El Mito de Esparta Un Itinerario Por La Cultura Oc

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Libros

El mito de Esparta.
Un itinerario por la
cultura occidental

FICHA BIBLIOGRÁFICA

César Fornis Vaquero, El mito de Esparta. Un


itinerario por la cultura occidental. Madrid, Alianza
Editorial, 2019, 386 págs. ISBN: 978-84-9181-612-6.

Mª del Mar Rodríguez Alcocer

El mito de Esparta relata la leyenda que se ha creado en torno a Esparta y los esparta-
nos. Dicho de otra manera, este libro trata el desarrollo de un reflejo distorsionado que, a lo
largo de la historia occidental, ha influido en gran cantidad de políticos, teóricos, filósofos,
literatos, artistas e incluso en la cultura popular, lo que ha dado lugar a una imagen de la polis
de los lacedemonios muy inmovilista y extremadamente condicionada por lo que François
Ollier llamó el mirage espartiata.
Este trabajo de César Fornis Vaquero, catedrático de Historia Antigua de la Universidad
de Sevilla, se puede considerar una actualización y ampliación de los estudios de Ollier en tanto
que el foco de atención no es lo que realmente fue la sociedad espartana, sino lo que los no

Revista de historiografía 33, 2020, pp. 287-291 EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2020.5499 287
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espartanos de la Antigüedad y todos aquellos que les sucedieron en el tiempo creyeron que fue.
De esta manera, se aúna en un solo libro todo un conglomerado de estudios en torno a la actual
línea de investigación de César Fornis, la recepción y la imagen de Esparta desde la Antigüedad
hasta nuestros días. De hecho, el libro se organiza de forma cronológica aunque dejando para el
final ciertos temas monográficos que requieren una mirada más global que cronológica, como
son la cuestión de género, el hilotismo, o el tema de Leónidas y las Termópilas.
Aunque la temática es compleja y, sobre todo, extremadamente amplia, la obra no es
inmensa sino bastante asequible para cualquier tipo de lector. Se percibe claramente que el
formato de bolsillo y la editorial elegida para la publicación tienen como objetivo acercar una
cuestión candente en la bibliografía actual sobre Esparta a un público más extenso que el mera-
mente investigador. Esto también es evidente en la limitación de las notas a las fuentes antiguas
y de la bibliografía a los estudios más relevantes sobre el asunto. No obstante, no por tener
unos objetivos que se salen del ámbito científico pierde exactitud metodológica. El orden de la
exposición, las ideas que se presentan y la ingente cantidad de referencias documentales hacen
de esta obra un tratado exhaustivo y bien organizado que aporta una imagen integral del tema.
Aunque la organización cronológica podría presagiar el comienzo del libro en el arcaís-
mo, el primer capítulo está dedicado a la época clásica, momento de la pugna por la hegemonía
en Grecia y del inicio de la idealización de Esparta. Se ponen en contexto todos los clichés que
el resto de los griegos asociaron a los espartanos, dando relevancia al contexto sociopolítico y
cultural en el que los distintos autores los crearon y enfatizando el carácter filolaconio o an-
tilaconio de cada autor. Este capítulo es clave para comprender todo lo que va a seguir en los
siguientes porque la mayoría de las instituciones y tradiciones laconias que se mencionan aquí,
como la paideia, la educación física, el modo de vida (diaita), el concepto de libertad, la relación
con la guerra, o la constitución mixta, ayudan a comprender por qué los espartanos se erigieron
como modelo de comportamiento para otras tantas sociedades posteriores.
Aunque los fundamentos ideológicos del espejismo se encuentren en época clásica, el
autor dedica el segundo capítulo a la memoria social de la comunidad y a cómo se retrotraen
en el tiempo figuras o instituciones muy probablemente inventadas en época clásica o tar-
doarcaica con el fin de construir una imagen de inmutabilidad. Licurgo y la Gran Retra son
fundamentales en este sentido porque explican la estabilidad de la sociedad, convirtiéndose
en las piedras angulares de la llamada constitución mixta que surgirá constantemente en
las obras de los filósofos y teóricos políticos desde época clásica hasta el siglo XX. También
ocurre algo parecido con la idea del perfecto ciudadano-hoplita, disciplinado, patriota y su-
perior en el combate, cuyo origen los griegos remontaban a Tirteo cuando realmente fueron
Heródoto y Simónides de Ceos las figuras que mejor contribuyeron a su creación gracias al
carácter épico que infundieron a ciertos momentos como la batalla de las Termópilas.
El tercer capítulo, dedicado al helenismo y a Roma, tiene una organización parecida al
anterior. Primero relata los aspectos que fueron utilizados como referentes espartanos para
luego mencionar brevemente la realidad de la Esparta postclásica, una comunidad griega
como otras tantas de época helenística pero que miraba hacia atrás para intentar mantener la
gloria pasada y sacar rédito de la misma. En este momento César Fornis vuelve nuevamente a
la cuestión de la constitución espartana pero en este caso como ejemplo para una Roma que,
vista por Polibio, Cicerón o Dioniso de Halicarnaso, no sólo superó la constitución espartana

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sino que se convirtió en garante de las virtudes espartiatas. Es precisamente esta cuestión
de la práctica de la virtud uno de los aspectos que más llamó la atención de los moralistas y
filósofos helenístico-romanos. En este sentido, quizás el autor que más ha influido en la pers-
pectiva moralizante de Esparta es Plutarco, al que se dedica un buen número de páginas. En
cierto modo, la preeminencia que tiene Plutarco en la creación del mirage eclipsa a los otros
autores que también merecerían más líneas. Por ejemplo, se menciona el neoplatonismo y el
uso de Esparta como exemplum moral, tema menos conocido y que, por esta misma razón,
sería de gran interés profundizar en él, entre otras razones, porque podría dar pie al análisis
de la influencia de la moralidad laconia en época medieval unida a esta corriente filosófica.
El medievo, desgraciadamente, está representado en apenas dos páginas debido al
abandono que sufrió el clasicismo en estos siglos, según el autor, aunque probablemente
también tenga mucho que ver el escaso conocimiento que tenemos de fuentes bizantinas de
la región de Laconia, a pesar de la importancia del enclave bizantino de Mistras.
En oposición al Medievo, el autor profundiza en el Renacimiento dando una sensación
de continuidad con las ideas que se habían potenciado en época romana porque las virtudes
y la organización constitucional vuelven a ser los elementos centrales de los tratadistas que
trabajaban, bien sobre la educación de los príncipes o bien sobre la mejor forma de gobierno.
La dualidad entre pervivencia de ciertos clichés y la aparición de otros nuevos es constante en
la obra. Queda claro que la comparación de Esparta con Venecia fue innegable, especialmente
en Maquiavelo y otros tratadistas, aunque no solamente las repúblicas italianas hicieron uso de
Esparta sino también en la Francia de la que hablaba Montaigne o en la Inglaterra de los Tudor,
que utilizó la forma lacedemonia como ejemplo a seguir por el parlamento y la monarquía bri-
tánicos. En sentido contrario, también los monarcómanos y otros partidarios de frenar el poder
real hicieron uso de Esparta al ensalzar el eforado o al poner por encima del rey las leyes. Unos
u otros asumían ciertas instituciones como ejemplo a seguir, tanto para encumbrar el poder
monárquico como para todo lo contrario, pero dentro siempre de una senda moralizante de
influencia plutarquea y platónica que pervivieron posteriormente en la Ilustración.
De hecho, es posiblemente el siglo XVIII el que más profundamente está representado
en el libro y esto es porque a partir de ese momento nació una nueva forma de ver el mundo
y, con él, la propia Esparta. Temas como la moralidad y el respeto por las leyes persistieron
pero adquirieron particular importancia la patria, la libertad (con la crítica al hilotismo) y
la igualdad (Mably, Helvétius, Rousseau). De la misma manera en aquel momento surgió la
comparación Atenas-Esparta en autores como Voltaire que alababa una Atenas humanista y
esplendorosa frente a la austeridad laconia que esclavizaba a los ciudadanos.
A este capítulo 5, centrado en la política, le sigue la contrapartida cultural del capítu-
lo 6 donde César Fornis examina la influencia de Esparta en la literatura y el arte. Se echa
de menos alguna imagen que permita visualizar las ideas del autor como sí es posible hacer
con los textos. La primera parte se dedica a la literatura donde se percibe el especial prota-
gonismo de Agis IV y Cleómenes III como paradigma de reyes reformadores en las obras
de los autores británicos y franceses. Su contrapunto son las obras alemanas centradas en
las virtudes y el patriotismo con especial protagonismo de Leónidas o Menelao. En el ám-
bito artístico, sin embargo, las pinturas francesas se acercan más a los principios políticos

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y menos a los literarios que caracterizan la época dando especial relevancia a Licurgo, las
Máximas plutarqueas o al propio Leónidas.
En la misma línea que el capítulo 5, el 7 vuelve a la utilidad política de Esparta pero en
el contexto de la independencia de Estados Unidos donde la influencia del mirage fue mucho
menor que en Francia porque Roma parecía un mejor ejemplo a seguir. En la comparación
entre ambas comunidades generalmente se sublimaba el sistema romano frente al espartano.
No obstante la estabilidad institucional de Esparta se percibía como algo positivo frente a los
excesos, el imperialismo y la volubilidad de una Atenas clásica que tuvo algo más de peso en
Francia desde la Ilustración, lo que no significó, sin embargo, un abandono de Esparta como
modelo; es más, las páginas siguientes se centran en el uso que hicieron de Esparta los jaco-
binos, enfatizando las cuestiones de la virtud ancestral, la austeridad, el espíritu de sacrificio
y la igualdad extrema. Todas estas ideas fueron, a ojos de los revolucionarios, impulsadas
por un Licurgo que, al hacer a los individuos iguales, limitar el lujo y fomentar la moralidad,
había conseguido llevar a los espartiatas a la libertad.
Andando en el tiempo, el siguiente capítulo no podría estar dedicado a otra cosa que no
fuera la presencia de Esparta en el siglo XIX y las primeras décadas del XX. En él César Fornis
estudia la presencia del mirage en el Romanticismo y el nacimiento del liberalismo, aunque
también hace un breve excursus sobre los primeros estudios historiográficos y antropológicos
(Jeanmaire, Toynbee), precisamente por su relevancia incluso a día de hoy. Esparta en el siglo
XIX quedó un tanto apartada en favor de Roma y, especialmente, de Atenas (gracias a George
Grote o Victor Duruy), cuya democracia se convirtió en el mejor ejemplo de las nacientes na-
ciones liberales. Ante este resurgimiento glorioso de Atenas, Esparta quedó en cierto modo
relegada a ser el ejemplo de las oposiciones conservadoras a los regímenes liberales, salvo en
Alemania donde la obra de Karl Müller, Die Dorier, se convirtió en la base de las teorías so-
bre el estado racial dibujando una Esparta militarizada, unitaria y disciplinada. También en
Francia Maurice Barrès fue precursor del nacionalsocialismo por sus posturas eugenésicas.
Estas dos obras, aunque especialmente la de Müller, fueron básicas para el Nazismo,
al que se dedica el capítulo 10. Probablemente la influencia de Esparta en el Nazismo sea de
las mejor conocidas gracias al interés morboso que ha generado este régimen atroz y, sobre
todo, debido a la puesta en práctica (o la pretensión de hacerlo) de las teorías que se plantea-
ban como la lectura de Tirteo en el campo de batalla, el programa eugenésico (Lebensborn) y
educativo o incluso la propuesta que nunca se llevó a cabo de hilotizar a los rusos, todas ellas
mencionadas en la obra. Lo más interesante, sin embargo, es que plantea el acercamiento o el
rechazo de los grandes investigadores del momento como Wilamowitz-Möllendorf o Wegner
Jaeger, y de otros posteriores, viendo cómo la fuerza de la propaganda nazi influyó (y sigue
influyendo) en una nueva visión de Esparta muy condicionada por perspectivas totalitarias.
La presencia desde el capítulo anterior de algunos nombres de la historiografía más conocida
sobre Esparta es realmente útil, especialmente para alumnos universitarios, porque ayuda a
comprender mejor el contexto y la lógica de los textos de estos investigadores.
A partir de este momento se suceden cuatro capítulos temáticos. El primero de ellos
está dedicado a la cuestión de género, empezando por el uso de Simone de Beauvoir de las
mujeres espartanas como modelo de mujer liberadas de las ataduras familiares para seguir
con Judith Sargent Murray, una de sus precedentes un siglo y medio antes. El resto del

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capítulo se dedica a la doble perspectiva de las espartanas en época clásica y helenística,


por una parte en su faceta de mujeres virtuosas que ponen por encima de su interés el de la
patria y, por otra parte, en la crítica que hicieron las fuentes antilaconias que hablaban de
las espartanas como mujeres licenciosas o demasiado poderosas. Se echa en falta algo en
la mitad que complete la imagen de las espartanas al menos en el pensamiento feminista
como, por poner un ejemplo, la reivindicación que hace Mary Wollstonecraft del deporte
femenino que se parece mucho a las explicaciones plutarqueas sobre por qué Licurgo hizo
que las mujeres se ejercitaran.
No ocurre lo mismo con la cuestión del hilotismo que, aunque breve, muestra una
imagen distinta de las críticas al hilotismo que ya se habían presentado anteriormente. Aquí
percibimos la visión de los oprimidos, comenzando por la perspectiva escocesa e irlandesa
que se veían como hilotas mesenios frente a los espartiatas británicos y pasando también por
el movimiento obrero que se comparó con el hilotismo.
El penúltimo capítulo monográfico es mucho más amplio que el anterior y está plagado
de referencias porque es cierto que, al menos tras la llegada de 300 al cine, Esparta ha renacido
de forma muy vigorosa en todo tipo de formatos populares como los videojuegos o nuevos
cómics. La cultura popular del siglo XX y lo que llevamos del XIX ha generado gran cantidad
de material, no sólo por 300, sino por la existencia de otras tantas películas, cómics y libros an-
teriores que se inspiraron en Esparta, sobre todo en la batalla de las Termópilas. El capítulo enu-
mera y examina desde cine, series, cuentos o libros hasta la Spartan Race o el Spartathlon, una
ultramaraton que recorre los 246 km que separan Atenas de Esparta. El número de referencias
en este capítulo es abrumador, especialmente si lo comparamos de los precedentes. La cantidad
de citas darían para abrir nuevas vías de investigación por cada formato que se expone.
Finalmente, el último capítulo se centra en Leónidas y las Termópilas, aunque parece
más bien un homenaje a Heródoto y a Simónides porque está plagado de poemas y textos
que encumbran lo ocurrido en las Termópilas y que, si no fuera por la forma en la que lo re-
latan estos dos autores clásicos, no se habría convertido en un topos literario y ejemplo para
cualquier nacionalismo moderno. Aparte del valor que el hecho en sí ha tenido para culturas
posteriores, seguramente que lo más significativo de este capítulo es la presencia del estado
griego moderno en él. Se echa en falta en ocasiones que apenas ninguna sección se refiera a
la influencia que pueda haber tenido Esparta a lo largo de la turbulenta historia griega.
El final es un epílogo que concluye con la negación del mito por parte de los investiga-
dores. Como si fuera una metáfora del angosto nicho académico, apenas 5 páginas recogen
las intenciones de los historiadores modernos de intentar borrar el reflejo frente a un mito
inmenso, fortalecido cada día más por los medios de masas y que se ha convertido en un
elemento más de análisis histórico.
En definitiva, El mito de Esparta promete ser un trabajo útil para sectores muy distintos
que se pueden beneficiar de él, tanto investigadores, como alumnos u otros lectores interesados
en Esparta que hasta el momento habían devorado en formato divulgativo, novelesco o cinema-
tográfico clichés sobre la sociedad lacedemonia sin plantearse su veracidad o el origen de estos.

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