Las Amazonas

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Las amazonas.

Un estudio de los mitos atenienses


William Blake Tyrrell

III. LAS COSTUMBRES DE LAS AMAZONAS Y EL PATRIARCADO

La sociedad de las amazonas es un ethnos gynaiko-kratoumenon, "nación en que las mujeres


tienen el poder", un matriarcado, y como tal es una imagen especular del patriarcado. Ya
hemos analizado los testimonios de las actitudes, creencias e instituciones que reflejaban la
asimetría sexual del predominio varonil en Atenas; pero tal testimonio, sumamente
sugestivo de lo que, supuestamente, hacían los sexos -prueba de sus papeles sexuales-
proviene de palabras escritas y vasos pintados por hombres, y si una mujer hablara, lo haría
por medio de una voz varonil. No existe una Safo en nuestra esfera de Atenas. Casi no se
puede saber en qué medida el temperamento personal, las circunstancias económicas y la
posición de clase alteraron la pauta prescrita para los papeles de los sexos. Las fuentes se
explayan en lo excepcional, lo escandaloso. Esta circunstancia, infamante para la historia de
las mujeres atenienses como particulares, más que como una Mujer, grupo o interpretación,
no obstaculiza el presente estudio. En este capítulo, las costumbres de las amazonas se
comparan con el sistema de normas y prácticas culturales que sostenía al patriarcado
ateniense. Las costumbres de las amazonas invierten el ideal o modelo -no la realidad- según
el cual los ciudadanos, hombres y mujeres, supuestamente dirigían sus vidas. Y para esto hay
pruebas suficientes y más sólidas.

Sobre las fuentes de las costumbres de las amazonas

Desde el periodo clásico, como hemos visto, el mito de la amazona concierne básicamente al
Noveno Trabajo de Héracles, el rapto de una amazona por Teseo y la defensa de Atenas.
Poco nos ha llegado acerca de las costumbres de las amazonas, que hemos de buscar en
fuentes posclásicas, entre ellas, Diódoro Sículo (siglo I a.c.) y Estrabón (siglo I a.C.- siglo 1
d.c.). Si este estudio se dirigiera exclusivamente al mito, la discrepancia cronológica no
constituiría una dificultad. Pero estamos haciendo un intento por ubicar el mito en el
contexto de la sociedad clásica ateniense, por lo que hemos de enfrentarnos a la cuestión.
Se añadieron detalles en varios momentos -se conocen las aportaciones de Ferecides y de
Helánico, pero los lineamientos generales del mito, sus temas y motivos quedaron
establecidos durante el periodo clásico. Aunque, por ejemplo, el dominio de la esfera
pública por las amazonas o su antipatía por los bebés varones pudieron ser diversamente
imaginados, ambas situaciones coinciden con el mito y son suposiciones de la época clásica.
Pero la creación de mitos de Lisias, analizada en el capítulo , y el relato que nos da Herodoto
acerca del linaje amazónico de los sauromatas, al que ahora volveremos, prueban el punto,
pues fueron formados invirtiendo las costumbres patriarcales.
Las mujeres saurómatas montaban a caballo y manejaban el arco como los hombres.
Herodoto explica esto remontando su origen a la unión de los escitas con unas amazonas
capturadas por los griegos después de su derrota sobre el Termodón. Llevadas a las naves,
las amazonas se levantan contra los griegos y los matan. Como no saben navegar, van a la
deriva, hasta encallar en el territorio de los escitas. Allí roban caballos y viven del saqueo.
Los escitas empiezan por combatirlas, pero, después de descubrir su sexo, envían a sus
donceles a cortejarlas. Los hombres no las atacan sino que las siguen, retirándose cada vez
que las amazonas vuelven a atacarlos. Con el tiempo, un escita encuentra sola a una
amazona y, cuando ella no rechaza sus insinuaciones, acaban por tener una relación sexual.
La pareja conviene en encontrarse al día siguiente, llevando cada quien a un amigo y una
amiga, respectivamente; de esta manera, “los escitas amansaron al resto de las amazonas".

Al cabo de un tiempo, los hombres desean volver a sus padres y posesiones, pero las
amazonas se niegan:

No podríamos vivir con vuestras mujeres, pues nuestras costumbres no son iguales a las de ellas.
Practicamos el tiro con arco y jabalina y montamos a caballo. No hemos aprendido tareas de
mujeres. Vuestras mujeres no hacen ninguna de estas cosas; se dedican a tareas femeninas,
permanecen en las carretas y no van a cazar ni a ninguna otra parte. No podríamos entendernos con
ellas. Pero si queréis aceptarnos como vuestras mujeres y ser justos con nosotras, id a vuestros
padres y obtened vuestra parte de sus posesiones. Cuando regreséis, vivamos solos.

Cuando los hombres regresan con su parte de las posesiones de sus padres, las amazonas
dicen tener miedo de vivir cerca de aquellos cuyas tierras saquearon. Desean irse más lejos.
Sus maridos consienten, y las parejas se van de Escita.

Debe notarse, ante todo, que el mito es acerca del matrimonio, no del combate ni de la
guerra. Varios elementos significativos han surgido, al invertir las costumbres del
matrimonio patriarcal. Se dice que los escitas "amansaron" a las amazonas. Antes debieron
de ser salvajes, condición cuyo significado aclara el mito de Cécrope así como la idea común
del matrimonio como antítesis del abandono animal. Las relaciones sexuales en el
matrimonio griego ocurrían dentro de la casa. Las amazonas se apareaban al aire libre.
Como las mujeres griegas, los escitas (que representan a las mujeres griegas) son "muy
jóvenes" cuando se casan. También como las griegas, una dote tomada de sus padres es
entregada a sus esposas como prueba de su "justicia" hacia ellas. En el matrimonio griego, la
novia llegaba con una dote, cuidadosamente calculada para mostrar la estima del padre al
novio. Los escitas, como novias griegas, abandonan las casas de sus padres para vivir con sus
esposas en un lugar escogido por éstas. Por último, está en armonía con las fuentes
ulteriores el que las amazonas dominen la esfera pública de la caza y la guerra, así como su
rechazo de las tareas realizadas por las mujeres escitas que, como las griegas, están
confinadas a la casa.
Para escritores del período ulterior, de lo que se trata es de fijar sus fuentes en el periodo
clásico. Ni aun entonces podemos estar siempre ciertos de lo que consideraron como fuente
o si la utilizaron directamente o a través de un intermediario. Diódoro Sículo escribió una
historia de todos los pueblos conocidos del mundo. La Biblioteca es una compilación, diríase
de recortes, de obras anteriores. Para las amazonas de Libia, afirma Diódoro, se valió de
Dionisio Escito, "Brazo de Cuero", novelista que vivió en Alejandría durante el siglo II a.c.5
Dionisio compuso relatos mitológicos reuniendo mitos en una gran síntesis. Conectó la
historia de la Odisea con las aventuras de Jason y de los Argonautas, por ejemplo, haciendo
que Laertes, padre de Odiseo, fuese un Argonauta. Su libro le valió la reputación de timador,
así como un mote que denotaba su resistencia para escribir copiosos detalles. Utilizó, o al
menos citó, las obras de "los antiguos, fuesen mitógrafos o poetas". Sus amazonas son
únicas, no por sus costumbres, sino porque residen en Libia y porque luchan contra las
Gorgonas y los habitantes de la Atlántida.

El geógrafo Estrabón dice, en el pasaje antes citado, que consultó a los autores antiguos,
entre ellos a Hecateo, Herodoto y Helánico. Los consideró a todos ellos como creadores de
mitos, no de historia. Estrabón se valió extensamente del historiador Eforo (siglo IV a.c.),
discípulo de Isocrates, que llegó a Atenas procedente de Cime en Jonia. Eforo escribió una
historia de su ciudad natal, atribuyendo su fundación a una amazona; también escribió una
historia de Grecia. Consultó a Hecateo, Herodoto y, para el periodo anterior, a Helánico en
particular. Las referencias de los escritores posteriores confirman que Eforo contó el mito de
las amazonas en su historia de Grecia.

Una indicación convincente de la congruencia del mito de las amazonas a partir de la versión
clásica hasta las de Diódoro y de Estrabón es la afirmación de este último:

Algo peculiar ha ocurrido en el relato de las amazonas.Otros relatos conservan los elementos míticos
e históricos distinguidos. A los antiguos, falaces y monstruosos, los llaman mitos, mientras que la
historia aspira a la verdad, sea antigua o moderna, y lo monstruoso no tiene lugar allí, o tan solo un
lugar muy insólito. Sin embargo, con respecto a las amazonas, se dicen mismas cosas podría creer
que un ejército o una ciudad o una nación la verdad, sea antigua o moderna, y lo monstruoso no
tiene lugar allí, o tan sólo un lugar muy insólito. Sin embargo, con respecto a las amazonas, se dicen
las mismas cosas hoy que en tiempos antiguos, cosas que son monstruosas y fuera de toda
credibilidad. ¿Quién podría creer que un ejército o una ciudad o una nación de mujeres pudiera
organizarse sin hombres? ¿O que no sólo podría organizarse sino aun atacar un país extranjero,
someter a sus vecinos hasta la actual Jonia, y lanzar una expedición a través del mar, llegando hasta
el Atica? Esto es como decir que los hombres de aquellos días eran mujeres, y que las mujeres eran
hombres. Y sin embargo, lo mismo se dice hoy acerca de ellos, circunstancia que aumenta su
peculiaridad y nuestra fe en los autores antiguos, más que en los modernos.

Estrabón creía que los mitos se componían de elementos extraños y monstruosos y del
núcleo histórico. El poeta entroncaba los primeros en una verdad histórica, así como cuando
"algunos echan oro en torno de plata". Los elementos extraños y monstruosos tienden a
causar placer, al encanto que sienten los hombres al saber de mitos, o a causar temor, que
los aparta del mal. Las maravillas agradables incluyen las hazañas de Héracles; las temibles
son historias de castigo divino. Pero el creador de mitos, sea poeta o legislador, no puede
hacer un relato de simple ficción. Puede extraerse un meollo histórico, la verdad que el mito
pretende explicar. En el caso del mito de las amazonas, según Estrabón, no se logró hacer la
separación de lo cierto y de lo monstruoso. Este fracaso indica que el mito fue narrado por
escritores posteriores del mismo modo que por los anteriores, aun cuando entrañara una
"monstruosa inversión'' de los papeles sexuales: unas mujeres que hacían lo que los
hombres hacen.

INVERSIONES Y OPOSICIONES EN LAS COSTUMBRES DE LAS AMAZONAS

Lo que sigue es un examen de las costumbres de las amazonas y de las oposiciones que las
imbuían como inversiones de las costumbres patriarcales. Tal es un primer paso hacia
descifrar el mito, vaciándolo de su contenido patriarcal. Por ejemplo, si suprimiésemos de la
cultura japonesa todo lo occidental, quedaría mucho que es auténticamente japonés. Sin
embargo, en el caso del mito amazónico, este proceso mostrará que aparte del patriarcado
ateniense, la amazona no tiene sustancia. El intento por separar el hecho de la fantasía falló
porque, sin las inversiones, no queda nada.

Interior/exterior

Una polaridad fundamental del patriarcado ateniense es interior/exterior. Asociado con las
mujeres estaba el interior: el dominio del útero y del hogar. "La puerta exterior de la casa es
el límite de la mujer libre." Segregadas de las mujeres de otros hogares, sin otra compañía
que la de sus parientas políticas y esclavas, las mujeres atendían a los quehaceres
domésticos de gobernar la casa para sus esposos. El exterior tenia una connotación
masculina; sus atributos movimiento, fuerza, resistencia, sabiduría, perseverancia y peligro,
eran la antítesis de los interiores femeninos. Los hombres dejaban los sombríos confines de
la casa por la guerra, la política, los negocios y el placer, actividades a las que solían
dedicarse bajo el brillante cielo mediterráneo.

El ateniense Jenofonte, en un tratado sobre la administración del hogar, nos ofrece una
descripción clásica de esta oposición. Está en forma de instrucciones del caballero
campesino Iscomaco a su esposa, acerca de sus deberes. Su tono pedantesco y
condescendiente se debe a la edad de su novia: aún no cumplía quince años.

Ahora bien, en mi opinión, mujer, los dioses parecen haber inventado la pareja llamada hombre y
mujer con la particular idea de que sea lo más ventajoso para el bien de su empresa común. Ante
todo, de modo que las generaciones de seres vivos no escaseen, la pareja yace, unida, para
engendrar hijos. En segundo lugar, a partir de la pareja se tienen, al menos para los seres humanos,
los medios de adquirir aquellos que los asistirán en su vejez. Después, el modo de vida de los seres
humanos no es al aire libre, como el del ganado, sino que necesitan un techo. Esto es claro.
Ciertamente, para los seres humanos que intentan tener algo que llevar a la casa, se necesita que
alguien se encargue del trabajo de fuera. Arar, plantar, sembrar, pastorear: todas estas son
ocupaciones al aire libre. De ellas obtenemos los productos de primera necesidad. A su vez, se
necesita que, una vez que éstos han entrado en el hogar, que alguien los cuide y atienda a las
ocupaciones propias del hogar. El cuidado de los hijos recién nacidos necesita una casa; la
preparación de pan a base de granos necesita una casa, así como fabricar ropas a base de lana.
Como ambas ocupaciones, las del interior y las del exterior, necesitan trabajo y atención, el dios, me
parece a mí, hizo a la naturaleza en consecuencia: la mujer para las ocupaciones del hogar y el
hombre para las de fuera. Hizo que el cuerpo y el espíritu del hombre fuesen más capaces de vencer
al frío, el calor, los viajes y el servicio militar. Le asignó, entonces, las ocupaciones al aire libre. Y como
dotó a la mujer, por naturaleza, con un cuerpo menos capaz de superar los rigores del frío, el calor,
los viajes y el servicio militar, me parece que el dios le asignó las tareas del interior. Sabiendo que la
había dotado por la naturaleza y habiéndole asignado el cuidado de los hijos recién nacidos, también
le dio más amor que dar a los recién nacidos que al hombre. Y puesto que también asignó a la mujer
el cuidado de todo lo que entraba en la casa, y como comprendió que para guardarla no se perdía
nada si el alma era tímida, el dios asignó mucho mayor cantidad de timidez a la mujer que al
hombre. De otra parte, sabiendo que había necesidad de que quien tenía ocupaciones en el exterior
actuara en defensa de ellas, el dios asignó al hombre la mayor cantidad de valor.

Correlacionadas con interior/exterior están las oposiciones de amor a los hijos/fuerza para
resistir el frío y timidez/valor. La disposición de los papeles de los sexos, organizada por estas
antítesis, asegura Iscomaco a su esposa, se basó en la naturaleza, fue dada por los dioses y
confirmada por la ley. Las amazonas invierten la polaridad: son manifestaciones de la vida en
el exterior.

Dicen que al lado del río Termodón había una nación gobernada por mujeres donde las mujeres
compartían las obligaciones de la guerra por igual con los hombres. Una mujer, que poseía el poder
real, superaba a todas las demás en valor y fuerza. Organizó y entrenó un ejército de mujeres y
sometió a algunos de sus vecinos. Creciendo en valor y fama, hizo campaña incesantemente contra
los pueblos vecinos. Su fortuna prosperó, y surgieron en ella elevadas aspiraciones. Se dio a sí misma
el nombre de hija de Ares y asignó a los hombres el hilar la madeja y las labores domésticas de las
mujeres. Estableció leyes según las cuales las mujeres iban a las pugnas de la guerra, y la humildad y
la esclavitud correspondían a los hombres. Mutilo de brazos y piernas a los varones que nacían,
haciéndoles incapaces de ir a la guerra. Quemó el seno derecho de las niñas que nacían para impedir
que se hinchara y siguiera su camino cuando los cuerpos maduraran. Por esta razón recibieron su
nombre las naciones de Amazonas.

Dicen que en las partes occidentales de Libia, en loslimites del mundo común, había una nación
gobernada por mujeres que seguían un modo de vida distinto del nuestro. Era costumbre de las
mujeres esforzarse en la guerra y verse obligadas a alistarse en el ejército. Durante este periodo,
permanecían vírgenes. Tras sus años de servicio, se acercaban a los hombres, para procrear hijos. Las
magistraturas y los asuntos de Estado quedaban en manos de mujeres. Los hombres, como nuestras
mujeres casadas, pasaban el tiempo en el hogar obedeciendo las órdenes de sus mujeres. No
participaban en el ejército ni en las magistraturas ni tenían voz en los asuntos públicos, para que no
se volvieran presuntuosos ni atacaran a las mujeres. Al nacer los hijos, las mujeres los entregaban a
los hombres, que los criaban con leche y otros alimentos hervidos apro-
piados a la edad de los niños.

Las amazonas hacen por sí mismas diversas tareas [es decir, aparte de los hombres), como arar,
plantar, llevar a pastorear el ganado y, en particular, criar caballos. Las más intrépidas se dedican a
cazar a caballo, y a prepararse para la guerra.

Entre las amazonas, el exterior es femenino. Las mujeres van de caza, se ejercitan a la
intemperie y marchan a la guerra. Los hombres se quedan en casa y alimentan a los bebés. A
las mujeres corresponde la fuerza y las prerrogativas que ésta da, las magistraturas y los
asuntos de Estado. Las prohibiciones a los hombres -llevar armas y gobernar- junto con la
mutilación de los niños varones equivalen a la falta de voto de las mujeres griegas y a la
timidez que, según Iscomaco, instaló un dios en la naturaleza femenina.

También está correlacionado con el interior/exterior el movimiento/reposo. La movilidad de


la mujer griega estaba limitada, salvo sus obligaciones religiosas, por la puerta del patio.
(Debió de haber muchas excepciones, pero éste era el ideal.) Los hombres griegos hacían
propaganda al lugar de las mujeres encargando vasos que las mostraban en el hogar,
entregadas a sus faenas. T. B. L. Webster señala el aumento espectacular del número de
pinturas de mujeres solas, sin hombres, en vasos empleados por las mujeres en los periodos
temprano clásico y clásico, particularmente en el Ática:

Cualesquiera que fuesen los vasos que las mujeres compraban o recibían para sus propios
fines, antes no habían encontrado en los vasos cuadros de sus propias ocupaciones en tales
cantidades. Los pintores de vasos estaban satisfaciendo una nueva demanda. Cuando
pensamos en las restricciones puestas a la vida de las mujeres en Atenas, nos parece
probable que la demanda procediera más de los hombres que de las propias mujeres. Las
más de las veces, los vasos eran presentes de hombres a mujeres (u ofrendas en tumbas de
mujeres), más que compras de mujeres.

Aunque oigamos hablar de las ciudades de las amazonas, rara vez oímos hablar de las
amazonas bajo un techo. Son creaciones de la vida al aire libre y como los hombres griegos,
siempre están en movimiento. El movimiento es un significado del caballo, cuyo opuesto, la
falta de movimiento, queda representado por la mutilación de varones. El movimiento es,
asimismo, un aspecto del significado del seno perdido de la amazona.

Las fuentes nos dicen repetidas veces que las amazonas tienen una sola teta. Aunque
conservan la izquierda para alimentar, la derecha ha sido cauterizada o, de alguna manera,
suprimida, para que no dificulte el lanzamiento de la jabalina.Para los griegos, este estado
explicaba el nombre de las amazonas: a-(no) + mazos (teta), pero es más probable que el
nombre explicara su estado. Sin embargo, la etimología no aparece en la monomastia
amazónica. ¿Por qué, al analizar el nombre, pareció apropiado "una sola teta"? Una razón de
ello es el movimiento. No sólo el movimiento como libertad para lanzar la jabalina, sino el
movimiento como la liberación de dar el pecho para amamantar. Otro es que el calor y el
consuelo de la madre y la vital nutrición del hijo se centran en el pecho. Es el último recurso
de la madre, cuando pide a su hijo adulto que le obedezca. Hasta donde es posible, las
amazonas se han liberado de todo apego materno.

En vista de lo que se ha dicho acerca del movimiento de las amazonas, en oposición al


estado de reposo de las mujeres griegas, la descripción que nos da Estrabón de la vida
sedentaria de las amazonas -arar, plantar, cuidar el ganado, nos parece fuera de lugar. Así es,
y al mismo tiempo no es. La agricultura ata a las amazonas al suelo y les niega así toda
movilidad. Pero lo que gobierna la descripción de las costumbres de las amazonas en los
mitos no coincide de una versión a otra. Pronto se añadieron nuevos elementos, se unieron,
y luego pudieron contradecirse entre sí. Sin embargo, lo que gobierna la imagen de la
amazona es la lógica de su estructura: en este caso, la inversión interior/exterior. La
agricultura, producción de granos para el pan y de uvas para el vino, es una actividad al aire
libre de los hombres. Iscomaco pone esto en claro a su mujer. Cuando Estrabón atribuye
agricultura a las amazonas, añade un aspecto a la estructura de inversión, mientras
contradice otro. Como veremos, Diódoro niega que hubiese una agricultura de las
amazonas, de acuerdo con una oposición de diferencia.

Las armas
Las armas en el lenguaje del mito son, al principio, neutrales. En la epopeya y en los vasos
con figuras negras, las amazonas llevan las mismas armas que los griegos. Con la asimilación
de amazonas y persas, las armas se convierten en código de oposiciones cargado de valor.

Héracles y el guerrero homérico lucharon "frete a la vanguardia", en busca de la victoria


individual. El escudo que cada cual llevaba era para su propia protección. Durante los
periodos arcaico y clásico el principal bastión de la guerra terrestre era el hoplites, "el que
tiene el hoplon o escudo". El hoplita era un ciudadano que pagaba sus propias armas y
combatía en formación con otros ciudadanos contra formaciones similares. Su escudo había
sido diseñado para este estilo de lucha. Era sostenido por el brazo izquierdo mediante dos
tiras, una en el centro y la otra cerca del borde. El hombre insertaba el brazo en la tira del
centro, hasta el codo, y aferraba la tira exterior con la mano. Esta disposición de las tiras
extendía la mitad del escudo más allá del costado izquierdo de su portador, mientras dejaba
expuesto su costado derecho. Esto significaba que cada quien protegía al hombre que tenía
a su izquierda y esperaba protección del de su derecha. La seguridad de todos requería el
valor de cada quien para permanecer al lado de sus compañeros. "Oh, mancebos", exhorta
Tirteo a sus conciudadanos espartanos, "permaneced unos al lado de otros y luchad. No
iniciéis la vergonzosa huida o el pánico. Que cada quien permanezca firme, fijo con ambos
pies a la tierra, mordiéndose los labios''. La lucha de los hoplitas, la polis en guerra,
manifiesta la misma prioridad que la polis en paz: el individuo en sociedad con otros, el todo
con precedencia sobre sus partes. Fue el modo de luchar que obtuvo la victoria en Maratón
y que llegó a ser en noblecido como lo correspondiente a los hombres de honor. Exigía
luchar de cerca con el enemigo, fuerza para sostener la armadura y manejar la lanza y, ante
todo, el valor de resistir y luchar cuerpo a cuerpo.

Las amazonas, como aparecen en los vasos, llevan armaduras pesadas y ligeras; la tradición
literaria favorece estas últimas.La armadura que no es de hoplita favorece la rapidez, la
movilidad, la distancia del enemigo, la individualidad y cierta condición de extraño. Las
amazonas llevan un escudo en forma de luna, cubierto de pieles, y se cubren con un gorro
de piel. A menudo están vestidas con el pantalón persa. Su principal arma es el arco escita
curvado, aunque también emplean el hacha, la lanza y la jabalina. Aparecen en los vasos a
pie y a caballos; las fuentes literarias prefieren mostrarlas como jinetes.

El arco fue vilipendiado desde los tiempos homéricos, como arma de cobardes porque con él
se podía matar desde una prudente distancia. Por otra parte, era un rasgo amenazador del
modo persa de luchar. Los atenienses en Maratón, bajo el peso de sus armaduras, corrieron
para entablar batalla con el enemigo antes de que éste pudiese lanzar sus proyectiles.
Díjose, antes de la batalla de las Termópilas, que sus flechas cubrirían el sol. Tanto llamó la
atención el arco a los griegos, que lo consideraron como el arma persa por excelencia,
aunque en realidad los persas dependieran de la lanza. Al enfrentarse a arqueros, si no
contaban con el apoyo de sus tropas de largo alcance, los hoplitas eran vulnerables y
quedaban a la defensiva. Así pues, en el lenguaje del código de las armas, el arco es
ambivalente. Denota un modo de lucha que está por debajo de la dignidad del griego y a la
vez lo aterroriza: arma apropiada para una amazona, mujer y sin embargo temible
enemiga.

En el código de los armamentos, el caballo denota rápido escape sin preocuparse por los
demás. Acaso tuviese otro significado en el contexto de la riqueza. Era caro comprar y
mantener caballos, por lo que fueron sinónimo de aristócratas acaudalados. La caballería era
el modo de lucha de las oligarquías prósperas; en la poesía, la yegua era metáfora de la
mujer rica. Tal vez la derrota de las amazonas montada hiciese vibrar una cuerda entre
algunos ciudadanos, como la derrota de la riqueza y de la cuna noble.

Un arma conscientemente considerada como extranjera era el hacha, fuese la sagaris de un


solo filo o la pelekus de doble filo. La oposición lanza/hacha está implícita en la respuesta de
los rehenes espartanos al persa Hidanes: "Si conocierais la libertad, nos recomendaríais
luchar por ella, no sólo con lanzas, sino aun con hachas". Es decir, una vez que los persas
probaran la libertad, se volverían como los griegos y lucharían por ella no sólo con el arma
ordinaria de los griegos, la lanza, sino con su antítesis, el hacha. No podemos saber hasta
qué punto su carácter extraño era acentuado por el hecho de ser símbolo religioso en Creta
y en Lidia. Tal vez tuviese un significado particular (o lo recibiera de pinturas murales) como
arma de mujer contra los hombres. Clitemnestra, comprendiendo su muerte inminente,
inexplicablemente grita pidiendo un hacha "capaz de acabar con un hombre".

Como código del lenguaje del mito, las armas de las amazonas son una inversión de las
armas griegas. Reflejan el concepto griego de las Guerras Médicas como una victoria de
hombres libres sobre esclavos y demuestran la superioridad del principio del todo sobre
aquellos que, por causa de su esclavitud, pensaban en primer término en sí mismos. Una
nota final: Helánico describió a las amazonas como "un ejército con escudos de oro, hachas
de plata". La riqueza no es atributo de las amazonas sino de los persas. Un millar de las
tropas de élite de Jerjes, los Inmortales, se distinguían por las granadas de oro que llevaban
en el extremo inferior de sus lanzas, y los otros nueve mil, por granadas de plata. Esquilo, en
Los persas (472 a.c.), contrasta el esplendor del oro y la riqueza de los persas con la
humildad del regreso de Jerjes a su patria. Helánico, en esta descripción, bien puede estar
aludiendo al despliegue de riqueza de los persas.

El control del matrimonio y de la natalidad

El control del matrimonio y de la natalidad era un pilar del patriarcado ateniense. Durante
toda su vida, la ciudadana se hallaba bajo el dominio de un hombre: su padre, su marido, su
pariente más cercano, el no hacerlo así era característica de la extranjera o de la prostituta.
Este hombre conocía al novio y arreglaba el noviazgo y el compromiso de matrimonio. La
mujer era joven y tenía poca voz en el asunto.

Aunque los filósofos recomendaban los dieciocho años como la mejor edad para casarse;
muchas eran entregadas antes, sobre todo cuando el padre moría y no quedaba heredero
varón. Se tomaban todas las precauciones por dar publicidad al arreglo, pues no había
ayuntamientos ni licencias. La legitimidad dependía de los testigos, hasta el punto de que no
tener suficientes testigos podía ser prueba contra la validez del matrimonio. Salvo cuando la
novia quedaba comprometida desde niña, la boda seguía inmediatamente al compromiso.
La cohabitación consumaba el matrimonio. La palabra griega para estar casado es
synoikein,"compartir una casa". Una vez casada, se esperaba que la mujer fuese modesta,
poco exigente en materia sexual, hasta fría, pues su razón de ser era la procreación de los
hijos.

Podemos tener un atisbo de la vida que le esperaba, en las prescripciones que nos da
Plutarco sobre el ideal en sus Consejos a la novia y al novio.
Cuando la mujer modesta ha de mostrarse más conspicua es en compañía de su marido, y debe
quedarse en casa y ocultarse cuando él esté ausente. Herodoto se equivocó al decir que una mujer se
quita la modestia junto con las ropas. Todo lo contrario, ella se pone la modestia en su lugar, y el
marido y la mujer muestran la mayor modestia como prueba de su gran amor.

Cada actividad en el hogar es efectuada con modestia y por acuerdo de ambos, pero muestra la guía
y las preferencias del marido.

La esposa no debe tener sentimientos propios sino unirse a su marido en su humor, sea serio,
juguetón, pensativo o bromista.

Si un hombre en la vida privada fuese sin control ni guía en sus placeres y cometiese alguna
indiscreción con una prostituta o criada, la mujer no deberá tomarlo a mal ni mostrarse airada,
razonando que por el respeto del hombre a ella, no la incluye en sus francachelas, excesos y devaneos
con otras mujeres.

La mujer no deberá tener amigos propios sino compartir los de su marido en común con él.

Ni oro ni joyas ni colorete hacen a una mujer más propia, sino lo que da a su apariencia dignidad,
disciplina y rubor.

Yo creo que la mujer modesta tiene la mayor necesidad de encantar a su marido de modo que pueda
vivir con él gratamente y no se muestre irritable porque ella es modesta.

Ella debe hablar a su marido o por medio de su marido y no disgustarse si, como el flautista, ella
profiere sonidos a través de la lengua de otros.

Las amazonas evitaban el matrimonio en el sentido griego y no mostraban la modestia


propia de una mujer ateniense. Pese a su hostilidad a los hombres, les gustaban y los
provocaban sexualmente, pero el control de la reproductividad corresponde a las mujeres en
el mito de las amazonas. Los hombres que cuidan de los niños no valen más que esclavos, y
los esclavos no son una fuente de niños-ciudadanos en la sociedad griega o amazónica.Son
los griegos a quienes las amazonas quieren provocar. Teseo tuvo que huir subrepticiamente
para evitar sus insinuaciones. En el relato que nos hace Herodoto, una amazona acepta las
insinuaciones de un escita, y a partir de ahí se desarrollan las cosas. Otra trata de seducir a
Héracles; Pentesilea conquista el amor de Aquiles aún mientras yace moribunda bajo su
espada.

Estrabón nos da la versión más extensa de las prácticas de apareamiento:

Tienen dos meses especiales, cuando ascienden a la montaña de sus vecinos, en el límite con los
gargaros. Los hombres ascienden allí, siguiendo una vieja costumbre, a ofrecer sacrificios con las
mujeres y a aparearse con ellas para tener hijos. Las uniones se hacen a escondidas (aphanos) y en la
oscuridad entre cualquier hombre que llegue y cualquier mujer que se presente. Habiéndolas
preñado, los gárgaros despiden a las mujeres.

En esto no vemos más que inversiones. Para el Iscomaco de Jenofonte, un techo era una sine
qua non de la pareja casada; las uniones de las amazonas se efectúan a la intemperie, como
las del ganado, según su antítesis. Los matrimonios atenienses eran dispuestos y
presenciados, planeados y publicados. Las uniones de las amazonas se hacen al azar:
cualquier hombre con cualquier mujer. Se hacen a hurtadillas y, por tanto, son desconocidas,
asociación que está presente en la palabra griega aphanos (no visto). En contraste con la
constancia del matrimonio ateniense, las uniones de las amazonas son cuestiones de un
momento. El mito no dice nada acerca de alguna amazona que permaneciera con el mismo
gárgaro durante la temporada de celo.

Los hijos

Los hijos, en la sociedad patriarcal, están bajo el dominio de su padre. Aunque todos los
hijos griegos eran valuados como defensores de la casa y de la ciudad, se daba preferencia al
primogénito. Como heredero de su padre, perpetuaba la vida paterna y mantenía vivo el
linaje por medio del culto a los antepasados. Sobre él recaía la carga de la supervivencia de
la casa. Una estricta vigilancia de la virginidad de la novia y de la castidad de la esposa
pretendía asegurar que el hijo que ella le daría fuese de su marido. De otro modo el culto a
la familia y el papel de los ciudadanos podrían ser contaminados por gente de fuera. Esta
angustia dominaba la existencia de la mujer ateniense. Las hijas, por otra parte, constituían
una sangría a los recursos de la casa, y el padre no querría tener más hijas que aquellas a las
que pudiese dotar. Generalmente menos bien alimentadas y menos bien educadas, las hijas
eran transferidas por matrimonio a otra casa en cuanto fuera posible.

En la sociedad amazónica, la legitimidad se basa en la sangre. En contraste con el padre


ateniense, la madre amazona no podía dudar de la paternidad del hijo que llevaba, y el
padre no importaba. Por ello, a las precauciones del matrimonio griego se opone el
elemento de azar, y se invierte la supremacía de los sexos. Las hijas son muy apreciadas; los
hijos son expulsados, mutilados o muertos. La versión de Estrabón sobre el destino de los
muchachos es una inversión de la idea del hijo preferido, que niega el vínculo religioso entre
padre e hijo: "Las mujeres conservan todas las hijas que les nazcan, mientras que envían los
varones a que los críen los gárgaros. Cada hombre reclama a uno como su hijo, creyendo
que es el suyo propio por razón de su ignorancia".

La religión de las amazonas

El mecanismo de la inversión sigue siendo cierto en la religión de las amazonas. Sus dioses
son el furioso Ares; la Magna Mater de Frigia, Cibeles; y Artemisa, bajo varios títulos de
culto. Su religión, dirigida hacia la guerra y la fertilidad, se practica en ritos orgiásticos y está
dominada por lo femenino. Las mujeres ocupaban puestos importantes en las fiestas
agrícolas del Estado ateniense, pero en aquellos ritos mediaban entre la tierra y una
comunidad que dependía de la fertilidad pero estaba dominada por los hombres. Las
amazonas tratan con el dios en su propio nombre, y sus dioses no son helénicos, son
salvajes y bárbaros.

Las tierras de las amazonas

El mito ofrece varias ubicaciones a la patria de las amazonas. Homero las coloca en Licia y en
Frigia, sobre el río Sangario. El hecho de que atribuyera la tumba de la llanura troyana a la
amazona Mirina, etiologia similar a las que asignan los nombres de ciudades jónicas a
amazonas, alude a una tradición anterior: su presencia a lo largo de la costa jónica. Artino,
en la Etiópida, continuación de la Iliada, hablaba de la Tracia Pentesilea. La ubicación más
célebre de la patria de las amazonas es la costa meridional del mar Negro, sobre el río
Termodón. Según Esquilo, las amazonas llegaron allí procedentes de la Cólquida, que él
ubica (erróneamente) al norte del mar Negro, en torno del lago Meotis. Otras ubicaciones se
encuentran muy hacia el este, en las estribaciones de los montes del Cáucaso al norte de
Albania y al sur de la Libia africana.

Lo primero que hay que notar en la tierra de las amazonas es que se encuentra fuera de
Grecia. Hasta en el mito, la inversión del cosmos -es decir, la inversión del patriarcado que
imbuye las costumbres amazónicas-, no es admitida en la patria. Cuando las amazonas
invaden Grecia, son muertas; sólo quedan sus tumbas. Las amazonas quedan en los límites
del mundo conocido.

(...)

"Buscamos la filosofía", dijo Pericles en su encomio de Atenas, "sin blandura". La pérdida de


libertad, la sumisión forzosa a la voluntad de otros es la angustia suprimida de la orgullosa
afirmación de Pericles. La curiosidad que se volvería filosofía surge primero entre los jonios,
que son despreciados por su cobardía y su servidumbre. Los atenienses, insiste Pericles, son
distintos. Pese a sus fiestas, sus juegos y su relajado modo de vida, tan distinto del de sus
enemigos, están dispuestos a enfrentarse con valor a todos los peligros. En el lenguaje de la
patria de las amazonas, Asia tiene tres significados. Es una tierra fuera de Grecia, en los
límites de la civilización y del salvajismo.

Mucho tiempo antes de las Guerras Médicas, las Amazonas eran ubicadas en Asia. Los
persas vivían en Asia, y después de las guerras, en los atenienses surgieron ideas sobre
ambos que contribuyeron al mito. Mediante la asimilación de los persas a las amazonas,
Asia es una tierra blanda, que castra a sus hombres y viriliza a sus mujeres. Es una tierra de
esclavos. Estos temas, que ya flotaban en el aire en la Atenas de posguerra, fueron
explotados por Esquilo para una escena decisiva en el Agamenón. Después de pasar diez
años en Asia, Agamenón retorna a saludar a su esposa ante la puerta de su casa. Ha estado
lejos demasiado tiempo; se ha vuelto blando, es un déspota oriental cuyos zapatos son
"esclavos" para sus pies. En la "batalla" por el dominio de las puertas, Agamenón es
superado por una mujer.

La predestinación geográfica obviaba la necesidad de distinguir la mansedumbre civilizada


de la afeminada, al polarizarlas por medio de códigos meteorológicos, políticos y médicos. La
asimilación de los persas a las amazonas logra el mismo efecto por medio del combate. Los
blandos varones persas evocaban en la imaginación a las duras mujeres amazonas. Los
griegos derrotaron a los persas, que los habrían esclavizado como lo habrían hecho las
temibles amazonas. El vínculo que conecta los persas, las amazonas y el significado de su
patria en Asia es la esclavitud.

Lo que el mito dice de las costumbres y tierras de las amazonas no se deriva de la


investigación ni de una creación independiente. Es producto de la visión griega de la
condición humana como civilizada, mortal, griega y, ante todo, varonil. Cuando los hombres
dejan de ser hombres, el mundo deja de estar ordenado; de ello resulta el mundo invertido
de la amazona.

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