez es
enjuiciable por separado y cabe, por tanto, su anulación independiente. Ocurre que, al
perseguir todos un único fin, como es la preparación de una resolución final del
procedimiento, el vínculo formal que los une determina una regla de orden: la
improcedencia, en principio, del cuestionamiento e impugnación por separado de los actos
administrativos dictados en el curso del procedimiento, salvo que determinen la
imposibilidad de continuar éste o produzcan indefensión (art. 15 inc. 2º LBPA).
La SCS Rol Nº 2054-2013, de Consejo Ciudadano de Lago Ranco con I. Municipalidad de Lago
Ranco resalta la diferencia entre los actos de trámite y los actos de término en cuanto a su
impugnabilidad en un procedimiento administrativo, como lo sería aquel para la modificación del
plan regulador comunal contenido en la Ley General de Urbanismo y Construcción en los términos
del art. 15 LBPA. Por su parte, el dictamen de Contraloría Nº 82.425, de 2015 también resalta esta
diferencia, en el sentido del cumplimiento de lo dispuesto en los arts. 40 y 41 LBPA, los cuales
exigen que el acto administrativo que pone fin al procedimiento incluya ciertos contenidos
específicos, lo cual no procedería en aquellos actos de trámite a través de los cuales un órgano de la
Administración toma conocimiento de hechos denunciados y da inicio al procedimiento de
fiscalización.
99 Así lo ha señalado en sentencia 31 de agosto de 2007, Rol N° 747-07, Considerando 5°, con referencia a
los precedentes contenidos en las Sentencias Rol Nºs. 176, de 1993 y 478, de 2006. Así se ha indicado que:
“[...] los principios del artículo 19 N° 3 de la Constitución, en la amplitud y generalidad ya realzada, se aplican, en lo
concerniente al fondo o sustancia de toda diligencia, trámite o procedimiento, cualquiera sea el órgano estatal
involucrado, trátese de actuaciones judiciales, actos jurisdiccionales o decisiones administrativas en que sea, o pueda ser,
afectado el principio de legalidad contemplado en la Constitución, o los derechos asegurados en el artículo 19 N° 3 de
ella, comenzando con la igual protección de la ley en el ejercicio de los atributos fundamentales. Además y de los mismos
razonamientos se sigue que los principios contenidos en aquella disposición constitucional rigen lo relativo al proceso
racional y justo, cualquiera sea la naturaleza, el órgano o el procedimiento de que se trate, incluyendo los de índole
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ley las que rigen las bases de los procedimientos que regulan los actos de la
Administración del Estado. Por último, el artículo 99 dispone que en el ejercicio de la
función de control de legalidad, el Contralor General tomará razón de los decretos y
resoluciones que, en conformidad a la ley deben tramitarse por la Contraloría o
representará la ilegalidad de la que puedan adolecer.
Por último, desde el año 2003 se encuentran reguladas en la Ley Nº 19.880 las bases que
rigen los procedimientos de los actos de la Administración del Estado, cuerpo normativo
que expresamente reconoce su carácter general y supletorio. Este texto legal tuvo su
origen en un proyecto de ley que solamente pretendía regular los plazos y el silencio
administrativo100, a fin de dar celeridad a los trámites administrativos con el objeto de
promover e impulsar la actividad económica101. Finalmente, el proyecto se transformó en
un conjunto de preceptos que además de disponer de plazos y regular los efectos del
silencio administrativo, estableció principios, los derechos de los interesados en el
procedimiento y una estructura procedimental de base y supletoria respecto de todos los
procedimientos ya existentes o futuros. Sin duda, esta transformación estuvo influenciada
por las leyes sobre procedimiento administrativo vigentes en España, Argentina y
Uruguay102.
Cordero Vega, 2015: 324 y ss., y Vergara Blanco, 2013: 257 y ss.
102 Moraga Klenner, 2011: 358.
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de la realidad social. Esto ha determinado desde siempre una específica tensión entre la
generalidad y la especialidad en el campo procedimental.
Surge de esta suerte una específica tensión entre unidad esencial del orden y pluralismo
del poder público definido para la tutela y configuración de éste, en tanto que mientras el
primero postula la identidad sustancial del status del ciudadano (no sólo en las relaciones
jurídico-públicas materiales, sino también en las formales o procedimentales), el segundo
pretende la diversidad de las políticas públicas (y de su formalización normativa) en cuanto
a su objeto y a los procedimientos a observar para su ejecución.
De ahí el sistema diseñado por la LBPA que cede ante la específica del procedimiento
concreto de que se trate, si bien funge en todo caso como supletoria (en su calidad de Ley
de Bases).
Sin embargo, sobre este punto debemos hacer alguna precisión. Como hemos señalado, la
Constitución dispone que son materias de ley “[…] las que fijen las bases de los
procedimientos que rigen los actos de la administración pública” (artículo 63 Nº 18). Cumpliendo
dicho mandato, la LBPA dispone en su artículo 1º que “La presente ley establece y regula las
bases del procedimiento administrativo de los actos de la Administración del Estado”, pero acto
seguido dispone: “En caso de que la ley establezca procedimientos administrativos especiales, la
presente ley se aplicará con carácter de supletoria”. Por lo tanto, estamos ante una ley básica y,
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En efecto, una ley es de bases en la medida establece los principios y normas fundamentales
que rigen a todo procedimiento administrativo. Por su parte, es supletoria en la medida que
se aplica en el caso que no exista una regulación o norma en un procedimiento
administrativo especial. En buenas cuentas, sería una ley supletoria tendría un carácter
general.
La cuestión no sería relevante, salvo por la particular forma que tiene el reparto de
competencias normativas en nuestro ordenamiento jurídico. Lo cierto es que a la ley le
corresponde sólo regular los aspectos básicos del procedimiento, mientras que al
reglamento le corresponde disciplinar los aspectos complementarios o de detalle que le
dan fisonomía a los diversos procedimientos103. Sin embargo, en este caso aquella no ha
sido la solución adoptada por el legislador, ya que se ha preferido regular en todos sus
extremos el procedimiento administrativo, transformando una ley básica en una ley
general, común o supletoria, pisando los espacios normativos del reglamento. No obstante,
el autor de senda inconstitucionalidad ha sido el propio órgano afectado, esto es, el titular
de la potestad reglamentaria, ya que el Presidente de la República ha sido el autor del
mensaje y de la posterior indicación sustitutiva que ha dado cuerpo a la actual LBPA.
A pesar de los reparos formulados, lo cierto que, a más de dos lustros de la entrada en
vigencia de esta ley, todos los operadores jurídicos (doctrina, Contraloría, tribunales, etc.),
han aplicado la LBPA como ley general y supletoria, dando algunas reglas al respecto.
103 CORDERO, Eduardo (2009): El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria, en Revista de
Derecho, PUCV, Nº 32, pp. 409-440.
104 CORDERO VEGA, Luis (2006): La supletoriedad de la Ley de Procedimiento Administrativo, en Acto y
Procedimiento Administrativo, Segunda Jornadas de Derecho Administrativo, Valparaíso, EUVAL, pp. 49-70.
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disposiciones de la ley N° 19.880 tienen una aplicación directa e inmediata, sin que sea
pertinente indagar acerca de la mayor o menor extensión de la regulación del
procedimiento especial, con miras a limitar su alcance al criterio de la supletoriedad,
puesto que, en la especie, tal procedimiento se encuentra en un reglamento y no en una ley”.
c) Por último, el tercer nivel o grado de supletoriedad se producen en los casos en que
existe una regulación íntegra del procedimiento administrativo por parte de una
ley especial. Sin embargo, los principios generales y el estándar de derechos y
garantías contenidos en la legislación básica (LBPA), deben seguir guiando al
operador jurídico al momento de interpretar y aplicar las normas especiales,
debido al carácter básico y general que tiene dicha normativa, considerando
además el respecto del principio de igualdad y el deber de promoción de los
derechos de las personas que les corresponde a todo órgano público.
10.2. El ámbito objetivo y subjetivo de aplicación y sus límites
La LBPA establece su ámbito de aplicación sobre la base de dos elementos, uno de carácter
subjetivo, vinculado con las entidades que están sometidas a sus disposiciones, y otra de
carácter objetivo, relacionado con los actos que regula.
Desde un punto de visto subjetivo, la LBPA somete a sus prescripciones a todos los
órganos que forman parte de la Administración del Estado, conforme al artículo 1º de la
Ley Nº 18.575, de Bases Generales de la Administración del Estado. Las únicas entidades
excluidas son el Banco Central, sujeto a su normativa orgánica constitucional106, y las
105 Dictámenes Nºs. 33.255, de 2004. En el mismo sentido, los dictámenes Nºs. 3.835 y 31.414, ambos de
2005.
106 El Banco Central en Chile es definido por la Constitución como un órgano autónomo y de carácter
técnico (artículos 108 y 109). En la actualidad está regulado por la Ley Nº 18.840, Orgánica Constitucional
del Banco Central de Chile, que en su artículo 2º dispone que “El Banco, en el ejercicio de sus funciones y
atribuciones, se regirá exclusivamente por las normas de esta ley orgánica y no le serán aplicables, para ningún efecto
legal, las disposiciones generales o especiales, dictadas o que se dicten para el sector público. Subsidiariamente y dentro
de su competencia, se regirá por las normas del sector privado”.
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empresas públicas creadas por ley, ya que en razón de sus actividades se encuentran
sujetas, por regla general, a la legislación común107.
También se deben entender excluidas las entidades privadas que tienen participación de
entidades públicas, ya sean sin fines de lucro (corporaciones y fundaciones) o con fines de
lucro (sociedades estatales), tal como lo ha sostenido la jurisprudencia administrativa 108.
Sin embargo, en el último tiempo existe una tendencia de extender la LBPA a
determinados actos, ya sea por disposición legal o por la vía de la jurisprudencia judicial 109.
Desde una perspectiva objetiva, la LBPA sólo comprende las actuaciones formales de estos
órganos administrativos que se dicten en ejercicio de una potestad pública y en el marco
de un procedimiento administrativo. Aquello significa que se excluyen los actos formales
dictados al margen de un procedimiento administrativos, las actuaciones materiales y
técnicas, así como aquellos actos sometidos a la legislación común.
107 En nuestro ordenamiento se le niego iniciativa empresarial a las entidades administrativa, salvo que una
ley de quórum calificado así lo autorice. Al efecto, inciso 2º del artículo 19 Nº 21 de la Constitución dispone
que “El Estado y sus organismos podrán desarrollar actividades empresariales o participar en ellas sólo si una ley de
quórum calificado los autoriza. En tal caso, esas actividades estarán sometidas a la legislación común aplicable a los
particulares, sin perjuicio de las excepciones que por motivos justificados establezca la ley, la que deberá ser, asimismo,
de quórum calificado”.
108 Este sector ha sido denominado por la doctrina como “Administración invisible del Estado”. Así, Reyes y
Nº 19.880 a la Corporación Nacional Forestal, que es una entidad privada. Por su parte, en un reciente
pronunciamiento la Corte Suprema hace aplicable la legislación administrativa al Instituto de Fomento
Pesquero, que es fundación privada (Sentencia de 5 de enero de 2017, Rol Nº 40.605-2016).
110 En efecto, mientras que los reglamentos pueden ser derogados en cualquier momento, los actos
administrativos sólo pueden ser revocados en tanto que no lesionen derechos adquiridos por terceros
(artículo 62 LBPA). Si bien dicha autoridad tiene la posibilidad de modificar o derogar el reglamento, aquello
sólo lo puede hacer de forma general. Cualquier inaplicación para el caso particular no sólo implica una
vulneración del principio de igualdad, sino también del principio de legalidad, dado que el reglamento forma
parte del marco de validez dentro del cual debe actuar la propia autoridad administrativa. Esto demuestra,
por su parte, la mayor importancia cualitativa que tiene el reglamento respecto del acto administrativo y su
sustancial diferencia cualitativa: norma y acto, que se ha expresado en principio de la inderogabilidad
singular de los reglamentos. El trabajo de mayor influencia sobre el tema ha sido el de GARCÍA DE
ENTERRÍA (1958). Observaciones sobre el fundamento de la inderogabilidad singular de los reglamentos. En
Revista de Administración Pública, Nº 27, pp. 63-86, recogido posteriormente en GARCÍA DE ENTERRÍA,
Curso, pp. 204-207.
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a. Procedimientos generales; y
b. Procedimientos especiales.
Por ello mismo y en función de las aludidas características, resulta posible la coexistencia
de un procedimiento general o que intenta disciplinar ampliamente el desarrollo de la
actividad administrativa formalizada (más allá y con independencia de las materias en que
ésta se concrete) y procedimientos especiales o de disciplina de actuaciones de
características muy concretas, como sucede con los procedimientos disciplinarios,
expropiatorios, concesionales, etc.
a. Procedimientos formalizados; y
b. Procedimientos no formalizados.
Los primeros son aquellos cuya tramitación está predeterminada por la normativa en cada
caso de aplicación, de suerte que la Administración actuante goza de poco margen para
configurar el iter de sus actuaciones. Los segundos se caracterizan, por contra, por la
escasa regulación normativa concreta de dicho iter, lo que permite a la Administración
organizar la tramitación según las circunstancias del caso.
Contra lo que pudiera parecer en principio, esta clase de procedimientos son muy
frecuentes. En ellos se pone de manifiesto la importancia de una regulación unitaria de la
actuación procedimental, toda vez que ésta determina los principios generales de obligada
observancia y las instituciones, técnicas y herramientas a usar en la ordenación de dicha
actuación.
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a. Procedimientos independientes; y
b. Procedimientos conexos, subdividiéndose éstos básicamente en:
i. Procedimientos complejos; y
ii. Procedimientos interdependientes.
Los procedimientos conexos son aquellos que están relacionados o vinculados, en mayor o
menor medida, con otros procedimientos, de suerte que la consecución del fin perseguido
por la actividad administrativa depende de la adecuada interacción de los mismos. Según
sea esta interacción, cabe hablar de procedimientos complejos, cuando varios procedimientos
se integran para formar un solo procedimiento (es el caso, por ejemplo, del sistema de
evaluación ambiental regulado por la Ley Nº 19.300, de Bases del Medio Ambiente), y de
procedimientos interdependientes, cuando varios procedimientos, aun conservando su
autonomía, están unos en función de los otros, como sucede, por ejemplo, con el
procedimiento de ejecución o del procedimiento de recurso o impugnación administrativa,
que tienen como presupuesto un procedimiento previo finalizado por acto susceptible de
ser ejecutado o impugnado, respectivamente.
a. Procedimientos intraadministrativos;
b. Procedimientos entre la Administración y los ciudadanos.
Los segundos, finalmente, no vienen a ser sino los procedimientos más típicos y
tradicionales, resultantes del ejercicio, ad extra o con relación a los ciudadanos, de sus
potestades por la Administración, pudiendo subclasificarse en lineales y triangulares. Los
procedimientos lineales son aquellos que vincula a la Administración actuante con uno o
varios ciudadanos, actuando aquélla como parte y resolutor. Por su parte, los triangulares
son los que en la Administración asume, con relación a dos o más ciudadanos con intereses
contradictorios entre sí, una posición neutral o arbitral. No puede dejar de observarse que,
en la práctica, no es infrecuente que un mismo procedimiento presente mezcladas las
características de estos tipos o clases.
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5. Por su finalidad:
a. Procedimientos declarativos;
b. Procedimientos ejecutivos; y
c. Procedimientos de gestión.
6. En razón de la forma, de la complejidad del objeto y de los plazos de los trámites para
su instrucción:
a. Procedimientos ordinarios;
b. Procedimientos de urgencia.
Ya es difícil encontrar en la doctrina una concepción más o menos asentada de lo que son
los principios jurídicos o principios generales del derecho. Mucho más complejo se torna el
panorama a la hora de encontrar algún consenso respecto de cuáles serían estos principios
aplicables a las diversas disciplinas dogmáticas y, en su caso, a parcelas de la misma, como
sería en este caso: los principios que rigen el procedimiento administrativo.
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muchas veces debemos valorar esta obra en base a la buena intención de su autor, pero no
creo que sea suficiente con decir que la intención es lo que vale, cuando nos encontramos con
una sarta de principios con denominaciones impropias, contradictorios no sólo entre sí,
sino con las disposiciones que están en el propio cuerpo de la ley, y que plantean serias
dudas respecto de su naturaleza y forma de ser aplicado. Sea pues esto un llamado a
nuestro legislador para haga lo que le corresponde, esto es, legislar, pues ya la doctrina y
la jurisprudencia se ocuparán y tendrán el tiempo de ordenar sus ideas y rescatar, en lo
profundo de las mismas, sus buenas intenciones.
La doctrina distingue entre principios y reglas, ambas entendidas como mandatos cuyos
destinatarios son los operadores jurídicos que deben hacer aplicación de la misma, como
también los sujetos que van a ser objeto de tal aplicación. En este caso, vamos a entender
que los principios y reglas se pueden enunciar de forma condicionada, es decir, dado un
determinado supuesto de hecho, se atribuye una consecuencia jurídica. Sin embargo, en el
caso de los principios el supuesto de hecho aparece formulado de forma abierta, mientras
que en las reglas se hace de forma cerrada, aunque en ambos casos nos vamos a encontrar
con mandatos que se deben cumplir de forma plena112. Así, por ejemplo, la regla puede
111 Esta disposición establece lo siguiente: “La Administración del Estado deberá observar los principios de
responsabilidad, eficiencia, eficacia, coordinación, impulsión de oficio del procedimiento, impugnabilidad de los actos
administrativos, control, probidad, transparencia y publicidad administrativas, y garantizará la debida autonomía de
los grupos intermedios de la sociedad para cumplir sus propios fines específicos, respetando el derecho de las personas
para realizar cualquier actividad económica en conformidad con la Constitución Política y las leyes”.
112 En esta materia seguimos a Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero. El problema se plantea respecto de la
tesis sostenida por Robert Alexy, quien afirma que los principios son mandatos de optimización que se
cumplen en distinto grado. Para Atienza y Ruiz Manero, aquello depende del tipo de principio. Tal situación
se podría dar respecto de los principios que contienen directrices o normas programáticas, pero no con los
principios en sentido estricto. Como bien señalan, «[…] de los principios en sentido estricto cabe decir que
son mandatos de optimización únicamente en el sentido de que, al estar configuradas de forma abierta sus
condiciones de aplicación, la determinación de su prevalencia o no en un caso individual determinado exige
su ponderación, en relación con los factores relevantes que el caso presente, con principios y reglas que
jueguen en sentido contrario; pero una vez determinado que en ese caso prevalece el principio, éste exige un
cumplimiento pleno. Las directrices, por el contrario, al estipular la obligatoriedad de utilizar medios
idóneos para perseguir un determinado fin, dejan también abierto el modelo de conducta prescrito: las
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Esta distinción resulta plenamente válida en el caso que estamos analizando, puesto que la
LBPA no sólo contiene reglas básicas sobre el procedimiento administrativo, sino también
se establece un conjunto de principios legales que si bien, en muchos casos aparecen
formulados de forma abierta, contienen mandatos precisos para el operador jurídico. Por lo
demás, muchos de estos principios legales vienen acompañados de reglas específicas, como
sucede con el principio de abstención (muy discutible como principio) y de impugnabilidad.
Por otra parte, también se debe reconocer que la LBPA contienen otros principios no
enunciados expresamente en su artículo 4º, pero que son de gran importancia, como
sucede con los principios de trascendencia y conservación, insertos en los incisos 2º y 3º de
su artículo 13.
Como hemos visto, los principios cumplen diversas funciones, dentro de las cuales
destacan su función interpretativa, de integración y sistematizadora.
a) Principio de escrituración
directrices sí pueden, en efecto, ser cumplidas en diversos grados». Vid. ATIENZA, MANUEL Y RUIZ
MANERO, JUAN, “Sobre principios y reglas”, en DOXA, Cuadernos de Filosofía del Derecho, Nº 10,1991, pp.
101-119.
113 Así da cuenta el Dictamen Nº 25.110, de 2016, de la Contraloría General de la República.
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respuesta por escrito. Así las cosas, el órgano contralor concluyó que no resulta suficiente una
respuesta de carácter verbal a una solicitud formalmente presentada ante la autoridad —en este
caso municipal—, en virtud del principio de escrituración, por lo que dicha entidad edilicia debió dar
una respuesta en forma fundada y por escrito a la recurrente, acerca de la decisión adoptada sobre su
solicitud.
En todo caso, nuestra legislación ha ido imponiendo el soporte electrónico de los expedientes
administrativo, como ha sucedido en materia de contratación pública con la Ley Nº 19.886, y con
una combinación entre expediente escrito e información electrónica, como sucede con los
procedimientos regulados por la Ley Nº 19.300, particularmente en el sistema de evaluación
ambiental y los procedimientos sancionadores. En todo caso, se está tramitando en el Congreso un
proyecto de iniciativa presidencial que modifica la LBPA en materia de documentos electrónicos
(Boletín Nº 11882-06), que establece como regla general los expedientes electrónicos: “Artículo 19.
Uso obligatorio de plataformas electrónicas. Los órganos de la Administración estarán obligados a disponer y
utilizar adecuadamente plataformas electrónicas para efectos de llevar expedientes electrónicos, las que
deberán cumplir con estándares de seguridad, interoperabilidad, interconexión y ciberseguridad”.
El único inconveniente se plantea frente a la imposibilidad real que tienen los ciudadanos de acceder
a medios electrónicos, unidos muchas veces a lo que se denomina “analfabetismo digital”, que no es
el desconocimiento para poder utilizar dichos medios. Por tal razón, la iniciativa legal introduce al
artículo 18 un nuevo inciso disponiendo: “Aquella persona que carezca de los medios tecnológicos, no
tenga acceso a medios electrónicos o sólo actuare excepcionalmente a través de ellos, podrá solicitar por medio
de un formulario, ante el órgano respectivo, autorización para efectuar presentaciones dentro del
procedimiento administrativo en soporte de papel”.
b) Principio de gratuidad
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consideración a que no se contaba con presupuesto público destinado para ese fin y que se trataba de
una actividad encargada por ley. Sin embargo, la Contraloría, mediante su dictamen Nº 24.964, de
2012, dispuso que no era procedente que el organismo exigiera la entrega de recursos asociados a
ese fin, aun si su presupuesto no contemplaba fondos para solventar los gastos que le originaba
dicha actividad, ya que este debe sujetar su actuación al principio de gratuidad, conforme al cual los
servicios públicos se encuentran impedidos de exigir retribución por el desempeño de las funciones
que les impone el ordenamiento jurídico, salvo que una ley lo autorice expresamente para ello, lo
que no acontecía en este caso.
c) Principio de celeridad
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En este sentido, la Excma. Corte Suprema, en su sentencia Rol Nº 27.989-2016, de Aguas del
Altiplano S.A. con Superintendencia de Servicios Sanitarios, concluyó que el principio de celeridad
debe observarse con un mínimo de equilibrio entre los distintos deberes que asume la
Administración, ya que de otra manera “[…] los derechos e intereses del Estado y de los administrados
habrían de ceder y quedar subordinados a la celeridad, conclusión irracional que no puede ser admitida” (cº
7). Ello justificaría, por ejemplo, por qué la jurisprudencia en general ha reconocido que los plazos
para la Administración no son fatales.
d) Principio conclusivo
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Este principio está estrechamente vinculado con el principio de celeridad, pero que nuestro
legislador confunde con el principio de oficialidad. Al respecto, el artículo 9° dispone que
la Administración debe responder a la máxima economía de medios con eficacia, evitando
trámites dilatorios. Para tal efecto, entrega algunas reglas concretas que son aplicación de
dicho principio, pero que bajo ningún respecto acotan o restringen su alcance:
a) Se decidirán en un solo acto todos los trámites que, por su naturaleza, admitan un
impulso simultáneo, siempre que no sea obligatorio su cumplimiento sucesivo.
b) Al solicitar los trámites que deban ser cumplidos por otros órganos, deberá
consignarse en la comunicación cursada el plazo establecido al efecto.
Ahora bien, el alcance de este principio cuenta con una importante proyección que supera
a la mera agilidad de los procedimientos. En efecto, en virtud de él la Contraloría ha
suprimido posibles vías de actuación de los interesados frente a la Administración, cuando
ellas constituyan obstáculos que puedan afectar o entorpecer el normal desenvolvimiento
de un procedimiento administrativo. Por ejemplo, ha limitado la procedencia de recursos
administrativos en contra de actos aclaratorios o rectificatorios, ya que en su entender
autorizar una recursividad sucesiva e indefinida atentaría contra el principio de economía
procedimental.117
f) Principio de contradictoriedad
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En el entendido que este principio no sólo es un derecho, sino que constituye un deber
para la Administración, se establece que, en cualquier caso, el órgano instructor adoptará
las medidas necesarias para lograr el pleno respeto a los principios de contradicción y de
igualdad de los interesados en el procedimiento (art.10 inc. 4º).
71
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g) Principio de imparcialidad
En primer término, no resulta posible sostener que la Administración sea una entidad
imparcial al momento de actual, ya que por definición y en razón de la función que debe
cumplir, sus actos deben estar orientados a satisfacer los intereses generales en todo
ámbito (seguridad y salubridad pública, medio ambiente, urbanismo, derechos de los
consumidores, etc.). De esta forma, su posición es claramente parcial: garantizar intereses
generales, pero de forma objetiva.
Por tal razón, es importante distinguir la posición institucional que tiene la Administración,
que tendrá siempre un interés general que defender y garantizar, frente a la posición de las
autoridades y funcionarios, que en su actual deben evitar cualquier situación que le reste
imparcialidad en al actuar, especialmente en los denominados conflicto de interés, lo cual
desarrolla bajo la particular denominación de “principio de abstención” el artículo 12 de la
LBPA.
121 SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso, Principios de Derecho Administrativo, 2ª ed. Madrid, Iustel, 2009, p.
83.
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artículo 41 de la LBPA), sino también a los actos de trámite que produzcan esta afectación,
como sería una medida provisional de cese de actividades, clausura o traslado de un
funcionario.
h) Principio de abstención
Cuesta comprender que la abstención pueda constituir un principio por sí mismo, tal como
lo consagran los artículos 4º y 12 de la LBPA, suponiendo que la Administración siempre
justifica su existencia en el actuar y los deberes que debe cumplir, de ahí la idea de la
oficialidad y celeridad que rige sus actos.
122Ídem.
123 GARCÍA COSTA, Francisco Manuel, Delimitación conceptual del principio de objetividad: objetividad,
neutralidad e imparcialidad, en Revista Documentación Administrativa, 289, enero-abril 2011, pp. 31-32.
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siguientes: a) Tener el fiscal o el actuario interés directo o indirecto en los hechos que se investigan; b) Tener
amistad íntima o enemistad manifiesta con cualquiera de los inculpados, y c) Tener parentesco de
consanguinidad hasta el tercer grado y de afinidad hasta el segundo, inclusive, o de adopción con alguno de
los inculpados”. Más aún, el mismo cuerpo legal dispone que “El fiscal o el actuario podrán declararse
implicados por algunas de las causales mencionadas en el artículo 133 o por algún otro hecho que a su juicio
les reste imparcialidad” (artículo 134 inciso 3º). Posteriormente la Contraloría extendió el alcance
del principio de imparcialidad con carácter general, como una manifestación del principio de
probidad. Así, ha señalado que la probidad administrativa establece el deber de todo funcionario
de tener siempre en cuenta, en el ejercicio de sus labores, la necesidad de priorizar el interés
público sobre el privado, actuando con objetividad, imparcialidad y transparencia en su gestión 124.
Así, ha aplicado los principios de imparcialidad y objetividad en los procesos de calificación de los
funcionarios125 y en una clara separación entre las funciones de instrucción y de decisión en un
sumario administrativo126. A su vez, también ha sido clara en señalar que una posible enemistad
que exista entre los funcionarios puede dar lugar a la falta de imparcialidad, viciando un
procedimiento de calificación, como es la existencia de públicas discrepancias y desencuentros
entre aquellos127.
Sin embargo, con la Ley Nº 19.653 se estableció con mayor precisión el alcance del principio de
imparcialidad vinculado con la probidad, al establecer en el actual artículo 62 Nº 6 los supuestos
que darían lugar a su infracción: “Artículo 62.— Contravienen especialmente el principio de la probidad
administrativa, las siguientes conductas: […] 6. Intervenir, en razón de las funciones, en asuntos en que se
tenga interés personal o en que lo tengan el cónyuge, hijos, adoptados o parientes hasta el tercer grado de
consanguinidad y segundo de afinidad inclusive. Asimismo, participar en decisiones en que exista cualquier
circunstancia que le reste imparcialidad. Las autoridades y funcionarios deberán abstenerse de participar en
estos asuntos, debiendo poner en conocimiento de su superior jerárquico la implicancia que les afecta”. De
esta forma, el legislador consideró que cualquier circunstancia que le reste imparcialidad a un
funcionario, necesariamente lo obliga a abstenerse de intervenir. En este caso, además se hace
cargo expresamente de una de estas causales, como es la existencia de un interés personal o de los
parientes cercanos en los asuntos que debe intervenir en razón de sus funciones. Por lo tanto, las
causales de abstención son de numerus apertus, es decir, no hay una enumeración taxativa de las
mismas. Por su parte, Contraloría ha aplicado esta norma con carácter general, haciéndola
aplicable a todas las actuaciones y procedimientos de la Administración, conforme al criterio que
ya había establecido en su jurisprudencia. 128
aunque no existe norma legal o reglamentaria que en relación con el proceso calificatorio de los académicos de la
Universidad de Chile contemple causales de inhabilitación o recusación respecto de los integrantes de las comisiones que
en el intervienen, en resguardo de la objetividad e imparcialidad que, en general, debe imperar en los procesos
calificatorios, ante una situación como la ahora analizada, en que existe constancia previa de la opinión que a los
integrantes de las comisiones referidas les merece la actividad de un académico sujeto a su evaluación, corresponde que
el miembro de la Comisión Calificadora o informante, en su caso, se abstenga de participar en los acuerdos que esos
órganos adopten respecto del funcionario ocurrente”.
128 Dictamen Nº 17.701, de 2008. En este caso se señala lo siguiente: “[…] la imparcialidad de la autoridad
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Ahora bien, las circunstancias que obligan a estar personas a abstenerse de intervenir en el
procedimiento:
La Contraloría señala que el deber de abstención tiene por objeto prevenir que en la Administración
se adopten decisiones en que la falta de imparcialidad de sus servidores pueda importar que aquéllas
no sean objetivas. Con todo, en su resolución, el órgano de control agrega un elemento interesante
para la configuración efectiva de este deber: el resultado. De acuerdo a esta entidad, si bien la
concurrencia de alguno de los motivos de abstención no implica necesariamente la anulación del
acto en que haya intervenido, su validez se reafirma cuando existiendo una preferencia o cercanía
con el interesado, la autoridad adopta una decisión que no evidencia un favoritismo. 129
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La Excma. Corte Suprema ha señalado que el principio de trascendencia establece que no hay
nulidad sin perjuicio (“pas de nullité sans grief”), por lo que no basta con denunciar irregularidades o
que estas efectivamente se presenten en un proceso para invalidar un acto administrativo, sino que
se debe demostrar que ellas inciden de manera concreta en el quebrantamiento de derechos del
particular (SCS Rol Nº 11.485-2017, cº 30).
En este sentido, ha señalado que: “Que, a su vez, uno de los principios que informan la nulidad de derecho
público es el de conservación, cuyo fundamento radica en que revistiendo la nulidad el carácter de remedio
excepcional frente a la ilegalidad de un acto administrativo, ella sólo será procedente si el vicio es grave y
130 BELADIEZ ROJO, Margarita. Validez y eficacia de los actos administrativos. Madrid, Marcial Pons, 1994, p.
46.
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esencial. Subyacen a este principio de conservación otros principios generales del Derecho como la confianza
legítima que el acto genera, así como la buena fe de los terceros, el respeto a los derechos adquiridos y la
seguridad jurídica. Efectivamente, no cualquier irregularidad o defecto justifica la declaración de nulidad,
sino cuando dicha anomalía conculque las garantías de los administrados”. Así, no cualquier irregularidad
o defecto justifica la declaración de nulidad (SCS Rol Nº 32091-2014, cº 24. Mismo criterio
contenido en SCS Rol Nº 2614-2015, SCS Rol Nº 2850-2015, entre otras).
j) Principio de inexcusabilidad
b) Fundamentación de los actos que ponen termino anormal del procedimiento. En los casos
de término anormal de procedimiento (prescripción, renuncia del derecho,
abandono del procedimiento, desistimiento de la solicitud, desaparición
sobreviniente del objeto del procedimiento), la resolución consistirá en la
declaración de la circunstancia que concurra en cada caso, con indicación de los
hechos producidos y las normas aplicables (art. 14 inc. 3º).
k) Principio de impugnabilidad
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recursos administrativos de reposición y jerárquico, regulados en esta ley, sin perjuicio del
recurso extraordinario de revisión y de los demás recursos que establezcan las leyes
especiales.
a) Por regla general, sólo son impugnables los actos que ponen término al
procedimiento, en el entendido que son aquellos que se pronuncian sobre el fondo
del asunto que ha sido objeto del mismo. La razón de esta regla es que la
impugnación del acto terminal supone, en principio, la impugnación de los actos de
trámites que le han servido de fundamento. Así, por razones de economía
procedimental, carece de sentido impugnar un acto, tramite o diligencia dentro del
procedimiento, si aquella en definitiva sólo será estimada o desestimada en el
pronunciamiento final, respecto del cual se debe abrir la vía recursiva.
b) También por regla general, no son impugnables los actos de trámite ya que, como
se ha indicado, aquellos no conllevan necesariamente un pronunciamiento
definitivo de la autoridad y sólo serán ponderados en el acto terminal.
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continuar un procedimiento o produzcan indefensión; y (iii) una ley expresamente no haya limitado
su procedencia.
Sin embargo, su análisis requiere de algunos matices en relación con la posición que tenga
el sujeto que ejerce este derecho, ya sea un i) interesado o parte, o ii) a los ciudadanos en
general.
El citado precepto legal [literales a) y b)] otorga, en efecto, a quienes tengan la condición
de interesados los derechos a conocer en cualquier momento el estado de tramitación del
procedimiento y obtener copias de los documentos en el contenido, así como a identificar a
las autoridades y al personal bajo cuya responsabilidad se tramite.
En estén sentido, Contraloría ha sostenido que de conformidad con lo prescrito en el artículo 17,
letra a), de la ley N° 19.880, las personas, en sus relaciones con la Administración, tienen derecho a
conocer, en cualquier momento, el estado de la tramitación de los procedimientos en los que tengan
la condición de interesados, y obtener copia autorizada de la documentación pertinente. Al efecto, si
bien la citada ley N° 19.880 no ha establecido un procedimiento específico para hacer efectivo el
derecho contemplado en dicho precepto, ello no puede constituir un obstáculo para su ejercicio,
debiendo la autoridad competente adoptar las medidas necesarias a fin de que las personas que
tienen la calidad de interesadas en el respectivo procedimiento, en cualquier momento, accedan a los
documentos que conforman el correspondiente expediente y obtengan copias de ellos, debiendo dar
lugar a ese tipo de requerimientos en la medida que no exista una causal legal de reserva que lo
impida (Dictámenes Nos. 27.945, de 2017, y 30.016, de 2018).
Cuestión distinta en lo que sucede con la Ley Nº 20.285, sobre acceso a la información
pública, que –conforme al artículo 8º de la Constitución- reconoce dicho derecho de acceso
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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De este régimen legal general del derecho de acceso e información conviene resaltar los
siguientes aspectos:
a) No legitima el acceso directo a los archivos y, por tanto, los documentos, salvo
cuando se ejercite el derecho de acceso a la información pública en el procedimiento
en los términos del artículo 21 de la LBPA.
El Reglamento de la Ley Nº 20.285 (Decreto Nº 13, de 2009, del Ministerio Secretaría General de
la Presidencia) define en su artículo 7º, letra c), qué se entiende por solicitud “genérica”, en los
siguientes términos: “Se entiende por requerimientos de carácter genérico, aquellos que carecen de
especificidad respecto de las características esenciales de la información solicitada, tales como su materia, fecha
de emisión o período de vigencia, autor, origen o destino, soporte, etcétera”. En virtud de dicha disposición,
el Consejo para la Transparencia ha señalado que una solicitud se encuentra debidamente
especificada cuando de ella se desprenden elementos suficientes que permitan identificar el objeto de
la solicitud (SCT Rol Nº C 1950-13, cº8).
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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Cuando concurra en ellos alguna de las causas legales de abstención, las autoridades y, en
general, el personal al servicio de la Administración debe sustraerse de intervenir en el
procedimiento y comunicarlo así a su superior jerárquico inmediato para que resuelva lo
procedente (art. 12 LBPA y art.64 n°6 inciso 3 LBGAE). La no abstención, cuando
proceda, no determina por si sola la invalidez de los actos en que se haya concretado la
intervención indebida, pero sí la responsabilidad de la autoridad o del personal
correspondiente (12 inciso 3).
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Estas otras partes del procedimiento pueden ser tanto otros órganos de la Administración
o personas de derecho público, como personas jurídico-privadas (naturales o jurídicas).
Por derecho subjetivo debe entenderse toda posición jurídica individualizada y activa
traducible en pretensiones frente a la Administración de realización de prestaciones a las
que esté obligada (con independencia del título constitutivo de la obligación), de
reconocimiento o protección de situaciones jurídicas reconocidas normativamente o por la
propia Administración o de respeto de ámbitos de libertad establecidos por el
ordenamiento jurídico.
La jurisprudencia de nuestra Corte Suprema ha dicho que por interés legítimo se debe entender que
«no se trata del mero y simple interés, como el de un ciudadano por el interés en la observancia de la
legalidad; ha de tratarse de un interés protegido por el ordenamiento jurídico y que haya de afectarle, sea
individualmente o, en su caso, cuando se trate de una afectación colectiva» (STC Rol N° 21.993-2014,
Sociedad Química de Chile S.A. (SQM) con Comisión de Evaluación Ambiental de Tarapacá).
La LBPA (art. 21) establece una regulación conforme con las precisiones anteriores y a
tenor de la cual puede decirse que existen básicamente dos clases de interesados:
a) Los interesados necesarios, sin contar con los cuales no es posible la tramitación,
desarrollo y conclusión válidos del procedimiento por defecto en la conformación
de la correspondiente relación jurídica procedimental. Son los siguientes:
i. Quienes promuevan el procedimiento como titulares de derechos o intereses
legítimos individuales o colectivos, precisión esta última, que concede gran
amplitud a la noción de interés legítimo.
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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ii. Los que, sin haber iniciado el procedimiento, tengan derechos que puedan
resultar afectados por la decisión que en el mismo se adopte.
b) Los interesados posibles o eventuales, con los que sólo ha de contarse en la tramitación
del procedimiento en la medida y a partir del momento en que se personen ellos, de
propia iniciativa, en el mismo.
Artículo 20. Capacidad para actuar. Tendrán capacidad de actuar ante la Administración,
además de las personas que gocen de ella o la ejerzan con arreglo a las normas generales,
los menores de edad para el ejercicio y defensa de aquellos de sus derechos e intereses cuya
actuación esté permitida por el ordenamiento jurídico-administrativo sin la asistencia de la
persona que ejerza la patria potestad, tutela o curatela. Se exceptúa el supuesto de los
menores incapacitados, cuando la extensión de la incapacitación afecte al ejercicio y defensa
de los derechos o intereses de que se trate.
En general, se sostiene que esta norma no se corresponde con la regla general contenida
por la legislación civil (artículos 1446 y 1447 del Código Civil), y establecería un régimen
más amplio y generoso en materia de capacidad que se explica por la naturaleza misma del
Derecho administrativo y el antiformalismo que le es propio. Sin embargo, esta disposición
no conversa necesariamente con nuestro régimen general de capacidad, aun cuando se
llega en definitiva a la solución general prevista en el Código Civil.
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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En efecto, el artículo 20 es una disposición que se ha tomado de forma literal del artículo
30 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones
Públicas y del Procedimiento Administrativo Común 133, y que constituye una excepción al
régimen general de capacidad prevista en la legislación española.
i. Las personas capaces, conforme a las reglas generales, esto es, artículo
1446 del Código Civil.
iii. Nada se dice respecto de los disipadores que se hallen bajo interdicción de
administrar lo suyo. En este caso, se aplica el régimen general de
incapacidad relativa prevista en citado artículo 1447.
ii. Por último, nada se dice sobre el demente y los sordos o sordomudos que
no pueden darse a entender claramente. En este caso, se mantiene lo
133 El texto es el siguiente: “Artículo 30. Capacidad de obrar. Tendrán capacidad de obrar ante las
Administraciones Públicas, además de las personas que la ostenten con arreglo a las normas civiles, los menores de edad
para el ejercicio y defensa de aquellos de sus derechos e intereses cuya actuación esté permitida por el ordenamiento
jurídico-administrativo sin la asistencia de la persona que ejerza la patria potestad, tutela o curatela. Se exceptúa el
supuesto de los menores incapacitados, cuando la extensión de la incapacitación afecte al ejercicio y defensa de los
derechos o intereses de que se trate”.
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Prof. Eduardo Cordero Q.
Si los interesados optan por actuar por medio de representante, la representación invocada
vale como tal en la medida que conste en escritura pública o documento privado otorgado
ante notario, requiriéndose siempre que conste en escritura pública en aquellos casos en
que el acto administrativo produzca efectos que exijan tal solemnidad (art. 22 inc. 2º),
como lo sería la compraventa de un bien fiscal ante el Ministerio de Bienes Nacionales
conforme al Decreto Ley Nº 1939, de 1977.
Previo a revisar las distintas etapas del procedimiento administrativo mismo, cabe hacer
presente que la LBPA considera algunas actuaciones que pueden tener lugar previo a su
inicio. Estas son la información previa y las medidas provisionales.
13.1 Período de información previa
Ahora bien, una vez abierto este período y realizada las diligencias, se deben ponderar los
antecedentes recopilados y evaluar la conveniencia abrir un expediente. Si bien en algunos
casos estos antecedentes pueden ser claros y evidentes, de forma que la única alternativa
posible es iniciar el procedimiento, como ocurre en los casos de potestades estrictamente
regladas (v.gr. procedimientos disciplinarios), en otros puede existir dudas al respecto o no
se cuentan con antecedentes sólidos. En estos supuestos, se deberá dictar una resolución
que orden el archivo de los antecedentes y justifique la determinación de no iniciar el
procedimiento.
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El artículo 32 de la LBPA regula las medidas provisionales que puede adoptar el órgano
administrativo antes de la iniciación del procedimiento o ya iniciado éste. Conforme a
dicha disposición, estas medidas tienen un objeto muy preciso: asegurar la eficacia de la
decisión que pudiera recaer en el procedimiento, esto es, de la resolución final. A su vez, no
se establece un listado de estas medidas. En este caso, la determinación queda entregada a
la decisión de la propia autoridad en razón del fin que deben alcanzar: son las medidas que
estime oportunas para asegurar la eficacia de la decisión.
En todo caso, se trata de una resolución que ha de ser fundada, en la medida que su
procedencia está determinada por la existencia de «elementos de juicio suficientes para ello».
Así, la medida provisional no se justifica en sí misma, sino en relación con la decisión final
que se va a adoptar en un procedimiento administrativo, cuya eficacia se debe garantizar.
Por lo tanto, el acto en virtud del cual se adopta dicha medida debe indicar claramente el
acto cuya eficacia va a asegurar y, especialmente, la forma en que la medida adoptada
garantiza dicha eficacia. Por tal razón la doctrina ha señalado que una adecuada
motivación de las medidas provisionales permitirá conocer las circunstancias tenidas en
cuenta para apreciar la necesidad de las mismas, así como el como el correcto ejercicio de
esta facultad, además de ser indispensable para la alegación y prueba que pueden hacer los
sujetos afectados y el control judicial de la medida. 134
Otro límite importante que «no se podrán adoptar medidas provisionales que puedan causar
perjuicio de difícil o imposible reparación a los interesados, o que impliquen violación de derechos
amparados por las leyes». Dada la redacción de la norma, es difícil que se puedan adoptar
medidas provisionales como la paralización de obras, la clausura de establecimientos, la
prohibición para ejercer una actividad o comercio, el traslado y suspensión de sus labores
de un funcionario objeto de una investigación disciplinaria, ya que implican una «violación
MARINA JALVO, Belén (2007), “Medidas Provisionales en la Actividad Administrativa”, Lex Nova,
134
86
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Prof. Eduardo Cordero Q.
Por su parte, el órgano instrumento puede alzar o modificar las medidas provisionales, de
oficio o a petición de parte, en virtud de circunstancias sobrevinientes o que no pudieron
ser tenidas en cuenta en el momento de su adopción (art. 32 inc. 4º). Por último, dado el
carácter accesorio que tienen en relación con la resolución final, estas medidas se
extinguen cuando se ponga fin al procedimiento correspondiente (art. 32 inc. 5º).
135 Un caso particular es el que se ha presentado con el denominado «bloqueo» del timbraje de documentos
tributarios por parte del Servicio de Impuestos Internos. Esta figura surge con la Circular Interna Nº 32, del
17 de diciembre de 1991, del Servicio de Impuestos Internos, en el cual se estableció todo un sistema de
Bloqueo y Desbloqueo de Timbraje de Documentos, configurando causales que permitían a los funcionarios
«impedir el timbraje», constituyendo una auténtica medida provisional creada por la vía de una norma
administrativa. Se han dado un número de casos importantes en que se ha recurrido de protección frente a
estos bloqueos, en cuyos casos el SII se ha defendido invocando el art. 6 letra a) del Código Tributario, a
pesar de que esta norma sólo le otorga facultades interpretativas. Actualmente esta materia se encuentra
regulada en la Circular Nº 19, de 11 de mayo de 1995. Por su parte, se han emitido diversas sentencias en
uno y otro sentido, siendo la más relevante un pronunciamiento de la Corte Suprema de 2004, en el cual
sostuvo que «[…] no existiendo norma legal que permita al SII efectuar el bloqueo de timbraje de boletas a un
contribuyente como se ha indicado, y menos por supuesta actuaciones de un tercero, ni hay tampoco disposición legal que
lo autorice a retener indefinidamente la devolución de remanentes de impuestos personales sin observar el procedimiento
que la ley establece, se concluye que son ilegales las actuaciones realizadas por el SII» (c. 6º, Sentencia Rol N° 28-04,
de 20 de enero de 2004).
136 SCS Rol Nº 61.291-2016,
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En relación con la denuncia, cabe tener presente que aquel es el acto de poner en
conocimiento de la Administración de un hecho que la habilita para actuar de oficio, como
sucede de forma habitual con las infracciones administrativas. En estos casos, el
denunciante no tiene la calidad de parte ni los derechos que aquella situación conlleva, sin
perjuicio de que se puedan dar los supuestos previstos en el artículo 21 de la LBPA para
poder ser parte o interesado, lo cual es independiente a la calidad de denunciante.
14.2. Iniciación a instancia del interesado
a) Los supuestos en que procede: las posiciones desde las que cabe incoar la
actuación de la Administración
Debe distinguirse claramente a este respecto las dos posiciones básicas desde las que se
puede interesar la actuación administrativa, con puesta en marcha del pertinente
procedimiento:
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Que la iniciativa se haga desde una u otra posición depende estrictamente de la legislación
material aplicable y las relaciones jurídicas que la misma funde o a las que históricamente
haya dado lugar.
Sobre esta materia, en el Derecho español la distinción entre una y otra está claramente establecida
por la jurisprudencia contencioso-administrativa, para la cual únicamente la segunda determina el
deber de la Administración de tramitar y resolver conforme a Derecho el procedimiento en sentido
pertinente, es decir, da lugar a una verdadera instancia o solicitud (inicial o en fase de reclamación o
impugnación), mientras que la primera consiste en una simple petición, que, en cuanto basada hoy
en un derecho fundamental, determina la actuación administrativa, si bien no obliga a una
determinada resolución de fondo; actuación administrativa efectiva y resolución, que son
susceptibles de control judicial cuando menos desde el punto de vista formal (SsTS de 15 de julio de
1982; 8 de mayo de 1985; 15 de octubre de 1986; 10 de abril de 1987; y 18 de febrero de 2003; R.
Az. 4382, 2339, 8037, 2301 y 2117, respectivamente).
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c) La presentación de la solicitud
También, se debe advertir que, a tenor del inciso final del artículo 30 de la LBPA, los
solicitantes podrán acompañar los documentos que estimen convenientes para precisar o
completar los datos del formulario, los cuales deberán ser admitidos y tenidos en cuenta
por el órgano al que se dirijan.
Igualmente, los solicitantes podrán acompañar los documentos que estimen convenientes
para precisar o completar los datos del formulario, los cuales deberán ser admitidos y
tenidos en cuenta por el órgano al que se dirijan (art. 30 inc. 6º LBPA).
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Es importante tener presente que la resolución que declara este «desistimiento tácito»
constituye un acto trámite que pone término al procedimiento, razón por la cual es
impugnable a través de los recursos que franquea la ley (artículo 15 de la LBPA). A su vez,
la exigencia de estos antecedentes debe estar previstos en la ley, no siendo suficiente una
norma de carácter reglamentario o infralegal. En caso contrario, se debe entender que
dichos antecedentes deberán ser acompañados en la etapa de instrucción, para que sean
apreciados por la Administración en su resolución final.
Sin embargo, la Contraloría ha entendido que esta exigencia –a pesar del texto expreso de la ley-
podría estar contenida en una norma reglamentaria, haciendo efectivo el «desistimiento tácito»
previsto en el artículo 31 de la LBPA. Así ha señalado que «[…] en consideración al tenor literal del
artículo 56 [del Reglamento del sistema nacional de control de los productos farmacéuticos de uso
humano], como también al contexto de la preceptiva en la cual se enmarca, es inconcuso sostener que los
certificados en cuestión requieren ser acompañados al momento de presentarse la solicitud de renovación de
registro sanitario ante el ISP y que, en consecuencia, tal exigencia se encuentra prevista en la regulación
específica que rige la materia. En mérito de lo expuesto, atendido que la normativa sanitaria no precisa de
qué manera debe proceder la autoridad administrativa si el solicitante no cumple la aludida obligación y dado
el carácter supletorio de la ley N° 19.880, cabe concluir que, en tal evento, es pertinente aplicar lo estatuido en
el referido artículo 31 de dicho cuerpo legal, debiendo otorgarse al interesado un plazo de cinco días para que
acompañe los certificados en comento, con indicación de que, si así no lo hiciere, se le tendrá por desistido de su
petición» (Dictamen Nº 17.346, de 2015).
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Desde esta perspectiva se entienden las reglas de tramitación que se establecen en los arts.
7, 9 y 18 de la LBPA:
c) Los trámites que deban ser llevados a cabo por la Administración y los
particulares, deben serlo dentro en los plazos legales y concretados a tal fin. Por
ello, al solicitarse de otros órganos administrativos la verificación de trámites o
actuaciones, debe consignarse en la comunicación el plazo establecido al efecto (art.
9º inc. 3º LBPA).
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Estas reglas están evidentemente relacionadas con las más generales que sobre términos y
plazos se contienen en los artículos 23 a 27, ambos inclusive, de la LBPA, y que pueden
sintetizarse así:
En este sentido, la Corte Suprema ha señalado que «[…] la Superintendencia de Salud demoró dos
años y cinco meses en resolver la aplicación de la multa, contados desde la fecha de formulación de cargos
ocurrido el 24 de marzo de 2014 y la dictación de la Resolución Exenta IP/No 1468 de fecha 28 de
septiembre de 2016, dilación indebida e injustificada, que genera el referido efecto jurídico de decaimiento del
procedimiento administrativo sancionador, esto es, su extinción y pérdida de eficacia, al verse afectado su
contenido jurídico que se ha tornado inútil o abiertamente ilegítimo» (SCS Rol Nº 257-2019, cº4).
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Todos los plazos expiran siempre en día hábil, por lo que cuando el último día del
plazo sea inhábil, se entenderá prorrogado al primer día hábil siguiente (art. 25 inc.
final LBPA).
Los plazos se cuentan, estén expresados en meses o años o en días, a partir del día
siguiente a aquel en que tenga lugar la notificación o publicación del acto de que se
trate o a aquel en que se produzca la estimación o desestimación por silencio
administrativo. Respecto de los fijados en meses o años, si en el mes de vencimiento no
hay día equivalente al de comienzo del cómputo, se entiende que el plazo expira el
último día del mes (art. 25 inc. 2º LBPA).
e) Salvo los de presentación de solicitudes y recursos, los plazos son también reducibles,
por razones de urgencia, a la mitad de su duración (no cabe recurso independiente
contra la decisión que ordene la tramitación de urgencia) (art. 63 LBPA).
La instrucción del procedimiento tiene por objeto, según se desprende del artículo 34
LBPA, la realización de los actos necesarios para la determinación, el conocimiento y la
comprobación de los datos (fácticos y jurídicos) en virtud de los cuales deba pronunciarse
el acto terminal, es decir, el acto definitivo que ponga fin a dicho procedimiento. En efecto,
la autoridad administrativa para efectuar un pronunciamiento debe recabar antecedentes,
pruebas, hacer consultas, etc., con la finalidad de formarse un juicio fundado y emitir su
parecer. Este cúmulo de antecedentes permitirá formar la convicción a la autoridad y dará
cuenta de los “motivos objetivos”, tanto de derecho o de hecho que ha tenido en
consideración para emitir su decisión.
Ahora bien, todos estos actos de instrucción, junto con la valoración y razonamiento que
realiza la autoridad de los mismos, conforman los motivos del acto administrativo, los cuales
posteriormente se deben expresar claramente en el acto terminal (motivación o fundamentación),
en los casos que determine la ley, como sucede respecto de todo acto o resolución final
(artículo 41 LBPA) o en aquellos que no siendo actos terminales, afecten derechos de los
particulares (artículo 11 del mismo texto legal).
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a) Prueba
La regulación legal es en este punto escueta, lo que lejos de significar una escasa
importancia de la prueba, revela la flexibilidad en el procedimiento administrativo de la
actividad probatoria.
Por su parte, la jurisprudencia administrativa ha destacado el rol que le corresponde a la
Administración en el control de dicha actividad, a la que pertenece la facultad de apreciar la
relevancia de los hechos que se pretenden probar y la pertinencia de los medios de prueba que se
propongan por los interesados139. En ese sentido, la Contraloría entiende que si bien le corresponde
cautelar la regularidad del proceso, no puede sustituir a la Administración activa en la ponderación
de los elementos de convicción en un procedimiento administrativo, los que deben ser analizados en
conciencia por la autoridad competente.140
Las pruebas propuestas por los interesados sólo pueden ser rechazadas mediante
resolución fundada, cuando sean manifiestamente improcedentes o innecesarias (arts. 35
inc. 3º LBPA).
Los interesados tienen derecho a intervenir en la práctica de las pruebas, a cuyo efecto
deben ser notificados no sólo del comienzo de las actuaciones necesarias para la realización
de las que hayan sido admitidas, sino también y en el caso concreto del lugar, fecha y hora
de cada práctica, con advertencia de poder contar con la asistencia de peritos propios que
le asistan (art. 36 LBPA).
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b) Informes
En ese sentido, los informes son un típico ejemplo de actos de juicio o dictamen, de los que
señala el artículo 3º de la LBPA, los que solo contienen una opinión, y no son, por regla
general, vinculantes. Por ello, se trata, de actos de trámite que no se pueden impugnar
separadamente.
En este sentido, Contraloría ha concluido que los informes solicitados por los Órganos de la
Administración para resolver un procedimiento administrativo no son impugnables a través de los
recursos que contempla la Ley Nº 19.880. En particular, resolvió que las opiniones emitidas por las
Comisiones Regionales de Uso del Borde Costero a través de informes, en el procedimiento de
tramitación de concesiones marítimas, no revisten la naturaleza de decisiones formales en las cuales
se contengan declaraciones de voluntad, sino que solo constituyen antecedentes a considerar por el
Ministerio de Defensa Nacional para resolver los otorgamientos requeridos, por lo que, en
definitiva, no son susceptibles de los recursos que contempla la LBPA (Dictamen Nº65.515, de
2011).
Debe solicitarse en todo caso la emisión de aquéllos que sean preceptivos por disposiciones
legales y los que, aún no teniendo dicho carácter, se consideren necesarios para resolver,
citando el precepto que los exija, en el primer caso, o fundamentando la conveniencia de
reclamarlos, en el segundo caso, y especificando el extremo o extremos sobre los que se
desea la formulación de juicio, en ambos supuestos (art. 37).
Los informes o dictámenes pueden ser, por tanto y en función de la exigencia legal de su
emisión en el procedimiento:
1. Preceptivos
2. Facultativos.
A su vez y desde el punto de vista de la incidencia del juicio que contengan sobre la
formación de la voluntad del órgano administrativo competente para resolver el
procedimiento, pueden ser:
1. Vinculantes
2. No vinculantes
Ambas clasificaciones son compatibles, aunque la combinación más frecuente entre las
mismas es la que da lugar a:
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ii. Los informes o dictámenes preceptivos, pero no vinculantes. Así ocurre con el
informe del fiscal en un sumario administrativo; y el informe de la Comisión de
Evaluación en los procesos licitatorios, y
Los informes o dictámenes deben ser emitidos en el plazo fijado al efecto, de suerte que su
no evacuación en tiempo permite a la Administración solicitante, proseguir las actuaciones
hasta su terminación, así como desconocer, es decir, no tener en cuenta, los emitidos fuera
de plazo (art. 38 inc. 2º).
Por último, considerando la dimensión y envergadura que pueden tener los informes, la
propia ley dispone que “La aceptación de informes o dictámenes servirá de motivación a la
resolución cuando se incorporen al texto de la misma” (artículo 41 inciso final). Por lo tanto,
desde que la autoridad hace suyo el contenido de un informe y sus conclusiones, se
entiende que aquel pasa a formar parte de la “motivación” del acto o resolución final, lo
que permite dar sustento a la decisión que ha adoptado.
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Dadas las características del trámite, su ordenación concreta es cosa más bien de la
legislación sectorial correspondiente, que en ocasiones lo configura como preceptivo y
obligatorios (como ocurre con los procedimientos de aprobación y modificación de los
instrumentos de planificación territorial, conforme a la Ley General de Urbanismo y
Construcciones y su Ordenanza, y en el procedimiento de evaluación ambiental, ya sea
bajo la forma de un EIA o de una DIA).
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Por tal razón, la idea de “crisis de participación”, “ausencia de participación ciudadana” o “falta de
legitimidad democrática en las decisiones públicas”, han levantado la necesidad de reflexionar sobre el
punto y promover diversas modificaciones normativas en los ordenamientos positivos, tendencia
que se ha proyectado a Latinoamérica145 y que ha llegado a nuestro país.146
Ahora bien, existen diversos mecanismos de participación. En algunos casos, (i) se utilizan fórmulas
orgánicas, mediante la integración de miembros representantes de la comunidad en órganos
administrativos, normalmente de carácter consultivo 147, aunque también existen algunos con
carácter activo o decisorio148; en otros casos existen (ii) fórmulas de participación procedimental,
estableciendo mecanismos de audiencias o información pública 149 o de consulta preceptiva de todo o
ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social. Véase: Sánchez Morón, Miguel (1979): El principio de
participación en la Constitución española, en: Revista de Administración Pública, 89, p. 174-174. Sobre la
materia también se puede ver Muñoz Machado, Santiago (1977): Las concepciones del Derecho
administrativo y la idea de participación en la Administración, Revista de Administración Publica, 84, pp.
519 y ss.; Sánchez Morón, Miguel (1980): La participación del ciudadano en la Administración Pública,
Madrid, Centro de Estudios Constitucionales; García de Enterría, Eduardo (1989): Principios y modalidades
de participación en la vida administrativa, Libro homenaje al profesor José Luis Villar Palasí, coord. por
Rafael Gómez-Ferrer Morant, pp. 437-452; Pérez Moreno, A. (1989): Crisis de la participación
administrativa, Revista de Administración Pública, 119, p. 91.
144 Véase Parejo Alfonso, Luciano (2000): El Estado social administrativo: Algunas reflexiones sobre la
“crisis” de las prestaciones y los servicios públicos, en Revista de Administración Pública, 153, pp. 238-239.
145 En el caso de Perú se puede consultar el trabajo de Danós, Jorge (2006): La participación ciudadana en el
ejercicio de las funciones administrativas en el Perú, en: Revista de Derecho Administrativo, Nº 1, pp. 121-164;
en Colombia Nader, Rachid (2008): La participación ciudadana como principio de la función administrativa
en el contexto de la descentralización, en: Derecho y Realidad, 12, pp. 281-286; en Argentina Rey Vázquez,
Luis Eduardo (2016): Estado, Administración y Realidad: la participación del ciudadano en la gestión
pública, en: Revista Digital Asociación Argentina de Derecho Administrativo, Nº 1, pp. 119-171.
146 En este sentido, Pedro Pierry ha sostenido que en la Administración Pública contemporánea aparece
como uno de los aspectos más importantes, la necesidad de buscar diversas formas de participación del
administrado en la toma de decisiones. Todas ellas tienden a acercar la Administración al administrado y
aunque no signifique dotarlos de atribuciones decisoria, ya que ellas radican por regla general en la
autoridad, permiten que la decisión logre un mayor grado de aceptación social. Véase Pierry, Pedro (1989-
1990): Las audiencias públicas, en: Revista de Derecho, Valparaíso, XIII, pp. 165-174. También se puede
consultar Mirosevic, Camilo (2013): Mecanismos de participación ciudadana en el ordenamiento jurídico,
Santiago, Librotecnia.
147 Así sucede con el Consejo Económico y Social Provincial (conocido también como CESPRO), que es un
órgano de asesoría y participación ciudadana a nivel provincial en Chile, establecido por la Ley 19.175,
Orgánica Constitucional de Gobierno y Administración Regional. También está el Consejo Comunal de
Organizaciones de la Sociedad Civil es un órgano de participación ciudadana de las municipalidades, que
reemplazaron al Consejo Económico Social Comunal (CESCO), y cuyo objetivo es asegurar la colaboración y
participación de la comunidad local en el progreso económico, social y cultural de la comuna.
148 Así sucede con los Consejos Zonales de Pesca, que tienen por objeto contribuir a descentralizar las
medidas administrativas que adopte la autoridad y hacer efectiva la participación de los agentes del sector
pesquero en el nivel zonal, en materias relacionadas con la actividad de pesca y acuicultura.
149 La información pública o participación ciudadana es regulado con carácter facultativo en el artículo 39 de
la Ley Nº 19.880, pero que es un trámite esencial en algunos casos, como ocurre los procedimientos de
aprobación y modificación de los instrumentos de planificación territorial, conforme a la Ley General de
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parte de los miembros de la comunidad, como ocurre con la Consulta Indígena. Por último, también
se considera como mecanismo de participación (iii) la legitimación de las organizaciones sociales
para impugnar por la vía jurisdiccional los actos administrativos que puedan afectar al interés
general o colectivo.150
No obstante, no es posible agotar todas las instancias de participación que utiliza la Administración,
como ocurre muchas veces con la consulta públicas de políticas, planes y programas que realizan los
ministerios o servicios públicos, así como las consultas no vinculantes que se realizan a la
comunidad por parte de las municipalidades.
En el año 2011 entró en vigor la Ley Nº 20.500, sobre asociaciones y participación ciudadana en la
gestión pública. En este sentido, dicha iniciativa estaba orientada a hacer efectivo el derecho de las
personas a participar en igualdad de oportunidades en la vida nacional, el cual se encuentra
consagrado en el inciso final del artículo 1º de la Constitución. Así, se afirmaba en su mensaje que:
“La participación ciudadana, como eje central de un régimen democrático moderno, concibe la relación entre
el Estado y el individuo como una cooperación entre ambos y no como una relación vertical o de sumisión de
los sujetos a la autoridad. Una relación de cooperación Estado-individuo, piedra angular del principio
participativo, trae como consecuencia una activa intervención de la sociedad civil en la elaboración de la
voluntad estatal, esto es, un involucramiento superior de la ciudadanía en el diseño o elaboración de las
decisiones públicas, superando el carácter recepticio, pasivo o de meros sujetos, que existe en un régimen de
sujeción vertical de los individuos frente a la autoridad y carente de una ciudadanía organizada, activa y
responsable. En estas condiciones, la existencia de un marco que favorezca una participación ciudadana
efectiva, por un lado, hace partícipes de las decisiones a los propios ciudadanos, posibilitando el
ensanchamiento de la democracia. Por el otro, permite una actuación eficiente de los órganos del Estado
encargados de tomar decisiones públicas, toda vez que se toma conocimiento de los distintos intereses en juego,
del grado de aceptación de las medidas y se perfeccionan técnicamente las decisiones con aportes externos”.151
Una de las modificaciones más importantes se hizo a la LBGAE, introduciendo un nuevo Título IV
“De la participación ciudadana en la gestión pública”. A este respecto, es importante destacar que estas
normas se aplican a todos los órganos de la Administración del Estado (artículo 2º) 152, salvo aquello
que están expresamente excluidos (artículo 21)153. Así, se reconoce la participación como un derecho
Intendencias, las Gobernaciones y los órganos y servicios públicos creados para el cumplimiento de la función
administrativa, incluidos la Contraloría General de la República, el Banco Central, las Fuerzas Armadas y las
Fuerzas de Orden y Seguridad Pública, los Gobiernos Regionales, las Municipalidades y las empresas públicas creadas
por ley”.
153 Esta norma dispone que: “Las normas del presente Título no se aplicarán a la Contraloría General de la
República, al Banco Central, a las Fuerzas Armadas y a las Fuerzas de Orden y Seguridad Pública, los Gobiernos
Regionales, a las Municipalidades, al Consejo Nacional de Televisión y a las empresas públicas creadas por ley, órganos
que se regirán por las normas constitucionales pertinentes y por sus respectivas leyes orgánicas constitucionales o de
quórum calificado, según corresponda”.
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que el Estado debe respetar: “El Estado reconoce a las personas el derecho de participar en sus políticas,
planes, programas y acciones”. Por tal razón se dispone que “[…] es contraria a las normas establecidas
en este Título toda conducta destinada a excluir o discriminar, sin razón justificada, el ejercicio del derecho
de participación ciudadana señalado en el inciso anterior” (artículo 69).
Las alegaciones
Con carácter general, los interesados pueden -tal como determinan los artículos 10 y 17
letra f) de la LBPA — formular alegaciones y aportar documentos (u otros elementos de
juicio) en cualquier momento a lo largo de todo el procedimiento, siempre que sea antes
del otorgamiento del trámite de audiencia, que deberán ser tenidos en cuenta por el
órgano competente al redactar la propuesta de resolución.
La audiencia
Nuestro Tribunal Constitucional ha sostenido que todo acto de efectos desfavorables exige de las
garantías de un procedimiento justo y racional (artículo 19 Nº 3 inciso 6º de la Constitución). Así,
en la Sentencia Rol Nº437, de 2005, señala que:“[…] los principios del artículo 19 Nº 3 de la
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Sin perjuicio de lo anterior, con carácter general —ya sea en el marco de un procedimiento
administrativo o fuera de él— la Ley Nº 20.730, que regula el lobby y las gestiones que
representen intereses particulares ante las autoridades y funcionarios, establece una
regulación general sobre la solicitud de audiencia.
154 STC Rol Nº437, de 2005, cº17. En el mismo sentido STC Nº 437, considerado 5º, con referencia a los
precedentes contenidos en las STC N°s. 176, de 1993, y 478, de 2006; STC Rol Nº 616, c. 18; STC Rol Nº
808, c. 10; STC Rol Nº 1393, c. 7; STC Rol Nº 2111, cc. 16 y 17, entre otras. Además, se puede consultar
CORDERO, Eduardo (2013): “Concepto y naturaleza de las sanciones administrativas en la doctrina y
jurisprudencia chilena”, en Revista de Derecho (UCN), Vol. 20 Nº 1, pp. 79-103.
155 Así, en la sentencia Rol Nº 376, afirmó que el artículo 19 N° 3 “[…] consagra el principio general en la
materia, al imponer al legislador el deber de dictar las normas que permitan a todos quienes sean, o puedan ser
afectados en el legítimo ejercicio de sus derechos fundamentales, ser emplazados y tener la oportunidad de defenderse de
los cargos que le formule la autoridad administrativa” (c. 30°). Por lo demás, “[…] el derecho a la defensa jurídica
debe poder ejercerse, en plenitud en todos y cada uno de los estadios en que se desarrolla el procedimiento, en los cuales se
podrán ir consolidando situaciones jurídicas muchas veces irreversibles” (c. 37°).
156 Véase las STC Rol Nº 1411, c. 7; STC Rol Nº 1429, c. 7; STC Rol Nº 1437, c. 7; STC Rol Nº 1438, c. 7;
STC Rol Nº 1449, c. 7; STC Rol Nº 1473, c. 7; STC Rol Nº 1535, c. 18; STC Rol Nº 1994, c. 24; STC Rol Nº
2053, c. 22; STC Rol Nº 2166, c. 22; STC Rol Nº 2546, c. 7; STC Rol Nº 2628, c. 6; STC Rol Nº 2748, c. 14;
STC Rol Nº 2757, c. 40; STC Rol Nº 3107, c. 9.
157 SCS Rol Nº 62.128-2016, de 9 de mayo de 2017.
158 SCS Rol Nº 8.136-2018, c. 6.
159 SCS Rol Nº 38.745-2017, c. 6.
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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i. La resolución expresa
La resolución puede tratar cuestiones conexas que no hayan sido planteadas por los
interesados. Pero en este caso se requiere que previamente hayan sido puestas en
conocimiento de éstos en un plazo de quince días y para formulación de alegaciones y
aportación, en su caso, de medios de prueba (art. 41 inc. 2º LBPA).
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La decisión debe observar los principios de congruencia (con las pretensiones formuladas por
los interesados) y contradicción en los términos que ya nos constan y debe respetar la
prohibición de agravación de la situación inicial de los interesados, que está vinculado con
los procedimientos incoados a solicitud de interesado y sin perjuicio de la posibilidad de la
incoación de oficio de otro procedimiento distinto (art. 41 inc. 3º LBPA).
Desde el punto de vista formal, la resolución debe explicitar el texto íntegro de la decisión
(comprensivo, en su caso, de la motivación) y expresar los recursos que contra ésta
procedan, órgano administrativo o judicial ante el que deban deducirse y plazo para
interponerlos, sin perjuicio de que los interesados puedan formular cualquier otro que
entiendan pertinente (art. 41 inc. 4º LBPA).
ii. La resolución presunta (estimatoria o desestimatoria) por el juego del silencio (positivo o
negativo)
La técnica del llamado silencio administrativo se dirige derechamente a cubrir ese riesgo y
conjurar el peligro consiguiente, disponiendo la producción de determinadas
consecuencias, ya sea el surgimiento de un acto administrativo o la simple presunción de
su surgimiento a los efectos de despejar la vía judicial, según se trate del silencio positivo o
negativo. Se está, pues, ante una institución de garantía de los particulares que, por tanto,
tiene por ámbito de aplicación los procedimientos iniciados a solicitud de interesado.
Cinco son los supuestos legales de terminación anormal: tres referidos a los
procedimientos iniciados a solicitud de interesado; uno a los incoados de oficio; y uno
indistintamente a uno y otro tipo de procedimiento.
- El desistimiento y la renuncia
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La renuncia, por su parte, tiene ya por objeto los derechos subjetivos o intereses legítimos
sustantivos mismos, por lo que —una vez formulada— éstos no pueden ser hechos valer
de nuevo, ni por tanto pueden servir de fundamento a pretensión otra alguna deducida
ante la Administración.
Conviene advertir, no obstante, que —dada la diferencia de los efectos de una y otra figura
y la trascendencia de los de la segunda— su efectiva concurrencia no puede determinarse
sólo a partir de la denominación o calificación formal que se le haya dado por el interesado
a su propio acto, siendo preciso efectuar una calificación sustantiva del mismo a la vista de
su contenido real.
Tanto el desistimiento como la renuncia pueden hacerse por cualquier medio que permita
su constancia y formularse en cualquier estadio del procedimiento, pero sólo producen
efectos respecto de los interesados que efectivamente las realicen. Así, este acto no afecta a
los restantes, si hubieran sido varios los que dedujeron la solicitud inicial, quien
continuarán la tramitación del procedimiento.
En nuestro ordenamiento nada se dice, pero en el Derecho español, ellas deben ser aceptadas de
plano por la Administración, salvo que existan terceros interesados que sean parte en el
procedimiento, que insten la continuación del procedimiento en el plazo de diez días desde la
notificación del desistimiento.
- La declaración de abandono
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En este caso, la prevalencia del interés general puede enervar los efectos de estos actos
cuando la cuestión suscitada afecte el interés general o fuera conveniente continuarla para
su definición y esclarecimiento (art. 44 LBPA).
a) Consideraciones generales
La regulación del silencio administrativo, junto a la regulación de los plazos, fueron los
propósitos que en principio pretendía regular la LBPA, no obstante a que con
posterioridad se convirtiera en definitiva en la ley de bases que tenemos actualmente. Así,
se concebía como una garantía para el ciudadano ante la dilación de los procedimientos
seguidos ante la Administración, para con ello asegurarle una respuesta a su solicitud, sea
esta positiva o negativa, y así ejercer sus derechos correspondientes.
Así entonces, nuestro legislador definió el silencio administrativo como “[…] una ficción
que supone la falta de respuesta del órgano administrativo, previo el requerimiento del
interesado”.160
El plazo máximo que esté fijado en cada caso puede ser objeto de ampliación (hasta un
tiempo equivalente a dicho plazo máximo), de oficio o a petición de los interesados, que no
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Sin embargo, la técnica del silencio que se ofrece hoy resulta ciertamente insuficiente para
lograr la adecuada transformación, mediante ficción legal, de la falta de pronunciamiento
en la existencia de un acto presunto (sobre todo cuando éste resulta equiparado a un
verdadero acto administrativo). Como se verá en su oportunidad, en la práctica se ha
transformado en un instrumento jurídico de poca relevancia práctica, especialmente tras
los matices que la jurisprudencia ha concebido sobre su regulación.
Para que puede operar el silencio administrativo, deben concurrir tres condiciones básicas:
ii. Que la autoridad no haya dictado el acto administrativo dentro de dicho plazo;
iii. Que la ley establezca un efecto ante la falta de pronunciamiento, ya sea que se
entienda aceptada la solicitud (silencio positivo) o rechazada (silencio negativo);
iv. Que el interesado presente ante la autoridad la denuncia por no haberse emitido
dicho pronunciamiento. Se debe tener presente que los plazos para la
Administración no son fatales, por lo que el silencio debe ser provocado por el
interesado (no cabe su declaración de oficio).
Dos tipos de silencio derivado del incumplimiento por la Administración de su deber legal
de resolución expresa se contemplan en la LBPA: el positivo, cuyo juego determina la
estimación de lo pedido, es decir, el surgimiento ex lege de un acto en tal sentido; y el
negativo, cuyo juego provoca la presunción de la denegación de lo pedido.
i. Silencio positivo
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En los casos previamente señalados, el interesado podrá pedir que se certifique que su
solicitud no ha sido resuelta dentro del plazo legal. Dicho certificado será expedido sin
más trámite (art. 64 inc. 3º).
En dichos casos, el interesado podrá pedir que se certifique que su solicitud no ha sido
resuelta dentro de plazo legal. El certificado se otorgará sin más trámite, entendiéndose
que desde la fecha en que ha sido expedido empiezan a correr los plazos para interponer
los recursos que procedan (art. 65 inc. 2º).
Ahora bien, la amplitud de los supuestos de silencio negativo, ha hecho que en la práctica
sea la regla general:
i. Cuando la resolución afecte el patrimonio fiscal, es decir, que implique algún gasto o
afectación de los bienes de las entidades públicas. Por su parte, Contraloría ha
sostenido que la expresión “patrimonio fiscal” se debe interpretar en sentido
amplio, como comprensiva de patrimonio público161, conforme a la historia de la
disposición.162
ii. Casos en que la Administración actúe de oficio. No se debe olvidar que conforme al
artículo 8º de la LBAE rige el principio de oficialidad, conforme al cual “Los órganos
de la Administración del Estado actuarán por propia iniciativa en el cumplimiento de sus
funciones, o a petición de parte Cuando la ley lo exija expresamente o se haga uso del
derecho de petición o reclamo, procurando la simplificación y rapidez de los trámites”. En
el mismo sentido, el artículo 7º de la LBPA dispone que “[…] el procedimiento,
sometido al criterio de celeridad, se impulsará de oficio en todos sus trámites”.
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iv. Cuando se ejercite por parte de alguna persona el derecho de petición consagrado
en el numeral 14 del artículo 19 de la Constitución Política. En este caso, se debe
distinguir entre el derecho que tiene toda persona para hacer peticiones a la
autoridad, de la solicitud en el marco de un procedimiento administrativo
específico. Si sólo se ejerce el derecho constitucional de petición, la falta de
pronunciamiento da lugar al silencio negativo. En cambio, si se presenta una
solicitud en el marco de un procedimiento que tienen una regulación legal
particular (permisos de edificación, invalidación de un acto, concesiones, permisos,
etc.), en ese caso debiera aplicarse la regla inversa, esto es, silencio negativo. Sin
embargo, Contraloría ha entendido que toda solicitud debe entenderse
comprendida dentro del derecho constitucional de petición, con lo cual el efecto es
el silencio negativo. Aquello constituye una aporía, porque el silencio
administrativo es una institución vinculada a una solicitud que se entiende aceptada
(positivo) o rechazada (negativo). Al ser comprendida dentro del derecho de
petición, inexorablemente conlleva a un efecto negativo, que es la regla contraria a
la establecida por la ley.
En este sentido, se puede ver el Dictamen Nº 42.540 del año 2013, al vincular el derecho de
petición al silencio administrativo negativo: «Sobre el particular, el artículo 8°, letra b), de la ley N°
20.129, que Establece un Sistema Nacional de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior,
dispone que la CNA tiene la función de pronunciarse acerca de las solicitudes de autorización que le
presenten las agencias encargadas de la acreditación de carreras y programas de pregrado […] Ahora
bien, es del caso anotar que la citada ley N° 20.129 no establece el plazo dentro del cual la comisión debe
resolver la petición de autorización en estudio, razón por la cual resultan aplicables las normas sobre
silencio administrativo previstas en la ley N° 19.880, que Establece Bases de los Procedimientos
Administrativos que Rigen los Actos de los Órganos de la Administración del Estado, cuyo artículo 1° le
confiere un carácter supletorio en aquellos casos en que la ley no establezca procedimientos
administrativos especiales. […] Conforme al artículo 65 del citado cuerpo legal, se entenderá rechazada
una solicitud que no sea resuelta dentro del plazo legal, en los casos en que la Administración deba
pronunciarse, cuando se ejercite por parte de alguna persona el derecho de petición consagrado en el Nº
14 del artículo 19 de la Constitución Política de la República».
De acuerdo con el artículo 66 de la LBPA, los actos administrativos que concluyan por
aplicación de las disposiciones de los artículos precedentes tendrán los mismos efectos que
aquéllos que culminaren con una resolución expresa de la Administración, desde la fecha
de la certificación respectiva.
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