René Descartes y Tarea

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

René Descartes (1596-1650)

Meditaciones metafísicas

Primera meditación

De las cosas que se pueden poner en duda

Hace ya algún tiempo que me di cuenta de que, desde mi infancia,


había tenido por verdaderas, numerosas opiniones falsas, y que lo
construido posteriormente sobre principios tan poco firmes no podía
dejar de ser altamente dudoso e incierto; de modo que debía
emprender seriamente por una vez en mi vida la tarea de
deshacerme de todas las opiniones que había tomado hasta
entonces por verdaderas, y comenzar completamente de nuevo,
desde los cimientos, si quería establecer algo firme y constante en
las ciencias Todo lo que hasta el presente he tenido como lo más
verdadero y seguro lo he aprendido de los sentidos o por los
sentidos: ahora bien, a veces he experimentado que esos sentidos
eran engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de
quienes nos han engañado una vez. Pero, aunque los sentidos nos
engañen a veces, en lo referente a cosas poco perceptibles y muy
alejadas, hay quizá muchas otras de las que no se puede
razonablemente dudar, aunque las conozcamos a través de ellos:
por ejemplo, de que estoy aquí, sentado cerca del fuego, vestido
con una bata, sosteniendo este papel entre mis manos, y otras
cosas de esta naturaleza. ¿Y cómo podría negar que estas manos y
este cuerpo sean míos, si no es quizás igualándome a esos
insensatos cuyo cerebro está de tal modo turbado y ofuscado por
los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente que
son reyes, cuando son muy pobres; que están vestidos de oro y de
púrpura, cuando están completamente desnudos; o que se
imaginan ser un cántaro, o tener un cuerpo de vidrio?. ¿Pero qué?
Ellos están locos, y no sería yo menos extravagante si me guiase
por sus ejemplos. No obstante, tengo aquí que considerar que soy
hombre y, en consecuencia, que tengo costumbre de dormir y de
representarme en mis sueños las mismas cosas, o algunas menos
verosímiles, que esos insensatos cuando están despiertos.
¿Cuántas veces he soñado, durante la noche, que estaba en este
lugar, que estaba vestido, que estaba cerca del fuego, aunque
estuviese completamente desnudo en mi cama? Me parece ahora
que no miro este papel con ojos somnolientos; que esta cabeza que
muevo no está adormilada; que extiendo esta mano
intencionadamente y con un propósito deliberado, y que la siento: lo
que ocurre en un sueño, sin embargo, no parece ser tan claro ni tan
distinto como todo esto. Pero, pensándolo cuidadosamente,
recuerdo haber sido a menudo engañado, mientras dormía, por
semejantes ilusiones. Y deteniéndome en este pensamiento, veo
tan manifiestamente que no hay indicios concluyentes, ni señales
suficientemente seguras por las que se pueda distinguir claramente
la vigilia del sueño, que me quedo totalmente asombrado; y mi
asombro es tal, que es casi capaz de persuadirme de que duermo.
No obstante, hay que confesar al menos que las cosas que se nos
representan en el sueño son como cuadros y pinturas, que no
pueden estar hechas más que a semejanza de algo real y
verdadero; y que así, al menos, esas cosas generales, a saber: los
ojos, la cabeza, las manos, y todo el resto del cuerpo, no son cosas
imaginarias, sino verdaderas y existentes.

Y por la misma razón, aunque esas cosas generales, a saber, los


ojos, la cabeza, las manos, y otras semejantes, pudieran ser
imaginarias, es preciso sin embargo confesar que hay cosas
todavía más simples y más universales que son verdaderas y
existentes; de cuya mezcla, al igual que de la de algunos colores
verdaderos, están formadas todas las imágenes de las cosas que
residen en nuestro pensamiento, sean verdaderas y reales, o bien
fingidas y fantásticas. De ese tipo de cosas es la naturaleza
corporal en general, y su extensión; como lo es la figura de las
cosas extensas, su cantidad o magnitud, y su número; y el lugar en
el que están, el tiempo que mide su duración, y otras semejantes.
Por ello, no será, quizás, errónea nuestra conclusión si decimos que
la física, la astronomía, la medicina y todas las demás ciencias que
dependen de la consideración de cosas compuestas son altamente
dudosas e inciertas; mientras que la aritmética, la geometría, y las
demás ciencias de esta naturaleza, que sólo tratan de cosas muy
simples y generales, sin preocuparse mucho de si se dan o no en la
naturaleza, contienen algo de cierto e indudable. Pues, tanto si
estoy despierto como si duermo, 2 y 3 sumarán siempre cinco, y el
cuadrado nunca tendrá más de cuatro lados; y no parece posible
que verdades tan manifiestas puedan ser sospechosas de ninguna
falsedad o incertidumbre. No obstante, hace mucho tiempo que
tengo en mi mente cierta opinión según la cual hay un Dios que
todo lo puede, y por quien he sido creado y producido tal como soy.
Pero ¿quién podría asegurarme que ese Dios no ha hecho que no
exista ninguna tierra, ningún cielo, ningún cuerpo extenso, ninguna
figura, ninguna magnitud, ningún lugar, y que sin embargo yo tenga
la percepción de todas esas cosas, y que todo eso no me parezca
que exista de otro modo que yo lo veo? Pero quizás Dios no ha
querido que fuese engañado de tal modo, ya que es llamado
soberano bien. Sin embargo, si eso repugnara a su bondad, el
haberme hecho tal que me equivocase siempre, parecería también
serle contrario el permitir que me equivocara a veces, de lo que sin
embargo no puedo dudar que lo permite. Supondré que hay, pues,
no un verdadero Dios, que es la soberana fuente de verdad, sino un
cierto genio malvado, no menos astuto y engañador que poderoso,
que ha empleado toda su industria en engañarme. Pensaré que el
cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las
cosas exteriores que vemos no son más que ilusiones y engaños,
de los que se sirve para sorprender mi credulidad. Me consideraré a
mí mismo como carente de manos, de ojos, de carne, de sangre,
como carente de sentidos, pero creyendo falsamente tener todas
estas cosas. Permaneceré obstinadamente ligado a este
pensamiento; y si, de este modo, no está en mi poder alcanzar el
conocimiento de verdad alguna, al menos estará en mi poder
suspender el juicio.

Segunda meditación

De la naturaleza de la mente humana: que es más fácil de conocer


que el cuerpo.

Arquímedes, para mover el globo terrestre de su lugar y llevarlo a


otro, sólo pedía un punto de apoyo firme y seguro. Del mismo modo
podría yo concebir grandes esperanzas si fuera lo bastante
afortunado como para encontrar una sola cosa que fuera cierta e
indudable. Supongo, pues, que todas las cosas que veo son falsas;
y me persuado de que jamás ha existido nada de todo aquello que
mi memoria, llena de mentiras, me representa; pienso que no tengo
sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y
el lugar no son más que ficciones de mi mente. ¿Qué es, pues, lo
que podrá estimarse verdadero? Quizá ninguna otra cosa excepto
que no hay nada cierto en el mundo. Pero ¿y yo qué sé si no hay
ninguna otra cosa diferente de las que acabo de considerar inciertas
y de la que no pueda tener la menor duda? ¿No hay algún Dios o
cualquier otro poder que me ponga en la mente estos
pensamientos? Eso no es necesario, ya que quizás sea yo capaz
de producirlos por mí mismo. Yo, al menos, ¿no soy algo? Pero ya
he negado que tuviese sentidos o cuerpo alguno. Dudo, sin
embargo, pues ¿qué se sigue de ello? ¿Dependo hasta tal punto de
mi cuerpo y de mis sentidos que no pueda ser sin ellos? Pero me he
persuadido de que no había absolutamente nada en el mundo: ni
cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos; ¿no me he persuadido, pues,
de que yo no existía? No, ciertamente, probablemente exista, si me
he persuadido, o solamente si he pensado algo. Pero hay un no sé
quién engañador, muy poderoso y muy astuto, que emplea toda su
industria en que me engañe siempre. No hay pues duda alguna de
que existo, si me engaña; y que me engañe tanto como quiera, que
nunca podría hacer que yo no fuera nada mientras yo pensara ser
algo. De modo que, tras haberlo pensado bien y haber examinado
cuidadosamente todas las cosas, hay que concluir finalmente y
tener por constante que esta proposición: "Soy, existo" es
necesariamente verdadera todas las veces que la pronuncio o que
la concibo en mi mente. ¿Y qué más? Volveré a azuzar mi
imaginación para investigar si no soy algo más. No soy, en
absoluto, este ensamblaje de miembros que llamamos cuerpo
humano; tampoco soy un aire separado y penetrante extendido por
todos esos miembros; tampoco soy un viento, un aliento, un vapor,
ni nada de todo lo que puedo fingir e imaginar, ya que he supuesto
que todos eso no era nada y, sin modificar esta suposición,
considero que no deja de ser cierto que soy algo. Pero ¿puede
ocurrir que todas esas cosas que supongo que no son nada, porque
me son desconocidas, no sean en efecto distintas de mí, que
conozco? No lo sé; ahora no discuto este tema; sólo puedo juzgar
las cosas que me son conocidas: he reconocido que era e investigo
lo que soy, yo, que he reconocido que existo. Ahora bien, es muy
cierto que esta noción y conocimiento de mí mismo, considerada
precisamente así, no depende en absoluto de las cosas cuya
existencia todavía no me es conocida; ni, en consecuencia, con
mayor motivo, de las que son fingidas e inventadas por la
imaginación. E incluso los términos fingir e imaginar me advierten
de mi error, ya que fingiría, en efecto, si imaginara ser alguna cosa,
ya que imaginar no es otra cosa que contemplar la figura o la
imagen de una cosa corporal. Ahora bien, ya se ciertamente que
soy, y que en conjunto se puede hacer que todas aquellas
imágenes, y generalmente todas las cosas que se remiten a la
naturaleza del cuerpo, no sean más que sueños o quimeras. De lo
que se sigue que veo claramente que tendría tan poca razón al
decir: azuzaré mi imaginación para conocer más distintamente lo
que soy, como la que tendría si dijera: ahora estoy despierto y
percibo algo real y verdadero, pero como no lo percibo aún bastante
claramente, me dormiré deliberadamente para que mis sueños me
representen eso mismo con más verdad y evidencia. Y así
reconozco ciertamente que nada de todo lo que puedo comprender
por medio de la imaginación pertenece a este conocimiento que
tengo de mí mismo, y que es necesario alejar y desviar a la mente
de esta manera de concebir, para que pueda ella misma reconocer
distintamente su naturaleza. ¿Qué es, pues, lo que soy? Una cosa
que piensa. ¿Y qué es una cosa que piensa? Es una cosa que
duda, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no
quiere, que imagina, también, y que siente. Ciertamente no es poco,
si todas esas cosas pertenecen a mi naturaleza. ¿Pero por qué no
iban a pertenecerle? ¿No sigo siendo yo ese mismo que duda de
casi todo, aunque entiende y concibe algunas cosas, que asegura y
afirma que sólo estas son verdaderas, que niega todas las demás,
que quiere y desea conocer más, que no quiere ser engañado, que
imagina otras muchas cosas, a veces incluso a pesar de lo que
tenga, y que siente muchas otras, como por medio de los órganos
del cuerpo? ¿Hay algo en todo ello que no sea tan verdadero como
lo es que yo soy, y que yo existo, incluso aunque durmiera siempre
y aunque quien me ha dado el ser utilizara todas sus fuerzas para
confundirme? ¿Hay alguno de esos atributos que pueda ser
distinguido de mi pensamiento, o del que se pueda decir que está
separado de mí mismo? Ya que es de por sí evidente que soy yo
quien duda, quien entiende y quien desea, que no es necesario
añadir nada para explicarlo. Y tengo también ciertamente el poder
de imaginar, ya que, aunque pueda ocurrir (como he supuesto
anteriormente) que las cosas que imagino no sean verdaderas, este
poder de imaginar no deja de estar realmente en mí, no obstante, y
forma parte de mi pensamiento. En fin, yo soy el mismo que siente,
es decir, que recibe y conoce las cosas como por los órganos de los
sentidos, ya que, en efecto, veo la luz, oigo el ruido, siento el calor.
Pero me diréis que esas apariencias son falsas y que duermo.
Bueno, aceptémoslo así; de todos modos por lo menos es cierto
que me parece que veo, que oigo y que entro en calor; y es eso lo
que propiamente para mí se llama sentir, lo que, tomado así
precisamente, no es otra cosa que pensar.

1-¿Qué condiciones históricas, favorecen el planteo de una duda


como la cartesiana?

2- ¿Qué propósito tiene el filósofo al aplicar la duda como método ?

3- ¿Por qué puede dudarse de todo?

4-Cuando puede dejar de dudar

5- Identifica qué o quién ocupa el lugar del “genio maligno” en “The


Truman Show”

6-Explica brevemente los pasos del método Cartesiano

También podría gustarte