La Tentación y El Pecado

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Texto 5.

La tentación y el Pecado (/i-conocimiento-del-


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La tentación es la incitación, la invitación al pecado; esta puede provenir de nuestros tres enemigos

espirituales: el mundo, el demonio y la carne. “Cada uno es tentado por sus propias

concupiscencias, que le atraen y seducen” (Sant 1,14). Hay que aclarar que no es pecado sentir la

tentación sino únicamente consentirla, o sea, aceptarla y complacerse voluntariamente en ella.

«Para muchas personas que han iniciado un proceso de conversión y de caminar espiritual, las

continuas tentaciones se convierten en una fuente de tormentos y sufrimiento.  Para ellas fue

escrito lo que anunció la Sagrada Escritura: “si te dedicas a la vida espiritual, prepárate para la

tentación” (Eclo 2,1). Si Jesús, el santo de los santos, padeció las tres tentaciones en el desierto

¿cuánto más las tendremos que padecer nosotros que somos la debilidad misma? Además, al

enemigo de la salvación le interesa atacar más a quienes van por un camino de conversión y

santi cación que a aquellos que yacen bajo la esclavitud del pecado.

«De San Antonio Abad se narra que en una visión contempló que para todo un barrio solamente

había un demonio tratando de hacer pecar a la gente, mientras que para una persona espiritual

estaban siete demonios atacándola. Y preguntado el por qué, le respondieron: “Es que entre

mundanos se invitan a pecar los unos a los otros, en cambio para las personas espirituales sí se

necesitan espíritus infernales para hacerlas pecar”.


«Un santo a rmaba que  el gran peligro para una persona sería el no tener tentaciones, pues le

devoraría el orgullo y despreciaría a los débiles; y una santa añadía “a nadie temo tanto como a

quien no siente tentaciones”, porque se puede enfriar mucho en su vida espiritual.»[1]

¿Para qué permite Dios que seamos tentados?[2]

Para que con emos más en Dios y de esta manera imploremos su misericordia.

Para que descon emos de nosotros mismos, de nuestra debilidad y tendencia hacia el mal; para

que reconozcamos nuestra falta de fuerza en la lucha contra el pecado. Este reconocimiento nos

lleva,  a su vez, a la humildad. San Agustín al recordar su vida pasada tan manchada e indigna

repetía: “no hay falta que un ser humano haya cometido que yo no pueda cometer”.

Para que seamos más comprensivos y misericordiosos con los que son débiles. San Bernardo decía

que a muchas personas les conviene ser débiles y de poca resistencia, para que así sepan

comprender a los pobres pecadores que más caen por debilidad que por maldad.

“Lo que no destruye, fortalece”. Así, las tentaciones que no logran acabar con nosotros, que

combatimos y superamos, nos hacen cada vez más fuertes en este combate espiritual.

Cómo vencer las tentaciones[3]

Antes de la tentación el alma debe vigilar y orar para no dejarse sorprender por el enemigo. Debe

huir de las ocasiones de pecado y evitar la ociosidad, que es la madre de todos los vicios. Ante todo,

debe depositar su con anza en Dios y en la Virgen María.

Durante la tentación ha de resistirla con energía apenas se produzca, o sea, cuando todavía es débil

y fácil de vencer; esto lo puede hacer de dos maneras: directamente, haciendo lo contrario de lo que

la tentación propone (alabar a una persona en vez de criticarla) e indirectamente, distrayéndose y

pensando en otra cosa que absorba la mente. Este segundo procedimiento es el más e caz

tratándose de tentaciones contra la fe y la pureza.

Después de la tentación ha de dar humildemente las gracias a Dios si salió victoriosa; arrepentirse

en el acto si  cayó en ella, y aprovechar la lección para otras ocasiones.

EL PECADO: EL GRAN ASESINO


El pecado es el gran asesino, capaz de llevar a las almas a la muerte eterna, a la condenación  y a la

privación total del Bien supremo para el que fueron creadas: Dios. Por tanto, el único mal real que le

puede acontecer al hombre es el pecado, pues todos los demás males -enfermedad, crisis

económica, sufrimientos, etc.- tienen repercusiones temporales y pasajeras. Lo peor que le puede

acontecer al ser humano es estar separado del amor de Dios y esta separación sólo se da por el

pecado.

De nición de Pecado

«El pecado, en general, puede de nirse con San Agustín: “una palabra, obra o deseo contra la ley

eterna”. O, como dicen otros, “una transgresión voluntaria de la ley de Dios”».[4]

«El pecado es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces”

(Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros

corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de

hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gén 3, 5). El pecado es

así “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28)» (Catecismo,

1850).

Pecado mortal

“Es la transgresión voluntaria de la ley de Dios en materia grave”[5]. Para que haya pecado mortal se

requieren tres condiciones:

Materia grave: «La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de

Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas

injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19)» (Catecismo, 1858).

Pleno conocimiento: “Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición

a la Ley de Dios” (Catecismo, 1859).

Pleno consentimiento: “Implica también un consentimiento su cientemente deliberado para ser

una elección personal” (Catecismo, 1859).

Efectos del pecado mortal[6]:


El pecado mortal arroja a Dios de nuestra alma, y así como la posesión de Dios es ya un gusto

anticipado de la dicha celestial, también el perderle es a manera de un preludio de la eterna

condenación: ¿No perderemos, al perder a Dios, los bienes todos, puesto que Él es la fuente de

todos ellos?

Con él perdemos la gracia santi cante, por la que nuestra alma vivía una vida semejante a la de

Dios; es, pues, una especie de suicidio espiritual.

Perdemos también nuestros méritos pasados, que habíamos acumulado a costa de tantos

esfuerzos. Mientras estamos en pecado mortal no podemos merecer cosa alguna para el Cielo,

todas nuestras obras son en vano.

El Catecismo es muy claro en a rmar que “Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de

Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del in erno” (n. 1861). Con razón,

algunos teólogos, se atrevieron a decir que “el pecado mortal es el in erno en potencia”[7].

Pecado venial

«Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la

ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o

sin entero consentimiento.» (Catecismo, 1862).

Efectos del pecado venial[8]:

El pecado venial no priva al alma de la gracia santi cante ni del amor divino, mas la priva de la gracia

y mérito que hubiese recibido si hubiese vencido tal tentación.

Es causa también de que disminuya el fervor, es decir, que va llevando al alma poco a poco a la

tibieza espiritual, pues se va acomodando a la mediocridad y cayendo en el conformismo de creer 

que basta con no pecar mortalmente.

El mayor peligro que entraña el pecado venial es el de ir preparando poco a poco  nuestra alma para

caer en el pecado mortal, pues alimenta nuestra inclinación al placer prohibido y, por otra parte,

disminuye las gracias de Dios.

El pecado “es un desprecio que hacemos de la fuente de agua viva, la única que puede calmar la sed

de nuestras almas, y preferimos a ella el agua cenagosa del fondo de las cisternas rotas”[9].
La caída

Para abordar el tema del pecado es necesario remontarnos a su origen, es decir, a la caída de

nuestros primeros padres -Adán y Eva, y devolvernos un poco más hacia atrás para conocer

también la caída de los ángeles, pues según el Catecismo, detrás de este primer pecado del hombre

«se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gén 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la

muerte (cf. Sab 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído,

llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9).» (Catecismo, 391).

Caída de los ángeles

Con respecto al demonio, de quien nos dice el libro del Génesis que fue el encargado de tentar a 

Eva, «la Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. ‘Diabolus enim et alii

daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali’(‘El diablo y los otros

demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos

malos’) (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800)» (Catecismo, 391), y en cuanto a su origen nos

indica que «la Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 Pe 2,4). Esta ‘caída’ consiste en la

elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su

Reino.» (Catecismo, 392).

Caída del hombre

El capítulo tercero del libro del Génesis nos relata cómo la mujer, tentada por el diablo, comió del

fruto prohibido por Dios, arrastrando también a su esposo a que desobedeciera el mandato divino:

«El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la con anza hacia su creador (cf. Gén

3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el

primer pecado del hombre (cf. Rom 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios

y una falta de con anza en su bondad» (Catecismo, 397).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica que «en este pecado, el hombre se pre rió a sí mismo

en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las

exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un

estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente “divinizado” por Dios en la gloria. Por la

seducción del diablo quiso “ser como Dios” (cf. Gén 3,5), pero “sin Dios, antes que Dios y no según
Dios” (San Máximo el Confesor)» (Catecismo, 398). Es así como todo pecado que comete el

hombre, en adelante, es preferirse a sí mismo en lugar de Dios, es tratar de buscar la felicidad por

sus propios medios y prescindiendo de su Creador.

Por este pecado todos los descendientes de Adán y Eva, excepto la Santísima Virgen María, nacen

con el pecado original en su alma y con las consecuencias del mismo. Este sólo se borra con el

sacramento del bautismo aunque sus consecuencias permanecen (la muerte, el dolor, la inclinación

al pecado, etc.).

Nota importante: Adán y Eva realmente existieron. Así, “los eles cristianos no pueden abrazar la

teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo

protoparente por natural generación, o bien de que Adán signi ca el conjunto de muchos primeros

padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la

verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que

procede de un pecado en verdad cometido por un solo Adán individual y moralmente, y que,

transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo

propio.”[10]

Cuatro rupturas

Este primer pecado trajo grandes y graves consecuencias para la humanidad, que no se quedaron

en el pasado, sino que día a día se siguen repitiendo. Estas cuatro rupturas que se dieron en el

pecado de Adán y Eva se siguen repitiendo en cada pecado que comete el hombre:

Con Dios: Antes del pecado original, Adán y Eva se paseaban con Dios por el Edén, gozaban de su

amor y de su presencia, lo experimentaban como un Padre amoroso y bondadoso en quien se

sentían con ados. Una vez pecaron, esto cambió: “una vez sintieron los pasos de Yahvé se

ocultaron a su vista porque sintieron  miedo” (Gén 3, 8-10). Así es como el pecado nos des gura el

rostro de Dios y nos hace verlo como un legislador o como un opresor, y no como el Padre amoroso

que quiere lo mejor para nosotros; y termina así por alejarnos  totalmente de Él.

Con el prójimo: Antes del pecado, Adán al contemplar a Eva exclamó: “esta sí que es carne de mi

carne y hueso de mis huesos” (Gén 2, 23); es decir, la sentía como suya, como un regalo de Dios y

como alguien semejante a él. Después de la caída ya no se re ere a ella con la misma familiarida: “la
mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí” (Gén 3,12), ahora la acusa. «La unión

entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gén 3,11-13); sus relaciones estarán

marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gén 3,16)» (Catecismo, 400).

Con la naturaleza: Dios le concedió al hombre el jardín del Edén para que habitase en él y le dio

gobierno sobre todos los animales y las plantas para que los cuidara y se bene ciara de sus frutos.

Después del pecado, la creación se vuelve adversa al hombre: “maldito sea el suelo por tu causa:

sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida. Te producirá espinas y abrojos, y

comerás la hierba del campo” (Gén 3, 17-18). El hombre se ve amenazado por la naturaleza que

antes dominaba (sequías, infertilidad, desastres naturales, plagas, eras, etc). «La armonía con la

creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gén 3,17.19)»

(Catecismo, 400).

Consigo mismo: El hombre, a partir del pecado, pierde el pleno dominio de sí mismo; ahora

experimenta la rebelión de sus instintos y pasiones que quieren esclavizarle y someterle.

Experimenta una profunda inclinación a hacer el mal y una gran aversión al bien. Muchas veces lo

que quiere no corresponde con lo que hace: “puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el

mal que no quiero” (Rom 7,19). «El dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo

se quiebra (cf. Gén 3,7)» (Catecismo, 400).

El concepto de la gracia

«La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo

en nuestra alma para sanarla del pecado y santi carla: es la gracia santi cante o divinizadora,

recibida en el Bautismo. Es, en nosotros, la fuente de la obra de santi cación (cf. Jn 4, 14; 7, 38-

39).» (Catecismo, 1999).

Según el Catecismo, la gracia «es una participación en la vida de Dios» (n. 1997), es la inhabitación

de la Santísima Trinidad en nuestra alma, por tanto, estar en gracia es tener el Cielo en el corazón, es

gozar de la presencia, de la amistad y del amor de Dios; y poder saborear los maravillosos frutos que

esto produce; es, en de nitiva, un anticipo del Cielo, por ello exclamaba Sor Isabel de la Trinidad: “he

hallado el Cielo aquí en la tierra pues el Cielo es Dios y Dios está en mi alma”[11]. El pecado es pues,

una gran insensatez, no es más que cambiar el oro de la gracia por el espejismo del pecado.
María Santísima, nuestra madre, es la llena de gracia, donde ella llega, el pecado sale huyendo. Por

ello, al consagrarnos a María, el pecado debe salir de nuestras vidas de nitivamente para que solo

habite en nosotros la gracia de Dios. Esta buena madre será nuestra mejor ayuda en la lucha contra

el peor enemigo de nuestra alma: el pecado.

Los mandamientos

“Maestro, -le preguntaba el joven del Evangelio a Cristo- ¿Qué he de hacer yo de bueno para

conseguir la vida eterna?” Y Jesús le responde: “Si quieres entrar en la vida, guarda los

mandamientos.” (Mateo 19, 16-17).

Los mandamientos no fueron un invento de Dios para coartar la libertad del hombre e impedirle el

disfrute de la vida, como muchos hoy lo piensan. Por el contrario son un camino de verdadera

libertad interior, de realización y felicidad. Son las instrucciones que llevan al hombre a cumplir el n

para el que fue creado. Todo padre quiere lo mejor para sus hijos y por ello les aconseja y les

advierte de los peligros que deben evitar. Esto mismo ha hecho Dios con sus hijos, les ha señalado

el camino de la felicidad, y les ha advertido de los peligros que pueden destruirlos, y esto lo ha hecho

a través de su amada Iglesia:

«Los mandamientos son un “sí” a un Dios que da sentido, en los primeros mandamientos; un “sí” a la

familia, cuarto mandamiento; un “sí” a la vida, quinto mandamiento; un “sí” al amor responsable,

sexto mandamiento; un “sí” a la solidaridad y a la responsabilidad social y a la justicia, séptimo

mandamiento; un “sí” a la verdad. Esta es la losofía de la vida y la cultura de la vida que se hace

concreta, posible y bella en la comunión con Cristo»[12].

¿Qué tal una ciudad donde no existiesen las normas de tránsito? Seguramente abundarían los

choques, los heridos, los muertos, reinaría el caos total; o ¿ qué tal un país sin constitución política

donde todo ciudadano, en nombre de la libertad, hiciese lo que se le antojase?  Insostenible; sería

una cueva de ladrones y homicidas donde reinaría el robo, el homicidio, la explotación, la esclavitud

y la tiranía. La norma no está hecha para reprimir sino para ordenar y proteger aquello que es

valioso; así mismo, los mandamientos están hechos para proteger al hombre.

El remedio contra el pecado: la confesión sacramental


«Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho

esto, sopló y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan

perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. (Jn 20, 21-23). Como lo vemos, es

Voluntad del mismo Dios que nos confesemos con un sacerdote:

Porque al ser humano y frágil comprende nuestra fragilidad. Si fuera San Miguel nos partiría en dos

con su espada.

Porque no absuelve en su propio nombre sino en el del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Porque él nos puede aconsejar y orientar en la lucha.

Si la  confesión fuese un invento de la Iglesia ¿qué ganaría con eso sino problemas y cargas?

¿Acaso será muy bueno sentarse por horas a escuchar los problemas y miserias de los demás?

“Yo no me con eso con un cura más pecador que yo”. ¿Cuántas veces has contado todas tus

miserias a tus amigos que son igual o más pecadores que tú?

Cinco pasos para una buena confesión

Examen de conciencia: consiste en recordar todos los pecados cometidos desde la última

confesión bien hecha.

Arrepentimiento: pedir a Dios un sincero dolor por los pecados cometidos.

Propósito de enmienda: tomar la rme decisión de no volver a pecar.

Confesión: consiste en decir al sacerdote todos los pecados que se han descubierto en el examen

de conciencia. Esta debe ser humilde, sincera y completa.

Satisfacción: consiste en cumplir la penitencia impuesta por el sacerdote, con la intención de

reparar por los pecados cometidos.

El sacramento de la penitencia actúa de dos maneras: dando la gracia a los que no la tienen, o

aumentándola a quienes ya la poseen. En cuanto a la intensidad o grado en que con ere la gracia,

depende mucho de las disposiciones de quien lo recibe.

PRÁCTICA
Hacer un examen de conciencia general y una sincera confesión.

Ver artículo: Examen de conciencia. (Ver Aquí) (http://www.lazosdeamormariano.net/i-

conocimiento-del-mundo/5-la-tentacion-y-el-pecado/197-examen-de-conciencia).

Reto digital: Compartir el link del examen de conciencia (http://www.lazosdeamormariano.net/i-

conocimiento-del-mundo/5-la-tentacion-y-el-pecado/197-examen-de-conciencia) en tus redes

sociales.

[1] SCÚPOLI, Lorenzo. El combate espiritual. Quito: San Pablo, 2005. P. 232.

[2] Ibíd., 233.

[3] ROYO, Antonio. Teología Moral para seglares. Tomo I. Ed. 7. Madrid: La Editorial Católica (BAC),

1996. P. 250.

[4] Ibíd.,  p. 230-231.

[5] Ibíd., p. 235.

[6] TANQUEREY, Adolphe. Compendio de Teología Ascética y Mística. Tomo II. Quito: Jesús de la

Misericordia, 1930. P. 473 - 474.

[7] ROYO, Antonio. Teología Moral para seglares. Tomo I. Ed. 7. Madrid: La Editorial Católica (BAC),

1996. P. 235.

[8] TANQUEREY, Adolphe. Compendio de Teología Ascética y Mística. Tomo II. Quito: Jesús de la

Misericordia. Pp. 479-480.

[9] Ibíd., p. 471.

[10] Encíclica Humani Generis, 30. Su Santidad Pío XII.

[11] M.M. Philipon, O.P. La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Santísima Trinidad. Quito: Jesús de

la Misericordia. P. 79.

[12] Discurso del  Papa Benedicto XVI del domingo 8 de enero de 2006.

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