Articulo Sin Derecho de Admision

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Sin derecho de admisión.

El sistema de partidos en México y la


representación política.

Artículo publicado en la revista Elector.com órgano oficial de difusión del Instituto


Electoral de Michoacán, Año 4, número 7 – 8, enero – diciembre de 2020. Pp. 144 y ss.
https://www.iem.org.mx/documentos/publicaciones/revistas/Revistas/Elector/Archivos/R
evista%20Digital%20Elector%20Nmero%2007-08.pdf

El amor tiene fácil la entrada y difícil la salida


Lope de Vega

Resumen

Los partidos políticos son fundamentales para representar a los ciudadanos y darle
gobernabilidad al sistema político, en este artículo se reflexiona sobre la existencia nuevos
partidos políticos como un medio para tener una democracia en que las diferentes visiones
de la sociedad estén mejor representadas y por tanto el sistema político sea más estable y
funcional.

Palabras clave: partidos políticos, democracia, representación, gobernabilidad, clivajes.


Recientemente concluyó el proceso de registro de nuevos partidos políticos ante el
INE -pasando por la Sala Superior del Tribunal Electoral – y es oportuno preguntarnos sobre
nuestro sistema de partidos políticos desde la perspectiva de su renovación y ampliación,
es decir una reflexión sobre el surgimiento de nuevos partidos.

Para empezar, establezcamos que un partido político es una organización de


ciudadanos que busca en forma permanente acceder al poder público defendiendo un
programa, mediante la participación en procesos electorales, y que el factor determinante
es que le sea reconocido ese carácter por la autoridad electoral. Esto último no está a
discusión en este texto, partidos son los que tienen registro, tampoco abordaremos el
programa de cada uno de ellos, porque la intención es quedarnos en la categoría de analizar
el sistema como conjunto, y derivado de ello nuestra preocupación primordial: que el
sistema de partidos sea representativo de los ciudadanos, como un elemento indispensable
para que el sistema político en su conjunto tenga legitimidad. Que un partido sea o no
representativo es una cuestión de votos que se resuelve elección tras elección, y no supone
un problema para el sistema, sino parte de su normal funcionamiento; el problema es
cuando el sistema en su conjunto pierde significativamente la capacidad de representar las
ideas políticas de los ciudadanos y eso le transmite una baja legitimidad al sistema político
reduciendo la gobernabilidad.

Contrario a la importancia que otorgamos a los partidos en el párrafo precedente,


podemos decir que, en la opinión pública estas entidades no pasan por su mejor momento.
La confianza del ciudadano en los partidos políticos es la más baja entre las instituciones
públicas que normalmente se miden en encuestas, en México y en muchos países. Lo
anterior, presupone un rechazo a la formación de más organizaciones del tipo, con
independencia de su programa o los personajes que las promuevan, y en el caso mexicano
se suma la percepción de que estas organizaciones son onerosas para el erario público y
que un mayor número de partidos hará más costoso aún el sistema de partidos (aunque
esto último no sea verdad, pues el sistema es de suma cero, lo que uno gana lo pierde otro).
Hasta 1977, en que los partidos de izquierda estaban proscritos y no existía la
representación proporcional, el PRI fue absolutamente dominante de la vida pública y la
legalización de los partidos de izquierda y la creación de la representación proporcional
obedeció al reconocimiento de que el sistema de partidos afectaba la gobernabilidad del
sistema político; tras la elección de 1988 las reformas para mejorar la competencia y
legalidad del sistema electoral fortalecieron el sistema de partidos con creciente
financiamiento público, participación en el Poder Legislativo y alternancia en estados y
municipios; la elección de 1997 abrió la etapa del legislativo sin mayoría y de un sistema
plural con tres partidos dominantes que llegó a su fin en la elección de 2018, en que un
partido emergente ganó la Presidencia de la República y la mayoría del Congreso por
primera vez en 21 años.

Es a partir de la victoria de Morena, y el nuevo equilibrio de fuerzas en el sistema de


partidos que se plantea esta pregunta sobre la calidad de la representación y su
contribución a la gobernabilidad. Es muy pronto para formular conclusiones, pues apenas
comienza el primer proceso electoral federal posterior a estos eventos, pero la competencia
electoral se perfila en dos grandes bloques de partidos, los que apoyan al Presidente de la
República, liderados claramente por Morena seguido del Partido del Trabajo, el Verde,
Encuentro Social que renace como Encuentro Solidario y los que recién adquirieron su
registro como Redes Sociales Progresistas y Fuerza Social, y por otro lado los partidos que
integran la oposición, pero no siempre una alianza formal en lo electoral ni en lo
parlamentario que son el PAN, el PRI, el PRD y MC, mostrando el PAN una mayor fortaleza
nacional, pero encontrando dificultades para consolidarse y con un PRI capaz de mantener
su hegemonía en algunas entidades.

Antes de continuar hagamos una breve reflexión ¿a quién sirve que haya más
partidos? La respuesta es, a quién no se siente debidamente representado, y que puede
estar fuera del sistema de partidos o inconforme al interior de uno de ellos. La competencia
política se procesa dentro de los partidos y entre los partidos. Hasta ahora en México, los
partidos políticos nuevos son transiciones de la competencia intrapartidista a competencia
interpartidista y no proyectos políticos de ciudadanos, que habiéndose mantenido ajenos a
la política, deciden abordarla a través de una organización completamente nueva. El caso
de los tres institutos políticos que alcanzaron registro, e incluso el de México Libre, que es
el que se quedó más cerca de obtenerlo, es de disidentes de dirigencias partidistas que
buscan competir contra ellas en la boleta y ya no en el seno de la organización partidaria.

Y, ¿qué tipo de competencia es mejor? La competencia intrapartidaria, si es justa


para los participantes y ocurre dentro de cierta legalidad, permite una agrupación más
rápida y eficaz de los intereses que representa un partido. Sin embargo, especialmente
cuando la democracia al interior de un partido es de baja calidad, la competencia llevada al
terreno interpartidista permite institucionalizar, publicitar y legitimar las diferencias entre
los actores. Digamos que el nivel de conflicto y la calidad de las reglas explican el tipo de
competencia y mientras más se ajuste ésta a la realidad, la estabilidad del sistema político
será mayor.

Después de esta acotación continuemos con la idea principal, ¿Qué tan


representativo es el sistema de partidos de la sociedad mexicana? Esto implica analizar qué
tanto están reflejadas en este las grandes divisiones o clivajes (Lipset & Rokkan, 1967) que
existen en las sociedades modernas occidentales: economía (estatismo - libre mercado ),
política (cambio – continuidad), región (periferia – centro) y religión (conservadurismo –
progresismo).
En México las grandes rupturas o divisiones sociales se mantuvieron contenidas por
el PRI hegemónico hasta los años 80 del siglo pasado. Los cambios económicos iniciados en
ese tiempo, son una ruptura que llega hasta nuestros días y que se expresaron en un eje
derecha – izquierda, que dividió al PRI, conservando las siglas el grupo más a la derecha del
espectro y que se alió al PAN, y mientras que los militantes ubicados más a la izquierda
emigraron primero al PRD y luego a Morena. Pero los demás debates no están claramente
resueltos en el espectro partidista, a diferencia de los años noventa en que los partidos
estaban claramente alineados entre cambio político (PAN/PRD) y continuidad – estabilidad
del sistema político (PRI), ese eje no está resuelto actualmente, principalmente porque los
referentes de cambio - continuidad, ya no están claramente alineados con las ideas de
democratización – autoritarismo del pasado. Tampoco las disputas centralismo –
federalismo que han aflorado con enorme fuerza en estos días o los conflictos entre
conservadurismo – liberalización que tienen su mayor exponente en el movimiento de las
mujeres, están expresadas con claridad en el sistema de partidos.

Dicho esto, es evidente que en México los partidos no están alineados claramente a
estos clivajes típicos de la teoría política y han oscilado de acuerdo con las coyunturas
políticas. Tampoco hay partidos de nicho o de minoría que reivindiquen causas puntuales,
y aunque existen decenas de partidos locales, ninguno de ellos tiene una agenda separatista
o al menos regionalista, lo que los coloca como competidores en desventaja de los partidos
nacionales.

Y con esto aunado a que los partidos no satisfacen a los electores y que las nuevas
formaciones son desprendimiento de las existentes, nos podemos preguntar ¿por qué no
surgen otros partidos políticos? O en su defecto ¿por qué no vemos más candidatos
independientes?

La respuesta no es sencilla. Por una parte, tenemos que el segmento de la sociedad


que pudiera no sentirse debidamente representado no encuentra incentivos lo
suficientemente fuertes para participar; por otra, hay que reconocer que el procedimiento
para crear un nuevo partido, es complejo y formalista y sumamente estricto como prueba
el fracaso de decenas de organizaciones que se embarcaron en la empresa, mucho más para
ciudadanos sin experiencia en la difícil gestión electoral en que se han atrincherado las élites
políticas. Ni que decir de la dificultad de competir mediante las candidaturas
independientes.
Entre los principales obstáculos para la formación de nuevos partidos están que la
ventana temporal es solo cada seis años, sin que nada impida que fuera cada tres, más que
la voluntad de restringir el acceso de nuevos actores. Por otro lado, más que el número de
participantes o su distribución geográfica, el asambleísmo como único camino de
manifestación de la voluntad y el formalismo de la militancia partidaria, sujeta a la
supervisión acuciosa de la autoridad electoral dificultan el proceso y hacen nugatorio el
derecho para muchos ciudadanos.

Se dice que se debe limitar el número de partidos políticos para evitar que se
atomice la representación y para impedir que cualquiera acceda a las prerrogativas que
gozan los partidos sin derecho a ello, así como impedir que grupos de presión o peor, el
crimen organizados infiltre el sistema de partidos. Estos argumentos gozan de simpatía,
principalmente entre quienes ya forman parte del sistema de partidos y se hayan
razonablemente bien representados, pero justo por eso vale la pena preguntarse algunas
cosas.

La dispersión mayor o menor del voto, ¿no debiera ser una decisión de los electores
en la boleta? ¿Le corresponde a las reglas del sistema acotar mediante obstáculos
procedimentales el número de partidos?

El ejercicio de prerrogativas por los partidos, ¿no son estas un conjunto de privilegios
que despiertan la indignación de los ciudadanos? ¿no sería mejor limitar las prerrogativas
en sí, que impedir que crezca el número de sus beneficiarios? Lo cual además no haría más
oneroso el sistema como ya hemos dicho, sino que distribuiría los mismos recursos entre
más actores.

Y si bien impedir la infiltración del crimen organizado es incuestionable, ¿es


efectivo? ¿es la ruta más popular entre los criminales formar partidos o mejor tratan de
cooptar a los funcionarios en ejercicio, incluso a los que no son electos? Y respecto de los
grupos de presión ¿es ilegítimo que un grupo quiera formalizarse, convertir sus demandas
en plataforma electoral y someterse al escrutinio público y a las urnas?

Estos cuestionamientos no tienen una respuesta fácil, y no pretendo darla, sino


evidenciar que existe una duda razonable contra los argumentos que se esgrimen para
mantener un sistema de partidos fundamentalmente cerrado, como un club, al que es difícil
acceder pero que una vez perteneciendo a él, se obtienen enormes prerrogativas que se
pueden mantener con relativa facilidad y utilizando recursos públicos para ello. Aquí una de
las principales contradicciones de nuestro sistema electoral: los partidos políticos, su
existencia y permanencia es de interés público, formarlos y renovarlos no lo es, y todo el
aparato político electoral funciona con esa lógica, y aun así, cuestionamos que no haya
partidos nuevos.

Una reforma que invierta la lógica del sistema de partidos, haciéndolo de fácil
acceso, de pocos privilegios y alta exigencia es poco probable, porque quienes tendrían que
hacerla se benefician del sistema actual, sin embargo, la coyuntura política presente, en
que tenemos un partido dominante en el gobierno que enfrenta a una oposición
fragmentada y entre la que subyacen divisiones legítimas, puede generar cambios. Un
momento determinante será la elección intermedia del próximo año, en que veremos si
esta tendencia se consolida o se modifica. Finalmente recordemos que los grandes cambios
políticos siempre se han visto reflejados en el sistema de partidos, y este no será la
excepción, habrá que estar vigilantes de que nos lleven a un sistema más representativo,
democrático y de menores privilegios para la clase política. Un sistema de partidos que
fuera como dice Lope de Vega que es el amor, que tiene fácil la entrada y difícil la salida.
Referencias

• Seymour Martin Lipset & Stein Rokkan, Party Systems and Voter Alignements, Free
Press, 1967.

Sobre el autor

José Antonio Plaza Urbina.


Licenciado en Derecho por la Universidad Vasco de Quiroga y Maestro en Gestión Pública Aplicada
por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Ha cursado estudios de
especialidad en Seguridad Nacional en la Universidad de Texas en El Paso y en Estudios de las
Ciudades del Siglo XXI en El Colegio de la Frontera Norte y el diplomado de Análisis Político
Estratégico de la Universidad Iberoamericana.

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