Historia de La Sexualidad

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Escuela de Psicología

Teorías Sociales en Psicología


Paula Alday Coddou

Historia de la sexualidad
En su obra “Historia de la sexualidad”, Michel Foucault estudia la sexualidad en Occidente
y su aparición como objeto discursivo, y explica cómo ésta, más que estar reprimida por la
sociedad burguesa y el capitalismo es constituida por ellos. En el capítulo IV Foucault
expone que el poder es comúnmente concebido como una simple prohibición. No
obstante, el poder para Foucault significa la multiplicidad de las relaciones de fuerza
inmanentes y propias del dominio en que se ejercen; ya no es un poder que limita, sino
que controla. Por lo tanto, no hay que pensar en la sexualidad como algo sometido al
poder, sino que más bien la sexualidad sirve de apoyo a las más variadas estrategias,
como la histerización de la mujer, la pedagogización del niño, la regulación de las
poblaciones y la psiquiatrización del placer perverso. Expone cómo en un principio las
relaciones de sexo dan lugar a un dispositivo de alianza y luego, al existir una mayor
movilidad en el poder, nace un dispositivo de sexualidad. Por último, en el capítulo V se
habla acerca de cómo ahora es en la vida donde el poder establece su fuerza y no en la
muerte. Se inicia así la era del biopoder, donde se distribuye lo vivo en un dominio de
valor y utilidad. Foucault señala que el dispositivo de sexualidad constituye el sexo como
un deseo, y esa deseabilidad nos hace creer que el sexo es autónomo y libre cuando en
realidad nos ata al dispositivo de sexualidad.

De lo dicho por el autor respecto a la sexualidad y a los mecanismos de poder se puede


desprender que la sexualidad humana no debe ser considerada como “natural”, pues de
ese modo nos volvemos aún más susceptibles al control. Esto se puede fundamentar a
partir de varios segmentos del texto.

En primer lugar, se puede fundamentar esta postura a partir de lo expuesto sobre la


sexualidad dotada de instrumentalidad, utilizada para el mayor número de maniobras y
estrategias (pg. 62). Con esto, Foucault insiste en que no hay que pensar la sexualidad
como si fuera un impulso reacio y un poder que intenta someterla y que muchas veces
fracasa, sino que, por el contrario, la sexualidad más que ser reprimida por el poder es
producida por este (pg. 62). Es decir, el discurso de la sexualidad se acomoda según las
necesidades del sistema. Se establece lo que es legítimo y lo que no respecto al sexo,
primero esto era el matrimonio y la monogamia heterosexual como parte del dispositivo de
alianza, que permitía sustentar la economía y las estructuras políticas a través del
parentesco, la transmisión de nombres y bienes (pg. 63). Luego, a partir del dispositivo de
alianza, se crea un nuevo dispositivo que es el de sexualidad, que más que reproducir el
sistema establecido produce una continua extensión de poderes (pg. 64). Tanto el
dispositivo de alianza como el de sexualidad encuentran su soporte en la familia, y así
personajes como la mujer nerviosa, el hombre perverso, la hija histérica, el niño precoz, y
el joven homosexual constituyen las figuras de la alianza descarriada y de la sexualidad
anormal (pg. 66). Por ende, la sexualidad no debe ser considerada natural, pues es
construida según las exigencias de diversas estrategias y forjada por procesos sociales
específicos. Entender la sexualidad como algo “natural” sería pasar por alto todos los
mecanismos de poder que en ella actúan y, por otro lado, concebir lo que es norma como
natural implica un mayor control. Por ejemplo, alguien que se sale de la norma sería visto
como alguien con un problema, poco sano, lo que sucedía con personajes como la mujer
nerviosa o el homosexual.

En segundo lugar, se puede demostrar la postura expuesta en torno a la noción de sexo


como algo dotado de leyes propias y cómo este se constituye como deseable (pg. 91).
Foucault explica cómo el sexo es visto como una instancia autónoma que produce
secundariamente los múltiples efectos de la sexualidad. Sin embargo, el sexo, por el
contrario, es el elemento más interior en un dispositivo de sexualidad que el poder
organiza en su apropiación de los cuerpos (pg. 92). Esta noción de sexo permitió que la
sexualidad apareciera como anclada en una instancia específica e irreducible que el
poder intenta dominar y no en su relación esencial y positiva con el poder. Es así como la
idea del sexo nos ciega ante los mecanismos de control y permite que se piense el poder
tan solo como una prohibición (pg.92). De ese modo el sexo se convierte en un secreto a
descubrir en todas partes, un elemento encubierto y principio productor de sentido.
Pedimos que nos revele lo que somos y nos libere, no obstante, el sexo es un punto ideal
vuelto necesario por el dispositivo de sexualidad (pg. 92). Se desea acceder al sexo,
descubrirlo y liberarlo, y es esa deseabilidad la que nos hace creer que conservamos
contra todo poder los derechos de nuestro sexo cuando en realidad este nos ata al
dispositivo de sexualidad, como dice el autor, el sexo sería un espejismo en el que
creemos reconocernos (pg. 93). Es así que ni la sexualidad ni el sexo -como parte de ella-
son naturales. El sexo ya de por sí supone una normalización, pues implica toda una serie
de limitaciones, por ejemplo, normalizaciones que tienen que ver con lo heteronormativo o
con su moralización. Pensarlo como algo autónomo permite enmascarar el poder que se
ejerce en él.

Se puede concluir que la sexualidad humana no debe ser considerada como “natural”, ya
que eso le permite al poder ocultarse tras ella y ejercer un mayor control.

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