El Hombre Invisible - Ralph Ellison

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SAN IGNACIO

UNIVERSITY
MIAMI,FL

AMERICAN LITERATURE
Material de lectura

Dirección de Doble Grado Dirección de Estudios Generales


AMERICAN LITERATURE
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lo 1, artículos 41, inciso c; 42; y 43, incisos a y f). Se prohíbe su distribución para otros fines o
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Dirección de Doble Grado Dirección de Estudios Generales


Ralph Waldo Ellison (1914-1994) nació en Oklahorna
City, siendo el segundo de tres hermanos. Su nombre, un
homenaje al escritor Ralph Waldo Emerson, es el reflejo de
los deseos de su padre, fallecido cuando él tenía solamente
dos años, de que su hijo llegara a ser poeta. Los primeros
derroteros artísticos de Ralph Waldo, sin embargo, estuvie-
Ralph Ellison
ron relacionados con la música. Fue así que en 1933 ingresó
en el Instituto Tuskegee para cursar estudios musicales. No
El hombreinvisible
obstante, también allí, en su tiempo libre, descubrió algunos
de los autores que le inspirarían y serían para él como un
despertar. En 1936 marchó a Nueva York para formarse en
fotografia y escultura. Durante esos afíos entró en contacto
con personajes destacados de la escena cultural de la ciu- Traducción de
dad y se implicó en causas políticas, afiliándose en primera Andrés Bosch
instancia, y hasta la Segunda Guerra Mundial, al Partido
Comunista. Con la paz restablecida y viviendo de las crí-
ticas literarias que le encargaban,· Ellison se dedicó a la re-
dacción de El hombre invisible, que saldría publicada en
1952 y ganaría en 1953 el prestigioso National BookAward
de ficción, que lo situaría en la órbita de los más destacados
nombres de la literatura estadounidense de su tiempo. A par-
tir de entonces, Ellison consagró su vida a la escritura con
artículos, ensayos y narrativa que constituyen una solvente
obra en la que, además de su debut novelístico, despuntan
títulos como Shadow and Act (1964), Going to the Territory
(l 986) y, póstumamente, Volando a casa ( 1996) y Junete-
enth (1999). Catedrático de la Universidad de Nueva York
durante diez años, fue condecorado con varios galardones
a lo largo de su vida, como la Medalla Presidencial de la
Libertad (1969) y la Medalla Nacional de las Artes (1985).
Ellison perteneció, además, a la Academia Estadounideiise
de las Artes y las Letras.

DEBOLS!LLO
A Ida

Título original: InvisibleMan

Primera edición: septiembre, 2016

© 1947, 1948, 1952, Ralph Ellison, renovado© 1980.


Todos los derechos reservados
© 2016, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gr/tcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 1966, Andrés Bosch, por la traducción

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Printed in Spain - Impreso en Es,raña

ISBN; 978-84-663-3356-6
Depósito legal: B-13.468-2016

Compuesto en Edlmac
Impreso en Liberdúplex
Sant Lloren'< d'Hortons (Barcelona)

P333566

Penguln
RanaomHouse
Grupo Editorial
«¡Estás salvado!», gritó el capitán Delano,
embargado por creciente perplejidad y dolor.
«¡Ya estás salvado! ¿Qué es lo que ahora te
entristece?»

HERMAN MELVILLE, Benito Cereno

HARRY: Te digo que no es a mí a quien miras,


Ni tampoco va a mí tu gesto sarcástico,
Ni es a mí a quien tu secreta mirada acusa,
No es a mí sino a aquel otro ser humano, si
[tal era,
Que tú me creías; deja que tu necrofilia
Se cebe en aquel despojo ...

T. S. EuoT, Reunión defamilia


Prólogo

Soy un homhre invisible. No, no soy un trasgo de esos que


atormentaban a Edgar Allan Poe ni uno de los ectoplasmas de
vuestras películas de Hollywood. Soy un hombre real, de car-
ne y hueso, con músculos y humores, e incluso podría afir-
marse que tengo una mente. Soy invisible simplemente porque
la gente se niega a verme. Al igual que las cabezas carentes de
tronco que a veces veis en las barracas de feria, es como si es.-
tuviera rodeado de espejos de endurecido cristal deformante.
Cuando alguien se acerca a mí tan solo ve lo que me rodea, a
sí mismo o productos de su imaginación ... en definitiva, todo,
cualquier cosa, menos a mí.
Mi invisibilidad no se debe a una alteración bioquímica de
mi piel. La invisibilidad a la que me refiero se produce a causa
de una peculiar predisposición de los ojos de aquellos a quienes
trato. Tiene que ver con sus ojos interiores, aquellos con los
que ven la realidad mediante sus ojos físicos. No me quejo, ni
tampoco protesto. En ocasiones es una ventaja no ser visto,
aunque por lo general resulta exasperante. Además, quienes
padecen ese defecto visual tropiezan continuamente conmigo.
A menudo uno llega a dudar de su propia existencia. Se pre-
gunta si no es más que un espectro en la mente de los otros, algo
así como una imagen de pesadilla que el durmiente intenta con
todas sus fuerzas aniquilar. Cuando tiene esa sensación, co-
mienza a devolver, por puro resentimiento, los empujones que

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la gente le propina. Y debo confesar que uno tiene esa sensa- dio risa. ¿Tal vez se había despertado estando al borde de la
ción la mayor parte del tiempo. Sufre con la necesidad de con- muerte? ¿Acaso la muerte había tenido la facultad de liberarle
vencerse a sí mismo de que en efecto existe en el mundo real, de para permitirle vivir despierto? No me detuve a pensarlo. Co-
que forma parte del ruido y la angustia de todos, y la empren- rrí hacia la oscuridad soltando tales carcajadas que temía des-
de a puñetazos, maldice y blasfema para obligar a los demás a coyuntarme. Al día siguiente vi su foto en el Daily N ews, con
reconocer su existencia. Y por desgracia rara vez lo logra. un pie en el que se decía que lo habían «asaltado». Pobre im-
Una noche tropecé sin querer con un hombre que, quizá bécil, pobre ciego imbécil, asaltado por un hombre invisible,
debido a la penumbra, me vio y me insultó. Me abalancé sobre pensé con sincera compasión.
él, le agarré por las solapas y le exigí que se disculpara. Era un Casi nunca -aunque no pretendo negar como en el pasado
hombre alto y rubio; cuando acerqué mi rostro al suyo, me la violencia de mi vida por el procedimiento de pasarla por alto-
lanzó una mirada insolente con sus azules ojos y me maldijo, soy tan agresivo. Recuerdo que soy un hombre invisible y ca-
y noté su aliento ardiente en la cara mientras forcejeábamos. mino silenciosamente para no despertar a los durmientes. A
Le bajé el mentón hasta colocarlo sobre mi coronilla y comencé veces es mejor no despertarles; pocas cosas hay en el mundo más
a darle cabezazos como había visto hacer a los antillanos. Ad- peligrosas que los sonámbulos. No obstante, hace tiempo des-
vertí que se le rajaba la carue y que manaba sangre, y entonces cubrí que es posible empeñarse en una lucha contra ellos sin que
grité: «¡Pídeme perdón! ¡Pídeme perdón!». Pero siguió mal- se den cuenta. Por ejemplo, llevo años empeñado en una batalla
diciendo y luchando, así que le di cabezazos una y otra vez con la empresa Monopolated Light and Power. Utilizo sus ser-
hasta que se desplomó de rodillas sangrando profusamente. vicios sin pagarles ni un centavo y todavía no se han enterado.
Le pateé repetidas veces, furioso porque todavía mascullaba Naturalmente, sospechan que alguien les roba electricidad, pero
insultos aunque tenía espumarajos de sangre en los labios. ¡Sí, ignoran quién. Solo saben que, según el contador principal de
le pateé! Llevado por la ira, saqué la navaja y me dispuse a la central eléctrica, una formidable cantidad de corriente desa-
rebanarle el pescuezo allí mismo, bajo la farola, en la calle de- parece en algún lugar de la jungla de Harlem. Lo gracioso es que
sierta; le agarré por el cuello de la camisa con una mano mien- yo no vivo en Harlem, sino en una zona limítrofe. Hace varios
tras intentaba abrir la navaja con los dientes, y en ese momen- años, antes de descubrir las ventajas de ser invisible, me plegué
to se me ocurrió pensar que en realidad el hombre no me había al método habitual de contratar los servicios de la empresa y
visto, que desde su punto de vista era un sonámbulo en medio pagar sus abusivas tarifas. Pero eso se acabó. Dejé de hacerlo al
de una pesadilla. Cerré la navaja, cuya hoja tan solo cortó el mismo tiempo que abandonaba mi piso y mi antigua forma de
aire, al tiempo que arrojaba al hombre al suelo de un empellón. vida, que se basaba en la falsa presunción de que yo, al igual que
Lo miré de hito en hito cuando los faros de un coche rasgaron los demás hombres, era visible. Ahora, consciente de mi invisi-
la oscuridad. Gemía tendido en el asfalto; un hombre al que bilidad, vivo sin pagar alquiler en un edificio reservado exclusi-
por poco asesina un fantasma. Sentí repulsión y vergüenza. Me vamente a los blancos, en una parte del sótano que fue cerrada
flaqueaban las piernas cuando eché a andar con paso vacilante, y olvidada en el siglo XIX y que descubrí la noche que intentaba
como un borracho. Y tuve una idea divertida. En la cabeza escapar de Ras el Destructor. Pero eso ocurrió en un momento
hueca de ese hombre había saltado algo que lo había vapuleado muy avanzado de la historia, casi al final, aunque el final está en
hasta casi quitarle la vida. Este descubrimiento disparatado me el principio y todavía queda muy lejos.

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El caso es que encontré un hogar o, si lo preferís, un hoyo muerte en vida. Yo mismo, tras haber existido durante unos
en el suelo. No os apresuréis a concluir que llamo «hoyo» a veinte años, no comencé a vivir hasta que descubrí mi invisi-
mi hogar porque es frío y húmedo corno una tumba. Hay ho- bilidad.
yos fríos y hoyos cálidos. El mío es cálido. Recordad que los Por eso libro mi batalla con la Monopolated Light and
osos se retiran a su hoyo para pasar el invierno y viven en él Power. Es la razón última: me permite darme cuenta de que
hasta la primavera; entonces salen a pasear corno un polluelo estoy vivo. También lucho contra ellos por haberme sacado
que rompe el huevo de Pascua. Digo esto para demostraros que tanto dinero antes de que aprendiera a protegerme. Mi hoyo
es erróneo suponer que, dado que soy invisible y vivo en un delsótano tiene exactamente mil trescientas sesentá y nueve
hoyo, estoy muerto. No estoy muerto ni en estado de muerte luces. He llenado de cables eléctricos hasta el último centíme-
aparente. Llamadme Jack el Oso, porque me encuentro en tro del techo. No son tubos fluorescentes, sino bombillas de
período de hibernación. las antiguas, de filamento, que consumen más. Se trata de un
Mi hoyo es cálido y luminoso. Sí, está inundado de l_uz. sabotaje. Ya he comenzado a colocar cables en las paredes. Un
Dudo que haya un lugar más iluminado que mi hoyo en todo trapero que conozco, hombre de gran perspicacia, me ha pro-
Nueva York, sin exceptuar Broadway; tampoco el Empire Sta- porcionado los cables y portalámparas. Nada, ni tormentas ni
te Building en una noche de ensueño para un fotógrafo. Pero inundaciones, deberá ser obstáculo para nuestra necesidad de
os estoy engañando. Esos dos sitios se cuentan entre lo más luz, de más luz y de luz más brillante. La verdad es la luz, y
oscuro de toda nuestra civilización -perdón, de toda nuestra la luz es la verdad. Cuando termine con las cuatro paredes,
«cultura» (una distinción importante, según he oído)-, lo cual comenzaré con el suelo. No sé cómo me las arreglaré. Cuan-
puede parecer una patraña o una contradicción, pero así -por do se ha vivido durante tanto tiempo en estado de invisibili-
contradicción, quiero decir- es como se mueve el mundo: no dad, se aguza el ingenio. Solucionaré el problema. Y quizá
como una flecha, sino como un bumerán. (Desconfiad de quie- invente un artilugio para poner la cafetera al fuego mientras
nes hablan de la «espiral» de la Historia: se están preparando estoy tumbado en la cama, y puede que incluso invente un
para lanzar un bumerán. Tened a mano un casco de acero.) Lo aparato para calentarme la cama ... como aquel hombre que vi
sé porque el bumerán me ha dado tantas veces en la cabeza que en una revista ilustrada, que había creado un artefacto para
ahora puedo percibir las tinieblas de la luminosidad. Amo la calentarse los zapatos. Pese a ser invisible, sigo la gran tradi-
luz. Quizá os extrañe que un hombre invisible necesite la luz, ción norteamericana de los hojalateros. En esto me asemejo a
la desee y la ame, pero tal vez se deba precisamente a que soy Ford, Edison y Franklin. Puesto que he desarrollado una teo-
invisible. La luz confirma mi realidad, me da forma. En cierta ría y un concepto, llamadme «pensador-hojalatero». Sí, me
ocasión una hermosa muchacha me contó una pesadilla recu- calentaré los zapatos; falta me hace, pues siempre los llevo
rrente en la que yacía en el centro de una gran habitación a agujereados. Haré eso y muchas otras cosas.
oscuras y sentía que su rostro crecía y crecía hasta llenar todo Ahora tengo una radio-tocadiscos; pienso tener cinco. En
el cuarto y convertirse en una masa informe, mientras sus ojos, mi hoyo hay cierta opacidad acústica, y cuando oigo música
rodeados de gelatina biliosa, ascendían por la chimenea. Lo quiero sentir su vibración no solo con el oído, sino con todo
mismo me ocurre a mí. Sin luz no solo soy invisible, sino tam- mi cuerpo. Me gustaría escuchar cinco grabaciones de Louis
bién informe, y no conocer nuestra propia forma equivale a la Armstrong tocando y cantando «What Did I Do to Be so Black

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and Blue» ... las cinco a la vez. En ocasiones escucho a Louis espacio. No solo me metí en la música, sino que además des-
mientras torno mi postre favorito: helado de vainilla con licor cendí, como Dante, a sus profundidades. Y bajo la celeridad
de endrinas. Echo el líquido rojo sobre la blanca montaña y del tempo rápido había otro tempo más lento y una cueva, en-
contemplo su brillo y el vapor que se eleva mientras Louis do- tré en ella, miré alrededor y oí a una anciana que cantaba un
blega el instrumento militar hasta convertirlo en un haz de li- espiritual tan preñado de Weltschmerz como el flamenco, y
rismo. Tal vez me guste Louis Arrnstrong porque de su invisi- debajo había incluso un nivel inferior en el que vi a una her-
bilidad ha hecho poesía. Creo que es probable que se deba a mosa muchacha del color del marfil que suplicaba, con una voz
que ignora que es invisible. Y mi conocimiento de la invisibili- como la de mi madre, ante un grupo de propietarios de esclavos
dad me ayuda a comprender su música. Cierta vez que pedí un que codiciaban su cuerpo desnudo; y debajo encontré un nivel
cigarrillo, unos bromistas me dieron uno de marihuana. Cuan- más hondo y un tempo más rápido, y oí a alguien gritar:
do llegué a casa, lo encendí y me senté a escuchar el tocadiscos. -Hermanos y hermanas, el texto de esta mañana es "La
Fue una velada extraña. Dejad que os explique que la invisibi- negrura de la negrura».
lidad proporciona un sentido del tiempo un tanto distinto; uno Y un grupo de voces contestó:
nunca va sincronizado. Unas veces va por delante, y otras, re- -Esa negrura es lo más negro, hermano, lo más negro ...
trasado. En lugar de tener conciencia del veloz e imperceptible -En el principio ...
fluir del tiempo, advierte sus nodos, esos puntos en que el tiem- -En los mismísimos comienzos -gritaron.
po se detiene o en los cuales salta hacia delante. Y uno se des- -Predica ...
liza en esos resquicios y mira a su alrededor. Esto es lo que se - ... y el sol ...
percibe vagamente en la música de Louis. -El sol, Señor. ..
Una vez vi un combate entre un boxeador profesional y un - ... era rojo como la sangre ...
palurdo. El púgil era veloz e increíblemente científico. Su cuer- -Rojo ...
po era un violento raudal de rápida acción rítmica. Golpeó una -Ahora lo negro es... -'lJociferó el predicador.
y mil veces al palurdo mientras este, sorprendido y atontado, -Como la sangre ...
se cubría la cabeza con los brazos. Pero inesperadamente el -He dicho que lo negro es...
palurdo, tambaleante en medio de la tormenta de golpes, des- -Predica, hermano ...
cargó un puñetazo y derribó a aquel prodigio de ciencia, ve- - ... y lo negro no es...
locidad y juego de piernas, que cayó redondo. El favorito besó -Rojo, Señor, rojo:¡ ha dicho que es rojo!
la lona. El previsible perdedor se llevó el premio. El palurdo -Amén, hermano ...
se había limitado a penetrar en el sentido del tiempo de su -Lo negro te poseerá ...
adversario. De este modo, bajo el influjo de la marihuana, des- -Sí. ..
cubrí una nueva manera analítica de escuchar música. Percibía -Sí. ..
los sonidos inaudibles y cada línea melódica existía por sí mis- - ... y lo negro no te poseerá ...
ma, se destacaba claramente del resto, decía su mensaje y es- -¡No, no me poseerá!
peraba con paciencia a que otras voces hablaran. Esa noche oí -Me posee ...
no solo en la dimensión del tiempo, sino también en la del -Me posee, Señor. ..

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- ... y no te posee... -La libertad.
-Aleluya ... -La libertad-dije-. Quizá la libertad consista en odiar.
-Y te pondrá, ¡gloria, gloria, oh, Señor!, en el VIENTRE DE -No, hijo; consiste en amar. Le quería y lo envenené y se
LA BALLENA. marchitó como una manzana con las heladas. Y los mucha-
-Predica, hermano, predica ... chos querían despedazarle con navajas hechas con suspropias
-Y te tentará ... manos.
-¡Oh, Dios todopoderoso! -En algún lugar se ha cometido un error -dije-. Estoy
-¡Tía Nelly! confuso. -Y habría querido decir más cosas,pero las risas de
-Lo negro te hará... arriba arreciaron y se volvieron demasiado parecidas a gemi-
-Lo negro... dos y quise huir de ellas,pero no pude. Cuando me disponía a
- ... o lo negro te quitará el ser. marcharme, sentí el deseo imperioso de preguntar a la anciana
-¿No es cierto, Señor? qué era la libertad y di media vuelta. Tenía la cabeza entre las
Y en ese instante una voz con timbre de trombón me gritó: manos y sollozaba muy bajito; su rostro color cuero reflejaba
-¡Sal de aquí, idiota! ¿Estás dispuesto a traicionar? una gran tristeza.
Me marché y oí la voz de la anciana cantante de espiritua- -Anciana, ¿qué es esa libertad que tanto amas?-Fue una
les, que gemía: pregunta repentina, sin previa meditación.
-Muchacho, maldice a tu Dios y muere. Se quedó sorprendida, despuéspensativa, luego perpleja.
Me detuve y le pregunté qué le pasaba. -Lo he olvidado, hijo. Está todo embarullado. Primero
-Hijo, yo quería mucho a mi amo -contestó. pienso que es una cosa, luego pienso que es otra. Hace que me
-Deberías haberle odiado -dije. dé vueltas la cabeza. Y ahora me parece que no es más que
-Me dio varios hijos -repuso-y, como yo amaba a mis saber cómo decir lo que pienso. Pero es muy difícil, hijo. Me
hijos, aprendí a amar a su padre, aunque también le odiaba. han pasado muchas cosas en muy poco tiempo. Es como si tu-
-También yo sé lo que es la ambivalencia. Por eso estoy viera fiebre. Cada vez que empiezo a andar, se me va la cabe-
aquí. za y me caigo. Y si no es eso, son los hijos: se ponen a reír y
-¿ Qué significa eso? quieren matar a los blancos. Están amargados, eso es lo que les
-Nada, una palabra que no lo explica. ¿Por qué gimes? pasa...
-Gimo porque se ha muerto -dijo. -Pero ¿qué es la libertad?
-Dime, ¿quiénes son los que se ríen arriba? -¡Déjame en paz, hijo! Me duele la cabeza.
-Son mis hijos. Están contentos. Me marché sintiéndome yo también mareado. Pero no lle-
-Sí, lo entiendo -dije. gué muy lejos.
-También yo río,pero también gimo. Prometió liberamos, De repente uno de los hijos, un hombre corpulento de un
pero nunca llegó a hacerlo. Aun así le quería... metro setenta, surgió de la nada y me dio un puñetazo.
-¿Le querías? ¿Quieres decir que ... ? -¿ Qué pasa?-exclamé.
-Sí, pero todavía quería más otra cosa. -¡Has hecho llorar a mamá!
-¿Qué? -¿ Cómo? -le pregunté tras esquivar otro golpe.

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-Haciéndole preguntas. Lárgate y no vuelvas, y la próxi- mil trescientas sesenta y nueve bombillas fuese un potente
ma vez que quieras preguntar cosas así, pregúntate a ti mismo. foco dispuesto para un interrogatorio brutal a cargo de Ras y
Me agarró con manos que paredan frías piedras y me apretó Rinehart. Era extenuante, como si hubiera contenido la respi-
el gaznate con los dedos, tan fuerte que pensé que iba asfixiar- ración durante una hora seguida con la aterradora serenidad
me, antes de que por fin me dejara marchar. Me tambaleé atur- que proporciona haber pasado varios días con un hambre ca-
dido; la música tronaba histéricamente en mis oídos. Reinaba nina. Con todo, para un hombre invisible era una expe~iencia
la oscuridad. Se me despejó la cabeza y avancé vacilante por extrañamente satisfactoria oír el silencio del sonido. Había
un estrecho pasillo a oscuras mientras me parecía oír sus pasos descubierto impulsos desconocidos de mi ser, aunque no era
presurosos tras de mí. Estaba dolorido y se apoderó de mí un capaz de responder «sí» a sus invitaciones. Sin embargo, desde
deseo intenso de quietud, paz y silencio que intuía que jamás entonces no he vuelto a fumar marihuana; no porque esté pro-
podría alcanzar. La trompeta era ensordecedora y el ritmo, hibido, sino porque me basta con ver a través de rendijas (algo
trepidante. Oí un redoble de tam-tam, como latidos del cora- habitual en los seres invisibles). Oírlo todo es excesivo; impi-
zón, que ahogó el sonido de la trompeta. Necesitaba beber de actuar. Y a pesar del hermano Jack y de aquel triste tiempo
agua y la oía correr por la fría cañería que palpaba para guiar- perdido en la Hermandad, solo creo en la acción.
me, pero no podía detenerme porque seguía oyendo los pasos a Por favor, una definición: hibernación es una preparación
mis espaldas. encubierta para la acción a cara descubierta.
-¡Eh, Ras!-grité-. ¿Eres tú, Destructor? ¿Rinehart? Además, las drogas destruyen por completo el sentido del
No obtuve respuesta. Tan solo oí los rítmicos pasos detrás tiempo. Si eso llegara a ocurrir, tal vez una mañana radiante
de mí. Quise cruzar la carretera, pero un automóvil que pasa- me olvidase de esquivar y un imbécil me atropellara con un
ba a toda velocidad me derribó y me hice un rasguño en la. tranvía amarillo y naranja o un autobús color bilis. O tal vez
pierna. olvidara salir de mi hoyo cuando se presentase el momento de
Entonces, no sé cómo, logré escapar. Ascendí rápidamente actuar.
de ese mundo subterráneo de sonido y oí a Louis Armstrong Entretanto disfruto de mi vida gracias al amable obsequio
preguntar inocentemente: de la Monopolated Light and Power. Puesto que no me reco-
nocéis ni siquiera cuando estoy a unos pasos de vosotros, y
¿ Qué he hecho como sin duda apenas creéis que existo, da igual que sepáis
para ser tan negro que hice un empalme en la instalación eléctrica del edificio y
y estar tan triste? lo llevé a mi hoyo. Antes vivía en la oscuridad en la que había
tenido que buscar refugio, pero ahora veo. He iluminado las
Al principio me asusté. Esa música bien conocida había tinieblas de mi invisibilidad, y viceversa. Y de este modo in-
exigido acción, una clase de acción de la que era incapaz, pero terpreto la música invisible de mi aislamiento. Esta última afir-
si hubiese permanecido más tiempo bajo la superficie quizá mación no parece atinada, ¿verdad? Sin embargo lo es; esa
habría intentado actuar. De todas formas, ahora sé que muy música se oye sencillamente porque la música se oye y rara vez
poca gente escucha de verdad esa música. Estaba sentado en el se ve, salvo en el caso de los músicos. ¿Este impulso de poner
borde de la silla, empapado en sudor, como si cada una de mis la invisibilidad negro sobre blanco podría representar por lo

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tanto una necesidad de hacer música de la invisibilidad? Soy
un orador, un agitador. ¿Lo soy? Lo fui, y quizá vuelva a ser-
lo. ¿Quién sabe? No todas las enfermedades duran hasta la
muerte, ni la invisibilidad tampoco.
Me parece oíros decir: «¡Qué horrible e irresponsable es este
canalla!». Y tenéis toda la razón. Me apresuro a estar de acuer-
do con vosotros. Soy uno de los seres más irresponsables que
han pisado la tierra. La irresponsabilidad forma parte de mi
invisibilidad; se mire por donde se mire, es una negación. ¿Ante 1
quién voy a ser responsable y por qué he de serlo si os negáis a
verme? Y esperad a que os muestre lo verdaderamente irres-
ponsable que soy. La responsabilidad se basa en el reconocimien- Se remonta a mucho tiempo atrás, unos veinte años. Toda mi
to y el reconocimiento no es más que una forma de acuerdo. vida he buscado algo y, allí hacia donde me volvía, siempre
Pensemos por ejemplo en el hombre al que estuve a punto de había alguien que intentaba decirme de qué se trataba. Acep-
matar: ¿quién fue responsable de aquel casi asesinato?¿ Yo? No taba sus respuestas, pese a que se contradecían entre sí e inclu-
lo creo; es más, lo niego. No me tragaré la píldora. No podéis so a sí mismos. Era ingenuo. Me buscaba a mí mismo y for-
atribuírmelo. Aquel hombre me empujó, me insultó. ¿No ten- mulaba a todo el mundo salvo a nú mismo preguntas que solo
dría que haber reconocido, por su propia seguridad personal, yo podía contestar. Me costó mucho tiempo, y el dolor de ve.r
mi histeria, mi «peligrosidad»? Digamos que estaba perdido en frustradas mis esperanzas, llegar a comprender algo que al
un mundo de ensueños. Pero ¿acaso no controlaba aquel mun- parecer todos saben al nacer: que tan solo soy yo. Pero antes
do de ensueños -que, ay, era bien real- y no me tenía prohi- tuve que descubrir que soy un hombre invisible.
bida la entrada en él? Y si hubiera pedido auxilio a un policía, Y, aun así, no soy un monstruo de la naturaleza ni de la
¿no habría sido yo considerado el agresor? ¡Sí! ¡Sí, sí, mil veces Historia. Mi destino quedó determinado, al igual (o al contra-
sí! Estoy de acuerdo con vosotros. Yo fui el irresponsable, ya rio) que tantas otras cosas, hace ochenta y cinco años. No me
que debería haber utilizado la navaja para proteger los altos avergüenzo de que mis abuelos fuesen esclavos. Únicamente
intereses de nuestra sociedad. Algún día esa clase de estupideces me avergüenzo de mí mismo por haberme avergonzado en
acarreará trágicas consecuencias. Todos los soñadores y los so- otro tiempo. Hace unos ochenta y cinco años les dijeron que
námbulos deben pagar un precio, e incluso la víctima invisible eran libres, que estaban unidos a los demás de nuestro país en
es responsable del destino de todos. Sin embargo eludí esa res- todo lo relacionado con el bien común y, en todos los aspectos
ponsabilidad; estaba embarullado con mil ideas incompatibles sociales, separados como los dedos de la mano. Y se lo creye-
que bullían en mi mente. Fui un cobarde ... ron. Y se alegraron. Se quedaron donde estaban, trabajaron
Pero ¿qué he hecho para estar tan triste? Esperad, tened mucho y criaron a mi padre para que hiciera otro tanto. Pero
paciencia conmigo. vayamos a mi abuelo. Era un anciano extraño, y según dicen
me parezco a él. Fue él quien creó el problema. Cuando esta-
ba a punto de morir, llamó a mi padre y le dijo: «Hijo, quiero

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que prosigas la lucha cuando yo ya no esté. No te lo he dicho actuara tal como lo hacía. Temía que algún día me conside-
nunca, pero nuestra vida es una guerra y yo he sido un traidor raran un traidor y que eso me condujese a la perdición. De
todos y cada uno de mis días, un espía en territorio enemigo todos modos, más miedo me daba obrar de cualquier otra for-
desde que entregué mi rifle cuando la Reconstrucción. Vive ma porque sabía que no les gustaría en absoluto. Las palabras
con la cabeza en las fauces del león. Quiero que los venzas a del anciano eran una maldición. Cuando terminé la secunda-
base de síes, que los socaves con sonrisas, que les des la razón ria, en la ceremonia de entrega de títulos pronuncié un discur-
hasta la muerte y la destrucción, que les dejes hincharse hasta so en el que mostré que la humildad era el secreto, la verdade-
que vomiten o revienten». Pensaron que el viejo había enlo- ra esencia, del progreso. (No es que lo creyera-¿cómo iba a
quecido. Siempre había sido un hombre de lo más sumiso. creerlo habiendo oído las palabras del abuelo?-, pero pensé
Sacaron de la habitación a los niños, cerraron las persianas y que gustaría.) Fue un gran éxito. Todos me alabaron y fui in-
bajaron tanto la llama de la lámpara que crepitó en la mecha vitado a repetir el discurso en una reunión de blancos promi-
como la respiración del viejo. «Inculcádselo a los pequeños», nentes de la ciudad. Representaba un triunfo para toda nuestra
dijo con vehemencia; luego expiró. comunidad.
Pero a mi familia le preocuparon más sus últimas palabras La reunión se celebró en el salón principal del mejor hotel.
que su muerte. Era como si no hubiera fallecido, tal angustia Al llegar, me enteré de que se trataba de una fiesta solo para
les causaron. Me advirtieron de que las olvidara, y de hecho hombres y me dijeron que, ya que estaba allí, podía participar
esta es la primera vez que las cito fuera del ámbito familiar. Sin en la batalla campal que iban a disputar unos muchachos de
embargo me produjeron un efecto tremendo. Nunca he sabi- mi escuela para amenizar la velada. Tendría lugar antes del
do muy bien qué significaban. El abuelo había sido un anciano discurso.
callado que jamás se metía en líos y, no obstante, en su lecho Todos los peces gordos de la ciudad estaban allí, vestidos
de muerte se calificó de traidor y espía y habló de su sumisión de esmoquin, devorando la comida del bufet, bebiendo cerve-
como si fuera una actividad peligrosa. Para mí se convirtió en za y whisky y fumando cigarros. Era una sala amplia de techo
un enigma insoluble que siempre me rondaba la cabeza. Y alto. Se habían dispuesto ordenadas hileras de sillas en torno a
cada vez que las cosas me iban bien, me acordaba del abuelo tres de los cuatro lados de un ring desmontable. El cuarto, que
y me sentía culpable e incómodo. Era como si siguiera su con- estaba despejado, permitía ver un reluciente espacio de suelo
sejo contra mi voluntad. Y para colmo todos me querían por encerado. Tenía ciertos recelos respecto a la batalla campal, no
eso. Me alababan los hombres blancos más segregacionistas de porque me repugnara pelear, sino porque no me gustaban de-
la ciudad. Se me consideraba un ejemplo de conducta deseable, masiado los muchachos que iban a participar en ella. Eran unos
al igual que le había ocurrido a mi abuelo. Y lo que más me chicos duros que al parecer no se calentaban la cabeza con la
intrigaba era que el anciano había calificado de traición ese maldición de un abuelo. Su dureza era evidente. Además, temía
comportamiento. Cuando alguien elogiaba mi conducta, me que el hecho de pelear en la batalla campal menoscabara la
sentía culpable al pensar que hacía algo contrario a los deseos dignidad de mi discurso. En aquellos tiempos previos a la in-
de los blancos, que si ellos se dieran cuenta, querrían que hi- visibilidad, me consideraba un Booker T. Washington en po-
ciese lo opuesto, que fuera hosco y malo, y que eso era lo que tencia. Tampoco yo gustaba demasiado a los otros muchachos,
en realidad querían, pese a que, engañados, creían desear que yo que eran nueve. Me sentía superior a ellos, y me molestó que

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nos apretujaran a todos en el ascensor de servicio. A ellos tam- habían bajado la cabeza y temblaban. Me invadieron un miedo
poco les entusiasmaba mi presencia. Mientras el ascensor subía y un sentimiento de culpa irracionales. Me castañeteaban los
y atisbábamos la cálida iluminación de los pisos, cruzamos dientes, tenía la piel de gallina y se me doblaban las rodillas.
unas palabras y me dijeron que yo, al participar en la lucha, No obstante, sentía una fuerte atracción y no podía dejar de
había privado a un amigo suyo de la ocasión de ganar algún mirar. Si el castigo por mirar hubiera sido la ceguera, habría
dinero aquella noche. mirado. Tenía el cabello dorado como esas muñecas que dan
Cuando salimos del ascensor nos llevaron a través de un en las barracas de feria, el rostro muy empolvado y pintado
salón rococó hasta una antesala donde nos dijeron que nos como una máscara abstracta, los ojos hundidos y embadurna-
cambiáramos. Nos dieron un par de guantes de boxeo a cada dos de un azul frío, el color del culo de los babuinos. Mientras
uno y nos condujeron al gran salón con espejos, en el que en- deslizaba lentamente la vista por su cuerpo, sentí el deseo de
tramos mirando cautelosamente alrededor y hablando en su- escupirle. Sus pechos eran firmes y redondos como las cúpulas
surros, no fuera a ser que por casualidad nuestras voces se de los templos hindúes, y yo estaba tan cerca de ella que veía
oyesen por encima de aquella barahúnda. El humo de los ci- la delicada textura de su piel y las gotitas de sudor perlado que
garros enturbiaba el ambiente. Y el whisky ya comenzaba a bordeaban sus erectos y rosados pezones. Quería al mismo
surtir su efecto. Me sorprendió ver achispados a algunos de tiempo salir corriendo, que la tierra me tragara y aproximarme
los hombres más importantes de la ciudad. Estaban todos allí: a ella para ocultarla a mi vista y a la vista de los demás con mi
banqueros, abogados, jueces, médicos, jefes de bomberos, pro- cuerpo; palpar la suavidad de sus muslos, acariciarla y des-
fesores, comerciantes. Incluso uno de los predicadores más en truirla, amarla y matarla, esconderme de ella, pero también
boga. En el otro extremo del salón ocurría algo que no podía- tocar el lugar donde, debajo de la banderita norteamericana
mos ver. Se oía el sonido sensual de un clarinete y los hombres tatuada en el vientre, los muslos formaban una uve mayúscu-
se levantaban y avanzaban entusiasmados hacia delante. No- la. Y tenía la impresión de que, entre todos cuantos estábamos
sotros formábamos un grupito compacto, los torsos desnudos en el salón, solo me veía a mí con su ojos inexpresivos.
muy juntos y brillantes ya de sudor, mientras los peces gordos Y comenzó a bailar, un movimiento lento y sensual; el humo
parecían excitarse cada vez más por algo que todavía no veía- de un centenar de cigarros se pegaba a su cuerpo como el más
mos. De pronto oí al director de mi escuela, que era quien me fino de los velos. Semejaba una hermosa mujer pájaro envuel-
había invitado, gritar: «¡Señores, traigan ya a los morenos! ta en velos que me llamaba desde la agitada superficie de un
¡Traigan a los morenos!». mar gris y amenazador. Estaba extasiado. Luego oí el sonido
Nos condujeron a la parte delantera del salón, donde el del clarinete y los gritos que nos dirigían los peces gordos.
olor a tabaco y a whisky era aún más fuerte. Después nos Algunos nos amenazaban si mirábamos y otros si no mirába-
empujaron al ring. Casi me orino encima. Nos rodeaba un mar mos. Vi que un muchacho se desmayaba a mi derecha. Un
de rostros, algunos hostiles, otros con expresión divertida, y hombre cogió de una mesa una jarra de plata, se acercó y le
en el centro, frente a nosotros, había una espléndida rubia en arrojó el agua helada a la cabeza, lo puso en pie y nos ordenó
cueros. Reinaba un silencio sepulcral. Creí sentir una ráfaga a otro y a mí que sostuviéramos al muchacho, que tenía la
de aire frío que me dejó helado y quise irme, pero no podía cabeza caída y lanzaba gemidos entre sus gruesos labios azu-
porque aquella gente me cercaba. Algunos de mis compañeros lados. Otro chico comenzó a decir que quería irse. Era el más

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alto del grupo y llevaba unos calzones de boxeo rojo oscu- Algunos todavía estaban histéricos y gritaban. Cuando los
ro que le quedaban demasiado estrechos para ocultar la erec- hombres vieron que intentábamos marcharnos, nos detuvie-
ción que su cuerpo proyectaba como una respuesta al insi- ron y nos ordenaron volver al cuadrilátero. Solo cabía obede-
nuante gemido del clarinete. Intentaba ocultarla con los cer. Pasamos los diez bajo las cuerdas y dejamos que nos ven-
guantes de boxeo. daran los ojos con una tela blanca. Uno de aquellos hombres
Y entretanto la rubia continuaba su danza esbozando leves pareció compadecerse un poco y trató de animarnos mientras
sonrisas a los peces gordos que la contemplaban fascinados, y aguardábamos con la espalda apoyada en las cuerdas. Algunos
esbozando leves sonrisas por lo asustados que estábamos no- intentamos sonreír. ·
sotros. Me fijé en cierto comerciante que la seguía con mirada -¿ Ves a aquel muchacho?-me dijo un hombre-. Quie-
ávida, los labios entreabiertos y cubiertos de baba. Era un bom- ro que en cuanto suene la campana vayas derecho a él y le
bre fornido, con botones de diamantes en la pechera de la ca- atices en la barriga. Si no lo machacas, te machacaré yo a ti. No
misa ceñida a su abultada panza; cada vez que la rubia conto- me gusta su pinta.
neaba las caderas, se pasaba las manos por los escasos cabellos A todos nos dijeron lo mismo. Ya teníamos los ojos ven-
de la calva y, con los brazos alzados, en una postura desgarba- dados. Pero en ningún momento había dejado de repasar mi
da como la de un oso panda borracho, imprirrúa un movimiento discurso. Cada una de sus palabras destellaba como una llama
lento y obsceno a su barrigota. Aquel hombre estaba total- en mi mente. Advertí que me apretaban la venda y fruncí el
mente hipnotizado. La música se había acelerado. Cuando la ceño a fin de que se aflojara un poco cuando lo desarrugase.
bailarina se abandonó a evoluciones más rápidas con una ex- Repentinamente experimenté un terror ciego. No estaba
presión de indiferencia en el rostro, los hombres estiraron los habituado a la oscuridad. Era como si me hubieran encerrado
brazos para tocarla. Yo veía sus dedos amorcillados hundirse en una habitación a oscuras infestada de serpientes venenosas.
en la suave carne. Algunos trataron de contener a sus compañe- Oía voces indistintas que pedían a gritos que diera comienzo
ros y la mujer avanzó por el salón describiendo gráciles círcu- la batalla campal.
los, perseguida por hombres que resbalaban en el suelo ence- -¡Vamos, que empiece de una vez!
rado. Era una locura. Caían sillas y se derramaban bebidas -¡Dejadme a mí ese negro grandote!
mientras corrían tras ella soltando risotadas y alaridos. La atra- Agucé el oído para distinguir la voz del director de mi es-
paron cuando estaba junto a la puerta, la auparon y la lanzaron cuela, como si ese sonido más conocido fuera a proporcionar-
al aire como hacen los escolares en las novatadas, y sobre los me cierta protección.
labios rojos de la mujer, petrificados en una sonrisa, vi el terror -¡Dejadme a mí todos esos negros hijos de puta! -gritó
y el asco reflejados en sus ojos, un terror casi igual al rrúo y al alguien.
que percibía en algunos de mis compañeros. Mientras obser- -¡No, Jackson, no! -exclamó otra voz-. Ayudadme a
vaba la escena, la lanzaron dos veces hacia arriba, y sus senos agarrar a J ack.
parecieron aplastarse por la presión del aire y sus piernas se -Quiero cargarme a ese negro de color jengibre, despeda-
agitaron desmadejadas. Los que estaban más sobrios la ayu- zarlo -chilló la primera voz.
daron a escapar. Bajé del ring y me encaminé hacia la antesala Temblé apoyado contra las cuerdas. Yo era lo que en aque-
con el resto de los muchachos. lla época llamaban un negro de color jengibre y el hombre que

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vociferaba parecía capaz de destrozarme a dentelladas como consecuencia de los golpes. Conseguí llegar a tientas hasta las
si fuera una galleta de jengibre. cuerdas, donde me detuve para tratar de recuperar el aliento.
Fuera del cuadrilátero se desarrollaba una pelea. Oía dar Me propinaron un puñetazo en el estómago y volví a desplo-
patadas a sillas y resoplidos de hombres que parecían realizar marme, y fue como si el humo se hubiera convertido en un
un esfuerzo titánico. Quería ver, ver más desesperadamente cuchillo clavado en mis entrañas. Empujado de aquí para allá
que nunca en mi vida. Pero la venda estaba bien apretada, pe- por las piernas que se movían a mi alrededor, por fin logré
gada como una costra de piel arrugada, y cuando levanté las levantarme, y entonces descubrí que podía ver los cuerpos
manos enguantadas para apartar la tela blanca una voz chilló: negros y bañados de sudor que se desplazaban en la atmósfe-
-¡No hagas eso, negro hijo de puta! ¡Deja la venda en paz! ra de humo azulado cual bailarines balanceándose al rápido
-¡Toca la campana antes de que Jackson mate a ese negro! ritmo de tambor de los puñetazos.
-bramó alguien en el repentino silencio que se produjo. Todos luchaban como histéricos. Era la anarquía total. To-
Oí la campana y ruido de pasos. dos peleaban con todos. Los grupos se deshacían rápidamente.
Un guante se estampó contra mi cabeza. Me di la vuelta y Dos, tres o cuatro luchaban contra uno, después luchaban en-
descargué con torpeza un puñetazo en el momento en que tre sí y luego eran atacados por otros. Se propinaban golpes
alguien pasaba a mi lado; noté cómo la sacudida recorría la bajos, incluso en los riñones, tanto con los guantes abiertos
longitud de mi brazo hasta el hombro. Entonces pareció que como cerrados, y ahora que tenía un ojo parcialmente abierto
los nueve muchachos me atacaran a la vez. Me llovían golpes ya no estaba tan aterrado. Me movía con precaución a fin de
por todas partes mientras trataba de arremeter lo mejor que evitar los golpes, aunque no tantos como para llamar la atenc
podía. Recibía tantos golpes que llegué a pensar que era el ción, e iba de un grupo a otro. Los muchachos avanzaban a
único luchador con los ojos vendados o que al final el talJack- tientas cual cautelosos cangrejos ciegos, doblados por la cin-
son había logrado subir al ring. tura para protegerse el estómago, con la cabeza hundida entre
Con los ojos vendados no podía controlar mis movimien- los hombros, los brazos extendidos nerviosamente al frente
tos. Había perdido la dignidad. Me tambaleaba como un niño y los puños tanteando el aire cargado de humo como las esfe-
de un año o como un borracho. El humo era más denso y, con ras en que terminan las antenas de los caracoles. En un rincón
cada golpe que me asestaban, parecía quemarme los pulmones atisbé a un muchacho que lanzaba violentos puñetazos al aire
y limitar más mi respiración. La saliva era como un pegamen- y le oí gritar de dolor cuando su puño chocó contra el poste
to caliente y amargo. Un guante me dio en la cabeza y sentí del cuadrilátero. Durante un instante le vi doblarse, agarrán-
que se me llenaba la boca de sangre. Estaba en todas partes. dose la mano, y acto seguido se desplomó tras recibir un golpe
No sabía si la humedad que notaba en el cuerpo era sudor o en la cabeza desprotegida. Me dediqué a enfrentar a un grupo
sangre. Recibí un golpe en la nuca y caí de bruces al suelo. contra otro. Me metía en uno, descargaba un puñetazo, me
Unas listas de luz azul penetraron el mundo negro tras las apartaba y empujaba a los otros para que recibieran los golpes
vendas. Me quedé tendido boca abajo fingiendo que había dirigidos a ciegas contra mí. El humo era insoportable y no
perdido el conocimiento, pero advertí que me cogían y me había asaltos, no sonaba la campana cada tres minutos para que
ponían en pie. «¡Sigue, muchacho! ¡Pelea, negro!» Los brazos nos recuperáramos del agotamiento. El salón daba vueltas a mi
me pesaban como si fueran de plomo y me dolía la cabeza a alrededor, era un torbellino de luces, humo, cuerpos sudorosos

30 JI
rodeados de crispados rostros blancos. Sangraba por la boca y pude. Llevado por un súbito impuls~ le pegué con poca fuer-
la nariz, tenía salpicaduras de sangre en el pecho. za y cuando nos agarra~os le susurre:
Los hombres seguían gritando. -Si finges que te de¡o fuera de combate, te llevas el pre-
-¡Atízale, negro! ¡Destrípalo! m10.
-¡Pégale un gancho! ¡Mátalo! ¡Mata al gordo! -Te voy a partir el espinazo -masculló con voz ronca.
Fingí que me desplomaba y vi que un chico caía pesada- -¿ Por ellos?
mente a mi lado como si nos hubiese tumbado un mismo gol- -No, por mí, hijo de puta.
pe, y vi que un pie calzado con zapatilla de deporte le daba una Ya pedían a gritos que nos separásemos y Tatlock me ases-
patada en la ingle cuando los dos muchachos que le habían tó un puñetazo que me hizo girar en redondo y, como una
derribado tropezaron con él. Me aparté rodando y sentí el temblorosa cámara de cine en movimiento circular, vi los ros-
espasmo de las náuseas. tros vociferantes, enrojecidos y crispados bajo la nube de humo
Cuanto más encarnizadamente luchábamos, más amenaza- gris azulado. Durante un instante el mundo vaciló, se deshila-
dora era la actitud de los hombres. No obstante, yo volvía a chó, flotó; luego se me despejó la cabeza y vi a Tatlock saltar
pensar en mi discurso. ¿Qué tal me saldría? ¿Reconocerían mi ante mí. La sombra que se agitaba delante de mis ojos era su
talento? ¿Qué me regalarían? puño izquierdo, que venía hacia mí. Caí hacia delante, con la
Peleaba mecánicamente cuando de repente advertí que los cabeza sobre su hombro húmedo, y murmuré:
muchachos abandonaban el ring uno tras otro. Me quedé sor- -Te daré cinco dólares más.
prendido y aterrorizado, como si me hubieran dejado solo -¡Vete a la mierda!
ante un peligro desconocido. Enseguida comprendí lo que Percibí que sus músculos se relajaban un poco y musité:
pasaba. Los chicos lo habían convenido así. Era costumbre -¿Siete?
que los dos luchadores que quedaran en el cuadrilátero se dis- -Dáselos a tu madre-espetó, al tiempo que me golpeaba
putasen el premio. Lo comprendí demasiado tarde. Cuando en el pecho, bajo el corazón.
sonó la campana, dos hombres vestidos de esmoquin saltaron Mientras todavía lo tenía agarrado, le di un cabezazo y me
al ring y nos quitaron las vendas. Me encontré frente a Tatlock, aparté. Me bombardeó a puñetazos. Los devolví con desespe-
el más corpulento del grupo. Se me revolvieron las tripas. Ape- rada exasperación. Quería pronunciar mi discurso más que
nas había dejado la campana de resonar en mis oídos cuando nada en el mundo, porque creía que tan solo aquellos hombres
volvió a sonar y vi a Tatlock avanzar rápidamente hacia mí. sabrían juzgar debidamente mi talento, y aquel estúpido pa-
No se me ocurrió otra cosa que atizarle un directo en 1anariz. yaso iba a echar por tierra mi oportunidad. Comencé a boxear
Se acercó de nuevo trayendo consigo la hedionda agresividad con mayor cautela, utilizando mi superior agilidad para acer-
del sudor ya frío. Su negro rostro era inexpresivo, solo los ojos carme a él, pegarle y retroceder. Le propiné un golpe afortu-
estaban animados por su odio hacia mí y brillaban con el febril nado en el mentón y quedó a mi merced ... hasta que una voz
terror nacido de lo que nos había sucedido a todos nosotros. gritó:
Me angustié. Quería pronunciar el discurso y Tatlock me -¡He apostado por el chico alto!
atacaba como si quisiera arrancármelo de la cabeza a base de Al oírlo casi bajé la guardia. Quedé desconcertado. ¿Debía
puñetazos. Le aticé una y otra vez y encajé sus golpes como tratar de ganar a pesar de esa voz? ¿No iría en contra de mi

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discurso? ¿No era un momento adecuado para mostrar hu- -Así es, Sambo -me dijo un hombre rubio con un guiño
mildad, para la resistencia pasiva? Brincaba alrededor de mi de complicidad.
contrincante cuando un puñetazo en la cabeza hizo que el ojo Temblaba de excitación, olvidado ya el dolor. Me lanzaría
derecho me saltara como un muñeco de resorte y solucionó sobre el oro y los billetes. Emplearía las dos manos. Interpon-
mi dilema. Mientras caía, la estancia se tiñó de rojo. Era como dría mi cuerpo entre los chicos que me rodearan y el oro y los
la caída de un sueño, mi cuerpo lánguido se mostraba quisqui- billetes.
lloso sobre el lugar en el que aterrizar, hasta que el suelo se -Poneos de rodillas alrededor de la alfombra-ordenó el
impacientó y vino hacia mí. Al cabo de un instante recobré el hombre-, y que nadie la toque hasta que yo dé la señal.
conocimiento. Una voz hipnótica decía «cinco» con brío. -Buena se va a armar... -oí decir.
Continué tumbado, contemplando aturdido la mancha roja de Tal como nos habían indicado, nos arrodillamos en torno
mi sangre, que iba tomando la forma de una mariposa y bri- a la alfombra. El hombre alzó lentamente una mano pecosa,
llaba y empapaba el sucio mundo gris de la lona. que nosotros seguimos con la vista.
Cuando la voz pronunció lentamente la palabra «diez», -Parece que esos negros vayan a ponerse a rezar-oí decir.
alguien me levantó y me arrastró hasta una silla. Estaba aton- -Preparados ... -exclamó el hombre-. ¡Ya!
tado. Me dolía el ojo, que se hinchaba con cada latido del co- Me lancé hacia una moneda amarilla que descansaba sobre
razón, y me pregunté si me permitirían pronunciar el discurso. el dibujo azul de la alfombra, la toqué y solté un aullido de
Estaba bañado en sudor y todavía sangraba por la boca. Nos sorpresa que se sumó a los se proferían a mi alrededor. Inten-
agruparon junto a una pared. Los otros muchachos ni siquie- té frenéticamente retirar la mano, pero no podía. Una fuerza
ra me miraban; felicitaban a Tatlock y aventuraban conjeturas ardiente y violenta recorría todo mi cuerpo, que se agitaba
sobre cuánto les pagarían. Uno se quejó de que le dolía la mano. como el de una rata mojada. La alfombra estaba electrificada.
Observé que delante de mí unos empleados con chaqueta Cuando logré liberarme con una sacudida, tenía el pelo de
blanca quitaban el ring y extendían en su lugar una pequeña punta. Me saltaban los músculos, tenía los nervios crispados,
alfombra cuadrada, alrededor de la que colocaron sillas. Pen- retorcidos. Pero observé que eso no detenía a los otros mu-
sé que quizá pronunciaría el discu.rso desde la alfombra. chachos. Riendo de miedo y vergüenza, algunos se mantenían
Entonces nos llamó el maestro de ceremonias. apartados de la alfombra y cogían las monedas que las dolo-
-Venid aquí, muchachos, y coged vuestro dinero. rosas contorsiones de los otros arrojaban fuera. Los hombres
Corrimos hacia los hombres sentados en las sillas, que reían vociferaban mientras nosotros bregábamos.
y hablaban mientras esperaban. Ahora todos parecían muy -¡Coged el dinero, maldita sea, cogedlo! -gritaba alguien
amables. como un loro de voz grave-. ¡Vamos, cogedlo!
-Aquí lo tenéis, en la alfombra -dijo el hombre. Me arrastré rápidamente alrededor de la alfombra reco-
La alfombra estaba cubierta de monedas de todos los ta- giendo monedas. Dejaba las de cobre e intentaba atrapar las de
maños y de unos pocos billetes arrugados, pero lo que más me oro y los billetes. Riendo para no prestar atención a las des-
entusiasmó fue ver, esparcidas aquí y allá, monedas de oro. cargas eléctricas, sacaba deprisa las monedas de la alfombra, y
-Muchachos, es todo vuestro -añadió el hombre-. Cada así descubrí que podía contener la electricidad; es una contra-
cual se quedará con lo que pueda coger. dicción, pero da resultado. Los hombres comenzaron a em-

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pujamos hacia la alfombra. Riendo avergonzados, tratábamos como si hubiera caído en un lecho de brasas. Pensé que pasaría
de liberarnos de sus manos para proseguir la caza de monedas. un siglo entero antes de que pudiera liberarme, un siglo du-
Todos estábamos húmedos y resbaladizos, así que era difícil rante el cual se abrasaría todo mi cuerpo, desde las fibras más
agarrarnos. De repente vi que un muchacho, cuyo cuerpo su- íntimas hasta el aire ardiente de mis pulmones, y el aliento me
doroso brillaba como el de una foca de circo, se elevaba en el quemaba y ardía como si fuera a explotar. Todo acabará en un
aire y caía de culo sobre la alfombra electrificada, y le oí aullar instante, pensé cuando rodé fuera de la alfombra. Todo.acaba-
y observé cómo bailaba literalmente sobre la espalda, golpean- rá en un instante.
do el suelo con los codos en un frenético redoble, mientras sus Pero no todavía, pues los hombres del otro lado me espe-
músculos se sacudían como la carne de un caballo atormenta- raban inclinados en las sillas, con el rostro enrojecido e hin-
do por los tábanos. Cuando al fin rodó fuera de la alfombra, chado, como congestionado. Al ver sus manos tendidas hacia
tenía el rostro grisáceo, y nadie le detuvo cuando echó a correr mí, me aparté rodando como una pelota de rugby cogida con
entre sonoras carcajadas. torpeza se escurre de los dedos del jugador y volví a las brasas.
-¡Coged el dinero! -exclamó el maestro de ceremonias-. Por suerte en esta ocasión deslicé la alfombra y oí el tintineo
¡Es buen dinero norteamericano! de las monedas en el suelo, la refriega de los chicos para co-
Y nosotros estirábamos la mano y lo cogíamos, estirába- gerlas y la voz del maestro de ceremonias, que gritaba:
mos la mano y lo cogíamos. Procuraba no acercarme demasia-' -¡Está bien, muchachos! Ya hemos terminado. Vestíos y
do a la alfombra, y, al notar que un aliento cargado de whisky os pagaremos.
descendía sobre mí como una nube de vapor nauseabundo, me Me sentía desmadejado, flácido como un trapo. La espalda
agarré a la pata de una silla. Estaba ocupada y me aferré a ella me dolía como si me hubieran azotado con cables.
desesperado. Cuando nos hubimos vestido, vino el maestro de ceremo-
-¡Suelta, negro! ¡Suelta! nias y dio cinco dólares a cada uno, salvo a Tatlock, que recibió
El hombre inclinó su enorme rostro hacia el mío al tiempo diez por haber aguantado hasta el final en el ring. A continua-
que me empujaba para que soltase la pata. Pero mi cuerpo ción nos dijo que nos marcháramos. Pensé que no tendría la
estaba resbaladizo y él, demasiado borracho. Se llamaba Col- oportunidad de pronunciar el discurso. Cuando salía desani-
cord y era dueño de una cadena de salas de cine y «estableci- mado al oscuro callejón, me llamaron y me indicaron que re-
mientos recreativos». Cada vez que me agarraba, me escurría gresara. Volví al salón, donde los hombres apartaban las sillas
de sus manos. Se convirtió en una verdadera lucha. Como me y se reunían en grupitos para charlar.
daba más miedo la alfombra electrificada que el borracho, yo El maestro de ceremonias dio manotazos en una mesa para
aguantaba, y por un momento, para mi sorpresa, intenté arro- pedir silencio.
jarlo a él a la alfombra. Era una idea tan colosal que quise po- -Caballeros -dijo-, casi habíamos olvidado una parte
nerla en práctica. Procuré hacerlo con disimulo, pero en cuan- importante de nuestro programa. La parte más seria, caballe-
to le agarré la pierna para tratar de tirarlo de la silla se levantó ros. Este muchacho ha venido para repetir el discurso que pro-
riendo a carcajadas y, mirándome directamente a los ojos con nunció ayer al recibir su diploma de enseñanza media ...
semblante serio, me atizó un brutal puntapié en el pecho. La -¡Bravo!
pata de la silla se desprendió de mis manos y salí rodando. Fue -Me han dicho que es el muchacho más listo de los que

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tenemos en Greenwood y que sabe más palabras difíciles que do como si se hubieran metido algodón en sus sucias orejas.
las que hay en un diccionario de bolsillo. En consecuencia, hablé con un tono más emotivo. Hice oídos
Aplausos y carcajadas. sordos y tragué sangre hasta sentir náuseas. El discurso pare-
-Y ahora, caballeros, les ruego que le presten atención. cía cien veces más largo que antes, pero no podía eliminar ni
Todavía se oían risotadas cuando me volví hacia ellos, la una sola palabra. Había que decirlo todo, expresar y someter
boca seca y un dolor palpitante en el ojo. Comencé a hablar a consideración todos y cada uno de los matices memorizados.
despacio, pero sin duda tenía la garganta atenazada ya que Si bien no acababan aquí mis desdichas. Siempre que pronun-
gritaron: ciaba una palabra de más de tres sílabas, un grupo de voces me
-¡Más alto! ¡Más alto! pedía a gritos que la repitiera. Utilicé la expresión «responsa-
-Nosotros -vociferé-, los de las jóvenes generaciones, bilidad social» y vociferaron.
alabamos la sabiduría de aquel gran maestro y guía que por vez -¿Qué dices, muchacho?
primera pronunció estas sabias palabras: «Un buque perdido -Responsabilidad social -respondí.
durante largos días en el mar avistó un navío amigo. En el -¿Qué?
mástil del buque perdido apareció un mensaje: "Agua, agua; nos -Responsabilidad ...
morimos de sed". Llegó la respuesta del navío amigo: "Arrojad -¡Más alto!
un balde donde estáis". El capitán del desdichado buque al - ... social.
final siguió el consejo y arrojó el balde, que ascendió lleno de -¡Más alto!
agua fresca y cristalina del Amazonas, que allí desembocaba». -Respon ...
Y al igual que él, yo digo, con sus propias palabras: «A aquellos -¡Repítelo!
de mi raza que confían en mejorar su situación en una tierra - ... sabilidad.
extraña, o a aquellos que menosprecian la importancia de Las carcajadas tronaron en la estancia hasta que, sin duda
cultivar relaciones de amistad con los hombres blancos del Sur, distraído porque tenía que tragar sangre, cometí un error y
que son sus vecinos, les digo: "Arrojad el balde donde estáis"; pronuncié unas palabras que a menudo había visto condenar
arrojadlo haciendo amigos, en todos los aspectos humanos, en editoriales de periódico y oído debatir en conversaciones
entre las gentes de todas las razas que os rodean ...». privadas.
Hablaba mecánicamente y con tal unción que no me di -Igualdad social...
cuenta de que los hombres del salón seguían charlando y rien- Las risotadas quedaron suspendidas como humo en el sú-
do, hasta que estuve a punto de ahogarme cuando la boca se bito silencio que siguió. Intrigado, abrí los ojos. Se oían mur-
me llenó de sangre de la herida. Tosí y deseé interrumpirme mullos de desagrado. El maestro de ceremonias se adelantó
para acercarme a una de las escupideras de bronce llenas de presuroso. Los hombres me gritaban frases hostiles que yo no
arena, pero algunos, en particular el director de la escuela, me entendía.
escuchaban y no me atreví. Así pues, decidí tragar. Tragué san- Un hombrecillo enteco con bigote que estaba sentado en
gre, saliva y todo. (¡Qué capacidad de resistencia tenía en aque- primera fila exclamó:
lla época! ¡Qué entusiasmo! ¡Cuánta fe en la justicia!) Pese al -Vuelve a decir eso despacio, hijo.
dolor, alcé aún más la voz, pero continuaron hablando y ríen- -¿Qué, señor?

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-Lo que acabas de decir. algún día esta cartera estará repleta de importantes documen-
-Responsabilidad social, señor. tos que contribuirán a forjar el destino de tu pueblo.
-¿No pretenderás dártelas de listo, verdad, muchacho? Estaba tan emocionado que apenas pude expresarle migra-
-preguntó, no sin cierta amabilidad. titud. Sobre el cuero de la cartera cayó un grueso hilo de sali-
-¡No, señor! va sanguinolenta que formó una figura parecida a un conti-
-¿Estás seguro de que te has equivocado al decir «igual- nente por descubrir y me apresuré a limpiarla. Me sentí.a más
dad»? importante de lo que jamás había soñado.
-Sí, señor. Es que estaba tragando sangre. -Ábrela y mira lo que hay dentro -me dijeron.
-Bien, será mejor que hables más despacio para que te Me temblaban los dedos. Obedecí y, aspirando el olor del
entendamos. Queremos portarnos bien contigo, pero no tie- cuero nuevo, encontré un papel con aspecto de documento
nes que olvidar nunca cuál es tu lugar. Prosigue tu discurso. oficial. Era una beca para cursar estudios en la universidad
Tenía miedo. Quería irme, pero también deseaba hablar y estatal para negros. Se me saltaron las lágrimas y salí corriendo
temía que me echaran. avergonzado.
-Muchas gracias, señor. No cabía en mí de alegría; ni siquiera me afectó descubrir
Y reanudé el discurso donde lo había dejado sin que mis que las monedas de oro por las que me había deslomado eran
oyentes me prestaran más atención que antes. en realidad fichas de bronce en las que se anunciaba cierta mar-
Sin embargo hubo una atronadora ovación cuando termi- ca de automóviles.
né. Para mi sorpresa, el director de la escuela avanzó hacia mí Cuando llegué a casa todos se mostraron entusiasmados.
con un paquete envuelto en papel de seda y, tras pedir silen- Al día siguiente vinieron los vecinos a felicitarme. Incluso me
cio con un gesto, se dirigió a los reunidos: sentía a salvo del abuelo, cuya maldición pronunciada en el
-Caballeros, ya han visto que no exageraba al alabar a lecho de muerte solía amargar todos mis éxitos. Me puse bajo
este muchacho. Ha pronunciado un bonito discurso y quizá su foto con mi cartera en la mano y dirigí una sonrisa triunfal
algún día conduzca a su pueblo por el buen camino. Y no es a su impasible rostro negro de campesino. Era una cara que
preciso que les diga cuán importante es eso en estos tiempos me fascinaba. Sus ojos parecían seguirme allí adonde iba.
que corren. Es un muchacho bueno y listo, así que para ani- Por la noche soñé que estaba en el circo con él y que se
marle a seguir en la buena dirección deseo entregarle, en nom- negaba a reírse de los payasos hicieran lo que hiciesen. Des-
bre de la Comisión de Enseñanza, un premio consistente en pués me mandó abrir la cartera y leer los papeles que hubiera
este ... dentro. Encontré un sobre oficial que llevaba estampado el
Hizo una pausa para retirar el papel de seda y mostrar una escudo del estado; dentro de este sobre hallé otro, luego otro,
lustrosa cartera de piel de becerro. y así sucesivamente, y pensé que iba a caerme de agotamiento.
-Consistente en este artículo de primera calidad que ven- «Son años -dijo el abuelo-. Abre este.» Así lo hice, y en su
de Shad Whitmore en su tienda. interior vi un documento con un breve mensaje escrito en le-
»Muchacho -añadió dirigiéndose a mí-, toma este rega- tras doradas. «Léelo -me indicó el abuelo-. En voz alta.»
lo y cuídalo. Considéralo una insignia. Aprécialo en lo que «A quien corresponda: No deje a este negro estarse quie-
vale. Sigue avanzando por la buena senda como hasta ahora y to», leí.

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Cuando desperté, las carcajadas del anciano resonaban en
mis oídos.
(Fue un sueño que recordaría y volvería a tener durante
muchos años. Pero en aquel entonces no comprendí su senti-
do. Primero tuve que ir a la universidad.)

Era una hermosa universidad. Los edificios eran antiguos y es-


taban cubiertos de hiedra, los caminos serpenteaban grácilmen-
te flanqueados de setos y rosales silvestres que deslumbraban
con elsol del verano. En torno a los árboles crecían madreselvas
y glicinas, y el aroma de las blancas magnolias se mezclaba en
el aire con el zumbido de las abejas. Aquí, en mi hoyo, lo he
recordado muchas veces: cómo el césped verdeaba en prima e
vera y los sinsontes agitaban la cola y cantaban, cómo la luz de
la luna bañaba los edificios, cómo la campana de la capilla se-
ñalaba el paso de las fugaces horas felices y las muchachas con
coloridos vestidos estivales paseaban por la hierba. Muchas
veces, por la noche, he cerrado los ojos y caminado por el sen-
dero prohibido que pasa sinuoso ante la residencia de las alunmas
y el edificio con el reloj en la torre y las ventanas cálidamente
iluminadas, después desciende hacia la casita blanca donde se
realizan las prácticas de administración del hogar, más blanca
aún a la luz de la luna, y continúa entre curvas y pendientes
hacia la negra central eléctrica, cuyos motores bordoneaban en
la oscuridad con ritmos imponentes, las ventanas rojas por el
fulgor del horno; luego el camino se transformaba en un puen-
te sobre un cauce seco poblado de maleza enmarañada y enre-
daderas; era un puente de troncos, apropiado para citas amo-
rosas, pero virginal y jamás utilizado por los enamorados; el
sendero ascendía después, más allá de los edificios con pórticos

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