Macón, Mary Wollstonecraft

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Ansiedad, indignación y felicidad para


la emancipación: el camino de
Mary Wollstonecraft

JO
Cecilia Macón

A
B
A
R
T
D E
edicar cierta cantidad de páginas a los inicios del femi-

D
nismo de la mano de una pensadora claramente fuera
O
del foco de las modas académicas parece merecer una
explicación. Y es entonces con un excusa como debe
N

comenzar este breve texto. Resulta sabido que Mary Wollstone-


R

craft escribió sus obras fundamentales antes de que existiera el


E

término mismo de “feminista” para caracterizar la demanda de


T

emancipación de las mujeres. Mucho antes entonces también


IN

de que el feminismo se transformara en un movimiento polí�tico


colectivo y autoconsciente. Deviene inevitable entonces pregun-
TO

tarse: más allá del interés estrictamente histórico que puedan


tener sus argumentos, ¿cuál es su relevancia en el contexto de
N

un volumen dedicado a dar cuenta del impacto de la teorí�a de


los afectos sobre los modos de hacer/pensar la polí�tica?, ¿cuál
E

es su aporte en términos de la generación de una teorí�a polí�-


M

tica revisitada a la luz de los desafí�os de la introducción del ele-


U

mento emocional? Entiendo que las lí�neas escritas por Wollsto-


C

necraft revelan una serie de preocupaciones que, no solo rompen


O

con la tradicional reconstrucción progresiva de la historia del


D

feminismo,1 sino que además sacan a la luz las distintas instan-


cias en las que los afectos resultan relevantes para la polí�tica. Si el

1. Para una reconstrucción del modo en que el feminismo se ocupó de objetar la


dicotomí�a razón/emoción véase el trabajo de Prokhovnik, Raia. Rational Wo-
man. Manchester: Manchester University Press, 1999. Sin embargo, es posible

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primer elemento condensa tal vez un mero interés por impugnar


cierta lógica reconstructiva, el segundo suma una dimensión más
problemática. Hay ciertamente en el caso de Wollstonecraft una
escritura atravesada por argumentos que no temen introducir a
las pasiones2 como un instrumento adicional a la hora de volver
eficaces sus reclamos; pero persiste además en sus escritos una

JO
clara distinción entre dos instancias que muchos de los crí�ticos
del giro afectivo parecen (querer) no comprender: por un lado,

A
las emociones entendidas como legitimadoras de un statu quo

B
al que ciertamente es necesario derribar; por el otro, en tanto

A
motores de la acción polí�tica misma y hasta de la caracterización

R
del horizonte emancipado al que se aspira. No se trata, entiendo,
de instancias que se contradigan entre sí�, sino de una diferencia

T
sistemática que es necesario discutir en el marco de las cuestio-

E
nes que convocan este volumen. Es entonces esa distinción con

D
sus innumerables efectos sobre el pensar lo polí�tico para/con las
mujeres del siglo XVIII la que formará parte del corazón de este
O
trabajo. También lo es la indagación de un momento germinal y,
N

justamente por ello, contradictorio para el movimiento anterior a


R

la fundacional Convención de Seneca Falls de 1848 con su Decla-


E

ration of Sentiments. Una instancia temprana donde, tal como


T

veremos, se objeta fuertemente la legitimación de la opresión


IN

femenina a través de cierta construcción de su sentimentalidad,


pero donde simultáneamente se atenta contra la estructura del
TO

sentir3 patriarcal para introducir una lógica alternativa e inespe-


N

objetar a Prokhovnik que su argumento central está sostenido en una narrativa


E

progresiva de la historia del feminismo –probablemente malgré elle–.


M

2. En este artí�culo utilizo indistintamente las nociones de “emoción”, “pasión” y


“afecto”. Soy consciente de las diferencias conceptuales que conlleva cada una
U

de estas palabras, pero se trata de distinciones que no alteran el eje central


C

de este texto. En relación a la delimitación de cada una de estas tres nociones


véase: Macón, Cecilia. “Sentimus ergo sumus: el surgimiento del ‘giro afectivo’
O

y su impacto sobre la filosofí�a polí�tica”. Revista Latinoamericana de Filosofía


D

Política, Vol. II, Nº 6, 2013, 1-32.


3. Por “estructura del sentir” nos referimos al ya clásico concepto desplegado
por Raymond Williams para dar cuenta de la matriz emocional de la expe-
riencia histórica de una época. Existen, por cierto, “estructuras de sentimien-
tos” que actúan en tensión con la cultura dominante en términos de tensión,
desplazamiento, latencia. Véase: Williams, Raymond. “Estructura del sentir”.
Marxismo y Literatura. Buenos Aires: Pení�nsula, 1977, p. 157.

32 AnsiedAd, indignAción y felicidAd pArA lA emAncipAción…

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rada sobre el horizonte afectivo en toda su potencialidad polí�tica.


Es precisamente allí� donde se encuentra el corazón de la revulsión
feminista, antes aun de que hubiera una autoconciencia expre-
sada en esos términos: la vocación por demoler la estructura del
sentir establecida por el orden patriarcal y la pretensión visceral
–y no meramente emocional– de imponer su reemplazo por una

JO
estructura alternativa solo parece posible mediante la puesta en
funcionamiento de la esfera afectiva expresada en términos, como

A
veremos, más que particulares.

B
A
I

R
El cliché

T
E s un lugar común afirmar que la tercera ola del feminismo

E
nos encuentra finalmente atentos al papel de los afectos en

D
la constitución de la subjetividad. Es otro lugar común asegurar
que la primera y la segunda olas del feminismo así� como sus ins-
O
tancias germinales se sostuvieron en argumentar la necesidad de
N

hacer a un lado las emociones para lograr la emancipación de las


R

mujeres a través de la exigencia de su reconocimiento como seres


E

racionales y, por ello, merecedoras de los mismos derechos que


T

los hombres. El objetivo secundario de este artí�culo es revisar


IN

esta última afirmación. Pero el primario –e inevitable– resulta


de establecer distinciones útiles a la hora de discutir la relación
TO

entre las emociones y la acción polí�tica.


No se trata aquí� de impugnar aquella interpretación en su
N

totalidad, sino de señalar, gracias a la lectura de los textos de


Mary Wollstonecraft, la superposición de estas caracterí�sticas
E

con un reconocimiento del rol de los afectos a la hora de encarar


M

la acción polí�tica. Es evidente que el reclamo de Wollstonecraft


U

se centra en exigir el acceso a la educación de las mujeres para


C

que así� salga a la luz un hecho indisputable: su racionalidad no


O

es menor que la de los hombres y, por lo tanto, el acceso a sus


derechos debe ser estrictamente equitativo. Es sabido también
D

que gran parte de los escritos de Wollstonecraft cumplen un rol


central a la hora de problematizar el modo en que se evidencia
la misoginia desde el propio feminismo: pareciera que reclamar
la emancipación de las mujeres necesitara del señalamiento de

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sus debilidades, incluso, por parte de sus pares. Si bien este es un


tópico frecuente en el marco de la historización del pensamiento
feminista,4 lo cierto es que resulta importante visualizarlo como
una operación que busca objetar el modo en que se construyó
emocionalmente la legitimación de los mecanismos opresivos, y
no como forma de desplegar argumentos estrictamente misógi-

JO
nos. En todo caso, y tal como veremos más adelante, la referen-
cia ciertamente paradójica a ciertas mujeres como “frí�volas“ o

A
“débiles“ tiene por objeto señalar la construcción de la opresión

B
masculina –legitimada por el accionar de ciertas mujeres–, más

A
que las caracterí�sticas entendidas como femeninas.

R
Y es allí� entonces donde la dimensión emocional cumple un
rol clave: las supuestas debilidades femeninas son el resultado

T
de mecanismos opresivos desplegados por los hombres a través

E
de la imposición de cierta emocionalidad definida como feme-

D
nina dedicada a debilitarlas alejándolas así� del acceso al pensa-
miento racional.
O
Se vislumbran ciertamente en estos señalamientos ya clási-
N

cos argumentos suficientes para sostener la narrativa progresiva


R

de la historia del feminismo: una evolución conceptual que pre-


E

tende culminar en la sofisticación actual, aquello que va desde


T

la obturación del rol polí�tico de las emociones sostenida en la


IN

necesidad de objetar la opresión patriarcal hasta la sofisticación


de una teorí�a de género que –se alega– complejiza finalmente la
TO

dimensión afectiva. Tal como ha señalado Claire Hemmings en


su brillante estudio crí�tico sobre las narrativas de la historia del
feminismo, la narrativa del progreso se ha sostenido en una pre-
N

tensión de avance orientado hacia la proclama de los beneficios


E

de la desestabilización5 en tanto superación de un esencialismo


M

anacrónico.6 Una narrativa que por cierto –como todas las de


U

matriz progresiva– se asienta en nuestro alivio al encarnar un


C
O

4. Véase al respecto Fuster Garcí�a, Francisco. “Dos propuestas de la Ilustración


D

para la educación de la mujer: Rousseau versus Mary Wollstonecraft”. A Parte


Rei 50, Marzo 2007, p. 1 y Taylor, Barbara. “Misogyny and Feminism: The Case
of Mary Wollstonecraft”. Constellations, Vol. 6, N° 4, 1999, p. 499.
5. Hemmings, Clare. Why Stories Matter. Durham: Duke University Press, 2011,
p. 4.
6. Ibí�d., p. 38.

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supuesto presente sofisticado.7 No soy ciertamente entonces la


primera en objetar la naturaleza progresiva de la historia que el
feminismo gestó para sí� mismo,8 sino que lo que intento seña-
lar aquí� es que extrañamente la atención prestada a los afectos
parece haber dado nuevo impulso a esa matriz. Entiendo así� que
a aquellas certezas sin duda parcialmente fundadas se suman

JO
elementos que obligan a complejizar el rol de las emociones en
este “feminismo antes del feminismo” a través de los dos sentidos

A
señalados más arriba: como encarnación de un statu quo a demo-

B
ler pero también como motor de la acción polí�tica y la definición

A
del horizonte emancipatorio.

R
II

T
Mary

E
W D
ollstonecraft redactó sus escritos bajo la marca de una
serie de eventos bastante conocidos –su trabajo como ins-
O
titutriz y traductora, la disputa con Edmund Burke que la llevó
N

a escribir La vindicación de los derechos de los hombres (1790),


R

sus intentos de suicidio, su matrimonio con el anarquista William


E

Goodwin–, pero sustancialmente bajo la referencia constante de


T

la Revolución Francesa.9 En tanto pensadora radical fue atraí�da de


IN

tal modo por lo que allí� sucedí�a que decidió emigrar desde Gran
Bretaña hacia Parí�s donde escribió An Historical and Moral View
TO

of the French Revolution (1794), una firme defensa del proceso


revolucionario. Se enfrentó ciertamente allí� a una revolución de
N

hombres, pero también a una que cuestionó tan fuertemente las


raí�ces del pensamiento establecido, que no parecí�a demasiado
E
M

7. En términos de Joan Wallach Scott “una historia feminista que toma por segu-
U

ros la inevitabilidad del progreso, la autonomí�a de los agentes individuales y


la necesidad de elegir entre igualdad y diferencia reproduce sin cuestionarlos
C

los términos del discurso ideológico dentro del cual ha operado”. Scott, Joan
O

Wallach. Only Paradoxes to Offer. Cambridge: Harvard University Press, 1996,


p. 2.
D

8. Y aquí�, justamente, el volumen ya clásico de Scott resulta central. Véase Scott,


op. cit.
9. Al respecto resulta nuevamente clave el análisis generado por Joan Wallach
Scott donde recorre el despliegue feminista a través de la actuación de figuras
como Olympe de Gouges durante la Revolución Francesa o de Jeanne Deroin
durante la de 1848. Scott, Ibí�d.

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aventurado figurarla como una instancia destinada a descentrar


el papel de las mujeres en la Europa iluminista. Esa operación se
gestó claramente a través del poder otorgado por la Ilustración a
la imaginación,10 capaz de impulsar estrategias de autocreación,11
pero también gracias al reconocimiento del papel transformador
del deseo: es a través de su despliegue que las mujeres podí�an

JO
vislumbrar la posibilidad de ser autoras de sí� mismas.12
Antes entonces de establecer el rol que cumplen las emocio-

A
nes/afectos en los argumentos de Wollstonecraft –como perturba-

B
ción de la racionalidad, pero también como motor de la acción– es

A
importante marcar ciertos rasgos especí�ficos de su pensamiento.

R
El objetivo central de La vindicación de los derechos de las
mujeres, escrito en 1792, es insistir sobre la necesidad de que las

T
mujeres se integren a la educación formal para que así� salga a la

E
luz su irrefutable pero invisibilizada racionalidad. Este fue, por

D
cierto, el reclamo inicial de la primera ola del feminismo antes de
centrarse en derechos cí�vicos como el voto. La obediencia exigida
O
a las mujeres se fundaba en la imposición de su ignorancia legiti-
N

mada a través de su sumisión en el orden de una emocionalidad


R

infantilizada que la alejaba, no solo del orden racional sino tam-


E

bién del estrictamente moral. Efectivamente, Wollstonecraft


T

señala: “Las mujeres deben ser consideradas seres morales o


IN

débiles al punto de estar enteramente sujetas a las facultades


de los hombres”.13 Unas páginas más adelante argumenta: “se
TO

supone que las mujeres poseen más sensibilidad y hasta huma-


nidad que los hombres pero la ignorancia no es algo noble”.14 Es
decir, que la imposición de un orden emocional hacia las mujeres
N
E
M
U

10. Al respecto es importante recordar el análisis que Lynn Hunt despliega en


C

relación al rol de la imaginación en la gestación de derechos en tanto “torren-


tes de emoción”. Hunt, Lynn. La invención de los Derechos Humanos. Buenos
O

Aires: Tusquets, 2010.


D

11. Scott, op. cit., p. 25.


12. Scott, op. cit., p. 37.
13. Wollstonecraft, Mary. A Vindication of the Rights of Woman: With Strictures on
Political and Moral Subjects. En The Complete Works of Mary Wollstonecraft.
Delphi Classics, Kindle Edition, p. 33.
14. Wollstonecraft, Ibí�d., p. 232.

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las aleja de la toma de decisiones moralmente responsables15 así�


como de iniciativas concretas, sean estas del orden de lo común
o de lo doméstico.
Resulta inevitable entonces asumir que es a través de la edu-
cación que las mujeres lograrán acceder a su necesaria inter-
vención racional en lo público: “Fortalecer la mente femenina

JO
agrandándola y es así� como se consigue el fin de su obediencia
ciega a quienes las quieren esclavas”.16 Es solo de este modo que

A
será superada la debilidad de las mujeres:

B
Si las mujeres son en general débiles en cuerpo y mente esto

A
surge menos de la naturaleza que de la educación. Estimu-

R
lamos una indolencia y una inactividad viciosas falsamente

T
llamadas delicadeza; en lugar de fortalecer sus mentes por
medio de principios de la razón y la filosofí�a, las condena-

E
mos a artes inútiles que terminan en la vanidad.17

D
De hecho, el orden moral establecido por los hombres hacia
O
las mujeres atenta contra su inteligencia generando para ellas
N

un arco de afectos positivos: “paciencia, docilidad, buen humor y


flexibilidad, virtudes incompatibles con cualquier ejercicio vigo-
R

roso del intelecto”18 que resultan ejes de aquella construcción de


E

la emocionalidad femenina impuesta por el patriarcado.


T

Hay además en los reclamos de Wollstonecraft una identifica-


IN

ción de cierta especificidad de la opresión sufrida por las muje-


res en distintos estamentos sociales a través de estas narrativas
TO

sobre las emociones. La superficialidad asociada a la debilidad,


las alusiones de la “dama de la moda” o las mascaradas de ciertos
N

eventos sociales, refieren exclusivamente a sectores privilegiados.


E

De hecho, sus impugnaciones a la frivolidad, el sentimentalismo


M

y los efectos devastadores de la galanterí�a apuntan a un mundo


aristocrático al que demuele con particular insistencia. Si bien
U

ciertamente Wollstonecraft no realiza una distinción sistemática


C
O
D

15. Susan Mendus se ha ocupado de mostrar la exigencia impartida por la filosofí�a


de Wollstonecraft de que el amor esté atravesado por la moralidad. Mendus,
Susan. Feminism and Emotion. Londres: MacMillan, 2000.
16. Wollstonecraft, op. cit., p. 32.
17. Wollstonecraft, Ibí�d., p. 51.
18. Wollstonecraft, Ibí�d., p. 71.

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en términos de clase, su identificación de estas cuestiones como


propias de la aristocracia y la alta burguesí�a muestra el modo en
que de una manera germinal las cuestiones de género y de clase
comienzan a ser pensadas en su intersección. Tal como señala
irónicamente en una serie de párrafos clave de La vindicación…:
Mi propio sexo, espero me disculpará, si las trato como cria-

JO
turas racionales, en lugar de alabar sus gracias y verlas en
un estado de infancia permanente (…). Deseo persuadir a

A
las mujeres de esforzarse para adquirir fortaleza tanto de

B
cuerpo como de mente y convencerse de que las frases sua-

A
ves, la susceptibilidad del corazón, la delicadeza del senti-
miento y el refinamiento del gusto son casi sinónimos con

R
epí�tetos de debilidad19 (…). Mostraré así� que la elegancia es

T
inferior a la virtud20 (…).

E
D
Fueron enseñadas a agradar. Y eso es lo que hacen.21
O
Es por eso que lamentablemente las mujeres adquieren
modales antes que moral.22
N
R

Es esto justamente lo que sostiene la obediencia hacia los


E

hombres: belleza, infantilización, galanterí�a, sentimentalismo,


T

delicadeza, refinamiento. Se trata de un arco de tono emocional


IN

que no solo oprime polí�ticamente, sino que además disuelve la


posibilidad misma de que las mujeres sean agentes morales.
Dentro de este mismo camino argumentativo surgen clara-
TO

mente las impugnaciones al rol destructivo de la “belleza” para


con la agencia femenina por su asociación con los mecanismos
N

opresivos ligados a la construcción emocional de las mujeres en


E

tanto seres pasivos y agradables: “Cuando una mujer es admirada


M

por su belleza resulta intoxicada por la admiración que recibe”.23


U

La adjudicación de la categorí�a de “belleza” a las mujeres es jus-


tamente uno de los motores crí�ticos del feminismo desde sus
C

inicios. Tal como ha señalado acertadamente Moreno Figueroa


O
D

19. Wollstonecraft, Ibí�d., pp. 13-14.


20. Wollstonecraft, Ibí�d., p. 14.
21. Wollstonecraft, Ibí�d., p. 31.
22. Wollstonecraft, Ibí�d., p. 32.
23. Wollstonecraft, Ibí�d., p. 173.

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la belleza puede ser considerada un sentimiento que expresa


aquello que su construcción arbitraria hace sobre la experiencia
femenina:24 en tanto exteriorización de la estructura de sentir
patriarcal impone emociones sobre las mujeres –vergüenza, orgu-
llo, felicidad, angustia, envidia– que no hacen más que legitimar
su sometimiento. Y es en este sentido que Wollstonecraft hace de

JO
sus análisis del señalamiento de la belleza femenina un eje sus-
tancial de la matriz emocional patriarcal. Hay aquí� entonces una

A
suerte de encarnación de aquella debilidad sostenida a través de

B
la adjudicación de la armoní�a de las superficies del cuerpo feme-

A
nino. Es justamente allí�, en aquella impugnación a la frivolidad

R
de cierta clase, pero también en diferencias tenidas como natu-
rales cuando son en realidad construidas artificialmente donde

T
se desarrolla su crí�tica al carácter opresivo de los estereotipos

E
de belleza adjudicados a las mujeres.25

D
Otro elemento de alguna manera asociado a la categorí�a de
“belleza” que resulta sistemáticamente señalado a lo largo del
O
argumento central de Wollstonecraft es el papel que cumple aquí�
N

la noción de “naturaleza”. Es que uno de los efectos mas contun-


R

dentes de sus desarrollos se origina en su insistencia por derribar


E

la diferencia entre los sexos sostenida en términos de la pertenen-


T

cia de las mujeres al orden natural, una identificación que no hizo


IN

más que legitimar la opresión. También es ciertamente notable


el modo en que aquí� se enlazan naturaleza, armoní�a y emociones
TO

moderadas. En su enfrentamiento con Rousseau –quien adjudica


a las mujeres un estado de infancia permanente– Wollstonecraft
insiste sobre un elemento central: esa lí�nea argumental solo tiene
N

por objeto despojarlas de sus cualidades humanas.


E

Es así� como a través de una ironí�a explí�cita señala Wollsto-


M

necraft:
U

(…) cuando se afirma que las mentes de las mujeres están


C

debilitadas por el falso refinamiento, que los libros de ins-


O

trucción son escritos por hombres geniales (…) se está con-


D

24. Moreno Figueroa, Mónica. “Displaced Looks: The Lived Experience of Beauty
and Racism in Mexico”. Feminist Theory, 2013, 14(2): 137-151, p. 137.
25. Fuster, op. cit., p. 10.

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siderando a las mujeres como tales y no en tanto miembros


de la especie humana.26
De ese particular ví�nculo entre la mujer y la naturaleza resulta
una estrategia fatalmente eficaz a la hora de negarle una humani-
dad asociada a la racionalidad. Se trata de una cuestión que cier-
tamente formaba parte de un debate central del siglo XVIII. Así�

JO
como Madame de Staël aseguraba que las mujeres no pertenecí�an
ni al orden natural ni al social,27 la tensión entre estos dos órde-

A
nes reaparece en los argumentos de Wollstonecraft enmarcada

B
en los desafí�os opresores que implicaba para las mujeres la civi-

A
lidad moderna. Si bien en investigaciones de los últimos años se

R
ha develado el modo en que durante el siglo XVIII los lí�mites de

T
género no eran tan estrictos como se creí�a –al menos en ciertos
espacios públicos–,28 lo cierto es que aquella tensión pervive como

E
argumento central a la hora de desvincular a las mujeres de la
D
esfera pública. Este “limbo” del orden femenino tiene como obje-
O
tivo central despojarlas de su humanidad, pero también puede
N

transformarse en punto de partida para una revulsión radical de


la estructura del sentir establecida.
R

Así�, el señalamiento clave de Wollstonecraft no se centra en


E

impugnar el rol polí�tico de las emociones, sino el efecto opresor


T

que tiene la construcción patriarcal de cierta emocionalidad adju-


IN

dicada a las mujeres como una estrategia eficaz para sostener su


sometimiento. Es aquella sentimentalidad, aquella belleza, aque-
TO

lla sensibilidad, aquel contacto inmediato con el supuesto orden


natural, impuestos por una matriz injusta para su reproducción,
N

lo que altera a Wollstonecraft, no el orden de la emocionalidad


E

en su conjunto. Al contrario, en la exploración alternativa de ese


M

mismo orden encuentra el punto de partida para derrocar efi-


cazmente la estrategia masculina de su alteración interesada.
U
C
O

26. Wollstonecraft, op. cit., pp. 11-12.


D

27. O’Brien, Karen. “Sexual Distinctions and Prescriptions. An Introduction”. En


Knott, Sarah y Taylor, Barbara. Women, Gender and Enlightenment. Londres:
Palgrave, 2005, p. 4.
28. Taylor, Barbara. “Feminists versus Gallants: Sexual Manners and Morals in
Enlightenment Britain”. En Knott, Sarah y Taylor, Barbara. Women, Gender
and Enlightment. Londres: Palgrave, 2005, p. 41.

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Efectivamente, las alusiones incluidas en La vindicación de


los derechos de las mujeres al deseo, la sexualidad, la felicidad, la
indignación, la melancolí�a permiten definir un arco de problemas
que se superpone con las impugnaciones brevemente reconstrui-
das más arriba. Se trata justamente de elementos que para Wolls-
tonecraft deben ser politizados para impulsar así� el despliegue

JO
efectivo de los derechos que reclama. La centralidad que otorga
al placer y al deseo sexuales en tanto dimensiones involuntarias

A
muestra incluso cuán lejos está de excluir la cuestión afectiva de la

B
polí�tica.29 Su interés por la sexualidad donde la pasión no debe ser

A
separada de la reproducción30 implica debatir en un contexto polí�-

R
tico el rol del deseo sexual femenino. Tal como ha señalado Jones
“aunque en general asociada a la reapropiación de las mujeres de

T
la razón, en el proyecto humanista de Wollstonecraft se recupera

E
el deseo y las luchas para traer a ambos a asociar lo reproductivo

D
y el placer”.31 La opresión de la mujer en el orden privado deja
acá de ser algo meramente individual para transformarse en el
O
punto de partida para la emancipación colectiva:32 la dimensión
N

involuntaria del deseo no es, como la construcción patriarcal


R

de la emocionalidad, un impedimento para el agenciamiento de


E

las mujeres, sino un elemento que, atravesando audazmente los


T

lí�mites entre lo publico y lo privado, contiene la posibilidad de


IN

la destrucción de una estructura del sentir opresiva. Si la senti-


mentalidad, la pasividad y la galanterí�a, deben ser superadas a
TO

través de una educación racional, esto no implica entonces que


las cuestiones del orden afectivo no deban ser exhibidas en toda
su politicidad.
N

No estamos tratando de sostener aquí� ingenuamente que


E

Wollstonecraft fue, para decirlo banalmente, una suerte de “pre-


M

cursora” ni que las distinciones entre distintos momentos de la


U
C
O

29. Jones, Vivien. “Advice and Enlightenment: Mary Wollstonecraft and Sex Edud
-
cation”. En Knott, Sarah y Taylor, Barbara. Women, Gender and Enlightment.
D

Londres: Palgrave, 2005, p. 143.


30. Jones, Ibí�d., p. 152.
31. Jones, Ibí�d., p. 152.
32. Clark, Anna. “Women in Eighteenth-Century British Politics”. En Knott, Sarah y
Taylor, Barbara. Women, Gender and Enlightenment. Londres: Palgrave, 2005, p.
577.

CeCilia MaCón 41

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historia del movimiento feminista resulten irrelevantes, sino que


ya en sus raí�ces el activismo desplegó una crí�tica feroz al orden
emocional patriarcal para proponer otro. Y es en el modo en que
se explicitan las motivaciones de la escritura de La vindicación…
donde esto se torna brutal.

JO
III
Indignación, depresión, ansiedad

A
L

B
as palabras con las que se abre La vindicación de los derechos

A
de las mujeres condensan dramáticamente gran parte de los

R
elementos que me interesa desarrollar en esta sección:

T
Después de considerar la página histórica, y viendo el mundo
actual con solicitud ansiosa, las emociones más melancóli-

E
cas de indignación afligida han deprimido mi espí�ritu, y he
D
suspirado cuando obligada a confesar, que o la naturaleza
ha hecho una gran diferencia entre hombres y mujeres, o
O
que la civilización, que ha tenido lugar hasta el momento
N

en el mundo ha sido muy parcial.33


R

En este párrafo clave se encuentran condensadas gran parte


E

de las cuestiones que se reafirmarán más adelante en relación al


T

papel de los afectos en la polí�tica: melancolí�a, depresión, indigna-


IN

ción, pena, ansiedad construyen aquí� una constelación de afectos


contradictorios superpuestos encargados de abrir la escritura
TO

de un texto que es claramente una acción polí�tica en sí� mismo.


Resultan para Wollstonecraft evidentes motores de su interven-
N

ción polí�tica y no elementos destinados refrendar un estado de


E

cosas que considera profundamente injusto. Es esta dimensión del


M

papel de los afectos en la polí�tica la que me interesa destacar aquí�:


no meramente en tanto legitimadores de una situación opresiva
U

por la asociación entre emociones y naturaleza –un camino des-


C

tacado por Wollstonecraft y a cuya crí�tica adhiero–, sino además


O

como elementos de un mapa en tensión permanente que hace


D

de la indignación –confusa, ambigua, desafiante– el motor para


abrir el camino hacia la emancipación donde este arco emocional
resulta fundamental a la hora de constituir la “hermandad femi-

33. Wollstonecraft, op. cit., p. 11.

42 AnsiedAd, indignAción y felicidAd pArA lA emAncipAción…

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nista”. Se trata precisamente de afectos tradicionalmente enten-


didos como negativos34 por su supuesta e inevitable capacidad
desempoderadora. Aquí�, en este párrafo de apertura clave, no solo
se presenta a la dimensión emocional en su capacidad desafiante,
sino que además se desarticulan presupuestos para los que, por
ejemplo, pena y melancolí�a no pueden ser asociadas a la acción

JO
polí�tica. El párrafo pone en cuestión estos prejuicios y despliega
una superposición de afectos en su mayorí�a entendidos como

A
negativos donde la ansiedad y la melancolí�a parecen ser centrales.

B
No se trata meramente de subrayar aquello que explicita-

A
mente señala Wollstonecraft en esas palabras como sus senti-

R
mientos germinales, sino que la ansiedad –entendida como “un
caos suave de tensiones no articuladas”35– permea cada racimo

T
de palabras lanzado a lo largo del libro. Una ansiedad que, en los

E
términos de Ngai, “no es una emoción llena, sino una emoción

D
expectante que apunta menos a un objetivo especí�fico del deseo
que a la configuración en general o a las disposiciones futuras
O
del yo”.36 Sostenida entonces en una futuridad en un punto difusa
N

pero no por ello menos potente la ansiedad se superpone con la


R

melancolí�a: un arco afectivo que, aun cuando está sostenido en


E

un retiro del mundo, ha sido señalado a partir de ciertos análisis


T

como una oportunidad para encarar la acción polí�tica de manera


IN

ambigua pero también creativa.37 No se trata de resignarse a la


parálisis sino de aceptar un modo alterado, dislocado, imprevi-
TO

sible, frecuentemente despreciado de encarar la transformación


del mundo.
Tal como he mostrado más arriba Wollstonecraft busca cierta-
N

mente señalar el artificio de la división entre hombres y mujeres


E
M
U

34. Tradicionalmente y en particular desde las fundacionales intervenciones de


C

Silvan Tomkins se ha entendido que los afectos positivos tienden a impulsar


O

la acción mientras que los negativos la paralizan. Véase: Kosofsky Sedgwick,


Eve. Touching Feeling. Durham: Duke University Press, 2003, p. 134.
D

35. Ngai, Siane. Ugly Feelings. Cambridge: Harvard University Press, 2007, p. 246.
36. Ngai, Ibí�d., p. 209.
37. Flatley, Jonathan. Affective Mapping. Cambridge: Harvard University Press,
2008, p. 6. Este tópico es extensamente analizado en el artí�culo de Natalia
Taccetta incluido en este volumen: “Izquierda y melancolí�a. O de cómo pen-
sar la acción estético-polí�tica”.

CeCilia MaCón 43

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en términos de la tensión racionalidad vs. sentimentalidad,38 pero


esto no implica que los afectos sean de por sí� elementos que lleven
a la opresión, sino que, por fuera de la construcción establecida
por el orden patriarcal, pueden encaminar a la emancipación. Esto
claro, siempre que se desafí�e la imposición de tal matriz asociada
a una emocionalidad falseada, moderada y positiva de las muje-

JO
res. Aquella distinción ente emoción y razón que es resultado de
un sentido común al que a la vez alimenta debe ser derribada a

A
través del uso de la razón,39 pero también refigurando la expe-

B
riencia afectiva en términos polí�ticos.40

A
Hay claramente en las reflexiones de Wollstonecraft una ten-

R
sión permanente entre cierta mirada ilustrada hacia las emociones
y otra de carácter romántico. Se trata por cierto de una tensión

T
que atraviesa de manera desafiante gran parte de los momentos

E
fundacionales del feminismo. Así� es como por un lado señala

D
Wollstonecraft: “Deja que el corazón honesto se muestre, y que
la razón enseñe a las pasiones a someterse a la necesidad”.41 O,
O
más adelante: “La verdadera felicidad (…) debe surgir de regular
N

las afecciones incluyen deber”.42 Pero no se trata de reivindicar


R

ciegamente a la razón ni de impugnar las emociones en toda su


E

extensión. De hecho, la civilización también deja rastros amargos.


T

En sus palabras: “Las mujeres, tal como los hombres, han adqui-
IN

rido todas las locuras y vicios de la civilización y se perdieron


los frutos útiles”.43 No hay aquí� idealización alguna del proceso
TO

civilizatorio ni tampoco inversión ingenua del binarismo opre-


sor que se denuncia.
Para Wollstonecraft incluso, el conocimiento efectivo nunca
N

se puede lograr sin la intervención de la dimensión emocional:


E
M
U

38. Duman, Fatih. “The Roots of Modern Feminism: Mary Wollstonecraft and the
French Revolution”. En International Journal of Humanities and Social Science,
C

Vol. 2, N° 9, May 2012, pp. 75-89 y pp. 81-82.


O

39. Duman, Ibí�d., p. 82.


D

40. Sobre el papel de los afectos en la constitución del sentido común, véase:
Rosenfeld, Sophia. Common Sense. A Political History. Cambridge: Harvard
University Press, 2011, pp. 189 y ss.
41. Wollstonecraft, op. cit., p. 40.
42. Wollstonecraft, op. cit., pp. 173-174.
43. Wollstonecraft, op. cit., p. 74.

44 AnsiedAd, indignAción y felicidAd pArA lA emAncipAción…

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la sabidurí�a no llega de la mano de la mera contemplación, sino


de la unificación de la acción con los otros órdenes haciendo que
sentimientos y fantasí�a formen parte esencial de la capacidad
analí�tica que ella reivindica para el activismo polí�tico.44 Resulta
de hecho necesario expandir esas capacidades45 lideradas por el
rol central de la imaginación. Una imaginación que se genera, no

JO
a pesar de la melancolí�a y la ansiedad, sino gracias a ellas.
En la propuesta de Wollstonecraft es ciertamente necesa-

A
rio encarar un entramado de caracterí�sticas revolucionarias

B
para demoler la estructura patriarcal,46 un proceso que necesita

A
primordialmente de la naturaleza revulsiva de los afectos. Este

R
modo de dar cuenta de la radicalidad del proceso revolucionario
que se impulsa aquí� está ciertamente legitimado por su orienta-

T
ción a la realización de la felicidad, un topos ilustrado –el progreso

E
impulsado por la revolución para instaurar la felicidad colectiva–,

D
que en Wollstonecraft adquiere caracterí�sticas particulares: la feli-
cidad pública solo será posible en un contexto de igualdad y justi-
O
cia, pero lejos de referirse aquí� a la extirpación racional de ciertos
N

errores –un camino masculino, asegura–, señala un sendero que


R

genera la salida de la oscuridad gracias al poder de la imaginación.


E

No se trata tampoco de una felicidad asociada al cumplimiento de


T

los apetitos –como, insiste otra vez, pretenden los hombres–, sino
IN

de la instalación de la virtud. Se tornan visibles aquí� nuevamente


los lazos entre los momentos fundacionales del feminismo y, no
TO

solo la Ilustración, sino también el primer romanticismo: la melan-


colí�a y la rabia, la indignación y el dolor, la ansiedad y la aflicción
como punto de partida para la redacción de un libro que resulta un
N

acto polí�tico revulsivo orientado a la felicidad pública y la virtud.


E

Tal como intentaremos delinear a continuación, lo que de


M

alguna manera genera el feminismo de Wollstonecraft –como


U

el de muchas activistas posteriores– es la impugnación de los


C

modos patriarcales de pensar la relación entre razón y afectos, y


O

no, como tradicionalmente se supuso, de meramente de invertirla.


D

44. Taylor, Barbara. Mary Wollstonecraft and the Feminist Imagination. Cambridge:
Cambridge University Press, 2003, p. 58.
45. Taylor, Ibí�d., p. 59.
46. Duman, op. cit., p. 86.

CeCilia MaCón 45

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IV
“When I follow the lead of my heart…”

L as lí�neas anteriores estuvieron encaminadas a mostrar que


lo que Wollstonecraft rechaza es, más el sentimentalismo
como construcción masculina destinada a legitimar la opresión

JO
–con cierta complicidad de las mujeres de la aristocracia y la
alta burguesí�a, por cierto– que la dimensión afectiva en sí�. Hay

A
allí�, seguramente, un arco de cuestiones asociadas a la lógica del

B
romanticismo a la hora de pensar los modos de intervenir polí�-

A
ticamente en tanto pasionales que pueden ser motivo de otro

R
debate puntual.
Sin embargo, lo que me interesa desarrollar en estos últimos

T
párrafos es el modo en que la perspectiva de Wollstonecraft sobre

E
la cuestión impone consecuencias sustantivas sobre la interpreta-

D
ción disruptiva del feminismo desde sus inicios: no se trató de una
mera inversión especular impuesta sobre la lógica patriarcal, sino
O
de la demolición de su estructura de sentimientos imponiendo
N

un orden profundamente alternativo sobre el papel de los afectos


R

en lo público. Y es de ese modo, entiendo, que se construyen los


E

procesos emancipatorios de pretensiones duraderas.


T

De hecho, es notoria la referencia en la literatura feminista


IN

de la primera ola o incluso en lo que podrí�amos llamar ciertas


precursoras asistemáticas y hasta marginales o “primitivas” para
TO

usar la expresión de Eric Hobsbawm, al espacio de lo í�ntimo en


términos de una colisión de emociones que resulta, sin duda, pro-
fundamente polí�tica por sus caracterí�sticas disruptivas. Se trata
N

aquí� justamente de rescatar la presencia de la llamada dimensión


E

“visceral” del feminismo presente en sus primeras etapas como


M

parte esencial de sus modos de intervención, una “visceralidad”


U

que resulta una categorí�a adecuada en tren de caracterizar aquel


C

párrafo inaugural de Wollstonecraft: hay aquí� algo más que una


O

mera matriz afectiva alternativa. Surge en realidad la demolición


de aquello que se suele entender por emocionalidad asociada
D

a una ruptura brutal impuesta sobre aquello mueve la acción


transformadora. Se establece así� en la imaginación polí�tica de la
filósofa un compromiso que involucra de manera frontal también
a su propio cuerpo transformado.

46 AnsiedAd, indignAción y felicidAd pArA lA emAncipAción…

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Refutar aquella hipótesis progresiva de la historia del femi-


nismo señalada más arriba implica tomar como punto de partida
el modo en que la transmisión de los afectos47 entendidos como
un modo de irrumpir revolucionariamente en la esfera pública
formó parte fundamental de la constitución del feminismo a partir
de los debates alrededor de la afectividad. Allí� están, por ejemplo,

JO
las discusiones de las feministas anarquistas, la Declaration of
Sentiments de Seneca Falls (1848), o el grito guerrero de Olympe

A
de Gouges en las lí�neas que componen su Declaración de los dere-

B
chos de la mujer y la ciudadana (1791).

A
Y es allí�, en la manera en que Wollstonecraft saca a la luz la

R
naturaleza conflictiva de la dimensión afectiva incluyendo afec-
tos no considerados polí�ticos –melancolí�a, ansiedad, depresión–

T
que se permite delinear el modo en que lo visceral –más que lo

E
estrictamente emocional tal vez– forma parte de estos inicios de

D
los reclamos de género y no meramente de los desarrollos des-
plegados en los últimos años.
O
La vindicación de los derechos de las mujeres es, como se ha
N

señalado, un libro sobre la imaginación radical48 donde se abre la


R

posibilidad de gestar revoluciones pensadas como encarnaciones


E

de un futuro glorioso de libertad y felicidad,49 pero también en


T

tanto resultado del ambiguo poder de, justamente, la melancolí�a,50


IN

la ansiedad y la depresión. Se trata de un mundo igualitario y


antijerárquico, no solo en términos de la relación entre hombres
TO

y mujeres, sino también en tanto jaque frontal al orden social en


general. Hay también aquí� espacio para reconocer el papel polí�-
tico del resentimiento,51 del amor erótico –como desintegrativo y
N

corrosivo52–, del deseo ingobernable como agoní�a y de la humi-


E
M
U

47. Teresa Brennan ha analizado el modo en que las emociones de los individuos
se transmiten a otros creando incluso cambios corporales capaces de carac-
C

terizar una cierta atmósfera. Brennan, Teresa. The Transmission of Affect.


O

Ithaca: Cornell University Press, 2004.


D

48. Taylor, Barbara. Mary Wollstonecraft and the Feminist Imagination. Cambridge:
Cambridge University Press, 2003, p. 4.
49. Taylor, op. cit., 2003, p. II.
50. Taylor, op. cit., 2003, p. I.
51. Taylor, op. cit., 2003, p. 17.
52. Taylor, op. cit., 2003, p. 121.

CeCilia MaCón 47

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llación destructiva. No hay por cierto ya resquicio alguno para


la sentimentalidad vací�a.53 Incluso, en sus propios términos, la
pasión cumple un papel en el desarrollo de la virtud, elemento
imprescindible para lograr la maduración polí�tica:54 el ejercicio
libre de pasiones resulta así� un elemento clave a la hora de lograr
un progreso genuino.55

JO
De hecho, la propia Revolución Francesa resulta valorada
por Wollstonecraft en su dimensión emocional:56 no hay solo

A
entusiasmo a la manera de la advertida por Kant, sino también

B
rabia, indignación, resentimiento. Si la débil mujer civilizada es

A
generada por la cultura patriarcal,57 la que ella vislumbra como

R
sujeto revolucionario en un futuro desplegado gracias al progreso
deviene feliz por haber hecho de sus desafí�os al orden emocional

T
patriarcal un punto de partida esencial. Se ha señalado con saga-

E
cidad que Wollstonecraft fue más una utopista jacobina, que una

D
ilustrada.58 Tal vez esta insistencia en demoler una determinada
estructura de sentimientos mostrando a la vez el modo en que
O
la dimensión afectiva y revulsiva de lo visceral son necesarias
N

para sostener un proceso emancipatorio esté entre las marcas


R

más perdurables de estos momentos precursores. Al menos en


E

el caso de Wollstonecraft esas señales distan de ser marginales


T

para transformarse en el punto de partida para la acción y para


IN

el desenmascaramiento de un estado de cosas legitimado a tra-


vés de matrices emocionales. Así�, en parte de sus orí�genes –pri-
TO

mitivos, oscuros, asistemáticos– el feminismo no impugnó el rol


de los afectos como motor de sus reclamos, sino que por el con-
trario, impulsó una reestructuración de los afectos que implicó
N

una impugnación desafiante a un orden patriarcal sostenido jus-


E

tamente en una construcción de la emocionalidad femenina de


M

acuerdo a sus intereses. Se trata de una visceralidad que pone


U
C
O

53. Taylor, op. cit., 2003, p. 142.


D

54. Taylor, op. cit., 2003, p. 205.


55. Taylor, op. cit., 2003, p. 208.
56. Taylor, op. cit., 2003, p. 154.
57. Taylor, op. cit., 2003, p. 160.
58. Taylor, op. cit., 2003, p. 173.

48 AnsiedAd, indignAción y felicidAd pArA lA emAncipAción…

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ciertamente en primer plano la dimensión corporal59 –Wollsto-


necraft hace referencia constante al modo en que su cuerpo cum-
ple un papel en el camino de sus reflexiones–, pero en un rango
de descripciones que obliga a pensar esa misma actitud visceral
como modo que expresar/experimentar la polí�tica en términos de
lo instintivo. Aquí�, el amor, la ira, la agresión, lo abyecto, lo indi-

JO
gerible del mundo, está estrechamente unido al deseo, al apego,
a los apetitos. Es la experiencia carnal, casi sanguí�nea, la que tiñe

A
la reacción al orden patriarcal. En términos de Ngai “es algo sen-

B
tido por dentro, en tanto dentro de los órganos del cuerpo”60 lo

A
que obliga a lidiar con emociones crudas o elementales a la hora

R
de enfrentarse a un orden. En los expresados por Wollstonecraft
en una de sus cartas más conocidas:

T
I am well, and have no apprehension that I shall find the

E
journey too fatiguing, when I follow the lead of my heart.—
D
With my face turned to H— my spirits will not sink—and
O
my mind has always hitherto enabled my body to do what-
ever I wished.61
N
R
E
T
IN
TO
N
E
M
U
C
O
D

59. Wilson, Elizabeth. Gut Feminism. Durham: Duke University Press, 2015, p. 3.
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