Algunas Notas de Roland Barthes

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Escribir por Roland Barthes

Barthes, R. (2002) Variaciones sobre la


escritura. Paidos. Buenos Aires.

Nota

por Daniel Sans.

Es cierto, dos veces cierto, que la pluma


con la que escribo y a la que cargo de tinta
cuando se muestra vacía y silenciada, es
otro cuerpo. Al principio es otro cuerpo
que tomo en mi mano, hay presión sobre
ese objeto aún frío, aun fríos. Ese otro
cuerpo con que convocar a la superficie
una poética erótica de las palabras, recito
Bataille- que irá de la potencia al acto
cuando estos cuerpos se vuelven continuos
y forman otro que es más que la suma,
cuando se vence la ontológica
discontinuidad a la que fuimos paridos:
triunfa Eros.

Después hay que esperar a que vuelva,


tal vez ¿Cómo decirlo? Es una idea, o algo
que comienza a pulsar. Demorar, es el
procedimiento, hay que dilatar el encuentro
con la pluma, entrarle en timing o quizás,
se trata de ponerse en condiciones, algo
que reconocen los enamorados, pero
siempre empezamos por Palpar -poema
reversible de O. Paz -

Mis manos

abren las cortinas de tu ser

te visten con otra desnudez


descubren los cuerpos de tu cuerpo.

Mis manos

inventan otro cuerpo a tu cuerpo.

Escribir.

Con frecuencia, me he preguntado por qué


me gusta escribir (a mano, se entiende), a
tal punto que, en muchas ocasiones, el
placer de tener frente a mí (cual banco de
carpintero) una bella hoja de papel y una
buena pluma compensa, a mis ojos, el
esfuerzo a menudo ingrato del trabajo
intelectual: mientras reflexiono en lo que
he de escribir (es lo que ahora me ocurre),
siento cómo mi mano actúa, gira, liga, se
zambulle, se levanta y, muchas veces, por
el juego de las correcciones, tacha o hace
estallar la línea, y ensancha el espacio
hasta el margen, construyendo así, a partir
de trazos menudos y aparentemente
funcionales (las letras), un espacio que es
sencillamente el del arte: soy artista, no
porque figuro un objeto, sino, más
fundamentalmente, porque en la escritura
mi cuerpo goza al hender rítmicamente una
superficie virgen (siendo lo virgen lo
infinitamente posible).

Este placer debe ser antiguo: se han


encontrado, en las paredes de ciertas
cavernas prehistóricas, serie de incisiones
regularmente espaciadas. ¿Era ya eso
escritura? De ningún modo. Sin duda, esos
trazos no querían decir nada; pero su ritmo
mismo denota una actividad conciente,
probablemente mágica o, más
ampliamente, simbólica: la huella,
dominada, organizada, sublimada (no
importa) de un pulsión. El deseo humano
de hender (con el punzón, el cálamo, el
estilete, la pluma) o de acariciar (con el
pincel, el fieltro) ha atravesado sin duda
muchos avatares que han ocultado el
origen propiamente corporal de la
escritura; pero basta con que, de vez en
cuando, un pintor incorpore formas
gráficas a su obra, para que seamos
conducidos a esta evidencia: escribir no es
solamente una actividad técnica, sino
también una práctica corporal de goce.

Pongo este motivo en primer lugar


precisamente porque de ordinario se lo
censura. Eso no quiere decir que la
invención y el desarrollo de la escritura no
los haya determinado el movimiento de la
Historia más imperiosa: la Historia social y
económica. Es sabido que, en el área
mediterránea (por oposición al área
asiática), la escritura nació de exigencias
comerciales: el desarrollo de la agricultura
y la necesidad de constituir reservas de
grano obligaron a los hombres a inventar
un medio de memorizar los objetos
necesarios para toda comunidad que trate
de dominar al tiempo de la conservación y
el espacio de la distribución. Así nació, al
menos entre nosotros, la escritura.

Por lo tanto, esa técnica era el esbozo


arcaico de lo que hoy llamaríamos la
planificación; a partir de ese momento y de
una manera natural, se convirtió en un
instrumento decisivo de poder o, si se
prefiere, en un privilegio (en el sentido
social del término); los técnicos de la
escritura, notarios, escribas, sacerdotes,
formaron una casta (cuando no una clase)
adicta al Príncipe (y éste velaba por ella).
Durante mucho tiempo, la escritura fue un
medio de secreto: poseer la escritura
designaba un lugar de separación, de
dominio y de transmisión controlada, en
suma, la vía de una iniciación; la escritura
ha estado históricamente ligada a la
división de clases, a sus luchas y (en
Francia) a las conquistas de la democracia.

Hoy en día, en nuestros países al menos,


todo el mundo escribe. Entonces, ¿la
escritura ya no tiene historia? ¿Ya no
tenemos nada que decir de ella? De ningún
modo. Uno de los intereses del libro de
Roger Druet es precisamente poner el
acento en la mutación aún muy enigmática
que se apodera de la escritura en cuanto
ésta se mecaniza. Es demasiado pronto
para decir qué compromete el hombre
moderno de sí mismo en esta nueva
escritura de la que la mano está ausente: la
mano tal vez, pero de ningún modo el ojo.
El cuerpo permanece ligado a la escritura a
través de la visión que tiene de ella: hay
una estética tipográfica. Útil es por lo tanto
el libro que nos enseña a distanciar la
simple lectura y nos da la idea de ver en la
letra, a semejanza de los antiguos
calígrafos, la proyección enigmática de
nuestro propio cuerpo.

Roland Barthes.
Hablar/besar.
B arthes, R. (1974:140) Barthes
por Barthes. Kairos. Buenos Aires.

Según una hipótesis de LeroiGourhan, fue


cuando logró liberar sus extremidades
anteriores de la marcha y, por tanto, su
boca de las funciones predatorias, cuando
el hombre rudo hablar. Yo añado: y besar.
Pues el aparato fonatorio es también el
aparato oscular. Al pasar a la estación
erecta, el hombre se halló libre para
inventar el lenguaje y el amor: es tal vez el
nacimiento antropológico de una doble
perversión concomitante: la palabra y
el beso. Según esto, mientras más libres
fueron .los hombres (respecto a su boca),
más hablaron y besaron; y, lógicamente,
cuando mediante el progreso los hombres
se deshagan de toda tarea manual, no harán
otra cosa que discurrir y besarse.

Imaginemos para esta doble función,


localizada en un mismo sitio, una
transgresión única nacida de un uso
simultáneo de la palabra y del beso: hablar
besando, besar hablando, Hay que creer
que esta voluptuosidad existe, ya que los
amantes no dejan de "beber las palabras en
los labios amados". Lo que saborean
entonces, en la lucha amorosa, es el juego
del sentido que se abre y se interrumpe: la
función que se turba: en una palabra: el
cuerpo farfullado.
La palabra
mediana.
(1974:151)

Al hablar, no estoy seguro de que busco la


palabra justa: busco más bien evitar la
palabra estúpida. Pero como siento cierto
remordimiento por renunciar demasiado
pronto a la verdad, me atengo a la palabra
mediana.

Estilo.
El grado cero de la
escritura (1974:166)
El estilo está casi más allá de la Literatura:
imágenes, una elocución, un léxico, nacen
del cuerpo y del pasado del escritor y se
convierten poco a poco en los
automatismos mismos de su arte. Así, bajo
el nombre de estilo se forma un lenguaje
autárquico que se enraíza sólo en la
mitología personal y secreta del autor
donde se forma la primera pareja de
palabras y de cosas, donde se instalan de
una vez por todas los grandes temas
verbales de su existencia. Sea cual fuere su
refinamiento, el estilo tiene siempre algo
en bruto: es una forma sin destinación, es
el producto de un brote, no de una
intención, es como una dimensión vertical
y solitaria del pensamiento () el estilo es
propiamente un fenómeno de orden
germinativo, es la transmutación de un
humor () el milagro de esta trasmutación
hace del estilo una suerte de operación
supraliteraria, que lleva al hombre hasta el
umbral del poder y de la magia. Por su
origen biológico, el estilo se sitúa fuera del
arte, es decir, fuera del pacto que liga al
escritor con la sociedad. Podría imaginarse
entonces autores que prefieren la seguridad
del arte a la soledad del estilo.

Escribir el cuerpo.

Ni la piel, ni los músculos, ni los huesos, ni


los nervios, sino lo demás: un eso palurdo,
fibroso, peludo, deshilachado, la hopalanda
de un payaso.

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