Fucho Tovar

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ASÍ RECUERDO A FUCHO (para el libro que escribe y edita Francisco Suniaga)

I.-

Para la celebración del tricentésimo nonagésimo segundo aniversario del otorgamiento


del Título de Ciudad y Escudo de Armas a La Asunción, se escogió a Fucho Tovar como
orador de orden. Al margen de que era una distinción muy merecida por la prestigiosa
trayectoria ciudadana de Fucho y por el respeto y afecto del que gozaba entre los
asuntinos, la selección tenía un claro sesgo político. Y es que para ese entonces corrían los
días finales de la campaña por la gobernación del estado en la que Fucho competía por
segunda vez. Dada la circunstancia de que los partidos que apoyaban su aspiración hacían
mayoría en la Cámara Municipal de Arismendi, no desaprovecharon la ocasión para
ofrecerle un magnífico escenario de promoción.

Para completar el fasto consagratorio, sus amigos solicitaron al Ministerio del Trabajo el
conferimiento de la Orden al Mérito en el Trabajo. Para mi fortuna, el ministro tenía
compromisos que le impedían viajar a la Isla en esa fecha; entonces, siendo Director
General Sectorial de Intermediación Laboral y margariteño, me hizo el encargo de
representarlo en el acto de imposición de la condecoración.

A veces la vida nos hace regalos espléndidos e inesperados, sentí en aquel momento que
se trataba de una de esas raras y agradables sorpresas. Imagínense mi alegría: llegar a la
Isla, a mi ciudad en su fecha bautismal, investido de autoridad ministerial para ser
oficiante del merecido reconocimiento que recibiría el prestigioso e influyente
empresario, y probable gobernador.

Llegado el día, a las cuatro de la mañana estaba en pié y a las seis, en la cabecera de la
pista de despegue de Maiquetía. Disfrutaba por adelantado la serena emoción que sienten
los margariteños que, viviendo fuera de la Isla, regresan a ella y al salir del avión reciben la
bienvenida del viento fuerte, cálido y salitroso que sopla en El Yaque.

Repentinamente las turbinas bajan revoluciones y después de largos minutos de espera, el


capitán anuncia que recibió la orden de regresar al terminal e informa que debíamos
desembarcar. Con la ilusión de que el viaje pudiera reanudarse, esperé un par de horas;
pero cuando se hizo evidente que el tráfico aéreo estaba completamente paralizado y al
encontrarme con la autopista bloqueada, no me quedó más que un azaroso regreso a
Caracas por la carretera vieja. Era el 27 de noviembre de 1992. Fue la primera vez que no
conocí a Fucho.

Además del viaje apoteósico a la Isla, muchas otras de mis ilusiones, en relación con la
política y con la manera como entendía a Venezuela, quedaron canceladas aquel día. No
podría asegurarlo, pero es posible que los votos que le faltaron a Fucho para materializar
su ilusión de ganar la elección de aquel año, también se hayan cancelado junto con la
celebración asuntina.

II.-

Tres años después, en 1995, finalmente le conocí. Para la época había terminado mi exilio
caraqueño y, navegando la ola descentralizadora que sacudía al modelo político del 58,
estaba dedicado a la política municipal en Arismendi. Fucho, nuevamente candidato a la
gobernación, propició una alianza entre los partidos que lo apoyaban y mi partido BREA
para darle soporte electoral a mi candidatura a la alcaldía. Esa vez, Fucho ganó y yo
también.

Creo recordar que en el primer encuentro, Fucho vestía aquel improbable (es el adjetivo
que seguramente utilizaría Álvaro Mutis) safari gris con el que después le vimos tantas
veces. Era un traje pasado de moda pero con el que, dada la frecuencia con la que lo
usaba, parecía sentirse muy a gusto. En general, vestía con mucha sencillez, con la
austeridad de los margariteños nacidos en las décadas tempranas del pasado siglo.
Escuché a muchos criticar un supuesto descuido en su manera de vestir: “con tanta plata y
mira como se viste”. Por mi parte siempre creí que se trataba de una absoluta indiferencia
hacia la moda, le importaba sentirse cómodo, nada más; en el fondo esa indiferencia por
la apariencia era expresión de su llana autenticidad.

El trato con Fucho era fácil y ligero. Hablaba en términos directos y sencillos, y los
aderezaba con un gran sentido del humor. La picardía siempre se asomaba detrás de su
expresión risueña. Pero cuando un objetivo se le resistía, algunas veces vi esa bonhomía
transfigurada en volcánicas expresiones.

Las técnicas de negociación establecen que en tales procesos existen dos grandes
momentos, el de la generación de valores mutuamente beneficiosos (aumentar el tamaño
de la torta) y el del reclamo de la porción que se desea obtener. Para el primero, los
negociadores deben ser amistosos y flexibles; en el segundo deben ser agresivos y
normativos. No existen muchos buenos negociadores, porque a la mayoría de nosotros
nos resulta difícil actuar a contrapelo de nuestro talante natural: si somos amistosos, nos
cuesta mucho actuar agresivamente y viceversa. Fucho era un gran negociador, en la fase
de generación de opciones sus maneras amables, su chispa, su calidez, su sentido práctico,
su carácter visionario, eran verdaderamente seductores. Pero en la fase del reclamo
también excedía, en esos momentos su mirada clara se ensombrecía y se transformaba en
un implacable depredador; a la manera de los modernos cerradores de las Grandes Ligas,
no dudaba en lanzar rectas de más de cien millas recostadas bien adentro. Algunos
lanzamientos eran jugosas zanahorias envenenadas, otros simplemente el seco chasquido
del látigo.

Afortunadamente no hubo nunca desacuerdos entre nosotros, siempre el trato fue cordial
y deferente. Incluso, en cierta ocasión me hizo comentarios especulativos sobre un
escenario en el cual él me apoyaría para sucederle una vez que cumpliera su servicio a
Nueva Esparta como gobernador. No hubo tiempo para considerar el asunto seriamente.

III.-

Cuando Fucho falleció, redacté un breve panegírico en nombre de la Alcaldía y recuerdo


que la joven que se encargó de la reproducción fotostática del documento, me preguntó
por el significado de la expresión “generoso mecenazgo”. Al explicarle, me impresionó la
intensa emoción con la que elevó potencia a nuestro sí multiplicado: “sí, sí, sí, sí, sí; él era
así”. Fue mucha y muy genuina, la tristeza que se extendió por la Isla a raíz de su
inesperada muerte.
Como capitán de empresas Fucho entendió y practicó con largueza lo que hoy conocemos
como responsabilidad social empresarial (RSE). Esa actitud solidaria y comprometida con
la gente y el entorno al que se pertenece -distante de la limosna con la que se acalla la
mala conciencia, de la erogación displicente para “apartar a los pedigüeños” y de la
autopromoción disfrazada de altruismo- no es muy común hoy en día; y para la época lo
era mucho menos.

A través de Fundaconferry, Fucho ofreció un apoyo musculoso y sostenido a la cultura


tradicional, las artes, la educación y el deporte. En la actualidad no existe en Nueva
Esparta algo equivalente a lo que Fundaconferry significó en su época. Es cierto que la
caída brutal de la economía, el sesgo antiempresarial de nuestros gobiernos del s. XXI y la
desnaturalización del concepto de la RSE reduciéndola al pago de “una contribución” en
los procesos de contratación con el estado venezolano; son factores claves para entender
este retroceso. Pero también es cierto que, a pesar de los condicionantes negativos, la RSE
nace y se expresa en los empresarios que tienen sentido de pertenencia a la comunidad
en la que están implantados sus negocios y que sienten un intenso compromiso con un
destino mejor para todos. Fucho era raigalmente margariteño, mientras que muchos de
los grandes capitanes de empresa de hoy todavía no han completado su proceso de
implantación y algunos, con todo derecho, no están interesados en hacerlo.

El éxito económico del modelo de desarrollo basado en el Puerto Libre durante el último
tercio del siglo pasado, indujo un importante flujo migratorio hacia la Isla. La llegada de
personas en búsqueda de mejores condiciones de vida y de inversionistas en búsqueda de
mejores rendimientos para su capital, provocó un impacto profundo en la composición
demográfica de la población y en las referencias culturales del margariteño. A partir de
entonces, salvando distancias y proporciones históricas, está en desarrollo un proceso
similar al que produjo la redefinición del ser margariteño cuando llegaron los españoles
hace 500 años.

Fucho era muy margariteño, pero entendía y sabía desenvolverse en otros ámbitos
culturales. Descifró los códigos caraqueños y allá vivió como pez en el agua, hizo negocios
en Curazao, Holanda y Japón; pocas semanas antes de morir, exploraba con
puertorriqueños la posibilidad de invertir en la construcción de un nuevo hotel de alta
categoría. En cierta medida era un ciudadano del mundo; cosmopolita a su manera, pero
con un orgulloso e irrenunciable pasaporte margariteño. Esa forma de ser puede
interpretarse como un valioso legado, como una referencia útil para que los margariteños
que nacieron en la Isla, para que los margariteños renacidos aquí y para que los
margariteños que nacieron (como decía Cervigón) donde les dio la gana, llevemos a buen
término el sincretismo cultural que estamos elaborando. El resultado, la nueva
margariteñidad, no será exactamente la de Fucho, pero dada la influencia de su
trayectoria vital sobre lo que hemos ido siendo en estos años, en ella seguramente se
reconocería.

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