Cuentos Infantiles

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El hada del lago

En cierta ocasión, a un leñador que iba por el bosque se le cayó el


hacha justo cuando pasaba a la orilla de un profundo lago. El hacha se
hundió, y el leñador se quedó llorando, pues era muy pobre y acababa
de perder su instrumento de trabajo.
De pronto, del lago surgió un hada, que, de pie sobre las aguas, le
preguntó:
–¿Qué te ocurre, por qué lloras?
–Se me cayó el hacha al agua –contestó el leñador– y sin ella no
puedo hacer mi trabajo.
El hada se hundió en el lago y a los pocos instantes reapareció
llevando tres hachas.
Una era de oro, la segunda de plata y la tercera era la humilde hacha
de hierro y madera del leñador.
–¿Es tu hacha alguna de estas tres? –preguntó el hada.
–Si –respondió el leñador, señalando su hacha–, ésa es.
–¿No preferirías la de oro o la de plata?
–Claro que sí, pero tú me preguntaste cuál era la mía, y te contesté.
–En premio a tu honradez, te regalo el hacha de oro –dijo el hada,
entregándosela.
El leñador se marchó muy contento, cantando y saltando de alegría.
Por el camino se cruzó con un conocido, que al verlo tan alegre le
preguntó:
–¿Qué te pasa que estas tan contento?
El leñador le contó su aventura, y el otro, envidioso, fue corriendo a su
casa a buscar un hacha. Luego fue al lago, la tiró al agua, y se puso a
gemir. Apareció el hada al cabo de unos minutos y, como en el caso
anterior, le preguntó qué le pasaba.
–Se me cayó el hacha al agua –mintió al hombre. El hada se hundió
en el agua y reapareció llevando en una mano un hacha de plata y en
la otra la que aquel farsante acababa de tirar.
–¿Es alguna de estas dos? –preguntó el hada.
–No, no es ninguna de esas; la mía era de oro.
–Por embustero te quedarás sin ninguna –dijo el hada, y se hundió en
el lago llevándose las dos hachas.
EL GIGANTE EGOÍSTA

Todas las tardes los niños solían ir a jugar al precioso jardín del
gigante. “¡Somos muy felices!”, se decían. Pero una tarde el gigante
regresó, luego de vivir durante siete años con su amigo el ogro
Cornualles. Y vio a muchos niños jugando en su jardín: “¡¿Qué hacen
aquí?!“-les gritó y los niños huyeron. “¡Este jardín es mío!”. Construyó
un muro con un cartel que prohibía el paso y los niños ya no tuvieron
donde jugar.
Llegó la primavera, y sólo en el jardín del gigante seguía el frío. Desde
que faltaban niños, los pájaros dejaron de cantar y los árboles dejaron
de florecer. Los únicos felices eran la Nieve, la Escarcha, los Vientos y
el Granizo. “¿Por qué tarda tanto en llegar la primavera?”, decía el
gigante muy triste y solo. Una mañana de sol, el gigante vio algo raro.
Los niños habían entrado al jardín y se subieron a los árboles; pero al
otro lado proseguía el frío y un niño que no llegaba a un árbol lloraba
amargamente. El árbol cedió, pero el niño era muy chiquito y el
gigante se quebró al verlo. “¡Qué egoísta soy! -pensó-. Tiraré el muro y
mi jardín volverá a ser de los niños” Salió al jardín, pero los niños se
asustaron tanto que huyeron. El chiquitín no lo hizo porque las,
lágrimas lo cegaban. Y el gigante lo subió al árbol y el niño tendió sus
bracitos, lo rodeó y lo besó tiernamente. Al ver que el gigante no era
malo, volvieron los niños con la primavera, y se abrió el jardín para
todos. “¿y el niño que lloraba?”, preguntó el gigante. “No sabemos su
nombre ni el lugar donde vive”. Por las tardes los niños iban a jugar
con el gigante, pero el chiquitín no volvió más y él suspiraba triste.
Pasó el tiempo y el gigante envejeció. Dejó de jugar, pero solía
cuidarlos. Una fría mañana miró por la ventana y se frotó los ojos.
Debajo de un árbol con flores blancas, ramas de oro y frutos de plata,
estaba el niño que amó tanto.

El gigante corrió lleno de alegría y cuando estuvo a su lado, gritó:


“¡¿Quién se atrevió a herirte? Dímelo para que pueda matarle!” “No
-dijo el niño, porque son las heridas del amor”. “¿Quién eres tú?”, dijo
el gigante; un extraño temor le invadió y se arrodilló ante el niño. Y el
niño le sonrió diciéndole: “Tú me dejaste una vez jugar en tu jardín;
hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso”. Y cuando por la
tarde llegaron alegres los niños, encontraron al gigante muerto debajo
del árbol, con una tenue sonrisa y enteramente cubierto de flores
blancas.
Fin
MORALEJA: Sé generoso y ganarás la gloria.
EL FLAUTISTA DE HAMELIN

Hamelín era una localidad tranquila y hospitalaria, con un alcalde que pasaba el
día contando sus bienes y riquezas, olvidando sus tareas de la comunidad. Pero
una tarde su gente sufriría un ataque de espanto.
Cientos de animales de ratones habían invadido las calles y casas de la cuidad,
causando pavor entre la población. Atormentados por la terrible plaga, la gente se
acercó en masa hasta el local municipal en son de protesta, obligando a que el
alcalde olvide por un rato la manía de contar las monedas de oro. Fue el
pregonero del municipio quien leyó el dispositivo que buscaba frenar la plaga
roedora, el mismo que decía: “Se dará una jugosa recompensa a la persona que
acabe con la plaga de ratones que han invadido nuestra cuidad. El alcalde de
Hamelín”
Se presentó un gran número de postulantes y todos fallaron. Mientras que el
alcalde era pifiado, los ratones hacían de las suyas en toda la ciudad.
Ya iba a presentar su renuncia cuando el alcalde recibió ha visita de un raro y
pintoresco personaje.
- Yo le prometo acabar con todos los ratones -le dijo- a cambio de la recompensa.
- Si lo hace -dijo el alcalde- tendrá derecho a ella, ¿pero cómo logrará esa
hazaña?
- Con una técnica propia - dijo el hombre y comenzó a tocar su reluciente flauta.
El alcalde lo dejó ir y al mirarlo por la ventana que bailaba con la música de su
flauta, pensó: "Está loco”. Pero su duda se volvió asombro al ver que todos los
ratones perseguían al extraño flautista, como si estuviesen hipnotizados.
Así se los llevó hasta las afueras del pueblo y al cruzar el río, todos los ratones se
ahogaron. Cuando el flautista volvió a la ciudad para cobrar la recompensa, le dijo
el alcalde: - Ha sido un trabajo muy fácil y no merece tanto dinero. El noble
flautista, sin perder el aplomo, contestó:
- Muy bien, quizás algún día me necesite. Adiós.
Y se fue danzando con su pegajosa melodía. Al rato otra turba irrumpió en el
municipio:
- Los niños han desaparecido – dijeron - y un testigo dice que siguieron la música
del flautista. Cientos y miles de ratones habían, invadido las calles y casas de la
ciudad,
Así fue. Se los llevó a una cueva, la que se cerró como por encanto. Fueron días
muy tristes y el alcalde, al sentirse culpable, rogó: "Perdóname noble flautista y
daré justo pago por el bien que nos hiciste, pero devuélvenos a los niños". Al día
siguiente los niños le devolvían la vida y la alegría a Hamelin y el buen flautista se
despedía feliz sabiendo que dejaba una gran enseñanza. Fin
MORALEJA: Todo esfuerzo merece su recompensa
HANSEL Y GRETEL

Los hermanos Hansel y Gretel vivían con su padre, un humilde


leñador, y su cruel madrastra muy cerca del bosque. Eran pobres, que
ya no tenían alimentos para sobrevivir.

Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos:


-No hay comida, -dijo la madrastra- por eso mañana llevaremos a los
niños al fondo del bosque y allí los abandonaremos. El pobre padre se
opuso tajantemente; pero la mujer no descansó hasta convencerlo de
su macabro proyecto. Mientras tanto los niños, que en realidad no
dormían, escucharon la terrible amenaza. Gretel lloraba y Hansel la
consolaba. A la mañana siguiente, la mujer le dio un pedazo de pan a
cada niño. Luego, los acompañaron a internarse en el bosque,
procurando que se queden atrás. Hansel fue dejando caer las migas
de su pan, como huellas, para no perderse en el camino. En una zona
agreste, la mujer ordenó que allí esperaran, pues volverían por ellos.
Pero ya de noche, al ver que no llegaban, los niños trataron de volver.
Para su desdicha, las aves se habían comido las migas. Y
deambularon, sintiendo la mirada acosadora de las fieras. Al
amanecer, temerosos y hambrientos, vieron un pájaro blanco que los
invitaba a seguir el camino. Siguieron al ave, llegando a una extraña
casita erigida a base de tortas, dulces y otras golosinas. Los niños,
hambrientos, quisieron darle un primer mordisco, pero una bruja los
detuvo. Era un lugar encantado para atraer a los niños; y cuando estos
caían, la bruja los hacía trabajar y los asaba para comérselos.
Como Hansel lucía flaquito la bruja lo enjauló, alimentándolo con ricos
potajes para engordarlo. A su vez, Gretel realizaba esforzadas
labores, recibiendo sólo migas para comer. Días después -queriendo
comerse a Gretel- la bruja intentó engañarla, ordenándole revisar el
interior del horno. Gretel dijo que no sabía cómo hacerla. Y la bruja,
llamándola tonta, trató de guiarla metiendo su cabeza. Aprovecho
Gretel para empujarla y cerrar la puerta del horno. Liberó, así, a
Hansel; pero antes de irse, rescataron las joyas del tesoro oculto de la
bruja. Y corrieron hasta la orilla de un inmenso lago. No podían
cruzarlo. De pronto, un bello cisne volador les ofreció su ayuda. Al otro
lado los esperaba su padre, quien lloroso les pidió perdón,
comunicándoles que su madrastra había fallecido.
Dejando caer el tesoro, los niños lo abrazaron dichosos. Olvidarían los
agravios; y vivirían felices, por siempre, juntos. Fin

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