17 TS2 La Obra Del Espíritu Santo Parte 2 Manuscrito

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Seminario Básico

Teología Sistemática
Clase 17: La obra del Espíritu Santo – Parte 2

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La obra del Espíritu Santo – Parte 2

Oremos antes de comenzar.

1. Introducción
La semana pasada, cuando estudiamos la obra Espíritu Santo, terminamos hablando de su obra regenerativa,
para producir el nuevo nacimiento.

Para que ese corazón de piedra se convierta en un corazón de carne (Ez. 36), Dios debe hacer una obra
sobrenatural a través del Espíritu. Para el cristiano, es un dulce recordatorio de que Dios es «rico en
misericordia»1. Como dice el himno:

«En rumbo a mi perdición indiferente aún


De mí tuviste compasión
Me guiaste a la cruz
Y contemplé tu gran bondad
Sufriste tú por mí
Al tú morir en mi lugar
Tu gracia recibí»2.

No buscamos a Dios por ninguna superioridad moral: estábamos espiritualmente muertos (Efesios 2:1). No
recibimos lo que merecíamos, recibimos su misericordia.

Este es un recordatorio útil para el evangelismo también. Nadie se convierte en cristiano por ser un
apologista brillante o porque las circunstancias de la vida de esa persona son las correctas. La tarea del
evangelismo es caminar hacia un cementerio espiritual y resucitar a los muertos. Ninguno de nosotros puede

1
Ef. 2:4
2
Mi vida es Cristo de Sovereign Grace
hacer eso por nosotros mismos, es una obra hecha por el Espíritu de Dios, y solo por él. Entonces compartimos
el evangelio, amamos y oramos.

Cuando el Espíritu de Dios le da un nuevo corazón a un individuo, cuando una persona pasa de estar
espiritualmente muerta a estar viva, es sensible a la obra de convicción del Espíritu.

2. La obra del Espíritu Santo en la vida del creyente

A. Convicción
La Biblia nos dice que el Espíritu Santo convencerá al mundo de pecado, en Juan 16:7, Jesús dice:

«Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no


vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al
Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado».

Para ayudarnos a entender cuál es la convicción de pecado, podemos ver lo que no es. En primer lugar, no es
simplemente una conciencia culpable o incluso una vergüenza por el pecado. Tales sentimientos son
experimentados naturalmente por casi todos. Pero esta no es la verdadera convicción de pecado.

En segundo lugar, la convicción de pecado no es una sensación de inquietud o un presentimiento de un


castigo divino. Estos sentimientos también se experimentan comúnmente en los corazones y las mentes de los
pecadores. Pero, nuevamente, la verdadera convicción de pecado es algo diferente.

En tercer lugar, la convicción de pecado no es solo conocimiento de lo correcto y lo incorrecto; no es un


asentimiento a las enseñanzas de la Escritura acerca del pecado. Muchas personas leen la Biblia y son
plenamente conscientes de que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Pueden saber que «ningún
fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios» (Efesios 5:5).
Incluso pueden estar de acuerdo en que «los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de
Dios» (Salmo 9:17). Sin embargo, a pesar de todo su conocimiento, siguen viviendo en pecado. Ellos entienden
las consecuencias, pero están lejos de ser convencidos de sus pecados.
La verdad es que si no experimentamos nada más que una punzada de conciencia, ansiedad ante el
pensamiento de juicio o una conciencia académica del infierno, entonces nunca hemos conocido realmente la
convicción de pecado. Entonces, ¿cuál es la convicción real de la que habla la Biblia?

La palabra convencer es una traducción de la palabra griega elencho, que significa «persuadir a alguien de la
verdad; reprobar; acusar, refutar o interrogar a un testigo». Y eso describe la obra que el Espíritu Santo hace
para lograr la convicción del pecado. El Espíritu Santo actúa como un fiscal que expone el mal, reprende a los
malvados y convence a las personas de que necesitan un Salvador.

Esto es exactamente lo que vemos que sucede en Hechos después del día de Pentecostés. Pedro predica, y en
Hechos 2:37: «Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones
hermanos, ¿qué haremos?». A lo que Pedro responde: ¡Arrepiéntanse! ¡Crean! Aléjense de sus viejos caminos y
recibirán el don del Espíritu Santo.

No podemos hacer que los demás se sientan convencidos de su pecado. Algunos de nosotros necesitamos
escuchar esto ya que quizá hemos pensado lo contrario. Eso no significa que no debemos decir la verdad en
amor unos a otros, significa que no tenemos el control de los resultados de nuestras palabras. En cambio,
necesitamos confiar en Dios en oración.

Así que, por ejemplo, en las instrucciones de Pablo en 2 Timoteo 2:24, escribe: «Porque el siervo del Señor
no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido;  que con mansedumbre corrija
a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad». ¿Quién otorga el
arrepentimiento? ¿Quién trae convicción y se mueve en el corazón del oyente? Es Dios el Espíritu Santo.
Nosotros simplemente somos los carteros. Traemos la Palabra de Dios y luego oramos confiando en su obra
para transformar los corazones. Y porque Dios es quien obra, nadie está fuera de su alcance.

La verdadera convicción es la influencia del Espíritu Santo en la vida de la persona no salva que la llevará a
darse cuenta de que es culpable, que Dios es justo, y que todos los pecadores merecen juicio. Una vez que un
pecador ha despertado a la gran necesidad de su alma, el Espíritu lo llevará a Cristo, el único Salvador y refugio
del juicio (Juan 16:14). En todo esto, el Espíritu usa su «espada», la Palabra de Dios (Efesios 6:17), y el
resultado es un corazón regenerado. «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos
10:17).

B. Unión con Cristo


Una segunda bendición es la unión del creyente con Cristo. En ese día cuando llegue el Consolador, Jesús dice
en Juan 14:20, te darás cuenta de que yo estoy en el Padre, tú estás en mí, y yo estoy en ti. La obra del Espíritu
es llevarnos a la unión con Cristo. Ya no solo Cristo mora entre nosotros, como lo hizo con los discípulos, sino
que habita en nosotros por el Espíritu.

Esto es importante; de hecho, el rol central del Espíritu es revelar a Cristo y unirnos a él con todos los que
participan de su cuerpo3. ¡La frase «en Cristo» aparece unas 160 veces en los escritos de Pablo en el Nuevo
Testamento!

En el Nuevo Testamento encontramos literalmente cientos de referencias a la unión del creyente con Cristo.
Para citar solo algunos ejemplos, los creyentes son creados en Cristo (Efesios 2:10), crucificados con él (Gálatas
2:20), sepultados con él (Col. 2:12), bautizados en Cristo y su muerte (Ro. 6: 3), unidos a él en su resurrección
(Romanos 6:5), y están sentados con él en los lugares celestiales (Efesios 2:6); Cristo es formado en los
creyentes (Gálatas 4:19) y mora en nuestros corazones (Efesios 3:17); la iglesia es el cuerpo de Cristo (1
Corintios 6:15; 12:27); Cristo está en nosotros (2 Corintios 13:5) y nosotros estamos en él (1 Corintios 1:30); la
iglesia es una sola carne con Cristo (Efesios 5:31-32); los creyentes obtienen a Cristo y se encuentran en él
(Filipenses 3:8-9).

Además, en Cristo somos justificados (Ro. 8:1), glorificados (8:30), santificados (1 Corintios 1:2), llamados
(1:9); hechos vivos (Efesios 2:5), creados de nuevo (2 Corintios 5:17), adoptados (Gálatas 3:26), y escogidos
(Efesios 1:4-5). ¡Uf! ¡Todo esto sin referencia a los Evangelios y a las cartas de Juan! Basta decir que la unión
con Cristo es una convicción del evangelio absolutamente fundamental de los apóstoles, preciada para ellos
porque era tan preciada para su Señor.

¿Como sucedió esto? En Isaías 59:2, se nos dice que nuestro pecado ha «hecho división entre vosotros y
vuestro Dios». Ante dicha situación, no hay esperanza para nosotros cuando estamos frente a Dios. Esa es una
de las bellas realidades del evangelio: sabemos que Cristo vivió la vida perfecta que nosotros no pudimos vivir.
El primer Adán falló (y cada descendiente después de eso, incluyéndote a ti y a mí); pero el segundo Adán,
Cristo tuvo éxito.

Cuando Jesús fue bautizado en Mateo 3, el Padre dijo: este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.
Lejos de estar separado de Dios, Jesús complació al Padre en todos los sentidos. Luego murió una muerte no
porque mereciera morir, sino que murió como un sustituto, un sacrificio para expiar el pecado de los demás.

3
Ferguson, 100.
Una de las preguntas centrales del Nuevo Testamento es: ¿Cómo recibimos los beneficios de la vida perfecta de
Cristo y la muerte sustitutiva?

¿La respuesta? ¡Debemos estar unidos a Cristo! Esto sucede gracias a la fe, de manera que Pablo escribe en
Efesios 2:8: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios». Pero
debemos ir un poco más allá. En 1 Corintios 12:13, Pablo escribe: «Porque por 4 un solo Espíritu fuimos todos
bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo
Espíritu».

Cuando nos arrepentimos de nuestro pecado y confiamos en Cristo, el Espíritu nos une a Cristo por fe. El
Espíritu aplica lo que el Hijo logró. La persona ya no está separada de Dios por el pecado, sino que está unida a
Cristo, lo que significa que recibe todos los beneficios de su muerte y resurrección. Sorprendentemente, eso
significa que Dios nos ve como ve a su Hijo, de quien estamos revestidos (Gálatas 3:27). Por tanto, cuando leas
que el Padre dice: «Este es mi Hijo, en quien tengo complacencia»... ¡Él está diciendo eso de ti si estás en
Cristo!

Esa es nuestra posición delante de Dios. Pero aún así, nuestra santidad práctica debe ser forjada en nuestra
humanidad. Esto es lo que el ministerio de Cristo a través del Espíritu hace por nosotros. No solo aplica las
bendiciones de la justicia de Cristo a nosotros (justificación), sino que también trae esos recursos para
influenciar la vida de los creyentes. Lo que nos lleva al tercer aspecto de la obra del Espíritu en el cristiano
individual...

C. Santificación
El Espíritu Santo trabaja en el acto de la regeneración para unirnos a Cristo a través de la fe, el objetivo de su
obra es transformarnos a la semejanza de Cristo. Y el proceso de esa obra de transformarnos a la semejanza de
Cristo es lo que el Nuevo Testamento describe como santificación. La palabra significa santificar.

Entiendo que la palabra santificación pueda sonar irrelevante para ti, pero consideremos una serie de
escenarios en los que la santificación funciona para ver cuán vital y crucial es en la vida cristiana.
Supongamos que siempre has ocultado fuentes privadas de ingresos al completar tus declaraciones de
impuestos. Luego crees en Jesucristo como Salvador y Señor y comienzas a decir la verdad en tus declaraciones
de impuestos, eso es santificación. Supongamos que te la pasas criticando a tu cónyuge, y entonces la Palabra
de Dios habla a tu conciencia, comienzas a señalar menos y a buscar maneras de mostrar respeto, eso es

4
Greek ἐν – véase pg. 197 Ferguson; Christ is the baptizer (Cristo es quien bautiza).
santificación. Supongamos que vives con tu novia y conoces a Jesucristo y tienes el coraje de mudarte, eso es
santificación. Entonces, mientras que la regeneración se refiere al nacimiento, la santificación se refiere al
crecimiento. Crecimiento en vivir fervientemente en obediencia a Dios.

Y este cambio, esta renovación moral de nuestras almas es una obra del Espíritu Santo. Considera lo que dice
Pablo en 1 Corintios 6:11: «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios».

Segundo, nuestro crecimiento en santidad, nuestra santificación es una obra divina: es el fruto del Espíritu,
Pedro escribe en 2 Pedro 1:3: «Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas
por su divino poder». ¡Es su divino poder!

Tercero, esta realidad del evangelio, esta obra divina no carece de esfuerzo. En cambio, el Espíritu de Dios
mora en nosotros, trabaja y nos faculta para cumplir con nuestras responsabilidades. De manera que al escuchar
el recordatorio de Pedro de que es el poder divino de Dios el que proporciona todo lo que necesitamos para la
vida y la piedad no significa que no debemos hacer nada. El apóstol Pedro continúa escribiendo en 2 Pedro 1:5:
«vosotros también (porque el poder de Dios les ha dado todo [posición]), poniendo toda diligencia por esto
mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud…5».

Y el resultado del poder de Dios trabajando poderosamente a través de su Espíritu santificador es una vida
llena de fruto. Recuerda lo que Pablo dice acerca del fruto que el Espíritu produce en la santificación.

Gálatas 5: 22-23 dice: «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza». La vida llena del Espíritu es una en la que el Espíritu Santo está obrando en
nosotros produciendo estos frutos. Si el rol central del Espíritu es revelar a Cristo y unirnos a él, entonces la
meta principal del Espíritu es rehacernos a la imagen de Cristo.

D. Intercesión
Otra obra del Espíritu en nuestras vidas es la intercesión a nuestro favor la oración. La oración es una expresión
de adoración y devoción, así como de necesidad personal. Por ello, considera lo que dicen las Escrituras, nadie
puede llamar a Jesús ‘Señor’ excepto por el Espíritu. Pablo dice en 1 Co. 12:3: «Por tanto, os hago saber que

5
Véase también Filipenses 2:12-13, 1 Corintios 15:10, Colosenses 1:28-29
nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el
Espíritu Santo».

Del mismo modo, nadie puede llamar a Dios ‘Padre’ por ese mismo Espíritu. Pablo dice en Gálatas 4:6: «Y
por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!».

Es el Espíritu el que actúa en nosotros para revelarnos a Jesús como Señor y a Dios como Padre. Así, cuando
Pablo instruye a los creyentes a ‘orar en el Espíritu’ en Efesios 6:18, no está instruyendo a los cristianos a orar
extáticamente o ininteligiblemente. No, ‘orar en el Espíritu’ es análogo a ‘andar en el Espíritu’. ‘Andar en el
Espíritu’ se refiere a vivir toda la vida en conformidad con la Palabra de Dios. Por tanto, ‘orar en el Espíritu’ es
orar de conformidad con la voluntad y el propósito del Espíritu. ¿Y dónde se revela la voluntad del Espíritu? En
la Palabra de Dios. Calvino llamó ‘orar en el Espíritu’, «comprometerse a aferrarse a las promesas de Dios hasta
que surtan efecto».

En otro nivel, la oración es una expresión de debilidad y necesidad. La afirmación más clara del rol del
Espíritu en nuestra vida de oración se expresa en la carta de Pablo a los Romanos en el capítulo 8, cuando dice:
«…el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles… porque conforme a la voluntad de Dios
intercede por los santos».

El creyente aquí es retratado como tan débil que la oración coherente es imposible. Se convierte en un
gemido. Pero este gemido es una indicación de la presencia y el ministerio del Espíritu. Algunos cristianos
piensan que esto se refiere a hablar en lenguas o a la expresión extática. La imagen aquí empleada, tiene que ver
con algo más común en la vida cristiana. Es una imagen de absoluta debilidad y necesidad, donde el creyente es
demasiado débil para expresar su necesidad de forma coherente.

Y la gran gracia del ministerio del Espíritu es que incluso cuando los cristianos son demasiado débiles para
hablar con oraciones coherentes, él efectúa la determinación del Padre de reunir a sus hijos en sus brazos y
atraerlos a sus propósitos.
Qué gloriosa verdad es esta. Cuando no sabemos lo que deberíamos pedirle a Dios en nuestras vidas como
cristianos y cuando no sabemos lo que deberíamos pedirle como iglesia, el Espíritu Santo intercede por
nosotros. De hecho, sabemos esto intuitivamente cuando pensamos en nuestra conversión. Antes de ser
cristianos, no buscábamos a Dios. No sabíamos lo que necesitábamos. Pero el Espíritu intervino por nosotros. Él
regenera, convence, y luego continúa intercediendo por nosotros.
Esos momentos en los que no tenemos palabras, estamos confundidos y no sabemos a dónde acudir, es en
esos momentos que, por su gran compasión y bondad, el Espíritu intercede de acuerdo con la voluntad de Dios.
El Espíritu ora por nosotros, no simplemente en nuestra debilidad, sino en nuestra ignorancia, llevándonos a la
voluntad de Dios. Qué increíble realidad para reflexionar.

E. Seguridad
Finalmente, el Espíritu Santo nos asegura que pertenecemos a Dios. Romanos 8:16 dice: «El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». Esta es la forma más elevada de seguridad cristiana.
No puedes tener una mayor seguridad de que eres cristiano que en esas ocasiones benditas cuando el Espíritu te
testifica que perteneces a Dios. Y esto es más que una garantía intelectual. El Espíritu también nos da una
seguridad experiencial operada en nuestros corazones espiritual y emocionalmente.

Piensa en un padre y su hijo pequeño caminando juntos de la mano. El hijo sabe que el padre lo ama. Pero
digamos que el padre se agacha, levanta a su hijo y le da un gran abrazo. La experiencia del hijo del amor de su
padre en ese momento será particularmente segura. Bueno, así sucede con la seguridad en nuestras propias
vidas: hay temporadas en las que el Espíritu nos manifiesta el amor de Dios de una manera especial.

Ahora bien, la experiencia subjetiva del creyente no es la razón por la cual estamos seguros de nuestra
salvación. Es decir, no decimos que tenemos seguridad porque sentimos que tenemos el Espíritu. No, en cambio
tenemos seguridad basada en realidades objetivas: las promesas de Dios en las Escrituras, la obra terminada de
Cristo en la cruz, la evidencia de la obra de Dios dentro de nosotros, etc.

Pablo escribe en Romanos:

«Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no
vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él» (Romanos 8:7-9).

Puede haber momentos en la vida de un creyente donde no esté consciente de la presencia del Espíritu, pero
el Señor ha prometido nunca dejarnos o abandonarnos, y no quitará su Espíritu de sus hijos.

3. La obra del Espíritu Santo en la vida de la iglesia


La obra del Espíritu Santo no es simplemente para la edificación individual sino para la edificación de la iglesia,
y aquí es donde ahora queremos dirigir nuestra atención. El Espíritu Santo trabaja para edificar a la iglesia.

Lo primero que debemos considerar es el rol del Espíritu en la inspiración de las Escrituras. En Juan 14:22-
26, Jesús dice que las palabras divinas que ha traído a su pueblo no cesarán cuando él los deje. Más bien, él
enviará al Consolador, y cuando él venga, «os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he
dicho». Pensamos en esto como la obra del Espíritu en la vida del creyente individual, y lo es. Pero primero,
esta promesa fue dada a los apóstoles y encuentra su cumplimiento en las Escrituras del Nuevo Testamento.

2 Pedro 1:21: «porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de
Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo».

Además de inspirar las Escrituras, el Espíritu levanta líderes dentro de la iglesia, como pastores, ancianos y
diáconos, para guiar a su pueblo y ayudar a explicar estas palabras que dan vida. Al instruir a los ancianos en la
iglesia de Éfeso, Pablo dice: «Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha
puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» (Hechos 20:28).

El Espíritu Santo también trabaja activamente para fortalecer y alentar a la iglesia del nuevo pacto, como
vemos en la iglesia primitiva en Hechos 9:31: «Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y
Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo».

Si suceden cosas buenas aquí en CHBC, si estamos siendo guiados por aquellos con autoridad para enseñar y
gobernar, y si estamos siendo alentados por el crecimiento que estamos viendo, entonces tenemos la obligación
de alabar a Dios por eso, porque él es la fuente de esa fortaleza.

Entonces, vemos que el Espíritu está trabajando activamente en nosotros tanto individual como
corporativamente.

Este puede ser un buen lugar para cerrar en oración, agradeciendo a Dios por su trabajo en nuestras vidas y
nuestra iglesia.

Oremos.
La próxima semana será nuestra última clase acerca del Espíritu Santo. Veremos tres preguntas importantes,
y a veces malentendidas:

1) ¿Qué significa ser lleno del Espíritu Santo?


2) ¿Qué es el bautismo del Espíritu Santo?
3) ¿Cómo deberíamos pensar de los dones del Espíritu Santo?

Primera edición en español: 2019


Copyright © 2019 por 9Marks para esta versión española

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