Ensayo - María en El Evangelio de San Marcos
Ensayo - María en El Evangelio de San Marcos
Ensayo - María en El Evangelio de San Marcos
Hay que recordar que, en las Sagradas Escrituras, el Evangelio de San Marcos es el
más antiguo de los cuatro, y se destaca en querer direccionarnos a Jesús como el mesías
prometido, el Cristo anunciado por los profetas del Antiguo Testamento, en este caso como
probable discípulo en la escucha de las catequesis de San Pedro y eventualmente iba
dirigido a los primeros judeocristianos.
Con respecto a la familia, este nos presenta como verdadera parentela de Jesús a
todos aquellos que hacen la voluntad de Dios, esta es la base para comprender el más allá
de una familia meramente carnal, ya no es solamente, la descendencia de sangre para
pertenecer a la familia del Hijo de Dios, sino una descendencia de todo aquel que nace del
Espíritu.
Hay que aclarar que incluso entre los parientes y vecinos de Jesús hubo un contraste
por la falta de fe, a pesar de sus enseñanzas y sus milagros, incluyendo la incomprensión de
sus propios discípulos.
Acá se presenta un carácter muy esencial para aceptarnos como hermanos y poder
apreciar con voluntad y amor la Palabra del mismo hijo de María, y es la Fe... Un acto de
confianza que se debe dar y ofrecer, de lo contrario nunca se experimentará pertenecer a la
Sagrada Familia de Dios y pues obviamente no se mirará con agradables ojos a la Madre de
Dios, sino que se esquivará y solo se observará como cualquier mujer que Dios uso como
medio de salvación, o peor aún, se comparará a cualquier mujer pagana que el mundo
presenta, sin llegar a los extremos de denigrarla. La fe, nos abre camino por medio de la
razón para llegar a la luz de la verdad: para aceptarla, amarla y anunciarla.
Con respecto a la Virgen María la presenta como la Madre de Jesús… “¿No es éste
el carpintero, el hijo de María? …”: Mc 6, 3. “¡Oye!, tu madre…”: Mc 3, 32. Se remite a lo
esencial, en su maternidad, con respecto al parangón de la riqueza del Evangelio de San
Lucas que nos presenta. Pero no quiere decir, que esta desligada de la obra de la Redención
de nuestro Señor, sino más bien que siempre ha acompañado el camino de su Hijo, nuestro
Dios y Señor desde su mismo nacimiento, desde el majestuoso misterio de la Encarnación
hasta el doloroso misterio de su Crucifixión.
Lo grandioso de estos dos textos, es la pertenencia que nos da gratuitamente en la
misma palabra de nuestro Señor, a la Gran Familia de los Hijos de Dios, a ser sus hermanos
y hermanas realizando la Santa Voluntad de su palabra, a ejemplo de nuestra Madre; la
Virgen María con su confianza y en el pragmatismo diario de su obediencia en la fe ante el
designio salvador de nuestro Padre Dios.
Pues él mismo dice: “Éstos son mi madre y mis hermanos, pues quien cumpla la
voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” Mc 3, 34-35. Esta
respuesta, trasciende totalmente el concepto de familia, a una recapitulación más espiritual,
incluso universal… No hay estratos sociales, ni razas, ni lenguas, que dividan la unión
familiar con el Padre de todos, con el hermano de todos. Esto es lo extraordinario de su
Palabra, y a la vez lo novedoso… Porque no excluye a nadie, sino que todos tienen ese
derecho de pertenecerle a Él, incluso dejándonos a su Madre, como la nuestra, la que nos
une como hermanos, la que acompaña a quienes sus hijos veneran y a quienes no lo
hacen… Es la Madre Universal, por ser la Madre del mismo Dios.
Es ella, la Madre Escatológica, la Madre del reino de Dios, pues pertenecemos a él,
los que hacemos la Voluntad del mismo Dios, por la misma Fe, que el Espíritu del bien
infunde en medio de nosotros, el mismo que la inundo de su Gracia. Ella es la preocupada
de que permanezcamos en Él, por medio del cumplimiento de sus mandatos divinos que se
concluyen en el Amor, para con Dios con toda la mente, el alma y el corazón y al prójimo
como a uno mismo. En fin, a nuestro hermano más necesitado de mi realidad vivida.
Y es lo que vivimos hoy en nuestra amada y querida Iglesia, que María como Madre
de la misma, nos acompaña y permanece como mamá que se preocupa y no quiere que sus
hijos se desligan del Amor Infinito y Misericordioso del Padre, de las gracias y bondades de
su Hijo y de la guía espiritual fortalecedora del Espíritu Santo.
Esta imagen de nuestra Madre, nos lleva a contemplarla como Discípula y Maestra,
primero como quien está atenta a la Palabra divina y en su humanidad lo ejerce para su
bienestar y de quienes la rodean; y lo segundo como quien nos da lecciones en sus palabras,
gestos y en este Santo Evangelio, aún más en su silencio sagrado de amor.
Un silencio de Amor, de Obediencia; más aún porque se deja amar y confía en Él.