Casos Semana 6
Casos Semana 6
Casos Semana 6
Cómo debe actuar un director de proyecto ante una previsión de falta de calidad por
parte de quien construye.
Contecsa, era una compañía del sector siderúrgico de Girona que fabricaba mallas
electrosoldadas para el sector de la construcción y decidió implantarse en la provincia
de Sevilla, al socaire del impulso inversor en la obra pública, que se inició con la
preparación de la Exposición Universal de 1992. El esquema de recursos técnicos que
se definió para llevar a cabo el proyecto fue el siguiente: la dirección general de
Contecsa encargó a Luis Entenza, joven y brillante ingeniero y MBA por el IESE, la
coordinación y las funciones de gestor del proyecto. Se pretendía, con ello, que se
iniciara en las labores de gestión de forma práctica, a la vez que actuaba para
controlarlos. La ingeniería fue adjudicada a Omnia Consulting, compañía especializada
en temas siderúrgicos.
A la hora de la negociación de los recursos técnicos que la ingeniería debía
suministrar para el control de la ejecución de las obras, el director de Omnia propuso
el traslado, de forma permanente, de uno de sus técnicos especialistas en control a
Sevilla. Ello comportaba un coste de 5.800 €/mes para Contecsa. La propuesta fue
rechazada. El director general de Contecsa argumentó que estando como iba a estar
Luis dedicado a tiempo completo al asunto, se hallaría prácticamente de forma
constante en las obras. Su inexperiencia podría venir compensada por visitas
periódicas de algún ingeniero de Omnia a las obras y por las instrucciones que éste le
dejase para saber cómo actuar en cada momento.
Luis, las veces que iba a las obras, se pasaba el tiempo yendo y viniendo a un
restaurante próximo a ellas para telefonear a Omnia y pedir consejo de cómo y qué
decidir. Su interlocutor ordinario era Carlos Saldana, el ingeniero, también joven, a
quien Pedro Olea había encomendado el proyecto y que iba las dos veces previstas al
mes a Sevilla. De todas formas, con mucha frecuencia, Luis hablaba con el propio
Pedro a quien solía consultar los problemas más complicados aunque los hubiera
tratado con Carlos con anterioridad, como era lo previsto.
Un día que habían quedado en las obras Pedro y Luis, éste no acudió: tuvo un
accidente conduciendo su propio coche mientras iba a visitar a un fabricante de
cubiertas y murió en el acto. La conmoción en el equipo fue dramática. Resultará difícil
que las personas
que lo conocieron puedan olvidarle, a él y a la que forma en que fue cortada una vida
con tanta fuerza y con tan prometedor futuro.
Una semana del mes de mayo, llegaron a las obras Fernando y Carlos y se
encontraron que uno de los camiones del contratista estaba pisando con sus ruedas la
tierra que se estaba vertiendo sobre una zanja de unos 100 m de largo y sobre la que
se había colocado, con anterioridad, un tubo de desagüe. La zanja tenía un ancho de
1,5 a 2,5 m y una profundidad de entre 1 y 5 m y estaba situada próxima al talud de
tierras que les separaba del vecino, cuyo terreno estaba unos 4 m más bajo.
Ambos dijeron al contratista que esa no era manera de compactar las tierras. Que
debería hacerlo con un rodillo compactador y no con las ruedas de los camiones. El
contratista, hombre que superaba con creces la edad de Fernando y Carlos, respondió
que él se había comprometido a entregar una determinada calidad al final de los
trabajos y que era de su responsabilidad la forma en que debía acometerlos: “nadie
podía darle lecciones de cómo tenía que hacer las cosas. Él respondería por todo” (se
sentía herido en su amor propio). Fernando y Carlos asintieron y le emplazaron a esa
responsabilidad.
Terminó el contratista de verter y “compactar” todas las tierras, tanto las que estaban
sobre la zanja del desagüe como las del área que la rodeaba ya que toda ella estaba
destinada a almacén del producto final (mallas electrosoldadas de redondo de acero).
Posteriormente inició la pavimentación.
Quince días después, el gerente de la fábrica llamó urgentemente a Pedro Olea: toda
el área de más de 100 m a lo largo del talud se había hundido. La tierra había fluido y
gran parte del talud se había desplazado. La zona que estaba más hundida era
precisamente donde había habido la zanja.
Los hechos que sucedieron a continuación eran los esperables: el contratista echó la
culpa de todo a la ingeniería y al gestor. La ingeniería y el gestor, al contratista... y el
cliente acabó harto de llamadas telefónicas y de las presiones de toda índole a que el
contratista le estaba sometiendo para intentar recuperar algo de lo que había invertido.
Intervinieron peritos, abogados, compañías de seguros... Y al final, el contratista no
llevó el caso a los tribunales y tampoco recuperó ni un céntimo. El silencio por parte de
todos resultó ser el fin de la historia, que parece haber quedado resuelta a
complacencia de la ingeniería y el cliente.
CASO N° 2: ICISA
Como esto último no era admitido por la constructora, ésta envió una carta al gestor de
la obra y representante de la propiedad denunciando que el cálculo de las vigas
estaba mal hecho y que de hacerlo tal como decían los planos había peligro de
colapso del edificio.
La carta provocó una reunión de todas las partes implicadas a la que asistió
personalmente el presidente de ICISA. En su intervención, Marcelo Contreras hizo un
alegato duro y radical sobre la bondad del proyecto de ICISA, diciendo que se estaba
intentando dañar el buen nombre de su empresa al descalificar los cálculos con
aquella carta y que era una conducta incalificable que no estaba dispuesto a admitir
bajo ningún concepto. Su honor y profesionalidad estaban por encima de todo.
La reunión se puso muy tensa así que, llegado un determinado momento, el gestor del
proyecto propuso una reunión de los expertos de ambas compañías para que
dilucidaran dónde estaba la verdad.
El plano que llegó, con el diseño de la última solución, era exactamente igual al de la
empresa constructora.
Para el control del diseño del Museo de Arte Moderno de la ciudad de Miers, los
técnicos de la ingeniería Sistemas de Ingeniería S.A., y dentro del análisis de los
cálculos de la estructura de la cubierta, procedieron a revisar una de las vigas de
hormigón. Eran piezas de gran canto de entre 1 y 2,5 m de altura e iban apoyadas por
pilares, también de hormigón, con luces variables que podían llegar a los 25 m Se
eligió una de las más comprometidas, revisándose a fondo punto por punto: hipótesis,
cálculos, memoria, especificaciones, mediciones, planos, …
Con su detallado análisis se pudo comprobar la bondad del trabajo realizado por el
prestigioso arquitecto responsable del proyecto, Francisco Trías de Wurtz, que a su
vez había delegado el cálculo de la estructura de la cubierta en una ingeniería local. A
partir de ahí, se comprobó, de forma general, si el resto de las vigas mostraban
resultados comparables. Como así fue, se dio por bueno el conjunto de esa parte del
proyecto.
El concurso fue ganado por Procesos de Construcción S.A., empresa líder en el sector
con una facturación que rondaba los 2.500 M euros anuales.
Tres semanas antes de que debiera iniciarse el izado de las grandes vigas de cubierta,
la constructora anunció que había repasado el proyecto de todas ellas sin excepción y
había detectado que había cuatro a las que les faltaba hierro para armar. Ninguna de
ellas coincidía con las testadas por la GPU. Pidió un incremento de precio de 125.000
euros y aprovechó la oportunidad para solicitar al ayuntamiento un plus económico de
32.000 euros por recalcular las vigas.
CASO N° 4: AISA
- Este febrero pasado, nos reunimos en la Cámara de Contratistas los que trabajamos
habitualmente para AISA y de un total de 550 M euros de facturación en las obras que
entre todos hicimos el año último, nuestras empresas han arrojado unas pérdidas
acumuladas de 82 M euros. Y no ha sido un problema puntual de dos o tres. El hecho
es general. Algo está pasando. El consejero de obras públicas ya es consciente del
tema y espero que se encuentre pronto una solución o seguirán cayendo empresas.
Quien así hablaba era Juan Antonio Mira, consejero delegado de Obras y
Construcciones Civiles, S.L. Se le veía visiblemente disgustado por la situación. Me lo
comentaba mientras tomábamos un café en un final de verano de 1997.
AISA era una empresa privada de capital público, 100% propiedad del gobierno
autónomo que había recogido una excelente fama por gestionar de forma eficiente
todos los proyectos que se le encargaban desde el propio gobierno. De hecho, era
público el éxito en la consecución de uno de los objetivos más difíciles de alcanzar por
organismos públicos: sus presupuestos no sufrían desviaciones más allá del 2 ó 3%,
cuando las normales eran del 10 o 15%. Además, su capacidad de endeudamiento y
su mayor libertad de gestión la hacía apta para acometer proyectos que el propio
gobierno tenía problemas para llevar a cabo con la rapidez necesaria. AISA era, con
todo ello, un modelo para el resto de las autonomías del Estado.
- ¿Pero cuál crees que es el problema? –le pregunté-. Por lo que yo sé, estáis
haciendo bajas muy considerables en los concursos. Si bajáis los precios un 20 o un
30%, no me extraña que perdáis dinero.
- Y hasta un 45% se ha bajado alguna vez -me respondió Juan Antonio-. Pero es que,
si no bajamos el precio, no trabajamos...
- Desde luego -le comenté yo-. Y además, si un proyectista dice que una carretera
cuesta 25 M euros, no parece lógico que un contratista asegure que la puede hacer
por 13 M. O el proyectista no sabe lo que proyecta, o el contratista quiere engañar a
alguien.
- Sí. Durante las obras hay muchos cambios, pero en los pliegos se dice que nos
hacemos cargo de todos los cambios, así que no podemos reclamar.
- No lo entiendo –le dije-, ¿cómo podéis admitir haceros cargo a priori de algo que
desconocéis?
- Pues, volver a bajar los precios -me respondió-: tenemos que trabajar -terminó
sentenciando.
En el momento del concurso sólo había una empresa que tenía la contrata para toda la
ciudad. Era una gran compañía -de las mayores del país. Tenía un gran potencial
tecnológico y financiero. Eso quiere decir que de cumplirse la estrategia
supuestamente
acordada, se iba a quedar sin una buena parte del pastel.
La decisión del ayuntamiento no pareció que había seguido la estrategia anterior:
volvió a contratar a la empresa que ya lo hacía a excepción de una de las zonas, que
encargó a una de las nuevas que había entrado en liza con el apoyo tecnológico de un
grupo francés y el financiero de una de las mayores entidades bancarias del país. La
estrategia seguida parece que iba en la línea de dejar la limpieza de la ciudad en
manos de un gran grupo financiero y tecnológico que asegurara que se dispondría de
los mejores medios para conseguir una gran calidad en su trabajo. Se dejaba al
margen la teoría de la competitividad.
Sin embargo, no se fue contratando cada paquete aisladamente, sino que se esperó a
enero de 1999 para contratarlos todos a la vez a diferentes contratistas. Se había
dilatado el tiempo de inicio cinco meses más.
La estrategia de contratación llevó por tanto a disponer, ya desde el principio, de un
mínimo de seis contratistas diferentes que empezaron más o menos al mismo tiempo,
y con unos proyectos más definidos que en un SAC, lo que se supuso que sería mejor.
Las preguntas que habría que hacerse en ese momento podrían ser las siguientes:
- ¿Había sido mejor o peor para el cumplimiento del plazo o la calidad esperar cinco
meses el inicio de las obras por partes?
- ¿Había sido peor o mejor contratar a seis contratistas en lugar de solo uno, dos o
tres, por ejemplo, para el mejor cumplimiento de la calidad, el plazo o el coste?
- ¿Había sido mejor o peor para el cumplimiento del objetivo del coste, esperar cinco
meses el inicio de las obras para contratarlas todas juntas?
- ¿Había sido mejor o peor para el cumplimiento del plazo y la calidad el empezar
todos a la vez?
Todo hay que decirlo: tanto el acabar en la primavera como en el otoño- invierno del
2000 seguía siendo un récord mundial en la construcción de parques temáticos; sin
embargo, la propiedad alentada por la GPU seguía apostando por sus objetivos
iniciales.