RECUPERACIÓN
RECUPERACIÓN
RECUPERACIÓN
Tiempo: 11 al 22 de Diciembre
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Lengua:
Matemática:
Había una vez un zapatero que, sin ninguna culpa por su parte, llegó a ser tan pobre, tan
pobre, que, al fin, no le quedó más que el trozo de cuero indispensable para hacer un par de
zapatos. Los cortó una noche, pensando coserlos a la mañana siguiente, y, como tenía limpia la
conciencia, se acostó encomendándose a Dios y se quedó dormido. Al otro día, después de
rezar sus oraciones matutinas, fue a buscar el trabajo que había preparado la víspera y
encontró hecho el par de zapatos. El pobre hombre no podía creer lo que veían sus ojos.
Examinando detenidamente los zapatos, se dio cuenta de que cada puntada ocupaba el lugar
adecuado. Eran verdaderamente perfectos y primorosos; a la legua se veía que estaban hechos
por manos de un maestro en el oficio.
Poco después entró en la tienda un comprador que quiso probarse los zapatos, y, como le
ajustaban a maravilla, pagó por ellos más del precio acostumbrado, de modo que el zapatero
tuvo bastante dinero para adquirir el cuero necesario para dos pares más. Los cortó por la
noche pensando ponerse a trabajar con nuevos bríos al día siguiente. Pero cuando se levantó,
ya los encontró terminados, y tampoco le faltó nuevo comprador. Este se los pagó tan
espléndidamente, que pudo comprar cuero para cuatro pares. A primera hora de la mañana
siguiente estaban acabados también, y lo mismo sucedió ya
siempre. ¡Era algo, en todos los aspectos, portentoso! Los zapatos que cortaba por la noche
aparecían cosidos al día siguiente por la mañana con el mayor primor y perfección. Total, que
pronto pudo vivir bien el pobre zapatero y llegó a convertirse en un hombre acomodado.
Una noche —faltaban pocas para la de Navidad—, cuando el zapatero se iba a descansar
concluido su trabajo, dijo a su mujer:
—¿Qué te parece si no nos acostásemos esta noche? ¿Y si procurásemos ver quién nos prodiga
tantos favores? ¡Ojalá pudiéramos pagárselos algún día!
La mujer convino en ello y encendió una bujía. Hecho esto, los dos se ocultaron detrás de una
cortina, dispuestos a vigilar. Al sonar la medianoche, vieron entrar en la zapatería a dos
hombrecillos desnudos que se sentaron delante de la mesa del zapatero y cogieron el trabajo
que estaba allí preparado. Luego, comenzaron a coser, agujerear y clavetear, moviendo sus
deditos tan hábil y velozmente que el zapatero, maravillado, apenas podía seguirlos con la
vista. Hasta que concluyeron la tarea y la colocaron sobre la mesa, los hombrecillos no pararon
ni un momento. Después, se levantaron de un salto *’ y salieron corriendo a la calle.
—Esos hombrecillos nos han hecho ricos y debemos demostrarles que somos gente
agradecida. Como andan desnuditos por el mundo, deben tener mucho frío. Mira, voy a
hacerles camisas, chaquetas, chalecos y pantalones, así como un par de calcetines y un par de
guantes de punto para cada uno. Tú, naturalmente, te encargarás de hacerles los zapatos.
El zapatero accedió con gusto a la proposición de su mujer. En seguida, los dos, muy
ilusionados, pusieron manos a la obra y no abandonaron su trabajó hasta que lo tuvieron
terminado del todo al anochecer. Entonces, se fueron a cenar, y cuando llegó la hora de
acostarse dejaron los regalos sobre la mesa, en lugar de los zapatos cortados de cada día, y se
colocaron de modo que pudieran observar lo que hacían los duendecillos. Al sonar las doce,
entraron éstos dispuestos a ponerse a trabajar, pero, al ver las prendas de ropa, se quedaron
perplejos. Sin embargo, reaccionaron en seguida: cogieron las camisas, chaquetas y pantalones
y se los pusieron, mientras cantaban alegremente:
—¡Oh, oh! ¡Qué trajes tan elegantes! ¡Hasta llevamos zapatos y guantes!
Danzaron y cantaron dando vueltas por la zapatería y, por fin, sin dejar de danzar, salieron a la
calle.
El zapatero no volvió a verlos jamás, pero pudo vivir feliz el resto de sus días.