Kurt Cobain About A Boy

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Vidasilustradas

CARLOS GARCÍA MIRANDA • ILUSTRACIONES: ALEX DE MARCOS MUNDOPIRUUU


ABOUT A BOY
© Textos: Carlos García Miranda, 2019
© Ilustraciones: Alex de Marcos, 2019

© Editorial Planeta, S. A., 2019


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Primera edición: octubre 2019


ISBN: 978-84-17858-33-9
Depósito legal: B. 16168-2019
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Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está
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LAST DAYS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

ABOUT A BOY . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
LA PLAYLIST DE KURT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
BLEACH . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
GRUNGE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
NEVERMIND . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
COURTNEY LOVE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
INCESTICIDE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
GUITARRAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
IN UTERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
FRANCES BEAN COBAIN. . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
MTV UNPLUGGED IN NEW YORK . . . . . . . . . . . 134
EL ÚLTIMO CONCIERTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
Kurt Cobain canceló la gira de In Utero veintisiete días antes de su muerte.
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adolescente, pero para Cobain no fue bastante. O tal vez el problema
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KLLZ[HYJHUZHKVKL5PY]HUH`KL[LULY\UU\L]VWYV`LJ[VJVU4PJOHLS
Stipe, el líder de R.E.M.,ULSWSH[VKLKPZJVZKLSLX\PWVKLT‚ZPJHX\L
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LP Automatic for the People.

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el líder de The Smashing Pumpkins. Los celos le llevaron a intentar
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En sus últimos días de vida, le sobrevolaría en todo momento la idea del
divorcio, aunque en su carta de despedida le escribió a su mujer que la
quería y que siguiera adelante, por su hija. Tenía miedo de que Frances
se convirtiera en una roquera siniestra, miserable y autodestructiva. Justo
como le había ocurrido a él.

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así mucho antes de llevar sobre sus hombros la carga de ser el símbolo
de toda aquella generación desencantada de los 90. Su familia apenas
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canciones de The Monkees. Desapareció cuando sus padres se divor-
ciaron y llegaron las nuevas parejas, el alcohol, las broncas y las noches
durmiendo en colchones prestados. Sin embargo, hubo algo de su infancia
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nario, aquel a quien Kurt escribió su carta de suicidio.

Puede que fuera solamente producto de un delirio causado por las dro-
gas, cuyo consumo hacía ya demasiado tiempo que había dejado de
controlar. En la adolescencia las convirtió en un refugio donde cobijarse
de sus problemas. A los veintisiete años la droga corría por sus venas
como si la necesitara para que su corazón latiera. Estaba convencido de
que la heroína era el único remedio para combatir los terribles dolores de
estómago que sufría y de los que ningún médico pudo darle una explica-
ción; al menos, no una que le resultara convincente. Las drogas fueron
las únicas compañeras de Kurt Cobain mientras se hundía en el fondo de
una piscina como la de la portada de Nevermind.

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de rehabilitación de Los Ángeles. No lo consiguió; acabó saltando la tapia
del centro para escapar. Tomó un vuelo hasta Seattle en el que coincidió
JVU+\Ɉ4J2HNHUIHQPZ[HKLGuns N’Roses. Kurt le dijo que estaba «vol-
viendo a casa», aunque nadie sabe con certeza adónde fue. Los últimos
días de Kurt Cobain, aquellos que inspiraron al cineasta Gus Van Sant la
película 3HZ[+H`Z, están repletos de incógnitas.

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El 1 de abril llamó a Courtney, le dio la enhorabuena porque había com-
puesto un gran álbum (Hole publicó apenas una semana después de
la muerte de Cobain su segundo disco, Live Through This) y le dijo que
recordara que la amaba. Fue su última conversación. Ella trató de encon-
trarle, pero sufrió una sobredosis antes de conseguirlo.

Entre los días 2 y 4 de abril lo vieron vagando por las calles de Seattle
con una gorra de cazador. Hay testigos que dicen que estuvo comprando
munición.

El 5 de abril de 1994, Kurt Cobain se encerró en el invernadero de su casa.


Puso la MTV en la televisión, sin sonido. Dejó en el suelo su billetera y
una caja con el material que utilizaba para drogarse. Escribió una nota en
una hoja de papel con un bolígrafo rojo y la clavó, atravesándola por su
centro, en una maceta. Se apuntó a la barbilla, apretó el gatillo y se unió
al macabro club de los 27.

A la estrella con la que todos querían estar no la hallaron sin vida hasta
el 8 de abril. Los fans lloraron su muerte por todo Seattle en vigilias con
centenares de velas. Después de participar en una de ellas, un chico se
suicidó. Una adolescente de Turquía se encerró en su habitación, puso
Nirvana y se disparó en la cabeza. Dos chicas francesas se mataron de-
clarando en una carta su amor por Kurt Cobain.

La muerte de Cobain resultó ser tan dolorosa y contagiosa como la letra


de una de sus canciones, aunque el legado de Nirvana está hoy más vivo
que nunca. Las camisetas del grupo y los saltos en los bares al ritmo del
estribillo de «Lithium» unen a generaciones. ¿Sería así si Kurt Cobain no
hubiera vivido aquellos últimos días? Entre las líneas de sus diarios puede
leerse que él siempre creyó que su muerte era necesaria para que naciera
el mito. La realidad es que lo único de verdad necesario fue todo lo que
ocurrió antes: la vida de Kurt Cobain.

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Eso fue lo que escribió Kurt Cobain en la pared de su habitación cuando
sus padres se divorciaron. Antes de que su pequeño mundo se desmo-
ronara, su infancia tuvo momentos tan divertidos como el estribillo de
«I’m a Believer», la canción de The Monkees, y tan tiernos como las
notas del «Hey Jude» de The Beatles. Esas eran sus canciones favoritas,
las que cantaba mientras crecía en Aberdeen, un pueblo de Washington
en el que había más iglesias que tabernas. Allí todos los vecinos se sa-
ludaban por la calle, unidos por un sentimiento de comunidad de esos
que solo se dan en los lugares pequeños. También les unía un fuerte
rechazo a los inmigrantes. Las páginas del calendario constataban que
corría el año 1967, pero, en Aberdeen, el tiempo parecía haberse dete-
nido mucho antes.

Cuando tuvo edad para decir algo más que mamá, papá, pelota, coco,
tostada, amor, gatito y hot dogZ\ZWYPTLYHZWHSHIYHZ2\Y[KLÄUP}HX\L
lla ciudad que quedaba a más de cien kilómetros de Seattle como «un
lugar de perdedores y un criadero de paletos». Se pasó toda la adolescen-
cia intentando alejarse de allí (no solo físicamente), pero no lo consiguió
hasta muchos millones de discos vendidos después.

Sin embargo, lo cierto es que nunca logró desarraigarse por completo. Era
imposible olvidar todo lo que vivió en aquel pueblo en el que ahora hay
un cartel de entrada que dice «Welcome to Aberdeen. Come as you are»,
pero que no supo cuidar de su única estrella cuando esta más lo necesitó.

Donald Leland Cobain, así se llamaba su padre. Tenía veintiún años cuan-
do Kurt nació y trabajaba como mecánico en una gasolinera de la zona.
Kurt heredó de su padre aquella espalda siempre encorvada, como si el
peso del mundo estuviera a punto de tumbarle, y que, en Don, además,

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]LUxHHZLY\UYLÅLQVKLZ\JHYmJ[LYW\LZ]P]xHJVU\UHWLYWL[\HZLUZH-
ción de vergüenza por no ser un hombre importante.

Wendy Elizabeth Fradenburg, la madre de Kurt, tenía diecinueve años


cuando nació su primer hijo. A pesar de ser un ama de casa con pocas
posibilidades de trascender ese rol, lucía ropa elegante que la colocaba
en una posición que consideraba mucho más acorde con su belleza. Al
igual que su marido, Wendy también soñaba con llegar a ser alguien a la
altura de sus expectativas.

Don y Wendy fueron padres sin que nadie lo esperara, aunque ese niño
no deseado se convirtió en el centro del universo de una gran familia. Kurt
tenía dos tíos por parte de padre, y seis tíos y tías por parte de madre.
Algunos de ellos contribuirían a fraguar al genio que acabó siendo.

Su abuelo, Leland Cobain, le enseñó carpintería y a trabajar la madera.


Gracias a él, Kurt siempre pudo reparar sus propias guitarras. Iris Co-
bain, su abuela paterna, era artista y le trasmitió la pasión por el dibujo.
Desde pequeño, Kurt llenó libretas con dibujos que el paso del tiempo
ha convertido en obras de arte. El tío Chuck tocaba en un grupo, The
Beachcombers. A Kurt le encantaba acompañar su música aporreando
el tambor de hojalata que le habían regalado sus padres.

De entre todos los familiares junto a los que creció, hubo alguien que le
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llegado a ser el músico más importante del sonido grunge. Se sentaban
juntos al piano y cantaban canciones de Arlo Guthrie, de sus adorados
The Monkees y otras de las que Kurt se inventaba la letra. Tía Mari fue
la que le regaló sus primeros discos de The Beatles, consiguiendo que
la cultura musical del pequeño Kurt fuera más allá de las canciones de
Olivia Newton John que escuchaban sus padres.

A Kurt le encantaba colgarse la guitarra de su tía y rasgarla como si fuera


un músico de verdad. Pesaba tanto que se le doblaban las rodillas, así que

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Mari tuvo que regalarle una guitarra propia. Eligió una tipo ZSPKL hawaiana
de color azul, la primera guitarra de Kurt Cobain. De no haber sido por su
tía Mari, Kurt nunca habría llegado a amar la música como lo hizo. Fue ella
la que le enseñó a verla como un refugio y también quien, años después,
le dejó su casa para que grabara en un miniestudio de cuatro pistas las
canciones de uno de sus primeros grupos, Fecal Matter. La relación entre
ellos era realmente especial. Kurt siempre dijo que su tía Mari fue capaz de
ver cosas en él que sus padres ni siquiera imaginaban que guardaba dentro.

También Don, el padre de Kurt, trató de trasmitirle lo que a él le apasionaba:


el deporte. Quería que su hijo jugara al béisbol casi desde que empezó a
andar, así que le regaló pelotas y bates, pero Kurt prefería utilizarlos para
aporrear el tambor. Kurt no era nada de lo que Don esperaba que fuera y,
además, se le hacía difícil controlarlo. Creía que su carácter despierto era
excesivo y le molestaba que se le escuchara demasiado. También que hiciera
rabiar a su hermana pequeña, Kim, y que pintara las paredes de la casa. Para
domarlo, Don le soltaba pequeños golpes en la cabeza y en el pecho, como
latigazos con los dedos. En los peores momentos, le daba fuertes palizas.

La familia de Kurt se sintió aliviada cuando le diagnosticaron trastorno por


KtÄJP[KLH[LUJP}ULOPWLYHJ[P]PKHK`LTWLaHYVUHTLKPJHYSL3VOPJPLYVU
con Ritalin, a pesar de que algunos estudios habían subrayado que su
consumo podía llegar a fomentar comportamientos adictivos (Courtney
Love también había tomado este mismo medicamento cuando era niña,
una casualidad que les hizo creer que estaban unidos por ese destino).
Es posible que fuera esta situación la que despertara en Kurt la sensa-
ción de rechazo y de falta de pertenencia que le llevó a creer que era un
extraterrestre. Decía que había sido adoptado por su madre después de
que su nave espacial se perdiera.

Y quizá fue esa misma sensación la que le indujo a crearse un amigo


imaginario llamado Boddah. El niño hablaba tanto con él que sus padres

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su amigo invisible había sido reclutado para ir a la guerra de Vietnam, aun-
que Kurt nunca llegó a creer del todo su desaparición. Tiempo después,
su tía Mari le descubrió hablando de nuevo con Boddah.

Aquellos primeros años, Kurt fue, a pesar de todo ello, un niño con una
perpetua sonrisa en la cara que contaba lo feliz que era. Hasta que el
divorcio de sus padres lo cambió todo.

Es probable que los padres de Kurt se casaran demasiado jóvenes y


que no fueran conscientes de lo que ello implicaba. También puede ser
que, en realidad, nunca estuvieran enamorados. Si alguna vez existió un
sentimiento semejante entre ellos, este desapareció cuando sus dos hijos
pequeños pasaron forzosamente a ocupar el centro de sus vidas. Las
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decidió que no quería seguir despertándose cada mañana junto a Donald.

Kurt había cumplido los nueve años cuando sus padres se separaron, si
bien tardó muchos más en dejar de sentirse avergonzado por no vivir en
una familia como la de los otros niños del colegio. Su carácter cambió, se
volvió solitario e introvertido. En realidad, solo trataba de esconder la parte
de culpa que sentía. Desde sus ojos de niño veía cómo todo aquello en lo
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sin que él pudiera hacer nada para evitarlo.

Kurt se llevó el malestar al cuerpo. Con diez años tuvieron que ingresarle
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de aquel dolor de estómago que arrastró toda su vida. Además, también
asomó en sus ojos un tic nervioso de parpadeo incesante. Real o no, aquel
dolor físico fue una manera de decir que sus padres, esos que habían sido
sus dioses durante sus primeros años de vida, eran ahora dos personas
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Tras el divorcio, Kurt vivió con su padre en una caravana. Visitaba a su
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cuando Wendy encontró una nueva pareja. Junto a aquel hombre, su
madre empezó a beber en exceso. Una noche, le rompió un brazo, pero
Wendy no quiso denunciarlo por mucho que Kurt se lo pidió y, de esta
forma, solo consiguió alejar a su hijo aún más de su lado.

Su padre le prometió que nunca volvería a tener otra pareja, pero,


poco tiempo después, conoció a una mujer llamada Jenny con la que
no tardó en contraer matrimonio. Por mucho que lo intentó, ella nunca
consiguió ganarse el afecto de Kurt. Tenía dos hijos y la pareja trajo al
mundo uno más, así que pronto llegaron los problemas de convivencia
con Kurt. Al igual que ya había hecho su madre, Don tomó partido por
su pareja y apartó a su hijo, mandándolo a vivir con unos familiares.
Kurt se había convertido en un chico problemático al que todos re-
chazaban.

Pasó por más de diez casas de familiares y amigos, sin llegar nunca a
considerarlas un hogar: de la que no le echaban, acababa escapándo-
se. Al recordar su adolescencia, Kurt aseguraba haber llegado incluso a
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«Something in the Way».

Los problemas también se los llevó al colegio, donde los matones le aco-
saban por ser amigo de un chico gay. Corrieron rumores que cuestionaban
su sexualidad. En las notas de su disco 0UJLZ[PJPKL, Cobain escribió:

«Llegados a este punto, tengo una petición que hacerle a nuestros fans.
Si alguno de vosotros odia, de una forma u otra, a los homosexuales, a
las personas de color o a las mujeres, os lo rogamos, hacednos un favor:
¡dejadnos en paz, joder! No vengáis a nuestros conciertos ni compréis
nuestros discos.»

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