Baring Gould Sabine - El Libro de Los Hombres Lobo
Baring Gould Sabine - El Libro de Los Hombres Lobo
Baring Gould Sabine - El Libro de Los Hombres Lobo
Valdemar - Gótica 54
Título original: The Book of Were-Wolves. Being an Account of a Terrible
Superstition
SABINE BARING-GOULD:
LA FASCINACIÓN POR LO SOBRENATURAL
Curt Siodmak
(Guión para El hombre lobo
(The Wolf Man. George Waggner, 1941)
2. ¿Qué es lo que hace especial a El libro de los hombres lobo. Información sobre
una superstición terrible? ¿Por qué el estudio de Sabine Baring-Gould ha sido tan
importante en la exploración antropológica del mito? En buena parte porque,
desde la antigüedad, en Europa han existido numerosos y muy diversos relatos y
leyendas alrededor de los lobos humanos. Había, pues, un caldo de cultivo previo
que el erudito inglés supo analizar convenientemente, mezclando de manera harto
peculiar su obvia fascinación por lo fantástico con la fría racionalidad del científico.
En El libro de los hombres lobo. Información sobre una superstición su autor aclara que la
denominación específica de hombre lobo, licántropo, tiene su origen en el mito de
Licaón, el rey de Arcadia. Según las distintas versiones de Platón (483-347 a. C.),
Ovidio (43 a. C.-17 d. C.) y Pausanias (siglo II d. C.), Licaón, el monarca que civilizó
Arcadia, instauró el culto a Zeus Licio mediante la homofagia, banquete ritual
durante el cual cada uno de sus participantes comulgaba comiendo un pedazo de
las entrañas de una víctima humana sacrificada en honor a Zeus. Advertido de
semejantes atrocidades, Zeus se disfrazó de mendigo y viajó a Arcadia para
verificarlas sobre el terreno. Licaón cometió la necedad de poner a prueba la
omnisciencia del padre de los dioses ofreciéndole como alimento a uno de sus
propios hijos y Zeus, indignado por la arrogancia y la brutalidad del mortal, lo
transformó en lobo. Ovidio refiere con todo detalle la situación en que se encontró
el rey: su vestimenta le fue cambiada por pelo; sus extremidades se transformaron
en patas; no podía hablar; sus fauces se llenaron de espuma y sólo sentía sed de
sangre mientras rabiaba entre los rebaños de ovejas, dispuesto a matar [4].
Pero fue en la Europa del siglo XVI [10] donde la maldición de hombre lobo
adquirió tintes de auténtica epidemia. Entre 1520 y 1630, en todo el occidente
europeo fueron denunciados unos 30.000 casos de licantropía a las autoridades
seculares y eclesiásticas. El miedo a esas criaturas llegó a tales extremos que
cualquier persona de costumbres excéntricas o con rasgos lobunos —por ejemplo,
la cara estrecha o largos caninos— podía ser acusada, torturada y ejecutada
durante las graves crisis de pánico que atribulaban al pueblo llano durante la
sanguinaria actuación de los hombres lobo. También se recurría a batidas
populares con armas de fuego, utilizando como munición balas de plata, ese metal
noble que posee el color de la propia luna. No obstante, hubo excepciones. En
Francia, Jean Grenier (1589-1610) declaró ante un tribunal de la Inquisición que un
espíritu maligno tomaba posesión de su cuerpo y le obligaba a matar y devorar a
sus víctimas. Condenado a la hoguera, empero, en un extraño acto de caridad los
inquisidores lo perdonaron, confinándolo a perpetuidad en una celda del
monasterio de Burdeos. El cuadro clínico descrito por Grenier constituye un caso
típico de licantropía, trastorno mental por el cual el enfermo cree que se transforma
en animal. Sin duda ahí reside la explicación plausible de casos como el de los
licántropos de Poligny, Pierre Bourgot y Michel Verdung (1521), el hombre lobo de
Auvernia (1588), el licántropo de Angers, Jacques Roulet (1598), Gilles Garnier
(1573) o Gilles de Rais (1404-1440) —fiel lugarteniente de Juana de Arco y más
tarde sádico paidófilo, mezcla de hombre lobo y vampiro, que ingería con morboso
placer la sangre de sus víctimas—, supuestos monstruos que han marcado la
crónica negra de Francialo.
Tampoco España ha sido ajena al mito del hombre lobo, aunque Sabine
Baring-Gould lo descuide en El libro de los hombres lobo. Información sobre una
superstición terrible, más por falta de documentación escrita que por desinterés. El
miedo ancestral a los lobos en las zonas rurales de la península Ibérica,
especialmente en territorios montañosos, los han convertido en protagonistas de
tétricas fábulas, esencialmente orales. En Cataluña, Aragón, Valencia y Galicia
encontramos las figuras del L’Encortador de Llops, el Pastor de Lobos, el Pare Llop
y Peeiro dos Lobos, todos ellos personajes populares que viven entre lobos y que
poseen el poder de dominar enormes manadas de bestias, ordenándoles atacar a
rebaños y a seres humanos y sometiendo a chantaje a campesinos y pastores [11], a
los que amenaza con nuevas agresiones. En Asturias existe el Llobero, una singular
variación de L’Encortador de Llops catalán, pues se trata de un hombre criado por
los lobos y transformado al llegar a la pubertad en su maligno líder. Una variante
muy original respecto al mito del Salvaje europeo, aligerada de la filosofía
positivista que Rousseau había insuflado al concepto romántico del Salvaje, niño
solitario y frágil criado en medio de la naturaleza sin afecto humano [12]. Por el
contrario, el Guizotxoa vasco guarda más relación con los licántropos tradicionales,
convirtiendo en hombre lobo a todo aquel que sufra su mordedura o aquellos que
se cubran con su piel, una vez recupera su forma humana. Los hombres lobo en
Extremadura recuerdan en su comportamiento al Guizotxoa; su particularidad
reside en las causas de la transformación: rezar un padre nuestro al revés, tener
relaciones sexuales con un lobo”, beber la sangre de un lobo muerto, revolcarse
donde antes lo hizo el animal o nacer en 24 de diciembre. Y, por encima de todos,
el Lobishome de Galicia, el séptimo hijo varón consecutivo en una familia se
convertirá en hombre lobo si no es bautizado con el nombre de Bento y es
apadrinado por su hermano primogénito. El folclore gallego explica que el
licántropo puede recuperar su forma humana cortándole una de sus extremidades
o realizando una pequeña sangría en el tobillo izquierdo, para que el espíritu
maligno o fada que lo tiene atrapado salga al exterior y desaparezca con él la
maldición.
4. El libro de los hombres lobo. Información sobre una superstición terrible es,
simultáneamente, un ensayo que se aproxima a la licantropía en su más alto nivel,
separando la mitología, el folclore y la superstición de la medicina y la ciencia en
todas sus variantes, incluso las más especulativas —Cf. la transmigración de las
almas—. Sin embargo, lejos de cualquier ánimo moralizador, lo que Sabine Baring-
Gould está interesado en mostrar es cómo el fondo de la leyenda coincide con las
más oscuras pasiones humanas, en particular, con la violencia y la crueldad. De
nuevo, con indudable vivacidad peregrina, el autor se adelantó a su tiempo, y más
específicamente al Bruno Bettelheim del estudio «La violencia: un modo de
comportamiento olvidado». En consecuencia, El libro de los hombres lobo. Información
sobre una superstición terrible parece ilustrar de modo harto peculiar la siguiente
reflexión de Bettelheim: «Lo que necesitamos es un reconocimiento inteligente de la
“naturaleza de la bestia”. No podremos afrontar eficazmente la violencia mientras no
estemos dispuestos a verla como parte de la naturaleza humana. Cuando nos hayamos
familiarizado bien con esta idea, y hayamos aprendido a vivir con la necesidad de
domesticar nuestras tendencias violentas, entonces, por medio de un proceso lento y tenue,
puede que consigamos domarlas, primero en nosotros mismos y luego, partiendo de esta
base, también en la sociedad Pero jamas conseguiremos domar nuestras tendencias
violentas mientras actuemos de acuerdo con la suposición que, como la violencia no debería
existir; lo mismo da que actuemos como si no existiese (…) La acción violenta es, por
supuesto, un atajo para llegar a algún objetivo. Su naturaleza es tan primitiva que resulta
genéricamente inadecuada para proporcionarnos las satisfacciones más sutiles que
buscamos. Por eso la violencia se encuentra en el mismo principio de desarrollo del hombre
hacia un ser humano socializado[15]».
Trasladado a Devon, una vez más, como guardián espiritual de una pequeña
comunidad de apenas dos centenares de habitantes, Sabine Baring-Gould crió a su
nutrida prole —la cual solía acompañarle en sus numerosos viajes— y empezó a
escribir una asombrosa cantidad de libros, panfletos y artículos para revistas, en
parte para asegurar la manutención de sus hijos. No existe una lista fiable de sus
obras —ni siquiera la poseen los miembros de The Sabine Baring-Gould
Appreciation Society[17]—, pero se supone que son unas 221, excluyendo de esta
relación sus trabajos como articulista. Sus novelas más aplaudidas por los
especialistas son The Vicar of Morwenstow[18] y Mehalah: a Story of the Salt Marshes
(1880) —que Swinburne, conmovido, comparó con Cumbres borrascosas—, además
de The Silver Store (1868), The Golden Gate (1870), Court Royal (1886), Red Spider
(1887), Eve (1888), Our Inheritance (1888), Richard Cable (1888), Domitia (1898), In A
Quiet Village (1900), Miss Quillet (1902). Entre sus ensayos y recopilaciones sobre
leyendas y folclore merecen reseñarse: Ireland: Its Scenes and Sagas (1861), Post-
Medieval Preachers (1865), Curious Myths of the Middle Ages (1867), Yorkshire Oddities,
Incidents and Strange Events (1874), Strange Survivals, Some Chapters in the History of
Man (1892) y The Tragedy Of The Caesars (1892). Curiosamente, Sabine Baring-Gould
sólo escribió veintitrés cuentos de fantasmas —género que le apasionaba—,
algunos de ellos verdaderas obras maestras como «The Red-haired Girl», «A
Professional Secret», «H.P.»; «Colonel Halifax’s Ghost Story», «The Bold Venture»,
«A Dead Finger», «Aunt Joanna», «A Dead Man’s Teet» o «The Old Woman of
Wesel». Un vasto legado cultural que, en definitiva, hizo especialmente dolorosa
su muerte en 1924, no sólo para sus vecinos de Devon, sino para todos aquellos
que apreciaban su obra, una obra donde brilla con considerable fulgor El libro de
los hombres lobo. Información sobre una superstición terrible, donde la erudición no
exime que Sabine Baring-Gould ofrezca, entre paréntesis, su visión de la vida, de la
muerte y de la realidad del mundo como una experiencia turbadora y
emocionante.
CAPÍTULO I
Introducción
A poca distancia había una pequeña aldea, y allí me dirigí con la esperanza
de alquilar un cabriolé que me llevara a la casa de postas, pero me llevé una
decepción. Pocos lugareños hablaban francés, y el párroco, cuando me dirigí a él,
me dijo que creía que el mejor transporte del lugar era un carro ordinario de
gruesas ruedas de madera; tampoco se podía conseguir una caballería. El buen
hombre se ofreció a alojarme aquella noche, pero me vi obligado a declinar su
ofrecimiento, pues mi familia tenía la intención de partir temprano a la mañana
siguiente.
—¡Dice que tiene que volver! —replicó el párroco en patois—. Pero ¿quién
querrá ir con él?
—Me ha dicho Picou que sólo vio al hombre lobo aquel día al anochecer —
dijo un campesino—; estaba echado junto al seto de su campo de alforfón, el sol se
había puesto y pensaba en volver a casa cuando oyó un crujido al otro lado del
seto. Miró por encima, y allí estaba el lobo, grande como un becerro, recortado
sobre el horizonte, con la lengua fuera y los ojos relumbrando como fuegos del
pantano. ¡Mon Dieu! No seré yo quien vaya por el marais esta noche. Porque ¿qué
pueden hacer dos hombres si los ataca ese diablo lobo?
—Es tentar a la Providencia —dijo uno de los viejos del pueblo—; que nadie
espere la ayuda de Dios si se lanza atolondradamente por el camino del peligro.
¿No es así, Monsieur le Curé? Se lo he oído decir muchas veces desde el púlpito el
primer domingo de Cuaresma, al predicar el Evangelio.
—¡Con la lengua colgando y los ojos relumbrando como fuegos del pantano!
—dijo el confidente de Picou.
—Si el loup-garou fuese sólo un lobo normal, entonces, bueno —el alcalde se
aclaró la voz— la verdad, no pensaríamos en él; pero, Monsieur le Curé, es un
demonio; peor que un demonio, un hombre demonio…, peor que un hombre
demonio, un hombre lobo demonio.
—Da igual —dije yo, que había estado escuchando pacientemente su patois,
que entendía—. Da igual; volveré a pie, y si me encuentro con el loup-garou le
cortaré las orejas y el rabo y se los enviaré a Monsieur le Maire con mis saludos.
Los reunidos exhalaron un suspiro de alivio, al considerarse liberados del
problema.
—Il est anglais —dijo el alcalde asintiendo con la cabeza, dando a entender
que un inglés podía enfrentarse impunemente al diablo.
Las huellas dejadas son bastante numerosas, desde luego, y aunque quizás
el hombre lobo sea una especie extinta, como el dodo o el dinormis, ha dejado su
sello en la Antigüedad clásica, ha hundido sus zarpas en las nieves del norte, ha
corrido descalzo sobre las medievales y ha aullado entre sepulcros orientales.
Perteneció a una mala raza, y nos alegramos de vernos libres de él y de sus
parientes, el vampiro y el gul. Pero ¡quién sabe! Quizás nos hayamos apresurado
demasiado en concluir que se ha extinguido. Puede que todavía ande merodeando
por los bosques de Abisinia, recorriendo las estepas asiáticas y se le encuentre
aullando lúgubremente en alguna celda acolchada de un Hanwell o un Bedlam.
En las páginas que siguen me propongo investigar las noticias sobre
hombres lobo que se encuentran entre los antiguos escritores de la Antigüedad
clásica, las contenidas en las sagas nórdicas, y por último, los numerosos detalles
que proporcionan los autores medievales. Junto a esto, haré un esbozo del folclore
moderno relativo a la licantropía.
Así se verá que bajo el velo de la mitología yace una sólida realidad, que una
superstición líquida contiene diluida una verdad positiva.
Y Heródoto: «Al parecer, los neuros son brujos, si se da crédito a los escitas y
a los griegos establecidos en Escitia, porque cada neuro cambia su forma por la de
lobo una vez al año, y permanece con esta forma durante varios días, después de
los cuales recupera su antigua forma» (libro IV, cap. 105).
Véase también Pomponio Mela (libro II, cap. 1): «Hay un momento preciso
en el que los neuros, si quieren, se transforman en lobo, y vuelven otra vez a su
estado anterior». Pero, entre los antiguos, la historia más extraordinaria es la que
relata Ovidio en la Metamorfosis sobre Licaón, rey de Arcadia, que invitó un día a
Júpiter y para poner a prueba su omnisciencia puso ante él un pedazo de carne
humana, después de lo cual el dios lo convirtió en lobo[19]:
San Agustín afirma en De Civitate Dei que conoció a una anciana de la que se
decía que convertía a los hombres en asnos con encantamientos.
Pero, por otra parte, la historia está demasiado extendida como para que le
atribuyamos un origen accidental, o una fuente local.
Medio mundo cree, o creía, en los hombres lobo, y quienes nunca habían
tenido ni siquiera una remota relación con Arcadia pensaban que vagaban por los
bosques de Noruega: probablemente la superstición había arraigado
profundamente entre los escandinavos y teutones años antes de la existencia de
Licaón; y no tenemos más que echar una mirada a la literatura oriental para verla
firmemente grabada en la imaginación de los orientales.
CAPÍTULO III
En Noruega e Islandia se dice que algunos hombres son eigi ein-hamir, «no
de una sola piel», idea que tiene sus raíces en el paganismo. La formulación
completa de esta extraña superstición es que los hombres podían tomar posesión
de otros cuerpos y asumir la naturaleza de los seres cuyos cuerpos adoptaban. La
segunda forma adoptada recibía el mismo nombre que la forma original, hamr, y
para designar la transición de un cuerpo a otro se utilizaba la expresión at skipta
hömum, o at hamaz; mientras que el viaje hecho bajo la segunda forma era el hamför.
Mediante esta transfiguración se adquirían poderes extraordinarios; el individuo
doblaba o cuadruplicaba su fuerza natural; adquiría la fuerza de la bestia en cuyo
cuerpo viajaba, que se sumaba a la suya propia, y el hombre así fortalecido se
llamaba hamrammr.
a través de la oscuridad,
Alvit la joven
a asegurar destinos;
se sentaron a descansar,
II
deslumbrantes brazos;
otra era Swanhwit,
y la tercera,
su hermana,
estrechó el blanco
cuello de Vœlund.
«Ahora hay que decir que Sigmund consideraba a Sinfjötli demasiado joven
para que le ayudase en su venganza, pero antes quiso probar sus poderes; así,
pues, durante el verano se adentraron en lo más profundo del bosque y mataron
hombres para robarles, y Sigmund vio que pertenecía por entero al linaje de los
Völsungar […] Sucedió que cuando iban por el bosque acumulando dinero, dieron
con una casa en la que había dos hombres durmiendo, con grandes anillos de oro;
tenían tratos con la brujería, porque había unas pieles de lobo colgadas encima de
ellos; era el décimo día, en el que debían salir de su segunda condición. Eran hijos
de reyes. Sigmund y Sinfjötli se pusieron los vestidos y no se los pudieron quitar; y
la naturaleza de las bestias originales se apoderó de ellos; y aullaron como lobos —
los dos aprendieron a aullar—. Entonces se internaron en el bosque y cada cual
siguió su propio camino; acordaron entre ellos que probarían su fuerza hasta
contra siete hombres, pero no más, y que el que barruntara alguna lucha profiriese
un aullido de lobo.
»“No dejes de hacerlo”, dijo Sigmund, “porque eres joven y temerario, y los
hombres se alegrarían de darte caza”. Y se fueron cada uno por su lado; y después
de partir, Sigmund halló hombres, así que aulló; y al oírlo Sinfjötli, acudió
corriendo y los mataron a todos: después se separaron. Y no llevaba Sinfjötli
mucho tiempo en el bosque cuando se topó con once hombres; cayó sobre ellos y
los mató a todos. Entonces se sintió cansado y se tumbó bajo un roble a descansar.
Llegó Sigmund y le dijo: “¿Por qué no me has llamado?” Sinfjötli respondió: “¿Qué
necesidad había de pedirte ayuda para matar a once hombres?”
Hay en la misma saga otra curiosa historia sobre un hombre lobo, que debo
contar.
«Entonces hizo lo que ella había pedido, taló gran cantidad de árboles, y los
arrojó a los pies de los diez hermanos sentados en fila, en el bosque; y allí se
estuvieron sentados todo el día y siguieron por la noche. Y a medianoche salió del
bosque una vieja mujer lobo y fue a donde estaban ellos, sentados en los troncos, y
era enorme y espantosa. A continuación se abalanzó sobre uno de ellos y lo mordió
hasta matarlo; y cuando se lo hubo comido entero se marchó. A la mañana
siguiente, Signy envió un hombre de confianza a sus hermanos para saber qué les
había sucedido. Cuando éste regresó, le contó la muerte de uno de ellos, que la
afligió mucho, pues temía que pudiera ocurrirles lo mismo a todos, sin que ella
pudiese ayudarlos.
Hay otra historia relacionada con este tema en la Saga de Hrolf Kraki, que es
preciosa; es como sigue:
»Había un aldeano que tenía una granja cerca de la morada del rey; tenía
esposa y una hija que no era más que una niña y se llamaba Beta; era muy joven y
adorable. El hijo del rey, Björn, y la hija del aldeano, Bera, solían jugar juntos como
niños, y se querían. El aldeano era de posición desahogada, había participado en
incursiones en los días de su juventud y era un paladín valeroso. Björn y Beta
estaban cada vez más enamorados y estaban juntos a menudo.
»Pasó el tiempo y no sucedió nada digno que contar, salvo que Björn, el hijo
del rey, se hizo alto y fuerte, y se adiestró en todas las habilidades masculinas.
»El rey Hring se ausentaba con frecuencia durante largos periodos, haciendo
incursiones en tierras extranjeras, y Hvit se quedaba en casa y gobernaba el país. El
pueblo no la quería. Ella era siempre muy complaciente con Björn, pero a éste no le
caía bien. Sucedió una vez que el rey Hring partió al extranjero, y le dijo a su reina
que Björn se quedaría junto a ella para ayudarla en el gobierno; porque le parecía
aconsejable, ya que la reina era arrogante y estaba inflada de orgullo.
»El rey le dijo a su hijo Björn que debía permanecer en casa y gobernar el
país con la reina; Björn replicó que no le gustaba la idea y que no sentía afecto por
la reina; pero el rey fue inflexible, y abandonó el país con un gran séquito. Tras su
conversación con el rey, Björn volvió a casa y fue derecho a sus aposentos,
malhumorado y rojo de ira. La reina acudió a hablar con él y a darle ánimos, y le
habló amistosamente, pero él le ordenó que se fuera. Ella, por esta vez, le obedeció.
La reina acudía con frecuencia a charlar con él, y le decía que sería mucho más
agradable estar juntos que tener a un viejo como Hring en la casa.
»Este comentario ofendió a Björn, que le dio una bofetada, y le ordenó con
desprecio que se fuera. Ella replicó que no había hecho bien desdeñándola y
arrojándola de su lado, y: “Crees que es mejor, Björn, cortejar a la hija de un pobre
aldeano que gozar de mi amor y mi favor, ¡una galante condescendencia y una
deshonra para ti! Pero dentro de poco, algo se interpondrá en el camino de tu
capricho y tu insensatez”. Entonces le dio en la cara con un guante de piel de lobo
y dijo que se convertiría en un oso salvaje, rabioso y horrible, y: “No comerás otra
cosa que las ovejas de tu padre, que matarás para alimentarte, y jamás
abandonarás ese estado”.
»Después de esto, Björn desapareció y nadie supo qué fue de él, y las gentes
lo buscaron pero no lo encontraron, como era de esperar. Ahora debemos contar
cómo fueron devoradas las ovejas del rey, la mitad de una vez, y todo obra de un
oso gris tan enorme como espantoso.
»Una tarde sucedió por casualidad que la hija del campesino vio venir hacia
ella a este oso salvaje, mirándola tiernamente, y creyó reconocer los ojos de Björn,
el hijo del rey, así que hizo un ligero intento de escapar; entonces la bestia se retiró,
pero ella la siguió hasta llegar a una cueva. Cuando entró en la cueva, había un
hombre de pie ante ella, que saludó a Bera, la hija del aldeano; y ella lo reconoció,
ya que era Björn, el hijo de Hring. El encuentro les llenó de alegría. Así, estuvieron
juntos en la cueva durante un rato, pues ella no quería separarse de él teniendo la
oportunidad de estar a su lado; pero él dijo que no era prudente que estuviera allí
con él, porque durante el día era animal, y por la noche hombre.
»Una noche, en que estaban juntos Beta y Björn, dijo él: “Presiento que
mañana voy a morir, porque saldrán a cazarme. Pero no me preocupa, pues no es
grato vivir con este encantamiento, y mi único consuelo es que estemos juntos;
pero ahora nuestra unión debe romperse. Te voy a dar el anillo que está bajo mi
mano izquierda. Mañana verás venir en mi busca a la hueste de cazadores; cuando
haya muerto, ve al rey y pídele que te dé lo que hay bajo la pata delantera
izquierda del animal. El accederá”.
»Le habló de muchas otras cosas, hasta que la forma de oso tomó posesión
de él, y se marchó convertido en oso. Ella lo siguió, y vio un numeroso grupo de
cazadores que venía por las laderas de las montañas, acompañados de gran
cantidad de perros. El oso salió furtivamente de la caverna, pero los perros y los
hombres del rey cayeron sobre él, y hubo una lucha desesperada. Antes de que lo
acorralaran, abatió a muchos y mató a todos los perros. Pero formaron un cerco a
su alrededor, que recorrió de un lado para otro, pero no encontró forma de
escapar, así que se volvió hacia donde estaba el rey, agarró a un hombre que estaba
junto a él y lo despedazó; entonces el oso estaba tan exhausto que se tiró al suelo, y
todos a un tiempo se abalanzaron sobre él y lo mataron. La hija del aldeano, que lo
había presenciado, fue al rey y dijo: “¡Sire! ¿Tendríais a bien concederme lo que
está bajo el hombro delantero izquierdo del oso?” El rey accedió. Sus hombres, a
todo esto, estaban a punto de desollar al oso; Bera se acercó, desprendió el anillo y
se lo guardó, pero nadie vio lo que había cogido ni buscaron nada. El rey le
preguntó quién era, y ella dijo un nombre, pero no el verdadero.
»El rey volvió a casa, y Bera fue en su compañía. La reina, muy contenta, la
trató bien, y le preguntó quién era; pero Bera respondió como antes.
»A continuación la reina dio una gran fiesta e hizo que cocinaran la carne del
oso para el banquete. La hija del campesino estaba en el cenador de la reina, y no
podía escabullirse, porque la reina sospechaba quién era. Entonces se acercó
inesperadamente a Bera con un plato en el que había carne de oso, y le ordenó que
comiera. Bera se negó. “¡Esto sí que es maravilla!”, dijo la reina; “¿rechazas lo que
la reina en persona se digna ofrecerte? Cómetelo ahora mismo, o tendrás algo
peor”. Dio un bocado ante ella, y comió de él; la reina cortó otro trozo y la miró
dentro de la boca; vio que tenía un trocito, pero Bera escupió el resto y dijo que no
tomaría más aunque la torturaran y la mataran.
»“Puede que sea suficiente”, dijo la reina, y se echó a reír» (Saga de Hrolf
Kraki, caps. 24-27 abreviados).
la que blandes
la muerte de Helga,
ni placer alguno,
En la Saga de Vatnsdal hay un curioso relato de tres fineses a los que el jefe
noruego Ingimund encerró durante tres noches en una cabaña, y les ordenó que
visitasen Islandia y le informasen de la situación del país, en el que quería
establecerse. Sus cuerpos se pusieron rígidos y enviaron sus almas a hacer el viaje,
y al despertarse al cabo de tres días dieron una fiel descripción de Vatnsdal, donde
Ingimund iba a establecerse temporalmente. Pero la saga no cuenta si estos fineses
proyectaron su alma en cuerpos de aves o de bestias.
»Entonces, al ver que volvían otra vez, Katla ordenó a Odd que la siguiera y
lo llevó al montón de ceniza, y le dijo que se echara en él y no se moviera bajo
ningún concepto. Cuando Arnkell y sus hombres llegaron a la granja irrumpieron
en la sala y vieron a Katla sentada en su sitio hilando. Ella los saludó y les dijo que
sus visitas se sucedían muy deprisa. Arnkell contestó que lo que decía era cierto.
Sus camaradas agarraron la rueca y la partieron por la mitad. “¡Vaya!”, exclamó
Katla, “ahora no podréis decir, a vuestro regreso, que no habéis hecho nada, pues
me habéis roto la rueca”. Entonces Arnkell y los demás buscaron a Odd por todas
partes, pero no pudieron encontrarlo; por cierto, no vieron ningún ser vivo en todo
el lugar, salvo un jabalí bajo el montón de ceniza, así que se marcharon otra vez.
»Pues bien, cuando habían recorrido la mitad del camino a Mafvahlid, salió
Geirrid a su encuentro con sus trabajadores. “No han seguido el camino adecuado
para buscar a Odd”, dijo, “pero ella los ayudará”. Así que dieron media vuelta otra
vez. Geirrid iba cubierta con una capa azul. Entonces, cuando divisaron al grupo e
informaron a Katla, y dijeron que eran trece, y que uno llevaba un vestido de color,
Katla exclamó: “¡Ha venido ese troll de Geirrid! Ya no podré arrojarles un hechizo
a los ojos”. Se levantó de su asiento y alzó el cojín, y descubrió un boquete con una
cavidad debajo: introdujo a Odd en él, puso el cojín encima, y se sentó diciendo
que se sentía desfallecer.
Es fácil imaginar que una piel de lobo o de oso era un abrigo cálido y
confortable para un hombre cuya forma de vida le obligaba a desafiar todas las
inclemencias del tiempo, y que el vestido no solamente le daba un aspecto
espantoso y feroz, idóneo para provocar una emoción desagradable en el pecho del
adversario, sino también que la espesa piel podía resultar efectiva para amortiguar
los golpes que le llovían en la lucha.
El berserker era objeto de aversión y terror entre los pacíficos pobladores del
país, pues su entretenimiento consistía en retar a los granjeros de la comarca a un
combate singular. Tal como establecía la ley de la tierra en Noruega, al hombre que
rechazaba un desafío se le confiscaban todas sus posesiones, incluso su amada
esposa, por cobarde indigno de la protección de la ley, y todo lo que poseía pasaba
a manos de su retador. El berserker, en consecuencia, tenía al infeliz a su merced.
Si lo mataba, los bienes del granjero pasaban a pertenecerle, y si el pobre hombre
se negaba a luchar, perdía todo derecho legal sobre su herencia. Un berserker se
invitaba a sí mismo a cualquier fiesta y aportaba su parte a la diversión partiéndole
el espinazo o abriéndole la cabeza a alguno de los asistentes que se atrajera su
animosidad, o al que decidiera matar sin más razón que el deseo de mantenerse en
forma.
Creo que la circunstancia en la que insisten los escritores de sagas de que los
ojos de la persona permanecían inalterables es muy significativa e indica el hecho
de que la piel se limitaba a cubrir el cuerpo como un disfraz.
Pero había otro motivo para que la superstición se fijase en los berserker y
los invistiera con atributos sobrenaturales.
Ningún hecho relacionado con la historia de los hombres del norte está
acreditado con más seguridad, con pruebas fiables, que el del furor de los
berserker, que era una especie de posesión diabólica. Se dice que los berserker se
provocaban a sí mismos un estado de frenesí durante el cual se introducía en ellos
un poder diabólico y los impelía a realizar acciones que en su sano juicio habrían
rechazado. Adquirían una fuerza sobrehumana, y se volvían invulnerables e
insensibles al dolor como los jansenistas convulsionistas de Saint Médard. No
había espada que los hiriese ni fuego que los quemase, sólo podían ser destruidos
por una maza que les rompiera los huesos o les machacara el cráneo. Sus ojos
refulgían como si ardiesen llamas en sus cuencas, rechinaban los dientes y echaban
espuma por la boca; mordían los bordes de los escudos, y se dice que a veces
incluso llegaron a atravesarlos con los dientes, y cuando se lanzaban al combate
ladraban como perros y aullaban como lobos[21].
Pero no hay que pensar que esa locura o posesión sobrevenía sólo a las
personas con predisposición a sufrirla; también afectó a otras que se debatían en
vano contra su influjo, y que lamentaban profundamente su propia tendencia a
dejarse llevar por esos terribles accesos de frenesí. Tal fue Thorir, hijo de
Ingimund, del que se dice en la Saga de Vatnsdaela que «a veces Thorir sufría
accesos berserker, y se consideraba un triste infortunio para un hombre como él, ya
que estaban totalmente fuera de control».
»Thorsteinn le dijo: “He oído que, por instigación de su esposa, han raptado
al niño de nuestro pariente Thorgrim. Eso está mal. También pienso que es muy
doloroso tener una naturaleza distinta a la de los demás hombres”.
«Había un hombre, llamado Ulf (lobo), hijo de Bjalf y Hallbera. Ulf era un
hombre alto y fuerte como no se había visto hasta entonces en el país. Y en su
juventud recorrió los mares en expediciones vikingas y saqueos… Era un gran
terrateniente. Le gustaba levantarse temprano, y visitar a sus trabajadores, o a los
herreros, e inspeccionar todos sus bienes y sus tierras; y en ocasiones conversaba
con hombres que le pedían consejo, porque era buen consejero y tenía la mente
clara. Sin embargo, todos los días, cuando empezaba a oscurecer, se volvía tan
salvaje que pocos se atrevían a cruzar una palabra con él, pues solía descabezar un
sueño a primera hora de la tarde». La gente decía que cambiaba a menudo de
forma (hamrammr), por lo que le llamaban el «lobo del crepúsculo» (kveldúlfr) (cap.
1). Considero que en este pasaje y en los siguientes hamrammr no tiene el
significado original de transformación verdadera, sino que significa simplemente
«expuesto a accesos de posesión diabólica», por cuya influencia aumentaba
enormemente su fuerza física. Traduzco con bastante libertad esta interesantísima
saga, porque creo que la descripción que se hace en ella de los arrebatos de
Kveldulf aclara considerablemente nuestro tema.
«Durante el verano, Kveldulf y Skallagrim tuvieron noticia de una
expedición. Skallagrim tenía la vista más aguda que nadie, y divisó la nave de
Hallvard y su hermano, y la reconoció enseguida. Siguió su rumbo y señaló
exactamente el puerto en el que entraron. Después regresó con su compañía y
contó a Kveldulf lo que había visto [… J Entonces se repartieron su gente y
aprestaron sus botes; en cada uno pusieron veinte hombres, uno gobernado por
Kveldulf y el otro por Skallagrim, y remaron en busca de la nave. Cuando llegaron
al lugar donde estaba fondeado, dejaron de remar. Hallvard y sus hombres habían
desplegado un toldo sobre la cubierta, y dormían. Pero cuando Kveldulf y su
partida los atacaron, los vigías que estaban sentados en el extremo del puente se
levantaron de un salto y gritaron a la gente de a bordo que despertase, porque
había peligro a la vista. Así que Hallvard y sus hombres corrieron a las armas.
Kveldulf saltó al puente y Skallagrim con él al interior de la nave. Kveldulf
empuñaba una clava, y ordenó a sus hombres que registraran el barco y rajaran el
toldo. Pero él se dirigió al alcázar. Cuentan que les acometió a él y a muchos de sus
compañeros un acceso de hombre lobo. Mataron a todos los hombres que se les
pusieron delante. Lo mismo hizo Skallagrim mientras recorría el barco. Ni él ni su
padre pararon hasta que lo hubieron despejado. Entonces, cuando Kveldulf llegó al
alcázar, levantó la clava y la descargó sobre Hallvard y le abrió el yelmo y el
cráneo, de manera que le hundió la clava en la carne; y tiró de ella tan
violentamente que alzó a Hallvard en el aire y lo arrojó por la borda. Skallagrim
despejó el castillo de proa y mató a Sigtrygg. Muchos hombres se arrojaron al agua,
pero los hombres de Skallagrim tripularon el bote y fueron tras ellos, matando a
todo el que encontraron. Así murió Hallvard con cincuenta hombres. Skallagrim y
su compañía apresaron el barco con toda la mercancía que había pertenecido a
Hallvard […] y lo pasaron con el género a su embarcación, y después cambiaron
de nave, cargando el capturado y abandonando el suyo. Tras lo cual llenaron de
piedras su viejo barco, lo desfondaron y lo hundieron. Se levantó una brisa
favorable y salieron a la mar.
»Se cuenta de los hombres que fueron hombres lobo en el combate, y delos
que sufrieron el furor berserker, que durante todo el tiempo que duró el acceso no
hubo quien pudiese enfrentarse a ellos, tan fuertes eran; pero una vez pasado,
fueron tan débiles como los demás. Lo mismo le ocurría a Kvedulf cuando se le
pasaba el acceso de hombre lobo: entonces le entraba el agotamiento consiguiente a
la batalla, y se quedaba tan exhausto que tenía que acostarse».
Obsérvese que en estos pasajes del Aigla, las palabras að hamaz, hamrammr,
etc. están utilizadas sin intención de expresar la idea de cambio de forma corporal,
aunque las palabras tomadas literalmente lo afirmen. Porque son derivadas de
hamr, piel o ropa; término que tiene su equivalencia en otras lenguas arias, y es por
tanto una voz primitiva que expresa la piel de un animal[22].
Ésta no es la única palabra relacionada con los hombres lobo que favoreció
la superstición. La palabra vargr, lobo, tiene un doble significado, que puede ser el
medio por el que se originaron muchas historias de hombres lobo. Vargr es lo
mismo que uargr, inquieto, siendoargr lo mismo que el anglosajón earg. Vargr tiene
doble significado en nórdico. Significa «lobo» y también «impío». Vargr es el inglés
were, en la palabra were-wolf; y el francés garou o varou. La palabra danesa para
hombre lobo es var-ulf la gótica vaira-ulf. En el Romans de Garin, es «Leu warou,
sanglante beste». En la Vie de S. Hildefons de Gauthier de Coinsi:
Igualmente la Lex Ripuaria, tit. 87, «W/argus sit, hoc est expulsus». En las
leyes de Canuto se le llama verevulf (Leges Canuti, Schmid, I, 148). Y la Ley Sálica
(tit. 57) ordena: «Si quis corpus jam sepultum effoderit, aut expoliavit, wargus sit».
«Si alguien desenterrase o profanase un cadáver ya sepultado, sea declarado
forajido».
Sidonius Apollinaris dice: «Unam feminam quam forte vargorum, hoc enim
nomine indigenas latrunculos nuncupant[23]», como si el nombre común para
designar a quienes llevaban una vida de saqueadores fuera varg.
Pero el mismo lenguaje de los nórdicos estaba hecho para alimentar esta
superstición. Los islandeses tenían expresiones curiosas muy apropiadas para
producir errores.
Snorri no sólo relata que Odín cambiaba de forma, sino que añade que con
sus hechizos transformaba a sus enemigos en jabalíes. Exactamente lo mismo hace
una bruja, Ljot, en la Saga de Vatnsdal: cuentan que convirtió a Thorsteinn y a
Jökull en jabalíes para que corrieran junto a las bestias salvajes (cap. XXVI): y la
expresión verða at gjalti, o at gjöltum, convertirse en jabalí, se encuentra
frecuentemente en las sagas.
Historias de Olaus Magnus sobre los hombres lobo livonios – Historia del obispo
Majolus – Historia de Albertus Pericoftius – Suceso similar en Praga – San Patricio –
Extraño incidente relatado por Juan de Nüremberg – Bisclaveret – Hombres lobo de
Curlandia – Pierre Vidal – Licántropo de Pavía – Historias de Bodino – Relato de Forestus
sobre un licántropo – Hombre lobo napolitano.
Olaus Magnus refiere que «En Prusia, Livonia y Lituania, aunque los
habitantes sufren bastantes depredaciones de lobos a lo largo del año, durante el
cual estos animales atacan a su ganado y lo dispersan por los bosques, donde como
mínimo se extravía, no lo consideran tan importante como lo que padecen a causa
de hombres que se convierten en lobos.
«El día de Navidad un chico cojo va por el campo llamando a los seguidores
del diablo, que son innumerables, a un cónclave general. Quien se quede atrás o
acuda de mala gana, es azotado por otro con una fusta de hierro hasta que brota
sangre, y deja huellas sangrientas. La forma humana desaparece, y la multitud
entera se convierte en lobos. Se reúnen muchos miles. Delante va el jefe, armado
con la fusta de hierro, y detrás la turba, «firmemente convencidos en su
imaginación de que se han transformado en lobos». Atacan a los hatos de ganado y
a los rebaños de ovejas, pero no tienen poder para matar hombres. Cuando llegan a
un río, el jefe golpea el agua con su látigo y ésta se abre dejando un camino seco en
medio por el que puede pasar la manada. La transformación dura doce días, y al
término de este periodo, la piel de lobo desaparece y vuelve a aparecer la forma
humana. Esta superstición fue expresamente prohibida por la iglesia. “Credidisti,
quod quidam credere solent, ut ilh quaa a vulgo Parcz vocantur, ipsx vel sint vel
possint hoc facere quod creduntur, id est, dum aliquis homo nascitur, et tunc
valeant illum designare ad hoc quod velint, ut quandocinque homo ille voluerit, in
lupum transformari possit, quod vulgaris stultitia werwolf vocat, aut in aliam
aliquam figuram?” Ap. Burchard (d. 1024). De la misma manera predicó San
Bonifacio contra los que creían supersticiosamente en «strigas et fictos lupos».
(Serm. apud Mart. et Durand. IX. 217).
En una disertación de Müller [27], apoyados en la autoridad de Cluverius y
Dannhaverus (Acad. Homilet. pág. II), nos enteramos de que en Moscovia, un tal
Albertus Pericofcius acostumbraba a tiranizar y hostigar a sus súbditos de una
manera muy poco escrupulosa. Una noche en que estaba ausente de su casa, todo
su hato de ganado, conseguido con impuestos, pereció. A su regreso le informaron
de la pérdida, y el malvado estalló en las más horribles blasfemias, exclamando:
«Que coma el que ha matado; si Dios así lo quiere, dejadle que me devore a mí
también».
Se dice que San Patricio convirtió en lobo a Vereticus, rey de Gales, y que
San Natalis, abad, anatematizó a una ilustre familia de Irlanda, a consecuencia de
lo cual todos sus miembros, hombres y mujeres, adquirían forma de lobo durante
siete años y vivían en los bosques y recorrían los pantanos aullando lúgubremente
y aplacando el hambre con las ovejas de los campesinos [28]. Según Majolus, un
campesino fue llevado a juicio ante un duque de Prusia, porque había devorado el
ganado de su vecino. Era un tipo de aspecto desagradable, deforme, con grandes
heridas en la cara que le habían causado los mordiscos de los perros cuando tenía
forma de lobo. Se cree que cambiaba de forma dos veces al año, por Navidad y por
San Juan. Decían que mostraba un gran desasosiego y malestar cuando empezaba
a salirle el pelo de lobo y a cambiarle la forma del cuerpo.
***
«1. Realizan como lobos ciertas acciones, como atrapar ovejas, o destrozar
ganado, etc., no transformados en lobos, cosa que no hay hombre de ciencia en
Curlandia que crea, sino con forma humana, y con sus extremidades humanas,
aunque en tal estado de fantasía y alucinación, que creen haberse transformado en
lobos, y así los ven otros que sufren las mismas alucinaciones, y de esta manera
corre esta gente en manada como lobos, aunque no son auténticos lobos.
»2. Imaginan, profundamente dormidos o en sueños, que causan daño el
ganado, y esto sin moverse del lecho; pero es su amo el que hace, en su lugar, lo
que su imaginación le indica o sugiere.
Rhanæus, bajo estos encabezamientos, narra tres historias que él cree saber
de fuentes fidedignas. La primera es sobre un caballero que iba de viaje, cuando se
topó con un lobo en el momento en que éste se apoderaba de una oveja de su
propio rebaño; le disparó y lo hirió, y el lobo huyó aullando a la espesura. Cuando
el caballero regresó de su expedición encontró a todo el vecindario convencido de
que, tal día y a tal hora, había disparado contra uno de sus arrendatarios, Mickel,
un tabernero. En el interrogatorio, la esposa del hombre, llamada Lebba, refirió los
siguientes hechos: cuando el marido terminó de sembrar el centeno, consultó con
su esposa la forma de conseguir carne para celebrar un buen banquete. La mujer le
insistió en que de ninguna manera robara ganado a su arrendador, porque lo
guardaban unos perros feroces. Sin embargo, Mickel no le hizo caso y atacó a la
oveja del arrendador, pero se hizo daño y volvió cojeando a casa; y enfurecido por
su fracasado intento, se arrojó sobre su propio caballo y le mordió el cuello de
parte a parte. Esto ocurrió en 1684.
En 1684 iba un hombre a disparar contra una manada de lobos cuando oyó
entre el grupo una voz que exclamaba: «¡Compadre! ¡Compadre! ¡No dispares! No
saldrá nada bueno de ello».
Fincelius cuenta también que en 1542 había tal cantidad de hombres lobo en
los alrededores de Constantinopla que el emperador salió de la ciudad
acompañado de su guardia para infligirles un severo castigo, y mató a ciento
cincuenta.
Spranger habla de tres damas jóvenes que con forma de gatos atacaron a un
labrador, y él las hirió. A la mañana siguiente las encontraron sangrando en la
cama.
Bodino cita a Pierre Marner, autor de un tratado sobre hechiceros, por haber
presenciado en Saboya la transformación de hombres en lobos. Nynauld [34] cuenta
que en un pueblo suizo, cerca de Lucerna, un campesino fue atacado por un lobo
mientras estaba cortando leña; se defendió y le arrancó una pata al animal. En el
momento en que empezó a brotar la sangre, la forma del lobo cambió, y vio que
era una mujer sin un brazo. Fue quemada viva.
Un capítulo de horrores
»En un bosque cercano a Chastel Charnon nos reuníamos con muchos otros
a los que no conocía; bailábamos, y todos, hombres y mujeres, llevábamos en la
mano una antorcha verde con una llama azul. Todavía con la falsa ilusión de que
obtendría dinero, Michel me persuadió de que me moviera con la mayor celeridad
para lo cual, después de desnudarme, me frotó con un ungüento; y entonces creí
que me había transformado en lobo. Al principio me asustaron un poco mis cuatro
zarpas de lobo y la piel que de repente me había cubierto por completo, pero
descubrí que ahora podía correr a la velocidad del viento. Esto no podría haber
sucedido sin la ayuda de nuestro poderoso amo, que estuvo presente durante
nuestra excursión, aunque no me di cuenta hasta que recupere la forma humana.
Michel hizo lo mismo que yo.
Pierre declaró que no había notado cansancio tras las excursiones, aunque el
juez le preguntó en concreto si tras el excepcional esfuerzo había sentido esa
postración de la que se quejan habitualmente las brujas. El agotamiento a
consecuencia de la incursión de un hombre lobo era ciertamente tan grande que el
licántropo se veía obligado con frecuencia a permanecer en la cama durante días, y
a duras penas podía mover las manos o los pies, igual que los berserker y los ham
rammir nórdicos se quedaban completamente postrados una vez pasado el ataque.
En una de sus incursiones de hombre lobo, Pierre agredió con los dientes a
un niño de seis o siete años, con intención de destrozarlo y devorarlo, pero el chico
gritó tan fuerte que se vio obligado a batirse en retirada hacia sus ropas, y a
untarse de nuevo para recuperar su cuerpo y evitar que lo descubrieran. Él y
Michel, sin embargo, descuartizaron en una ocasión a una mujer que estaba
recolectando guisantes; y atacaron y mataron a un tal M. de Chusnée, que acudió
en su auxilio.
El catorce de noviembre desapareció un niño de diez años, que fue visto por
última vez a poca distancia de las puertas de Dôle.
El último día de las fiestas de San Miguel, a una milla de Dôle, en la granja
de Georges, terreno perteneciente a Chastenoy cercano al bosque de La Serre,
Gilles Garnier atacó en forma de lobo a una niña de diez o doce años; la mató con
las garras y los dientes; después se la llevó al bosque, la desnudó, se comió la carne
de las piernas y los brazos y disfrutó tanto de la comida que, movido por el afecto
conyugal, se llevó algo de carne a casa, para su esposa Apolline.
Pernette Gandillon era una pobre muchacha del Jura, que en 1598 corría por
el campo a cuatro patas, creyendo ser un lobo. Un día en que corría por la comarca
en un acceso de locura licantrópica, atacó a dos niños que estaban recogiendo
fresas silvestres. Dominada por un súbito deseo de sangre, se lanzó sobre la niña, y
la habría abatido de no ser porque su hermano, un chiquillo de cuatro años, la
defendió valerosamente con un cuchillo. Pernette, sin embargo, arrancó el cuchillo
de su diminuta mano, lo derribó y lo degolló con él, de modo que murió de la
herida. El pueblo, horrorizado y lleno de rabia, despedazó a Pernette.
Una noche de Jueves Santo, estuvo durante tres horas en estado cataléptico,
pasadas las cuales saltó de la cama. Durante ese tiempo asistió al aquelarre de las
brujas en forma de lobo.
Éste es uno de los casos más curiosos y extraños que han llegado hasta
nosotros.
Ante los jueces, Roulet reconoció que era capaz de convertirse en lobo
gracias a un ungüento que le habían dado sus padres. Al preguntarle por los dos
lobos que fueron vistos abandonando el cadáver, dijo que sabía perfectamente
quiénes eran, porque eran sus compañeros Jean y Julien, que estaban en posesión
de su mismo secreto. Le mostraron la ropa que llevaba el día de su captura, y la
reconoció inmediatamente; describió al chico al que había asesinado, dio
correctamente los datos, indicó el lugar exacto donde se había cometido la acción, y
reconoció al padre del muchacho como el hombre que acudió en primer lugar
cuando se oyeron los gritos del chico. En prisión, Roulet se comportó como un
idiota. Cuando fue detenido, tenía el estómago hinchado y duro; en la cárcel una
tarde se bebió un cubo entero de agua, y desde entonces se negó a comer o beber.
—Me llamo Jacques Roulet, tengo treinta y cinco años; soy pobre y mendigo.
—No; pero por eso maté y devoré al chico de Cornier: yo era un lobo.
—Iba vestido como ahora. Tenía las manos y la cara ensangrentadas porque
había estado comiendo la carne de ese chico.
—Sí.
—No sé cómo tenía la cabeza en aquel momento. Usé mis dientes; mi cabeza
era como es hoy. He herido y comido a muchos otros niños; también he asistido al
aquelarre.
Jean Grenier
El brillo del cielo, el frescor del aire que soplaba desde el chispeante azul del
golfo de Vizcaya, el zumbido o canción del viento que componía una dulce música
entre los pinos que se alzaban como una ola verde por el este, la belleza de las
colinas de arena moteadas de cistus amarillos, o remendadas con gencianas azules,
junto a la Gremille couchée de escaso crecimiento, el encanto de las orillas del
bosque, pintadas con los diversos colores del follaje de los alcornoques, pinos y
acacias, estas últimas en plena floración, con un montón de flores rosa o níveas…
todo contribuía a llenar de gozo a las jóvenes campesinas y a hacer que sus voces
se elevaran en canciones y risas que sonaban alegremente por encima de las
colinas, y atravesaban las oscuras avenidas de árboles de hoja perenne.
Aquí les atraía la atención una espléndida mariposa, allí pasaba una
bandada de codornices en vuelo rasante.
—¡Le vais a trastornar el juicio a Etienne entre las dos, Annette! —dijo
Jeanne Gaboriant—. Pero ¿qué les pasa a las ovejas?
—Bueno, niñas mías —dijo con voz áspera—, me gustaría saber cuál de
vosotras es la más guapa. ¿Podéis decidirlo vosotras?
—¡Ah! —dijo Jeanne en broma—; eso será si ella quiere, que no es muy
probable, ya que ninguna de nosotras te conoce ni sabe nada de ti.
—No hay nadie con ese nombre por aquí. ¿Dónde vive?
Del extraño chico brotó con diabólica alegría una explosión de risa mezclada
con aullidos, que se quebró en un extraño gorgoteo.
Jean solía decirle que había vendido su alma al diablo y que había adquirido
el poder de recorrer la comarca de noche, y a veces en pleno día, en forma de lobo.
Le aseguraba que había matado y devorado muchos perros, pero que encontraba
su carne menos apetitosa que la carne de las niñas, que consideraba un manjar
exquisito. Le dijo que la había probado con frecuencia, pero sólo especificó dos
ocasiones: en una comió todo lo que pudo, y arrojó el resto a un lobo, que se había
acercado durante la comida. En la otra ocasión mató a dentelladas a otra niña,
lamió su sangre y como esa vez estaba hambriento, la devoró entera, excepto los
brazos y los hombros.
La niña contó a sus padres, el día en que llegó a su casa presa de terror, que
había llevado a las ovejas como de costumbre, pero que Grenier no estaba. Al oír
un crujido entre los arbustos, miró a su alrededor, y un animal salvaje saltó sobre
ella y le desgarró la ropa por el lado izquierdo con sus afilados colmillos. Añadió
que se había defendido con fuerza con el cayado y había rechazado a aquel ser.
Entonces él retrocedió unos pasos y se sentó sobre sus patas traseras, como un
perro cuando mendiga, y la miró con tal expresión de rabia que huyó llena de
pavor. Describió al animal como parecido a un lobo pero más bajo y robusto; tenía
el pelo rojo, el rabo corto, y la cabeza más pequeña que la de un lobo auténtico.
Cuando le interrogaron sobre los niños a los que, según contaba, había
matado y devorado, contestó que una vez entró en una casa vacía, en el camino
entre S. Coutras y S. Anlaye, en un pueblecito cuyo nombre no recordaba, y
encontró a un niño dormido en su cuna; y como no había nadie que se lo
impidiera, sacó al bebé de la cuna, lo llevó al jardín, saltó el seto y lo devoró hasta
que hubo saciado su hambre. Lo que quedó, se lo dejó a un lobo. En la parroquia
de S. Antoine de Pizon atacó a una niña que estaba cuidando a sus ovejas: llevaba
un vestido negro; no sabía su nombre. La desgarró con uñas y dientes y se la
comió. Seis semanas antes de su captura, había atacado a otro niño de la misma
parroquia, junto al puente de piedra. En Eparon había asaltado al sabueso de un tal
M. Millon, y habría matado al animal de no acudir el dueño estoque en mano.
Jean dijo que tenía la piel de lobo en su poder, y que salía a cazar niños
cuando se lo ordenaba su amo, el Señor del Bosque. Antes de la transformación, se
untaba con el ungüento que guardaba en un botecito y escondía sus ropas entre los
matorrales.
Duthillaire fue detenido, y el padre del mismo Jean Grenier exigió ser oído
en la encuesta.
Se identificaron los lugares en los que Grenier declaró que había atacado a
las niñas. Los días en que dijo que habían tenido lugar las muertes concordaban
con las fechas dadas por los padres de las pequeñas desaparecidas cuando se
perdieron.
Las heridas que Jean afirmaba haber infligido, y el modo en que las había
hecho, coincidían con las descripciones dadas por las niñas a las que había atacado.
Fue encontrado el hombre que había salvado al niño, y se comprobó que era
tío del zagal salvado, y confirmó lo manifestado por Grenier sobre las palabras
mencionadas anteriormente.
Murió a los veinte años, después de una reclusión de siete años, poco
después de la visita de Delancre[37].
En los dos casos de Roulet y Grenier, los tribunales atribuyeron todo el
asunto de la licantropía, o transformación animal, a su auténtica y legítima causa,
una aberración de la mente. Desde entonces, los médicos parecen considerarla más
una forma de enfermedad mental susceptible de tratamiento, que un crimen que
deba ser castigado por la ley. Pero causa pavor pensar que probablemente aún
existen en el mundo personas llenas de una sed morbosa de sangre humana, capaz
de empujarlas a cometer las mayores atrocidades, en caso de que escaparan de la
vigilancia de sus guardianes, o rompiesen los barrotes del manicomio que los
retiene.
CAPÍTULO VIII
¿O sirenas en el mar?
«En aquel tiempo, (1460) había un bandido a quien arrestaron con toda su
familia, que tenía su guarida en Angus. Este malvado tenía la execrable costumbre
de llevarse a todos los jóvenes y niños a los que podía raptar discretamente, o
llevarse sin que se enterase nadie, y comérselos, y cuanto más jóvenes eran, más
tiernos y apetitosos le parecían. Por esta causa e infame abuso, fueron quemados
él, su mujer y sus hijos, todos excepto una niña pequeña de un año a la que
libraron y condujeron a Dundee donde fue criada y mantenida; y cuando alcanzó
la edad adulta, se apresuraron a condenarla y quemarla por aquel crimen. Cuentan
que cuando llegó al lugar de la ejecución, se había congregado una inmensa
muchedumbre, sobre todo de mujeres, que la maldecían por ser tan miserable
como para cometer unas acciones tan infames. A las cuales se volvió con semblante
airado, diciendo: “¿Por qué me imprecáis, como si hubiera cometido una acción
indigna? Creedme lo que os digo, si hubierais tenido la experiencia de comer carne
de hombres y mujeres, os parecería tan deliciosa que no querríais dejar de
tomarla”. Así, sin signo alguno de arrepentimiento, esta pérfida desdichada murió
a la vista del pueblo[39]».
Sólo tenemos que comparar estos dos casos con los registrados en los dos
últimos capítulos, para ver en seguida cómo la mentalidad popular en Gran
Bretaña había perdido la idea de relacionar el cambio de forma con el canibalismo.
Un hombre culpable de los crímenes cometidos por el bandido de Angus, o el
patán de Perth habría sido considerado hombre lobo en Francia o Alemania y
juzgado por licantropía.
De acuerdo con una opinión del vulgo de esa misma provincia, el loup-garou
es a veces una metamorfosis impuesta al cuerpo de un condenado, el cual, después
de haber sido atormentado en su tumba, consigue salir violentamente. El primer
paso del proceso consiste en devorar el hule que le cubre la cara; después, sus
lamentos y aullidos apagados se elevan desde la sepultura, en la oscuridad de la
noche, la tierra de la tumba empieza a levantarse, y por último, con un alarido,
nimbado por un resplandor fosforescente, y exhalando un olor fétido, emerge
violentamente en forma de lobo.
En Noruega se cree que hay personas que pueden tomar la forma de lobo o
de oso (Huse-björn), y recuperar de nuevo la suya propia; esta propiedad, o bien la
conceden los gnomos, o bien son los mismos gnomos los que la poseen.
Los suecos guardan una especial aversión a los fineses, lapones y rusos
porque creen que tienen poder para cambiar a las personas en animales salvajes.
Durante el último año de la guerra con Rusia, en que Calmar estuvo infestada por
un número inusual de lobos, se decía que los rusos habían transformado a los
prisioneros suecos en lobos, y los enviaban a sus casas para sitiar el país.
Un hombre, que había sido hombre lobo desde la infancia, al volver una
noche con su esposa de una fiesta, se dio cuenta de que estaba a punto de llegar la
hora en que solía atacarle el mal; así que le dio las riendas a su mujer, y se bajó del
coche diciéndole: «Si alguna fiera se dirige hacia ti, solamente golpéala con el
delantal». Se alejó a continuación, pero inmediatamente la mujer, que iba sentada
en el coche, fue atacada por un hombre lobo. Ella hizo lo que le había mandado su
marido, y lo golpeó con el delantal, del que él desgarró un trozo, y se escapó. Al
cabo de un tiempo, volvió el hombre, llevando en la boca el trozo rasgado del
delantal de su esposa que, al verlo, exclamó aterrorizada: «¡Dios Santo, hombre,
pero si eres un hombre lobo!» «Gracias a ti, esposa, dijo él, ahora soy libre». Y
desde entonces ya no estuvo más afectado.
cuchillo, te destruiré!
***
Piensan que el cinturón está hecho con piel humana, y que tiene tres dedos
de anchura.
Entre los búlgaros y los eslovacos el hombre lobo se llama vrkolak, nombre
que se parece al que le dan los griegos modernos Brukolakas. El hombre lobo
griego está íntimamente relacionado con el vampiro. El licántropo cae en un trance
cataléptico, durante el cual su alma abandona el cuerpo, entra en el de un lobo y
caza para conseguir sangre. Al regresar el alma, el cuerpo está exhausto y dolorido
como si hubiera realizado un violento ejercicio. Al morir, los licántropos se
convierten en vampiros. Se cree que acuden a los campos de batalla en forma de
lobo o de hiena, y aspiran el hálito de los soldados moribundos, o entran en las
casas y roban a los niños de sus cunas. Los griegos modernos llaman Brukolakas a
cualquier hombre de apariencia salvaje, de piel oscura y con los miembros torcidos
y deformes, y lo suponen dotado del poder de adoptar forma de lobo.
Los serbios relacionan al vampiro con el hombre lobo, y les dan el nombre
de vlkoslak. Éstos rabian sobre todo en lo más profundo del invierno: celebran
reuniones anuales, y en ellas se despojan de la piel de lobo, que cuelgan de los
árboles a su alrededor. Si alguien consigue coger la piel y quemarla, el vlkoslak
queda desde ese momento desencantado.
El poder de convertirse en hombre lobo se obtiene bebiendo el agua que
queda en la huella dejada en la arcilla por la pata izquierda de un lobo.
Los polacos tienen sus hombres lobo, que rabian dos veces al año: en
Navidad y en mitad del verano.
Según una historia polaca, si una bruja pone un cinturón de piel humana en
el umbral de una casa en la que se está celebrando una boda, y la novia y el novio,
las damas de honor y los padrinos pasan por encima, se transforman en lobos. Al
cabo de tres años, sin embargo, la bruja los cubrirá con pieles con el pelo vuelto
hacia fuera; e inmediatamente recobrarán su forma natural. En una ocasión, una
bruja echó una piel demasiado escasa sobre el novio, de modo que la cola quedó
mal cubierta: él volvió a adquirir forma humana, pero conservó su apéndice caudal
lupino.
Los rusos llaman al hombre lobo oborot, que significa «uno transformado».
Dan la siguiente fórmula para convertirse en uno de ellos:
sobre los pastos vacíos luce la luna, sobre un tronco de fresno caído
»A continuación, salta tres veces por encima del árbol y corre al interior del
bosque, transformado en lobo[40]».
Dice que en Abisinia los orífices y plateros están muy bien considerados,
pero que a los herreros se les mira con desprecio, como a seres de clase inferior.
Sus parientes aún les atribuyen el poder de transformarse en hienas u otros
animales salvajes. Todas las convulsiones o trastornos histéricos se atribuyen al
efecto de su mirada maligna. Los amhara los llaman Buda, los tigré, Tebbib. Hay
también budas mahometanos y judíos. Es difícil explicar el origen de esta extraña
superstición. Estos budas se distinguen de las demás personas por llevar pendientes
de oro, y Coffin afirma que ha encontrado a menudo hienas con estos aros en las
orejas, incluso entre los animales a los que ha disparado o alanceado él mismo.
Pero cómo se habían puesto los aros en las orejas es más de lo que Coffin ha sido
capaz de averiguar.
Entre sus sirvientes había un buda, el cual, una tarde, cuando todavía
quedaba luz, se dirigió a su amo y le pidió permiso para ausentarse hasta la
mañana siguiente. Obtuvo el permiso solicitado y se marchó; pero apenas había
vuelto Coffin la cabeza, cuando uno de sus hombres exclamó señalando en la
dirección que había tomado el buda: «¡Mirad! Se está transformando en hiena».
Coffin se volvió a mirar, y aunque no presenció el proceso de transformación, el
joven había desaparecido del sitio donde estaba, a menos de cien pasos de
distancia, y en su lugar había una hiena que huía. El lugar era un llano sin arbustos
ni árboles que impidieran la vista. A la mañana siguiente, regresó el joven, y sus
compañeros le acusaron de la transformación: él más bien lo reconoció que lo negó,
excusándose con el argumento de que era habitual entre los de su clase. Esta
declaración de Pierce está corroborada por una nota aportada por sir Gardner
Willdnson al Herodotus de Rawlinson (libro IV. cap. 105). «Se cree que en Abisinia
determinada clase de personas se transforman en hienas cuando quieren. En mi
comparecencia para desautorizarlo, uno que vivía allí hacía muchos años me dijo
que ninguna persona bien informada lo ponía en duda, y que estaba una vez
paseando con uno de ellos, cuando sucedió que miró a otro lado durante un
momento, y al volverse hacia su compañero lo vio alejándose al trote en forma de
hiena. Volvió a encontrarse con él más tarde con su antigua forma. Estas gentes
notables son herreros. G. W».
«Un indio fijó su residencia en la orilla del Gran Lago del Oso, llevando
consigo solamente una perra preñada. Llegado el momento, la perra parió siete
cachorros.
»Cada vez que el indio salía a pescar, ataba a los cachorros para evitar que la
camada se dispersara. A veces, al acercarse a la tienda, oía ruidos procedentes de
ella que sonaban como el parloteo, las risas, los gritos, el llanto y la alegría de los
niños; pero al entrar sólo veía a los cachorros amarrados como de costumbre.
Picado de curiosidad por los ruidos que oía, decidió vigilar y enterarse de dónde
procedían, y qué eran. Un día fingió que iba a pescar pero, en vez de eso, se ocultó
en un sitio apropiado. Al cabo de poco tiempo, volvió a oír voces, y, entrando de
repente en la tienda, vio a unos niños preciosos jugando y riendo, con las pieles de
perro echadas a un lado. Arrojó las pieles de perro al fuego, y los niños crecieron
conservando su propia forma, y fueron los antecesores de la nación dog-rib (costilla
de perro)». – (Tradiciones de los Indios norteamericanos, por T. A. Jones, 1830, vol. II,
p. 18).
En la misma obra hay una curiosa historia titulada La Madre del Mundo que
guarda una analogía muy próxima a otro mito universal: una mujer se casa con un
perro, por la noche el perro deja a un lado su piel, y se presenta como un hombre.
Puede compararse con el cuento de Björn y Bera ya expuesto.
«Había una vez un padre que tenía nueve hijas, y todas eran casaderas, pero
la más joven era la más hermosa. El padre era un hombre lobo. Un día le vino al
pensamiento: “¿Por qué tengo que mantener a tantas muchachas?”, así que decidió
librarse de todas ellas.
»Conque se fue al bosque a cortar leña, y ordenó a sus hijas que una de ellas
le llevase la cena. Fue la mayor quien se la llevó.
»“¡La verdad, padre, quiero que reponga fuerzas, no vaya a ser que se
abalance sobre nosotras si está hambriento!”
»Así que la muchacha fue con él hasta el borde del profundo hoyo. “Ahora
escucha”, dijo el hombre lobo, “tengo que matarte y arrojarte ahí”.
»“Eso es ser buena chica”, dijo él. “Ahora apílame la leña mientras como”.
»La muchacha echó a correr con toda el alma, porque el hombre lobo no
había sufrido daño, y saldría en seguida del hoyo.
»Ahora oía sus aullidos resonando a través de los senderos del bosque, y
corría veloz como el viento. Oía el patear de sus pies acercándose, y el jadeo de su
respiración. Entonces tiró su pañuelo detrás de ella. El hombre lobo lo agarró con
uñas y dientes, y no lo soltó hasta que lo hubo reducido a tiras minúsculas. Un
momento después está otra vez en su persecución echando espuma por la boca,
aullando tristemente, mientras sus ojos rojos brillan como carbones encendidos. Al
notar ella que se acerca, le arroja la túnica, y le induce a desgarrarla. Él agarra la
túnica y la hace jirones, después vuelve a perseguirla. Entonces ella deja detrás el
delantal, a continuación la falda, después la camisa, y al final corre en el
mismísimo estado en que vino al mundo. El hombre lobo se acerca de nuevo; ella
salta fuera del bosque a un henar, y se esconde en el montón más pequeño de
heno. Su padre entra en el campo, lo recorre aullando en su busca, no la encuentra,
y empieza a aplastar los distintos almiares, sin dejar de gruñir y de rechinar de
rabia los brillantes colmillos blancos porque se le ha escapado. La espuma le
chorrea de la boca a cada paso, y el sudor hace humear su piel. Antes de llegar al
montón más pequeño de heno le abandonan las fuerzas, siente que el agotamiento
se apodera de él, y se retira al bosque.
»El rey sale a cazar todos los días; uno de sus perros lleva alimentos al henar
que inexplicablemente han descuidado los segadores desde hace tres días. El rey,
siguiendo al perro, descubre a la bella damisela, no exactamente “en la paja”, sino
hasta el cuello dentro del heno. La llevan, con heno y todo, a palacio, donde se
convierte en su esposa, con una sola condición antes de desposarse, y es que no se
permita a ningún mendigo entrar en el palacio.
»Unos años más tarde un mendigo logra entrar y, por supuesto, no es otro
que su padre hombre lobo. Tras robar en el piso de arriba, entra en el cuarto de los
niños, degüella a los dos hijos que la reina había dado a su señor y deja el cuchillo
bajo la almohada de ella.
Esta historia guarda cierta semejanza con una que cuenta Von Hahn en
Griechische und Albanesische Märchen; recuerdo haber oído otra muy parecida en los
Pirineos; pero el que huye del hombre lobo es un hombre que, después de
despojarse de toda su ropa, entra corriendo en una cabaña y se mete en el lecho. El
hombre lobo no se atreve, o no puede seguirlo. La causa de su huida también es
diferente. Era un masón que había divulgado el secreto, y el hombre lobo era el
maestro de su logia que le perseguía. En la historia bearnesa, no hay nada parecido
a la última parte del cuento eslovaco, y en el griego se omiten la transformación y
la persecución, aunque al devorador de mujeres se le llama «cabeza de perro», lo
mismo que en el norte de Europa se dice que los forajidos tienen cabeza de lobo.
Por alarmante que pueda ser la afirmación, es un hecho que el hombre, por
naturaleza, como los demás carnívoros, siente el impulso de matar y disfruta
destruyendo vida.
Los padres y los educadores saben que los niños son crueles por naturaleza,
y que la humanidad debe adquirirse mediante la educación. Un niño se recreará en
el dolor de un animal herido hasta que su madre le ordene: «Evítale ese
sufrimiento». Por sí mismo, a un niño no se le ocurriría terminar de una vez con la
vida del pobre ser, igual que no se tragaría entero un caramelo sin haberse
recreado antes chupándolo. La crueldad innata puede estar oscurecida por
impresiones posteriores, o escondida bajo reparos morales; la persona que es
constitutivamente un Nerón, puede ignorar su propia naturaleza hasta que, por
accidente, se vuelve dominante su pasión más fuerte y se lleva todo por delante.
Una relajación del freno moral, una caída del entendimiento que nos rige, una
situación anómala del cuerpo, bastan para dejar que la pasión se afirme.
Así, Andreas Bichel atraía a mujeres jóvenes a su casa, con el pretexto de que
tenía un espejo mágico, en el que podía mostrarles a sus futuros esposos; cuando
las tenía en su poder, les ataba las manos a la espalda, y las aturdía de un golpe.
Entonces las apuñalaba y las despojaba de sus ropas, por las que cometía los
asesinatos; pero en el momento de matarlas, se apoderaba de él la pasión de la
crueldad, e iba cortando a trozos a las pobres muchachas mientras aún estaban con
vida, ansioso por observar sus entrañas. A Catherine Seidel la abrió en canal con
un martillo y una cuña, mientras aún respiraba. «Puedo decir», comentó en el
juicio, «que durante la operación me sentía tan ansioso que temblaba de pies a
cabeza, y deseaba vehementemente cortar un trozo y comérmelo».
Además, hay una tercera clase de personas crueles y sanguinarias, en las que
la sed de sangre es una pasión furiosa e insaciable. En un país civilizado, los que se
sienten dominados por ella se ven forzados a reprimirla por miedo a las
consecuencias, o a satisfacerla con una obra brutal. Pero en épocas primitivas,
cuando los señores feudales eran soberanos en sus dominios, hubo ejemplos
terribles de sus excesos, ya los extremos a los que llevó la pasión por la sangre a
algunos emperadores romanos es materia histórica.
»Al final su crueldad se hizo tan grande que clavaba agujas a quienes se
sentaban a su lado en un carruaje, sobre todo si eran de su mismo sexo. A una de
sus sirvientas la desnudó, la untó con miel, y la expulsó así de la casa.
Un estado anómalo del cuerpo produce algunas veces ese deseo de sangre.
Se manifiesta en ciertos casos de embarazo, cuando la naturaleza pierde su
equilibrio, y el apetito se vuelve morboso. Schenk[48] pone ejemplos.
Las alucinaciones que sufren los licántropos pueden deberse a varias causas.
Los escritores más antiguos, como Forestus o Burton, consideran la manía del
hombre lobo como una especie de locura melancólica, y algunos no estiman
necesario que el paciente crea en su transformación para considerarlo un
licántropo.
«Así que a la prima de la noche tomome por la mano, y con pasos muy
sutiles, sin ningún ruido, llevome a aquella cámara alta donde la señora estaba, y
mostrome una hendedura de la puerta por donde viese lo que hacía. Lo cual
Panfilia hizo de esta manera: primeramente ella se desnudó de todas sus
vestiduras, y abierta una arquilla pequeña, sacó muchas bujetas, de las cuales,
quitada la tapadera de una y sacado de ella cierto ungüento y fregado bien entre
las palmas de las manos, ella se untó desde las uñas de los pies hasta encima de los
cabellos; y diciendo ciertas palabras entre sí al candil, comienza a sacudir todos sus
miembros, en los cuales, así temblando, comienzan poco a poco a salir plumas, y
luego crecen los cuchillos de las alas; la nariz se endureció y encorvó; las uñas
también se encorvaron, así que se tornó búho: el cual comenzó a cantar aquel triste
canto que ellos hacen, y por experimentarse comenzó a alzarse un poco de tierra, y
luego un poco más alto, hasta que con las alas cogió vuelo y salió fuera volando.
Pero ella, cuando le pluguiera, con su arte torna luego en su primera forma.
»Sin contestarle, porque era uno de sus días antipáticos, llamó en voz alta, y
entró un castor de aspecto sucio. “Ve a traer algo de comer para el forastero”, dijo.
Conque la muchacha castor pasó por una puertecita a otra habitación, y regresó en
seguida llevando unos trozos grandes de corteza de sauce que dejó a los pies del
guerrero y su huésped. Mientras el guerrero castor masticaba el sauce, y el osage
intentaba hacer lo mismo, se pusieron a charlar sobre muchos temas,
especialmente sobre las guerras entre los castores y las nutrias, y sus frecuentes
victorias sobre ellas. Le contó a nuestro padre de qué modo derribaban los castores
grandes árboles y los transportaban a los lugares donde querían hacer diques;
cómo levantaban palos en posición erguida para sus cabañas, y cómo las cubrían
con barro para protegerlas de la lluvia. Después habló de sus ocupaciones cuando
enterraban el hacha; de la paz, la felicidad y la tranquilidad de que gozaban
cuando reunidos en grupos, descansaban de su trabajo, y se entretenían charlando
y comiendo opíparamente, bañándose y jugando al juego de los huesos, y haciendo
el amor. Todo el rato, la joven castor estuvo sentada con los ojos fijos en el osage,
acercándose un poquito a cada pausa, hasta que estuvo a su lado con la pata
delantera sobre su brazo; un minuto después se la había echado alrededor del
cuello y frotaba su suave mejilla peluda contra la de él. Nuestro antepasado, por su
parte, no se resistía a recibir estas caricias, sino que las devolvía con el mismo
ardor. El castor viejo, al ver lo que sucedía, se volvió de espaldas a ellos y les
permitió ser el uno con el otro todo lo amables que quisieran. Por último, se volvió
rápidamente, mientras la doncella, sospechando lo que iba a pasar, y aparentando
sentirse avergonzada corría hacia su madre, y dijo: “Terminemos con esta tontería,
¿quieres casarte con mi hija? Está muy bien educada y es la chica más trabajadora
del poblado. Sacude en un día con su cola más paredes que ninguna otra doncella
de la nación; entre la salida del sol y la llegada de las sombras roe un árbol más
grande que muchos aguerridos castores del otro sexo. En cuanto a su ingenio,
pruébala en el juego del plato, y verás cómo gana; y respecto a limpieza, mira sus
enaguas”. Nuestro padre contestó que no ponía en duda que fuera trabajadora y
limpia, capaz de roer un árbol muy grande y de utilizar su cola con muy buenos
fines; que la amaba mucho, y deseaba hacer de ella la madre de sus hijos. Y con
esto, se formalizó el compromiso».
Para buscar el martillo perdido de Thor, Loki volvió a pedir a Preya el traje
de plumas, y en cuanto echó a volar con él, las plumas sonaron como si batieran la
brisa (fjað rhamr dunði).
Y así, después de que las nubes se convirtieran en cisnes, las nubes cisne
pasaron a ser seres divinos, valquirias, apsaras, etc., que los mortales veían con sus
trajes de plumas, pero que ante los dioses se presentaban como doncellas. Después
de haber imaginado que el vendaval era un lobo, a continuación se le tomó por un
dios turbulento que disfrutaba cazando en forma de lobo.
Es tan difícil para nosotros olvidar todo lo que sabemos sobre los fenómenos
meteorológicos, tan arduo contemplar los cambios atmosféricos como si no
supiéramos nada de las leyes que los rigen, que estamos dispuestos a tratar de
fantásticas e improbables las explicaciones de mitos populares como las que
acabamos de mostrar.
Pero para los antiguos todas las soluciones de los problemas naturales eran
tanteos, y sólo después del fracaso de cada intento por explicar esos fenómenos con
razones sobrenaturales es cuando nos hemos encaminado hacia el descubrimiento
de la interpretación verdadera. Sin embargo, entre el vulgo persiste una gran
cantidad de mitología y se utiliza todavía para explicar misterios atmosféricos. El
otro día una muchacha de Yorkshire, a la que preguntaron por qué no le asustaban
los truenos, contestó que porque eran sólo la voz del Padre; ¿qué sabía ella del
empuje simultáneo del aire para llenar el vacío causado por el paso de la corriente
eléctrica? Para ella el ruido del trueno era la manifestación del Todopoderoso. En
el norte de Alemania, el campesino dice todavía a propósito del trueno que los
ángeles están jugando a los bolos allá arriba, y de la nieve, que están sacudiendo
los colchones de plumas en el cielo.
El mito del dragón es el que admite, quizás mejor que ningún otro, la
identificación con los fenómenos meteorológicos, a la vez que nos presenta la fase
de transición entre la teromorfosis y la antropomorfosis.
Creo que es imposible no ver en esta descripción una marea viva. Pero para
hacer más evidente que a la mente inculta una tormenta así le parecía un dragón,
creo que la siguiente cita de John of Brompton’s Chronicle convencerá a los más
escépticos: «Otra cosa notable es la que ocurrió cierto mes en el golfo de Satalia (en
la costa de Panfilia). Apareció un dragón grande y negro que llegó entre nubes, y
metió la cabeza dentro del agua, mientras su cola parecía girar en el cielo; y el
dragón atrajo el agua hacia sí bebiendo con tal avidez que si hubiera habido un
barco cerca, incluso cargado de hombres o de cualquier artículo pesado, mientras
bebía, lo habría succionado y elevado en los aires. Así que para evitar ese peligro
es necesario que, cuando la gente lo vea, arme un gran alboroto, y grite y golpee
palos, a fin de que el dragón se aleje al oír el ruido y las voces. Algunas personas,
no obstante, aseguran que no es un dragón, sino el sol que extrae las aguas del
mar; lo cual parece más probable[54]». Esto es lo que cuenta John de Brompton sobre
la tromba marina. En la mitología griega el dragón de la tormenta comenzó a
experimentar antropomorfosis. Tifón es hijo del Tártaro y la Tierra; al levantarse la
tormenta por el horizonte, puede pensarse que sale del seno de la tierra, y sus
características bastan para decidir su paternidad. Tifón, el torbellino o tifón, tiene
cien cabezas de dragón o de serpiente, que son las largas estrías de vapor que
corren retorciéndose delante de las nubes huracanadas. Vomita fuego, o sea, los
rayos surgidos de las nubes, y su bramido es como el aullido de perros salvajes.
Tifón asciende al cielo para guerrear con los dioses, que salen volando con formas
fantásticas. ¡Quién no es capaz de ver en este ascenso al huracán elevándose hacia
la bóveda del cielo, y en los dioses que vuelan los muchos fragmentos efímeros de
nubes blancas que se ven flotando antes de la tempestad!
Tifón, según Hesíodo, es el padre de los malos vientos, que destruyen, junto
con la lluvia y la tempestad, todo lo que los griegos llamaban lailay, trayendo
daños al agricultor y peligros al viajero.
Lo mismo sucede entre los campesinos lituanos. Un dragón anda sobre dos
piernas, habla, coquetea con una dama, y se casa con ella; Mantiene su disposición
diabólica, pero se ha deshecho de las escamas y las alas.
En la antigua mitología india védica las apsaras eran doncellas celestes que
habitaban el éter, entre la tierra y el sol. Su nombre, que significa «las sin forma» o
«las que entran en el agua» —no es segura su derivación correcta— es
representativo de los altos cirros, que cambian constantemente de forma, y flotan
aparentemente como cisnes en el mar azul del cielo. Estas apsaras, según la
creencia védica, eran aficionadas a cambiar de forma, apareciendo generalmente
como patos o cisnes, y ocasionalmente como seres humanos. Se les daban las almas
de los héroes como amantes o como esposos. Uno de los mitos más bonitos de la
India primitiva es la historia de la apsaras Urvaçî. Urvaçî amaba a Puravaras y se
convirtió en su esposa, con la condición de que ella no debía verle nunca en estado
de desnudez. Vivieron juntos muchos años, hasta que las compañeras celestes de
Urvaçî decidieron que tenía que regresar junto a ellas. Así que engañaron a
Puravaras para que abandonara el lecho en la oscuridad de la noche, y entonces
con un relámpago lo expusieron en su desnudez ante su esposa, que se vio por
tanto obligada a abandonarlo. Él la siguió, embargado de tristeza por su pérdida, y
la encontró al fin nadando en un estanque de loros, en forma de cisne.
Creo que es más que probable que este relato no sea una mera invención,
sino restos de una explicación mitológica de fenómenos naturales, como se
encuentran con ligeras variaciones en todo el mundo. Dado que todas las ramas
arias conservan la historia, o rastros de ella, no puede dudarse de que la creencia
en las doncellas cisne, que nadaban en el mar celestial, y se convertían a veces en
esposas de los hombres afortunados que se las ingeniaban para robarles sus
vestidos de plumas, formaba parte del antiguo sistema mitológico de la familia
aria, antes de que se rompiera en las razas india, persa, griega, latina, rusa,
escandinava, teutona, y otras. Pero aún más, como el mismo mito se encuentra en
tribus no arias, y alejadas del contacto con las supersticiones europeas o indias —
como por ejemplo, entre los samoyedos y los indios americanos—, es posible
incluso que esta historia sea una tradición del primer tronco primigenio del
hombre.
Pero ya es hora de que deje los cirros del verano y regrese a la nube de lluvia
nacida de la tormenta. En la antigua mitología india está representada por Vritra o
Râkshasas. Al principio, la forma de estos espíritus era vaga y oscura. Vritra se
utiliza a menudo como apelativo de nube, y kabhanda, antiguo nombre de la nube
de lluvia, se convirtió en épocas posteriores en el nombre de un demonio. De
Vritra, que cubre de vapor las montañas, se dice: «La oscuridad permanece
reteniendo el agua, las montañas yacen en el seno de Vritra». Gradualmente, Vritra
va quedando sobre todo como un espíritu, y se le describe como un «devorador»
de proporciones gigantescas. De la misma manera adquiere Râkshasas forma
corpórea e individualidad. Es un gigante deforme «como una nube», de barba roja
y cabello rojo, con dientes puntiagudos y protuberantes, prestos para desgarrar y
devorar carne humana. Tiene el cuerpo cubierto de gruesos pelos hirsutos, abierta
la inmensa boca, mira a un lado y a otro al andar, codiciando carne y sangre de
hombres, para satisfacer su hambre rabiosa, y apagar la sed que le consume. Al
anochecer, su fuerza se multiplica. Puede cambiar de forma a voluntad. Frecuenta
los bosques y vaga aullando por la selva; en resumen, es para los hindúes lo que el
hombre lobo para los europeos.
Durante el año 1440, corrió por Bretaña, y especialmente por el antiguo pays
de Retz, que se extiende al sur del Loira, desde Nantes hasta Paimboeuf, el terrible
rumor de que un poderoso noble de Bretaña, Gilles de Laval, Maréchal de Retz, era
culpable de unos crímenes de naturaleza extremadamente diabólica.
Juan V., reacio a actuar contra un pariente, contra un hombre que había
servido tan bien a su país, y que tenía una posición tan elevada, cedió al fin a su
petición y los autorizó a prender a las personas del sire de Retz y sus cómplices. Un
serjent d’armes, Jean Labbé, fue encargado de esta difícil misión. Eligió a un grupo
de compañeros resueltos, veinte en total, y a mediados de septiembre se
presentaron a la puerta del castillo, y requirieron al sire de Retz para que se
rindiese. En cuanto Gilles oyó que en la puerta había una tropa con la librea de
Bretaña, preguntó quién era su jefe. Al recibir la respuesta «Labbé», se sobresaltó,
se puso pálido, se santiguó, y se dispuso a rendirse, comentando que era imposible
desafiar al destino.
Años antes, uno de sus astrólogos le había asegurado que un día caería en
manos de un Abbé, y hasta ese momento De Retz había supuesto que la profecía
significaba que con el tiempo se haría monje[55].
—Rogad a Dios tan sólo que tenga piedad de mí, y perdone mis pecados.
En los pueblos por los que pasaba la pequeña tropa, los lugareños
observaban con viva emoción atravesar sus calles al temido Gilles de Laval,
detenido por soldados con la librea del duque de Bretaña, y sin la compañía de
ninguno de sus propios soldados. Los caminos y las calles se llenaban de gente, los
campesinos abandonaban los campos, las mujeres las cocinas, los labradores los
bueyes en el arado, para acudir al camino de Nantes. La cabalgata proseguía en
silencio. La multitud que se había congregado para verla había enmudecido. De
pronto se alzó una aguda voz de mujer:
Relató, con lágrimas en los ojos, que hacía dos años, en el mes de
septiembre, el sire de Retz había pasado con todo su séquito por la Roche-Bernard,
procedente de Vannes, y se había alojado con Jean Collin. Ella vivía enfrente de la
casa en que estaba el noble.
Su hijo, el más guapo del pueblo, un chico de diez años, había llamado la
atención de Pontou, y quizás del mismo mariscal, que estaba en la ventana
apoyado en el hombro de su escudero.
Mientras tenía lugar esta conversación, pasó uno de los hombres de armas
del mariscal, y todos los que estaban hablando pusieron pies en polvorosa. André,
que había echado a correr con los demás, sin saber exactamente por qué huía, se
encontró junto a la iglesia de la Santa Trinidad con un hombre que lloraba
amargamente y exclamaba:
—Lo dejé en casa —dijo— mientras iba al campo con mi marido a sembrar
lino. Era un crío hermoso, y tan bueno como hermoso. Tenía que cuidar de su
hermanita, que tenía año y medio. Al volver a casa, encontré a la niña, pero pudo
decirme qué había sido de él. Después encontramos en el pantano un capotillo rojo
de lana que había pertenecido a mi pobre angelito; pero dragamos en vano el
pantano, no encontramos nada más, excepto claras evidencias de que no se había
ahogado. Un buhonero que vendía agujas e hilos pasó por Machecoul en aquel
tiempo, y me dijo que una vieja vestida de gris, con una caperuza negra en la
cabeza, le había comprado varios juguetes, y que poco después le adelantó
llevando a un niño pequeño de la mano.
Guillaume Hilaire, cuyas deposiciones fueron más claras y explícitas que las
de los demás, afirmó que Jean Dujardin, criado de Roger de Briqueville, le había
dicho que sabía de un barril oculto en el castillo, lleno de cadáveres de niños. Dijo
que había oído a menudo decir a la gente que los niños eran atraídos al castillo, y
después asesinados, pero que le habían parecido patrañas. Dijo, además, que no se
acusaba al mariscal de intervenir en los crímenes, sino que se creía que los
culpables eran sus sirvientes.
El mismo Jean Gendron declaró sobre la pérdida de su hijo, y añadió que el
suyo no era el único niño desaparecido misteriosamente en Machecoul. Sabía de
otros treinta desaparecidos.
Jean Chipholon, padre e hijo, Jean Aubin, y Clément Doré, todos vecinos de
la parroquia de Thomage, declararon que habían conocido a un pobre hombre de
la misma parroquia, llamado Mathelin Thomas, que había perdido a su hijo, de
doce años, y que había muerto de pena a consecuencia de ello.
Uno de los últimos niños que desapareció fue el de Noël Aise, que vivía en
la parroquia de S. Croix.
Un hombre de Tiffauges le dijo (a Jeanne Hedelin) que por cada niño robado
en Machecoul se llevaban siete de Tiffauges.
El duque dudó mucho tiempo sobre los pasos que debía dar. ¿Debía él
juzgar y sentenciar a un pariente, el más poderoso de sus vasallos, el más valiente
de sus capitanes, canciller del rey, mariscal de Francia?
Mientras seguía indeciso sobre el camino que debía seguir, recibió una carta
de Gilles de Retz, que produjo un efecto totalmente distinto del que había
pretendido.
»Por lo tanto os suplico, mi señor primo, que me deis permiso para retirarme
a un monasterio, y llevar allí una vida digna y ejemplar. No me importa a qué
monasterio se me envíe, pero quiero que todos mis bienes, etc., sean distribuidos
entre los pobres, que son los miembros de Jesucristo en la tierra… Esperando
vuestra gloriosa clemencia, en la cual confío, ruego a Dios nuestro Señor que os
proteja a vos y a vuestro reino.
»Quien se dirige a vos lo hace con toda humildad terrena,
»FRAY GILLES,
»Carmelita de intención»
El duque citó entonces a sus principales oficiales y celebró consejo con ellos.
Se pusieron unánimemente del lado del obispo y de l’Hospital, y como Juan
todavía dudaba, el obispo de Nantes se levantó y dijo:
Se adornó con todas sus insignias militares, como si quisiera imponerse a sus
jueces; llevaba alrededor del cuello pesadas cadenas de oro y varios collares de
órdenes de caballería. Su traje, a excepción del jubón, era blanco, en señal de
arrepentimiento. El jubón era de seda gris perla, tachonado con estrellas de oro, y
ceñido en el talle por un cinturón escarlata, del que pendía un puñal en vaina de
terciopelo escarlata. El cuello, las bocamangas y el borde del jubón eran de armiño
blanco, el pequeño casquete redondo o chapel era blanco, rodeado por una tira de
armiño, piel que sólo tenían derecho a llevar los grandes señores de Bretaña. El
resto de su vestimenta, hasta los zapatos, que eran largos y puntiagudos, era
blanco.
Nadie hubiera pensado a primera vista que el sire de Retz fuese de
naturaleza tan cruel y depravada como se suponía. Al contrario, su semblante era
sereno y flemático, algo pálido y con expresión de melancolía. El cabello y el bigote
eran de color castaño claro, y llevaba la barba cortada con esmero. Esta barba, que
no se parecía a ninguna otra, era negra, pero bajo determinada luz adquiría un
tinte azulado, y esta peculiaridad era la que había dado al sire de Retz el
sobrenombre de Barbazul, nombre que va unido a él en el romance popular,
aunque su historia ha sufrido sorprendentes metamorfosis.
A veces también se quedaba con los ojos fijos, y las pupilas, con una luz
sombría palpitando en ellas, se dilataban hasta tal punto que el iris parecía llenar
toda la órbita, que se convertía en un círculo hundido en el cráneo. Entonces su tez
se volvía lívida y cadavérica; la frente, especialmente sobre la nariz, se cubría de
profundas arrugas, y la barba se le erizaba, y adquiría tonalidades azuladas. Pero,
al cabo de unos momentos, sus rasgos volvían a serenarse, con una suave sonrisa
posada sobre ellos, y su expresión se relajaba en una vaga y delicada melancolía.
»Por cuanto el dicho sire obligó a Jean Leferon a rendirle dicha plaza, y
además volvió a apropiarse del señorío de Malemort a pesar de la orden del duque
y de la justicia:
A Gilles de Retz le habían advertido sin duda del curso que se iba a seguir, y
se había preparado para negar totalmente los cargos presentados en la primera
relación.
Gilles de Retz se puso pálido, se mordió los labios, y lanzó una mirada de
odio virulento a Pierre de l’Hospital; después recompuso el semblante y dijo
aparentando calma:
—Todavía no, no los han interrogado, pero están a punto de ser traídos al
tribunal, y supongo que no mentirán en presencia de la justicia.
—Sea, aplazamos el caso hasta el 25 de este mes, de manera que podáis estar
bien preparado para refutar las acusaciones.
Le impusieron silencio.
Con ocasión de la toma de posesión del sire de la Suze, hermano del sire de
Retz, del castillo de Chantoncé, Charles de Soenne, que había ido a Chantoncé,
aseguró a Henriet que había descubierto en las mazmorras de una torre a
numerosos niños muertos, unos sin cabeza y otros espantosamente mutilados.
Henriet pensó entonces que eso no era más que una calumnia inventada por el sire
de la Suze.
Pero cuando algún tiempo después el sire de Retz volvió a tomar el castillo
de Chantoncé y se lo cedió al duque de Bretaña, una noche citó en su habitación a
Henriet, a Pontou y a un tal Petit Robin; los dos últimos estaban ya al tanto de los
secretos de su señor. Pero antes de confiarle algo a Henriet, De Retz le tomó
solemne juramento de que nunca revelaría lo que iba a decirle. Una vez hecho el
juramento, el sire de Retz, dirigiéndose a los tres, dijo que por la mañana un oficial
del duque tomaría posesión del castillo en nombre del duque, y que antes de que
esto sucediera, había que vaciar un pozo de cadáveres de niños, meter los cuerpos
en cajas y llevarlos a Machecoul.
Henriet contó treinta y seis cabezas de niños, pero había más cuerpos que
cabezas. Aquel trabajo nocturno, dijo, impresionó profundamente su imaginación
y le persiguió constantemente la visión de esas cabezas rodando como en un juego
de bolos y entrechocando con un lúgubre gemido.
Henriet reconoció que había visto matar así a cuarenta niños, y fue capaz de
dar una descripción de varios de ellos, de modo que se los pudo identificar con los
niños cuya pérdida se había denunciado.
Henriet recordó el caso de los dos hijos de Hamelin; dijo que mientras
torturaban a uno, el otro estuvo arrodillado sollozando y rezando a Dios en espera
de que le llegase el turno.
—Lo que has contado respecto a los excesos de Messire de Retz —exclamó el
lieutenant du procureur—, me parece pura invención, y desprovisto de toda
probabilidad. Los mayores monstruos de iniquidad no han cometido nunca
semejantes crímenes, excepto quizás algunos césares de la antigua Roma.
—Messire, eran las acciones de esos césares lo que quería imitar mi señor de
Retz. Yo solía leerle las crónicas de Suetonio, y de Tácito, en las que están
registradas sus crueldades. Él disfrutaba escuchándolas, y decía que le
proporcionaba más placer cortarle la cabeza a un niño que asistir a un banquete. A
veces, él mismo se ponía sobre el pecho de un pequeño, y con un cuchillo le
cercenaba la cabeza de un solo tajo; a veces le cortaba el cuello muy despacio hasta
la mitad, para que el niño fuera languideciendo, y se lavaba las manos y la barba
en su sangre. Unas veces mandaba cortarle todos los miembros a la vez; otras, nos
ordenaba colgar a los niños hasta que estuviesen casi muertos, y entonces bajarlos
y degollarlos. Recuerdo haberle llevado a tres niñas que pedían limosna a las
puertas del castillo. Me mandó degollarlas mientras él miraba. André Bricket
encontró a otra niña llorando en la escalera de su casa de Vannes porque había
perdido a su madre. Le llevó en brazos a la criaturita —era casi un bebé— a mi
señor, y la mataron delante de él. Pontou y yo tuvimos que llevarnos el cuerpo. Lo
arrojamos a una letrina de una de las torres; pero el cadáver se enganchó en un
clavo de la pared exterior, así que podía verla cualquiera que pasase. Bajaron a
Pontou colgado de una cuerda, y lo desenganchó con gran dificultad.
—¿Cuántos niños calculas que han matado el sire de Retz y sus servidores?
—La lista es larga. Por mi parte, confieso que he matado doce con mis
propias manos, por orden de mi amo, y le he llevado unos sesenta. Yo sabía que
estas cosas ocurrían antes de ser introducido en el secreto; el castillo de Machecoul
había estado ocupado durante un corto intervalo de tiempo por el sire de la Sage.
Mi señor lo recuperó rápidamente, porque sabía que había muchos cadáveres de
niños ocultos en un henil. Había allí cuarenta, completamente resecos y negros
como el carbón, porque los habían carbonizado. Una de las criadas de Madame de
Retz fue al sobrado por casualidad y vio los cadáveres. Roger de Briqueville quiso
matarla, pero el mariscal no le dejó.
—No lo niego; sino que, por el contrario, confío en que su Gracia de Bretaña
me permita retirarme al convento de carmelitas, para hacer allí penitencia por mis
pecados.
—Eso ya se verá; ¿vais a confesar, o debo mandaros al potro?
El sire de Retz, al oír que sus servidores habían hecho tan explícita confesión
de sus acciones, se quedó mudo, como fulminado por un rayo. Comprendió que
era inútil dar respuestas ambiguas, y que tenía que confesarlo todo.
—¿Qué tenéis que decir? —preguntó el presidente una vez leídas las
confesiones de Henriet y Pontou.
—¡Ay, no! —replicó el sire de Retz; con el rostro pálido como la muerte—:
Henriet y Pontou han dicho la verdad. Dios les ha desatado la lengua.
—Salió de mí mismo, sin duda por instigación del diablo: pero esos actos de
crueldad me proporcionaban siempre un placer incomparable. El deseo de cometer
tales atrocidades se apoderó de mí hace ocho años. Dejé la corte para ir a
Chantoncé a reclamar la propiedad de mi abuelo, que había fallecido. En la
biblioteca del castillo encontré un libro en latín, creo que de Suetonius, lleno de
descripciones de las crueldades de los emperadores romanos. Leí las fascinantes
historias de Tiberio, Caracalla y otros césares, y del placer que encontraban
presenciando la agonía de niños torturados. Así que decidí imitar y superar a esos
mismos césares, y empezar esa misma noche. Durante algún tiempo, no confié el
secreto a nadie, pero después se lo comunique a mi primo, Gilles de Sillé, después
a Master Roger de Briqueville, al que siguieron Henriet, Pontou, Rosignol, y Robin.
—A continuación confirmó todos los datos proporcionados por sus dos sirvientes.
Confesó unos ciento veinte asesinatos en un solo año.
Hubo alguna vacilación sobre la clase de muerte que debía sufrir el mariscal.
No había unanimidad sobre este punto entre los miembros del tribunal secular. El
presidente lo sometió a votación, y él mismo recogió los votos; después se volvió a
sentar, se cubrió la cabeza y dijo con voz solemne:
Se habían levantado tres horcas, una más alta que las otras, y debajo de cada
una había una pila de haces de leña, alquitrán y broza.
Era un día magnífico, con brisa, sin una sola nube en el cielo azul; el Loira
dejaba correr hacia el mar el poderoso caudal de sus turbias aguas, que parecían
brillantes y azules al reflejar la luminosidad y el color del cielo. Los álamos
temblaban y albeaban en el aire fresco con un agradable murmullo, y los sauces
llameaban y ondeaban sobre la corriente.
Pontou y Henriet, que seguían arrodillados, alzaron los ojos hacia su señor,
y le gritaron, extendiendo los brazos:
El escabel fue derribado, y el sire de Retz cayó. Bramó el fuego, las llamas
saltaron sobre él y lo envolvieron mientras se balanceaba.
AMÉN
Se dijo en susurros que una de las mujeres cubiertas era Madame de Retz, y
que las otras pertenecían a las casas más ilustres de Bretaña.
El sol se hunde, pero el cielo aún brilla con la luz del crepúsculo. El gato
salvaje comienza a silbar y chillar en el bosque, la garza aletea precipitadamente, la
cigüeña, en la punta de la chimenea de la taberna, se posa sobre una pata para
dormir. ¡Uh, uh! una lechuza empieza a despertarse. ¡Escuchad! Los leñadores
vuelven a casa entonando una canción.
Es difícil creer que en medio de esta pobreza un mendigo pudiera sacar algo
con que subsistir, y sin embargo, hace unos años, domingo tras domingo, un
hombre venerable de barba blanca se sentaba a la puerta de la iglesia pidiendo
limosna.
—¡Sí, sí! Estad seguros de que lo hará; a los huérfanos y a los que no tienen
padre los tiene bajo Su especial protección.
—Me alegro de tener un poco de paz de vez en cuando —dijo la mujer—; los
niños a veces no dejan dormir al bebé con su alboroto. ¿Ya os vais?
—Sí; tengo que llegar a Polomyja esta noche. Soy viejo y muy delicado, y
pobre… —empezó con sus lamentaciones de costumbre—, muy pobre; pero doy
gracias y ruego a Dios por vos.
Los niños volvían de clase un día, y se dispersaban entre los árboles, unos
persiguiendo a un ratón de campo, otros recogiendo enebrinas, o vagando con las
manos en los bolsillos y silbando.
—¿Dónde está Peter? —le preguntó un niño a otro que iba a su lado—. Los
tres vamos a casa por el mismo camino, vayamos juntos.
—¡Estoy aquí! —llegó la respuesta desde los árboles—. Voy con vosotros en
seguida.
—¡Ah, ya lo veo! —dijo el chico mayor—. Hay alguien hablando con él.
—¿Dónde?
—Allí, entre los pinos. ¡Ah!, se han alejado por la sombra y ya no los veo. Me
pregunto quién estará con él; creo que un hombre.
Algún tiempo después, una criada, que trabajaba en una pequeña tienda de
un ruso, desapareció de un pueblo a cinco millas de Polomyja. La habían enviado
con un paquete de comestibles a una casa no muy lejana, aunque apartada del
grupo principal de chozas, y rodeada de árboles.
Una ligera capa de nieve cubría el suelo, y pudieron seguir su rastro en los
intervalos en que se había separado del camino hollado. En el tramo del camino
donde los árboles eran más espesos había huellas de dos pares de pies que se
alejaban de él; pero debido al espesor de los árboles en aquel lugar y a la poca
nieve caída, que no había llegado al suelo donde lo cubrían los pinos, las huellas se
perdieron en seguida. A la mañana siguiente una gran nevada borró cualquier
rastro que hubiera podido revelar la luz del día.
—Voy a coger a este tipo con las manos en la masa —se dijo el posadero,
aproximándose sigilosamente a la puerta, y poniendo todo el cuidado en que no le
descubrieran.
En 1846, tres años antes, había ardido una taberna judía de la vecindad, y el
dueño mismo había muerto en el incendio. Registrando las ruinas, Swiatek
encontró entre las vigas carbonizadas de la casa el cadáver medio quemado del
tabernero. En aquella época, el anciano estaba desesperado de hambre, ya que
llevaba bastante tiempo sin encontrar comida. El olor y la vista de la carne
quemada le inspiraron unas ganas irresistibles de probarla. Arrancó un trozo del
cuerpo y sació el hambre con él, y al mismo tiempo le gustó tanto que comprendió
que no tendría descanso hasta que la probara otra vez. Su segunda víctima fue la
huérfana de la que ya he hablado; desde entonces —o sea, durante un periodo no
menor a tres años— se había alimentado a menudo de la misma forma, y en la
actualidad se había puesto gordo y fláccido con sus horrendas comidas.
A principios del siglo XV, vivía en Bagdad un viejo mercader que se había
enriquecido con su negocio, y que tenía un único hijo al que amaba tiernamente.
Decidió casarlo con la hija de otro mercader, una joven de considerable fortuna,
pero sin ningún atractivo personal. Cuando le mostraron el retrato de la dama,
Abul-Hassan, el hijo del mercader, solicitó a su padre que aplazara la boda hasta
que él se acostumbrase a la idea. Sin embargo, en vez de hacer eso, se enamoró de
otra muchacha, hija de un sabio, y no dejó en paz a su padre hasta que éste
consintió el matrimonio con el objeto de su amor. El anciano se resistió todo lo que
pudo, pero al comprobar que su hijo estaba decidido a conseguir la mano de la
bella Nadilla, e igualmente resuelto a no aceptar a la rica y fea dama, hizo lo que la
mayoría de los padres se ven obligados a hacer en tales circunstancias: accedió.
La boda se celebró con gran pompa y ceremonia, y le siguió una feliz luna de
miel, que habría sido aún más feliz, de no ser por un pequeño detalle que tuvo
graves consecuencias.
Lleno de curiosidad, una noche Hassan fingió que dormía, y vio que su
mujer se levantaba y abandonaba la habitación como de costumbre. La siguió
sigilosamente, y vio que entraba en un cementerio. A la clara luz de la luna,
observó que se introducía en una tumba, y se metió tras ella.
—¡Claro, reservas el apetito para tu festín con los gules! —Nadilla se quedó
callada; palideció y empezó a temblar. Y sin decir una palabra, fue a acostarse. A
medianoche, se levantó se arrojó sobre su esposo con uñas y dientes, le atacó el
cuello, le abrió una vena, e intentó succionarle la sangre; pero Abul-Hassan se
levantó de un salto, la derribó y la mató de un golpe. La enterraron al día
siguiente.
»Él me respondió:
Marcassus refiere que después de una larga guerra en Siria, durante la noche
aparecían en los campos de batalla ejércitos de lamias, espíritus malignos
femeninos, que desenterraban los cuerpos de los soldados enterrados
apresuradamente, y devoraban la carne hasta los huesos. Las perseguían y les
disparaban, y algunos jóvenes llegaron a matar gran número de ellas; pero durante
el día todas tenían forma de lobo o de hiena. Que hay una base de verdad en estas
horribles historias y que es posible que un apetito depravado por destrozar
cadáveres se apodere de un ser humano, lo demuestra un caso extraordinario
presentado ante el tribunal marcial de París, tan recientemente como el 10 de julio
de 1849.
Los detalles relativos a ese mes y año abundan en los Annales Medico-
psychologiques. Están demasiado desordenados para reproducirlos. Sin embargo,
haré una reseña de este extraordinario caso.
Su historia es la siguiente:
»Dos días después regresé al cementerio, y abrí la tumba con las manos. Me
sangraban las manos, pero no sentía dolor; despedacé el cadáver, y volví a
arrojarlo en la fosa».
No tuvo más ataques durante dos meses, hasta que su regimiento llegó a
París. Un día, mientras paseaba por los oscuros y sombríos caminos del Père la
Chaise, le invadió el mismo sentimiento como una oleada. Por la noche saltó el
muro, y desenterró a una niña de siete años. La partió en dos. Unos días después,
abrió la tumba de una mujer que había muerto de parto y llevaba trece días
enterrada. El 16 de noviembre desenterró a una mujer vieja de cincuenta años, y
después de hacerla pedazos, se revolcó entre los trozos. Lo mismo hizo con otro
cadáver el 12 de diciembre. Éstos son sólo unos pocos de los numerosos casos de
violación de tumbas que confesó. La noche del 15 de marzo fue cuando le alcanzó
el tiro de la pistola de resorte.
Muy interesantes son los ataques de agotamiento que seguían a sus accesos,
porque son idénticos a los que aparecían después de los furores berserker de los
nórdicos, y de las expediciones de los licántropos.
«¿Qué podemos decir acerca de los hombres lobo? Porque hay hombres lobo
que rondan alrededor de los pueblos devorando hombres y niños. Como dice la
gente, corren a toda velocidad, atacando a las personas, y se llaman ber-wölff o wer-
wolff.” ¿Me preguntáis si sé algo sobre ellos? Mi respuesta es sí. Al parecer son
lobos que comen hombres y niños, y esto ocurre por siete razones:
1. Esuriem …………………… Hambre.
»La primera es el hambre; cuando los lobos no encuentran nada que comer
en los bosques, tienen que acudir a la gente y comer hombres cuando el hambre les
empuja a ello. Ya veis que cuando hace mucho frío, los venados se acercan a los
pueblos en busca de alimento, e incluso los pájaros entran en el comedor en busca
de comida.
»En el segundo enunciado, los lobos comen niños por su innata ferocidad,
porque son feroces, y esto es (propter locum coitum ferum). Su ferocidad proviene
primero de su misma condición. Los lobos que viven en lugares fríos son más
pequeños por esa causa, y más feroces que otros lobos. En segundo lugar, su
ferocidad depende de la estación; son más feroces en torno a la Candelaria que en
cualquier otra época del año, y los hombres deben estar en guardia contra ellos
entonces más que en cualquier otro momento. Hay un proverbio: «Quien busca un
lobo en la Candelaria, un campesino en martes de Carnaval, y un pastor en
Cuaresma, es hombre con agallas»… En tercer lugar, su ferocidad depende de que
tengan crías. Cuando los lobos tienen crías, son más feroces que cuando no las
tienen. Esto lo podéis ver en todos los animales salvajes. Cuando el pato silvestre
tiene polluelos, veis el alboroto que organiza. El gato lucha por sus gatitos; los
lobos hacen lo mismo.
»En el tercer enunciado, los lobos atacan por razón de su edad. Cuando un
lobo es viejo, está débil y le flaquean las patas, así que no puede correr con la
suficiente rapidez para atrapar venados, y en consecuencia ataca al hombre al que
puede cazar con más facilidad que a un animal salvaje. También le resulta más
fácil degarrar niños y hombres que animales salvajes a causa de sus dientes,
porque cuando es muy viejo se le rompen los dientes; podéis verlo en las mujeres
viejas: cómo se les mueven los últimos dientes, y apenas les queda un solo diente
en la cabeza, y abren la boca para que los hombres las alimenten con purés y
alimentos hervidos.
»En el cuarto enunciado, el daño causado por los hombres lobo surge de la
experiencia. Se dice que la carne humana es mucho más dulce que otras carnes; de
manera que cuando un lobo ha probado una vez carne humana, quiere volver a
probarla. Así actúa como los viejos bebedores que, cuando han gustado el mejor
vino, rechazan el de calidad inferior.
Se verá por este extraordinario sermón que el Dr. Johann Geiler von
Keysersperg no contemplaba a los hombres lobo bajo otra luz que la de auténticos
lobos ávidos de carne humana; y desecha la idea de que sean hombres
transformados. Sin embargo, alude a lesa superstición en un sermón sobre
hombres salvajes de los bosques, pero traslada sus licántropos a España.
FIN
SABINE BARING-GOULD, teólogo, arqueólogo, coleccionista y recopilador
de canciones populares, poeta, novelista, historiador, hagiógrafo y anticuario,
nació en 1834 en Exeter, Inglaterra.
Fue en la Europa del siglo XVI donde la maldición del hombre-lobo adquirió
tintes de auténtica epidemia: entre 1520 y 1630 fueron denunciados treinta mil
casos de licantropía a las autoridades seculares o eclesiásticas. En los siglos
transcurridos desde entonces, las explicaciones de la licantropía han sido muy
variadas, desde las drogas alucinógenas a la posesión diabólica…
[1]
Montague Summers recogió testimonios acerca de supuestos Hombres de
Negro desde finales del siglo XIX, aunque puede hallarse información dispersa
sobre estos seres míticos a partir del siglo XV. Asociados siempre a las apariciones
de ObjetosVolantes No Identificados, los Hombres de Negro son descritos en los
documentos como personajes vagamente extranjeros, casi siempre «orientales»: las
descripciones subrayan sus ojos almendrados, su piel tostada u oscura; sus rostros
serios, carentes de expresión; sus movimientos rígidos y torpes. La actitud de estos
misteriosos personajes es formal, fría, siniestra, casi amenazadora; nunca son
simpáticos, aunque tampoco demuestran hostilidad alguna. Los testigos sugieren
que no parecen humanos; sin embargo, algunos investigadores aseguran que no se
trata de criaturas extraterrestres, sino intraterrestres, fuerzas del mal provenientes
del interior de la Tierra. <<
[2]
Entre 1764 y 1767, los habitantes de Le Gévaudan, una desolada extensión
de colinas y valles en la región francesa de Lozère, vivieron una cruenta pesadilla.
Más de cien personas fueron atacadas y devoradas por un misterioso animal, un
loup garou —en Francia, el hombre lobo toma su nombre de Loup Garou, tautología
que viene de la expresión nórdica loup-gar-wolf que significa «lobo-hombre-lobo»
conocido posteriormente como La Bestia de Gévaudan. La gravedad de la
situación exigió la intervención del rey Luis XV, quien envió cincuenta y seis
Dragones Reales —caballería de élite— para matar a aquel ser demoníaco, aunque
sin éxito. El señor de aquellas tierras, el marqués de Apcher, también organizó
numerosas partidas de caza que acabaron con decenas de lobos, pero los ataques
de La Bestia no cesaron. Los sangrientos desmanes del monstruo prosiguieron
hasta que un cazador llamado Jean Chastel abatió un animal desconocido de gran
tamaño, provisto de grandes garras y colmillos. Hubo gran controversia sobre la
naturaleza de La Bestia: por un lado, cazadores, paisanos y aventureros se
aferraron a la teoría de que, efectivamente, se trataba de un hombre lobo; por otro,
diversos hombres de ciencia, religiosos y militares creyeron hallarse ante una
extraña especie de oso. Siglos después, numerosos estudiosos siguen analizando
tan estremecedor suceso histórico, tal como prueban las decenas de libros
publicados al respecto —entre otros, Terror by Night, de Bernhardt Hurwood
(Lancer Books, Nueva York, 1963) y Le bête du Gévaudan. L’innocence des loups, de
Michel Louis (Editions Perrin, París, 2000)—. También el cine ha dado su propia
interpretación sobre tales sucesos con El pacto de los lobos (Le pacte des loups.
Christophe Gans, 2000), interesante película a caballo entre el cine de horror y el de
aventuras. <<
[3]
Aluvión que, conviene reseñarlo, nunca ha cedido ni un palmo de terreno.
Así pues, conviene citar aquí varios de los trabajos más atractivos al respecto:
Werewolves in Western Culture, de Charlotte Otten (Syracuse University Press, 1986),
Monsters Among Us, de Brad Steiger (Berkley Books, Nueva York, 1989), Vampiri e
lupi mannari, de Erberto Petoia (Ed. Newton Compton editori s.r.l., Milán, 1991) y
The Werewolf Book. The Encyclopedia of Shape-Shifting Beings, de Brad Steiger (Visible
Ink Press, Farmington Hills, MI, 1999). <<
[4]
Metamorfosis, por Ovidio (edición y traducción de Consuelo Álvarez y
Rosa Mª Iglesias). Ediciones Cátedra S.A., Col. Letras Universales, Madrid, 1995. <<
[5]
Agrícola; Germania; Diálogo sobre los oradores, por Cayo Cornelio Tácito
(Traducción de José María Requejo Prieto). Editorial Gredos S.A., Col. Biblioteca
Básica Gredos, Madrid, 2001. <<
[6]
The Werewolf por Montague Summers. Kegan Paul, Trench, Trubner & Co.
Ltd., Londres, 1933, pág 206. <<
[7]
Traducido al castellano como Historia del pueblo bretón (Edición a cargo de
Gloria Torres Asensio). Ed. PPU. S.A., Barcelona, 1989. <<
[8]
Historia, por Herodoto (edición y traducción de Manuel Balasch).
Ediciones Cátedra S.A., Col. Letras Universales, Madrid, 1999. <<
[9]
El Satyricon por Cayo Petronio Árbitro (edición y traducción de Bartolomé
Segura Ramos). Ediciones Cátedra S.A., Col. Letras Universales, Madrid, 2003. <<
[10]
No es, pues, casual, que Sabine Baring-Goulg inicie su tratado sobre
licantropía en Francia, cerca de la población de Champigny sur Marne, en la región
de Île-de-France. <<
[11]
Hay que subrayar que existe una versión francesa de estos personajes
denominada Meneur des loups. Un cronista anónimo escribía a principios del siglo
XIX: «Es muy peligroso ser malo con Les meneurs des loups; son magos que no tienen
escrúpulos para hacerse seguir por lobos que les son fieles (…) Incluso cuando durante la
noche un lobo cualquiera ha llevado a cabo un pillaje, éste es atribuido sin dudarlo al jefe de
los lobos». Citado por Erberto Petoia, op. cit., n° 3, pág. 200. <<
[12]
Alrededor de este tema conviene destacar el monumental ensayo en dos
tomos del antropólogo y sociólogo mexicano Roger Bartra, El Salvaje frente al espejo
(1992) y El Salvaje artificial (1997), editados por la Universidad Nacional Autónoma
de México / Ediciones Era, S.A. de C.V. (México D.F., 1997). No debemos olvidar
tampoco el magnífico catálogo de la exposición El salvatge europeu, organizada por
el CCCB (Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona y la Diputació de
Barcelona) entre 18.02.04 / 25.05.04, comisariada por Roger Bartra y Pilar Pedraza.
<<
[13]
Durante mucho tiempo, esta causa de metamorfosis licantrópica fue una
creencia muy extendida en Europa, proveniente de un pasaje del Levítico 17/18;
«No te entregues a actos sexuales con ningún animal, para que no te hagas impuro por era
causa. Tampoco la mujer debe entregarse a actos sexuales con un animal. Eso es una
infamia». <<
[14]
El antropólogo Frank Donovan califica al Malleus Maleficarum como «el
libro más siniestro que se ha escrito sobre demonología» y define a sus autores, Sprenger
y Kramer, como «unos locos, fanáticos, crueles, obsesionados con la idea de que las brujas
eran una amenaza para la verdadera fe que debía ser exterminada sin preocuparse de
valores morales, dolor, derramamiento de sangre ni justicia». Extraído de Historia de la
brujería, por Frank Donovan. Alianza Editorial, Col. El libro de bolsillo, Madrid,
1971. <<
[15]
Texto recopilado en Educación y vida moderna. Un enfoque psicoanalítico, por
Bruno Bettelheim. Editorial Crítica, Barcelona, 1981. <<
[16]
Labor muy apreciada aún hoy en Gran Bretaña, como demuestran las
diversas grabaciones, en lujosas ediciones limitadas, de sus recopilaciones: Por
ejemplo, disponibles en Wren Trust (http://www.wrentrust.co.uk/) tenemos Dead
Maid’s Land, compuesta por diecisiete canciones y baladas tradicionales
recopiladas por Sabine Baring-Gould e interpretadas por Chris Bartram, Tim
Laycock, Marilyn Tucker, Paul Wilson, Chris Foster, Martin Graebe, Phil
Humphries, Ellen Thomson, Bob Tinker y los miembros de The Wren Chorus.
(Recorded and produced by Doug Bailey at WildGoose Studios, Wherwell, Hants,
SP11 7JS, UK WGS 292 CD). <<
[17]
Cuya página web, para los interesados, es http://www.sbgas.fsnet.co.uk/
<<
[18]
El vicario en cuestión era el excéntrico Robert S. Hawker, quien, por
razones que sólo él conoce, en julio de 1825 ó 1826 decidió disfrazarse de sirena
cerca de la playa de Bucle, en Cornwall. En las noches de luna llena, nadaba o
remaba hasta una roca no lejos de la costa, y allí se colocaba una peluca hecha de
algas trenzadas, se envolvía las piernas en hule y, desnudo de la cintura para
arriba, cantaba hasta que notaba que era observado desde la playa. Cuando la
noticia sobre la sirena se difundió por Bude, la gente en masa acudió a verla, ante
lo cual Hawker repetía su performance. Luego de varias apariciones, Hawker se
cansó de la broma, dicen que entonó el himno «God save the King» y se lanzó al
mar, para nunca volver a aparecer. <<
[19]
Ovidio. Met. I. 237; Pausanias, VIII. 2, §1; Tzetze ad Lycoph. 481; Eratost.
Catas. I. 8. <<
[20]
Una precaución contra el «mal de ojo». Comparar con la Gisla Saga
Surssonar, pág. 34. Laxdaela Saga, caps. 37-38. <<
[21]
Hic (Syraldus) septem filios habebat, tantto veneficiorum usu callentes, ut
sazpe subitis furoribus viribus instincti solcrent ore torvum infremere, scuta
morsibus attrectare, torridas faauce prunas absumre, extructa quzevis incndia
penetrare, nec posset conceptis dementia: motus alio remedii genere quam aut
vinculorum injuriis aut caadis humana: piaculo temperari. Tantam illis rabiem sive
szevitia ingenii sive furiarum ferocitas inspirabat.– Saxo Gramm. VII. <<
[22]
Hablaré más sobre este tema en el capítulo sobre la Mitología de la
licantropía. <<
[23]
Sidonius Apollinaris, Opera. lib.VI, ep. 4. <<
[24]
Olaus Magnus, Historia de Vent. Septent. Basil. 15, lib. XVIII, cap. 45. <<
[25]
Majoli Episc, Vulturoniensis Dier. Canicul. Helenópolis, 1612, tomo Il,
colloq. 3. <<
[26]
Caspar Peucer, Comment. de Præcipuis Divin. Generibus, 1591, 169. <<
[27]
De Lukanqropía. Lipsiæ, 1736. <<
[28]
Phil. Hartung: Conciones Tergeminæ, pars II, pág. 367. <<
[29]
John Eus. Nierenberg de Miracul. in Europa, lib. II, cap. 42. <<
[30]
Un epítome de este curioso cuento sobre un hombre lobo puede
encontrarse en Early English Metrical Romances de Ellis. <<
[31]
Suplemento III. Curieuser und nutzbarer Anmerkungen von Natur und
Kunstgeschichten, gesammelt von Kanold. 1728. <<
[32]
Bruce White: Histoire des Langues Romaines, t. II, pág. 248. <<
[33]
Fincelius de Mirabilibus, lib. XI. <<
[34]
Nynauld, De la Lycanthropie. París, 161 S, pág. 52. <<
[35]
De Medend. Human. Corp. lib. I. cap. 9. <<
[36]
«La cour du Parliament, par arrêt, mist l’appellation et la sentence dont il
avoit esté appel au néant, et, néanmoins, ordonna que le dit Roulet serait mis a
l’hospital Saint Germain des Prés, oû on a accoustumé de mettre las folz, pour y
demeurer l’esoace de deux ans, afin d’y estre instruir et redressé tant de son esprit,
que ramen à la cognoissance de Dieu, que l’extrême pauvreté lui avait fait
mescognoistre.» <<
[37]
Delancre, Tableau de l’Inconstance, pág. 305. <<
[38]
Hartshorn, Ancient Metrical Tales, pág. 256. Ver también «The Witch
Cake», en Romains of Nithsdale Song de Crumeck. <<
[39]
Lindsay’s Chronicles of Scotland, 1814, pág. 163. <<
[40]
Sacharow, Inland, 1838, N° 17. <<
[41]
Life and adventures of Nathaniel Pierce, escritas por él mismo durante su
estancia en Abisinia desde 1810-1819. Londres, 1831. <<
[42]
Compárese con el agotamiento que sigue al acceso berserker, y con el que
sucede a los ataques que sufre M. Bertrand. <<
[43]
En All the Year Round, n° 162, aparece la relación completa del juicio de
este hombre realizada por una persona que estuvo presente. <<
[44]
El caso de Andreas Bichel está recogido en Remarkable Criminal Trials de
lady Duff Gordon. <<
[45]
Gall. Sur les fonctions du cerveau, t. IV. <<
[46]
Doctrine of the mind, pág. 158. <<
[47]
Beitragezur philosophischen Anthrapologie, Viena, 1796. <<
[48]
Observationes Medic, lib. IV. De Gravidis. <<
[49]
De Anthropaphago Bucano, Jen. 1792. <<
[50]
Die Geistes Knankheiten, Berlín, 1844. <<
[51]
Tallyho: grito del cazador cuando se escapa un zorro. (N. de la T.) <<
[52]
Apuleyo, traducción atribuida a Diego López de Cartagena, Ed. Calpe,
1920. lib. III. págs. 87-91. <<
[53]
Vaugham, Silex Scintillans. <<
[54]
Apud Twysden, Hist. Anglicæ Script, X 1652, pág. 1216. <<
[55]
Abbé significa abad en francés. (N. de la T.) <<
[56]
El caso del sire de Retz es de los que nos hacen ver el gran peligro de
confiar en los sentimientos en asuntos de religión. «Si quieres alcanzar la vida
eterna, guarda los mandamientos», dice nuestro Señor. ¡Cuántas esperanzas de ir
al cielo por tener emociones piadosas! <<
[57]
Apuleyo, Op. cit. págs. 56-57. <<
[58]
Encabezado así: «Am drittê sontag à fastê, occuli, predigt dé doctor vô dê
Werwölffenn»… <<