Ulanovsky-Carlos-Paren-Las-Rotativas (Extracto Clase 2)
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Ulanovsky-Carlos-Paren-Las-Rotativas (Extracto Clase 2)
Ulanovsky, Carlos
Colaboraron en la investigación periodística, las entrevistas y la cronología:
Ana Laura Pérez y Fernando Cáceres
Asistencia periodística: Ricardo Dios Zaid y Ligia López
ESPASA
A Rodolfo Terragno y a los siete números de la revista Orbe. A mis hermanitos-colegas del 23 de octubre, Norma
Osnajanski, Rubén Cácamo y Cristina Meliante. A Fernando González T. y Natasha Niebeskikwiat,
que tienen un camino por delante. A Marta, a mis nenas Julieta e Inés.
Prólogo
Noticias de la Gran Aldea
Noticias de la Década Infame
La prensa deportiva
Noticias de los años 40
Noticias de los años 50
El diario de las mujeres
Noticias de los años 60
Los primeros
Noticias de los años de fuego
Noticias de los años de plomo
El fenómeno de los libros periodísticos
Noticias de los años 80
¿Quién está detrás de las noticias?
Noticias de los años 90
Noticias del 2000
Cronología
PROLOGO
¿Dónde empezó todo? ¿Cómo habrá sido en realidad? A lo mejor fue en el secundario Mariano Moreno, cuando
mi compañero Rodolfo Terragno me invitó a compartir su aventura en la revista estudiantil Orbe, de la que entre
1959 y 1961 salieron siete números. Yo, que hasta ese momento era “Tito” (mi apodo desde niño), por primera vez
me convertí en Carlos y jugué al periodismo. ¿0 fue antes todavía, cuando organizaba torneos de fútbol con figuritas
sobre la alfombra del living de mi casa en Floresta y los relataba, y manipulaba los cartoncitos de manera que el
campeón fuera, casi siempre, Racing? Ya en esa época, en mi casa, aseguraban que todo el tiempo contaba -y
exageraba- historias que sólo yo veía: “Vi a Fulano... ¿Adiviná quién estaba?... ¿A que no sabés a quién le di la
mano?”. De esto podía deducirse: “Está loco, fantasea en exceso, es un mentirosito sin remedio”. O lo que prefiero
pensar desde hace tiempo: no mentía, ya era un periodista en busca de noticias que interesaran a mis lectores.
No mentía: sencillamente, mi mundo interior peleaba por diferenciarse del exterior. No mentía: quería ser
periodista.
Cuesta ubicar en dónde (o en quién) estuvo el verdadero impulso inicial. Vivía en una casa de clase media lectora,
más revistera y diariera que librera, y recuerdo con cuánta ansiedad esperaba el diario El Mundo o revistas como
Mundo Deportivo, Goles, Radiolandia o el diario La Razón, del que no me perdía la sección “La Galera del Mago”.
En la revista Racing, que yo leía como si fuera un texto sagrado, firmaba sus crónicas un tal Truz de Piedra” -tiempo
más tarde me enteré de que era Bernardo Neustadt-, cuyas notas me fascinaban igualmente en la contratapa de El
Mundo (en donde también leía a Horacio de Dios), Ahora leo aquellas notas de Orbe y me río: a pesar de su candor,
algunas eran crónicas respetablemente construidas. Nadie me lo había enseñado: todo lo había aprendido copiando,
leyendo a los que me gustaban. El estilo era el de la revista Usted y un poco de Platea. O vaya a saber uno de dónde
lo había sacado, aunque seguro fue de una lectura.
Hoy, con emoción, puedo afirmar que la vida me recompensó haciéndome un privilegiado, integrando el grupo de
aquellos que pudieron trabajar en lo que realmente era su vocación. Vaya mi agradecimiento a los que me recibieron
y ayudaron en los primerísimos tiempos: Francisco Valle de Juan, Pablo Alonso, Paco Vera, Aníbal Walfisch,
Roberto Hosne, Martín Campos, Enrique Raab, Osvaldo Seiguerman, Carlos Aguirre, Pancho Loiácono, Bernardo
Neustadt, Jorge Aráoz Badí, Mabel Itzcovich, Horacio Verbítsky y especialmente Osvaldo Cíézar, que en la
redacción de Confinado me enseñó de todo, hasta a tachar con la “x”, la “w” y la “y” en las Remington y Olivetti
previas a la computación.
Pero no es este un libro de memorias personales. Fue concebido como un manual en el que tienen registro,
exaltación y análisis los grandes momentos, productos y personajes del periodismo escrito, desde aquellos años de
finales del siglo pasado en que aparecieron La Capital, de Rosario; La Prensa v La Nación hasta los diarios
prediseñados por computadora. En estas páginas está la trayectoria de los principales diarios v revistas, v la tarea que
en ellos tuvieron los grandes periodistas. Y se cuenta como lo que es: una historia apasionante que a modo de arteria
vital atraviesa y riega el cuerpo social argentino. Nada más cierto que afirmar que la historia de los grandes diarios,
revistas y periodistas es también la historia de cada momento de la vida social, política, económica y cotidiana del
país. Hasta hoy esta trayectoria estaba dispersa en libros valiosos, en archivos de medios y en distintas bases de datos.
Me consta que éste es el primer intento de agrupar toda esa información, darle un marco, un propósito de explicación,
de interpretación y, también, de reconocimiento histórico. La investigación en todas esas fuentes, las conversaciones
con casi un centenar de colegas de primerísima línea, distintas generaciones y variadas tendencias y pensamientos, y
los documentos manejados fueron de un valor superlativo. Y pasaron ante mis ojos, que cumplieron treinta y tres
años dentro del oficio y tienen unos cuantos años -como más como lector. Aunque evidencia la cronología- en esta
orilla del Río de la Plata hay imprentas y periodistas desde el año 1700, Y más formalmente desde 1867, el haber sido
ocupante de redacciones desde 1963 v atento lector desde 1955 me ayudó a acercarme a la memoria.
A esta altura puede afirmarse que en cada época todo gran medio encierra un mensaje. En la presente
investigación se encontrarán varios de esos mensajes, salvo uno: el registro de las muchas heridas y enemistades que
ha generado esta actividad realizada por hombres y mujeres tan profesionales, queridos e identificables como
imperfectos. El libro de las miserias del alma periodística -vasto en episodios será obra futura de algún otro autor.
Personalmente, elegí plantear un trabajo de investigación que busca una exposición detallada y documentada de lo
mucho que se hizo, y de exaltación de la tarea. De este acercamiento histórico, estoy seguro, podrían partir nuevas
investigaciones que lo continuaran y perfeccionaran. Ojalá sea así.
Haber tenido la oportunidad de hacer este libro es algo que agradezco a la editorial y que vivo como una
recompensa especial a tantos buenos anos de, actividad Y participación.
Carlos Ulanovsky
Nace La Nación
El 4 de enero de 1870, con una tirada de 1.000 ejemplares y un capital de 800.000 pesos de la época reunidos por
él y nueve amigos (José María Gutiérrez, Rufino y Francisco de Elizalde, Juan Agustín García, Delfín B. Huergo,
Cándido Galván, Anacarsis Lanús, Adriano Rossi y Ambrosio Lezica) el ex presidente, general y abogado Bartolomé
Mitre sacó La Nación, un diario al que difícilmente pueda desvinculárselo de uno de los constructores de nuestro
país. Hacía treinta y cuatro años que Mitre era un reconocido periodista de barricadas propias y ajenas y ocho que
publicaba con el imprentero Gutiérrez La Nación Argentina. Mitre pensó en su nueva obra como otro aporte a la
organización nacional iniciada por Urquiza y a la que él mismo contribuyera. “La Nación Argentina fue una lucha. La
Nación será una propaganda”, admitió, y cuando le solicitaron que explicara la frase añadió que se refería a la
difusión de los principios de la nacionalidad y de las garantías institucionales.
Se publicaban también infinidad de hojas satíricas de tiradas insignificantes: El Brujo, El Gringo, La Jeringa, La
Viuda.... y materiales partidarios herederos de un título antológico de mediados del siglo XIX: El Despertador
Teofilantrópico Misticopolítico, un pasquín que editaba el padre Castañeda.
La Nación tuvo que hacerse un lugar entre El Nacional, de Dalmacio Vélez Sarsfield, y La Tribuna, y para ello fue
fiel a un concepto: “La Nación será tribuna de doctrina”. [*error]Tanto El Nacional, fundado en 1852, antes de la
caída de Rosas, como La Tribuna, luego de la batalla de Caseros, fueron baluartes en el enfrentamiento que la
ilustración de la época (grandes cabezas como Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda o Vicente López) descalificaba
como la tiranía de Juan Manuel de Rosas, el rosismo y sus secuelas. En El Nacional, dirigido por Cayetano Casanova,
Juan Bautista Alberdi consiguió publicar un adelanto de Las bases mientras que la pluma estelar de La Tribuna,
dirigido por los hermanos Héctor y Mariano Varela y Juan Ramón Muñoz, era Domingo Faustino Sarmiento. Pero no
sólo se destacaban por hacer política. El Nacional, por ejemplo, fue el primer medio en tener dos ediciones diarias,
una al mediodía y otra a las dos de la tarde. Un poco antes, La Prensa se había comprometido a “expresar y a
representar a la verdadera opinión pública y no sujetarla a la nuestra, ni menos formarla o dirigirla”. Sin embargo,
más temprano que tarde, ambos diarios se convirtieron en voceros confiables y serios del pensamiento liberal y
conservador, que hasta ese momento se había nutrido de diarios franceses o ingleses, los que tardaban meses en llegar
al Río de la Plata desde sus lugares de origen.
Cuando funda La Nación, lo que Mitre pretende es tener un diario que contribuyera a consolidar la organización
nacional. Para cumplir en los papeles aquello que ya había expresado como jefe militar y como presidente. Y aunque
no siempre dirigió el diario, su influencia fue considerable, en especial, acerca de los sentimientos e intereses
bonaerenses”, dice en 1996 el secretario general de redacción de La Nación, José Claudio Escribano, quien además
asegura que son numerosos los vestigios de la doctrina del fundador que aún permanecen en la institución y en el
periódico. “La presencia de Mitre perdura en lo que concierne al uso de la libertad, la defensa de las garantías
individuales, la independencia de los poderes públicos y el ejercicio de un criterio pluralista en todos los órdenes. Si
alguien nos dijera: ‘Ustedes hacen un diario conservador y liberal’, contestaríamos: ‘Está bien; no hay nada que
corregir en su afirmación’. Ahora, si en cambio, la expresión fuera: ‘Ustedes hacen un diario elitista’, nosotros
diríamos: “Qué mal nos ha entendido usted o qué mal hacemos nosotros las cosas para que usted nos entienda de ese
modo”, opina Escribano. Acerca de la cuestión de si todavía en 1996 hay “mitrismo” en La Nación, Hugo Caligaris
-en el diario desde 1978 y actual editor de la revista de los domingos- responde: “El espíritu de Mitre persiste, en
especial en los editoriales, en donde siempre trató de mantener principios del liberalismo bien entendido,
polifacético”.
Buscando el futuro
Lentamente, esas impresionantes “sábanas”, escritas a ocho o nueve columnas, que en el caso de La Nación
llegaron a tener casi un metro de alto y medio de ancho, iban delineando el gusto de los lectores y evidenciando sus
necesidades. Las actividades comerciales y de la Aduana, por su incidencia en la vida inmediata de la gente que
dependía del puerto, se transformaron en la sección más esperada. Con La Prensa se hacían presentes cada día para
especificar sobre la salida y entrada de barcos, las actividades del culto católico y los valores de la Bolsa. Pero
también ocupaban un lugar destacado las noticias referidas a la edición de libros liminares de la identidad argentina,
como el Martín Fierro, de José Hernández, y el Santos Vega, de Hilario Ascasubi, aparecidos en 1872.
Cuando surgió La Prensa, la mayor parte de la información era de origen nacional: por ejemplo, sobre la
recientemente concluida Guerra de la Triple Alianza. Pero sucesos de importancia mundial como la guerra franco-
prusiana o el avance de la Revolución Industrial tardaban un mes y todavía más en llegar a este punto del mundo. Los
paquetes de cables se juntaban en Londres o en Lisboa, y en barco arribaban al puerto de Buenos Aires.
Eran tiempos difíciles, porque no todos entendían la función de los diarios. Muy pocos años atrás, en 1864, una
voz decisiva como la del papa Pío IX sostuvo que la prensa escrita ayudaba a la corrupción de las costumbres y de las
mentes”.
Desde sus comienzos La Nación apeló a los servicios de las agencias de noticias. A la parisina Havas se habían
sumado Reuter en Londres y la Wolf en Alemania y, con muchas dificultades, el antecedente de lo que años después
sería la norteamericana Associated Press. El camino de la noticia era incierto y definitivamente lento: La Nación
comenzó a formar una red de corresponsales propios, aunque en su necesidad de asegurar la noticia no faltó el viejo y
efectivo recurso de las palomas mensajeras. La guerra entre Francia y Prusia se insinuaba desde el 8 de julio de 1870,
pero cuando el público argentino pudo enterarse de los aprestos, el mes de agosto estaba avanzado y la guerra tenía
dos semanas de iniciada.
Los avisos, que también son noticias de una época y un lugar, fueron definidos así por Bartolomé Mitre, en 1870:
“La sección de avisos de un diario equivale a un bazar o a una feria en la que todo se encuentra, cruzándose la oferta
y la demanda”. Ciento veinticuatro años después el periodista Hu o Caligaris afirma en una edición especial de La
Nación: “A su modo (los avisos) informan tanto como la mejor crónica sobre las inquietudes, los intereses, la cultura
y los deseos colectivos de la gente”.
El crecimiento de las grandes ciudades del país, la construcción de caminos y el desarrollo de los sistemas de
transporte, en especial el ferrocarril, contribuyeron a la difusión de los diarios. En setiembre de 1881 el educador
Manuel Láinez fundó El Diario, otro gran vespertino porteño en el que con frecuencia colaboraba el escritor Paul
Groussac, y donde el novelista francés Emile Zola publicaba novelas en forma de folletines; en 1882 nació Los
Andes, de Mendoza; en 1884 estuvo en la calle El Día, de La Plata; y en 1885 Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña,
dos futuros presidentes, asumieron la dirección del diario de Paul Groussac, Sudamérica. El caso de periodistas que
llegaban a la cima del poder y de funcionarios que tras dejar su cargo regresaban a las redacciones fue frecuente en
esa época: Joaquín V González, por ejemplo, tras abandonar la Cancillería pasó a ser editorialista de La Nación. En
un seminario realizado en 1977 decía Juan Valmaggia, hombre clave de La Nación durante años: “Había en esa época
hombres públicos organizadores del país, que creían en la prensa, en su poder, sin cánones y sin tanques... Vemos una
constante intercomunicación entre la prensa el manejo de las cosas del Estado”.
En 1894 nació el diario cordobés Los Principios y el legendario periódico socialista La Vanguardia, que dirigía
Juan B. Justo. En esos días Paul Groussac escribió que hasta entonces la prensa había sido “pasquinera, llena de
injurias soeces, alusiones vergonzosas, sátiras de sal gruesa, en prosa y en verso, apodos insultantes y. gracias de
aldea”. Y fue [¿error?] en 1896 cuando José Ingenieros y Leopoldo Lugones editaron La Montaña, un título famoso
en la línea de la utopía y la revolución.
Originalidades
Con la originalidad de su formato pequeño (13 por 23 centímetros), pero también por la potencia y singularidad de
sus caricaturas, se impone a partir de 1904 otra creación del español Eustaquio Pellicer: PBT. Por su contenido de
crítica política y de actualidad llegó a superar en un momento a su eslogan, “Semanario infantil ilustrado para niños
de 6 a 80 años”. Sus fotos e ilustraciones, con sus respectivos epígrafes en verso, retrataron toda una época
describiendo tendencias y costumbres de la ciudad y el país.
En 1903 muere Fray Mocho, pero ni siquiera la muerte de su director inmuta a Caras y Caretas. Lo reemplaza
Carlos Correa Luna y la publicidad se ufana: “¡Siempre a 20 centavos de costo!”. Tampoco se resiente la estructura
cuando un dibujante excepcional como José María Cao se aleja para crear la nueva revista Don Quijote, porque quien
llega para sustituirlo es otro caricaturista que marcaría épocas: Ramón Columba. Caras y Caretas registró el
crecimiento del país y difundió sus pasiones: desde el fútbol hasta el teatro; desde los viajeros que llegaban a estos
puertos, hasta la política. Cuando los fastos del Centenario estuvieron listos, no había por aquí revista más
prestigiosa: 200 páginas impresas en delicado papel, con gracia y fino sentido de la observación. Como dijo una de
sus estrellas literarias, el escritor Juan José de Soiza Reilly: “Fue la cabal intérprete periodística de la Buenos Aires
de la Gran Aldea, de la Argentina de los inmigrantes y del proyecto político del SO”. Otros grandes de la escritura y
del dibujo pasaron por la redacción de Caras y Caretas: Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Pedro Juan Vignale,
Leopoldo Lugones, Alejandro Sirio, Federico Leal, Roberto Payró y el abuelo de Hermenegildo Sábat, un mallorquí
llamado del mismo modo, también dibujante y caricaturista. En las redacciones se juntaban poetas y atorrantes, reos y
exiliados que capeaban como podían la inestabilidad o la enorme exigencia de las desmesuradas jornadas laborales.
En los meses que parecían no terminar nunca, los timberos, bohemios, divertidos periodistas de entonces apelaban a
los vales. El 1° de noviembre de 1908, Antonio Martín Giménez funda el matutino El Cronista Comercial, concebido
como “diario de negocios para informar y orientar acerca de la industria, la banca y el comercio”, que durante
muchos años se vendería únicamente por el sistema de suscripciones. “Deben darse cuenta los comerciantes y todos
los que están obligados a regirse por el Código de Comercio, que la teneduría de libros redunda en beneficio del
comerciante de buena fe pues a la par que le sirve de amparo, le evita los mil litigios y trapisondas que a cada paso se
ven tramados por aquellos que, poco escrupulosos e ignorantes, no observan lo que la ley prescribe.” Así decía uno
de los textos de la edición inicial de un diario que además destacaba la importancia de la información, como puesta al
día y como un valor en sí. Un poco antes de que estallara la Primera Guerra Mundial conseguir papel era difícil y
caro, porque la base de su materia prima, la celulosa, también se utilizaba en la fabricación de explosivos, actividad a
la que el mundo estaba febrilmente abocado. Pero no todas las noticias que llegaban desde Europa eran malas para el
negocio periodístico: en 1911 los alemanes inician la era de la impresión en el sistema de rotograbado.
A principios de siglo las familias de clase media solían comprar dos matutinos y dos vespertinos, y revistas como
Tit Bits, de aventuras, que apareció en 1909, y Mundo Argentino, con la que el inglés Haynes volvía a plantear su
estrategia de revistas dirigidas a áreas específicas de interés.
Dichoso Centenario
En El Centenario, su libro sobre las fiestas de 1910, el periodista Horacio Salas señala que buena parte de los
visitantes extranjeros fueron recibidos en las redacciones de La Prensa, El Diario y La Nación, lo que ratificó en los
huéspedes la idea de la fama internacional del periodismo, un prestigio basado en las altas tiradas, el sofisticado nivel
de la información y la cultura de la sociedad lectora. Afirma Salas que el político francés Georges Clemenceau (a
quien el periodista Joaquín de Vedia, de La Nación, fue a buscar a Montevideo para hacerle una entrevista exclusiva)
ironizó sobre el lujo de la residencia del hombre de La Prensa, Ezequiel Paz (en la casa funciona ahora el Círculo
Militar), en tanto que del edificio del diario dijo que era tan lujoso que los periodistas que allí trabajaban harían
comparaciones “poco ventajosas con su modesto hogar”.
El inolvidable Crítica
Natalio Félix Botana Millares, un teniente de infantería del ejército uruguayo, militante del Partido Blanco en su
país, llegó a Buenos Aires exiliado y en 1913 dio comienzo a la que sería su obra máxima: el diario Crítica. “Con
Crítica, Botana revolucionó el periodismo en la Argentina -dice el periodista Andrés Bufali-. Estrenó títulos de tapa
que eran verdaderos punchs al hígado, fotos enormes para las costumbres de la época y epígrafes más elocuentes (...)
Con su estilo ágil y conciso (...) una mezcla de denuncia seria con el sensacionalismo más extremo (...) relatos de
Borges y Arlt con los crímenes más sabrosos, artículos de cráneos extranjeros con el lunfardo más soez, de loas a
gobiernos con campañas despiadadas en su contra. Era lo que anhelaba un país pacato, falaz y lleno de inmigrantes.”
También el escritor y periodista Pedro Orgambide reflexiona sobre el fenómeno de Crítica y sostiene que Natalio
Botana “impuso una visión periodística muy moderna que rompió con el modelo de los diarios tradicionales. Tenía
un nuevo público, más popular, que se mezclaba con la clase media. El diario tenía de todo: fútbol y cables del
exterior, política y policiales. Otra de sus características era la gran cantidad de escritores y poetas que poblaban su
redacción”. Orgambide conoció de cerca vida y milagros de ese ambiente cuando muchos años después pasó por la
redacción de Noticias Gráficas, historias que en 1996 volcó literariamente en su novela El escriba.
El 15 de setiembre de 1913, a los 25 años Y con capitales prestados (algunos dicen que de un doctor Berro, otros
afirman que fueron cinco mil pesos de la época provenientes de Marcelino Ugarte, que desvió fondos previstos para
la revista PBT), Natalio Botana publica el primer número de Crítica. Inicialmente planeado como diario del
mediodía, es el único que llega a tener cinco ediciones diarias; la llamada “tercera” -aunque era la primera-, a las 12;
la “cuarta”, a las 14.30 (incluía algunos textos traducidos al inglés y al francés); la “quinta”, a las 17; la “sexta”, a las
21 y la “séptima” edición, a las 23.30. En su socrático eslogan invocaba al Señor que está en el cielo: “Dios me puso
sobre vuestra ciudad como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto”.
Su intención era ser popular desde el lenguaje, evitar la solemnidad y hacer un diario para todos. Incluía no sólo
una página permanente para el mundo obrero sino que organizaba campañas de distribución gratuita de máquinas de
coser. Botana era un personaje; para algunos, un santo; para otros, un hampón. El periodista Francisco Llano lo sitúa
entre Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, y agrega: “Botana tenía la misma profundidad que Ortega y Gasset
en la interpretación de los sucesos humanos e idéntico poder de captación con respecto a la inquietud de las masas”.
Un diario increíble
El investigador Jorge B. Rivera califica a Crítica como un diario “increíble por lo imaginativo”, sensacionalista y
demagógico, informado y ameno, aborrecible para muchos, indispensable como el pan para otros tantos. Estableció
poderosas relaciones con los temas más populares de la sociedad -cine, deportes, radio y, con su tirada de 300.000
ejemplares, confería alcance masivo a escritores cuyos libros no vendían más de mil copias. En su suplemento reunía
ensayos de Lugones, Groussac, Hernández o Lucio V. Mansilla, y para la sección de entretenimientos le pedía a Sixto
Pondal Ríos que coordinara un concurso de mentiras criollas o a César Tiempo que se encargara de un suplemento de
gimnasia, dietas, modas y grafología. En Crítica se publicaron críticas de cine de alto nivel y se lanzaron concursos
popularísimos, como el de las mujeres más feas (cuyo premio era facilitarles lo necesario para embellecerse) o el del
mejor payador. El credo periodístico de Botana era tan amplio que admitía tanto un suplemento literario con el
propósito de que Edgar A. Poe y el Conde de Lautréamont llegaran, en colores, al gran público, como informaciones
sobre tango y radioteatro capaces de cautivar a los intelectuales. El fundador de Crítica trató con los poetas más
refinados y con los reos más notorios, como los de la reventa, a quienes se ganó otorgándoles el 50 por ciento de la
venta de cada ejemplar (lo habitual era el 30 por ciento), favor que los muchachos le devolvieron con creces. Al
principio, cuando el diario no estaba impuesto todavía, Eduardo El Diente” Drughera le escondía a Botana los
paquetes de la devolución, que eran muchos, y le anticipaba el dinero que en realidad todavía no había recaudado.
Años más tarde, Drughera explicó que lo había hecho porque creía en el producto y sabía que, tarde o temprano, se
iba a imponer. Y no se equivocó: durante años se afirmó que las ganancias de Botana y de su diario Crítica llegaron a
ser de 200.000 pesos por día.
Crítica salió en 1913 y Helvio “Poroto” Botana, uno de los cuatro hijos del director fundador del diario, nació en
1915, según afirma “gracias a una partera que trajeron a la imprenta (...) En Crítica empecé a amar a la gente, Crítica
era algo sensacional, una especie de embudo, concentrador de inteligencias. El alma de ese diario estaba en su
restaurante, una peña permanente, con mesas de juego, levantadores de apuestas, intelectuales y reos, ordenanzas y
directivos. Allí, la única jerarquía respetada era el ingenio”.
Durante los primeros, largos años, Crítica fue mirado por las publicaciones con las que competía como un
ejemplar extraño en el mercado.
Almas cantoras
El alma que canta apareció en 1916 y al poco (muy poco) tiempo, como prueba irrefutable de su popularidad, la
gente empezó a decir: “Te espero con un clavel en el ojal y un Alma que canta en la mano”. Fue a Vicente Bachieri a
quien se le ocurrió hacer una revista que reprodujera las letras de las canciones más conocidas y cantadas. Antes de la
definitiva popularización del tango cantado (consagrado por Carlos Gardel y otros), El alma que canta incluyó cuplés
y pasodobles y hasta versos que eran musicalizados por compositores para transformarlos en canciones. Actores de
drama o de comedia enviaban a la publicación textos teatrales para que fueran leídos por primera vez en sus páginas y
poetas notables como Vicente Barbieri estrenaron en la revista una serie de obras en lunfardo. La sección “Versos de
la Prisión” no alcanzaba para albergar la gran cantidad de creaciones originadas tras las rejas por presos de Villa
Devoto, Caseros, Las Heras o Ushuaia. En sus páginas, poetas como Pascual Contursi y Samuel Castriota pudieron
presentar “Mi noche triste”; José González Castillo y su hijo Cátulo hicieron lo propio con “Organito de la tarde”.
“Es la revista que leen desde el presidente hasta el último peón de estancia, debido al calor de pueblo que transmite
desde sus páginas. Además, es la revista madre de todas las hoy poderosas publicaciones del espectáculo en el Río de
la Plata”, explica el famoso autor Alberto Vaccarezza. El editor Bachieri también les ofreció espacio a autores como
Francisco Rímoli (Dante Linyera), Belisario Roldán, Celedonio Flores, Pedro B. Palacios (Almafuerte) o Alfonsina
Storni, entre otros. Las letras del tango cantado renovaron el aire y le pusieron música a la ciudad. Desde el alma.
Desde el canto.
El erial de Vigil
“Cada hombre nace delante de un erial y cosechará lo que siembre”, sostiene uno de los apotegmas más
difundidos de quien el 7 de marzo de 1918 fundó la editorial Atlántida, el uruguayo Constancio Valentín Vigil. Su
padre, uruguayo, de nombre Constancio y periodista como él, recibió y atesoró iniciales inquietudes más cercanas a
los valores religiosos y morales pero que no excluían una mística libertaria y un fuerte amor por el periodismo. En el
Uruguay presidido por el dictador Latorre, Constancio padre había fundado el combativo diario La Ley. El joven
cruzó el charco y luego de haber trabajado unos cuantos años en varias revistas (llegó a ser director de publicaciones
en la editorial Haynes) instaló la que con el tiempo se convertiría en una importante editorial de familia. Lo primero
que hizo fue sacar una competencia del semanario Mundo Argentino, publicado por Haynes. Su título era Atlántida y
a las dos semanas de salir ya vendía 60.000 ejemplares. Durante sus primeros dos o tres años esta publicación fue
considerada como un modelo del pensamiento liberal, en especial porque en sus páginas alternaban los mejores
escritores, pensadores y periodistas del momento, presentados en un clima de gran apertura y respeto intelectual, tal
como sucedió con Leopoldo Lugones, Juana de Ibarbourou, Alberto Gerchunoff, Juan Torrendel, María Luisa Vargas
y Horacio Quiroga, entre muchos, muchos otros. En 1919 Vigil saca su segundo título, El Gráfico, que durante más
de 300 números fue una revista gráfica de interés general y no el magazine deportivo que es hoy.
Billiken a la historia
El 17 de noviembre de 1919, cuando apenas se conocía un modelo en el género -la publicación italiana el Corriere
del Piccoli, cuya salida se suspendió al iniciarse la Primera Guerra Mundial en 1914-, Constancio C. Vigil lanza la
revista Billiken. A principios de siglo el inglés Billy Kent introdujo como amuleto en Occidente un muñeco inspirado
en un pequeño dios de la India a quien se le reconocían posibilidades de transmitir bondad, salud y voluntad. En el
primer número del semanario se consignaba, como si lo dijera Billiken: “Aquí, en este bello país, he encontrado niños
de todas las razas... Este es el lugar en donde Billiken debe quedarse”.
Pero fue a partir de 1925, cuando el descendiente del fundador de editorial Atlántida, Carlos Vigil, perfeccionó la
idea de seguir semana a semana desde una revista los programas educativos. En 1932 Carlos Vigil declaraba: “No
existía el material escolar, ni los libros de texto. Por 20 centavos ofrecíamos láminas de próceres (dibujadas por
Manteola, otro prócer del plumín y la tinta china) que en las librerías costaban tres o cuatro pesos”. A partir de la
fórmula de entretenimiento con instrucción sana y útil, Billiken se convirtió en un éxito notable en toda
Hispanoamérica. A España llegaron a enviar 30.000 ejemplares semanales y el doble de esa cantidad a Perú,
Colombia, Venezuela y México. Millones de chicos de la primera mitad del siglo, de la Argentina (en donde la
revista llegó a vender 500.000 ejemplares cada siete días) y otros países, pueden acreditar que aprendieron a leer con
Billiken. Los españoles que llegaron como inmigrantes en esos años conocían pocas cosas del país, pero una de ellas
era la revista de Vigil.
Todavía resultan memorables los objetos para armar que traía. La Pirámide de Mayo, la Casa de Tucumán, el
pesebre de Navidad o alguna batalla funcionaban en los hogares más humildes como los juguetes más sofisticados.
Una vez al año los mejores trabajos que llegaban a la redacción se exponían en una galería de arte porteña.
Colaboradores de lujo
En treinta años de colaboraciones continuas Lino Palacio hizo más de mil tapas, cuyos originales fue regalando a
escuelas del interior. Los cándidos motivos de las portadas se convertían en temas de composiciones escolares, en
tanto que las maestras solicitaban a la publicación secretas ayudas para redactar sus discursos de las fiestas escolares.
Escritores como Gabriela Mistral, Horacio Quiroga, Arturo Capdevila, Leopoldo Lugones, Enrique Banclis, Juana de
Ibarbourou o Jacinto Benavente escribieron, las más de las veces sin firma, para Billiken. Además de Palacio,
también dibujaban Dante Quinterno, Alberto Breccia y José Luis Salinas. Ellos difundían vidas ilustres como las de
Luis Agote, Rosario Vera Peñaloza o Jesucristo, y síntesis de obras maestras como El Quijote o la Biblia. En la
década del 20 fueron famosas historietas como “El Pibe”, el personaje que secundaba a Chaplin en sus filmes, y sagas
como “El hijo adoptivo” hicieron llorar a medio país. En los 30 alcanzaron repercusión “La Familia Conejín” y
“Comeuñas”; en la del 40, las aventuras de “Ocalito y Tumbita” y Pelopincho y Cachirula”, así como en los 50 nadie
superó a “El Mono Relojero”, uno de los grandes personajes de Constancio Vigil.
Orgullosos lectores
En los primeros años del siglo una fuerte alfabetización colaboró con el desarrollo de la prensa escrita. Como
directa y concreta influencia de la Ley de Educación Común -la famosa 1420 de 1884-, entre 1870 y 1915 el
analfabetismo en el país descendió más del 40 por ciento. Por esto, por ser la Argentina el tercer país del mundo que
gozó de una ley de alfabetización y por el ascenso de la clase media como fuerte compradora de material impreso,
crece en el país la adquisición de diarios y revistas.
En 1926 la Argentina consume el 66 por ciento del papel de diario que circula por toda América latina. A partir de
1920 tanto la radio como el cine se disputan el espacio cultural e informativo que estaba en manos de la gráfica. “Si
algo caracteriza al mundo editorial de esas décadas, es la consolidación de empresas multimedia, fenómeno derivado
del desarrollo de la radio (...) Las editoriales más poderosas -Haynes, Crítica, La Nación y Atlántida- adquieren
emisoras de radio y otros medios gráficos y, a veces, como Botana, también se dedican al cine”, señala en un ensayo
Sergio Pujol. En 1926 Natalio Botana estableció un convenio con el noticiero cinematográfico de Federico Valle por
el que cronistas de Crítica y del semanario fílmico compartirían notas, medios de movilidad y hasta las primicias
como una manera de racionalizar gastos y esfuerzos.
En ese momento también los medios escritos reformularon su lugar y ajustaron sus contenidos gráficos,
volviéndolos más expresivos y sintéticos.
En una entrevista concedida a Jorge Gietz en 1973, Raúl González Tuñón llama a la década del 20 los años locos”.
En pleno auge del teatro nacional y el tango, el notable poeta explica que florecen otras músicas como el jazz y el
folklore en tanto se reproducen los talleres literarios, y los cafetines y bodegones porteños se convierten en grandes e
involuntarios centros de enseñanza. Nombres como los de Homero Manzi, Ernesto Palacio, Conrado Nalé Roxlo o
Pascual Contursi, Cayetano Córdova Iturburu, Sixto Pondal Ríos, Nicolás Olivar, Jacobo Fúman o Enrique González
Tuñón brillaban con sus ficciones y se ganaban la vida en los diarios. Raúl González Tuñón le acababa de dedicar un
extenso poema a la flamante rotativa Hoe de Crítica, que despachaba 100.000 ejemplares cada sesenta minutos.
Época de incomparable bohemia periodística en la que los muchachos de las redacciones bebían en abundancia,
dormían y comían salteado, trabajaban dos y tres turnos y cuando no podían más volvían a la vida dándose un
“narigazo” de un gramo de la pura cocaína marca Merck.
La fuerza de El Gráfico
El periodista Eduardo Rafael rescata la función formadora que El Gráfico, y la prensa escrita en general, tuvieron
en aquellos tiempos. Las hazañas deportivas de Luis Ángel Firpo en 1923 o la participación de la selección argentina
en los juegos olímpicos del 24 le permitieron a Constancio Vigil darse cuenta de que el deporte podía ser un tema de
interés masivo (el 15 de setiembre La Nación, interpretando el entusiasmo popular que había despertado la pelea de
Firpo cerca de Nueva York, sacó tres ediciones, entre la medianoche y las 3 de la madrugada). “El Gráfico había
nacido en 1919 como semanario ilustrado de interés general. A partir de 1923 incorpora a Ricardo Lorenzo -que traía
del Uruguay natal el seudónimo de ‘Borocotó'-, a Félix Daniel Frascara y a Alfredo Rossi -'Chantecler'-, que con
muchos conocimientos de cultura general empezaron a hacer análisis de fútbol y de otros deportes”, explica Rafael.
La editorial de El Gráfico seguía en expansión. El 16 de mayo de 1922 abre Para Ti, dedicada al público
femenino, con una mujer pintada en la tapa. “La mujer, por fin, se siente acompañada y reflejada todas las semanas
en un medio dedicado solamente a ella”, afirmaba la publicidad del número inicial. “¿A quién no le agrada esta
atrevida forma de terciopelo negro?”, se preguntaba otra de las notas de moda. En otra página la publicación
recomendaba a señoras y señoritas: Con bondad y alegría, tendréis brillo en los ojos y en las mejillas, tersura en el
cutis y un atractivo inmenso e invencible”. Información sobre bodas, brindis, actividades deportivas y la ruta posible
de la dicha Y de los ideales de belleza y de inteligencia eran las herramientas con que Para Ti iniciaba un camino que
todavía transita.
Los estancieros y la gente del interior contaron con la ayuda y los informes de La Chacra a partir de 1925, también
de Editorial Atlántida.
Cada vez que un suceso lo justificaba, la sirena de La Nación se ponía en marcha para comunicar malas o buenas
nuevas. Cuando jugaba la selección de fútbol, dos pitazos significaban un gol del rival; tres, un gol argentino. En
1928 el diario de la familia Mitre vendía 300.000 ejemplares y, en su redacción trabajaban 184 personas fijas y 550
colaboradores del país y extranjeros. Entre los de aquí la mención de algunos revela la pluralidad: Roberto Arlt y
Carlos Ibarguren, Leónidas Barletta y Ernesto Palacio, Victoria Ocampo y Alfonsina Storni, Hugo Wast y Raúl
Scalabrini Ortiz. Escritor y colaborador habitual del diario, Roberto Giusti intervenía en una polémica desatada
porque las jerarquías católicas habían influido en la exoneración de un redactor luego de un artículo crítico sobre
ellas: “Antes (...) podíase escribir a derecha e izquierda, como saliera, hasta los editoriales. Hoy digo esto, mañana
aquello, aquí pego, aquí no pego. Pero en el futuro habrá que pensarlo dos veces, porque si un redactor puede caer en
desgracia aun en la libre condición de colaborador literario y firmando, ¿qué será de los que comprometan al diario
sin firmar?”.
Todos cantan
Cante, cante, compañero / que la vida no es eterna / ¿Quiere ser como el jilguero? / Lea La Canción Moderna”,
decía la seductora cuarteta publicitaria de una nueva revista en marzo de 1926. Precursora de una forma del
periodismo de entretenimiento y evasión, La Canción Moderna recopilaba las letras de las canciones de moda, las
mezclaba con historias de sus autores y cantantes, y hasta interpretaba hechos de la actualidad a través de las rimas de
Dante Linyera. Este le había vendido la publicación al editor Julio Korn, un joven de sólo 20 años que desde muy
chico había estado cerca del mundo de los papeles impresos y de la música.
A los 9 años Korn entró a trabajar en una imprenta como aprendiz de tipógrafo, a los 13 ya tenía imprenta propia y
poco después, gracias a sus incursiones noctámbulas en las que se hizo amigo de poetas, bohemios y trasnochadores,
comenzó a comprar por moneditas los derechos de infinidad de piezas musicales. El tango era casi todo en la época,
la radio amplificaba la tarea de centenares de orquestas típicas e intérpretes y Korn editaba las partituras. Esa fue la
base de La Canción Moderna y el antecedente de lo que en 1935 se convertiría en la primera gran revista de
periodismo del espectáculo: Radiolandia.