Cuento Una Travesía Inesperada
Cuento Una Travesía Inesperada
Cuento Una Travesía Inesperada
La lluvia caía descontroladamente y sus aguas, como grandes ríos, corrían desapareciendo las empedradas
calles del pueblo. En los meses que Enrique estuvo en la capital nunca había visto llover de esta manera es por
eso que, levantaba el rostro de rato en rato para que la lluvia pudiera borrar aquellas lágrimas de dolor que
derramaba al recordar a María. Apurando los pasos caminaba por aquellas calles recordando a aquella amiga
de trenzas largas a quien había dejado en la capital y quien le había dicho – Vuelve a nuestro pueblo, ¿para qué
quieres estar aquí en esta jungla de cemento, no te das cuenta que aquí todos son malos?.
Los padres de María habían sido uno de los muchos pobladores en salir para la capital. Llevando sus últimas
cosechas se subieron al camión de don Rigoberto y emprendieron el viaje, había sido un año muy difícil pues no
había llovido lo suficiente y producto de ello sus cosechas se habían perdido y lo poco que recuperaron se lo
llevaban ahora para poderlo canjear por otros productos en Lima , allí , encontrarían la felicidad que tanto
anhelaban pues ya no tendrían que rogar a sus vecinos para que les permitieran sacar un poco de agua de los
puquiales que se encontraban en sus tierras ni que el precio de la papa suba para poder recuperar lo invertido,
ahora podrían trabajar y reunir dinero para que su pequeña María pudiera ir a una buena escuela y así quien
sabe más adelante pueda ser una gran doctora o quizás una congresista , quien sabe, más adelante.
Enrique no pudo despedirse de María pues estaba en la chacra ayudando a su padre preparar la tierra para un
nuevo año de siembra, pero mientras trabajaba recordaba esos ojos grandes y negros que con tan solo verlos
podía hipnotizarlo, recordaba sus trenzas largas y ondeadas que bailaban cuando ella corría a su encuentro.
Ahora, ¿qué haría él sin ella? estaba acostumbrado a su presencia, a su calor, a su mirada. Recordó que le había
prometido volver al pueblo terminada las clases de medio año, pero el tiempo había pasado y de ella nada había
sabido.
Había pasado varios meses de la partida de María, entonces un día, sentado en las faldas del gran Apu, observó
a lo lejos y dijo: - ¡Llegó el momento! – sus ojos brillaron y de un salto se puso en pie para ir corriendo
despavorido a casa . don Rigoberto volvía al pueblo para poder llevar las cosechas de aquellos quienes querían
vender sus productos en la capital, sin más que pensar decidió escabullirse entre los sacos de papa y otros
productos que llevaba el comerciante. Solo su gran amigo, Juancho, sabía de su partida y de cómo llegaría hasta
María. Mientras permanecía escondido escuchaba los lamentos de sus compueblanos porque parecía que
también este año la lluvia sería escasa y lamentablemente muchos de ellos tendrían que migrar a otras ciudades
para poder trabajar y encontrar un poco de dinero para cubrir sus necesidades.
Mientras el camión estaba en ruta pudo observar un gran río imponente que surcaba la zona, desde lejos se
podía ver como si fuera una serpiente con su caminar lento pero alerta, listo para atrapar a aquellos que caigan
entre sus fauces, recordó y se dijo para sí: - cuando llegue a la capital me daré un baño en aquel río grande del
que todos hablan y que está cerca al lugar donde la mayoría de sus compueblanos habían llegado. Ese era su
destino aquel cerro de arena vestido de casas de madera y de diversos colores, allí estaría su María, su amiga,
la niña que le llevaba de las manos para poder ir a la escuela cuando él no quería y quien antes que la maestra
de la escuela le había enseñado las cinco vocales, esa era María , amable, cariñosa y empeñosa.
Nuevamente volvió a asomarse por uno de los agujeros que tenía el camión, ya sus padres se habrían enterado
que no estaba en casa y de seguro estarían camino a la provincia para poder llamar por teléfono a uno de sus
familiares que se encuentra en la capital e informarle lo sucedido. no importaba, cuando llegaría a la ciudad el
llamaría al pueblo vecino para informarles que había llegado sin novedad y que pronto volvería. Pensaba en
como sus parientes y vecinos lo esperarían, como en el pueblo; con un gran almuerzo y muy felices, listos para
escuchar la historia de su viaje a la capital.
Habían pasado muchas horas de viaje y el cuerpo de Enrique estaba molido, nunca había salido de casa tantas
horas, ni mucho menos había viajado en un camión de papas, las pocas veces que acompaño a su padre a la
capital de la provincia lo hizo caminando por horas o montado del caballo Silver que era de su papá. Pero ya no
importaba el dolor del cuerpo, muy pronto llegaría a su destino. Después de un par de horas sacó la cabeza por
la tolva que cubría el camión y pudo observar la gran ciudad su cielo no era como en su pueblo, azul, ni el
despertar de la mañana había tenido ese toque de tranquilidad, aquí las cosas eran distintas, había mucha bulla
como si las casas hablarán muy fuerte y las personas caminaban todas para distintos lugares como confundidas,
como perdidas. Los carros y el sonar de sus bocinas hacían de la ciudad un lugar terrorífico, y dijo para sí: - Ya
entiendo por qué la profesora dijo que la ciudad estresa.
Mientras pensaba en lo que su profesora había dicho de la gran ciudad , se dio cuenta que el camión ya no
avanzaba entonces se asomó otra vez para ver y se dio con la sorpresa que estaba en un gran mercado con
muchas personas caminando de un lugar a otro, carretillas que como grandes carros llevaban sacos y sacos de
diversos alimentos, la puerta trasera del camión se abrió pero nadie se acercó, entonces se dio cuenta que ya
era hora de saltar del camión antes que don Rigoberto , quien muy complacido hablaba con una mujer que a
simple vista no era su esposa, se diera cuenta y le cobrase por haberlo traído. Sin más que pensar dio un salto
y camino hasta la entrada del mercado. ¡ya faltaba poco para ver a su María!
Caminó varías cuadras perdido, no sabía para donde ir, Juancho le había dicho que saliendo del mercado tenía
que caminar algunas cuadras para poder tomar un carro que lo llevaría a un lugar cercano al gran cerro y que
después tendría que subir y subir para poder llegar al lugar donde la gran mayoría de sus compueblanos vivían.
A pesar de lo caminado, Enrique no se desanimó y decidió preguntar, más bien Juancho le había dicho el nombre
del lugar, eran los cerros de San Juan de Miraflores específicamente “Nueva Vista” Allí tendría que llegar, tenía
algunas monedas de sus ahorros a sí que no habría problema para llegar a su destino. Escucho en eso gritar
desde un bus el nombre del lugar donde él quería ir, ¡San Juan de Miraflores!, ¡San Juan de Miraflores!, sin
pensarlo más subió de un brinco al bus. - Ya estoy cerca - pensaba.
El muchacho del bus le había preguntado donde bajaría y él no supo que contestar, lamentablemente no conocía
el lugar, entonces le dijo: - yo te aviso - En todo el viaje sus oídos estaban muy alertas a las palabras del cobrador
del bus y de las personas que estaban a su alrededor, capaz ellos conocían el lugar donde él se dirigía o talvez
con un poco más de suerte conocían a la familia de María. Mientras viajaba en el bus escuchó a una señora decir
que bajaría en San juan de Miraflores al ingreso del paradero de las motos, entonces sin más que pensar decidió
bajar en el mismo lugar que indicó la señora. Una vez en el paradero espero que el bus siguiera su curso para
poder cruzar y mientras se encontraba parado allí, pudo observar el lugar que como un cuadro en una pared
estaba quieta pintada en los cerros del lugar. ¿Dónde estaría ella? ¿Cómo la encontraría en ese gran cuadro
que se alzaba frente a sus ojos? tomo un poco de aire y decidió preguntar:
- Tía, buenos días, ¿cómo llego a Nueva vista? – preguntó a una señora que vendía desayunos en un carrito
junto a las motos que se encontraban en el lugar, la señora ocupada no le prestó atención y continuó
atendiendo a sus clientes.
- Amigo, ¿Cómo llego a Nueva Vista? – volvió a preguntar, pero esta vez a una de los choferes de la moto
que como él se notaba que no era de la ciudad.
Este, observándolo de pies a cabeza le dijo: - ¿Tienes plata para pagarme? –– claro que tengo. respondió
rápidamente.
Entonces el jovenzuelo muy apurado le indicó que subiera a la moto y le dijo: - agradece a Dios porque te
encontraste conmigo porque si no … Al escucharle hablar un miedo profundo estremeció el cuerpo de Enrique.
El mototaxista le explicó que no lo llevaría hasta el lugar que él indicó pues no había un camino por donde ingrese
las motos, pero lo acercaría lo más que pueda para que luego el pudiera subir caminando. Enrique muy contento
sonrió al muchacho y murmuró para sí: - debe ser de mi pueblo - Mientras la moto subía pensaba si entre todas
esas casas de madera que parecen sacadas de una pintura encontraría a su adorada María y pensó preguntarle
al muchacho si la conocía pero se desanimó y siguió soñando en que pronto la encontraría.
Llegado al lugar indicado el jovenzuelo le indicó por donde debiera caminar y como llegar al lugar que el buscaba.
Se despidió del mototaxista con un ademán y siguió su camino. Ahora, solo dependía de él y de la suerte que
tendría, no por gusto había ido con Juancho llevando algunas flores, velas y hojas de coca a la laguna del pueblo
para pedirle un buen viaje, de la misma forma que muchas veces había ido con su padre llevándole ofrendas
por el bienestar de sus cosechas y animales. Nunca le había fallado y esta vez no sería la excepción.
Llegado a la cumbre del cerro observó la gran ciudad que a lo lejos se levantaba como una gran masa de
cemento, ¿Dónde estaba aquel río del que le hablaron? Pensaba bañarse al llegar pero no lo veía ¿Acaso sus
compueblanos le habían mentido? ¿Cómo podían vivir las personas en ese lugar cubierta de neblina? Se
preguntaba. ¿Dónde están esos campos verdes donde cansado de una gran travesía podías descansar? ahora
solo veía piedras y arena por todos lados, casas pequeñas donde solo podían caber un par de personas. No
importa, ya estaba allí y lo único que quería era volver a ver a su María, a su gran amiga.
Mientras pensaba observó en una esquina de una fila de casas a tres muchachas quienes reían coqueteando
con un par de jóvenes que bien cambiados las abrazaban y jugaban de manos con ellas. Enrique las observó,
parecía conocer a una de ellas, pero no pudo recordar quien eran. Siguió su camino observándolas de rato en
rato ,pero un dolor extraño en el estómago le hizo olvidar lo que observaba, no había probado bocado desde
hace mucho pues lo que había traído de casa ya se le había acabado, entonces se preguntó qué hora sería, no
podía detectarlo pues en su pueblo podía darse cuenta la hora solo observando la posición del sol, pero aquí en
la ciudad , la neblina cubría al gran Sol y no podía descubrir la hora.
Cansado se detuvo y decidió sentarse en una gran piedra para descansar mientras varios pensamiento invadían
su cabeza, el gran Apu del pueblo no podía fallarle, él tenía que llegar a ver a María. Mientras esos pensamiento
invadían la mente de Enrique una mujer con voz muy fuerte gritó muy molesta:
- ¡Mariachi, dónde estas! , ¡Mariacha! - la mujer gritaba y un gran eco recorría todos los rincones del gran cerro
entonces pudo ver que de ese grupo de chicas que muy alegres conversaban con esos muchacho una de
cabellos desordenados corría despavorida como si el diablo la persiguiera ; la mujer le dio alcance y agarrándola
de la chompa la jaló a su choza o casa como ellos le decían.
De un salto Enrique se puso de pie esa señora era doña Saturna, todos en el pueblo la conocían pues en las
reuniones de la comunidad ella hacia callar a aquellos que no prestaban atención, no necesitaba de un magáfono,
su voz era potente y tosca, era la mamá de María. Con el corazón palpitando a mil por hora corrió a su alcance,
- tia Satu! , tía Satu! – gritaba , la señora molesta por la actitud de su hija no hizo caso a los gritos de Enrique y
siguió su camino. Casi llegando a su casa Enrique la alcanzó pudo ver que la muchacha no lloraba solo intentaba
safarse de las manos de su madre quien todo el camino la gritaba haciéndole recordar para que habían venido
a la gran ciudad. – Tia Satu – volvió a decir; la señora dio la vuelta y vió a Enrique parado frente a ella , por un
momento olvidó la cólera que su hija la había hecho pasar, soltó a su hija y de un gran salto abrazo a Enrique, -
¡Cómo llegaste aquí pues muchacho! - le dijo – y tu mamá viniste con ella? – preguntó. – No tía, respondió
Enrique avergonzado por lo que había hecho - escaparse de casa -.
La mamá de María le invitó a pasar a su casa y comer un poco de sopa que había quedado del almuerzo. ¡Qué
hora es! Se preguntaba, ¿acaso había caminado mucho para que llegará después del almuerzo? Con razón tenía
mucha hambre y sus piernas ya no le respondían. Olvidó todo lo que le había sucedido y buscó con la mirada a
María, pero ella no se encontraba cerca. Él había pensado que cuando llegara sus paisanos harían una gran
fiesta y que María correría a su encuentro y lo abrazaría, pero nada de eso había sucedido, más todo lo contrario
María había cambiado ni hablarle quería. Doña Saturna le invadía con preguntas de su viaje a las cuales Enrique
muy orgulloso le respondía. – Ah, seguro nuestro Apu te ha cuidado - decía la señora, a lo que él muy ufano
respondía asertivamente con la cabeza.
María apareció en la habitación cogió una taza y se sirvió un poco de agua, mientras que su mamá muy molesta
ni la quería ver.
- Hola María – le dijo muy alegre, - ¿Qué te ha pasado? - le preguntó
A lo que ella respondió – ¿Qué haces aquí, vuelve a nuestro pueblo, para que quieres estar aquí en esta jungla
de cemento no te das cuenta que aquí todos son malos? - Cogió su taza y se retiró del lugar. En ese momento
Enrique se dió cuenta lo que había pasado; el gran Apu de la ciudad la había devorado y ella aunque había
luchado no había podido ganarle. No era la misma niña inocente, alegre y amable que era en el pueblo, ni tenía
esa luz en sus ojos que parecían alumbrar los días nublados por la lluvia en el tiempo de invierno, el gran Apu la
había cambiado la había trasformado a su carácter. Muchos de los que regresaron al pueblo después de viajar
a la ciudad le contaron que habían podido escapar de sus fauces, pero ya no eran los mismos el veneno ya
estaba en ellos, María había cambiado también.
En los días siguientes intentó conversar con ella pero siempre le rechazaba o buscaba el pretexto adecuado para
poder salir a la calle e irse con sus amigas hasta que su mamá la trajera de las mechas. Entonces decidió regresar
antes de que el también fuera devorado por el gran Apu de la ciudad que no era nada parecido al de su pueblo.
Estuvo un par de meses ayudando al padre de María en el mercado a cargar los sacos de papa y así juntar un
poco de dinero para poder volver a su pueblo. En todo el tiempo que estuvo solo podía ver como María había
cambiado y como sus padres se lamentaban de haberla traído a la gran ciudad, ya no se podía hacer nada.
Cumplido el tiempo se despidió de los padres de María les dejo un poco de dinero que había conseguido
ayudando a las señoras en el mercado a cargar baldes de agua, ellos no habían sido devorados por el gran Apu,
aún seguían siendo los mismos del pueblo, talvez María algún día tomaría fuerzas para poder escapar de las
garras del gran Señor, porque él sabía que aún recordaba los momentos alegres que pasaron en su querido
pueblo.
Ahora estaba allí, caminando por las calles de su pueblo recordando a María en la gran ciudad y mojándose con
la lluvia que había extrañado.
Seudónimo: El Sol
Grado 2°