Cristina Peri Rossi Y La Crítica Literaria en El Uruguay de Los Años Sesenta Y Setenta

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Cristina Peri Rossi y la crítica

literaria en el Uruguay de los


años sesenta y setenta1

María del Cristo Martín Francisco


Universidad de La Laguna, Tenerife

En 1968, el fascículo número 3 de Capítulo Oriental anunciaba que


el año anterior había habido más lectores que espectadores de fút-
bol. No sabemos si realmente la interpretación de la estadística era
la correcta —pues suponía que cada libro había sido leído por tres
personas—, pero sí que el interés por la literatura nacional estaba
aumentando. En un país fuertemente vinculado a este deporte, pero
también con una tradición cultural importante, el dato revelaba una
transformación.
El rechazo existente hacia la literatura uruguaya —sin saber muy
bien, todavía, qué significaba esta nomenclatura— había remitido
desde los inicios de la década, como resultado de una serie de múl-
tiples factores, enraizados en los cambios sociales, el auge editorial,
la coyuntura económica, las políticas educativas, y sobre todo, en
el campo literario. Los autores se habían percatado de que ya no
era necesario reproducir detalladamente la realidad para construir
una escritura propia, anteponiendo la búsqueda de la originalidad
al ensalzamiento de lo autóctono.
El largo estancamiento de las letras nacionales en la indagación
localista había impregnado las décadas anteriores, en especial en la
narrativa. Así lo describía Onetti, en su columna de «Periquito el
Aguador»:

1 El presente estudio es el resultado de una investigación realizada durante los


años 1998 y 2002 en la Biblioteca Nacional de Uruguay y en la biblioteca de la
Facultad de Humanidades de la Universidad de la República. Quiero agradecer
a todas las personas que por aquel entonces me ayudaron en su realización, y
especialmente a mi directora de tesis, Belén Castro Morales, especialista en
Rodó, a quien le dedico este artículo, in memoriam.

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Lo malo es que cuando un escritor desea hacer una obra nacional,


del tipo de la que llamaremos «literatura nuestra», se impone la obli-
gación de buscar o construir ranchos de totora, velorios de angelitos
y épicos rodeos. […] Todo esto aunque él tenga su domicilio en
Montevideo. […] Entre tanto Montevideo no existe.2

Dichas palabras son un ejemplo de la práctica cultural marchis-


ta, que Onetti llevó hasta sus máximas consecuencias. Esta crítica
tan mordaz, nada halagadora ni perpetuadora de honores, era pro-
piciada por la misión que el semanario Marcha se había propuesto
casi desde sus inicios: construir una conciencia latinoamericana,
para lo cual era imprescindible la existencia de una sociedad letrada,
con una alta formación cultural.
De la misma manera que no se puede entender el pensamiento
de Quijano sin vincularlo con el de Rodó, es difícil no trazar líneas
ideológicas entre el semanario y las principales corrientes moderni-
zadoras que cruzaron Europa y América desde su andadura perio-
dística, en 1939. Todas ellas, en mayor o menor medida, resultaron
fundamentales para el diseño de un latinoamericanismo antiimpe-
rialista, socialista y nacional, que diera cobertura a todo el continen-
te. El desarrollo de este objetivo era posible gracias a la integración
de la diversidad de opiniones de sus firmas colaboradoras, pero so-
bre todo a las peculiaridades que estas guardaban. El reto principal
de Marcha era de índole pedagógico: Quijano había entendido que
las páginas culturales eran imprescindibles para formular criterios
propios, de valoración y análisis. Por ello ocupaban buena parte del
semanario, ofreciendo un amplio espectro de información concien-
zuda acerca de los últimos acontecimientos en el ámbito literario,
teatral, cinematográfico, de las artes plásticas, musical y cualquier
otro que pudiera resultar fascinante para una mente en continuo
desarrollo. Ya desde los años cincuenta, Juan Carlos Onetti había
comenzado con su «Periquito el Aguador» a tirar piedras en lo que,
por entonces, parecía ser el charco de la nada:

[…] la culpa la tuvo Quijano. […] En la época brillante del sema-


nario […] el suscrito cumplía holgadamente su tareas de redacción

2 Cita recogida por Sonia Mattalía en «La piedra en el charco (Artículos pe-
riodísticos de Juan Carlos Onetti en Marcha y Acción)», Anales de Literatura
Hispanoamericana, n.º 18, 1989, p.163.

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con solo dedicarles unas veinticuatro horas diarias. A Quijano se le


ocurrió, haciendo numeritos, que yo destinara tiempo de holganza
a pergeñar una columna de alacraneo literario, nacionalista y anti-
imperialista, claro. Recuerdo haberle dicho a Quijano, con tímida
excusa, que desconocía la existencia de una literatura nacional. A lo
cual contestome, [sic] mala palabra más o menos, que lo mismo le
sucedía a él con la política y que no obstante, sin embargo y a pesar
podía escribir un macizo y matemático editorial por semana sobre la
nada. Así nació Periquito el Aguador, empeñado en arrojar su piedra
semanal en la desolación del charco vacío.3

Pero detrás de esa piedra se encontraba la seguridad de que es-


taban embarcados en una aventura imprescindible. Desde esta fun-
ción de tutelaje estetizante y a la vez transformador debemos partir
para realizar cualquier análisis de la realidad sociocultural uruguaya
de los años sesenta y setenta. Una función que los jóvenes recibie-
ron con mayor agrado que las generaciones anteriores, instaladas en
muchos casos en los parámetros de lo convencional y lo provincia-
no. La imbricación de tres elementos —el surgimiento de nuevos
escritores y escritoras, el auge editorial y la existencia de una crítica
literaria rigurosa— hizo posible el nacimiento o la recuperación de
una literatura con voz propia, imbricada dentro de un programa
común. La difusión de obras de otros países latinoamericanos, así
como el debate en torno a problemas afines, consiguieron desterrar
el tópico del artista en su torre de marfil. Se trataba de contar la
América real, la contemporánea, sin necesidad de viajar al pasado
ni situarse en una identidad artificiosa. En el mismo fascículo de
Capítulo Oriental citado anteriormente encontramos una referencia
a este nuevo despertar:

Como consecuencia de la agudización de los problemas locales y del


acercamiento de los escritores a la realidad circundante, empieza a
aparecer hacia 1960 un pequeño núcleo de interesados en el libro
nacional. Causa y consecuencia de esta incipiente reacción es el es-
tablecimiento de una editorial que publica y promueve, de manera
profesional, a los autores uruguayos. Con sentido de su lugar en esta

3 Mattalía, Sonia. Op. cit. p. 155.

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historia, don Benito Milla rotuló su empresa con un nombre signifi-


cativo: Alfa, vale decir: primer signo.4

De este «primer signo» formó parte la escritora Cristina Peri


Rossi, que había publicado su primer libro, Viviendo, en 1963, y
que a partir de 1968 se introdujo en el mundo de la crítica literaria.
Ese año comenzó a escribir artículos y reseñas para el suplemento
Revista de los Viernes, del diario El Popular, editado por el Partido
Comunista. Pocos meses después, y tras recibir el premio de novela
«Treinta años de Marcha», se unió al equipo de redacción del sema-
nario, siendo una de las pocas mujeres que trabajaban en él. Según
cuenta en el prólogo a la antología El pulso del mundo (2003), nunca
antes se había planteado escribir crítica literaria, pero lo cierto es
que a ello se dedicó desde ese año hasta poco después de partir para
su exilio en Barcelona, en 1972.
Salvando un estudio sobre los poemas de Idea Vilariño publi-
cado en 1963 en la revista Aquí Poesía, su trabajo periodístico en
Uruguay abarca un total de sesenta y cuatro textos, entre artículos
y reseñas. De ellos, veinticuatro fueron realizados para El Popular y
cuarenta para Marcha:5

Empecé a publicar crítica literaria en las páginas de El Popular, el


diario del Partido Comunista, que tenía un suplemento cultural
muy bien hecho, muy bien informado, dirigido por un joven poeta,
Alberto Mediza. Yo no era comunista, no tuve nunca carnet, pero
durante un año entero estuve escribiendo semanalmente crítica lite-
raria, que era —entonces— la única forma de actividad periodística
que me interesaba.6

En estas notas, con una extensión de entre novecientas y mil


doscientas palabras, se perfilan ya características de lo que confor-

4 Maggi, Carlos. «Sociedad y literatura en el presente: el “boom” editorial», en


fascículo n.° 3 de Capítulo Oriental. Montevideo: Centro Editor de América
Latina, 1968, p. 37.
5 Excluimos de este estudio su participación en las revistas Maldoror (1972-1973)
y Latitud Sur (1967) publicadas en Montevideo, por no tratarse de textos de
crítica literaria.
6 Peri Rossi, Cristina. «Prólogo. La vida en el papel o el papel de la vida», en El
pulso del mundo. Artículos periodísticos: 1978-2002 [edición e introducción de
Mercedes Rowinsky]. Montevideo: Trilce, 2003, p. 8.

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marían su estilo: el análisis profundo, la rigurosidad, la búsqueda de


indicios de una literatura nueva, un enfoque no demasiado especia-
lizado, la conciencia de formar parte de una cultura latinoamericana
y sobre todo, una voz directa e irónica, sin miramientos a la hora
de emitir juicios de valor sobre cualquier obra, sea o no consagra-
da. Por sus páginas encontramos a Pablo Neruda, Homero Aridjis,
Alejo Carpentier, Manuel Puig, Marta Traba, Rubén Kanalenstein o
Lezama Lima, por citar algunos nombres, todos ellos hispanoame-
ricanos. En un artículo que por su estilo se diferencia bastante del
resto, que podríamos establecer a medio camino entre el periodismo
y la literatura, Peri Rossi cuestiona el sistema establecido, la falta
de libertad de expresión, al mismo tiempo que alaba la figura de
la escritora colombiana Marta Traba, especialmente su compromi-
so social en una etapa de grandes convulsiones, durante su visita a
Montevideo:

«Yo soy esa muchacha que llora sin parar, en el fondo de un cuarto
oscuro»: una novela de ritmo vertiginoso, donde los recuerdos se
entrelazan en el análisis interior, retrospectivo, y la muchacha crece,
sigue llorando, crece, ahora llora menos, no; distinto; no; «París es
una fiesta», «Sí, es una novela autobiográfica», después llegaron «Los
laberintos insolados», «No estoy para dictar clase sino para conver-
sar con ustedes», «Este es otro Uruguay un Uruguay nuevo, oye,
yo no me imagino que fuera esto»: Montevideo, Uruguay, 10 de
agosto de 1968. Crisis económica, política y social, «medidas de se-
guridad», incidentes en las calles, lucha entre policía y estudiantes, la
Universidad invadida en la madrugada por los «agentes del orden»:
Montevideo, Uruguay, conferencia de prensa, polémicas, discusio-
nes, preguntas, definiciones (—¿Cabrera Infante? — M.T.: «No hay
nada peor que los conversos»: —¿Paradiso?— M.T.: «No pude pasar
de la página 29, no hay caso, qué denso eeess»).7

La idea común de construir una literatura propia volvía urgente


e imprescindible la tarea de valorar todo lo que se publicase en el
continente. Se trataba, como hemos visto al hablar de Marcha, de
crear un grupo de lectores y lectoras bien formados, con un alto

7 «Marta Traba: o la conciencia del intelectual en América», sección «Hoy», Re-


vista de los Viernes, suplemento de El Popular, Montevideo, 16/08/1968, p. 6.
Las comillas pertenecen al texto, en el que podemos encontrar fragmentos de
la novela de Marta Traba, frases de una probable entrevista y mensajes de de-
nuncia perteneciente al contexto histórico uruguayo.

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nivel cultural, capaces de elaborar un juicio literario propio, bien


fundado. Tal empresa, como ha señalado Cristina Peri Rossi en va-
rias ocasiones, formaba parte de un esfuerzo colectivo:

Hay que tener en cuenta que en esos años la literatura nacional en el


Uruguay no tenía lectores. Si bien tenía escritores, (porque por ejem-
plo, Onetti ya había escrito la mayor parte de sus libros y Felisberto
también), no había lectores. ¿Por qué no había lectores? Por el des-
precio que había hacia todo lo nacional. […] Este fenómeno empie-
za a cambiar cuando, a partir de la Revolución cubana, los países de
América Latina empiezan a pensar en sí mismos como posibilidad,
no de ser retaguardia, sino de ser vanguardia. Ese es un cambio de
conciencia, ahí se empieza a formar la conciencia nacional. […] La
generación nuestra tiene algunos principios claros: uno, que no se va
a ir del país, que el sueño no es irse a Estados Unidos como profe-
sional, ni irse a París como intelectual. Hay un compromiso revolu-
cionario de quedarse, aunque sea a pasar hambre. Y el segundo es el
compromiso de cambiar ese país, especialmente en cuanto a lo que
tiene que ver con la corrupción política y la corrupción económica.8

Desde ese esfuerzo colectivo debemos entender y analizar los


textos periodísticos de una escritora tan prolífica como Cristina Peri
Rossi. Su escritura —como la de buena parte de su generación— no
se circunscribe exclusivamente a un interés individual de desarrollo
artístico. Exige una mirada de grupo, cómplice ya no con una situa-
ción política determinada (aunque también está presente en algunas
ocasiones), sino con una intención de avanzar de manera conjunta
hacia una reivindicación de lo propio que al mismo tiempo se con-
vierta en universal. Así aparece expuesto en una de sus críticas sobre
los fascículos de Capítulo Oriental:

La finalidad de la empresa (historiar una literatura tan joven y a ve-


ces tan escasa) limita hasta cierto punto la ambición y la esperanza
de la misma; estos «capítulos» se ofrecen al público en un período
de «auge» por lo menos editicio de la literatura nacional (lo que los
propios autores llaman el «boom» editorial) y cumplen una finalidad
eminentemente informativa pocas veces valorativa o enjuiciadora.
[…] No se puede esperar, pues, de esta empresa destinada al «gran
público» una audacia, ni una exégesis crítica que comience a revalo-
rar y desmitificar ciertas convenciones de nuestra sociedad literaria.

8 Martín, María del Cristo. «Entrevista a Cristina Peri Rossi» [inédita].

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Tampoco un análisis histórico que nos analice a la luz de nuestro


proceso socio político.9

La desmitificación a la que alude era uno de los primeros requisi-


tos exigidos a las nuevas obras. Era imprescindible salir de lo estable-
cido, de las pautas repetidas, para avanzar hacia una transformación
cultural, marcada además por el devenir histórico, especialmente
por la influencia de la Revolución cubana. Los debates en torno al
compromiso político no eludieron, sin embargo, la responsabilidad
vital de formar parte del hallazgo que suponía escribir sabiéndose
partícipes de un plan superior, un proyecto que aunaría voces por
encima de diferentes estilos o factores y que, por fin, redundaría
en la existencia de una literatura propia y universal. Dicha trayec-
toria conllevaba la tarea común no solo de autores y autoras, sino
también de editoriales, y muy especialmente, de una crítica literaria
hecha con el máximo rigor, capaz de ofrecerle al público una serie de
herramientas, de conocimientos, para la elaboración de una opinión
propia marcada por la objetividad pero también por la adquisición
de criterios para obtener el buen gusto. Así lo definía Ángel Rama
en un artículo de 1960:

La crítica, como la creación literaria misma, junto a ella, está fa-


talmente arraigada en la historia […] No aspirar a una pretendida
objetividad, que en el mejor de los casos podrá abrir la puerta de una
crítica estilística cuyo rigor seudocientífico solo prueba que se está
trabajando sobre un cadáver y no sobre un cuerpo vivo; no dejarse
estar tampoco en la crítica impresionista que apela a la simple subje-
tividad del gusto, ni satisfacerse en el inteligente uso de una tradición
puramente estética […] Una crítica que se decreta historicista tam-
bién, a pesar de saber que maneja el acceso a algunos hallazgos espi-
rituales […] debe saber que puede devenir literatura. En todo caso
se mueve como ella al encuentro del público, de sus inquietudes y de
sus interrogaciones, y no quiere confundir este público con el sector
de creadores literarios, sino con los consumidores de las letras.10

9 «Vuestros hijos os miran» [reseña sobre la colección Capítulo Oriental. La his-


toria de la literatura uruguaya. Montevideo: Centro Editor de América Latina,
1968], sección «Hoy», Revista de los Viernes, suplemento de El Popular, Mon-
tevideo, 24/05/1968, p. 2.
10 Rama, Ángel. «La construcción de una literatura» (originalmente publicado en
Marcha, n.º 1041, 30/12/1960, pp. 24-26) en Ángel Rama. Literatura, cultura

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Esta dirección de la crítica, erigida por el equipo de Marcha


como estandarte, implicaba tomarse muy en serio el trabajo. Así lo
demuestra Peri Rossi, quien a lo largo de cuarenta textos es capaz
de dejar una impronta estilística caracterizada por esa seriedad y ese
rigor del que hemos hablado. Un rigor que en ningún momento res-
pondía a amistades cómplices ni a estudios marcados por algún tipo
de compromiso que no fuera el meramente crítico. A ello respondía
también el espíritu de Marcha.
A pesar de que las obras no eran elegidas por la propia autora, los
criterios utilizados formaban parte del objetivo mucho más amplio
de hacer ese «esfuerzo colectivo», basados en unos altos niveles de
calidad y exigencia. De ahí que la crítica fuera implacable, estuviese
dirigida a los escritores nuevos o a los ya reconocidos. Un ejemplo lo
podemos encontrar en la reseña que Peri Rossi le dedica a un libro
de poemas de Borges, y que titula, significativamente, «Artesanía
antigua»:

[…] como pensador Borges siempre ha dejado que desear, y cuando


lo hace en verso, el resultado es arcaico, viciado de concepciones his-
tóricas, paternalistas y aristocratizantes. […] si hay belleza, tiene la
frialdad del mármol; este artesano —hábil, en fin— ya es una pieza
de museo.11

Los textos escritos para Marcha, dedicados a la crítica literaria en


la mayoría de los casos, tienen una extensión de entre mil y dos mil
palabras, lo cual es bastante considerable si tenemos en cuenta que
en ocasiones esto llega a significar casi dos páginas completas del
semanario. La literatura hispanoamericana es su foco de atención,
analizando para ello obras de Manuel Puig, Elvira Orphée, Tomás
Eloy Martínez, Ernesto Cardenal o Marta Traba, entre otros. Asi-
mismo, encontramos un reportaje sobre un concierto ofrecido por
Josephine Baker, una entrevista a Dean Reed y un artículo sobre la
actuación de Víctor Jara en Montevideo.
Lo primero que advertimos en los artículos de esta etapa, y sin
desvincularlos de la anterior, es un análisis politizado de las obras,

y sociedad en América Latina [edición, antología y prólogo de Pablo Rocca, con


la colaboración de Verónica Pérez]. Montevideo: Trilce, 2006, pp. 40-51.
11 «Artesanía antigua» [crítica sobre Elogio de la sombra, de Jorge Luis Borges.
Buenos Aires: Emecé, 1969], Marcha, Montevideo, 30/04/1970, p. 29.

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en las cuales se analizan tanto los rasgos formales como los de conte-
nido. En esta línea, muchas de sus críticas relacionan la renovación
de las formas literarias con una imprescindible modernización de
los contenidos, que necesariamente conllevan la exposición de la lu-
cha de clases o al menos la diversificación de la mirada. Entendidas
en su contexto histórico y político, estas reseñas no dejan de ser una
muestra, también, de las corrientes teóricas que dominaban buena
parte del debate académico y que postulaban, como Foucault, una
desarticulación de los grandes relatos que conforman las bases del
pensamiento y de la cultura. Desde una perspectiva similar, se tra-
taba de desvincular la literatura de una mirada predominantemente
burguesa y acomodada, seguidora de las líneas más tradicionales y
oficialistas. Así lo exponía la autora en su primera publicación en
Marcha:

En todo este planteo, hay una ingenuidad básica, que, por suerte,
no afecta a las novelas mismas del autor, a la calidad del material
literario. Esa ingenuidad consiste en creer que se puede hacer de la
literatura algo popular sin modificar las estructuras, recorriendo las
vías de la propaganda o de la atracción y no el camino radical de
las transformaciones profundas de la sociedad. Significa ignorar las
causa verdaderas que hacen del objeto artístico un producto para
consumo de pocos, y por otro lado, significa ignorar las relaciones
estrechísimas entre la cultura y la sociedad, entre la lucha de clases
y el arte.12

Sus afirmaciones, como se puede comprobar en la cita, son ta-


jantes. El elevado rigor se convierte en el hipercriticismo que ca-
racteriza a su generación, rasgo que en ocasiones se conjuga con la
ironía, otorgándole a los textos un análisis demoledor. Un ejemplo
de ello lo encontramos en la reseña sobre el libro de Gudiño Kieffer,
Carta abierta a Buenos Aires violento:

Parece que la proposición hecha por Emecé a Gudiño Kieffer de


escribir una carta a alguien y así ingresar a la colección «Cartas abier-
tas» que dicha editorial había iniciado, para mejores ingresos de la
casa y entretenimientos (si puede) del lector, lo llenó de emoción y
de dudas; por lo menos a los estados de ánimo despertados por la

12 «Apoteosis de lo cursi» [crítica sobre Boquitas pintadas, de Manuel Puig. Bue-


nos Aires: Sudamericana, 1969], Marcha, Montevideo, 7/11/1969, p. 29.

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proposición dedica las primeras indigestas veinticinco páginas. No


se sabe si lo que lo excitó a ese extremo fue la falta de tema (no sabía
a quién escribir una carta abierta) o la posibilidad de integrar la co-
lección junto a figuras tan conocidas como André Maurois, Salvador
Dalí, Silvina Bullrich (inefable autora de una «Carta abierta… a los
hijos»).13

Una ironía que ya encontramos desde el título, «Violencia poca


y ajena», y que tampoco se queda corta a la hora de analizar la obra
poética de Hinostroza:

Si el poema ilustra entonces acerca de una angustia individual y el


desprecio que el autor siente por los fenómenos colectivos, y nadie
puede dudar de su propia declaración acerca de que no lo estremece
el hambre de la gente, también es cierto que la gente hambrienta no
llegará nunca a estremecerse por las angustias interiores del poeta.14

Este mismo talante irónico se halla también en las críticas de


El Popular, entre las cuales resulta interesante el análisis sobre la
obra de Lezama Lima. Se trata de dos largos textos, divididos en
dos partes y publicados de manera consecutiva, cuyo título no deja
lugar a dudas: «Solamente para superdesarrollados. Aproximaciones
a Lezama Lima». Por otra parte, el énfasis en la estrecha vinculación
entre literatura y realidad social es más que evidente:

No sé cuánto puede interesarle a un lector («boom» mediante, in-


cluso), que Lezama Lima —este culto y erudito señor que quiere
ser completamente civilizado, experimentar los más intensos y ex-
quisitos estados de la mente (seguridad y holgura mediantes), según
un pasaje del inglés Clive Bell, citado en «Los grandes Todos»— de-
clame, en su novela, la necesidad de relacionar a Góngora con el
Inca Garcilaso, en el tiempo que ambos estuvieron en Córdoba, o las
verdaderas relaciones de Góngora con el Conde de Villamediana; o
si el lector considerará importante leer, como aconseja en la novela
Lezama, el análisis de Thibaudet sobre Mallarmé, donde «se va con
gran precisión de la palabra al ámbito de la Orplid»: en todo caso,
aún si tiene interés, no sé si considerará qué es lo que hay que ha-

13 «Violencia poca y ajena» [reseña de Carta abierta a Buenos Aires violento, de


Eduardo Gudiño Kieffer. Buenos Aires: Emecé, 1970], Marcha, Montevideo,
29/01/1971, p. 29.
14 «Hinostroza: la fe en la palabra», Marcha, Montevideo, 18/08/1972, p. 31.

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cer en el Uruguay, acá, ahora. Puede ser que le interese, porque por
ejemplo no tiene asegurado todavía el comer y el beber, la educación
de los hijos o el trabajo del próximo mes, o si, entre empleo y em-
pleo, ómnibus que no pasa, militancia, cuentas y sueño, le queda un
poco de ocio […]15

En cualquier caso, tanto la mirada irónica como el hipercriti-


cismo cumplían su función de eliminar el polvo de las estanterías y
construir una nueva literatura hispanoamericana, con las particula-
ridades propias de cada nacionalidad. Las ideas de Rodó y de Martí
se sentían cada vez más cerca, próximas a elaborar una percepción
conjunta de unos problemas acuciantes y comunes, que en algunos
casos derivarían en terribles dictaduras y en el exilio de buena parte
de las generaciones que por entonces reclamaban el despertar de
las conciencias. Así lo expresaba Cristina Peri Rossi en un artículo
sobre su propia obra:

A América, la múltiple, también nos toca a los escritores testimo-


niarla, en la medida de nuestras experiencias: sus contradicciones
violentas, la construcción de sus ciudades, sus indios muertos de
hambre, sus intelectuales, su clase media, sus amores, sus selvas, sus
montañas, sus campesinos explotados, sus mujeres, sus cañeros, sus
artistas tan individuales […] Cada escritor escribirá aquello que pue-
da expresar mejor, porque su deber, como escritor, es expresar lo
que su experiencia y su sensibilidad le han permitido comprender y
padecer […]16

Para Peri Rossi, el proyecto —como para tantas personas de su


generación— quedó truncado por el exilio. No así su labor perio-
dística, que pudo recuperar años después, en Barcelona, gracias a su
participación en la revista Triunfo. En esa ocasión, la crítica literaria
dejó paso a un periodismo más personal, sin dejar de lado ni la iro-
nía, ni el hipercriticismo, ni la lucha por la libertad, ni por supuesto
la conciencia de pertenecer a esa «Nuestra América» que promulgara
Martí.

15 «Solamente para superdesarrollados. Aproximaciones a Lezama Lima (primera


nota)», sección «Hoy», Revista de los Viernes, suplemento de El Popular, Mon-
tevideo, 13/09/1968, pp. 6-7.
16 «Apuntes autocríticos» [sobre su propia obra], sección «Hoy», Revista de los
Viernes, suplemento de El Popular, 15/11/1968, p. 2.

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Bibliografía
Maggi, Carlos. «Sociedad y literatura en el presente: el “boom” editorial», fas-
cículo n.° 3 de Capítulo Oriental. La historia de la literatura uruguaya.
Montevideo: Centro Editor de América Latina, 1968.
Martín, María del Cristo. «Entrevista a Cristina Peri Rossi» [inédita], reali-
zada en Santa Cruz de Tenerife, Canarias, 19 de diciembre de 2001.
Mattalía, Sonia. «La piedra en el charco (Artículos periodísticos de Juan Car-
los Onetti en Marcha y Acción)», en Anales de Literatura Hispanoame-
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Pino, Mirian. «El semanario Marcha de Uruguay: una genealogía de la crítica
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mericana, vol. 28, n.º 56, 2002, pp. 141-156.
Rama, Ángel. «La construcción de una literatura» (originalmente publicado en
Marcha, n.º 1041, 30/12/1960, pp. 24-26), en Ángel Rama. Literatu-
ra, cultura y sociedad en América Latina [edición, antología y prólogo
de Pablo Rocca, con la colaboración de Verónica Pérez]. Montevideo:
Trilce, 2006, pp. 40-51.
Peri Rossi, Cristina. El pulso del mundo. Artículos periodísticos: 1978-2002
[edición e introducción de Mercedes Rowinsky]. Montevideo: Trilce,
2003.
—— «Vuestros hijos os miran» [reseña sobre la colección Capítulo Oriental. La
historia de la literatura uruguaya. Montevideo: Centro Editor de Amé-
rica Latina, 1968], sección «Hoy», Revista de los Viernes, suplemento de
El Popular, Montevideo, 24/05/1968, p. 2.
—— «Marta Traba: o la conciencia del intelectual en América», sección
«Hoy», Revista de los Viernes, suplemento de El Popular, Montevideo,
16/08/1968, p. 6.
—— «Solamente para superdesarrollados. Aproximaciones a Lezama Lima
(primera nota)», sección «Hoy». Revista de los Viernes, suplemento de
El Popular, Montevideo, 13/09/1968, pp. 6-7.
—— «Apuntes autocríticos» [sobre su propia obra], sección «Hoy», Revista de
los Viernes, suplemento de El Popular, Montevideo, 15/11/1968, p. 2.
—— «Apoteosis de lo cursi» [crítica sobre Boquitas pintadas, de Manuel Puig.
Buenos Aires: Sudamericana, 1969], Marcha, Montevideo, 7/11/1969,
p. 29.
—— «Artesanía antigua» [crítica sobre Elogio de la sombra, de Jorge Luis Bor-
ges. Buenos Aires: Emecé, 1969], Marcha, Montevideo, 30/04/1970,
p. 29.
—— «Violencia poca y ajena» [reseña de Carta abierta a Buenos Aires violen-
to, de Eduardo Gudiño Kieffer. Buenos Aires: Emecé, 1970], Marcha,
Montevideo, 29/01/1971, p. 29.
—— «Hinostroza: la fe en la palabra», Marcha, Montevideo, 18/08/1972,
p. 31.

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