David Bloor Filosofia

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La sociología del conocimiento ¿puede investigar y explicar el contenido y la naturaleza
mismos del conocimiento científico? Muchos sociólogos creen que no. Afirman que un
conocimiento de ese tipo, tan distinto de las circunstancias que rodean su producción, está
más allá de su comprensión. Voluntariamente limitan el alcance de sus propias investigaciones.
Yo argüiré que esto significa una traición a la perspectiva de su disciplina, pues todo
conocimiento, ya sea en las ciencias empíricas e incluso en las matemáticas, debe tratarse, de
principio a fin, como asunto a investigar. Las limitaciones que existen para el sociólogo
consisten sólo en tomar material de ciencias afines como la psicología o en depender de las
investigaciones de especialistas de otras disciplinas. No existen limitaciones que residan en el
carácter absoluto o trascendente del conocimiento científico mismo, o en que la racionalidad,
la validez, la verdad o la objetividad tengan una naturaleza especial.
Se debería poder esperar que la tendencia natural de una disciplina como la sociología del
conocimiento se expanda y generalice, pasando de los estudios de las cosmologías primitivas a
las de nuestra propia cultura. Pero éste es precisamente el paso que los sociólogos se han
estado resistiendo a dar. Además, la sociología del conocimiento pudo haber penetrado con
más fuerza en el área que actualmente ocupan los filósofos, a quienes se les ha permitido
ocuparse de la tarea de definir la naturaleza del conocimiento. De hecho, los sociólogos han
estado demasiado dispuestos a limitar su preocupación por la ciencia a su marco institucional y
a factores externos que se relacionan con su tasa de crecimiento o con su dirección, lo cual
deja sin tocar la naturaleza del conocimiento que así se crea (véase Ben-David, 1971; De Gré,
1967; Merton, 1964 y Stark, 1958).
¿Cuál es la causa de esta duda y de este pesimismo? ¿Se debe acaso a las enormes dificultades
intelectuales y prácticas que pudieran cernirse sobre un programa así? Es verdad que éstas no
deben subestimarse. Podemos hacernos una idea de su tamaño a partir del esfuerzo empleado
para alcanzar metas más limitadas; pero, de hecho, éstas no son las razones que se alegan. ¿Le
faltan al sociólogo teorías y métodos con los cuales manejar el conocimiento científico?
Ciertamente no. Su propia disciplina le proporciona estudios ejemplares del conocimiento
propio de otras culturas que podrían usarse como modelos y fuentes de inspiración. El estudio
clásico de Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, muestra cómo un sociólogo
puede penetrar en lo más profundo de una forma de conocimiento. Más aún, Durkheim
ofreció numerosas sugerencias sobre cómo se podrían relacionar sus descubrimientos con el
estudio del conocimiento científico, pero a estas sugerencias se hicieron oídos sordos.
La causa de la vacilación en colocar a la ciencia en el punto de mira de un estudio sociológico
exhaustivo es sólo la falta de valor y de voluntad, pues se la considera una empresa condenada
al fracaso. Desde luego, la falta de valor tiene unas raíces más profundas de lo que sugiere esta
caracterización puramente psicológica, y las indicaremos más adelante. Cualquiera que sea la
razón de la enfermedad, sus síntomas adoptan la forma de una argumentación filosófica a
priori. Así, los sociólogos están convencidos de que la ciencia es un caso especial y de que se
les vendrían encima cantidad de contradicciones y absurdos si ignoraran este hecho.
Naturalmente, los filósofos están sumamente dispuestos a alentar este acto de renuncia (por
ejemplo, Lakatos, 1971; Popper, 1966).
El propósito de este libro es combatir estas razones e inhibiciones, por lo que las discusiones
que siguen tendrán que ser -algunas veces, aunque no siempre- más metodológicas que
sustantivas; pero espero que su efecto sea positivo. Mi propósito es suministrar armas a todos
aquellos que emprendan un trabajo constructivo para ayudarles a atacar a sus críticos y a los
escépticos.
Primero me referiré a lo que llamo el programa fuerte en sociología del conocimiento. Éste
proporcionará el marco dentro del cual se considerarán luego las dificultades con detalle.
Como los argumentos a priori están siempre empapados de suposiciones y actitudes
subyacentes, habrá que traer éstas a la superficie para poder examinarlas también. Éste será el
segundo tema importante y es aquí donde empezarán a surgir hipótesis sociológicas
sustanciales respecto de nuestra concepción de la ciencia. El tercer gran tema se referirá a lo
que acaso sea el obstáculo más difícil para la sociología del conocimiento, a saber, las
matemáticas y la lógica. Pondremos de manifiesto que los problemas de principio involucrados
no son, de hecho, excesivamente técnicos. Y señalaremos cómo se pueden estudiar estos
temas sociológicamente.
 
  
El sociólogo se ocupa del conocimiento, incluso del conocimiento científico, como de un
fenómeno natural, por lo que su definición del conocimiento será bastante diferente tanto de
la del hombre común como de la del filósofo. En lugar de definirlo como una creencia
verdadera, o quizá como una creencia justificadamente verdadera, para el sociólogo el
conocimiento es cualquier cosa que la gente tome como conocimiento. Son aquellas creencias
que la gente sostiene confiadamente y mediante las cuales viven. En particular, el sociólogo se
ocupará de las creencias que se dan por sentadas o están institucionalizadas, o de aquéllas a
las que ciertos grupos humanos han dotado de autoridad. Desde luego, se debe distinguir
entre conocimiento y mera creencia, lo que se puede hacer reservando la palabra
«conocimiento» para lo que tiene una aprobación colectiva, considerando lo individual e
idiosincrásico como mera creencia.
Nuestras ideas sobre el funcionamiento del mundo han variado muchísimo, tanto en la ciencia
como en otros ámbitos de la cultura. Tales variaciones constituyen el punto de partida de la
sociología del conocimiento y representan su problema principal. ¿Cuáles son las causas de
esta variación, y cómo y por qué se produce? La sociología del conocimiento apunta hacia la
distribución de las creencias y los diversos factores que influyen en ellas. Por ejemplo: ¿cómo
se transmite el conocimiento; qué estabilidad tiene; qué procesos contribuyen a su creación y
mantenimiento; cómo se organiza y se categoriza en diferentes disciplinas y esferas?Para el
sociólogo estos temas reclaman investigación y explicación. El trata de caracterizar el
conocimiento de manera tal que esté de acuerdo con esta perspectiva. Sus ideas, por tanto, se
expresarán en el mismo lenguaje causal que las de cualquier otro científico. Su preocupación
consistirá en localizar las regularidades y principios o procesos generales que parecen
funcionar dentro del campo al que pertenecen sus datos. Su meta será construir teorías que
expliquen dichas regularidades; si estas teorías satisfacen el requisito de máxima generalidad
tendrán que aplicarse tanto a las creencias verdaderas como a las falsas y, en la medida de lo
posible, el mismo tipo de explicación se tendrá que aplicar en ambos casos. La meta de la
fisiología es explicar el organismo sano y el enfermo; la meta de la mecánica es comprender las
máquinas que funcionan y las que no funcionan, tanto los puentes que se sostienen como los
que se caen. De manera similar, el sociólogo busca teorías que expliquen las creencias que
existen de hecho, al margen de cómo las evalúe el investigador.
Algunos problemas típicos en este campo que ya han proporcionado algunos hallazgos
interesantes pueden servir para ilustrar este enfoque. Primero, se han hecho estudios sobre
las conexiones entre la estructura social general de los grupos y la forma general de las
cosmologías que sostienen. Los antropólogos han encontrado ciertas correlaciones sociales y
las posibles causas por las cuales los hombres tienen concepciones del mundo
antropomórficas y mágicas que no son la concepción impersonal y naturalista (Douglas, 1966 y
1970). Segundo, se han hecho estudios que han trazado las conexiones entre el desarrollo
económico, técnico e industrial y el contenido de las teorías científicas. Por ejemplo, se ha
estudiado con mucho detalle el impacto de los desarrollos prácticos de la tecnología hidráulica
y de vapor sobre el contenido de las teorías termodinámicas. El nexo causal no es objeto de
discusión (Kuhn, 1959; Cardwell, 1971). Tercero, hay muchas pruebas de qué características
culturales, que usualmente se consideran no científicas, influyen en gran medida tanto en la
creación como en la evaluación de teorías y descubrimientos científicos. Así, se ha mostrado
que son preocupaciones eugenésicas las que subyacen a -y explican- la creación por Francis
Galton del concepto de coeficiente de correlación en estadística. Y también será el punto de
vista político, social e ideológico general del genetista Bateson el que se emplee para explicar
su papel escéptico en la controversia sobre la teoría genética de la herencia (Coleman, 1970;
Cowan, 1972 y Mackenzie, 1981). Cuarto, la importancia que tienen los procesos de
entrenamiento y socialización en la práctica científica se documenta de una manera creciente.
Los modelos de continuidad y discontinuidad, de aceptación y rechazo parecen ser explicables
recurriendo a estos procesos. Un ejemplo interesante de la manera en que el trasfondo de los
requisitos de una disciplina científica influye sobre la evaluación de un trabajo puede verse en
las críticas de Lord Kelvin a la teoría de la evolución. Kelvin calculó la edad del sol
considerándolo como un cuerpo incandescente en proceso de enfriamiento y descubrió que se
habría consumido antes de que la evolución alcanzara su estado observable actual. El mundo
no es lo suficientemente viejo como para permitir que la evolución termine su curso, luego la
teoría de la evolución debe de estar equivocada. El supuesto de la uniformidad geológica, con
su previsión de amplias franjas temporales, le había sido violentamente sustraído al biólogo.
Los argumentos de Kelvin causaron consternación; su autoridad era enorme y en la década de
1860 eran irrefutables; se seguían con un rigor convincente de premisas físicas convincentes.
Para la última década del siglo, los geólogos se habían armado de valor para decirle a Kelvin
que debía haber cometido un error. Este valor recién adquirido no se debía a ningún nuevo
descubrimiento decisivo; de hecho, no había habido ningún cambio real en la evidencia
disponible. Lo que había ocurrido en ese lapso de tiempo fue una consolidación general de la
geología en tanto que disciplina, con una cantidad creciente de observaciones detalladas de
registros fósiles. Este crecimiento fue el que causó una variación en las evaluaciones de
probabilidad y posibilidad: Kelvin simplemente debía haber dejado fuera de consideración
algún factor vital pero desconocido. Sólo mediante la comprensión de las fuentes nucleares de
la energía solar se hubiera podido refutar su argumento físico; los geólogos y los biólogos no lo
podían prever, simplemente no esperaron a que hubiera una respuesta (Rudwick, 1972;
Burchfield, 1975). Este ejemplo sirve, asimismo, para llamar nuevamente la atención sobre los
procesos sociales internos de la ciencia, de modo que no quepa confinar las consideraciones
sociológicas a la mera actuación de influencias externas.
Finalmente, se debe mencionar un estudio fascinante y controvertido sobre los físicos de la
Alemania de Weimar. Forman (1971) usa sus discursos académicos para mostrar que
adoptaron la «Lebensphilosophie» dominante y anticientífica que los rodeaba. Arguye «que el
movimiento para prescindir de la causalidad en la física, que surgió tan abruptamente y
floreció tan profusamente en la Alemania posterior a 1918, fue sobre todo un esfuerzo de los
físicos alemanes por adaptar el contenido de su ciencia a los valores de su medio ambiente
intelectual» (p. 7). El arrojo e interés de esta afirmación se deriva del lugar central que ocupa
la a-causalidad en la moderna teoría cuántica.
Los enfoques que se han perfilado sugieren que la sociología del conocimiento científico debe
observar los cuatro principios siguientes. De este modo, se asumirán los mismos valores que se
dan por supuestos en otras disciplinas científicas. Éstos son:
Debe ser causal, es decir, ocuparse de las condiciones que dan lugar a las creencias o a los
estados de conocimiento. Naturalmente, habrá otros tipos de causas además de las sociales
que contribuyan a dar lugar a una creencia.
Debe ser imparcial con respecto a la verdad y falsedad, la racionalidad y la irracionalidad, el
éxito o el fracaso. Ambos lados de estas dicotomías exigen explicación.
Debe ser simétrica en su estilo de explicación. Los mismos tipos de causas deben explicar,
digamos, las creencias falsas y las verdaderas.
Debe ser reflexiva. En principio, sus patrones de explicación deberían ser aplicables a la
sociología misma. Como el requisito de simetría, éste es una respuesta a la necesidad de
buscar explicaciones generales. Se trata de un requerimiento obvio de principio porque, de
otro modo, la sociología sería una refutación viva de sus propias teorías.
Estos cuatro principios, de causalidad, imparcialidad, simetría y reflexividad, definen lo que se
llamará el programa fuerte en sociología del conocimiento. No son en absoluto nuevos, pero
representan una amalgama de los rasgos más optimistas y cientificistas que se pueden
encontrar en Durkheim (1938), Mannheim (1936) y Znaniecki (1965).
En lo que sigue trataré de sostener la viabilidad de estos principios contra las críticas y los
malentendidos. Lo que está en juego es si se puede poner en marcha el programa fuerte de
una manera plausible y consistente. Volvamos nuestra atención, por tanto, a las principales
objeciones a la sociología del conocimiento para delinear la significación plena de los principios
y para ver cómo se sostiene el programa fuerte frente a las críticas.

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