La Santificacion Del Hombre Con Respecto A La Cristologia

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LA SANTIFICACION DEL HOMBRE CON RESPECTO A LA CRISTOLOGIA

El significado principal de la palabra santificar en la Biblia es “apartarse o


consagrarse a alguna causa, propósito u obra especial”. Tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento se emplean con frecuencia varias formas de esa palabra.
En casi todos los casos, el significado de la frase no cambiaría si la palabra
“santificar” fuera sustituida por las palabras “separar” o “apartar”. Dios aparta
(santifica) a su pueblo para un propósito santo. Así que el significado
de santificar incluye también la pureza, la santidad y la consagración a Dios. La
santificación indica:

1. Consagrarse

“Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó” (Génesis 2.3); o sea, lo apartó como
un día consagrado a él. Los israelitas no se acercaron al Monte Sinaí porque Dios
había puesto límites alrededor del mismo y lo había santificado (Éxodo 19.23). Este
monte estaba apartado para un propósito santo. (Lea también Levítico 8.10–11;
Juan 17.17; 1 Tesalonicenses 4.3; Hebreos 9.3.)

2.Limpiarse, purificarse

(Lea 1 Tesalonicenses 5.23; Hebreos 10.10, 14.) Para servir a Dios tenemos que
ser puros, santos y limpios por medio de la sangre de Cristo. “Seguid (...) la santidad,
sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14).

Lo qué efectúa nuestra santificación

Debemos considerar no solamente lo que Dios hace para santificarnos, sino


también lo que él pide que nosotros hagamos para cooperar con él en esta obra.
Dios y el hombre tienen cada uno su parte. Reconocemos que la santificación es la
obra de Dios, porque aunque el hombre tratare de santificarse a sí mismo por mil
años no sería santo. Pero Dios jamás santifica a nadie a la fuerza. Esto quiere decir
que Dios santifica a los que cumplen sus requisitos. Veamos de forma breve lo que
contribuye a nuestra santificación:

1. Dios, el Padre

“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo” (1 Tesalonicenses 5.23).


“Santificados en Dios Padre” (Judas l). Esta obra fue profetizada en Ezequiel 37.28.

2. Dios, el Hijo

“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre,
padeció fuera de la puerta” (Hebreos 13.12). Somos “santificados mediante la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo” (Hebreos 10.10). Además, Pablo escribió a los
efesios que Cristo santifica a la iglesia “en el lavamiento del agua por la palabra”
(Efesios 5.25–27).

3. Dios, el Espíritu Santo

Pablo afirma a los tesalonicenses que la salvación es “mediante la santificación por


el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tesalonicenses 2.13). Pedro se refiere a la iglesia
como los “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu”
(1 Pedro 1.2). (Lea también Romanos 15.16; 1 Corintios 6.11.)

4.La palabra de Dios

“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17). Dios nos da su


palabra, la aceptamos, y así somos santificados mediante “el lavamiento del agua
por la palabra” (Efesios 5.26). Además, nosotros somos hechos “limpios por la
palabra” (Juan 15.3). Es por medio de la Biblia que conocemos nuestros pecados.
Somos santificados cuando obedecemos a Dios después de recibir ese
conocimiento.

5. La fe

Cristo, el sacrificio por nuestros pecados, “nos ha sido hecho (...) santificación” (1
Corintios 1.30). ¿Cómo puede ser? Cuando acudimos a él y nos aferramos a sus
promesas por fe, él llega a ser nuestro santificador. Recibimos herencia entre los
santificados por medio de la fe en Cristo (Hechos 26.18).

¿Cuándo somos santificados?

Veamos dos verdades bíblicas:

1. La santificación es una obra instantánea que sucede en el tiempo de la conversión

“Y estos erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús” (1 Corintios 6.11). “En esa
voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha
una vez para siempre. (...) Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre
a los santificados” (Hebreos 10.10, 14).

Hay personas que piensan que cuando alguien se convierte sólo recibe
la justificación. Estas personas piensan que después de un tiempo indefinido de ser
un “cristiano carnal” entonces se recibe una manifestación del Espíritu Santo con la
cual Dios santifica a la persona. Pablo nos asegura que “si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.9), que sin la santidad (la santificación),
nadie verá al Señor (Hebreos 12.14) y que “los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5.24). Juan también dice así: “Todo
aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3.9). Estos versículos
contradicen la teoría que enseña que el nuevo convertido no es santificado.

Concluimos, pues, que cuando una persona se convierte al Señor es santificada.


Dios la aparta del pecado para sus propósitos santos. Pero el Espíritu Santo sigue
vivificándole (Hechos 4.31), por lo cual la misma vive con más gozo, mayores logros
espirituales, más fortalecimiento, más celo y más santidad. El hecho de que la
santificación es instantánea y completa no contradice la realidad de que hay un
crecimiento espiritual en dicha persona.

La santificación es una obra progresiva que continúa durante la vida del


cristiano

Después que hemos entrado en la gracia es entonces que vemos que estamos
creciendo “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor” (2 Pedro 3.18). Como
hijos de Dios crecemos espiritualmente (1 Tesalonicenses 3.12), abundamos “más
y más” (1 Tesalonicenses 4.1, 10), vamos “adelante a la perfección” (Hebreos 6.1)
y nos perfeccionamos en “la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7.1). El hijo
natural no sería normal si no continuara desarrollándose desde su niñez. Asimismo,
el hijo de Dios no es normal si no continúa creciendo espiritualmente.

Por ejemplo, piense en un niño que tiene dos años. Usted quedará impresionado
con su listeza, sus charlas inocentes y su inteligencia prometedora. “¡Qué hijo más
inteligente y prometedor!”, usted dirá. Pero luego el niño adquiere una enfermedad
que impide su desarrollo. Diez años después usted ve al mismo niño otra vez. “¡Qué
muchacho más atrasado!”, sería su expresión aunque éste pueda hacer mucho más
que la primera vez que usted lo vio.

Asimismo pasa con el niño en Cristo que se ha convertido en un recién nacido en el


reino. “¡Bueno en gran manera!” dice el Creador. Pero, ¿qué pasa si ese mismo hijo
de Dios, por no aprovecharse de la abundante gracia de Dios, no se desarrolla
espiritualmente? Lo que sucede es que uno puede ver a esa persona unos años
después de su conversión sin notar ninguna evidencia del crecimiento en la obra
del Señor. “¡Atrasado espiritualmente!”, diría usted. El que no crece, física o
espiritualmente, no es normal.

Usted comienza en su vida cristiana, se arrepienta de todo el pecado que Dios le


muestra en su vida y en su corazón y Dios está contento de su condición. Así es
como usted llega a tener una conciencia limpia delante de Dios y los hombres. Su
comunión con Dios y con los santos lo mantiene bien nutrido y, ¿qué sucede
entonces? Usted crece espiritualmente.

Al crecer usted espiritualmente su entendimiento se desarrolla de tal manera que


ahora usted no puede seguir haciendo algunas cosas que antes hizo. Usted se
arrepiente de las mismas y deja de hacerlas. Esto continúa por muchos años. Por
fin, al usted compararse con lo que fue en los años anteriores ahora le asombra que
no notó esas cosas en aquel tiempo. Esto quiere decir que usted ha crecido
espiritualmente. Durante todos estos años la luz ha brillado más y más, y por la
gracia de Dios, si continúa creciendo, brillará aun más. “Mas la senda de los justos
es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”
(Proverbios 4.18). A esto es a lo que llamamos la santificación progresiva.

La santificación perfecta y completa será la herencia gozosa de cada santo en la


venida de nuestro Señor; pues entonces ningún manto mortal oscurecerá la vida y
la luz de Dios dentro del alma. De manera que nuestro estado allí será perfecto.

Resultados de la santificación

1. La unión con Cristo

“Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos” (Hebreos
2.11). Cuando Dios nos aparta para servirle a él, significa dos cosas: (1) Estamos
separados del pecado (Romanos 6.1–2; 12.1–2; 2 Corintios 6.14–18) y (2) estamos
unidos con Cristo mismo (Juan 17.21–23).

2. La perfección cristiana

“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”
(Hebreos 10.14). (Lea también Mateo 5.48.) ¿Cómo es posible que un humano
imperfecto alcance la perfección cristiana? Sólo mediante la purificación por medio
de la sangre de Cristo y el poder de Dios para guardarnos sin mancha. La perfección
por medio de la sangre es la perfección llevada a cabo por el único sacrificio en la
cruz.

3.La separación del mundo

“Jehová ha escogido al piadoso para sí” (Salmos 4.3). (Lea también Romanos 12.1–
2; 2 Corintios 6.14–7.l.) La conclusión es: “Apartaos, dice el Señor (...) y yo os
recibiré” (2 Corintios 6.17). La santificación nos aparta del mundo para que podamos
estar unidos con nuestro Padre santísimo.

4.La herencia eterna

Es evidente que todos los santificados en Cristo son coherederos con Cristo: (1)
Dios les ha prometido a todos los fieles una “herencia con todos los santificados”
(Hechos 20.32). (2) La santidad (santificación) se menciona entre los requisitos para
ver “al Señor”. (3) “Todas las cosas” de Apocalipsis 21.7 son prometidas a los
vencedores, y los únicos vencedores son los que son santificados.

5.La preparación para el servicio

“Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra,
santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2.21). El
poder del Espíritu Santo está disponible sólo a los que son santificados. Y el poder
del Espíritu Santo es necesario para el servicio eficaz. La consagración (una parte
de la santificación) significa rendirse del todo a Dios, lo cual significa que todos
los poderes humanos están en el altar para que Dios los use como a él le parezca
bueno. Por esto algunas personas que poseen talentos muy comunes cumplen más
para el Señor que muchos que son bendecidos con más talentos, pero no son
consagrados al Señor.

6.Un crecimiento constante en la gracia

(Lea Efesios 4.11–16; 1 Tesalonicenses 4.1–10; 2 Pedro 3.17–18.) No hay


condición más favorable para un crecimiento espiritual rápido y constante que una
vida consagrada y santa. Una vida así tiene el poder del Espíritu Santo para cumplir
con la obra de Dios. Esto llena al alma con las riquezas de la gracia de Dios, impulsa
la actividad espiritual que es tan esencial para el desarrollo espiritual, y es una tierra
fértil y favorable que abunda en el fruto del Espíritu Santo. De la misma manera que
la vegetación crece tan rápido al disfrutar en abundancia del calor del sol, así
también el hijo de Dios crece al gozar la claridad del cielo en su vida santificada.

“El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma
y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1
Tesalonicenses 5.23).

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