Politicas Social
Politicas Social
Politicas Social
Dentro de los objetivos fundamentales del estado está el cautelar la adecuada calidad
de vida de las personas en su territorio, y desde los años 20 el concepto de política
social se ha utilizado como una forma para agrupar aquellas acciones ejercidas para el
logro de este objetivo.
La política social es definida como una forma de intervención a nivel macro y que parte
del estado en función de lograr algún tipo de justicia dentro de la sociedad
concordante al modelo de desarrollo definido por el mismo estado.
En estos meses de comienzo del siglo XXI se puede observar la situación social de la
región a la luz de las graves dificultades que se originan en la “década perdida” de
1980, y en la inestable década de crecimiento económico de los ’90, que han
provocado un marco económico extraordinariamente restrictivo para la región. En la
misma línea se pueden observar los rasgos económicos de esta nueva globalización
que no le permite a la región exportar bienes agrícolas, y que le limita fuertemente el
ingreso de productos industriales y de servicios a la Unión Europea, al área del
NAFTA, y a Japón, todo lo cual se expresa en bajo crecimiento de la ocupación y altos
porcentajes de la población sumidos en la pobreza. Pero la situación también puede
ser evaluada a la luz de tendencias sociales y políticas de largo plazo que, para quien
suscribe este documento, pueden ser la base para la construcción de sociedades
latinoamericanas más equitativas y democráticas, aunque no dispongan del nivel de
consumo de los países altamente desarrollados, cuyo mejor exponente es los Estados
Unidos.
Las dimensiones más relevantes para concebir un nuevo escenario de relaciones
entre las fuerzas sociales y políticas, son los siguientes:
a. la disminución del crecimiento de la población nacional y del específico de las
ciudades;
b. el incremento de los niveles educativos de la actual población joven;
c. el mayor poder relativo de grupos raciales y sociales anteriormente excluidos;
d. la pérdida de poder de los sectores extremos de la derecha y de la izquierda;
e. el afianzamiento de las prácticas democráticas y la emergencia de un nuevo tipo de
liderazgo.
En esta perspectiva, la información más importante -que alimenta el optimismo y
permite comenzar a concebir políticas de educación y de empleo para todos los
jóvenes la de la reducción del crecimiento de la población. La población rural joven,
entre 15 y 24 años, registra desde el 2000 en adelante tasas anuales de crecimiento
negativas, ubicándose las del presente quinquenio en -0,69% para los de 15 a 19 años
y -0,23% para los de 20 a 24 años, y llegarán en el quinquenio 2020-2025 a los
guarismos de -0,79% y - 0,66% para dichos grupos de edad respectivos. En cuanto a
los jóvenes urbanos, los promedios en el presente quinquenio son de 0,89% y 1,06%,
y para el quinquenio 2020- 2025 serán, respectivamente, de 0,30% y 0,34%. Luego de
medio siglo de crecimiento poblacional a elevadísimas tasas, la admisión de los
jóvenes en la sociedad podría ser posible. Se podrían mejorar simultáneamente la
cobertura y la calidad de la educación, y un razonable crecimiento económico
aseguraría una incorporación gradual al empleo de la totalidad de los miembros de
nuevas generaciones. Apoyando estas tendencias hay un fenómeno, el de la
emigración internacional a los
Estados Unidos, cuya magnitud no tiene precedentes en la historia de la región. El
censo de dicho país en el año 2000, ha registrado 35 millones de latinos, tres millones
más que los proyectados, como consecuencia de la inmigración clandestina; y las
estimaciones permiten suponer que para mediados de siglo los “hispanos” serán
noventa millones de personas en dicho país. El crecimiento demográfico de México y
América Central se está enlenteciendo como consecuencia de esta corriente
emigratoria, y las remesas familiares vienen cambiando la condición social de la
población pobre de dichos países. La educación registró una expansión sorprendente,
a pesar de los efectos negativos de la situación económica en las últimas dos décadas
sobre la disponibilidad de recursos públicos. Contrariamente a la idea que transmite el
concepto acuñado por la CEPAL de “década perdida”, los años ’80 fueron años de
afirmación de un vigoroso periodo de desarrollo educativo que se había iniciado en el
decenio anterior. Algunos ejemplos nacionales ratifican esta afirmación. Si se
consideran los grandes países de la región, se observan casos muy ilustrativos. Así,
México, registraba en 1970 unos 400.000 niños de edad preescolar matriculados, cifra
que en 1980 asciende a un millón, y que en los años ’90 alcanza a los 2.700.000, para
cinco años más tarde superar los 3.200.000. En materia de cobertura de la escuela, en
la década de los ’70 dicho país había agregado cinco millones de nuevos alumnos,
para estabilizarse en una cifra de catorce millones, en lo cual está influyendo el
proceso de la emigración internacional a los Estados Unidos, que reduce el volumen
de los nacimientos en el territorio nacional. Si en lugar de considerar grandes países
se observa la evolución educativa de países centroamericanos aquejados por la
pobreza y la violencia, como El Salvador y Guatemala, las comprobaciones no son
menos impactantes.
Dada la falta de universalismo de los sistemas educativos latinoamericanos, todo hace
pensar que “los años de educación” tienen un valor de desarrollo intelectual y de
oportunidad económica muy diferente según se trate de centros educativos exclusivos
de los elegidos socialmente o de la masa pobre. Pero lo anterior no quita que las
nuevas generaciones tengan una oportunidad de desarrollo de sus capacidades muy
superior al de las generaciones pasadas, y esto va a tener repercusiones no sólo en la
calificación laboral sino en la capacidad de participación política.
Entre las categorías que se han incorporado a la educación media, e incluso a la
educación superior, ahora figuran miembros de las comunidades indígena y negra. Tal
vez uno de los fenómenos más impactantes de la última década haya sido el despertar
político de los grupos y etnias históricamente relegados. La pasada década ha
aportado, por primera vez en la historia de América Latina, una guerrilla que se ha
autoidentificado con la población de origen indígena en Chiapas. El fenómeno removió
antiguos mitos en la sociedad mexicana y comenzaron a desarrollarse un conjunto
muy amplio de políticas sociales, culturales y educativas a favor de las poblaciones
indígenas. En América Latina, ahora, junto al concepto de equidad, emergió el
concepto de autonomía, de identidad, y en algunos casos ya se habla de
autodeterminación. Por este y otros caminos se está desarrollando un liderazgo
autónomo de los grupos sociales que estuvieron relegados desde los periodos de la
Colonia. Mientras que en el pasado los apelativos de “cholo” e indio eran notoriamente
despectivos, y todos los indicadores sociales sobre las poblaciones de lengua materna
indígena definían en Perú a un grupo claramente sumergido, hoy por primera vez
desde la llegada de Pizarro, el pueblo peruano ha elegido como presidente a una
persona cuya lengua materna es el quichua, que se crió en la Sierra, que desarrolló su
infancia junto a las familias indígenas que bajaron a la costa atraídas por la ocupación
que generaba la pesca, y que por un azar de circunstancias tuvo la oportunidad de
estudiar la secundaria y la educación universitaria en los Estados Unidos, hasta
graduarse como economista. El caso, lejos de ser un accidente, es, seguramente, el
inicio de una participación indígena en niveles sobresalientes de la esfera política, que
se expresará en los países donde esta población testimonial sigue constituyendo un
sector vigoroso de la formación poblacional. En las dos últimas décadas, en términos
de democracia, no debe hablarse de tiempos perdidos. Se recupera la representación
popular en el Cono Sur, Brasil y Bolivia, y la guerra civil en América Central es
suplantada por las elecciones. En la historia del siglo XX no existió ningún otro periodo
con tanta difusión del sistema democrático. Más aun, a pesar de la crisis económica, a
pesar de las tasas de desocupación, a pesar de la inestabilidad de los mercados, no
hubo ninguna fuerza que pusiera en cuestionamiento el funcionamiento democrático.
Los partidos políticos se organizan y el voto universal se introduce por primera vez en
muchos países. Los analfabetos, que sólo habían votado en la elección municipal de
1973 en Chile, con la recuperación democrática reciben todos los derechos, y en Brasil
la nueva Constitución provoca una fulgurante expansión del cuerpo electoral al
incorporar al mismo, simultáneamente, a los jóvenes de 16 años o más y a los
analfabetos de cualquier edad.
Los partidos políticos se organizan, se regulan con instituciones, se presentan al
electorado con determinados programas, y líderes muy parecidos a los de los países
desarrollados llegan a las primeras magistraturas. Líderes que dos décadas atrás eran
perseguidos por las dictaduras, y que expresaban el pasaje de la categoría de
intelectuales o técnicos a la categoría de políticos son la expresión de una nueva
generación de dirigentes de América Latina. Paralelamente, las restricciones
económicas externas e internas impiden el cultivo de la demagogia o de los
populismos. Esto no quiere decir que el electorado acepte sus razonamientos y por el
contrario, se diseña en el panorama político de la región una cierta tendencia hacia el
populismo. Ni la democracia ni la racionalidad en el comportamiento político pueden
ser consideradas como datos inmutables, pero si se proyecta una mirada de larga
duración sobre medio siglo de política latinoamericana, no cabe duda que se registra
un avance muy apreciable en el comportamiento político de las sociedades.
La democracia ha podido avanzar porque se modificaron condiciones externas que
impedían su desarrollo. La Guerra Fría en el Norte fue “guerra caliente” en América
Latina: revoluciones, golpes de estado, intervenciones militares, etc., fueron algunos
de sus jalones. En lugar de partidos y organizaciones comunitarias como actores
privilegiados, figuraban las Fuerzas Armadas y la guerrilla como contendientes.
En algunos países se produjo no sólo la crisis de la ultraizquierda sino también la crisis
de la ultraderecha. En el caso de Argentina, la derrota militar en la Guerra de las
Malvinas destruyó el poder que habían detentado las Fuerzas Armadas y los grupos
oligárquicos durante medio siglo. En el caso de Chile, la magnitud del enfrentamiento
interno, por una parte, y el crecimiento económico, por la otra parte, actuaron de
consuno para redefinir el papel de los grupos políticos extremos, que se incluyeron en
el juego democrático y sus reglas.
• EL ORIGEN DE LA PROTECCIÓN
Durante el gobierno del presidente Alfonso López Pumarejo en la década de los
treinta, surgieron los primeros instrumentos para la protección social de los
colombianos. En ese entonces, se crearon las instituciones básicas de derecho laboral
y previsión social para los trabajadores asalariados, proceso que posteriormente dio
origen a la reglamentación de un amplio régimen de prestaciones sociales: la creación
del Instituto de Seguros Sociales (ISS), del Sistema de Subsidio Familiar (SSF), de
varias Cajas de Previsión (CP), del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF),
del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), y la adopción de normas que protegen el
salario y la estabilidad del empleo. Sin embargo, estos programas fueron diseñados
para los trabajadores del sector formal, excluyendo de sus beneficios a la población
más pobre.
Durante la segunda mitad del siglo XX, los objetivos en términos de superación de la
pobreza se remitían a generar condiciones para el desarrollo de la economía,
infraestructura, generación de empresas, eliminación de impuestos, titulación de
tierras y aumento de los salarios. Es por esto, que esta época se caracterizó por su
énfasis en la construcción de obras de infraestructura y en el desarrollo de sectores
como las exportaciones, la minería, las manufacturas y la construcción.
Durante los años ochenta, la aguda crisis económica que vivía Latinoamérica, sumada
a la evidencia de que el desarrollo económico del país no favorecía necesariamente a
toda la sociedad colombiana, llevaron a que las políticas estatales se enfocaran cada
vez más en la redistribución; no en vano el plan de desarrollo del gobierno de Belisario
Betancur Cuartas 1983 - 1986 se denominó el “Cambio con equidad” y su énfasis
principal estaba en promover una mejor equidad en la distribución de los beneficios del
desarrollo.
• LA REFORMA NEOLIBERAL
Los principios rectores de la nueva política social y de las reformas neoliberales
iniciadas a mediados de los ochenta y consolidadas en los noventa, muestran tres
cambios importantes en la política social: la puesta en marcha del sistema de
subsidios a la demanda y la prestación de los servicios sociales con mayor
competitividad, la descentralización de los servicios de salud y educación y la
focalización del gasto social en las poblaciones más pobres y vulnerables. En efecto,
durante el gobierno de Virgilo Barco, la necesidad de tener intervenciones más
focalizadas llevó a desarrollar criterios como los indicadores de necesidades básicas
insatisfechas (NBI) y las líneas de pobreza (LP) que se convirtieron en la base de los
programas sociales de los gobiernos posteriores.
En la década de 1990, en el marco de una nueva Constitución política, Colombia
comenzó -tardíamente- un acelerado proceso de reforma del Estado y de apertura
económica. El nuevo paradigma de estado Mínimo, igual que en el resto del mundo,
implicó en el país una profunda modificación de sus políticas sociales que pasaron de
un restringido subsidio a la oferta a un desigual subsidio a la demanda. Comenzó
entonces un proceso generalizado de reformas. Junto a la política financiera se
reformó el sistema de pensiones, la política fiscal y las instituciones del estado, la
salud y la educación, el gobierno local y sus competencias, para mencionar sólo
algunos aspectos. Desde que fueron propuestas las reformas, la academia ha estado
atenta al estudio y evaluación de su impacto en distintos órdenes de la vida nacional.
El Centro de Estudios Sociales de Política Social y Calidad de Vida de la División de
Extensión de Ciencias Económicas, organizó en octubre de 2002 el Congreso
Internacional de Política Social. La política social en la década de los noventa: balance
y perspectivas.
En el gobierno de César Gaviria Trujillo, 1990-1994, se propuso reducir la pobreza en
cerca de 3,5 millones de personas por medio de la inversión social. Sin embargo, esta
idea no se cumplió y al contrario, según el Banco Mundial, la pobreza en Colombia
creció en 1992 afectando sobre todo al sector rural, hasta el punto que al final de su
cuatrienio, el número de pobres por ingreso se incrementó en 1.900.000 personas.
El gobierno Gaviria tampoco logró cumplir con los objetivos y coberturas propuestas
en los campos de salud, educación, vivienda y servicios. En la educación, la cobertura
neta en la secundaria aumentó de 46 a 48.4%, muy por debajo de la meta propuesta
en el Plan de Desarrollo que buscaba alcanzar el 70% para 1995. En salud y
seguridad social la cobertura propuesta se aplazó hasta el año 2001. La intención era
cubrir a 2.5 millones de colombianos pobres, sin embargo, en caso de que se
hubiesen incorporado al sistema 2 millones de personas, sólo se habría podido dar
solución al 21% de la población objetivo.
Por último, los programas de vivienda alcanzaron las metas fijadas para 1994 (97%)
en la adjudicación de subsidios pero no en la ejecución efectiva, la cual sólo llegó al
32% en INURBE, al 26% en la cajas de compensación y al 50% en la Caja Agraria.
Como parte de la política social del gobierno Gaviria, en 1990 se creó también la
Consejería Presidencial para la Juventud, la Mujer y la Familia, CPJMF. Esta tuvo
serios problemas de coordinación con respecto al funcionamiento administrativo,
jurídico, técnico y financiero, situación que creó inconvenientes relacionados con la
toma de decisiones, rotación excesiva de directivas y funcionarios y, sobre todo, con la
ejecución de los proyectos y del presupuesto asignado. Estos problemas
obstaculizaron el buen desempeño de gran parte de los programas y proyectos
propuestos y redujeron la posibilidad de alcanzar mayores coberturas.
• PROBLEMAS DE COBERTURA
De acuerdo con el seguimiento y evaluación de resultados llevado a cabo por la
Contraloría General de la República, el desembolso de los recursos financieros fue de
85% y los resultados físicos alcanzaron el 66%. Es decir que, a pesar de que se
entregaron los recursos, no se logró el impacto deseado en la comunidad.
En la Encuesta sobre Calidad de Vida realizada por la Misión Social durante 1997 se
preguntó a los hogares si habían recibido algún beneficio de la RED1 (en cualquiera
de los programas); el 94.6% de los encuestados urbanos respondieron no haber
recibido ningún beneficio y el 85.6% de los rurales. Entre los hogares pobres, el 90.7%
de urbanos no recibieron beneficios y el 90.4% de los rurales. El 85.6% de los hogares
pobres urbanos no conocían los programas de la RED y el 90.0% de los rurales
tampoco tenía conocimiento de ellos.
Entre los motivos por los cuales el alcance de estos programas no llegó a ser el
esperado se encuentran, la debilidad en la gerencia social, la corrupción, la desviación
de fondos y el clientelismo. De hecho, durante el gobierno Samper, las investigaciones
del Ministerio Público se incrementaron cerca del 35% debido a casos de desfalco al
erario, omisión o negligencia en el ejercicio de las funciones públicas y de abusos de
autoridad. Entre 1994 y 1998 los organismos de control público tuvieron que iniciar
investigaciones por malas prácticas en el INURBE (recursos de vivienda de interés
social), el Fondo de Inversión Social (FIS), el sistema de salud (en el caso de
Caprecom) y en la Red de Solidaridad Social.
Entre 1996 y 1999 los efectos negativos del conflicto armado sobre la inversión
privada, del desbalance fiscal y la crisis de los mercados emergentes se reflejaron en
la más grave recesión de los últimos setenta años.