Atanasio Girardot

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ATANASIO GIRARDOT
PROCER DE DOS PATRIAS

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Ezequiel Vivas Terán

ATANASIO GIRARDOT
PRÓCER DE DOS PATRIAS

Naguanagua - MMVII

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FOTOGRAFÍA DE PORTADA.
MUERTE DE ATANASIO GIRARDOT EN BÁRBULA, 1883
CRISTÓBAL ROJAS - CÚA 1857 - CARACAS 1890
ARTES VISUALES / PINTURA DE CABALLETE - ÓLEO SOBRE TELA - 280 X 210,5CM
MUSEO BOLIVARIANO. CARACAS - VENEZUELA.

TÍTULO
A TANASIO GIRARDOT
PRÓCER DE DOS PATRIAS
1ª EDICIÓN, 1998.
2ª EDICIÓN, 2007
AUTOR
EZEQUIEL VIVAS TERÁN
FOTOGRAFÍAS
A RCHIVO DEL AUTOR - MUSEO BOLIVARIANO. CARACAS - CURIA ARZOBISPAL. VALENCIA.

PUBLICACIONES DE LA A LCALDÍA DE NAGUANAGUA


WWW .ALCALDIANAGUANAGUA .GOB.VE
D ISTRIBUCIÓN GRATUIDA. DISPONIBLE EN LA PÁGINA: WWW.ALCALDIANAGUANAGUA.GOB.VE
COORDINADOR DE LA EDICIÓN: RAFAEL RODRÍGUEZ CORONEL

TIRAJE
1.000 EJEMPLARES
ISBN: 980 – 328 – 596 – 3
DEPÓSITO LEGAL: LF252199893274

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: MIRIAM RÍOS


DISEÑO DE PORTADA: MIRIAM RÍOS

IMPRESO EN VENEZUELA POR: CORPORACIÓN ASM, C.A.


PRINTED IN VENEZUELA

6
AGRADECIMIENTO DEL EDITOR
7
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gradecemos la cooperación de las siguien-
A tes instituciones y personas:

Curia Arzobispal de Valencia


Dirección General de Ceremonial y Acervo
Histórico de la Nación, del Ministerio de
Relaciones Interiores y Justicia
Galería Universitaria Braulio Salazar,
Universidad de Carabobo
Museo Bolivariano de Caracas
Oficina del Cronista de Naguanagua
Mons. Pbro. Tulio Ramírez Padilla
Prof. Luis Cubillán Fonseca

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Sr. Armando Alcántara B.
Prof. Rosario Clemente
Dra. Eliana Gherardi
Lic. Mailiz Bracamonte
Lic. Lunes Rodríguez Coronel
Maestro Antonio Frío

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PRESENTACIÓN
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ada hombre nace donde no decide, y muere
C donde la vida lo abandona, la diferencia entre
su obra y su estancia en la tierra, es una especie de resulta-
do, que con los años, se vuelve colofón de su vida.
Esta publicación, ha sido concebida en tributo a quie-
nes el desprendimiento y dedicación por la consecución de
las ideas se les convirtió en causa de vida, abandonando la
comodidad particular, y abrazando la nobleza de la libertad
y bienestar para todos.
Hoy, cuando presentamos este nuevo libro, dando
continuidad a la política editorial que iniciamos hace más
de un lustro desde la alcaldía, tenemos el agrado de entregar
este valioso documento, redactado desde la intimidad de
quien conoce la historia de vida de un hombre, del inmortal
Atanasio Girardot.

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El libro materialmente ha sido planteado en una
reedición corregida y mejorada, de formato medio de im-
presión, con adicionados que amplían documental e
ilustrativamente el texto, es el caso de la reproducción
facsimilar del acta original de enterramiento de Coronel
Girardot, la cual, como él, reposan físicamente en la siem-
pre grande Catedral de Valencia.
Los invitamos entonces, a recorrer en compañía de
Ezequiel los caminos de esta tierra procera, tras la impronta
del grande Cnel. Atanasio Girardot.

Julio Castillo Sagarzazu


Alcalde
Ciudad de Naguanagua

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INTRODUCCIÓN
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ace ya muchos años, viviendo yo en Mara-
H cay, estado Aragua, en el para ese entonces
Distrito Girardot, concebí la idea de escribir un relato so-
bre la vida del héroe neogranadino cuyo nombre se da a la
mencionada zona aragüeña. El interés que me movía era el
de llevar a mis conciudadanos y también a los hermanos
colombianos, en una forma sencilla, comprensible y autén-
tica de afecto, los rasgos más notables de este prohombre
de la Independencia, ejemplo en medio de una generación
excepcional, cuya familia se sacrificó totalmente en la lu-
cha por la libertad.
Siempre me ha gustado visitar los sitios históricos
en el ánimo de acompañar, aunque sea con el espíritu y la
mente, a los hombres que forjaron los hechos positivos o
negativos, afortunados o desgraciados, que son los ladri-
llos con los cuales se construye la historia. Aprovechando,
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pues, que habitaba por ese tiempo en Maracay, volví a la
ruta de mi padre, Abdón Vivas Márquez quien, siendo yo un
niño me llevó en una visita a Bárbula, relatándome los he-
chos y significado de lo allí sucedido, en la llanura y en la
altura donde se encuentra el monumento que recuerda el
tránsito a la inmortalidad del coronel Atanasio Girardot,
en la cumbre del cerro. Desde allí pude observar el campo
llano donde se encontraba el Ejército Libertador, estando
yo situado precisamente en el área alta, donde se había
posesionado la vanguardia de Monteverde, avanzada des-
pués de haberse suspendido el sitio de Puerto Cabello por
parte de los patriotas; pude, entonces, comprender el por
qué Girardot trepara la altura para colocar el pabellón
patrio donde pudiere verse, como una enseña de triunfo para
terror de los huyentes enemigos. Allí me convencí de dar
forma al objetivo de escribir sobre el prócer caído en este
mismo sitio.
Este trabajo no es académico, no lo pretende. Quie-
re ser, más bien, una historia de amor patrio, en la cual se
destacarán solamente las circunstancias más importantes
en la vida del biografiado, sin citas documentales de ningu-
na especie. Hablaremos de Girardot como en familia, sin
fuentes específicas u obligantes, pues estamos contando el
cuento de nuestra libertad. No nos encasillaremos en tesis
ni en metodologías, que limitan el espíritu y castran la ima-
ginación. Sin embargo, no seremos fabuladores y seguire-
mos, dentro de lo posible, los hechos reales, conocidos y
documentados para nosotros, pero que se comenta para que
el pueblo conozca y ame a una persona que lo colocó antes

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de su propia seguridad y vida. Atanasio Girardot fue un
joven que no se detuvo en consideraciones mezquinas ni en
disputas jerárquicas y se entregó a su patria así, con pasión
y muerte. Atanasio Girardot debería ser destacado como
ejemplo a nuestra juventud, como insignia de lo que se debe
ser, un principio excepcional de conducta y entrega.
Insistente por alcanzar una altura se expuso abier-
tamente y sin pensarlo a la bala anónima que le cegara la
vida, sin que la mano del fusilero supiera lo que había he-
cho, ni de la enorme pérdida que significaba para la na-
ciente patria la desaparición física del esforzado soldado
que, desprendido de su tierra natal, venía a dejar su vida
entre los mogotes y quebradas de un cerro por seguir, paro-
diando a Andrés Eloy, a un hombre a caballo.
Como veremos en el curso de este trabajo, los gestos
de arrojo no fueron raros en su carácter sino que se presen-
taron, frecuentes y audaces, en su corta existencia, inclu-
yendo varios que lo muestran portando en batalla el pabe-
llón nacional, circunstancia que se repite en el episodio fi-
nal: Bárbula.
El debía morir así, en combate, con las botas pues-
tas del guerrero, sosteniendo la bandera que significaba el
nacer de las nuevas repúblicas a la luz del mundo. Si el
propio Girardot hubiera podido escoger un modo de pasar
a la eternidad, no lo hubiera conseguido mejor. Allí, en
Bárbula el Coronel se bautizó para la gloria.

El Autor

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LA DANZA DE LA MUERTE

I
tardece ya el terrible día del 30 de septiem-
A bre de 1813. La Victoria ha coronado a los
libertadores que invadieron el país bajo la dirección de Simón
Bolívar, que como viento impetuoso revivieron la Patria. Es
el momento cuando El Libertador ordena el ataque contra
las tropas de Remigio Bobadilla, que se habían adelantado
hasta Las Trincheras y de allí hasta las colinas y planicie de
Bárbula, ocupando los altos y derrames del cerro conocido
como “Bárbula”, en posiciones evidentemente ventajosas
sobre las columnas republicanas. Los tres batallones patrio-
tas encargados del ataque eran comandados por Girardot,
Urdaneta y D’Elhuyart, rodean el pié del cerro e inician una
audaz ascensión al mismo bajo un fuego cruzado del ene-
migo, asegurado en la ventaja de la altura que da visión y
resguardo.

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Los atacantes son soldados veteranos que vienen de
una hilada de triunfos, desde su entrada en Venezuela por el
Táchira en este mismo año. Están acostumbrados a la victo-
ria y confían en sus jefes. Son un conjunto imponente, no
por el número, sino por sus probados valor y decisión. Las
tropas se desplazan por el flanco derecho de los realistas
hasta alcanzar una cota pareja con la de estos, desde donde
disparan a placer sobre las tropas españolas; al mismo tiem-
po y de frente al enemigo, en el llano, Urdaneta y Girardot
emprenden un ataque al centro. La soldadesca enemiga se
confunde y dispersa, emprendiendo una retirada en desor-
den en medio de un ¡Sálvese quien pueda! Van perseguidos
de cerca por infantes patriotas, los que los cazan en las res-
baladizas cuestas, detrás de los riscos o en el escondite de
los callejones, mientras que la masa en huida trata de alcan-
zar la garganta al fondo del valle, para precipitarse en bara-
húnda hacia Las Trincheras, donde se apostaba Montever-
de, quién no se presentó en el frente, quedándose al refugio
de la retaguardia.
Sin embargo, este día va a tener un costo inaprecia-
ble, pues en el fragor de la batalla y mientras lleva la insig-
nia nacional, en algún lugar del cerro, una bala perdida se
lleva la vida de Atanasio Girardot, el valiente coronel
neogranadino, quien cae envuelto en los colores patrios. La
muerte ha danzado en Bárbula y, enamorada, se apodera del
bizarro coronel, que 1a enfrentó sin desearla, pero sin re-
huirla, pues la esperó siempre en el camino que le planteaba
el futuro de su joven vida, destinada al sacrificio, como la
de todos los hombres de su familia.

22
II
Pero, ¿Cuáles son los antecedentes de esta batalla,
ya un tanto al margen de la médula espinal de la Campaña
Admirable? La batalla de Bárbula es una, consecuencia del
avance de las tropas republicanas sobre Caracas en la cam-
paña que iniciara El Libertador, entrando a Venezuela por
San Antonio del Táchira en ese mismo año de 1813. Pero
veamos los hechos: para su momento, Bolívar se encuentra
ya en las cercanías de San Carlos y ordena el 25 de julio a
Urdaneta que avance sobre dicha población, la cual es aban-
donada por el comandante Izquierdo y por José Yánez, el
cruel jefe realista. Los españoles se retiran por la vía hacia
Valencia, pues esperan pronta ayuda de Monteverde. El Li-
bertador comprende que debe hacerles presentar batalla an-
tes de que se reúnan y junten un cuerpo poderoso, difícil de
batir. El día 30 Bolívar presenta combate en la llanura de
Taguanes, muy favorable a la caballería; pero ésta sola no
podrá vencer al conjunto de las unidades españolas, por lo
cual se sucede uno de los espectáculos más pintorescos en
batallas de la independencia. El Libertador ordena montar a
los infantes en las grupas de los caballos para alcanzar a
Izquierdo antes de que éste se adentre en los montes que
ascienden hacia Valencia. Efectivamente, el enemigo es al-
canzado a tiempo y se ve obligado a hacer frente a la ava-
lancha de jinetes e infantes que se les encima; detiene su
marcha, pero es rodeado, infiltrado velozmente, dispersado
y destruido. La batalla de Taguanes abre el camino de Va-
lencia y Caracas. Julián Izquierdo, el jefe realista cae herido
y fallece pocos días después en San Carlos y en prisión.
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Será Taguanes la última gran acción de importancia, en la
clave del camino al éxito de la Campaña Admirable.
El Ejército Libertador entra en Valencia el 1º de agos-
to, en tanto que Monteverde se retira precipitadamente ha-
cia Puerto Cabello donde se refugia. El Libertador sigue a
Caracas donde restaura la República el 8 de agosto. El 16
del mismo mes ordena el sitio de Puerto Cabello, al cual
dan comienzo las columnas de Girardot y de Urdaneta con
relativo buen suceso.
Pero el destino se juega sus trucos. Coincidiendo con
el sitio de Puerto Cabello, se presenta frente a La Guaira
una flotilla española que trae desde la Península al batallón
Granada con 1.200 soldados veteranos de las guerras
napoleónicas, los que no se atreven a desembarcar, por sos-
pechar que la ciudad se encuentra en manos de la república,
en lo que tenían razón y cambian rumbo hacia Puerto Cabe-
llo, donde vienen a reforzar al asediado Monteverde. Evi-
dentemente que esta circunstancia hace muy gravoso el si-
tio y militarmente más difícil, por lo cual El Libertador de-
cide posponer el asunto y ordena levantar el cerco, para ocu-
parse de cosas más transcendentales en tales momentos para
la nación.
Monteverde se crece y trata de hacer salida, avan-
zando sobre Valencia con el grueso de sus tropas, las que
sitúa en la estrechura de Las Trincheras mientras envía una
avanzada al mando de Bobadilla con unos quinientos hom-
bres. Este movimiento era esperado por el Estado Mayor, el
cual pretendía batir a los realistas en campo abierto y no en
la cerrada plaza de Puerto Cabello ni en la garganta de Las

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Trincheras. La planicie de Naguanagua fue el lugar escogi-
do para presentar batalla, en tanto que hasta las alturas de
Bárbula iban llegando las avanzadillas de Monteverde.
Durante varios días los contendientes se observa-
ron mutuamente. Bolívar parecía no aceptar que Monte-
verde arriesgase un cuerpo que podría necesitar pronta-
mente, dejándolo solo frente al ejército patriota y preveía
una añagaza del jefe realista. Se hizo lo posible por provo-
car al enemigo a bajar al llano, pero no fue logrado, hasta
que el 30 de septiembre, como se ha dicho, se ordenó el
ataque.
Oigamos del propio general Rafael Urdaneta el meo-
llo del suceso de la muerte de Girardot, pues él estaba a su
lado cuando el fatídico proyectil tronchó su vida:
“La caballería de Bolívar quedó fuera de ac-
ción, porque estando el enemigo sobre la
pendiente de Bárbula sólo podía obrar la in-
fantería, que dividida en tres columnas, man-
dadas por Urdaneta, Girardot y D’Elhuyart,
no tuvieron más trabajo que el de trepar con
arma al brazo hasta la cima del cerro en don-
de el enemigo hizo algún fuego, pero ya en
desorden y huyendo. Un tiro perdido de los
españoles arrebató la vida al coronel Girar-
dot en el momento mismo en el que vencida
la subida, decía a Urdaneta, que por otro lado
había llegado: ‘Mire Ud. compañero, cómo
huyen esos cobardes’. Persigióse a los espa-
ñoles, hiciéronse numerosos prisioneros y

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entrada la noche volvieron los patriotas a su
campamento de Naguanagua”.

III
Unas preguntas quedan en el aire. Unas preguntas
que han sido objeto de respuestas malintencionadas, desti-
nadas a destruir una de las más hermosas y dolorosas accio-
nes de nuestra guerra de independencia, así como también
materia de apasionadas defensas de la tradición. ¿Cayó real-
mente Girardot envuelto en la bandera o, portándola en
su mano para colocarla en la cumbre? ¿Por qué el jefe
del batallón estaba actuando como un abanderado per-
sonalmente, ya que esta posición se da generalmente a
un soldado joven? ¿Creó El Libertador la leyenda con
unos fines patrióticos muy comprensibles?
Ciertamente que en 1as memorias de Urdaneta no se
da la versión de la bandera en las manos del Coronel, ha-
biendo estado a su lado, pero es posible que no le llamara
poderosamente la atención el que Girardot la portase. Esta-
ban en batalla. No es frecuente observar los detalles de se-
mejantes cosas en momentos como ese, donde cada cual
busca su propia protección.
José María Baraya, en su obra “Historia Militar de
Colombia”, escribe el siguiente pasaje:
“Pocos momentos antes de librarse el combate de
Bárbula, Girardot dirigió a su columna una arenga, que po-
demos decir divinamente inspirada; pues arrebatando, al
concluirla, el pabellón Nacional al portaestandarte del Ba-
tallón Nº 4º de la Unión, exclamó entusiasmado: “PERMI-
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TID, DIOS MIO, QUE YO PLANTE ESTA BANDERA
SOBRE LA CIMA DE AQUEL MONTE; Y SI ES VUES-
TRA VOLUNTAD QUE YO PEREZCA EN ESTA EMPRE-
SA, DICHOSO MORIRÉ”. Demasiado fielmente se cum-
plió la piadosa invocación.
No nos explica el mencionado historiador el origen
de donde extrajo el texto de la arenga del coronel, pero no
es de extrañar que algo así haya sucedido. Antes de cada
entrada en batalla era frecuente, aún lo es y lo fue, que el
jefe o los jefes se dirijan a los soldados para insuflarles va-
lor con especiales exhortaciones al cometido a llevar a cabo.
Girardot, especialmente según la moda de su tiempo, bien
pudo actuar de la manera como se le describe. Como el caso
era también tomar una altura, pudo entender que llevar él
mismo el pabellón podría ser un inestimable impulso para
sus hombres, que de paso tenían meses siguiéndolo y admi-
rándolo. Este era el tipo de acto muy frecuente en su tiem-
po, estando nuestra historia y otras historias llenas de actos
semejantes.
Por otra parte, un oficial de cualquier ejército para
ese momento no se pondría un “arma bajo el brazo” sino en
especialísimas circunstancias. Llevaría la espada señaladora
de jerarquía y de dirección y a lo más una pistola, de no
grande utilidad. El hecho de tomar la bandera de manos del
designado, significaba que iba a lo último, a1 final sin re-
greso, que debería seguírsele a todo evento. Sin vacilacio-
nes. Como diríamos hoy, con todos los hierros. Así lo si-
guieron. Desplazaron al enemigo, pero el líder transforma-
do en luminaria de colores, caería frente a sus huestes en el

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seco y duro cerro barbuleño. Si la bandera le sirvió de cobi-
ja en la muerte, como sus ruanas santafereñas en la vida, es
una cosa; si le sirvió de lecho y sorbió su sangre, es otra
cosa; si se acostó con ella a su lado, amante sangrienta, es
otra cosa; si saltó de su mano, herido su cuerpo y rodó des-
lizadero abajo anunciando su muerte, es otra cosa; si su co-
razón de patria palpitaba todavía, es otra cosa; si el joven
abanderado del batallón al cual Girardot arrebató la bandera
o si el muchacho la llevó en su mano, o si subió a recogerla
y besarla, es otra cosa.
Pero algo es indiscutible: el coronel Girardot quiso
poner el tricolor en lo alto del cerro; ello tenía una clara
indicación estratégica, pues era un mensaje. Un mensaje a
los que se ahuyentaban y un mensaje a los suyos. Para aque-
llos era de derrota, para los republicanos de triunfo. El plan
no era descabellado y se presenta digno de un espíritu muy
especial y valeroso, en esa guerra de guerrillas frecuentes
en la que consistió nuestra lucha de independencia, espe-
cialmente en sus etapas iniciales. Además, no debemos ol-
vidar la especie de emulación en retos personales de valor,
que constituyó una constante en las luchas independentistas
americanas. El valor era algo personal. El liderazgo era algo
personal. Ello fue un gran problema en los tiempos
primigenios de la República, el cual problema se exacerbó
al momento de la destrucción, deliberada y consciente de la
llamada Gran Colombia.
Si El Libertador hubiese creado el mito de Atanasio
Girardot, no se entiende por qué se le critica. De haber sido
así y en momentos de asentar la nacionalidad ¿Cuál es el

28
problema? Los hechos sucedieron de la manera narrada y
Girardot era ya una leyenda joven corriendo por Nueva Gra-
nada desde mucho antes. Sí, se necesitaban héroes para ven-
der la idea de la patria, no había que desperdiciarlos. Pero
recordemos que, al llegar Bolívar a la raya de San Antonio,
muchos oficiales granadinos se alejaron y lo dejaron solo en
su aventura, entre ellos un futuro Vice Presidente y Presi-
dente; pero Girardot, con un nombre ganado en la lucha de
independencia de su país, siguió a Bolívar y a los ideales de
libertad, de triunfo en triunfo, jefe de la vanguardia, hasta
Caracas y hasta los despeñaderos de Bárbula. La Guerra es
también política y en aquellos momentos no podía separar-
se. Su último servicio fue prestar su corazón y su cuerpo
para que la masa informe conociera lo que es un héroe, un
mito, y se sintiera extendida en un nombre chorreando de
un cerro, en un corazón, en una Ley de Honores, en una
mano, en una espada y en la muerte que rondó aquel treinta
de septiembre, como un buitre, sobre los cerrotes de Bárbula
para escoger su vanguardia de grandes.

29
30
Basílica Menor. Catedral de Valencia - Venezuela, donde reposan los restos de
Atanasio Girardot, en sitio desconocido.

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32
Acta de Enterramiento de Atanasio Girardot. Archivo de la Curia Arzobispal de Valencia.

33
En treinta de septiembre de mil ochocientos trece, el C.R P. Fray Joseph Llorante,
Cura Coadjuntor, dí sepultura eclesiástica en esta Santa Iglesia de mi cargo con
oficio cantado por mayor, con Vigilia y Misa y Honras al cadáver del Coronel
Atanasio Girardot Adto. soltero, el cual no pudo recibir los Santos Sacramentos.
No hubo ingreso en la fábrica, de que certifico.
Fray Joseph Llorante

Paleografía: Armando Alcántara Borges

34
EL BAUTISMO DE FUEGO

I
ra el día del 28 de marzo de 1811. El lugar:
E puente del Bajo Palacé, sobre el río Palacé,
actual departamento de El Cauca, Colombia. Bastante calor
y tensión entre las tropas republicanas apostadas cerca de
las cabeceras del puente, sobre el camino que va a la pobla-
ción de La Plata. La fuerza patriota consistía en 75 fusileros
y 115 lanceros al mando de un joven teniente que no llegaba
a 20 años de nombre Manuel Atanasio Girardot Díaz. La
tropa se encuentra nerviosa; saben que una poderosa co-
lumna realista comandada por el gobernador español de
Popayán D. Miguel Tacón se acerca belicosa, para derruir la
declarada independencia de la Suprema Junta de Santa Fe.
Allí, en ese lugar y día, Girardot va a recibir su bautismo de
fuego, al igual que la nación, pues a partir de cerca de la una

35
de la tarde y en adelante se librará la primera batalla de la
independencia colombiana y hasta sudamericana; allí el jo-
ven teniente saboreará por primera vez el placer de la victo-
ria, no contentándose nunca más sino con el embriagante
licor del triunfo.

II
Pero ¿Por qué estaba allí este jovencito? Pues, cuan-
do llegó el momento de declarar el movimiento favorable a
la independencia en Bogotá, ya el Gobernador Tacón de
Popayán había aplastado la primera declaración directa de
independencia en la América española que se había llevado
a cabo en Quito, Ecuador, apoyándose Tacón en tropas de
Popayán y Pasto. Recordemos que la acción del 19 de abril
de 1810 en Caracas no declaró la independencia, sino que
fundó una junta para la defensa de los derechos de la corona
española en la persona de Fernando VII, forma disfrazada
que culminaría el 5 de julio de 1811 con la declaración for-
mal de la independencia, ya que en la realidad los criollos
tomaron el poder, pero el mismo no se devolverá sino oca-
sionalmente en una larga guerra, que terminará con el triun-
fo de las armas republicanas, encabezadas por el Libertador
Bolívar en el norte y centro de América del Sur.
La Junta Suprema de Santa Fe no podía esperar de
Tacón una actitud en contra de los colonialistas, pero como
era en la presencia el Gobernador de Popayán por designa-
ción española, la Junta debía solicitarle formalmente que
enviase de la provincia diputados a Bogotá, para dirimir el
tema independentista. Tacón aparentó cumplir con una con-
36
vocatoria a elecciones, pero al final no lo hizo y amenazó a
la Junta de Cali, que tenía más a la mano. Debido a esta
circunstancia, la Junta bogotana decidió probar suerte y po-
ner en acción su incipiente cuerpo militar, formando una
columna de ayuda, casi preventiva, contra el Gobernador
Tacón, que se mostraba tan agresivo.
La junta Suprema tenía un gran cuidado de no ofen-
der la autonomía de las demás Juntas que, de paso, se sen-
tían independientes o soberanas ante lo que podría conside-
rarse un proyecto de poder central. Debido a ello no envía
sino un cuerpo militar “auxiliar”. Sin embargo, debido a que
nadie tenía un poder militar suficiente, a la columna donde
militaba Girardot puede considerársele el ejército que re-
presentaba al movimiento patriota en ese momento.
La misión de la columna, ambiciosa por cierto, no es
sólo auxiliar a Cali, sino la de tomar y reducir a la propia
Popayán. Es por ello que en su mensaje a la Junta caleña, la
Junta Suprema de Santa Fe expresa que: “...envía un peque-
ño refuerzo de tropas a dichas ciudades, no para hacer agra-
vios a su capital, sino para precaverlas contra la hostilidad
de Tacón”. Diplomática forma, impuesta por la necesidad
de declarar que son uno y que la meseta tiene la condición
de directora de la orquesta.
Por eso está allí, comandando un cuerpo de comba-
tientes, en el lado este del puente sobre el río Palacé, en su
parte baja, cuidando de que el nombrado Tacón no pueda
acercarse a la zona liberada de Cundinamarca. Sin embar-
go, parece que la diminuta tropa dada al coronel Baraya,
ahora un poco crecida por voluntarios y reclutas, ha llegado

37
ya con los nuevos soldados, a enfrentarse con toda decisión
a las fuerzas enemigas, dispuestos a defensa de los dere-
chos ciudadanos.
No sabemos si Girardot era, para ese momento, el
más joven oficial del naciente ejército republicano que, a su
vez era joven él mismo; era joven el jefe coronel Baraya;
era joven el país; era joven la esperanza; era joven la repú-
blica. Pero la columna del novel coronel Baraya, de increí-
ble coraje, no se va a quedar en las comodidades de Cali.
Debe ir la misión que le ha sido encomendada: liberar
Popayán.

III
En orden a la mencionada meta que le fuera fijada,
Baraya destaca a Girardot con una pequeña fuerza de avan-
zada, para que se sitúe a la boca del puente e impida que
éste pueda ser tomado por los realistas, buscando asegurar
el paso de sus fuerzas hacia Popayán. Pero ya Tacón se ha
dado cuenta de la importancia de esta posición y decide to-
marla para sí y, de este modo, asegurarse en su lado del río.
Así las cosas, el día 28 de marzo de 1811 se ordena el ata-
que contra la avanzada de Girardot. Los realistas cuentan
con una fuerza muy potente en relación con aquella que de-
fiende el puente, pues presentaban a la batalla algo más de
dos mil hombres con seis piezas de artillería compuesta de
culebrinas y pedreros. Las culebrinas eran un cañón portátil
capaz de disparar bolas de hierro de varias libras de peso y
los pedreros eran cañones cortos de boca ancha que dispa-
raban pelotas de piedra. Al otro lado del puente se encuen-
38
tra Girardot, al mando de 75 fusileros y 115 lanceros, co-
lumna muy débil para enfrentar lo que se le venía encima.
Militarmente hablando, el defender un puente bien protegi-
do naturalmente en un paso difícil de montaña no requiere
de muchos hombres, sino que depende, más bien, de la va-
lentía y del coraje decidido de los defensores. Esto es preci-
samente lo que allí demostró Girardot. Este, al percibir al
enemigo, que avanzaba aceleradamente envió tres partes a
Baraya, para asegurarse que los recibiera y proveyese el
auxilio con refuerzos, encontrándose éste organizando el
ejército en Piendamó, a unas dos horas de Bajo Palacé. Pero
bien lo sabía el joven guerrero, puesto que le tocaría a él
presentar batalla y sostener lo que le ha sido confiado, todo
con los escasos recursos que esa tarde estaban a su disposi-
ción en el sitio, si Baraya, por cualquier contratiempo, no se
presentaba. Casi inmediatamente los realistas abrieron fue-
go con las culebrinas y los pedreros muy cerradamente. Les
fue contestado el ataque con disparos de fusilería, mante-
niéndose un duro fuego hasta las cinco y media de la misma
tarde. A esta hora se ordenó atacar a la bayoneta y los solda-
dos patriotas entraron de tal forma que los enemigos empe-
zaron a desmoronarse y huyeron precipitadamente, abando-
nando artillería y abastecimientos en su regreso a la protec-
ción de Popayán. En total se enfrentaron a los realistas unos
novecientos hombres, quienes lograron un triunfo indiscu-
tible sobre Tacón, que en ningún momento entró o se acercó
al combate, observando los eventos desde muy lejos. Baraya
obtenía así el primer triunfo militar para la República y Gi-
rardot pudo verse y actuar en un verdadero combate, donde

39
las tropas llegaron a quedar a tiro cercano de fusil, recibien-
do allí el bautismo de fuego, frente a una de las cabeceras
del puente sobre el río en ese lugar del Bajo Palacé.

IV
Pero dejemos que sea el mismo Girardot quién nos
describa la batalla del Bajo Palacé:
“El 28 me hallaba en el sitio de Palacé, destacado
con 75 fusileros y 115 lanceros; a las siete de la mañana
descubrí que del lado de Popayán avanzaban tropas que as-
cendían a 500 hombres; marchaban aceleradamente y puse
mi gente en orden para resistir cualquier ataque. Envié tres
partes al coronel Baraya, que estaba con el ejército en
Piendamó, a dos horas. Inmediatamente éste se puso en ca-
mino, dejando órdenes a la tropa para que lo siguiera. El
enemigo seguía reforzándose, y a las doce y media llegó el
coronel Baraya. A poco el enemigo avanza y rompe fuego
de culebrinas y pedreros. Cinco tiros nos hicieron y hasta el
sexto no quiso el Coronel que fuera correspondido el fuego;
a la una menos cuarto empezó el fuego, que duró hasta las
cinco y media, sin intervalos. A esta hora comenzamos a
usar las bayonetas, y el enemigo, en vista de tal valor, empe-
zó a desmoralizarse y huir. Ellos eran aproximadamente dos
mil hombres y los patriotas menos de novecientos; se
intimidaron y huyeron, dejando un pedrero, una culebrina y
dos piezas de artillería que botaron al río, fusiles, algunas
lanzas y algunos cajoncitos de pertrechos. De los nuestros
murieron ocho soldados y dos oficiales. El capitán de vo-
luntarios, Dn. Miguel Cabal y el subteniente Manuel María
40
Larrahondo, de Buga y de Cali, respectivamente, peleando
valerosamente y sus agresores no quedaron con vida. De los
contrarios murieron sesenta y tres que encontramos, aparte
de tres que cayeron al río al primer tiro de pedrero y del
alférez de artillería y de otros que quedaron en las vecinda-
des. Por último huyeron con el tirano Tacón, que estuvo vien-
do de lejos, junto con Dupré, Mendizabal y otros.
A mí me queda la satisfacción de haber hecho en
obsequio de nuestra sagrada libertad y de las ciudades alia-
das a esa capital, que depositó en nosotros el honor de las
armas, todo cuanto pudieron mis débiles brazos”.
El valiente coronel Baraya logrará el objetivo de to-
mar Popayán unos días después, concretamente el tres de
abril, cinco días a posteriori de la batalla del Bajo Palacé.
Popayán ya está en manos patriotas y el coronel Baraya en-
vía el parte de la batalla a la Junta de Santa Fe de Bogota.
Comienza ahora un largo trayecto que culminará en
Ayacucho, el campo de los muertos, dentro de las alturas
andinas del Perú. Pero por ahora, ya recibió una nueva ex-
periencia el joven Atanasio; mientras la aprovecha subirá a
la cumbre de lo justo y de lo audaz. Lejos están todavía las
alzadas de Bárbula en Valencia, tan lejos de su nativa tierra
de nacimiento, sin un sitio, sin una referencia geográfica o
caminera.

41
42
LA SANGRE DE LA LIBERTAD

I
tanasio Girardot es el resultado de una mez-
A cla étnica frecuentemente encontrada en pró-
ceres latinoamericanos. De ascendencia europea por un lado
(no española) y por el otro sangre de esta tierra o asentada
en ella con tan profundas raíces que podría ser considerada
nativa. Su padre fue el inmigrante de origen francés Jean
Louis Girardot, quien llegara hasta estos lares luego de un
periplo dentro de las tropas de Su Majestad, con lo que con-
sigue los méritos suficientes para lograr su objetivo ameri-
cano.
Jean Louis Girardot nació en París, Francia, el 23 de
junio de 1752, hijo del matrimonio de Nicolás Girardot y
María Marcou, pequeños artesanos parisienses que se ha-
bían radicado en la calle de San Nicolás, en pleno centro de
la urbe la que sobrevivía, aún medioeval en su estructura

43
arquitectónica. Dentro de la misma área se encontraban y
trabajaban multitud de toda clase de artesanos, los que for-
maban una especie de pequeña burguesía, que se manifesta-
ba en su modo de vida relativamente bueno, en el orgullo de
las obras que realizaban, con una acendrada fe católica que
todavía no había disminuido la futura oleada de la revolu-
ción, que ya se gestaba en lo profundo de esta sociedad fran-
cesa del momento, tan duramente estratificada. Una mues-
tra de ello es el hecho de que el pequeño Jean Louis fue
bautizado el mismo día de su nacimiento, suceso tan rápido
que solamente se explica por un sentimiento de profunda
religiosidad y por la costumbre, puesto que el niño no pre-
sentó problemas de salud, no habiendo existido en verdad
una urgencia especial.
En la vida de las familias francesas de su tiempo, la
profesión de los padres, especialmente la de los artesanos se
transmitía a los hijos, si no estrictamente, por lo menos en el
nivel de producción. Es por ello que Jean Louis se va entre-
nar desde muy joven en el arte de la talla de madera y en la
escultura, artes que ejerce durante su primera juventud en
los mismos talleres de su padre Nicolás. Pero, por otra par-
te, la familia de esos tiempos se encontraba regida estricta-
mente por el padre, cuya figura se presentaba imponente e
indiscutible, al extremo de poder ejercer de hecho una pe-
queña tiranía. El espíritu independiente y rebelde de Jean
Louis no estaba hecho para soportar tal sumisión; un grave
conflicto con su padre por razones familiares lo exaspera,
decidiendo entonces apartarse de su casa, para probar fortu-
na bajo otros cielos y otras banderas.

44
Puesto en camino de la aventura y del destino, nues-
tro amigo francés con apenas 23 años, se dirige a España,
precisamente a España, lo que parece difícil de comprender,
pues este país era un contrario tradicional de Francia y de su
pensamiento liberal que ya se manifestaba claramente; se
ha de destacar que Jean Louis llegó a la península en 1775
casi en vísperas de la revolución francesa que estallaría en
1779, con las extraordinarias consecuencias para el mundo
entero que bien son conocidas. Pero es el caso que Jean Louis
no se proyecta como un inmigrante común, sino que solicita
su incorporación como voluntario para enrolarse en el Real
Cuerpo de Guardias Valones, ente militar de élite formado
por personal nacido en los Países Bajos, durante la ocupa-
ción española de los mismos. Evidentemente que para cuando
nuestro voluntario se presenta al servicio, el cuerpo de valo-
res existe solamente como un recuerdo de poder nostálgico,
puesto que ya España no rige los Países Bajos, que se ha-
bían liberado, a la sazón del mandato ibero. Sin embargo, se
mantenía el Real Cuerpo de Guardias Valones en España,
pero sus integrantes, como es comprensible ya no eran
valones de estirpe absoluta, por lo cual la Corona había dis-
puesto que se aceptaran en él aquellos hombres que pudie-
ran demostrar poseer, cuando menos, un cuarta parte de san-
gre valona, sin necesariamente haber nacido en los países
bajos. No tenemos idea de qué medios se valió Jean Louis
para demostrar tal extremo, pero es posible que dentro de su
familia hubiera algún ascendiente del mencionado origen.
El caso es que fue aceptado e ingresó al cuerpo militar, jura-
mentando sus banderas y sometiéndose a nueva corona.

45
Dejará el joven conscripto muy atrás a su Francia materna,
sin mayores remordimientos ni saudades, lo que parece no
haber sentido en grado acentuado a lo largo de su interesan-
te, aventurera y grande existencia.
Durante ocho años sirvió en la filas del ejército es-
pañol. Su hoja de servicios ameritó que el Rey Carlos IV le
concediera carta de naturalización para el 11 de diciembre
de 1802, dejando definitivamente su condición de extranje-
ro, tanto en España como en las Américas españolas; sin
embargo, su condición de nacido francés le trajo algunos
inconvenientes en Nueva Granada, pero pudiendo superar
cualquier amenaza sobre su persona a este respecto con in-
genio y habilidad. Lo que es más, la condición de naturali-
zado, otorgada por sus servicios a la corona será lo que le
facilitará en definitiva su radicación en esta tierras, su papel
en la vida social y su ubicación histórica en los anales de la
República.
Girardot padre debió llegar a la Provincia entre los
años de 1780-1781 (notemos que pasarán 22 años hasta su
naturalización en 1802) en compañía de un grupo de
inmigrantes españoles. De llegada se dedicó a la talla de
madera y a la escultura, que no le salían mal, al decir de
varios de sus contemporáneos, pero no puede reprimir su
formación militar y se enrola, como Cabo, en la expedición
que se organiza para pacificar a los indios Támare y Pore
que se habían rebelado contra la opresión de sus amos espa-
ñoles en los llanos de Casanare. Efectivamente, los mismos
son reprimidos y sus jefes enviados a Bogotá como prisio-
neros. Girardot, según los partes, se distinguió por su valor

46
frente al enemigo y fue el encargado de custodiar a los caci-
ques hasta la capital. Este es su debut en los asuntos públi-
cos de la provincia.
Pero no es necesario, a los efectos de este trabajo,
entrar en demasiados detalles sobre la vida de Jean Louis
Girardot, baste decir que se ganó el aprecio de la generali-
dad de sus conciudadanos, no faltándole problemas con al-
gunas personas, los cuales resolvió generalmente a su fa-
vor. Fue un hombre audaz en los negocios y muy hábil en
las transacciones comerciales; llegó a ser propietario de una
mina de oro, sin gran éxito; se enredó en pleito de tierras;
fue víctima de xenofobia y de falsas acusaciones de haber
abandonado en Cartagena a su supuesta primera esposa, doña
María Teresa Larrota, con quien habría contraído matrimo-
nio en Tunja, lo cual no se ha podido comprobar. Sin embar-
go, alguna relación íntima existió entre él y la mencionada
señora, ya que vivió con ella en Cartagena públicamente a
manera de esposos, encontrándose en Medellín, según se
decía, apartado de ella y sin su licencia, asunto que casi lo
lleva a prisión, pero cuyo matrimonio no pudo probársele.
Llegó a ser conocido comerciante actuando a través de Car-
tagena, al único puerto de importación del Virreinato, hasta
convertirse en proveedor de la Marina de Su Majestad y de
los corsarios españoles que se abastecían en el puerto. En
fin, Jean Louis Girardot llegó a ser un hombre de notable
riqueza, justificada por un trabajo incansable y un ingenio
agudo y oportuno.
Debido al pleito sobre el primer matrimonio, Jean
Louis se ve obligado a trasladarse a la ciudad de Antioquia,

47
sede del gobernador y comandante general Francisco de
Baraya y La Campa, ante el que pretende justificarse, de-
mostrando la falsedad que se le imputa sobre el menciona-
do matrimonio cartaginés. Y bien debió de salirle el asunto,
puesto que no se le molestó más con ello, hallándose al poco
tiempo de nuevo al frente de su próspero almacén de
Medellín. Pero lo más importante de esta breve estancia
antioqueña es la circunstancia de que allí conoció a una be-
lla joven, doña María Josefa Díaz y Hoyos, su futura espo-
sa, con quien contraerá nupcias once meses después de ha-
berse presentado ante el gobernador Baraya, la que le dará
seis hijos. María Josefa era hija de don Juan Antonio Díaz,
Regidor y Fiel Ejecutor de la Villa de Antioquia, casado con
doña Magdalena de Hoyos y Zapata, de prosapia colonial y
peninsular.
Como punto aparte digno de destacarse, se presenta
el caso de que el justificante Girardot y el justificador Baraya,
van a ser los padres de los héroes de la batalla del Bajo
Palacé, primer combate de la independencia neogranadina,
puesto que Antonio Baraya comandaba la columna auxiliar
a los patriotas del Valle del Cauca y Atanasio Girardot, casi
imberbe, era Teniente en sus filas recibiendo los dos el bau-
tismo de fuego en la mencionada acción de armas. Jugadas
del destino o de los dioses, que se gozan en las casualida-
des, para desconcierto de los mortales. El padre del gober-
nador Baraya era de origen austríaco, concretamente vienés
y, como ya sabemos, Louis Girardot era francés, parisino
por más señas. Ambos extranjeros dieron sus hijos a la Pa-
tria sin vacilaciones.

48
II
Después de su matrimonio Jean Louis se establece
en Honda por un tiempo y al fin se radica en Santa Fe de
Bogotá definitivamente, donde se educarán sus hijos y don-
de la revolución independentista arrastrará a toda la familia
en una vorágine de fuego, muerte y gloria.
Del matrimonio de Jean Louis y María Josefa nace-
rán: Manuel Atanasio, el mayor, el 2 de mayo de 1791; Ma-
ría Josefa Manuela, en Medellín el lº de junio de 1793; Ma-
ría Mercedes Luisa, en Medellín el 26 de septiembre de 1795;
Josefa Joaquina de los Dolores, en Honda el 17 de agosto
de 1800; Bárbara, en Bogotá ¿1908?; Miguel, el último, en
Bogotá el 6 de julio de 1803.
Expresamente se ha dejado en blanco el lugar de na-
cimiento de Manuel Atanasio Girardot, puesto que existen
dudas al respecto. Antioquia, Sopetrán y Medellín, entre otros
lugares se han disputado el honor de su venida al mundo.
Sin embargo, la versión más aceptada es la que aporta el Dr.
José María Martínez del Pardo, médico notable y sacrifica-
do, amigo de la familia Girardot, a la cual visitaba con fre-
cuencia en Bogotá en sus tiempos de estudiante. En efecto,
nos cuenta que una hermana de Atanasio, a la que no identi-
fica por nombre le relató que cuando la mudanza de la fami-
lia de Honda a Bogotá su madre se encontraba delicada, ya
que estaba en tiempo de dar a luz, por lo cual la transporta-
ron en “silleta”, que debe ser en silla de manos o más primi-
tivamente en una “silleta” sustentada en alto por varas a los
hombros de los transportadores y que, llegando al caserío
de San Jerónimo la noche del mismo día cuando salieron,
49
nació Manuel Atanasio y que posteriormente lo bautizaron
en Medellín. La partida de nacimiento omite el lugar preci-
so donde vio la luz el personaje; cosa curiosa, pues era un
requisito muy importante en el asentamiento de tales parti-
das en las parroquias eclesiásticas. En fin, el asunto no es de
extremada importancia. Lo que sí parece cierto es el que el
nacimiento ocurrió en Antioquia y su bautismo en Medellín.
El propio Libertador Simón Bolívar en la Ley de Honras
Fúnebres a Girardot ordena que sus restos sean enviados a
la ciudad de su nacimiento Antioquia, por lo cual se deduce
que para el momento de su muerte se le consideraba de ese
origen, lo cual no debía, en vida, molestar en absoluto al
joven Coronel.

III
Por último, en este campo familiar hay otro Girar-
dot, cuyo origen no se ha aclarado suficientemente. Era in-
dudablemente hijo de Jean Louis Girardot, pero según pare-
ce en otra mujer, no de su esposa. Su nombre era Pedro y
seguirá el camino trágico de los varones Girardot. Doña
María Josefa Díaz no lo menciona en sus solicitudes de asis-
tencia al Congreso en 1823 y en 1848, por lo cual la deduc-
ción más lógica es la de que no era su hijo, pero sí era cono-
cido como hijo de Jean Louis que le dio su nombre sin res-
tricciones. En todo caso Pedro Girardot fue subteniente de
milicias y estuvo presente en muchas acciones de guerra
civiles y de la independencia, hasta su trágico destino.
El duro término, siempre de entrega generosa de
Jean Louis, Manuel Atanasio, Miguel y Pedro Girardot, es
50
símbolo del sacrificio sin vacilaciones por la patria nacien-
te, lo cual debemos agradecer a los herederos de estas na-
ciones libres, que sin su esfuerzo y sacrificio no hubieran
nacido del duro parto de la emancipación. Más adelante y
con detalle describiremos los tiempos y las circunstancia
de la desaparición física de cada uno de estos hombre de
ambas Patrias.

Nota: Jean Louis Girardot castellanizó su


nombre de pila por “Luis”, de la manera como
se le llamará de acá en adelante y tal como
firmara desde entonces: Luis Girardot.

51
52
PARA LA VIDA

I
o se han encontrado muchos datos sobre la
N formación de Atanasio desde el punto de vista
intelectual. Se asevera que el padre lo inscribió en el Cole-
gio del Rosario, el más exclusivo de la capital, para hacer
los estudios secundarios. De esto no existe constancia algu-
na, puesto que de ser cierto Atanasio no ingresó como regu-
lar sino como una especie de “oyente” o “capista”, sin ma-
yores derechos, ya que su condición de origen francés le
pesaba ante las autoridades académicas.
Con posterioridad se incorpora al Colegio de Santo
Tomás, donde se gradúa a pocos meses de la declaración de
independencia con el grado de Doctor en Jurisprudencia y
Humanidades. Los grados fueron otorgados, existiendo la
comprobación correspondiente, destacándose que para ese

53
momento Girardot es apenas un adolescente. ¿Doctor y todo?
Nacido en 1771 los títulos los obtiene en 1810 a los dieci-
nueve escasos años. Si se piensa solamente en las compleji-
dades teóricas contenidas en los estudios jurídicos españo-
les, sin contar lo de las “Humanidades”, estas graduaciones
parecerían imposibles, pero allí están. No se han localizado
otros datos de sus estudios, tales como desempeño acadé-
mico, calificaciones obtenidas y cualquier otro dato escla-
recedor. Así consta sin más comentarios.
Por este tiempo se presentan problemas a los Girar-
dot por razón de Francia. Este país ha invadido a España y
sustituido al Rey por el hermano de Napoleón, José
Bonaparte, conocido, según diversas versiones, como “Pepe
Botella”. Al fin son exculpados por la Junta Suprema con
alegatos del propio Atanasio, en su primer y último triunfo
judicial.
Reivindicado el nombre se alista en el Batallón de
Voluntarios de Guardias Nacionales, bajo el mando del te-
niente coronel Antonio Baraya y del sargento mayor don
Joaquín Ricaurte. E1 círculo de la historia se va cerrando;
Baraya, Girardot, Ricaurte, atrapados en la misma tela de
araña de la fatalidad.
Apenas unos días permanecerá ahora Girardot en
Bogotá antes ser destinado a la columna del capitán Ignacio
Salcedo, enviada por Nariño para auxiliar a San Gil contra
El Socorro que amenazaba con anexarlos, separándolos del
Poder Central. El 13 de enero de 1812 sale la fuerza auxiliar
y el 20 de enero se hace el primer contacto con el enemigo,
lo que fuera una gloriosa jornada militar para el capitán Ata-

54
nasio Girardot. En realidad fue una acción pequeña por los
combatientes, pero peligrosa en extremo. Girardot atacó una
cumbre (Cerros de Gaque) con ayuda de artillería desalo-
jando al enemigo, procediendo luego a desemboscar a otra
tropa tras el cerro, atacando de frente y encabezando las
tropas. Su valentía es reconocida en el parte que pasa Salcedo
a Joaquín Ricaurte, en muestra del coraje del novel capitán.

II
No se entrará en el presente opúsculo en el análisis
de los terribles tiempos que significó la guerra civil, que
azotara a la Nueva Granada en los primeros pasos de su
vida independiente. Entre el Congreso de la República y
Cundinamarca; federales contra centralistas; el Congreso
itinerante contra Nariño. Presagian estos sucesos lo que ven-
drá en casi todos las nuevas naciones hispanoamericanas,
con su cohorte de tragedias sociales, retraso político y es-
tancamiento económico.
Nos interesa, por ahora, la suerte de los Girardot,
que se vieron inmersos en el violento y cambiante escenario
de horribles intrigas, de acusaciones y contraacusaciones,
que sumergen el proceso independentista en grandes confu-
siones y desánimo. Antes que prepararse para enfrentar a1
español, enemigo común, se entregan a un conflicto interno
paralizador y fragmentador, que destroza las bases de la na-
ción. Hará falta el desastre total y el advenimiento de un
Simón Bolívar, para lograr que el país se unifique, tomado
conciencia de sí mismo.

55
Es conveniente señalar que Baraya y sus compañe-
ros de armas, entre ellos Girardot, al principio partidarios
de Nariño lo abandonan y se pasan a las filas del Congreso,
en un caso que no ha tenido una clara explicación. Proba-
blemente los argumentos de legalidad expuestos por Cami-
lo Torres los convencieron de que luchaban en el bando equi-
vocado; tal vez inmadurez en el ejercicio de las funciones
militares y públicas, etc. Para otros es una simple traición y
una insubordinación condenable. Puede que se hayan con-
vencido de que el Congreso representaba la base de la uni-
dad del país y que Nariño sería sólo un dictador disfrazado
de presidente que imponía su voluntad y no la del colegiado
como pretendía presentarse el Congreso. Por los motivos
que fueran, Baraya y los suyos invierten su apoyo y se plie-
gan al Congreso, con razón o sin ella. Por ello vemos a Gi-
rardot hasta ahora, peleando a favor de uno u otro bando,
pero siempre audaz y valiente.
En medio de la barahúnda de la guerra civil encon-
tramos a Atanasio el 5 de enero de 1813, enviado por Baraya
a nombre de la Unión para tomar el cerro de Monserrate,
atalaya de Santa Fe de Bogotá, el cual se encontraba en manos
de una fuerza de Cundinamarca, acción que completa con
todo éxito desalojando a los defensores y tomándoles algu-
nos prisioneros y abastecimientos. Muchas escaramuzas si-
guieron entre los contendientes, hasta que el día 9 de julio
las tropas de la Unión deciden atacar Bogotá, siendo derro-
tadas y humilladas por las fuerzas de Nariño. A pesar de que
Girardot desde la eminencia donde se encontraba pudo ob-
servar la batalla y la derrota, no intervino en auxilio de

56
Baraya; éste le había ordenado, por medio de un mensajero,
que bajase al plano al amanecer del día nueve, para incorpo-
rarse al ataque, lo que podría haber cambiado los resultados
de la acción. Pero no bajó, atrincherándose en la cumbre
montserratina.
Pero ¿por qué no descendió a la planicie? Se conoce
que el mensajero enviado por Baraya fue apresado por sol-
dados nariñistas, los cuales los llevaron ante el Presidente,
quien al darse cuenta del contenido del mensaje, elaboró
otro en el cual se le ordenaba a Girardot permanecer en la
altura con el objeto de impedir la retirada del enemigo, ha-
ciendo llegar el nuevo mensaje a Girardot que, engañado,
cumplió cabalmente sus instrucciones que creía provenien-
tes de Baraya. Conseguido el triunfo, Nariño le intimó ren-
dición, pero Girardot se negó de plano; no se entregó de
ninguna manera.
Sin embargo, su conducta durante la batalla apareció
como favorable a Cundinamarca, por lo cual es llamado con
la intención de juzgarlo por no haber auxiliado a Baraya en
la contienda. Se presentó en Tunja y logró justificarse con
las órdenes escritas que tenía, aparentemente procedentes
de Baraya: había caído en una celada, pero no por cobardía
o traición. El Congreso lo justifica y lo que es más, lo encar-
ga de la organización de la Guardia del Congreso, lo que
realiza con gran éxito.

57
58
59
Atanasio Girardot. Dibujo de José María Espinosa. Museo Nacional
de Colombia. Bogotá.

60
CAMINO DE LA GLORIA

I
“ eis grandes combates que valen batallas,
S ganados en un trayecto de 1.200 kilóme-
tros, sin un solo revés a través de dos cordilleras; cinco grue-
sos cuerpos de ejército que sumaban 4.500 hombres, dis-
persados, muertos o prisioneros o rendidos con sus armas y
banderas; la captura de 50 piezas de artillería y tres grandes
depósitos de guerra; la reconquista de todo el occidente de
Venezuela de cordillera a mar, ligando sus operaciones con
el ejército de oriente ya rescatado, y la reestructuración de
la República independiente de Venezuela. Y todo con 600
hombres y en 90 días. Nunca con menos se hizo más en tan
vasto espacio y en tan breve tiempo”. (Bartolomé Mitre).
En el año de 1812, las tropas españolas de Montever-
de ponen fin a la Primera República en Venezuela, lo que
queda sellado con la caída del Castillo de Puerto Cabello, el

61
cual era defendido por Bolívar, hecho causado principal-
mente debido al acto del traidor Vinoni, que abrió las puer-
tas de la fortaleza. Bolívar pudo salir a las Antillas. En Ja-
maica escribe la célebre Carta de Jamaica, visión premoni-
tora de la realidad americana. De allí pasa a Cartagena, don-
de lanza el Manifiesto de Cartagena, explicando las razones
de 1a caída de la República y se ofrece a disposición de las
autoridades independentistas de la región. Estas ponen a sus
órdenes un cuerpo de tropas modesto y le encargan de so-
meter a los rebeldes de Santa Marta. Bolívar desvía la inten-
ción inicial y se lanza hacia el sur, en una fulgurante campa-
ña de grandes éxitos que le lleva desde Cartagena a Ocaña,
superando las órdenes recibidas, tomando una iniciativa
personal que lo eleva en el aprecio de sus facultades milita-
res y le abren el camino a la liberación de Venezuela en la
Campaña Admirable.
Veamos en las propias palabras del Libertador, cuan-
do llegado a Ocaña informa al Congreso de la Unión por
medio del secretario del mismo:
“Tengo la satisfacción de participar a US que habien-
do sido encargado por el Gobierno del Estado de Cartagena,
de pacificar los lugares que ocupaban los enemigos en el
sur de la Provincia de Santa Marta, desde la villa de Tenerife
hasta la ciudad de Ocaña, he logrado poner en libertad la
navegación del Magdalena, reconquistar toda la parte ene-
miga, derrotar completamente sus tropas, tomarle 100 pri-
sioneros, muchos oficiales, 200 fusiles, la mayor parte de su
artillería montada, 5 buques de guerra, sus pertrechos y
municiones de boca y puesto en una vergonzosa fuga las

62
reliquias del Guamal, Banco, Cairiguaná y Tamalameque.
Bien pronto tomaré posesión de Ocaña. Todas esta opera-
ciones se han ejecutado en el término de quince días; le su-
plico a US se sirva elevarlo al conocimiento de S.A.S. Dios
guarde a Ud. muchos años. Cuartel del Puerto Nacional de
Ocaña, enero 8 de 1813”.
Estos triunfos iniciales de Bolívar cayeron como
bomba en los gobiernos de la Nueva Granada. Aparecía,
por fin, lo que podría ser un gran caudillo militar, capaz de
reunir a su alrededor todas las posibilidades nacionales diri-
gidas al logro del objetivo final: la independencia definiti-
va. Aún no se comprendía una tan amplia posibilidad como
la de la liberación de otros países a partir de una base grana-
dina; esto era demasiado, sonaba a sueño demencial. No
había ni siquiera unidad interna y el país se estremecía toda-
vía por las heridas de la guerra civil. Locura entre locuras,
con una espada de Damocles española sobre su cabeza, se
enfrascaban en la pelea entre hermanos por razones nimias,
cuando lo que se encuentra en juego es la propia existencia
personal y de la nación. La llegada y el triunfo en la campa-
ña del Magdalena de Simón Bolívar, fue bálsamo de espe-
ranza, pero también empezaron a levantarse los primeros
resentimientos y envidias de los que no pudieron hacer lo
que Bolívar había logrado, advenedizo y todo.
Uno de los primeros militares en reaccionar ante
Bolívar fue el coronel Manuel Castillo, comandante de las
fuerzas del Congreso en el Norte; Bolívar, prudentemente se
dirige al Comandante, comprendiendo que había incursio-
nado dentro de sus territorios sin su aquiescencia expresa;

63
se coloca a sus órdenes y le ofrece colaborar con él en la
liberación de los Valles de Cúcuta, previa la aprobación del
Gobierno de Cartagena. Castillo, en un principio, ofrece a
Bolívar el mando de las tropas combinadas y le da informa-
ción sobre los hechos de la guerra civil y de la situación en
Cúcuta. Pronto estas gentilezas se transforman en duras dis-
putas. Castillo resulta ser el principal opositor al proyecto
de Bolívar de iniciar una campaña a partir de Cúcuta para
liberar a Venezuela. En verdad, no le faltaba razón a Casti-
llo en el sentido de que parecía una cosa de locura pretender
una operación de tal magnitud, yendo contra fuerzas abso-
lutamente superiores, imponentemente mayores a los seis-
cientos hombres de que se disponía, sin contar las dificulta-
des de los abastecimientos y del terreno, sobre todo en las
primeras etapas del intento. Claro, Castillo no podía com-
prender ni presentir el genio de Bolívar, acompañado por la
determinación de devolver a su patria sus propios destinos.
La grandeza no es, muchas veces visible si la tenemos en-
frente. “¿Para qué arriesgar una parte importante de las fuer-
zas granadinas en una acción aventurera, sin reales posibili-
dades de triunfo? No pueden comprender que se debilitará
la nación con esta locura; debemos cuidarnos nosotros pri-
mero”; todos ellos pensaban, Castillo y otros jefes, lo que
manifestarán abiertamente muy pronto.
De todos modos se efectúa una acción combinada,
Bolívar-Castillo sobre Cúcuta, la cual es abandonada sin
mayor resistencia por las tropas del brigadier Correa, el
cual se repliega hasta La Grita, en el Táchira, territorio ve-
nezolano. Bolívar está a las puertas de la fortaleza española

64
al occidente de Venezuela. Su ansiada meta, su tierra pro-
metida personal, la tiene enfrente; ahora queda avanzar y
triunfar.

II
Pero hace falta el respaldo legal y moral de los go-
biernos del Congreso y de Cundinamarca. Bolívar los soli-
cita y ambos responden afirmativamente, con toda nobleza.
Camilo Torres aporta tropas y elementos de guerra; Nariño
entrega dinero y unos cuantos hombres. Pronto estos solda-
dos de la libertad pondrán sus nombres en las flamas de la
gloria. Vienen Joaquín de Ricaurte y Torrijos, Atanasio Gi-
rardot, Luciano D’Elhuyart, Antonio Ricaurte, Francisco de
Paula Santander, Rafael Urdaneta y muchos más, quienes
escribirán las páginas de la historia por venir. El Gobierno
de Cartagena autoriza a Bolívar a utilizar parte de las tropas
que por su disposición están bajo su comando.
Así las cosas, el 27 de abril de 1813 se recibe la au-
torización del Congreso para iniciar la expedición, pero con
alcances solamente hasta La Grita; posteriormente por pro-
testa de Bolívar, se extiende a Mérida o Trujillo. Ya tiene
Bolívar lo que quería; las acciones posteriores se regirán
por ellas mismas y pronto se sacudirá el bozal geográfico
que se le impone, no por limitarlo severamente, sino debido
a una comprensible prudencia de los legisladores.
Castillo continúa con su oposición a Bolívar, llegan-
do a reunir en Táriba lo que llamó un Consejo de Guerra,
donde él y sus oficiales se acuerdan para acusar a Bolívar
ante el Congreso, por ordenar marchas sin autorización
65
expresa. Todo ello enardece al brigadier Bolívar, que llega
a quejarse a Camilo Torres sobre la conducta obstructiva y
casi agresiva de Castillo, pidiendo su sustitución, lo que se
dará más adelante, cuando ya había comenzado la campaña.
Pero, regresemos de momento a Girardot. Ya hemos
dicho que se encontraba entre los oficiales que se incorpo-
ran a Bolívar por los gobiernos granadinos. El coronel Joa-
quín Ricaurte comanda la fuerza que ha de procurar, mar-
chando al norte, reunirse con Castillo. En esta agrupación
que parte el 30 de enero de 1813, va Girardot al frente de su
batallón. Toman la ruta de Pamplona y de allí descienden al
amplio y fértil Valle de Cúcuta, que ya ha sido liberado,
como se ha dicho, así que Ricaurte encuentra franco el ca-
mino y se incorpora al futuro conjunto invasor.
Bolívar ocupa San Antonio del Táchira el 1º de mar-
zo, donde establece su Cuartel General y dirige su primera
proclama a los habitantes de Venezuela. Integrado el cuerpo
recién llegado, Castillo recibe instrucciones de avanzar ha-
cia La Grita, lo cual hace remolonamente, llevando a Girar-
dot a la vanguardia. El día 11 se encuentran con las
avanzadillas de Correa que son desalojadas por Girardot y
el día 13 se produce el encuentro frontal en la llamada An-
gostura de La Grita. Las tropas del brigadier Correa son
derrotadas y no pueden sostenerse ante el empuje del Bata-
llón 4º de la Unión comandado por Girardot.
Luego de esta acción se produce la sustitución de
Castillo, el cual es reemplazado por el mayor Francisco de
Paula Santander. Este último seguía fielmente la posición
de Manuel Castillo, por lo que la situación siguió siendo

66
más o menos la misma con respecto a esas tropas. El 16 de
mayo Bolívar se reúne con las fuerzas de Urdaneta en La
Grita y el 18 se sucede el incidente más grave hasta ese
momento, con el mayor Santander. Este se niega a seguir la
marcha en actitud de insubordinación, con la tropa ya for-
mada, pero diezmada por las deserciones, consecuencia de
la falta de disciplina y de recursos. Bolívar comprende de
inmediato que se encuentra ante una inminente sublevación
de la soldadesca. Ordena a Santander que marche hacia
Mérida de inmediato, pero éste se niega. Hay varias versio-
nes del incidente, pero la siguiente parece muy cercana a la
realidad: Bolívar ordena: — “Mayor Santander... ¡Haga Ud.
formar el batallón”! — “Santander: Señor General... está la
tropa a sus órdenes, pero me permito manifestarle que estoy
resuelto a solicitar mi retiro inmediato de este ejército”.
Bolívar: “¿Qué dice Ud.? Marcha Ud. inmediatamente o
entrega e1 mando al coronel Urdaneta. ¡No hay alternativa;
o Ud. me fusila, o, positivamente yo lo fusilo a Ud.!” De
esta manera Santander regresará a la relativa seguridad de
Nueva Granada y a reunirse de inmediato con Castillo. Se
ha producido la primera ruptura entre estos hombres, am-
bos, a su manera, fichas claves en la revolución y la libertad
americana. De esta separación quedará abierta una herida
que no sanará y que será una traba importante para el logro
de la emancipación. Santander y Castillo abandonan a Bolí-
var, de quien piensan es temerario y presumido, pero aban-
donan también la oportunidad de ver de cerca el ángel de la
gloria, dibujado en e1 cielo de la Patria. La acción de Bolí-
var asentaba su comando y ejemplarizaba, mostrando que

67
no toleraría indisciplinas que pusieran en peligro la expedi-
ción libertadora. El mando se había unificado en la jefatura
del general Bolívar, la disciplina salió fortalecida y el fruto
fue la victoria.
Correa se repliega a Bailadores y de allí a Mérida;
pero no para Correa en esa ciudad, sino que sigue hasta el
punto de Ponemesa, una altura situada entre Escuque y
Betijoque (Trujillo), sujeto a persecución. Liberado el ca-
mino, Bolívar entra a Mérida el 23 de junio, donde recibirá
una gran ayuda en dinero, armamentos y voluntarios; en esa
preclara ciudad recibirá también el título de LIBERTADOR
por primera vez, el cual le será nuevamente entregado en
Caracas, al final de la campaña.
Ya en Mérida recibió Bolívar información sobre
Barinas y Trujillo y las fuerzas realistas que en ambas zonas
operaban, comprendiendo que debía actuar rápidamente para
evitar que ambos cuerpos armados se uniesen, tratando de
batirlos separadamente; ratificó a Girardot en la Vanguardia
y lo despachó hacia Trujillo, para rendir las fuerzas contra-
rias. Avanza Girardot con la descubierta mandada por el
capitán Hermógenes Maza, la avanzada dirigida por el ca-
pitán Francisco Yánez y la vanguardia de sus batallones
encabezada por el capitán Ricaurte; otro destacamento al
mando del capitán Manuel Gogorza se dirigió a Niquitao,
todo con el objetivo de batir al enemigo y concentrarse en
Trujillo. El 3 de junio D’Elhuyart y Maza batieron una par-
tida de Correa y procedieron de inmediato a desalojarlo de
Ponemesa. Correa huyó hacia Maracaibo, despejando la ruta
hacia el centro de la nación. Girardot ocupó Trujillo el 9 de

68
junio, procediendo a organizar su administración civil. Sin
embargo, el jefe realista Manuel Cañas se replegó a Carache,
adonde lo fue a buscar Girardot. Cañas se hizo fuerte en las
alturas de Agua de Obispos, ocupando una posición que le
era favorable entre dos cañadas. Procedió al ataque el 18 de
junio, pelea que duró más de una hora, logrando dispersar a
Cañas y eliminando el último obstáculo valedero al avance
patriota. Bolívar había llegado a Trujillo el 14 de junio.
En esta ciudad de Trujillo, al día siguiente de su lle-
gada, el 15 de junio de 1813, El Libertador dictará uno de
los decretos más importantes y controvertidos de su vida: el
de Guerra a Muerte. Este horrible manifiesto no hacía otra
cosa que tratar de contener los espantosos abusos que los
realistas habían cometido y cometerían contra la población
civil y los militares patriotas. Era algo así como la Ley del
Talión, OJO POR OJO Y DIENTE POR DIENTE. Pero,
además, tenía el objetivo de definir la nacionalidad ameri-
cana en medio de una lucha mayormente fratricida, estable-
ciendo las diferencias no solamente clasistas o raciales, todo
ello confundido, fundando la idea de: españoles por un lado,
por el otro americanos; éstos últimos, aún con culpa se libe-
rarían de sanciones. Con ello los campos quedaban diferen-
ciados, definitivamente claros en forma total e indudable.
Ordenó, entonces Bolívar la campaña de Barinas,
reuniéndose con Rivas y llegando a Guanare el lº de julio de
1813. Bolívar esperaba que las tropas de Tíscar se le opu-
siesen. (Nota curiosa: por allí, con Antonio Tiscar, se halla-
ba un joven sargento, que empezó su vida de aventuras siendo
un voluntario realista, su nombre: José Antonio Páez.)

69
Guanare fue abandonada por los realistas ante la presión de
las fuerzas patriotas. El 6 de julio se ocupó la ciudad de
Barinas, sin resistencia, pues Tíscar se había retirado hacia
Guayana. Mientras tanto José Félix Rivas derrotaba a los
realistas el 2 de julio en Niquitao y el 22 de julio derrotó al
coronel José Oberto en la llanura de Los Horcones.
El 26 de julio llegó Bolívar a San Carlos, por la vía
de Guanare. Ya sabemos por el comienzo de nuestra rela-
ción que el coronel Julián Izquierdo, al tener conocimiento
de la derrota de Oberto en Los Horcones, decidió replegarse
hacia Valencia, en busca de la protección de Monteverde.
Sin embargo, Monteverde le ordena regresar a San Carlos.
Bolívar es informado de la presencia de Izquierdo
en Tinaquillo, e inmediatamente se puso en marcha, con
Girardot siempre en la vanguardia, para atacarlo. El 31 de
julio se hizo contacto con las avanzadas españolas en la sa-
bana de Pegones. Izquierdo se replegó hasta los llanos de
Taguanes, donde el ejército realista fue descalabrado. Este
triunfo abrió las puertas de Valencia, a la cual entró El Li-
bertador el 2 de agosto de 1813. El día 4 de agosto Bolívar
se encontraba ya en La Victoria, lugar en el cual aceptó la
capitulación de las autoridades españolas. El 6 de agosto,
Girardot entró en Caracas con el ejército libertador de Simón
Bolívar. Ese día, luminoso para la historia nacional, finalizó
con gloria la mítica Campaña Admirable.
Pero todo no estaba concluido. Vendrían días muy
aciagos y la Segunda República, instaurada por Bolívar en
esta increíble campaña, caerá bajo los cascos de la caballe-
ría de un tendero transformado en belicoso guerrero, vio-

70
lento y terrible, cuyo nombre será temido, odiado y, en el
fondo respetado, por todo el pueblo de Venezuela. Pero eso
es otra historia. Preferimos quedarnos en Caracas ese bri-
llante 6 de agosto de 1813.
Seguirá luego el nuevo intento de Monteverde para
tomar la iniciativa, ya que se había quedado encerrado en la
fortaleza de Puerto Cabello. Pero esta historia ya se ha con-
tado. Las cintas del destino se van entrelazando hasta cons-
tituirse en unas serpientes, que como en la figura conocida
se van comiendo desde la cola cada una. Girardot, Urdaneta,
D’Elhuyart, Maza, Ortega, Ricaurte y demás, regresan en
campaña contra Domingo Monteverde en Puerto Cabello,
quien no parece demasiado impresionado por los triunfos
de la Campaña Admirable, que de paso, él no sabrá nunca
que se le llamará de esta manera. Regresa el vencedor del
Bajo Palacé y de tantos encuentros. Lo que no sabe el joven
Coronel, ignora del todo, es la presencia de la muerte, la
cual lo ha venido siguiendo pacientemente, ahora recostada
indolente en las roqueñas cuestas de Bárbula en la forma de
una bala perdida. Pero el héroe no estaba acostumbrado a la
derrota, por lo que su sangre, transformada en torrente, sal-
tó sobre las piedras de la pendiente, llegó al plano y siguió
corriendo hacia Naguanagua y al sur, manchando de amor
patrio al Orinoco; fluyó hacia Las Trincheras y Puerto Ca-
bello en el Norte tiñendo de púrpura el Caribe, mientras la
cuenca del Río Padre se enriqueció de esperanza. De allí
brotará de nuevo en la semilla que tantos como él sembra-
ran, alimentándose con esas sangres la Patria en Angostura,
Gámeza, Pantano de Vargas, Boyacá, Las Queseras,

71
Carabobo, el Congreso Admirable, Bomboná, Pichincha,
Junín, Ayacucho, Maracaibo y de combates sin número para
la grandeza. Una fuente brotó de sus heridas, manantiales
de gloria, que alimentará la vida de mil generaciones.
Por cierto que una leyenda carabobeña asegura que
la noche del 29 de septiembre, víspera de la batalla de
Bárbula, algunos oficiales, entre ellos Girardot, se detuvie-
ron durante un rato en una pequeña posada o mesón que
existía en la parte norte de Naguanagua y a la salida del
pueblo. Allí la hija de la dueña, hermosa joven de mucha
gracia y de agradable trato, bromeó un poco con los jóvenes
militares. Cuando éstos salían hacia sus puestos, la joven
tomó una rosa del incipiente jardín y mostrándola a los jó-
venes les dijo: — “Esta flor será mañana para el que de Uds.
haya sido el más valiente”. Al final de la batalla los solda-
dos regresaban, trayendo en parihuela el cuerpo exánime de
Atanasio Girardot; la joven esperaba y al pasar el grupo frente
a la posada, ella colocó la flor en el pecho del muchacho
sacrificado. Cierto o incierto, no pude resistir la tentación
de traer a estas páginas tan tierna y conmovedora historia.

72
73
Plaza Girardot. Maracay - Estado Aragua.

74
RAZA DE MÁRTIRES

I
a familia Girardot semeja un caso, si no úni
L co, muy impresionante en la vida por la lucha
republicana e independiente de la América española y, tal
vez, de la vida social de cualquier pueblo. En efecto, el pa-
dre fundador del grupo familiar Luis Girardot, francés de
origen, naturalizado español y entregado a la revolución
liberadora y sus tres hijos varones, murieron todos en la de-
fensa absoluta de la libertad.
Ya hemos conocido sobre los tiempos de Luis Girar-
dot antes y después de su llegada a América. No los repeti-
remos. Interesa sí, saber que cuando se sucede en Bogotá el
grito del 20 de julio de 1810, iniciador del proceso de libe-
ración, empieza una nueva etapa en su vida, 1a cual va a
rendir, precisamente por esa circunstancia. Peligroso para

75
un ciudadano de origen francés, se pronunció de inmediato
por la independencia, siendo el primer ciudadano de origen
extranjero (no era español ni americano) que se ofreció a
servir a la primera Junta de Gobierno.
En atención a lo anterior, debe entenderse que hubo
muchas personas que no comprendieron, de principio, la
actitud de Luis Girardot. Aprovechándose de algunas cir-
cunstancias favorables, un poetilla, realista de corazón, es-
cribió para hacer burla de muchos patriotas, que a su pare-
cer eran unos simples tontos. A Luis Girardot le dedica ver-
sos como los siguientes:
Es Girardot, por el aire
que allá en Francia respiró,
un compendio del Rusó
y Volter o sea Voltaire;
Dice con tosco donaire
“Que tiene muchos novicios”
Y en verdad que estos patricios,
con negras ingratitudes
Dejan hispanas virtudes
Por tomar gálicos vicios.

He nombrado a este extranjero,


Por que aunque no es patriota,
Embarcado en esta flota
va en ella de pasajero;
Y así mismo considero
Que el modo de pensar
Y en el de representar

76
Libertinos entremeses
los criollos y los franceses
se pueden equiparar.

Pacho Urdaneta es un pillo


Ya de Girardot es yerno
Y con su influjo paterno
Es pillo a macha y martillo;
El suegro como a un chiquillo
De las francesas traiciones,
Le embutió las instrucciones,
y el yerno salió tan diestro
al lado de tal maestro
que le puede dar lecciones.

Así se presentaba la situación independentista. Al-


gunos ciudadanos no compartían los ideales independentis-
tas, acostumbrados por tradición a la dependencia de la
metrópoli, partidarios de otra posición. Todos eran herma-
nos, pero las pasiones del siglo los separarían. Los Girardot
permanecieron unidos en sus principios y así lo seguirán,
puesto que todos entregaron sus vidas para que nosotros,
ahora, la tengamos.
Esta familia Girardot finalizará entregándose al sa-
crificio; todos ellos perecerán en razón de la Patria y el pro-
pio padre será sacrificado también debido a su amor por la
libertad y mientras la buscaba.

77
II
El primero en desaparecer, fue el hijo Manuel Ata-
nasio, aquel que fuera incorporado a la expedición boliva-
riana para la liberación de Venezuela en 1813, como ya se
ha indicado. El Libertador consideró necesario rendir ho-
menaje a la figura desaparecida de Atanasio Girardot, pro-
mulgando una ley, llamada Ley de Honores, el 30 de sep-
tiembre de 1813, la cual dice:

“El Coronel ATANASIO GIRARDOT ha


muerto en este día en los campos del honor.
Las Repúblicas de Nueva Granada y Vene-
zuela le deben en gran parte la gloria que cu-
bre sus armas y la libertad de nuestro suelo.
Vencedor de un tirano formidable, llevó por
primera vez el estandarte de la independen-
cia, bajo las órdenes del General Baraya, a la
oprimida Popayán. Las circunstancias espe-
ciales de esta batalla memorable la harán in-
teresante no solo en el mundo americano sino
a los guerreros valientes de todas partes de la
tierra. El joven Girardot osó aguardar al ejér-
cito enemigo en número de 200 contra 75 sol-
dados, en el puente del río Palacé. Tacón, el
tirano de Popayán, no dudaba subyugar con
aquellas fuerzas el extenso país de la Nueva
Granada. Destinó 700 hombres para desalo-
jar a los defensores del puente, pero el nuevo
Leonidas resolvió perecer antes con sus dig-

78
nos soldados que ceder un punto al poder del
enemigo. La fortuna preservó su suerte de la
desgracia de sus soldados que fueron muer-
tos o heridos, y la victoria más completa pre-
mió su esforzado valor y virtud. Más de 200
cadáveres enemigos regaron con su sangre
aquel campo célebre, para consagrar con ca-
racteres terribles un monumento propio al
genio guerrero del héroe. Hasta entonces la
Nueva Granada no había visto un peligro
mayor para su libertad recientemente adqui-
rida, y las consecuencias del triunfo de Girar-
dot salvaron a un tiempo a su patria de la
esclavitud y del exterminio con la que ame-
nazaba el tirano”.
“En la actual campaña de Venezuela, la
audacia y el talento militar de Girardot han
unido constantemente la victoria a las bande-
ras que mandaba. Las provincias de Trujillo,
Mérida, Barinas y Caracas, que perecían bajo
el cuchillo o gemían bajo las cadenas respi-
ran libres y aseguradas por los esfuerzos con
que él ha cooperado bajo las órdenes de los
jefes de la Unión. Le han visto buscar en es-
tos campos a los ejércitos opresores, vencer-
los intrépidamente desafiando la muerte por
libertar a Venezuela”.
“Hoy volaba a sacrificarse por ella so-
bre las cumbres de Bárbula, y al momento

79
que consiguió al triunfo más decidido, termi-
nó por siempre su carrera”.
“Siendo por lo tanto el Coronel Atanasio
Girardot a quien muy principalmente debe la
República de Venezuela su restablecimiento y
la Nueva Granada sus victorias más importan-
tes, para consagrar en los anales de la América
la gratitud del suelo venezolano a uno de sus
libertadores, he resuelto lo siguiente:
“1º.- El 30 de septiembre será un día acia-
go para la República, a pesar de la gloria con
que se han cubierto las armas en este mismo
día, y se hará siempre un aniversario fúnebre,
que será un día de luto para los venezolanos.
2º.- Todos los venezolanos llevarán un
mes consecutivo de luto por la muerte del Co-
ronel Girardot.
3º.- Su corazón será llevado en triunfo a
la capital de Caracas, donde se hará la recep-
ción de los libertadores, y se depositará en un
mausoleo que se erigirá en la Catedral Me-
tropolitana.
4º.- Sus huesos serán transportados a su
país nativo, la ciudad de Antioquia, en la Nue-
va Granada.
5º.- El Batallón lº de Líneas, instrumento
de sus glorias, se titulará en lo futuro Bata-
llón Girardot.
6º.- El nombre de este benemérito ciuda-

80
dano se inscribirá en todos los registros pú-
blicos de las municipalidades de Venezuela,
como primer bienhechor de la Patria.
7º.- La familia de Girardot disfrutará por
toda su posteridad de los sueldos que gozaba
este mártir de la Libertad de Venezuela, y de
las demás gracias y preeminencias que debe
erigir el reconocimiento de este gobierno.
8º.- Se tendrá esta como una ley general,
y se cumplirá inviolablemente en todas las
provincias de Venezuela.
9º.- Se imprimirá, publicará y circulará
para que llegue al conocimiento de todos sus
habitantes.
Dada en el Cuartel General de Valencia, a
30 de septiembre de 1813, octavo de la inde-
pendencia, y primero de la guerra a muerte.
Firmada de mi mano, sellado con el sello pro-
visional de la República y refrendada por el
secretario de Estado”.
Simón Bolívar
Secretario de Estado
Antonio Muñoz Tébar
Gaceta de Caracas Nº 8, jueves 14 de octu-
bre de 1813.

Por su parte e1 Presidente del Congreso se dirige al


Padre en una hermosa carta, que sin transcribirla completa
dice:

81
“... El 30 de septiembre, completando la
derrota del pérfido enemigo y al mismo tiem-
po su gloriosa carrera, ha dejado de existir
para vos, o mas bien para la Patria, para quien
únicamente vivió siempre, el Coronel de la
Unión, vuestro hijo, Atanasio Girardot. Ella
no olvidará nunca su nombre inmortal, que
se repetirá con frecuencia en las páginas de
nuestra historia, para honor de la Nueva Gra-
nada que le dio el ser, y para gloria de Vene-
zuela, a quien ha conquistado su libertad. Las
lágrimas de ambas bañarán abundantemente
sus cenizas, y cuantos se interesen en la des-
trucción de los tiranos, llorarán su muerte tem-
prana. El vive y vivirá siempre en el grato
recuerdo de la posteridad...” Tunja noviem-
bre 13 de 1813.

El dolorido padre le contesta:

“El citado mi hijo corrió con buen ánimo


a los peligros, buscó las balas y bayonetas ene-
migas, y ha terminado la vida en defensa de
la Patria. Cumplió con su deber sacrificando
hasta sus últimos alientos en la lucha de la
libertad y del honor; quiera el cielo que de su
sepulcro broten ejércitos enteros, que acaben
de consumar la obra de la redención total de
Venezuela, y de nuestra absoluta independen-

82
cia del más cruel e injusto de los gobiernos.
Bárbaros españoles que me han arrebatado a
mi hijo querido, cuya edad no alcanzaba los
23 años. Ojalá tuviera yo otro capaz de tomar
las armas, que en el momento volara a vengar
la muerte del hermano; pero siendo muy pe-
queño, el único varón que me queda, yo iré
personalmente bajo las órdenes del General
de la Unión, si V. E. así lo dispone, y admite
mi sincero ofrecimiento, recibiendo en ese
caso el Congreso bajo su amparo y protec-
ción (aunque nada necesitan) a mi mujer e
hijas”.
Santafé, 27 de noviembre de 1813.

Con la mayor hidalguía, Torres le contesta:

“Vuestra carta del 27 de noviembre ha ex-


citado nuevamente la sensibilidad del Con-
greso y del Poder Ejecutivo de la Unión.
Habéis cumplido con la patria dándole lo más
precioso que teníais en vuestra familia. Guar-
dad vuestros días para ella, pues vuestra edad
os pide descansar. Pero tened entendido que
sin el nuevo sacrificio que ofrecéis de vues-
tra persona, vuestra familia, querida ya de la
patria, quedará desde este momento bajo la
protección del Congreso, que quizá algún día
no será vana”. Tunja Nov. 4 1813

83
Bolívar también escribe a Luis Girardot, cuya carta
transcribimos:

Valencia 5 de octubre de 1813


Ciudadano Luis Girardot.
“Temería causarle a U. el más acerbo do-
lor participándole la muerte de su ilustre hijo,
si no estuviera persuadido que más aprecia
U. la gloria que cubre las grandes acciones
de su vida, que una frágil existencia.
Es verdad que la vida del Coronel Atana-
sio Girardot, mientras más se hubiera prolon-
gado, más timbres hubiera añadido a su gloria,
y más beneficios a la libertad de la Patria. Su
pérdida es de aquellas que eternamente de-
ben llorarse. Pero la causa sagrada por la que
ha perecido debe un tanto suspender el dolor,
para pensar en sus grandes hechos, y en el
respeto que se debe a sus cenizas inmortales.
Ellas vivirán en el corazón de todos los
americanos, mientras el amor nacional sea
la ley de sus sentimientos, y mientras la só-
lida gloria tenga atractivo para las almas
nobles. La carrera de Girardot y su muerte
excitará, aún en la posteridad más remota, la
emulación de cuantos aspiren al precio del
valor, y sientan en sus pechos el fuego divi-
no con que buscó, la gloria propia, y la de su
amada Patria.

84
Las armas americanas deben honrarse de
que haya militado en ellas el virtuoso Girar-
dot, y la causa de la libertad por la que los
hombres más grandes de la Tierra han com-
batido, nunca ha sido sostenida con más ho-
nor que en los campos famosos donde
Girardot la ha hecho triunfar de los tiranos.
Los españoles que constantemente ven-
ció, siempre temerán la espada que castigó
sus perfidias, y puso un borrón indeleble a
sus almas. El nombre de Girardot será funes-
to a cuantos tiranos oprimen la humanidad, y
sus virtudes republicanas le colocan dentro
de los nombres ilustres de Bruto y Scévola.
Venezuela se ha cubierto de un luto espon-
táneo por la muerte del libertador y el dolor
amargo que oprime sus corazones no ha deja-
do pintar las ventajas de la última interesante
victoria que proporcionó a la República.
El gobierno, ligado por las obligaciones
más sagradas a ese benemérito jefe, le ha de-
cretado por ley los primeros honores que pue-
den honrar la memoria de un mortal: y como
comprende a U. y a toda su posteridad la dis-
posición del artículo séptimo, la pongo en su
noticia para que se sirva librar contra las ca-
jas nacionales de Venezuela, a efecto de per-
cibir los sueldos que pertenecían al Coronel
Atanasio Girardot”.

85
Dios guarde a U. muchos años,
Simón Bolívar
Secretario de Hacienda,
Antonio Muñoz Tébar

III
Girardot fue sepultado en la Iglesia Matriz de Valen-
cia, conocida en el presente como Basílica Menor de Nues-
tra Señora del Socorro, tal como se indica en la partida de
defunción. Hoy día se ha perdido el sitió exacto donde re-
posan sus restos. Dos versiones tratan de explicar esta des-
aparición, pues una placa señalaba el lugar: se dice que ante
la inminencia de que la ciudad cayera en manos de Boves,
tal como sucedió, un grupo de patriotas resolvió retirar la
placa, para impedir su profanación por las salvajes huestes
del asturiano; otra nos dice que durante la refacción del tem-
plo, que se realizara por orden de Pablo Morillo, el Pacifi-
cador, intencionalmente o por descuido la placa fue desalo-
jada y nunca se restituyó; sea cual sea la verdad los restos
no se han encontrado, pero de seguro se sabe que dentro del
recinto catedralicio de Valencia, las cenizas del héroe vigi-
lan la libertad de la patria.
El cuerpo de Girardot se encuentra en el templo va-
lenciano, pero no su corazón, el cual de acuerdo al decreto
de El Libertador en su numeral 3º, fue extraído del cadáver
y llevado en triunfo a Caracas, para ser depositado en la
Catedral Metropolitana en un monumento especial, monu-
mento que no llegó a construirse. Igualmente que su cuer-
86
po, el corazón sufrió, por razones similares, igual destino.
Nadie ha sabido dónde se encuentra la preciosa reliquia hasta
el día de hoy.
La historia del corazón de Girardot no termina aquí,
puesto que con la ocupación de Caracas por José Tomás
Boves, éste se preocupó por la destrucción de la reliquia,
exigiendo su entrega por parte del Arzobispo Narciso Coll y
Prat. El prelado le explicó a Boves las dificultades canóni-
cas a este tipo de acción y el asturiano pareció comprender;
pero su Lugarteniente y en su ausencia de Caracas, exigió
nuevamente al obispo la entrega de víscera, en los siguien-
tes términos:

Ilmo. y Rvmo. Señor Arzobispo.


Mañana a las 10 entregará V. S. el cora-
zón del traidor Girardot en la Puerta Mayor
de la Santa Iglesia Metropolitana, donde im-
punemente se haya (sic) colocado, al verdu-
go y acompañamiento que tengo dispuesto
para recibirlo y darle el destino que merece.
Para satisfacción del público conviene que
en el acto de la entrega se sirva V. S. manifes-
tar a los espectadores con aquella influencia
y energía que le es característica, y el caso
exige, lo escandaloso de aquel hecho incom-
patible con la inmunidad del Santuario y que
sólo podía haber permitido V. S. I. a la fuerza
y temeridad del monstruo Bolívar.

87
Dios guarde a V. S. I. Muchos años. Ca-
racas, agosto 2 de 1814
Juan Nepomuceno Quero

El Arzobispo Coll y Prat era un hombre muy pruden-


te. Al notificarle Bolívar la Ley de Honores, accedió de inme-
diato y por escrito al dispositivo de la misma y notificó a
todos los curas párrocos del trayecto entre Valencia y Cara-
cas, para que fueran recibiendo el corazón “con capa, cruz y
clero” y lo esperó él mismo con gran cortejo del “clero Secu-
lar y Regular” y lo llevó a la Catedral. Al llegar los realistas
de Rosete se negó a entregar la reliquia por ser despojo de
cristiano. Lo mismo le dirá a Boves y ahora a Quero, como se
transcribirá. Pero lo curioso es el pensar si era todo tan cierto
y canónico, pues en otro escrito posterior del Prelado explica
que tuvo que ceder ante Bolívar pues no tenía otro remedio,
tildándolo con palabras bastante gruesas. Otras consejas di-
cen que el Arzobispo guardaba el corazón en el envase que le
fuera entregado y en su propio armario o escaparate, como
una especie de seguro. Con los realistas, el argumento de la
sacralidad e inviolabilidad del templo, que los españoles no
podían quebrantar sin desmentirse a sí mismos, era evidente-
mente decisivo: no se atreverían a violar el templo; pero, por
aquello de que las cosas pueden cambiar, allí estaba el cora-
zón. Nunca se sabe lo que puede pasar. Tal vez regresen los
patriotas y el “monstruo Bolívar”, quien al saber que se había
perdido el corazón, podría ponerse realmente “monstruoso”.
De todos modos se extravió el corazón en los avatares de la
guerra y de la propia vida y muerte de Coll y Prat.

88
En fin, el Arzobispo contesta al conminante Quero:

“Señor Gobernador Militar de Caracas,


Don Juan Nepomuceno Quero.
En contestación al oficio de V. S. del día
de ayer, que las doce y cuarto de éste acabo
de recibir, relativo a que mañana a las 10 en-
tregue yo el corazón del difunto ‘Girardot en
la Puerta Mayor de la Santa Iglesia Metropo-
litana, donde se supone colocado, al verdugo
y acompañamiento que V. S. tiene dispuesto
para recibirlo, y darle el destino que merece:
para que en el acto de entrega manifieste ya
para satisfacción del público a los espectado-
res con aquella influencia y energía que el caso
exige, lo escandaloso de aquel hecho incom-
patible con la inmunidad del santuario, y que
sólo podía yo permitido a la fuerza y temeri-
dad del monstruo Bolívar’, debo cerciorar a V.
S., como lo hago con la presente, de que esta
misma solicitud fue confidencialmente insi-
nuada a mí por el Señor Comandante General
Don José Tomás Boves en el día mismo de su
gloriosa entrada en esta ciudad 16 de julio úl-
timo y que habiéndome oído con alguna aten-
ción me parece haberle dejado aquietado: que
la misma ocurrencia tengo ya dado parte a su
Real Majestad, el señor Don Fernando VII
(que Dios guarde) en representación del 25

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del mismo mes; y no viniendo su real repre-
sentación me será imposible y oneroso con-
descender a la menor innovación: que el ex-
presado corazón fue ya sacado de mi orden al
momento que hubo fugado Bolívar, detrás del
altar mayor donde estaba dentro de un arca
vieja entre ruinas del terremoto y que había
sido trasladado y enterrado en una de las es-
quinas de la cárcel eclesiástica situada en el
cerco e inmediación al cementerio de la Ca-
tedral; y que para mandar yo ahora sacarle de
este santo lugar se necesitaba hacer una justi-
ficación con audiencia fiscal superior tal vez
a lo que con verdad se puede atribuir al mis-
mo difunto por haber él fallecido en el gre-
mio de la Iglesia Militante, como bautizó en
su infancia, haber sido confesado y absuelto
por Presbítero aprobado, in artículo mortis, y
no haber procedido, como se requiere, decla-
ración canónica, de estar segregado en forma
de la comunión de los fieles, o privado de se-
pultura eclesiástica”.

No se pretende hacer mofa alguna, pero se puede


deducir lo que el seguramente ignorante y militar improvi-
sado del Juan Nepomuceno Quero entendería de esta carta
del sagaz Arzobispo. Estaba, como se ve claramente por
medio, nada menos que al Rey Fernando VII, el que debía
ocuparse de su propia corona tan humillada y tan entregada

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a Napoleón por su padre. Por otra parte hay que darse cuen-
ta de las inmensas dificultades canónicas y hasta físicas que
alega el Prelado, verdaderamente impresionantes. Esta for-
ma de hacer las cosas recuerda a Diógenes el Cínico. Si el
Obispo hubiera querido acceder a las peticiones de Rosete,
de Boves o de Quero, se hubiera todo llevado a cabo ha-
ciéndose la vista gorda, sin mayores inconvenientes. ¿Pero
si regresara e1 monstruo?
Prueba de lo que se manifiesta es la carta que el tal
Juan Nepomuceno Quero dirige al Prelado caraqueño acep-
tando sus argumentos, que solamente por curiosidad se
transcribirá:

“Ilmo. y Rvmo. Señor Arzobispo.


En virtud del oficio de V. S. I. que acabo
de recibir por el cual quedo orientado de todo
lo ocurrido con respecto al corazón del di-
funto Girardot y en vista de las interesantes
reflexiones que se sirve V. S. I. ofrecer a mi
consideración desde luego convengo en un
todo con la madura y discreta disposición que
ha tomado en este asunto. Dios guarde V. S.
I. muchos años, Caracas, 4 de agosto de 1814.
Juan Nepomuceno Quero

Mejor no meterse en este asunto, no rendirá fruto y


menos con la Iglesia, que hace las cosas a su modo; se ha
enfrentado a Rosete, Boves, Quero y hasta con Bolívar. Quero
no tendrá el corazón de Girardot. No pudieron fusilarlo

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después de muerto, como era la intención y el mancillamiento
asqueroso se frustró. Quero no tendrá el corazón de Girar-
dot. Con la Iglesia hemos topado Sancho.
En algún lado de lo que hoy se conoce como Museo
Sacro de Caracas, al lado de la Catedral, frente a la Plaza
Bolívar, se encuentra el corazón de Girardot, que todavía
palpita de amor patriótico.

IV
El segundo en partir hacia la eternidad fue el hijo de
don Luis: Pedro Girardot, hijo ilegítimo habido probable-
mente en la tunjana Larrota. E1 propio Luis lo menciona en
su testamento como hijo suyo y por tal era tenido y recono-
cido por la sociedad. Pedro se alistó primero en el llamado
Batallón de Milicias; posteriormente se trasladó al Regimien-
to de Voluntarios Patriotas. Estuvo presente con valentía en
la acción del Alto de la Virgen de Ventaquemada, donde
Nariño es derrotado, con graves pérdidas militares y mora-
les. También lucho en la defensa de Santa Fe contra Baraya,
triunfo de Nariño, que ya se ha relatado en su oportunidad,
acción que presenció su hermano Atanasio.
En 1814 fue ascendido a Teniente y salió con Nariño
en la expedición contra el sur, habiendo luchado en los en-
cuentros del Alto Palacé y Calibío. El 29 de abril de 1814,
lo encontramos en la batalla de Juanambú, que pretendía
forzar el paso del puente del mismo nombre; allí el destino
le arrebató la vida. El parte de Nariño dice:

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“...Al pie de esta trinchera, entre muchos
cadáveres de valientes soldados, están los del
capitán Isaac Calvo y del subteniente Pedro
Girardot. Los ojos se humedecen al contem-
plar los semblantes de estos valerosos repu-
blicanos que parece están todavía sonriéndose
de la misma muerte”.

Otra entrega más del ilustre anciano y su familia por


la libertad.

V
Luego de las derrotas sufridas ante Boves, Bolívar
regresa a Santa Fe a donde llega el lº de enero de 1815.
Viene a rehacer lo perdido y pronto regresará a Venezuela
para continuar la guerra. Durante esta estadía en Bogotá se
presenta ante él don Luis Girardot, el cual le ofrece sus ser-
vicios personales, después de haber perdido dos hijos en la
contienda. Trae consigo a su vástago menor, Miguel, de ape-
nas doce años con quien pretende suplir las pérdidas tan
dolorosas. Pero Bolívar, que se da cuenta del terrible ofreci-
miento, no le acepta sus servicios, pero para darle satisfac-
ción enrola a Miguel con el grado de subteniente y lo desti-
na al Batallón Barlovento.
Bolívar sale de Bogotá para después de muchas pe-
ripecias concluir en la expedición de los Cayos de San Luis,
en la cual recibe la ayuda generosa y amplia del Presidente
Petión de Haití. Desembarca primero en Margarita y des-
pués de ser reconocido como Jefe máximo, sigue hasta
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Ocumare de la Costa. De combate en combate, muchas ve-
ces con desesperación, se produce la Batalla de Calabozo
contra las tropas de Morillo. Bolívar sigue hacia el norte,
enfrentándose nuevamente con las tropas expedicionarias
de Pablo Morillo en la población de El Sombrero, Guárico.
Los españoles lo esperaban en posiciones ventajosas, pero
Bolívar ordena el ataque el 15 de febrero de 1815. El joven
Miguel Girardot, quien salió de Nueva Granada con Bolí-
var y viene con él desde Los Cayos, era plaza en los Batallo-
nes de Honor, que forman el frente de ataque. El combate
fue de excepcional violencia y por parte de los patriotas hay
más de 80 bajas fatales, entre ellas la de un joven que juga-
ba a hombre, 1a de un niño que jugaba a soldado, de apenas
quince años... ¿Su nombre?... pues Miguel Girardot, la últi-
ma ofrenda de aquel francés que se vino de París a llenar de
tumbas de amor esta lejana tierra.

VI
Ya no queda de esta recia estirpe sino Luis Girardot,
el padre. Para el año de 1816, las huestes de El Pacificador,
Pablo Morillo, habían llegado a tierra firme con el encargo
de sepultar la insurrección independentista, hacían estragos
en Nueva Granada. Los patriotas debieron forzosamente
retirarse a las llanuras orientales y con ellos ya don Luis,
cargado de años y dignidad. La vida se le va a hacer corta en
medio del mar interminable de las planicies salvajes, indo-
mables y crueles, para ese entonces plagadas de bandidos y
desertores de toda calaña. No pudo tener don Luis la dicha

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de morir en manos de las tropas realistas de El Pacificador,
sino que viene a caer en la embestida canalla del bandidaje
desatado, que troncha esta existencia ejemplar por la ambi-
ción de las pocas monedas que el anciano pudiera poseer,
precio absurdo que siempre se ha pagado por las mejores
vidas de la humanidad, valor asaltado en este destierro y
huida en Casanare. Su familia, doña Josefa Díaz y sus hijas
fueron también desterradas por el cruel emisario de la coro-
na y confiscados sus bienes, quedando en la más abyecta
miseria. Nada perdonó la muerte o el dolor en esta casta de
seres, destinados al sacrificio, a la entrega y a la gloria.

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96
NOTA FINAL

No se debe cerrar este trabajo, humilde pero sincero,


sin mencionar los epitafios que el poeta neogranadino José
Fernández Madrid redactara en los funerales celebrados el
19 de octubre de 1813 por el Congreso de las Provincias
Unidas.

Epitafios
Aquí yace el terror de los tiranos,
¡El bravo Girardot! ...si estos renglones
borra el tiempo y el llanto, americanos
su nombre existe en vuestros corazones.

Girardot aquí se halla sepultado;


Vivió para su Patria un solo instante,
Vivió para su gloria demasiado;

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Y siempre vencedor, murió triunfante.
Sigue el heroico ejemplo que te ha dado.
Mientras haya tiranos, caminante;
Pero si libre América reposa,
Detente y baña en lágrimas su loza.

FIN

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ANEXOS

Himno del Municipio Naguanagua


Letra y Música: José Giménez Ortega

La noble brisa de tus filas protectoras


es fiel testigo, sempiterno en su rumor
como sustento cristalino en la memoria
del tricolor de una nueva humanidad;
y el dulce aliento de la voz inspiradora
nos envolvió con la luz y la razón
al resonar, cual vibrante torbellino,
el eco que al fin nos forjó libertad.

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I
Siendo el agua el origen de tu epónimo
y el aire y la tierra, tu dulzor,
de los cielos colmados de tisú
fue el buen Dios quien sembró tu valor.
En tu vientre rebozan tus savias tan cálidas
que desbordan llevándolas al mar;
con la tez de sínople resplandor
brota en tu piel el signo de feracidad.

II
Naguanagua, con calma Caribe
de una estirpe que el cielo prodigó
cual Cacique en concilio patriarcal
en un pueblo a dos mundos unió.
Los confines se nutren de tus hijos cándidos,
que con musa de orfebre creador
van sirviendo a la patria con tesón
para ofrendar y merecer nuestra lealtad.

III
En tu nombre Divina Providencia
se encomiendan tus fieles en unión,
en plegarias de un pueblo que con fe
va al encuentro de tu protección.
La sabana de flores de pétalo púrpura
fue la cuna del seo que albergó

100
a Begoña anhiesta majestad,
¡Reina de Paz, de devoción, Reina de amor!

IV
Tu colina es la esencia de tu Gloria
entregando su vida Girardot,
con la insignia que un céfiro elevó,
con una flama de honor despertó
en tu valle un crisol que despeja las sombras,
con valor y visión universal
convirtió tu futuro en esplandor
¡tierra de fe, tierra de luz, tierra de paz!

101
Tercera Estrofa del Himno Nacional
de Colombia
Letra: Rafael Núñez
Música: Oreste Sindici

Del Orinoco el cauce


se colma de despojos;
de sangre y llanto un río
se mira allí correr.
En Bárbula no saben
las almas ni los ojos
si admiración o espanto
sentir o padecer

102
Retrato Ecuestre de Bolívar, París 1888.
Arturo Michelena – Valencia 1863 – Caracas 1898.
Artes Visuales / Pintura de Caballete - Óleo sobre tela - 305 cm x 211cm.
Actualmente ubicado en el Salón Bolívar del Capitolio de Valencia

103
104
Luis Girardot

Atanasio Girardot

105
106
Escudo del Municipio Girardot en Maracay, estado Aragua - Venezuela.

107
108
109
1929. El 24 de julio, se llevó a efecto la inauguración del busto de bronce del
coronel Atanasio Girardot, en Bárbula. El solemne acto estuvo presidido por el
Secretario General de Gobierno, Dr. Ramón E. Vargas. Lo acompañaron en esta
patriótica jornada el Dr. Eduardo Zuleta y el coronel Dousbebés, Ministro y
Agregado Militar, respectivamente, de la República de Colombia en nuestro país,
al igual que autoridades militares, civiles y eclesiásticas del Estado.
1930. En diciembre de este año, con motivo del Centenario de la Muerte del
Libertador, y por disposición del Ejecutivo Regional, se prosedió a trasladar el
busto de Girardot de Bárbula para Valencia, y en su lugar fue colocada una
estatua pedestre, la cual corona hoy la cima de la histórica colina de Bárbula.

Alcántara, Armando. (2000) Naguanagua, un poblado cercano. Publicaciones de la Alcaldía de


Naguanagua.

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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Alcántara B., Armando. 2000. Naguanagua, un poblado cercano. Pu-


blicaciones de la Alcaldía de Naguanagua.
Arquivo Histórico de la Curia Arzobispal de Valencia.
Bernal B., Vicente 1965. Atanasio Girardot, El Coronel Abanderado.
Casa de la Cultura de Aragua.
Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Julio-Septiembre,
1947. Nº 119.
Diccionario de Historia de Venezuela. 1988. Fundación Polar.
Documentos sobre la Vida del Libertador Simón Bolívar.
Gazeta de Caracas. 1813.
Morón, Guillermo. 1958. Historia de Venezuela. ARO Artes Gráfi-
cas. Caracas.

111
112
ÍNDICE

Agradecimiento del Editor ....................................................... 7

Presentación ........................................................................... 11

Introducción ........................................................................... 15

La Danza de la Muerte ........................................................... 21

El Bautismo de Fuego............................................................ 35

La Sangre de la Libertad ........................................................ 43

Para la Vida ............................................................................ 53

Camino de la Gloria ............................................................... 61

Raza de Mártires .................................................................... 75

113
Nota Final .............................................................................. 97
Epitafios .......................................................................... 97
Anexos ................................................................................... 99
Himno del Municipio Naguanagua ................................. 99
Tercera Estrofa del Himno Nacional de Colombia ....... 102
Bibliografía Consultada ........................................................ 111

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Atanasio Girardot
Prócer de dos Patrias, de Ezeqiel Vivas Terán se
terminó de imprimir en el mes de agosto
de 2007 en los Talleres de Corporación ASM, C.A.
Caracas - Venezuela.

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