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Cuando ante el llamado de Dios abrimos nuestro corazón, nuestra vida, nuestros

sentimientos, toda nuestra persona a su amor, Él viene a habitar en nosotros, en lo más


profundo de nuestro ser. En esa intimidad con Jesús yo lo voy conociendo más y a su
vez de la luz y el brillo que irradia su amor, yo me voy conociendo más a mi mismo.
Cuanto más nos dejamos iluminar por Dios más nos conocemos. Cuanto más lo
conocemos y más nos conocemos, más lo amamos y más nos amamos a nosotros
mismos.

El conocernos, saber quienes somos realmente más allá de los rótulos o etiquetas que
nos ponen o que nos ponemos es una tarea larga y difícil, pero no imposible, ya que
sabemos que el amor de Dios nos facilita la tarea.

A lo largo este proceso de búsqueda de la voluntad de Dios, irán surgiendo estas


preguntas con mayor insistencia:
¿Qué quiere Dios de mi?
¿Qué camino debo tomar?
¿A qué me esta llamando Dios?
¿Cuál es mi vocación?
¿Me dará el cuero para tal cosa?
¿Para que cambiar, si así estoy bien?

Sea cual sea la respuesta, Dios nos llama desde lo que somos realmente, por lo tanto
nuestra respuesta, nuestra decisión, para que sea verdadera tiene que estar basada desde
lo que somos realmente. Esto quiere decir, que para discernir cuál es el llamado de Dios
debemos conocernos a nosotros mismos.

Pistas para un autoconocimiento

Les presentamos seis pistas que nos pueden ayudar a conocernos:

1) El conocimiento de sí es imperfecto y parcial: Parcial porque tiende a crecer, no


termina nunca. Hay matices y colores diversos, porque yo puedo conocer aspectos
de mi personalidad, que quien vive a mi lado ni siquiera imagina y viceversa. El
conocimiento de sí está en constante desarrollo.
El conocimiento de sí es, pues, parcial, tiende a crecer, no termina nunca.. El
cuadro de la autoconsciencia distingue los aspectos que yo conozco de mí y los que
otros conocen de mí; asimismo distingue lo que yo no conozco de mí de aquello
que los demás no conocen de mí. Hay colores y matices diversos, porque yo puedo
conocer aspectos de mi personalidad que quien vive a mi lado ni siquiera imagina.
Además de ser parcial, el conocimiento de sí está en devenir. Si es verdad que el
hombre alcanza la integración entre los valores religiosos y los valores humanos
hacia los treinta o cuarenta años, habrá que decir que es difícil alcanzar un
conocimiento pleno de sí antes de esa edad. Mis cartas no están descubiertas por
completo; algo debe emerger todavía. Y sin embargo es extremamente importante
el esfuerzo de autoconocimiento cuando nos esperan decisiones graves, definitivas.

2) Requiere la colaboración de otro: Para conocerme necesito la colaboración de


quien conoce algunos aspectos de mi que yo ignoro. Esto se da en una relación de
confianza y trasparencia. Debo evitar que el otro tenga miedo de decirme aquello
que ve y comprende de mí.
3) Trae algunas sorpresas: En el autoconocimiento se encuentran algunas sorpresas,
algunas amargas. Muchas veces lo que creemos en teoría luego no se comprueba en
la experiencia. Hay que confrontar lo que pienso de mí con la realidad.

4) Mayor reflexión que autocontemplación: Me conozco mejor actuando y


reflexionando sobre lo hecho que autocontemplándome, mirándome siempre a mi
mismo.. Jugándomela, decidiéndome y actuando, me permite después reflexionar
sobre mí; ¿cómo me sentí?, ¿qué saque de positivo?, ¿en qué crecí?.

5) Conocimiento y feed-back: La resonancia que recibo de otros (puede ser una


crítica) sobre aquello que he dicho o hecho. Debemos valorar incluso las críticas, sin
enojarnos, ni rechazándolas, aunque sean injustas. El autoconocimiento tiene
necesidad, para crecer de una reflexión serena y objetiva sobre las resonancias
negativas y no sólo de las positivas. Un ejemplo ¿por qué me irrito cuando alguien
hace tal cosa?.

A la luz de estas pistas podemos enunciar una serie de errores en los que caemos, ya
sea por defecto o por exceso.

(a) Errores por defecto de subjetividad: No reflexionar nunca sobre sí, no examinarse
nunca, no aprender de los errores que cometemos, negar las críticas. Echar la culpa
de cualquier situación a los demás o al ambiente, a las estructuras, a la sociedad. No
escuchar a los demás cuando nos dicen algo de nosotros. Como consecuencia de
todo esto nos convertimos en personas incapaces de autocrítica y acabamos por vivir
de resentimientos, de celos y tirando la bronca todo el día. Puede suceder también
que nos encerremos dentro de nosotros mismos, que nos defendamos, que no
aceptemos conocernos, echando siempre a otros la culpa de todo aquello que no
funciona.
(b) Errores por exceso de subjetividad: Reflexionar demasiado minuciosamente sobre
nosotros mismos, debilitando la fuerza de la acción y permaneciendo siempre
indecisos, titubeantes ante el futuro, enredados en el pasado inmediato e incluso en
el hoy. Fantasear sobre sí continuamente, construyendo teorías que no tienen fin.
Depender excesivamente de aquello que sentimos de nosotros mismos, un sentir
quizás elaborados a través de exámenes y análisis que pesan mucho, por ejemplo
pienso que soy un cobarde.

6) "Señor, tu sabes que te amo":. se expresa retomando la respuesta de Pedro a Jesús


resucitado: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo». Es la última palabra
sobre el conocimiento de sí. En un momento de grave decisión, Simón Pedro es
interrogado por Jesús sobre el conocimiento que tiene de su amor, de su quererle
bien «más que éstos». Pedro no niega este conocimiento de sí, pero prefiere apelar al
Señor: «Señor, tú sabes que te amo. Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (cf. Jn
21,15-17). En el cúlmen del conocimiento de sí está el fiarse del conocimiento que
el Señor tiene de mí, un fiarse expresado en un acto de amor, de abandono, que
evidencia el aspecto trascendental de la segunda tesis: el conocimiento de sí requiere
-sobre todo ante las grandes opciones de la vida- la colaboración de otros.
¿Qué es la autoestima?

La percepción valorativa de mi ser, de mi manera de ser, de quien soy yo, del conjunto de
rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran mi personalidad. La autoestima se
aprende, fluctúa y la podemos mejorar. Es a partir de los 5-6 años cuando empezamos a
formarnos un concepto de como nos ven nuestros padres, maestros, compañeros y las
experiencias que vamos adquiriendo.

El nivel de autoestima es el responsable de muchos éxitos y fracasos escolares. Una elevada


autoestima, vinculada a un concepto positivo de sí mismo, potenciará la capacidad de la
persona para desarrollar sus habilidades y aumentara el nivel de seguridad personal, mientras
que un bajo nivel de autoestima enfocará a la persona hacia la derrota y el fracaso.

La autoestima es importante porque nuestra manera de percibirnos y valorarnos moldea


nuestras vidas. En la Adolescencia los mensajes se superponen. Las personas que valoro me
influyen en mí autoconcepto.

Si el concepto personal y social son fuertes no nos interesa tanto el Yo Material y Corporal (los
adornos). En la actual cultura, hay un culto a la belleza, el yo Corporal esta Hipertrofiado. El yo
material es muy importante en la sociedad industrial. ej. el auto es un signo de poder.

La identidad hay que renegociarla en varios momentos de la vida principalmente en la


Adolescencia. El Autoconcepto no se consolida para siempre se cambia en las diferentes
etapas de la vida de una persona.

Etapas de la Vida de una persona:

Cuanto más POSITIVA sea nuestra autoestima:

- más preparados estamos para afrontar las adversidades.

- más posibilidades tendremos de ser creativos en nuestro trabajo

- más oportunidades encontraremos de entablar relaciones enriquecedoras.

- más inclinados a tratar a los demás con respeto.

- más contentos estaremos por el mero hecho de vivir.

Actitudes o posturas habituales que indican Autoestima Deficiente

La persona que se desestima suele manifestar alguno de los síntomas siguientes:

Autocrítica rigorista y desmesurada que la mantiene en un estado de insatisfacción


consigo misma.

Hipersensibilidad a la crítica, por la que se siente exageradamente atacada, herida;


echa la culpa de sus fracasos a los demás o a la situación; cultiva resentimientos
pertinaces contra sus críticos.
Indecisión crónica, no por falta de información, sino por miedo exagerado a
equivocarse.

Deseo innecesario de complacer, por el que no se atreve a decir NO, por miedo a
desagradar y a perder la benevolencia o buena opinión del peticionario.

Perfeccionismo, autoexigencia esclavizadora de hacer "perfectamente" todo lo que


intenta, que conduce a un desmoronamiento interior cuando las cosas no salen con la
perfección exigida.

Culpabilidad neurótica ,por la que se acusa y se condena por conductas que no


siempre son objetivamente malas, exagera la magnitud de sus errores y delitos y/o los
lamenta indefinidamente, sin llegar nunca a perdonarse por completo.

Hostilidad flotante, irritibilidad a flor de piel, siempre a punto de estallar aún por cosas
de poca monta, propia del supercrítico a quién todo le sienta mal, todo le disgusta,
todo le decepciona, nada le satisface.

Tendencias depresivas, un negativismo generalizado (todo lo ve negro: su vida, su


futuro y, sobre todo, su sí mismo ) y una inapetencia generalizada del gozo de vivir y de
la vida misma.

Características de la autoestima positiva

1. Cree firmemente en ciertos valores y principios, está dispuesto a defenderlos aún cuando
encuentre fuerte oposición colectiva, y se siente lo suficientemente segura como para modificar
esos valores y principios si nuevas experiencias indican que estaba equivocada.

2. Es capaz de obrar según crea más acertado, confiando en su propio juicio, y sin sentirse
culpable cuando a otros le parece mal lo que haya hecho.

3. No emplea demasiado tiempo preocupándose por lo que haya ocurrido en el pasado, ni por
lo que pueda ocurrir en el futuro.

4. Tiene confianza en su capacidad para resolver sus propios problemas, sin dejarse acobardar
por los fracasos y dificultades que experimente.

5. Se considera y realmente se siente igual, como persona, a cualquier otra persona aunque
reconoce diferencias en talentos específicos, prestigio profesional o posición económica.

6. Da por supuesto que es una persona interesante y valiosa para otros, por lo menos para
aquellos con quienes se asocia.

7. No se deja manipular por los demás, aunque está dispuesta a colaborar si le parece
apropiado y conveniente.

8. Reconoce y acepta en sí misma una variedad de sentimientos e inclinaciones tanto positivas


como negativas y está dispuesta a revelarlas a otra persona si le parece que vale la pena.

9. Es capaz de disfrutar diversas actividades como trabajar, jugar, holgazanear, caminar, estar
con amigos, etc.

10. Es sensible a las necesidades de los otros, respeta las normas de convivencia
generalmente aceptadas, reconoce sinceramente que no tiene derecho a medrar o divertirse a
costa de los demás.
Sobre la necesidad del autoconocimiento les ofrezco mis motivos, el resto lo
descubrirán ustedes por sí mismos. La experiencia enseña que es imposible corregir un
defecto que se ignora o potenciar una capacidad que se conoce vagamente. Además,
quien se desconoce puede fácilmente caer en un presuntuoso optimismo, en un
idealismo irrisorio o en un pesimismo infundado. ¿Por qué es necesario conocerse?
Porque sin autoconocimiento no se puede crecer cimentado en la propia verdad. No es
fácil conocerse a sí mismo. Quienes se hayan ejercitado en la introspección y procurado
observar simultáneamente o retrospectivamente sus propias vivencias pueden decirlo:
¡es difícil autoconocerse!

En efecto, la comunicación y el diálogo interpersonal son instrumentos utilísimos en el


arte del autoconocimiento. Solamente por mediación de un tú accedemos a ciertos
aspectos de nuestro yo. La experiencia nos enseña pronto que hay dimensiones de
nuestro ser que son: – Desconocidas por nosotros y conocidas por el prójimo. Ante estas
dimensiones somos ciegos, pero la comunicación puede abrirnos los ojos. – Conocidas
por nosotros y desconocidas por el prójimo. Se trata de dimensiones ocultas u ocultadas,
la comunicación puede ayudarnos a aceptarlas más hondamente y purificarlas si son
negativas, o reafirmarlas si son positivas. – Desconocidas tanto para nosotros como para
el prójimo. Pero estas dimensiones ignoradas pueden comenzar a ser conocidas por
medio de la comunicación

Llegamos, finalmente, a la médula de nuestro tema: aspectos concretos del


autoconocimiento. Las posibilidades son múltiples y no es fácil elegir. Enumero algunas
de ellas: la historia personal, las reacciones defensivas, la autoimagen, la conciencia
moral y las premorales, los tipos psicológicos, las funciones en la interacción grupal, y...
la lista podría continuar

Cada uno de nosotros tiene una visión particular y propia de sí mismo y de la realidad
circundante. La primera pregunta que nos hicimos siendo niños puede formularse así:
¿quién soy? Las múltiples percepciones relacionadas con las respuestas a este
interrogante comenzaron a configurar una autoimagen o imagen de mí mismo; si las
respuestas percibidas me comunicaban un mensaje de amor mi autoimagen pudo
establecerse sobre unas bases positivas. Siguieron luego otras preguntas: ¿quiénes son
los otros? ¿qué es la vida? ¿qué es la naturaleza? ¿quién es Dios? Y de esta manera se
fue configurando mi propia cosmovisión de la realidad.

La autoimagen es el conjunto de todas las percepciones –ideas, quereres, deseos,


sentimientos, recuerdos...– concientes e inconcientes que uno tiene de sí mismo. Se trata
de todos aquellos aspectos del campo perceptivo a los cuales nos referimos al decir
"yo". En otros términos: la autoimagen es la organización de percepciones acerca de mí
mismo que me permite conocer quien soy. Obviamente, las percepciones que dan lugar
a nuestra autoimagen varían en claridad, precisión, importancia y realismo. Aún más, es
de suma importancia la valorización que hacemos de dichas percepciones: puede darse
que valoremos positivamente una característica objetivamente deficiente y que
consideremos desagradable un aspecto que es en sí mismo positivo. Dado que como
personas somos "uno en relación", nuestra autoimagen se extiende fuera de nosotros
mismos e incluye cosas, personas y grupos que apreciamos. Para cada uno de nosotros
su autoimagen es el centro del universo, el punto de referencia desde el cual hace sus
observaciones y en relación al cual todo es comprendido, comparado o medido. Las
nuevas experiencias que la vida nos ofrece son aceptadas si son congruentes con nuestra
autoimagen, caso contrario producen sentimientos de descontento y corren el riesgo de
ser rechazadas. Lo recién dicho significa que la autoimagen tiene un poder de filtrar o
seleccionar todo lo que vivimos: lo congruente con ella es incorporado y lo que no,
puesto de lado. Este poder selectivo de la autoimagen trae consigo otro importante
efecto: enfatiza las concepciones ya existentes y estabiliza lo ya percibido, y una vez
que la autoimagen está sólidamente asentada se hace muy difícil cambiarla, al menos en
sus aspectos más centrales. Dado que existe una estrecha relación entre autoimagen y
motivación, podemos decir que cuando sabemos cómo alguien se ve a sí mismo,
podremos comprenderlo y hasta predecir su conducta. A fin de no perdernos en teorías
vengamos a lo concreto. Aquí les ofrezco algunos posibles contenidos de la autoimagen.
La finalidad es ayudarnos a caer en la cuenta de las dimensiones y diversos aspectos de
la misma; pero también podrían prestar algún servicio para diagnosticar la calidad de
ella. Huelga decirles que en este último caso habría que verificar nuestro propio juicio
con la ayuda de alguien que bien nos quiera y conozca. Las descripciones que a
continuación siguen, formuladas alternativamente, responden de una u otra manera a la
pregunta: ¿quién soy? – Alto o bajo – Coherente o impredecible – Flaca o gorda –
Auténtico o falso – Fuerte o débil – Cuidadosa o despreocupada – Linda o fea –
Interesante o aburrido – Trabajador o perezoso – Amable o desagradecido –
Comprometido o – Profundo o superficial despreocupado – Independiente o
dependiente – Capaz o incapaz – Amada por muchos o por pocos – Pacífico o colérico –
Requerido por muchos o pocos – Tierna o áspera – Necesitada por muchos o pocos –
Controlado o emotivo – Apoyada por muchos o pocos – Decidido o indeciso –
Comprendido por muchos o pocos – Leal o desleal – Valorado por lo que soy o por lo
que doy – Responsable o poco – Mi presencia cuenta o no cuenta confiable – Alegro a
otros mucho o poco – Libre o necesitado – Se me escucha con interés o indiferencia Y
la lista podría seguir hasta el infinito, debería ser sobre todo completada desde la
vertiente femenina. Si vamos a hacer un diagnóstico sobre lo positivo o negativo de
nuestra autoimagen no olvidemos que una caracterísica positiva puede resultar
subjetivamente desvalorada y a la inversa: una chica linda puede estar acomplejada por
su apariencia y alguien impredecible puede, por esto mismo, considerarse una persona
muy interesante. Por mi parte, estoy feliz con mi flacura. Volvamos al origen de nuestra
autoimagen. Ya he dicho alguna palabra a este respecto. Pero deseo agregar algo
importante. Los aspectos de la autoimagen adquiridos por interacción con otras personas
tienen un peso particular. Aprendemos quiénes y qué somos por la manera en que
somos tratados por aquellos que consideramos importantes en nuestras vidas. Estas
personas significativas no actúan sólo de palabra sino también y sobre todo haciéndonos
sentir la realidad que nos comunican. Muchas veces el mensaje que recibimos puede
estar más allá de la intencionalidad del otro o, incluso, ser opuesto a lo pretendido. Lo
que aprendemos de nosotros mismos es producto de una experiencia subjetiva. Digamos
también que la autoimagen es consecuencia de numerosas vivencias repetidas en un
largo período de tiempo. Las experiencias traumáticas no son determinantes en sí
mismas, sino que cristalizan y asocian numerosas percepciones previas. El tiempo, en
consecuencia, juega un papel capital en la configuración de la autoimagen; esto
significa que la modificación de la misma requiere asimismo tiempo. De una u otra
manera cada uno de nosotros es una persona significativa para algún otro. Es decir que
podemos cooperar en el mejoramiento o envilecimiento de la autoimagen de nuestros
hermanos. Y con esto nos hemos acercado al tercer aspecto que deseaba tratar. Existen
tres tipos de autoimágenes: positiva o realista, negativa o desvalorada y falsa o
sobrevalorada. La autoimagen positiva es la imagen de sí mismo adecuada a la realidad;
se configura a partir de lo que es. Quien posee una autoimagen positiva se autopercibe
con realismo, se acepta así y vive en paz consigo mismo y con los demás. Una persona
con una autoimagen positiva se ve a sí misma y se manifiesta ante los demás con: –
Principios y creencias firmemente establecidos, no sujetos a los embates de grupos de
presión, conjuntamente con una flexibilidad que permite modificaciones y apertura a
otras posibilidades. – Capacidad para actuar según las propias decisiones, sin excesivo
pesar por la desaprobación de otros, junto con apertura al reconocimiento de posibles
fallas. – Relativa despreocupación por el mañana, paz en el presente, y adecuada
inquietud por los errores de ayer. – Confianza realista en la propia posibilidad para
encarar y resolver problemas a pesar de los propios límites, los fracasos y las
contrariedades. – Sentimiento de igualdad en relación con otros, todo lo que otros
tengan de mejor y yo de peor, no quita nada al valor fundamental de la propia persona. –
Aceptación y afirmación implícita de ser alguien interesante y de valor para los demás.
– Apertura a la justa alabanza sin falsas modestias y agradecimiento por las
felicitaciones y cumplidos sin sentimiento de culpa de pecar por orgullo. – Resistencia
tranquila ante los intentos de dominación por parte de otros, en especial de los
compañeros o iguales.– Aceptación de la posibilidad de experimentar una amplia gama
de impulsos y deseos, desde los más sublimes hasta los más rastreros, sin tener
necesariamente que actuarlos. – Gozo genuino en una gran variedad de actividades, sean
éstas laborales, intelectuales, sociales o espirituales. – Sensibilidad ante las necesidades
de otros y ante las costumbres y tradiciones sociales sabiendo que el propio crecimiento
y desarrollo no ha de ser a costa del prójimo. Estas manifestaciones pueden ser tomadas
como metas a perseguir, teniendo bien presente que la motivación es más efectiva y la
felicidad más alcanzable, si nos concentramos en perfeccionarnos y no en la perfección,
es decir, en mejorar y no en lo mejor. Habría mucho que decir de la autoimagen
negativa o desvalorada y de la falsa o sobrevalorada. La autoimagen falsa o
sobrevalorada suele estar relacionada con reacciones defensivas de compensación
inconciente. En este caso la persona se autopercibe negativamente y se sobrevalora para
atenuar su inferioridad e inadecuación. En consecuencia, su autoimagen es desvalorada,
pero los demás lo experimentan como falsamente autovalorada. El orgullo y la cultura
del éxito están con frecuencia en el origen de este tipo de autoimagen. La autoimagen
negativa o desvalorada se remonta casi siempre a la infancia. Las comparaciones y las
exigencias de padres y educadores tuvieron su buena parte. Puede también provenir de
una serie de fracasos en la vida que trajeron como consecuencia la duda sobre el propio
valor y capacidad. Las personas con una autoimagen negativa no confían en sí mismas
pues no ven nada o poco positivo sobre qué apoyarse. Siempre hay algo en ellos que
vaticina futuros fracasos o dice "ya lo sabía" cuando éstos tienen lugar. Hay infinidad de
variedades en este tipo de autoimagen, pero en todas ellas encontramos un doble
ingrediente: falsas afirmaciones sobre sí mismo y complejo de inferioridad. De una u
otra forma la autoimagen de muchos de nosotros puede presentar algunos rasgos de los
ingredientes recién mencionados. Puesto que nos importa crecer hemos de detectar lo
negativo a fin de adecuar la autoimagen a la realidad. En otros términos: para
desarrollarnos personalmente hemos de diagnosticar la situación de nuestra autoimagen
y poner medios de crecimiento. Comienzo por el complejo de inferioridad. Cuando
habitualmente nos invade un sentimiento de insignificancia y minoridad podemos decir
que con toda probabilidad existe en nosotros un complejo de inferioridad. En íntima
relación con este complejo se halla el sentimiento de inadecuación. La diferencia entre
uno y otro estriba en esto: el primero implica siempre una comparación desfavorable
con el prójimo, mientras que el segundo dice referencia a una incapacidad para estar a la
altura de las circunstancias. Pero, atención, el sentimiento de inferioridad no se ha de
tomar necesariamente como índice de una inferioridad objetiva. Se trata de un afecto
subjetivo en relación con uno mismo; es algo que aprendimos y hemos ido
desarrollando a lo largo de la vida; no es, en consecuencia, algo innato. En su origen se
encuentran muchas experiencias de frustraciones y fracasos que se convierten luego en
un sentimiento generalizado de valer poco y no ser capaz de hacer algo bien. Las
siguientes características personales son manifestación de una autoimagen en la que
gravita y oprime un complejo de inferioridad. – Proclive a la timidez y reclusión: con
frecuencia quien adolece de un complejo de inferioridad busca evitar situaciones en las
que están implicadas otras personas; prefiere asimismo el anonimato, no por virtud, sino
para que sus flaquezas reales o imaginarias pasen desapercibidas.– Indiferencia ante la
competencia: dado que el acomplejado siente la poca posibilidad de vencer o de hacer
un buen papel; no pocas veces esta indiferencia se convierte en quejas sobre la
honestidad de los contrincantes o en declaraciones de favoritismos. En el fondo se desea
sanamente competir, pero el complejo convence de lo contrario. – Sensibilidad a la
crítica: quien se siente inferior no le gusta que le indiquen sus debilidades; la crítica le
resulta una prueba más de su inferioridad y sólo le sirve para aumentar el dolor asociado
con ella. – Apertura a la adulación: la cual le ayuda a sentirse más seguro y contrarrestar
así los sentimientos de incertidumbre e inseguridad. Pero también podría suceder que
ante la alabanza pensase: ¿cómo se le puede ocurrir a alguien pensar algo bueno de mí?
– Actitud hipercrítica: la cual, a modo de defensa, le sirve para orientar la atención bien
lejos de las propias limitaciones. La crítica crea la ilusión de superioridad que ayuda a
desmentir la inferioridad. – Tendencia a acusar: proyectando la propia inferioridad y
fracasos sobre otros, se disminuye el sentimiento del propio complejo; cuando otros
aparecen como inferiores, uno se siente más normal. – Sentimientos de persecución: de
la culpabilización del prójimo se pasa fácilmente a achacarles complots y trampas para
procurar la propia ruina. Obviamente estos síntomas no son mutuamente exclusivos. Se
superponen unos a otros y se viven con diferentes acentuaciones. La presencia o
ausencia de la mayoría permite un diagnóstico con altas posibilidades de acierto. Pero,
¿qué hacer con estos sentimientos de inferioridad e inadecuación? ¿Racionalizarlos? Lo
hacemos con demasiada frecuencia, alivia la tensión pero no soluciona el problema. Si
nos armamos de paciencia y coraje podemos contrarrestar su tiranía. ¿Cómo? Mediante
la compensación conciente y libre, positiva y constructiva. Se trata, en la práctica
concreta, de: – Esforzarse por apreciar todo lo positivo en el orden del propio ser, hacer
y tener, olvidándose por el momento de lo negativo. – Dedicarse a ocupaciones útiles y
satisfactorias que reflejen los propios intereses y aptitudes en lugar de amargarse y
gastarse en lo que a uno lo supera. – Potenciar la relacionabilidad tratando de mejorar y
crecer en la capacidad de solidaridad, comunicación e intimidad. Claro está que, además
de la compensación conciente y positiva, puede también darse otra compensación
conciente y negativa encaminada a reforzar los sentimientos de inferioridad e
inadecuación. Algunos ejemplos podrían ser estos: – Reacciones intempestivas de
superioridad: yo soy el más grande, el más fuerte, el más importante... ¡Aquí mando yo!
– Determinación de metas más allá de toda posibilidad razonable de éxito: ganaré el
gran premio internacional en el hipódromo de la capital montado en un burro.–
Selección arbitraria de ocupaciones y tareas sin tener en cuenta las propias limitaciones:
ingresaré en la escuela de bomberos voluntarios aunque sufro de vértigo y tengo pánico
al fuego. – Excesivo soñar despiertos y vivir fantaseando: si fuera un poco más
inteligente y si tuviera mejor apariencia y más dinero... todo sería distinto. En fin, sea
como sea, la efectividad de cualquier forma de compensación se ha de juzgar por los
cambios reales y constantes que producen en nuestra autoimagen negativa. Sigo ahora
con las falsas afirmaciones sobre sí mismo. Como ya les dije son un ingrediente siempre
presente en toda autoimagen negativa. Por lo mismo van siempre de la mano con el
complejo de inferioridad. Claro está que estas falsas afirmaciones varían en gravedad e
incidencia sobre nuestra autoimagen y, en consecuencia, sobre nuestra conducta. Su
secuela de efectos negativos puede presentarse así: Falsas Sentimientos Desarmonía
Inadaptación afirmaciones infelices interior externa Cuando esto sucede, las
experiencias de soledad y solidaridad resultan poco felices. El camino hacia la felicidad
propia y la de los otros demanda modificar los elementos del proceso. Afirmaciones
Sentimientos Armonía Adaptación realistas apropiados personal social Pero cabe
preguntarse: ¿cómo hacer para liberarse de las falsas afirmaciones sobre sí mismo? Ante
todo hay que querer, con determinación y humildad, tomar conciencia o caer en la
cuenta de dichas falsas afirmaciones. A tal propósito pueden ayudar estos tres consejos:
– Dejémonos cuestionar por la vida: la gratitud y gratuidad de un amigo me puede
enseñar mucho sobre cuánto me dejo amar; la presencia de alguien molesto me puede
ayudar a cuestionarme sobre mi paciencia conmigo mismo; un buen chiste sobre mi
modo de caminar me puede enseñar algo sobre la autovaloración de mi propio cuerpo;
un fracaso me podría decir mucho sobre si valgo por lo que soy o por lo que hago; la
presencia de personas importantes puede enseñarme algo sobre mi necesidad de
aprobación... – Estemos atentos a los mensajes de nuestros sentimientos y emociones
negativos: ellos me pueden conducir con certeza a las afirmaciones subyacentes de las
cuales emergieron. Debajo de estos sentimientos y emociones suele haber una falsa
afirmación sobre nosotros mismos. – Confrontemos el siguiente muestrario y
constatemos si alguna de estas falsas afirmaciones podría ser nuestra: – Yo soy el único
culpable de todo. – No he de enojarme con nadie sino sólo conmigo mismo. – Mis
dimensiones físicas son la medida de mi virilidad o femineidad. – Realmente nadie
puede llegar a quererme. – No merezco ser feliz. – Amarme a mí mismo es egoísmo y lo
he de evitar. – Admitir mis propios talentos y capacidades es orgullo. – Perdonarme
algo es caer en autoindulgencia.– Nada más fuera de lugar que reirme de mí mismo. – Si
doy libre curso a mis emociones perderé el control. – Tengo que ser querido por todos
en especial por quien es más importante. – Si no soy perfecto o hago todo bien no valgo
nada. – Debo preocuparme y sentirme mal por los problemas de los demás. – Sólo hay
una solución para todos mis problemas, si no la encuentro, será fatal. En segundo lugar,
habiendo caído en la cuenta de la falsa afirmación, entro en disputa y discusión con ella.
Por ejemplo: es una irrealidad pretender ser amado por todos; mi valor personal reside
en mí y no en lo que otros digan o hagan; si alguien me critica y no me ama no es
problema mío sino de él... Y discuto hasta que se cambie la falsa afirmación y pueda
vivir en paz aunque algunos no me amen. Se lo confieso: caer en la cuenta de mi
autoimagen fue uno de los grandes descubrimientos en mi vida de ascesis
personalizante. Sé por experiencia que cuando la autoimagen es positiva o realista, es
posible: aceptarse a sí mismo, ser uno mismo y olvidarse de sí mismo amando;
encontrar la propia misión en la vida y ponerse al servicio de la vida de otros

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