Casa Tomada, de Julio Cortázar
Casa Tomada, de Julio Cortázar
Casa Tomada, de Julio Cortázar
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado
de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto
que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo,
no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se
acostumbró a ir conmigo a la cocina para ayudarme a preparar el
almuerzo. Lo pensamos bien y se decidió esto: mientras yo
preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de
noche. Nos alegramos porque siempre resulta molesto tener que
abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora
nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de
comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer.
Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir
a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de
papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho,
cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de
Irene que era más cómodo. A veces Irene decía: