Ensayo La Proximidad

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PROXIMIDAD:

EL SER EN RELACIÓN
ENSAYO

La pregunta por el ser del hombre ha ocupado la mente de las personas desde que las
mismas han tenido conciencia y capacidad de reflexión, la curiosidad de la razón
humana ha sido constante a lo largo de los siglos al respecto; y es que ha sido así ya
que el asunto es tan objetivo, pues es un tema que preocupa de manera especial a la
filosofía y a la ciencia en general, pero a la vez es tan subjetivo, que obliga a todo
aquel que tenga inquietud intelectual a encontrar posibles soluciones a tal
interrogante, ya que no basta con conceptos profundamente elaborados, sino que es
necesaria una asimilación existencial que permita orientar la vida propia y encontrar
un sentido original que motive a las personas a aceptar y vivir su propia existencia
con entusiasmo, esa existencia que no eligieron vivir, pero que si deciden cómo
desarrollarla.

Se podría pensar que este es un tema que ya no debería preocupar la mente en pleno
siglo XXI, pues bastante se ha dicho desde antes de Sócrates, en el mismo
florecimiento de la filosofía griega, en la filosofía de tinte cristiano y en el renacer
del pensamiento después de los siglos XIV y XV, sin embargo, la cuestión hoy
sigue generando espectativa, más aún, cuando el avance tecnológico y el desarrollo
industrial y científico ponen en tela de juicio la naturaleza propia del hombre al
poder ser instrumentalizado, puesto al servicio de una ideología o incluso
remplazado por máquinas que, en sentido de producción, son mucho más eficientes
y rentables. El panorama actual ofrece un vasto horizonte de reflexión que debe
incluir los diversos ámbitos en los que se desenvuelve la vida humana, pues cada
cual ofrece elementos bastante enriquecedores desde su propia naturaleza; la
bioética, por ejemplo, propone la meditación sobre el valor moral de la vida
humana, el enorme mundo religioso, alimentado por la libertad de conciencia al
respecto, posee su muy válida opinión, producto de la experiencia de siglos; las
ciencias sociales, la medicina, la política, la economía en fin…. Son universos de
conceptos en los que vale la pena observar la idea sobre el hombre, esto abriría la
posibilidad inmensa de un trabajo académico amplio, a pesar de ello, lo más sensato,
aquí es obviar la especulación y aterrizar a un argumento ontologico sensato
inspirado en quienes, según criterio propio, han iluminado esta reflexión, de tal
manera que se pueda brindar una sencilla pero profunda visión antropológica y
existencial actual.

Según el pensamiento de Levinas (2016) el principio de la ontología no está


precisamente en la pregunta sobre sí mismo, sino en el reconocimiento de la
alteridad, en la aceptación del otro como diferente, dándole un valor que trasciende
el propio egoísmo, esto lo denomina el autor como la epifanía del rostro. Así pues,
este pensamiento desborda el individualismo tentador al que las personas se ven
constantemente seducidas, especialmente en el marco de la expansión de la
tecnología y la proclamación del confort y la posesión de capital como norma
suprema de vida. Levinas, que hace nacer su filosofía de la experiencia personal y
cultural de la Segunda Gerra mundial, al igual que Victor Franck, en su libro El
hombre en busca de sentido (2004) grita, desde lo profundo de la razón, y proclama,
con la fuerza de la argumentación que el ser humano es él mismo y descubre su
propio sentido de vida cuando sale al encuentro del otro, cuando acepta la diferencia
y reverencia está alteridad con profundo respeto al saberse miembro de una
comunidad humana. Hoy más que en ninguna otra época y circunstancia, está idea
debería ser extraída de esos exquisitos manuscritos, desconocidos y poco leídos, y
ser proclamada, infundida, enseñada y asimilada hasta en la persona más lejana y
olvidada, pero especialmente en los que reclaman el liderazgo de las comunidades.
Basta con leer desde el corazón y con una mirada acuciosa este argumento para
entender que en él se encuentra escondida la clave para crear una sociedad
realmente justa y en paz.

Reconocer la naturaleza social del ser humano es algo que todos entienden en
sentido genérico. “El hombre es un ser social por naturaleza” proclamaba
Aristóteles tres siglos antes de nuestra era; cada cultura a su manera a puesto en
práctica ésta, que es una verdad innata, inscrita en lo más profundo del ser de cada
uno y que reclama con contundencia la supremacía cuando de definiciones
antropológicas se trata. A expensas de ello y sabiendo lo irrenunciable que es la
dimensión social, son tantos los problemas que se derivan de una errónea
concepción al respecto: racismo, genocidios, guerras, masacres, pobreza,
explotación, migración, polarización, explotación indiscriminada de los recursos
naturales, xenofobia, en una palabra, sufrimiento y muerte son las lamentables
consecuencias de olvidar eso que en esencia somos, eso que está en lo profundo del
ser y que muchos han elevado a razonamientos complejisimos y que estudia la
ontologia como rama de la filosofia y del saber.

A la basta reflexión ontologia contribuyó Martín Heidegger, quien en su obra


cumbre “Ser y tiempo” (2012) presenta una reflexión mucho más general sobre lo
que es el ser, pero de igual forma aplicable a este propósito, proponiendo que el ser
es ser para la muerte, y ser en el tiempo. Decir que el hombre es un ser para la
muerte es una cruel y vertiginosa realidad que señala la propia contingencia y el
drama de la existencia. Ante semejante situación, en la cual poco se repara, es
también imperioso hacer conciencia, entendiendo que en últimas, el ser es tiempo y
no otra cosa, tiempo de existencia, y como es tiempo, su esencia propia es empezar
y terminar. Este tiempo está fundamentalmente marcado por la constante necesidad
de los otros como diferentes al mismo sujeto que cae en la cuenta de su existencia, y
como indispensables para llevar a cabo el acto de ser, pues como dice Levinas en su
obra “Totalidad e infinito” (2016) “La trasencencia del ser es un acontecimiento
que está marcado por la presencia sagrada del otro y su reconocimiento y se
insinúa en la dualidad del amor”. Amor es tal vez la clave única y exclusiva del
sentido de la existencia racional e incluso irracional, se trata precisamente, no solo
de reconocer la diferencia del otro, sino, cómo se dijo antes, reverenciar tal
diferencia con un respeto tal que tome la forma del amor. Así lo afirmaba
Kierquegaard en “Las obras del amor” (2007) “Tu has de amar, es el mandamiento
supremo y absoluto de la existencia humana”.

En síntesis, la existencia humana está marcada por la búsqueda constante de una


respuesta a la pregunta por el ¿Quién soy yo? ¿Quién es el ser humano? Respuesta
que sin duda alguna se puede decir, es la que da sentido a la existencia, otorga un
norte a la vida de las personas, permite, más allá de un concepto, un sentimiento que
llena y que se constituye en fuente de energía para asumir la realidad; esta
“respuesta” la podríamos identificar con la conclusión a la que llega Frankl (2004)
cuando afirma que el sentido último del ser humano está en salir de sí mismo, en
autotrasenderse para caer en la cuenta de la existencia de otro, para amar a otro.
Sentido y respuesta a la que no se llega ni por el más eminente doctorado en
ontologia, ni por los más altos logros académicos, sino por la acción y el efecto de
existir; paradójicamente aquellos que han logrado conceptualizar de la manera más
pura las mejores ideas a nivel existencial son quienes se han visto abocados a vivir
las situaciones más dramáticas e inimaginablemente dolorosas de sufrimiento,
muerte o desamor, ante la apremiante necesidad de encontrar razones para superar
su adversidad han entendido y cristalizado el conocimiento que han alcanzado por
su propia experiencia.

En el presente, al asistir a una sociedad en profunda crisis, desigualdad e


inestabilidad, vale la pena repensar lo esencial del ser del hombre, y entender que
sólo cuando uno se auto supera y sale al encuentro del otro, entonces descubre la
respuesta a la cuestión del ser, pero este reconocimiento de la alteridad ha de estar,
cómo se ha insistido, enmarcado en el sagrado respeto, pues alteridad no puede ser
entendida sólo como aceptación de la diferencia o cómo indiferencia,, sino como
proximidad, es decir como cercanía complementaria, como necesidad de
reconocimiento, como servicio. Todo esto es, en suma, reconocer y amar al otro, eh
ahí la clave absoluta, el enigma que muchos ignoran, el amor es la clave, pues donde
hay amor no hay posibilidad de maldad, como diría Agustin de Hipona (siglo IV)
“ama y haz lo que quieras”, pues el que ama no hace daño; o evocando al abad
Bernardo (+1153) “El amor es la medida de todas las cosas, y la medida del amor
es amar sin medida”.
Es posible concluir entonces que el ser humano es un ser para el amor, para tal
realidad existe y no puede escapar, mientras más rechace tal realidad, más sufre,
cuanto más la acepta y reconoce, más se siente trascendido y pleno.
Bibliografía

Frankl, V. (2004). El Hombre en Busca de sentido. Barcelona: Ed. Herder

Heidegger, M. (2012). Ser y Tiempo. Madrid: Ed. Trotta

Kierkegaard, S. (2007). Las Obras del Amor. Salamanca: Ed. Sigueme

Levinas, E. (2016). Totalidad e Infinito. Salamanca: Ed. Sígueme

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