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Bibliografía correspondiente a la Unidad 1

El mundo es un presupuesto

Apuntes sobre Alfred Schütz y el pensamiento de sentido común-

Autor: Ernesto Meccia- UBA

1. Introducción

La vida de los hombres transcurre por diferentes lugares que no delimita necesariamente la
geografía. Distintas nacionalidades, vivir en el campo o en la ciudad, ser padre e hijo, o ser sólo
hijo, ser ciudadano, alumno universitario, empleado en una oficina, en una fábrica o estar
desempleado. Estas adhesiones son voluntarias e involuntarias y pueden llevarnos a pensar qué
distintas llegan a ser las vidas de los hombres. Parece claro: ocupamos lugares diferentes que
hacen aparecer visiones singulares de las cosas, intereses que no tienen otras personas, otros
proyectos, otros temores. También podemos pensarlo a la inversa: es sobre la base de ciertos
intereses que los hombres ocupan lugares y cumplen roles, temen y ambicionan cosas distintas.
Pero esta diversidad puede llamarnos a engaño si no tenemos en cuenta que, detrás de ella, los
hombres arraigan de modo permanente en una gama primordial de experiencias, una especie de
“marca originaria” que permite entender la diversidad: y es que todos los hombres son ciudadanos
de la vida cotidiana. En este ámbito originario (que sólo puede trascenderse con la muerte) los
hombres fundamentalmente comparten cosas. ¿Qué cosas? Presupuestos. Presupuestos acerca
del mundo que los rodea, los antecedió y los sucederá, presupuestos que son como evidencias
compartidas acerca de las personas, de las situaciones que vivimos con ellas, de los desconocidos.
Si el mundo que los rodea es casi todo un conjunto de presupuestos, ese mundo también estará
casi por completo fuera de duda. Allí está el mundo, acá la conciencia de él: ¿por qué dudar, para
qué?

“De tal modo, el fundamento esencial de la existencia mundana no es advertido por los hombres
de sentido común, cuya vida, sin embargo, está estructurada por la matriz de la vida cotidiana y es
erigida por ella. Es privilegio del filósofo hacer de lo presupuesto el objeto de su inspección crítica.
Así en efecto, procedió Schütz, quien abordó el problema de obtener una fundamentación racional
de la vida cotidiana” (Matanson, Maurece, Introducción p.16 en Schutz, Alfred, El forastero.
Ensayo de psicología social” en Estudios sobre teoría social, Amorroutu, Buenos Aires 1974)
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Agudo profundizador de la “sociología comprensiva” inaugurada por Max Weber (1864-1920).


Alfred Schütz (1899-1959) dedicó su esfuerzo intelectual a delinear el proceso que hace que, en la
vida diaria, los hombres consideren como presupuesto el mundo en el que viven. Para ello centró
su atención en la forma que toma el pensar cotidiano: son las tipificaciones subyacentes del
pensamiento del sentido común las que sostienen día a día la realidad eminente de los crédulos,
las que les permiten orientarse acertadamente ante situaciones imaginadas o imprevistas, conocer
anticipadamente a las demás personas y a los objetos, las que regularmente les impiden dudar de
que el mundo en el que viven pueda ser otra cosa distinta de cómo se les aparece.

Desde aquí hasta el final nos dedicaremos a examinar cómo se constituye y cómo funciona el
mundo pre científico de la vida cotidiana, ese mundo que desde la perspectiva de Schütz es la
herramienta más interesante para producir conocimiento sociológico.

2. Construcciones de objetos de pensamiento propias del sentido común

¿Qué conoce acerca de sí mismo y de los demás, acerca de su entorno inmediato o del mundo en
general un actor social inmerso en su cotidianeidad? ¿Cómo podemos explicar el hecho de que ese
mismo actor tenga firmes creencias acerca de un mundo que no conoce o de una enfermedad
nueva que se expande sobre el planeta (que no padece), o sobre un pasado que no vivió? ¿Con
base en qué puede anticipar el futuro? ¿Por qué no necesitó leer literatura xenófoba para ser
antisemita? O ¿por qué, si no tuvo como vecinos a un hombre y una mujer bolivianos, es
igualmente prejuicioso? Muy probablemente nuestro actor social no necesitará consultar libros de
historia o de actualidad para pensar lo que piensa, puesto que interpreta su mundo haciendo uso
de un acervo (stock) de conocimiento que él no inventó, que le ha sido legado desde el momento
de su nacimiento. El acervo es como un patrimonio cognitivo que la sociedad toda puede y debe
usar ya que su uso hace que grandes zonas del mundo de la vida sean familiares y presupuestas
para los hombres:

“Toda interpretación de este mundo se basa en un acervo de experiencias previas sobre él, que son
nuestras o nos han sido transmitidas por padres o maestros, esas experiencias funcionan como un
esquema de referencia en forma de “conocimiento a mano”. A este acervo de conocimiento a
mano pertenece nuestro conocimiento de que el mundo en que vivimos es un mundo de objetos
más o menos bien determinados, con cualidades más o menos definidas, entre los cuales nos
movemos, que se nos resisten y sobre los cuales podemos actuar. Sin embargo, ninguno de esos
objetos es percibido como si estuviera aislado, sino situado desde un primer momento dentro de un
horizonte de familiaridad y trato previo, que como tal, se presupone hasta nuevo aviso como el
acervo incuestionado-aunque cuestionable en cualquier momento-de conocimiento inmediato. Sin
embargo, también las experiencias previas indiscutidas están a mano desde un primer momento
como típicas, o sea que presentan horizontes abiertos de experiencias similares anticipadas”
(Natanson, Maurece, Introducción, p.16 en Schutz, Alfred, “El forastero. Ensayo de psicología
social” en Estudios sobre teoría social, Amorroutu, Buenos Aires, 1974)
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¿Qué significa que las experiencias previas indiscutidas están a mano desde un primer momento
como típicas?

“El tipo -nos revela Schütz- es una relación uniforme de determinación sedimentada en
experiencias anteriores” ( Schutz, Alfred y Thomas Luckmann, Las estructuras del mundo de la
vida, Amorroutu, Buenos Aires, 1977, p.225).

Veamos cuál es el sentido de esta frase. Las biografías de los hombres individuales son cortas en
relación con el proceso que hace que las cosas tengan significado para ellos: ¿se conoce al hombre
que conoció al primer perro y “fundó” entonces el tipo perro? No. Y sin embargo el perro le es
largamente familiar a la humanidad y a todos los hombres particulares. El perro como tipo -esto
es-, captado no simplemente en su existencia fáctica, sino al mismo tiempo en su ser típico “de tal
y tal modo”- forma parte de un horizonte social de familiaridad que existe con anterioridad a
cualquier biografía particular, no obstante que del hecho de conocer “al” perro no pueda
deducirse que ya se conozcan los “perros”. Vamos a desarrollar más el ejemplo. Pertenece al
acervo de conocimiento de nuestro actor social el objeto “perro”: indiscutiblemente este objeto,
por poseer y ser aprehendido por sus características típicas, se destaca de otros objetos como
“gatos”, “montañas”, “submarinos” o “cruces”. Sin embargo, sus experiencias con los perros, más
allá de ser típicas, no tendrán que asumir siempre la misma forma: el actor, en principio, está en
condiciones de destacar el perro del gato, luego podrá destacar el tipo de perro perdiguero del
típico perro ovejero, más tarde podrá destacar el tipo de perro que muerde y es peligroso, del
típico perro inofensivo. La experiencia es el medio para poder complejizar los objetos percibidos
como típicos, también para confirmarlos (o no): en el futuro nuestro actor social sabrá por
anticipado cómo comportase ante determinados tipos de perros, y probablemente, además, le
queden por conocer otros tipos de perros.

“Lo que se experimenta en la percepción real de un objeto es transferido a perceptivamente a


cualquier oro objeto similar, que es percibido simplemente como del mismo tipo. La experiencia
real confirmará o no mi anticipación de la conformidad típica con otros objetos. Si la confirma, el
contenido del tipo previsto se ampliará, al mismo tiempo, el tipo se dividirá en subtipos, por otra
parte, el objeto real concreto presentará características individuales que, sin embargo, tienen
también un forma de tipicidad” (Schutz, Alfred, 1974.op.cit.,p.39)

Pero debemos tener en cuenta que el perro siempre apareció como un objeto más o menos típico,
nunca como algo pre típico, ya que Schütz concibe a la experiencia y al tipo como igualmente
“originarias”, lo que para nuestro caso significa que la percepción del perro siempre será atávica:

“Así, todo tipo es, en términos estrictos, sólo una variación de tipificaciones ya disponibles, por
simples y poco definidas que sean” (Schutz, A y Thomas Luckmann, 1977,op.cit.,p226)

No sólo él aisladamente, todos sus contemporáneos están en condiciones de distinguir un perro


entre otros objetos, pero es necesario aclarar que:
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“en cualquier momento de su vida diaria, el hombre se encuentra en una situación biográficamente
determinada, vale decir, en un medio físico y sociocultural que él define y dentro del cual ocupa
una posición, no sólo en términos de espacio físico y tiempo exterior, o de status y su rol dentro del
sistema social, sino también una posición moral e ideológica. Decir que esta definición de la
situación está biográficamente determinada equivale a decir que tiene su historia, es la
sedimentación de todas las experiencias previas del hombre, organizada en el patrimonio corriente
de su acervo de conocimiento a mano, y como tal, es su posición exclusiva, dada a él y sólo a él
Esta situación biográficamente determinada incluye ciertas posibilidades de actividades prácticas o
teóricas futuras a las que, para resumir, denominaremos “propósito a mano”. Este propósito es el
que define aquellos elementos, entre los demás contenidos en una situación, que son significativos
con respecto a él” (Op.cit.p.40)

Adentrarnos por las grietas de los horizontes de la tipicidad nos permitirá saber, con
respecto a los elementos que conforman una situación, cuáles de ellos son indiscutiblemente
típicos y cuáles son exclusivos e individuales, es decir, derivados de una situación biográfica
propia. Nuestro actor social proviene de una familia católica, y, en este sentido, está en
condiciones de destacar (junto a todos sus contemporáneos) una “iglesia” de una “oficina de
administración pública”. Vive en un barrio en el que durante los últimos años se ha instalado un
número considerable de “nuevas iglesias” que no profesan la religión católica Sin embargo, insiste
en afirmar que en su barrio no se han registrado novedades importantes sobre el tema.
Imaginemos ahora que preguntamos a un feligreses de estas “nuevas iglesias” sobre el mapa
religioso del barrio donde vive nuestro actor: la respuesta podrá no ser la misma, a pesar de que
ambos están en condiciones de destacar el objeto “iglesia”, Producto de una selección a
perceptiva que mezcla tipicidad e individualidad, un objeto cualquier “S” puede ser “A” y “B”,
según la interpretación pormenorizada que del mismo hagan los actores individuales, aunque
debemos notar que los dos por igual pueden destacar el objeto “S” como “S”.

3. El carácter intersubjetivo del conocimiento de sentido común y sus implicaciones

Esa mezcla entre tipicidad e individualidad que hace posible que “el” mundo se transponga
en “mundos individuales” no debe hacernos olvidar que los hombres en tanto actores sociales
viven enraizados en una realidad intersubjetiva que hace posible conocer otras mentes y otros
objetos, sin que este conocimiento se plantee como un problema formal. Efectivamente, desde un
primer momento, “nuestro mundo”.

“es intersubjetivo porque vivimos en él como hombre entre otros hombres, con quienes nos
vinculan influencias y labores comunes, comprendiendo a los demás y siendo comprendidos por
ellos. Es un universo de cultura porque, desde el principio, el mundo de la vida cotidiana es un
universo de significación para nosotros, vale decir, una textura de sentido que debemos interpretar
para orientarnos y conducirnos en él. Pero esta textura de sentido-he aquí lo que diferencia al
ámbito de la cultura del ámbito de la naturaleza- se origina en acciones humanas y ha sido
instituido por ellas, por las nuestras y las de nuestros semejantes, contemporáneos y predecesores”
(Op.cit.p.41)
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Es esa textura de sentido, esa gama primordial de pensamiento lo que facilita un


conocimiento pronto y sencillo entre los hombres que comparten sus vidas dentro de una
sociedad:

“Todos los objetos culturales-herramientas, símbolos, sistemas de lenguaje, obras de arte,


instituciones sociales, etc.- señalan en su mismo origen y significado las actividades de los sujetos
humanos. Por esta razón, somos siempre conscientes de la historicidad de la cultura que
encontramos en las tradiciones y las costumbres. Esta historicidad es pasible de ser examinada en
referencia a actividades humanas cuyo sedimento constituye. Por la misma razón, no puedo
comprender un objeto cultural sin referirlo a la actividad humana en la cual se origina. Por
ejemplo, no comprendo una herramienta si no conozco el propósito para la cual fue ideada, un
signo o un símbolo si no sé qué representa en la mente de la persona que lo usa, una institución sin
comprender qué significa para los individuos que orientan su conducta con respecto a su
existencia” (Op.cit.p.41)

Las tipificaciones subyacentes del sentido común son, sin más, las que subyacen, constituyen y
sostienen nuestro mundo. Este conocimiento socializado (presente en todos, es decir, inter-
subjetivo) representa para Schütz tres características: a) la reciprocidad de perspectivas o la
socialización estructural del conocimiento b) el origen social del conocimiento o la socialización
genética del conocimiento c) la distribución social del conocimiento.

3. a. La reciprocidad de perspectivas

“En la actitud natural del pensamiento de sentido común de la vida cotidiana, presupongo la
existencia de semejantes inteligentes. Esto implica que los objetos del mundo son, en principio,
accesibles a su conocimiento, o sea que son conocidos o conocibles por ellos. Es algo que sé y que
presupongo fuera de toda duda. Pero también sé y presupongo que en términos estrictos, el mismo
objeto debe significar algo diferente para mí y para cualquiera de mis semejantes” (Op.cit.p.42)

Ya vimos cómo nuestro actor social destaca como “iglesia” cierta clase de edificios en cuyo
interior determinadas personas, que destaca como “sacerdotes”, desarrollan actividades que lo
ponen en contacto con lo divino. Desde su “aquí”, experimenta como típicos determinados
aspectos del objeto “iglesia” la existencia de sacerdotes, las estatuas de la Virgen, las imágenes de
los santos, la celebración de los sacramentos. Imaginemos ahora que entra en este edificio
destacado como “iglesia” un feligrés que no pertenece a la iglesia católica. Este último actor no
puede más que jugar de visitante, no puede destacar como típicos los mismos aspectos de la
iglesia como lo hizo su contemporáneo. Puede ver y experimentar los objetos y las personas desde
su “allí”, típicamente para él deberían estar los pastores y no los sacerdotes, típicamente para él la
Virgen (ninguna Virgen, en realidad) no tiene por qué ser un objeto de veneración y lo mismo para
las imágenes de los santos. La situación biográficamente determinada de ambos semejantes, ha
hecho que sus respectivos propósitos a mano y el sistema de significatividades que está
sosteniendo a cada uno de ellos, se diferencien en alguna medida: si bien el “aquí” de uno y el
“allí” del otro instala diferencias en la percepción del entorno, al mismo tiempo, es característico
del pensamiento de sentido común superar estas diferencias mediante dos idealizaciones:
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“La idealización de la intercambiabilidad de los puntos de vista: presupongo-y presumo que mi


semejante hace los mismo-que si cambio mi lugar por el suyo, de modo tal que su “aquí” se
convierta en el mío, estaré a igual distancia de las cosas que él y las verá con la misma tipicidad, y
que además estarán a mi alcance las mismas cosas que están ahora al alcance de él (lo inverso
también es verdadero) (Op.cit.p.42)

La idealización de la congruencia del sistema de significatividades. Mientras no se pruebe lo


contrario, presupongo-y presumo que mi semejante hace lo mismo-que las diferencias de
perspectivas originadas en nuestras situaciones biográficas exclusivas no son significativas para el
propósito a mano de cualquier de nosotros, y que él y yo, nosotros, suponemos que ambos hemos
elegido e interpretado los objetos real o potencialmente comunes y sus características de una
manera idéntica, o al menos de una manera “empíricamente idéntica” , vale decir, suficiente para
todos los fines prácticos.

Por más que el feligrés católico sostenga que la forma de creer de su semejante está
equivocada, puede entender para qué se dirige al templo tantas veces por semana junto a su
familia, para que canta como canta, y también se dará cuenta que-aunque no sea sacerdote-el
pastor cumple con funciones que en ciertos aspectos se asemejan a las de aquel. A fin de cuentas,
ambos por igual han destacado edificios como “iglesias” y se dirigen a ellas teniendo en mente el
mismo fin.

Schütz engloba ambas idealizaciones en la tesis general de las perspectivas recíprocas,


queriendo significar que las construcciones tipificado ras de objetos del pensamiento de sentido
común reemplazan a los objetos de pensamiento originados en experiencias privadas. El
conocimiento del sentido común es entonces:

“objetivo y anónimo, es decir, separado e independiente de mi definición de la situación y la de mi


semejante, de nuestras circunstancias biográficas exclusivas y de los propósitos reales y
potenciales inmediatos que ellas involucran. Debemos interpretar los términos “objetos” y
“aspectos de objetos” en el sentido más amplio posible, como objetos de conocimiento que se
presuponen (…) Todos estas términos se refieren a construcciones de un conocimiento tipificado y
una estructura muy socializada, que reemplazan a los objetos de pensamiento del conocimiento
privado mío... y de mi semejante con respecto al mundo presupuesto. Sin embargo, este
conocimiento tiene su historia, es una parte de nuestra “herencia social”, y esto nos conduce al
segundo aspecto del problema de la socialización del conocimiento, el de su estructura genética”
(Op.cit.p.42)

3. b. El origen social del conocimiento

Si el conocimiento del mundo depende sólo en una mínima parte de las definiciones privadas de
los actores, es porque desde el principio ese conocimiento es de carácter social: ha sido
transmitido mediante los procesos de socialización por padres, amigos, maestros y maestros de los
maestros: es el endogrupo en su totalidad anónima el que sostiene su propia “naturaleza relativa”
generalmente incuestionada aunque cuestionable en determinados momentos. (Expliquemos el
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significado de la palabra “endogrupo” el prefijo “endo” indica algo del orden de los interior. La
sociedad humana-si se quiere- es un gran grupo humano, pero no es conveniente que la veamos
así. Ese gran grupo contiene un sinnúmero de subgrupos cuyos límites delinean diferentes pautas
culturales. Debe quedar claro que fuera del endogrupo esas pautas pierden validez.) Durante tales
procesos los miembros de un endogrupo se han vuelto hábiles para elaborar construcciones
típicas en consonancia con el sistema de significatividades que desde antes eran ya patrimonio del
mismo.

“Se me enseña no sólo a definir el ambiente (es decir, las características típicas del aspecto natural
relativo del mundo que predomina en el endogrupo como la suma total incuestionada, pero
siempre cuestionable, de cosas que se presuponen hasta nuevo ávido), sino también a elaborar
construcciones típicas de acuerdo con el sistema de significatividades aceptado por el punto de
vista anónimo unificado del endogrupo. Esto incluye modos de vida, métodos para abordar el
ambiente, recetas eficaces para uso de medios típicos tendientes a logar fines típicos en
situaciones típicas. El medio tipificador por excelencia que permite transmitir el conocimiento de
origen social es el vocabulario y la sintaxis del lenguaje cotidiano” (Op.cit.p.43)

Los actores sociales viven en un mundo de cosas dichas, un mundo que destaca a las cosas
nombradas de manera tan relevante que ha establecido para ellas términos específicos. Pero,
como esquema de expresión e interpretación, el lenguaje no es sólo un conjunto de símbolos
lingüísticos que podemos hallar en los diccionarios y que podamos traducir automáticamente a
otros idiomas. Muchas palabras del lenguaje (de los lenguajes, mejor) más allá de sus
connotaciones generales, están rodeadas de un halo que las hacen comprensibles sólo a los
miembros del endogrupo. Podemos ahora imaginar al hermano de nuestro actor social
participando fervorosamente en una manifestación política contraria al último gobierno peronista:
le escuchamos gritar “¡traigan al gorila musulmán...! Es probable que si un turista lo escucha
entienda sus palabras y luego se quedó preocupado por el alto nivel de discriminación hacia la
cultura árabe que-estará tentado a sospechar- es propio de la Argentina. No es de extrañar lo que
ha logrado pensar el turista: miembro de otro endogrupo con otra estructura de significatividades,
pudo entender las palabras (ha estudiado bastante español) pero sin embargo no alcanzó a
descifrar lo que se ha dicho: si se hubiera socializado en nuestro país, sabría que “gorila” no refiere
necesariamente a los simios gigantes y que “gorila musulmán” no representa nada en particular (al
menos en esa manifestación)= con respecto a la comunidad árabe.

3. c. La distribución social del conocimiento

En páginas anteriores hemos señalado que la tesis general de las perspectivas recíprocas supera
las diferencias entre la perspectiva de “aquí” y la perspectiva del “allí” de los actores:
efectivamente existe al interior del endogrupo una gama primordial de pensamiento de sentido
común que sigue posibilitando el entendimiento entre ellos, esa gama primordial es denominada
como “acervo de conocimiento disponible a mano”. Pero más allá de su existencia, es necesario
aclarar que el conocimiento social también está al mismo tiempo distribuido de manera
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diferencial: lo que un actor conoce difiere de lo que conoce su semejante, así como también el
modo como ambos pueden conocer los mismos objetos, sucesos o personas.

“Yo soy experto en un campo limitado y “lego” en muchos otros, igual que usted. Todo acervo de
conocimiento que un individuo tiene a mano en un momento cualquiera de su vida está
estructurado en zonas de diversos grados de claridad, nitidez y precisión. Esta estructura se origina
en el sistema de significatividades vigente y, por ende, está biográficamente determinado”
(Op.cit.p.45)

Es característico del pensamiento de sentido común saber reconocer estas diferencias


individuales: en la vida cotidiana los actores construyen constantemente tipos acerca de la clase
de conocimientos que pueden tener los Otros quedan enmarcados dentro de la tipificación que los
destaca como “expertos” o como “legos”, quedando presupuesto que se guiarán en su accionar
diario por determinadas estructuras de significatividades y determinado conjunto de motivos que
se suponen constantes y que lo llevarán a realizar las acciones de una manera previsible.
Naturalmente, que un actor social sea “experto” o “lego” con respecto a determinados hechos se
deriva de situaciones biográficamente determinadas. Como el caso de nuestro actor social quien,
siendo erudito en materias como historia de Grecia y Roma espera (mientras ayuda a su hijo a
realizar un trabajo para la escuela) que un técnico se presente en su casa porque no puede
terminar de instalar con éxito los programas de la nueva computadora. Típicamente él sabe
cuándo confiar en la pericia de otro y cuando no.

4. La estructura del mundo social y su tipificación por parte de las construcciones del sentido
común

Que alguien destaque como “experto” o “lego” frente a otra persona reinstala la pregunta de
cómo es posible conocer a los otros, sin que ese conocimiento se plantee como un problema
forma. Los actores sociales no solo experimentan objetos físicos del mundo exterior, sino también
“alter egos”, es decir, semejantes. Pero ¿Qué es un semejante? En principio podemos definirlo por
la negativa, un semejante no es un cuerpo inerte, no es una cosa. Luego, un semejante es una
unidad psicofísica que está en condiciones (como yo) de pensar y experimentar el mundo,
cualquier contacto con el diferirá cualitativamente de cualquier contacto con un objeto físico
porque él puede captar mi subjetividad al tiempo que yo la suya. Semejantes no son
necesariamente aquellos actores que comparten la misma comunidad espacial y temporal,
semejantes no somos solo “Nosotros”:

“Solo con referencia a mí logra cierto tipo de mis relaciones con otros el significado especifico que
designo con la palabra “Nosotros”, solo con referencia a "Nosotros”, cuyo centro soy yo, aparecen
otros como “Vosotros”, y en referencia a “Vosotros, que a su vez se refieren a mí, surgen terceros
como “Ellos”. En la dimensión del tiempo existen con referencia a mí, en mi comento biográfico
actual, “contemporáneos”, con quienes puedo establecer un intercambio de acción y reacción,
“predecesores”, sobre los cuales no puedo actuar, pero cuyas acciones pasadas y su resultado
están abiertos a mi interpretación, y pueden influir sobre mis acciones, y “sucesores”, de quienes
ninguna experiencia es posible, pero hacia los cuales puedo orientar mis acciones en una
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anticipación más o menos vacía. Todas estas relaciones muestran formas múltiples de intimidad y
anonimia, familiaridad y amenidad, intensidad y extensión” (Op.cit.pp 45-46)

La mayor parte de las interacciones se realizan entre contemporáneos y asociados, junto a ellos
nuestro actor social puede comunicarse con más facilidad, puede hacer más inteligibles sus planes,
compartir sus temores, sus ansiedades o elaborar un diagnóstico del mundo con base en
elementos en gran parte similares.

“Entre mis contemporáneos hay algunos con quienes, mientras dura la relación, comparto una
comunidad no solo temporal sino también espacial. Por conveniencia terminológica,
denominaremos a tales contemporáneos “asociados”, y a la relación establecida entre ellos una
relación “cara a cara”. (…) Compartir una comunidad de espacio implica que cierto sector del
mundo externo está por igual al alcance de cada copartícipe, y contiene objetos de interés y
significatividad que les son comunes, Para cada copartícipe, el cuerpo del otro, sus gestos, su porte
y sus expresiones faciales son inmediatamente observables, no solo como cosas o sucesos del
mundo externo, sino en su significación fisonómica, vale decir, como síntomas de los pensamientos
del otro (…). En resumen, cada uno de los asociados se halla implicado en la biografía de los otros,
envejecen juntos, viven, por decir así, en una pura “relación nosotros”.(Op.cit.p.46)

Captar la subjetividad del Otro (los síntomas de sus pensamientos) en una relación “cara a cara”
por más efímera que sea (o aun en su ausencia) significa que un solo fragmento de la conducta del
Otro es suficiente para elaborar una forma típica de conducta y un conjunto de motivos que la
subyacen. La “pura relación nosotros” se desarrolla con un alto grado de previsibilidad: nuestro
actor social da por descontado que en el colegio católico de su hijo una de las materias nodales
sea “formación religiosa y moral”, que sus profesores serán personas ideológicamente
congruentes con la moral católica (aunque los conozca solo “de cara” ya que sólo pisa el colegio
para los actos patrios). También da por descontado que el acceso a esa educación tiene un precio,
no le fue necesario hablar con el rector del colegio sobre los aranceles, tampoco tienen que
señalarle cotidianamente al chofer del colectivo que pase a buscar y que devuelva a su hijo a
horario, ni tiene que qué preocuparse por la existencia de vacantes cuando le llegue el turno de
comenzar la educación primaria a su hijo menor, si abona el arancel, en definitiva, presupone que
un conjunto de contemporáneos-asociados se comprometerán en acciones típicamente
esperables. En la pura relación Nosotros entre asociados, los actores sociales no aprehenden la
singularidad individual de los alter egos en su totalidad, el Otro aparece como un sí- mismo parcial,
captándose de él sólo un fragmento de su personalidad suficiente, sin embargo, para el
entendimiento mutuo:

“Estos no son más que unos pocos ejemplos, pero ordenados según el grado de creciente anonimia
de la relación entre contemporáneos involucrada y, por consiguiente, de la construcción necesaria
para aprehender al Otro y su conducta. Se hace evidente que un aumento en la anonimia supone la
disminución de la plenitud del contenido. Cuanto más anónima es la construcción tipificadora,
tanto más está alejada la singularidad del semejante individual implicado y tanto menores son los
aspectos de su personalidad y pautas de conducta que entran en la tipificación como significativos
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respecto del propósito a mano para el cual ha sido construido el tipo. Si distinguimos entre tipos
personales (subjetivos) y tipos de cursos de acción (objetivos), podemos decir que la creciente
anonimia de la construcción conduce al reemplazo de los primeros por los segundos. En la
anonimia completa, se supone que los individuos son intercambiables, y el tipo de curso de acción
se refiere a la conducta de “cualquiera” que actúe de la manera definida como típica por la
construcción” (Op.cit.p 47)

Pero en las interacciones entre contemporáneos-asociados, no existen solamente procesos de


tipificación de los Otros, la expectativa de que un alter ego (destacado como un sacerdote, por
ejemplo) desarrolle típicamente su rol es paralela a la existencia de expectativas referidas a la
propia conducta de quien interactúa con él, efectivamente, si se entre en relación con un alter ego
es de esperar que en algún grado esa relación se sostenga en tipificaciones bilaterales.
Imaginemos que nuestro actor social consulta atormentado (“auto atormentado”) a un íntimo
amigo porque numerosas veces ha pensado que no quiere a su esposa y que ya no tiene sentido
vivir con ella. Su amigo, luego de intentar contenerlo anímicamente le sugiere: “por qué no vas a
consultar al sacerdote que es tan amigo tuyo como yo”, a lo que nuestro actor responde: “para
qué”, ya sé que me va a contestar, que debo armarme de paciencia, todos los matrimonios pasan
por problemas…y tiene razón”. Esta capacidad que tiene nuestro actor de verse a sí mismo desde
la mirada del Otro, es un claro indicador del proceso que Schütz denomina de “auto tipificación”:
si él ha construido al sacerdote típicamente (en sus motivaciones y en sus conductas) también es
cierto que él mismo se ha auto construido ante él típicamente (en este caso como un marido
ejemplar):

“Cuando construyo al Otro como un sí mismo parcial, como el que desempeña roles o funciones
típicos, el corolario es el proceso de auto tipificación que se produce si yo entro en relación con él.
Yo no estoy implicado en tal relación con mi personalidad total, sino solo con algunas capas de ella.
Al definir el rol del Otro, yo mismo asumo un rol. Al tipificar la conducta del Otro, estoy tipificando
mi propia conducta, que se interrelaciona con la suya, transformándome en pasajero, consumidor,
contribuyente, lector, etc.” (Op.cit. p. 48)

5. Tipos de cursos de acción y tipos personales

Ahora debemos ver cómo el pensamiento de sentido común posibilita la construcción de tipos de
acciones e interacciones sociales. Vamos a explicar cómo tanto las acciones entre conocidos como
entre desconocidos descansan por igual en tipificaciones subyacentes. Como premisa básica
recordemos que los actores comparten una misma estructura de significatividad.

5 .a. Acción, motivo, proyecto

“El término “acción” designará la conducta humana concebida de antemano por el actor, o sea,
una conducta basada en un proyecto preconcebido. El término “acto” designará el resultado de
este proceso en curso, vale decir, la acción cumplida. (…) Toda proyección consiste en anticipar la
conducta futura mediante la imaginación, sin embargo, no es el proceso de la acción en curso sino
el acto que se imagina ya cumplido lo que constituye el punto de partida de toda proyección. Debo
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visualizar el estado de cosas que provocará mi acción futura antes de poder esbozar los pasos
específicos de dicha acción futura de la cual resultará ese estado de cosas. Hablando
metafóricamente, antes de poder esbozar los planos debo tener una idea del edificio por construir
Así, debo situarme imaginariamente en un tiempo futuro, cuando esa acción ya haya sido llevada a
cabo. Sólo entonces podré reconstruir en mi imaginación cada uno de los pasos que habrán
producido ese acto futuro. En la terminología indicada, el proyecto no anticipa la acción futura,
sino el acto futuro, y lo hace en el tiempo futuro perfecto, modo futuri exacti. Esta perspectiva que
es peculiar del proyecto tiene consecuencias bastante importantes”. (Op.Cit. .49)

La mujer de nuestro actor social sabe, aunque él no se lo diga, que su marido se molesta cuando
sale sin él: igual ha decidido ir al cine con unas amigas. Es el acto futuro (ir al cine con unas amigas)
el componente primero de la proyección, pero, para llegar a él, en el medio debe desplegar una
serie de acciones que lo posibiliten.

“Todos los proyectos de mis actos futuros se basan en mi conocimiento a mano en el momento de
la proyección. A este conocimiento pertenece mi experiencia de actos previamente efectuados y
que son típicamente similares al proyecta. Por consiguiente, toda proyección supone una
idealización particular, que Husserl denomina la idealización del “puedo volver a hacerlo”, es decir,
la suposición de que, en circunstancias típicamente similares, puedo actuar de una manera
típicamente similar a aquella en que actué antes para producir un estado de cosas típicamente
similar. Es claro que esta idealización supone una construcción de carácter especial. En términos
estrictos, el conocimiento a mano en el momento de elaborar el proyecto debe diferir del
conocimiento a mano después de haber efectuado el acto proyectado, aunque sólo sea porque “he
envejecido” y las experiencias que tuve mientras llevaba a cabo mi proyecto han modificado por lo
menos mis circunstancias biográficas y ampliado mi acervo de experiencia” (Op.Cit.p.49)

Ella sabe que puede ir al cine, pero no en cualquier momento. Por eso, con dos días de
anticipación comienzan los preparativos. Habla por teléfono con sus amigas para enterarse si es
posible que la acompañen a la primera función para poder estar de vuelta pronto en su hogar para
que a la vuelta de su marido, luego de confesarle su salida, pueda crearse enseguida un clima de
tranquilidad.

Si la encontramos y le preguntamos: “¿para qué actúas así?”, ¿para qué vas a tal función en el cine
que queda más cerca de tu casa?”, tal vez escuchemos: “para ir al cine, pero evitando que mi
marido se enoje”. Según Schütz,

“Aquí “motivo” significa el estado de cosas, el objetivo que se quiere lograr mediante la acción
emprendida. Denominamos a este tipo de motivo el “motivo para”. Desde el punto de vista de
actor, esta clase de motivos se refiere al futuro. El estado de cosas que será creado por la acción
futura, previamente imaginada en su proyecto, es el motivo “para” llevar a cabo la acción”.
(Op.cit.p.50)
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Pero también existe otra clase de motivos que no están en la conciencia de los actores (al menos
en el momento de actuar), pero que los condiciona igualmente. Aunque ella se apena en esos
momentos, a veces tiene recuerdos vagos de todas las cosas que no puede compartir con su
marido porque pueden fastidiarlo. Entonces las oculta: estar mucho tiempo en la peluquería,
como gran parte de sus amigas, ir a un grupo de autoayuda, otras cosas que piensa hacer
directamente no las hace y ni siquiera se las comenta: terminar la carrera universitaria que
interrumpió luego de su casamiento. Pero, hasta ahora, siempre-inevitablemente-desaparece esa
vaga sensación de tristeza, cuando piensa en lo correcto que es su esposo. Entonces se pone
contenta. Según Schütz, podemos decir que también se vio motivada a actuar como lo hizo porque

“…creció en tal o cual ambiente, tuvo tales o cuales experiencias infantiles, etc. Desde el punto de
vista del actor, esta clase de motivos, a los que llamaremos “motivos porque (genuinos), se refiere
a sus experiencias pasadas, que lo han llevado a actuar como lo hizo” (Op.cit.p.50)

Pero para dar cuenta de estos motivos-porque (“objetivos” en tanto condicionamientos que los
exceden), los actores sociales deben dejar de actuar para verse a sí mismos con suficiente
distancia, con la distancia propia de un observador:

“Debemos señalar que el actor que vive en su proceso de actuación tiene en vista únicamente el
motivo “para” de la acción en curso prevista, es decir, el estado de cosas que se proyecta crear.
Sólo volviendo sobre su acto realizado, o a las fases iniciales pasadas de su acción en curso, o al
proyecto antes establecido que prevé el acto modo futuri exacti, puede el actor aprehender
retrospectivamente el motivo “porque” que lo impulsó a hacer lo que hizo o proyectó hacer. Pero
entonces, el actor ya no actúa, es un observador de sí mismo” (Op.cit.p.51)

Para resumir, tengamos en claro que los motivos de las acciones tienen distinta estructura
temporal: los motivos que se relacionan con objetivos precisos a lograr son los denominados
“motivos para” (motivos en tiempo futuro). Por otra parte los motivos que pueden entenderse con
base en los antecedentes, el ambiente o la predisposición psíquica del actor son los motivos
“porque” (motivos en tiempo pasado). Aunque los motivos “porque” permanezcan marginales o
directamente ocultos a la conciencia, tienen gran importancia para explicar ciertos aspectos de las
acciones.

5. b. Interacción social

Ahora debemos reflexionar sobre cómo las interacciones sociales tanto con alteremos que están
presentes, con quienes interactuamos “cara a cara”, como con quienes no lo están (y que, en el
límite pueden sernos absolutamente desconocidos) se asientan por igual en una serie de
construcciones del pensamiento de sentido común. Aunque la calidad de ese conocimiento difiera,
el mismo no se presenta como un problema forma, ya sea que se trate de asociados (en cuyo caso
el conocimiento del Otro es en gran medida “completo”) o contemporáneos (en cuyo caso el
conocimiento será en gran medida anónimo e “incompleto” pero útil en relación al propósito a
mano de los actores-egos). En principio,
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“Toda interacción social se funda en las construcciones ya descriptas, referentes a la comprensión


del Otro y el esquema de acción en general” (Op.cit.p.51)

En el caso de las interacciones con alteremos asociados, es decir, con contemporáneos con
quienes se comparte no sólo el mismo fragmento espacial y temporal, sino también relaciones de
presencia “cara a cara”:

“preveo que él será guiado por los mismos tipos de motivos que en el pasado-según mi acervo de
conocimiento a mano-, nos guiaron a mí y muchos otros en circunstancias típicamente similares.”
(Op.cit.p.51)

Cuando los asociados están inmersos en una relación Nosotros pura:

“el curso de acción del Otro, sus motivos (en la medida en que sean manifiestos) y su persona (en la
medida en que esté implicada en la acción manifiesta) pueden ser compartidos inmediatamente, y
los tipos construidos, que se acaban de describir, mostrarán un grado m uy bajo de anonimia y un
alto grado de complexión” (Op.cit.p.51)

Imaginemos a nuestro actor social que acaba de escuchar el reloj despertador, entre dormido,
debe hacer un esfuerzo para levantarse, parece que se dirige al aire cuando dice: “bueno…”, luego
bosteza y sale de la cama. Su esposa (entre dormida como él) entiende que el “bueno...” está
dirigido hacia ella. Escucha el ruido de la ducha, es su marido quien se está bañando, decide
levantarse. Cuando sale del cuarto de baño la encuentra (como para él es de esperar) planchando
su mejor camisa. Se huela a tostadas y a café. Desayuna él solo. Saludo furtivamente a su espesa y
se retira de la casa, ella vuelve a acostarse. Este sencillo ejemplo cotidiano ya nos muestra que:

“hasta la interacción más simple de la vida común supone una serie de construcciones de sentido
común- en este caso, construcciones de la conducta prevista del Otro, todas ellas basadas en la
idealización de que los motivos “para” del actor se convertirán en motivos “porque” de su asociado
y viceversa. A esto de denominaremos “la idealización de la reciprocidad de motivos. (Op.cit.p.51)

Volviendo al ejemplo: el motivo “para “de nuestro actor (llegar elegante y desayunado a su
trabajo) presupone que la comprensión de ese motivo “para “se convertirá en el motivo “porque”
que ha llevado a su esposa a emprender acciones “para” que llegue en las condiciones deseadas al
trabajo. Nuestro actor presume que decir “bueno…” no es un sonido dirigido al aire, sino una
indicación hecha a su esposa e inmediatamente comprendida por ella, al menos desde que tienen
memoria. Pero ese día no es un día de trabajo cualquiera para nuestro actor, almorzará a las 13.00
hs. Con uno de los más encumbrados funcionarios de la empresa en la que trabaja desde hace más
de 15 años y no le resultad descabellado pensar que se hará merecedor de un importante ascenso
Eligió no comentárselo a su mujer para no crear expectativas desmedidas. Una vez que estuvo en
su auto se dirigió a la peluquería y de allí a un comercio que vende zapatos italianos. Queda claro
ahora cuál es el motivo final de la acción actual, el estado de cosas que desea producir, pero éste
sólo puede lograrse mediante una serie de sub acciones, etapas de la acción total que otorga para
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quien actúa una coherencia y una unidad que es desconocida para los demás inter actuantes
(incluida su esposa):

“solo el actor sabe “cuando comienza y dónde termina su acción" Es decir, por qué habrá sido
efectuada. La dimensión de su proyecto determina la unidad de su acción. Su asociado no tiene
conocimiento del proyecto que precede a la acción del actor ni del contexto de la unidad superior
en la cual se inserta. Conoce solamente ese fragmento de la acción del actor que se hace
manifiesto para él, a saber, el acto efectuado que él observa, o las etapas anteriores de la acción
que sigue en curso” (Op.cit.p.52)

Si más tarde una tercera persona preguntara a la esposa de nuestro actor qué hizo éste a la
mañana, respondería “lo de siempre: levantarse, ducharse, desayunar, esperar a que la ropa de
trabajo está planchada e irse a la oficina”. Nada más que esto se sabe de su proyecto y su contexto
aunque de todas maneras debe considerarse como una acción-unidad autónoma. Para
“comprender” qué se proponía el actor con su acción, la esposa tendría que resaltar el hecho
observado y, a partir de allí, construir el motivo “para” subyacente de su esposo, que lo indujo a
hacer lo que ella observó.

“Ahora está claro que el sentido de una acción difiere inevitablemente a) para el actor, b) para su
asociado, que participa con él en una interacción y por consiguiente comparte con él un conjunto
de significatividades y propósitos, y c) para el observador que no toma parte en tal relación. Este
hecho tiene consecuencias importantes: primero, que en el pensamiento de sentido común sólo
tenemos la posibilidad de comprender la acción del Otro de manera suficiente para nuestro
propósito a mano, segundo, que, para aumentar esta posibilidad, debemos investigar el sentido
que tiene la acción para el actor”. (Op.cit.p.52)

Pero, así como en la relación entre contemporáneos que son asociados, el curso de la acción del
Otro y sus motivos pueden ser interpretados con facilidad en relación con el bajo grado de
anonimia que tiene la interacción, no ocurre lo mismo cuando se construyen cursos de acción y
motivos subyacentes que involucran a una cantidad de actores que son más o menos anónimos:

“al construir cursos de tipos de acción de contemporáneos que no son nuestro asociados,
imputamos a los actores más o menos anónimos un conjunto de motivos supuestamente
invariables que gobiernan sus acciones. Ese conjunto es en sí mismo una construcción de
previsiones típicas con respecto a la conducta del Otro y ha sido investigado con frecuencia en
términos de roles, o funciones sociales, o conducta institucional. En el pensamiento de sentido
común, tal construcción tiene particular importancia para proyectar acciones orientadas según la
conducta de mis contemporáneos (no la de mis asociados).” (Op.cit.p.52)

Imaginemos que un desconocido detiene a nuestro actor en la vía pública y le pregunta si quiere
donar sus órganos una vez fallecido. Al momento de responderle afirmativamente presupone
varias cosas: en principio que la persona con quien está hablando (que él nunca había vista)
pertenece efectivamente al INCUCAI, que su gesto es noble y, por lo tanto, no sólo no está
reñido con sus creencias religiosas, sino que puede inducir a otros semejantes contemporáneos
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(que no conoce) a realizar el mismo gesto. Asimismo, presupone que no sufrirá ninguna
emboscada en la que le saquen los órganos antes de fallecer porque antes presupone que el
equipo médico del INCUCAI (de quienes no tiene noticias concretas) no está involucrado en el
tráfico de órganos, por último presupone algo que lo pone triste: no conocerá la sonrisa del
destinatario de sus órganos. Nuestro actor no ha dejado de presuponer que su acción inducirá a
sus semejantes a efectuar acciones típicas de acuerdo con motivos “para” típicos. También
presupone que las construcciones del tipo de curso de acción de los Otros que ha hecho se
corresponden con su propia auto tipificación: ciudadano y creyente ejemplar que proyecta su
acción de la manera típica en que (supone) sus círculos de amistades católicas (y sobre todo su
amigo el sacerdote) esperan que se comporte un creyente típico:

“tal construcción de pautas de conducta entrelazadas se revela como una construcción de motivos
“para” y “porque” entrelazados que son supuestamente invariables. Cuando más
institucionalizada o estandarizada se halla tal pauta de conducta, es decir, cuanto más tipificada
está de una manera socialmente aprobada por leyes, reglas, regulaciones, costumbres, hábitos,
etc., tanto mayor es la probabilidad de que mi propia conducta auto tipificadora produzca el
estado de cosas al que apunta” (Op.cit.p.54)

5. c. El observador

Captar el sentido que los actores imprimen a sus acciones implica detenerse en los cursos externos
de las mismas para, a partir de allí, indagar sobre los motivos que las sostienen, lo cual equivale a
afirmar que los signos externos, visibles, de una acción no la explican en su totalidad y, en
ocasiones, no la explican en absoluto. Imaginemos a nuestro actor social en un transporte público
(ese día el auto había quedado en el taller mecánico). Se dirige a su trabajo. Su humor está pésimo
a pesar de que había logrado sentarse en el colectivo: los adoquines o los pozos de las calles
pavimentadas le impiden leer el diario. Resignado, mira distraídamente a los pasajeros y al cabo
de un momento llega a creer que dos de ellos están confabulando contra él. Se miran. Lo miran. El
que está sentado a su lado (quien a intervalos similares lo mira girando apenas el cuello), y otro
que está parado muy cerca de él, de gesto grave, que fija sus ojos tanto en uno como en otro.
Ambos contraen rápidamente el ojo derecho. Cree que el que está sentado a su lado esboza una
sonrisa maquiavélica, parece buscar en la mirada del otro la confirmación de algo. Casi no lo duda:
intentará robarle su maletín, está a punto de terminar el asunto gritando al chofer que se dirija a
una comisaría. Sin embargo, en un momento el hombre que no sonreía cuando lo miraba baja del
colectivo y de improviso el que levemente sonreía (aunque no a él) deja de contraer rápidamente
el ojo derecho, de sonreír y de dirigirle una mirada esquiva.

Nuestro actor social no es sociólogo, no pudo detenerse a reflexionar sobre qué quería decir esas
contracciones rápidas de los ojos derechos: externamente (físicamente) ambos hombres hacían lo
mismo, pero mientras uno voluntariamente hacía un “guiño” con determinado motivo “para”, el
otro involuntariamente padecía un tic nervioso. Vale decir que uno de ellos ni siquiera realizó una
acción social en los términos en que la venimos definiendo, con lo cual queda descartado que a
alguna de esas contracciones subyaciera un motivo. Pero nuestro actor social hizo pasar un tic por
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un guiño, y este guiño con un particular motivo “para“(robar), motivo que aparentemente creó
sólo su imaginación. Imaginemos ahora que es un sociólogo quien está en el colecto en vez de
nuestro actor social: ¿Cómo puede hacer para lograr distinguir un tic de un guiño, y un guiño de
otro guiño?:

“en todas circunstancias, lo accesible a su observación son solamente los fragmentos manifiestos
de las acciones de ambos (…) Para comprenderlos, el observador tiene que valerse de su
conocimiento de pautas típicamente similares de interacción en encuadres situacionales
típicamente similares, y tiene que construir los motivos de los actores a partir de ese fragmento del
curso de acción que está abierto a su observación. Que el observador pueda, en la vida cotidiana,
captar el sentido subjetivo de los actos del actor es una mera probabilidad –aunque esta
probabilidad aumenta con el grado de anonimia y estandarización de la conducta observada”
(Op.cit.p.54)

El conocimiento de esas pautas típicas de interacción no lo puede obtener de inmediato, necesita


involucrarse en los entramados de significación del grupo social a investigar para poder conocer
los motivos que subyacen a unas acciones que pueden presentar el mismo curso externo. Con esto
queremos significar que los hombres de ciencias sociales no trabajan con hechos brutos y objetos
inertes: trabajan sobre objetos mentales, es decir, con las construcciones de sentido de otros
hombres que no son científicos y con los cuales no interactúa. Por no ser partícipe de la
interacción, sino investigador sus construcciones

“difieren (…) de las que utilizan los participantes en la interacción, aunque sólo sea por el hecho de
que el propósito del observador es diferente del propósito de los inter actuantes, por lo cual
difieren también los sistemas de significatividades asignados a tales propósitos” (Op.cit.p.54)

Constatar que ambas personas contraían rápidamente los ojos derechos es apenas el punto de
partida de la indagación sociológica ya que “el observador no participa en los complicados reflejos
especulares que en la pauta de interacción entre contemporáneos permiten que los motivos
“para” del actor se hagan comprensibles para el asociado como sus propios motivos “porque” y
viceversa. Precisamente este hecho constituye el llamado “desinterés” o “distanciamiento del
observador”. Es que el sociólogo no comparte la pauta cultural del grupo a investigar:

“Esta pauta cultural, como todo fenómeno del mundo social, presenta un aspecto diferente para el
sociólogo y para el hombre que actúa y piensa dentro de él. El sociólogo (como sociólogo y no
como un hombre entre sus semejantes, cosa que sigue siendo en su vida privada) es un observador
científico desinteresado del mundo social. Es “desinteresado” en cuanto se abstienen
intencionalmente de participar en la red de planes, relaciones entre medios y fines, motivos y
posibilidades, esperanzas y temores, que utiliza el actor situado dentro de él, como hombre de
ciencia procura observar, describir y clasificar el mundo social con la mayor claridad posible, en
términos bien ordenados de acuerdo con los ideales científicos de coherencia, consistencia y
consecuencia analítica. El actor situado dentro del mundo social, en cambio, lo experimenta
principalmente como un campo de sus actos actuales y posibles, y sólo en forma secundaria como
objeto de pensamiento. En la medida en que le interesa el conocimiento de su mundo social,
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organiza este conocimiento, no es términos de un sistema científico, sino de la significatividad para


sus acciones.” (Op.cit.p.96)

Al menos en el inicio de su labor, el sociólogo se asemeja a un extranjero que, recién llegado a un


país desconocido, tal vez pueda traducir a su idioma de origen las palabras que escucha pero,
como buen recién llegado, poco podrá entender sobre lo que esas palabras han querido decir.

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