Conflicto Filioque

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CONFLICTO FILIOQUE

El Credo de Constantinopla (381) afirmó la fe de la Iglesia en la divinidad del Espíritu Santo


diciendo: “Y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede (ekporeuetai) del Padre, que
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas”.

No existe información clara del proceso por el que el Filioque fue introducido en el Credo de 381
en el Occidente cristiano antes del siglo VI. La idea de que el Espíritu “procede del Padre por el
Hijo” es afirmada por numerosos teólogos latinos de los tiempos anteriores, como parte de su
insistencia en la unidad ordenada de todas las tres personas dentro el único Misterio divino.
Tertuliano, que escribe a comienzos del siglo III, subraya que el Padre, Hijo y Espíritu Santo
participan de una sola sustancia, cualidad y poder divinas, que concibe como brotando del Padre y
trasmitidas por el Hijo al Espíritu. Hilario de Poitiers, a mediados del siglo IV, en una obra
semejante habla del Espíritu simplemente como “procediendo del Padre” (De Trinitate 12, 56) y
“teniendo al Padre y al Hijo como su fuente”; en otro pasaje, Hilario apunta a Juan 16, 15 (donde
Jesús dice: “Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso he dicho, recibirá de lo mío y os lo explicará
a vosotros”), y se pregunta en voz alta si “recibir del Hijo es lo mismo que proceder del Padre”.
Ambrosio de Milán, escribiendo en los años 380, afirma abiertamente que el Espíritu “procede del
(procedit a) Padre y del Hijo”, sin ser separado jamás el uno del otro (Sobre el Espíritu
Santo 1.11.20). Ninguno de estos escritores, no obstante, hace del modo de origen del Espíritu
objeto de especial reflexión; todos están más bien interesados en subrayar la igualdad de status
de todas las tres personas divinas como Dios, y todos reconocen que solo el Padre es la fuente del
ser eterno de Dios.

El más temprano uso del lenguaje del Filioque en el contexto del credo está en la profesión de fe
formulada por el rey visigodo Recaredo en el concilio local de Toledo en 589. Este concilio regional
anatematizó a aquellos que no aceptaron los decretos de los cuatro concilios ecuménicos
anteriores, así como a aquellos que no confesaban que el Espíritu Santo procede del Padre y del
Hijo. Parece que los obispos hispanos y el Rey Recaredo creyeron en ese momento que el
equivalente griego del Filioque formaba parte del credo original de Constantinopla y
aparentemente entendieron que su presupuesto se oponía al Arrianismo al afirmar la íntima
relación del Padre y del Hijo.

Para el siglo VII, tres factores relacionados pueden haber contribuido a la tendencia creciente a
incluir el Filioque en el Credo de 381 en Occidente, y a la creencia de algunos occidentales de que
éste formaba parte, de hecho, del Credo original. Primero, una fuerte corriente en la tradición
patrística de occidente, recapitulada en las obras de Agustín (354-430), hablaba de la procedencia
del Espíritu del Padre y del Hijo. Sin embargo, y de una significación particular para la posterior
teología occidental, estaba el llamado Credo de Atanasio (Quicumque). Aunque para los
occidentales, había sido compuesto por Atanasio de Alejandría, este Credo probablemente se
originó en la Galia en torno al año 500 y es citado por Cesáreo de Arlés (+ 542). Este texto era
desconocido en Oriente, pero tuvo una gran influencia en Occidente hasta los tiempos modernos.
Apoyándose firmemente en el tratado de Agustín sobre la Trinidad, afirmaba claramente que el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. La influencia de este Credo indudablemente apoyaba
el uso del Filioque en la versión latina del Credo de Constantinopla en Europa occidental, al menos
desde el siglo VI en adelante.

Carlomagno buscó la aprobación del papa León del uso del Credo con el Filioque. (Mansi 14.23-
76). En Roma en 810 tuvo lugar un encuentro entre el papa y una delegación del concilio de
Carlomagno. Aunque León III afirmó la ortodoxia del término Filioque, y aprobó su uso en la
catequesis y en la profesión personal de fe, explícitamente desaprobó su inclusión en el texto del
Credo de 381, dado que los Padres de ese concilio –que estuvieron, señala él, no menos inspirados
por el Espíritu Santo que los obispos que se habían reunido en Aquisgrán- decidieron no incluirlo.
El papa León estipuló que el uso del Credo en la celebración de la Eucaristía era permisible, pero
no exigible. los carolingios, sin embargo, siguieron usando el Credo con el Filioque durante la
Eucaristía en sus propias diócesis.

Los bizantinos entendían poco de los diferentes elementos relativos al Filioque que iban
desarrollándose en Occidente entre los siglos VI y IX. La comunicación cada vez peor, y sus propias
luchas con el monotelismo, los iconoclastas y el surgimiento de Islam dejaron poco tiempo para
seguir de cerca los desarrollos teológicos en Occidente. No obstante, su interés por el Filioque se
hizo más pronunciado a mediados del siglo IX, cuando se mezcló con disputas jurisdiccionales
entre Roma y Constantinopla, así como con las actividades de los misioneros francos en Bulgaria.
Cuando los misioneros bizantinos fueron expulsados de Bulgaria por el Rey Boris, bajo influencia
occidental, volvieron a Constantinopla e informaron sobre las prácticas occidentales, incluyendo el
uso del Credo con el Filioque. El patriarca Focio de Constantinopla, en 867, dirigió una encíclica en
términos muy enfáticos a los otros patriarcas orientales, comentándoles la crisis política y
eclesiástica en Bulgaria así como las tensiones entre Constantinopla y Roma. En esta carta, Focio
denunciaba a los misioneros occidentales en Bulgaria y criticaba las prácticas litúrgicas
occidentales.

De forma más señalada, el patriarca Focio llamó a la adicción del Filioque en Occidente una
blasfemia, y presentó un argumento teológico de gran sustancia contra la visión de la Trinidad que
él creía que representaba. La oposición de Focio hacia el Filioque se basaba en SU visión de que
esto significa dos causas en la Trinidad, lo que disminuye la monarquía del Padre. Así, el Filioque le
parecía que sustraía algo del carácter distintivo de cada persona de la Trinidad, y confundía sus
relaciones, portando paradójicamente en sí mismo las semillas tanto del politeísmo pagano como
del modalismo sabeliano. En su carta de 867, Focio, sin embargo, no demuestra ningún
conocimiento de la tradición patrística latina que está detrás del uso del Filioque en Occidente. Su
oposición al Filioque recibiría más tarde una elaboración más detallada en su Carta al patriarca de
Aquileia en 883 o 884.

Al concluir su carta de 867, Focio reclamó un concilio ecuménico que resolviera el problema de la
interpolación del Filioque, e iluminara su fundamento teológico. Se celebró un concilio local en
Constantinopla en 867, que depuso al papa Nicolás I –una acción que incrementaría las tensiones
entre las dos sedes. En 863, el propio Nicolás se había negado a reconocer a Focio como patriarca
debido a su nombramiento supuestamente no canónico. Con los cambios en el gobierno imperial,
Focio fue obligado a dimitir en 867 y fue reemplazado por el patriarca Ignacio, al que él mismo
había reemplazado en 858. más tarde en el año 869 se reunió un nuevo concilio en
Constantinopla. Con los representantes papales presentes y con apoyo imperial, este concilio
excomulgó a Focio.

El Filioque apareció en un modo sobresaliente en los tumultuosos acontecimientos de 1054. En el


contexto de sus anatemas contra el patriarca Miguel Cerulario de Constantinopla, el cardenal
Humberto de Silva, el legado del papa León IX, acusó a los bizantinos de borrar impropiamente
el Filioque del Credo, y criticó otras prácticas litúrgicas orientales. Respondiendo a estas
acusaciones, el patriarca Miguel reconoció que los anatemas de Humberto no tuvieron su origen
en León IX y lanzó sus propios anatemas simplemente contra la delegación papal. León, de hecho,
ya había muerto y su sucesor no había sido elegido. Al mismo tiempo, Miguel condenó el uso
occidental del Filioque en el Credo, así como otras prácticas litúrgicas occidentales. Este
intercambio de excomuniones limitadas no llevó por sí mismo a un cisma formal entre Roma y
Constantinopla, a pesar de las visiones de los historiadores posteriores; no obstante, ahondó el
creciente enajenamiento entre Constantinopla y Roma.

La división entre nuestras Iglesias sobre la cuestión del Filioque sería probablemente menos aguda
si ambas partes, a lo largo de los siglos, hubieran sido más conscientes de las limitaciones de
nuestro conocimiento de Dios.

la discusión de este difícil tema ha estado muchas veces obstaculizada por distorsiones polémicas,
en las que cada parte ha caricaturizado la posición de la otra con el fin de argumentar. No es
cierto, por ejemplo, que la principal corriente de la teología ortodoxa conciba la procesión del
Espíritu, en el interior del ser eterno de Dios, simplemente sin que quede afectada por la relación
del Hijo con el Padre, o piense en el Espíritu como no “perteneciente” propiamente al Hijo cuando
el Espíritu es enviado a la historia. Tampoco es cierto que la principal corriente de la teología latina
haya empezado tradicionalmente sus reflexiones trinitarias a partir de una consideración
abstracta, no escriturística de la sustancia divina, o afirme dos causas de la existencia hipostática
del Espíritu o quiera asignar al Espíritu Santo un papel subordinado al del Hijo, o sea dentro del
Misterio de Dios o sea en la acción salvadora de Dios en la historia. Ambas tradiciones afirman
claramente que el Espíritu Santo es una distinta hipóstasis o persona dentro del divino Misterio,
igual en status al Padre y al Hijo, y no es simplemente una criatura o un modo de hablar de la
acción de Dios en las criaturas;

Aunque el Credo de 381 no lo declara explícitamente, ambas tradiciones confiesan que el Espíritu
Santo es Dios, de la misma sustancia divina (homoousios) que el Padre y el Hijo. Ambas tradiciones
afirman también claramente que el Padre es la fuente primordial (arché) y la causa última (aitía)
del ser divino, y por tanto de todas las operaciones de Dios: la “fuente” de la que manan tanto el
Hijo como el Espíritu, la “raíz” de su ser y fecundidad, el “sol” del que irradia su existencia y su
actividad;

Por consiguiente, ambas tradiciones afirman que todas las operaciones de Dios son la obra común
del Padre, Hijo y Espíritu Santo, si bien cada uno de ellos juega un papel distinto en estas
operaciones, que está determinado por las relaciones de unos con otros.

Terminología
La controversia del Filioque es ante todo una controversia sobre palabras. Como muchos autores
recientes han señalado, parte del desacuerdo teológico entre nuestras comuniones parece estar
arraigado en las sutiles pero significativas diferencias en el modo en que términos clave han sido
utilizados para referirse al origen divino del Espíritu. Aunque la diferencia entre las tradiciones
griega y latina de comprensión del origen eterno del Espíritu es más que simplemente verbal, gran
parte de la preocupación original de la Iglesia griega por la inserción de la palabra Filioque en la
traducción latina del Credo de 381 muy bien puede haberse debido a una mala comprensión por
ambas partes de los diferentes valores de los significados implicados en los términos griegos y
latinos de “procesión”.

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