TAC 1 - The Assassin's Curse
TAC 1 - The Assassin's Curse
TAC 1 - The Assassin's Curse
El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias
personas que sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir
los capítulos del libro.
El motivo por el cuál hacemos esto es porque queremos que todos tengan la opor-
tunidad de leer esta maravillosa trilogía.
Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de
lucro, es por esto que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas.
También les invitamos que en cuanto esté el libro a la venta en sus países, lo com-
pren.
Disfruten de su lectura.
Saludos.
CApítulo 1
Traducido por Laura Y.
Corregido por WinterGirl
Nunca he sido de las que confían en la gente hermosa, y Tarrin de Hariri era el hombre más her-
moso que había visto alguna vez. ¿Has visto que en los templos tienen esos cuadros de los dioses
y diosas colgando en la pared por encima de la fila de velas de oración? ¿Y se supone que tienes
que meditar sobre ellos para que los dioses puedan escuchar mejor tu petición? Tarrin de Hariri
lucía exactamente como uno de esos cuadros. Piel dorada y enormes ojos negros y esa sonrisa
que probablemente hacía efecto en todas las chicas de aquí a las islas de hielo. Lo odiaba a la vista.
Estábamos en el jardín de los Hariri, Mamá y Papá flanqueándome a cada lado como un par de
guardias armados. El mar chocaba contra la gran pared de mármol, la espuma chispeando suave y
salada por mi cara. Me la quité con un lengüetazo y Mamá me pinchó en el costado con el extremo
de su espada.
—¿Así que debo suponer que todos los arreglos están en orden? —Preguntó el Capitán Hariri, el
padre de Tarrin—. ¿Están listos para finalizar nuestro acuerdo?
Fruncí el ceño ante la palabra intercambio y me retorcí en mi vestido de seda demasiado apretado.
Mis pechos sobresalían de la parte superior de él, no era a propósito. Sé que ese tipo de cosas se
supone que lucen atractivas para los hombres, pero no estarías seguro tratándose de mí. Al menos
el vestido era bonito, del color de la canela y al estilo que las damas de la corte usaban hace unas
temporadas. Lo habíamos robado de un barco mercantil hace unos pocos meses. Mamá había
dicho que me sentaba bien cuando íbamos a bordo del barco de Papá y ella estaba delineando
mis ojos con kohl y sujetando mi cabello por encima de mi cabeza, intentando convertirme en una
belleza. Por la expresión en la cara del Capitán Hariri, podría decir que no había funcionado.
— ¡Tarrin! –el Capitán Hariri levantó la mano y Tarrin salió de la sombra del mirador donde había
estado junto a su madre. El aire estaba repleto de estas florecillas blancas de los árboles cercanos,
y unas cuantas quedaron atrapadas en el cabello de Tarrin. Estaba vestido como su padre, con
unas viejas y polvorientas ropas aristocráticas, y eso era lo único que mostraba que cualquiera de
ellos era pirata como mis padres y yo.
—Es un placer conocerte, Ananna de Tanarau —Dijo inclinándose en una reverencia. Dijo mal mi
nombre.
Mamá me empujó hacia adelante, y yo tropecé con el dobladillo de mi vestido, manchado primero
por el agua marina de andar en el barco, y luego por la arena al caminar a través de Lisirra para
llegar a este estúpido jardín. Los Hariri eran el único clan en toda la Confederación que pasaba más
tiempo en tierra que en mar.
Tarrin y yo nos miramos mutuamente por unos segundos, hasta que Mamá me dio otro pinchazo en
la espalda y escupí una de las preguntas que me había hecho memorizar:
Tarrin sonrió.
—Una pequeña fragata elegante, robada de la flota del mismísimo Emperador. El barco más rápido
en el agua.
—¿Sí? —Dije—. ¿Tienes tripulación para ese barco o sólo lo vamos a ver desde este muro de aquí?
—Ananna —Siseó Mamá, incluso Papá tuvo que ahogar una risa.
La cara de Tarrin se arrugó y me miró como un niño pequeño que sabe que le estás tomando el
pelo pero no entiende el chiste.
—La mejor tripulación de las islas occidentales —Eso sonó ensayado—. Tengo grandes planes
para el barco, señorita Tanarau —Abrió sus ojos desmesuradamente y su rostro resplandeció—.
Quiero llevarlo a las Islas del Cielo.
—Seguramente una chica criada en el Tanarau no teme a las Islas del Cielo.
Lo miré. El aire en el jardín era caliente y tranquilo, como pura luz del sol, y aunque los horrores que
había escuchado de las Islas del Cielo parecían distantes y maquillados aquí, el pequeño plan de
Tarrin me puso los nervios de punta. Incluso si no estaba diciendo la verdad: nadie se abría paso
a las Islas del Cielo, debido a la gente que había enloquecido por visitar esa pequeña cadena de
islas. Ellas te cambian y te cambian hasta que dejas de ser humano. Son magia pura, eso es lo que
me dijo Mamá. Son el lugar de donde proviene la magia.
—Conozco la diferencia entre valentía y estupidez —Dije. Tarrin se echó a reír, pero parecía incó-
modo, y su padre fruncía el ceño y bizqueaba por la luz del sol.
—No, no lo estoy.
Mamá me dio un fuerte golpe en la parte posterior de la cabeza. Tropecé hacia delante y choqué
directo contra Tarrin. Bajo el mirador, su madre frunció el ceño en sus sedas lujosas.
Tarrin le dedicó una mirada fulminante capaz de envenenar las fuentes principales de Lisirra, luego
se volvió hacia mí y me dedicó una de sus sonrisas matadoras. Suspiré, pero mi cabeza aún dolía
ahí donde Mamá me había pegado, y pensé que cualquier cosa era mejor que dar vueltas alrededor
con mi vestido mientras Papá y el Capitán Hariri discutían sobre la mejor estrategia para que el clan
Tanarau saqueara la costa Jokja, ahora que los Tanarau tenían todo el poder de los Hariri y su gran
armada tras ellos. Gracias a mí, habría dicho Papá, a pesar de que yo no había tenido palabra en
eso.
Tarrin me condujo por las estrechas escaleras que nos llevaron lejos del jardín, hasta la orilla del
agua. Efectivamente, una fragata se balanceaba en el océano, la madera pulida y encerada, las
velas estaban teñidas de un azul pálido –velas matrimoniales.
—Padre no me ha dado el derecho. Dijo que primero tenía que probarme a mí mismo.
—¿Si nos casamos? —Tarrin se volvió hacia mí—. ¡Creí que era un trato hecho! Padre y el Capitán
Tanarau lo han estado discutiendo por meses —Hizo una pausa—. Espero que esto no sea algún
truco de los Tanarau.
—Créeme, no lo es.
—Oh, ¿qué edad crees que tengo? ¿Cinco? —Caminé hacia el borde de muelle y le di una pal-
mada al barco. La madera era fuerte bajo mi toque y suave como la seda—. Ya no me asustan las
historias de asesinos —Lo miré por encima de mi hombro—. Pero las Islas del Cielo, eso es otra
cosa.— Hice una pausa—. Es por eso que quieres ir al norte, ¿no es así? ¿Por tu padre?
Tarrin no contestó al principio. Luego se apartó el cabello de la frente y medio sonrió y dijo:
—¿Cómo lo supiste?
—Sí.
Sonrió.
—Me gusta lo honesta que eres conmigo.
Entonces casi sentí pena por él, porque me di cuenta, con una cara como esa, ninguna chica habría
sido honesta con él en toda su vida.
—Siempre podríamos izar los colores de los Tanarau —Sugerí—. En lugar de los de los Hariri. Así
no tendrías que...
Respuesta incorrecta. Me alejé de él, tropecé con el maldito dobladillo de mi vestido otra vez, y
seguí el camino por el lado de acantilado que llevaba de vuelta a la parte delantera de la casa so-
lariega de los Hariri. Tarrin se arrastró detrás de mí, soltando disculpas –como si importara. Íbamos
a casarnos tanto si lo odiaba como si no, tanto si la señora Hariri pensaba que era demasiado fea
para unirme a su clan como si no. Verás, el Capitán Hariri estaba abajo en la clasificación de ases-
inos y ladrones sueltos que formaba la Confederación. Papá no lo estaba.
Hay tres maneras de mejorar tu categoría en la Confederación de los Piratas, me dijo Mamá una
vez: Asesinato, Motín y Matrimonio. Era obvio que el clan Hariri sería del tipo que elegiría el que
aparentaba ser más respetable de los tres.
Ya me encontraba al nivel de la calle, rodeada de árboles frutales y vides que colgaban junto a las
flores brillantes. El aire en Lisirra siempre olía a cardamomo y agua de rosas, sobre todo en el dis-
trito del jardín, que era donde el Capitán Hariri tenía su mansión. Había sido construida en una calle
concurrida, cerca de un mercado diurno, y los camellos mercantiles desfilaban más allá del jardín
delantero, levantando grandes nubes de polvo. Una idea se arremolinó en mi cabeza, no del todo
formada aún: una forma de huir del matrimonio arreglado.
—¡Señorita Tanarau! —Tarrin corrió a mi lado—. No hay nada interesante aquí. La tienda es terrible.
—Puso mala cara—. ¿No quieres abordar mi barco?
—Ya estaré abordo bastante pronto –continué mirando a los camellos. Los comerciantes siempre
los ataban a sus puestos callejeros con nudos flojos y perezosos que no eran nada que una princ-
esa pirata no pudiera desatar en cinco segundos.
Papá me dijo una vez que nunca debía dejar que una puerta se cerrara de un portazo justo frente
a mí.
—Incluso si en ese momento no tienes idea de cómo podría funcionar —Había dicho. Él no era de
los que se perderían una oportunidad, y yo no soy más que la hija de mi padre. Incluso si el bastar-
do pretendía casarme.
Bajé por la calle, levantando mi falda por encima de mis botas –ninguno de los zapatos adecuados
para una dama que teníamos en el barco me había quedado– de forma que no tropezara con ella.
Tarrin me seguía de cerca, quejándose sobre su barco y luego preguntando por qué quería ir al
mercado diurno.
—Porque —Espeté, la falda ondeando mientras lo encaraba—. Tengo sed. Y no he tomado ni una
bebida dulce de lima en medio año. Sólo hay en Lisirra.
Me aparté de él y me dirigí a la entrada del mercado, toda adornada con las vides de los jardines
cercanos. El mercado era pequeño, como había dicho Tarrin, los vendedores vendían sobre todo
flores y comida. Me deslicé más allá de un letrero que anunciaba bebidas dulces de lima, sin per-
mitirme ver atrás hacia Tarrin. Me encantan las bebidas dulces de lima, pero no era lo que estaba
buscando.
No me costó mucho encontrar a un vendedor que se adaptara a mis necesidades. En realidad fue él
quien me encontró, gritando en una jerga lisirra utilizada para la nobleza del Imperio. Estoy bastante
segura de que la empleó como una broma. Aun así, lo miré cuando lo hizo, y sus manos se soltaron
y brillaron como si hubiera descubierto una forma de capturar la luz del sol. Vendía joyas, la mayoría
falsas pero algunas muy valiosas –imaginé que él no podría notar la diferencia.
Pero lo más importante de todo, tenía un camello, atado a un poste de madera con una cuerda fina
y deshilachada, el nudo ya empezaba a deshacerse con el calor.
—Claro —Fijé mis ojos en el camello. Él resopló y pateó el suelo. Siempre me han gustado los ca-
mellos, todos jorobados y desgastados como una manta muy querida.
No escuché la respuesta de Tarrin. Para entonces, ya estaba junto al camello, mis manos tirando
del nudo. Desapareció más rápido que sal en el agua, deslizándose de la parte inferior del poste.
Utilicé el mismo poste para impulsarme y montarme entre las dos jorobas del lomo del camello,
subiendo la falda de mi vestido hasta mi cintura. Me incliné hacia adelante y murmuré “Tt tt tt” en
su oreja como había visto hacer a los vendedores millones de veces. El camello trotó hacia delan-
te. Clavé los tacones de mis botas en sus costados y salimos disparados, el camello levantando
grandes nubes de polvo dorado, yo aferrándome a su cuello en mi vestido de seda, las lindas tren-
zas de mi peinado se desbarataron con el viento.
El vendedor gritó detrás de mí, maldiciones airadas que habrían hecho sonrojar a una dama de
verdad. Luego Tarrin se le unió, gritándome que regresara, que no había bromeado sobre los ase-
sinos. Apreté los ojos con fuerza y tiré de las riendas del camello y escuché las ráfagas de aire
salir disparadas de su nariz. Él olía fatal, como estiércol recalentado por el sol, pero no me importó:
Estábamos ligados, ese camello y yo.
Le di una palmada sobre el cuello con las riendas como si fuera un caballo y deseé que me llevara
lejos, lejos de mi matrimonio y de mis padres traidores. Y lo hizo.
A pesar de todos los gritos de Tarrin, galopamos fuera del distrito del jardín sin mucho problema. No
sabía cómo dirigir al camello –como Papá siempre decía, nuestro pueblo manejaba barcos, no ani-
males–, pero el camello parecía menos dispuesto a regresar con aquel vendedor que yo. Pasó una
calle y luego otra, colándose más y más profundamente en la aglomeración de edificios de arcilla
blanca. Finalmente desaceleró hasta caminar, y juntos paseamos a lo largo de una calle amplia y
soleada llena de ropa secándose.
No había mucha gente afuera, ni vendedores ni letreros coloridos de tiendas pintados en las pare-
des de los edificios. Las mujeres sacaban las cabezas por las ventanas mientras pasábamos, las
cejas levantadas como si fuéramos lo más divertido que habían visto en el día. Bajo otras circun-
stancias las habría saludado con la mano, pero justo ahora tenía que encontrar la manera de man-
tener un perfil bajo por un tiempo. Escapar siempre es fácil, me había enseñado Papá (había es-
tado hablando de la cárcel, no del matrimonio, pero igual). Mantenerte escapado es la parte difícil.
Descubrí un callejón estrecho y empujé el cuello del camello para hacerlo girar. Él resopló y sacudió
su enorme cabeza peluda, luego avanzó hacia adelante.
—Gracias, camello —El aire era más frío aquí: Una brisa corría entre los dos edificios y sus tejados
bloqueaban el sol. Me bajé del lomo del camello y acomodé mi vestido. La tela estaba cubierta de
polvo y pelos dorados de camello, además de las manchas de lodo y agua marina en el dobladillo,
y suponía que ahora probablemente también olía a camello.
Palmeé al camello en la cabeza y él parpadeó hacia mí, sus ojos oscuros y brillantes e inteligentes.
—Gracias —Le dije de nuevo. No solía ir por ahí sobre lomos de animales, y parecía incorrecto no
hacerle saber que apreciaba su ayuda—. Acabas de librarme de un matrimonio.
—Y ahora eres libre —Añadí—. Ya no tienes que transportar por ahí toda esa joyería falsa. —Froté
su cara por un lado—. Encuentra a alguien que te dé un baño esta vez, ¿comprendes?
Él parpadeó hacia mí pero no se movió. Le di un suave empujón y él se volvió y corrió hacia la calle
abierta. Yo sólo me dejé caer sobre el polvo y traté de decidir qué hacer a continuación. Pensé que
tenía que dejar ir al camello porque llamaba mucho la atención al montar en él. Juntos habíamos
serpenteado entre las profundidades de los laberintos residenciales de Lisirra, pero la mayoría
de la gente, cuando ve a una chica con un vestido lujoso sobre un camello, eso es algo que van
a recordar. Lo que significaba que lo siguiente que tenía que hacer era deshacerme del vestido,
preferiblemente a cambio de dinero. No es que tuviera algún reparo en robar, pero siempre es más
fácil hacer las cosas de forma legal cuando se pueda.
Me levanté y sacudí el vestido por unos minutos, intentando quitarle el polvo y el pelo de camello.
Solté mi cabello y éste cayó grueso, rizado y negro sobre mis hombros desnudos. Luego seguí por
el callejón fuera del triángulo de luz al que había entrado, emergí a otra calle soleada, ésta más ani-
mada que la anterior. Un grupo de niños se perseguían entre ellos, chillando y riendo. Unas mujeres
en ligeros vestidos color crema y pañuelos de encaje llevaban cestas con higos, dátiles y nueces, o
pollos muertos atados con cuerdas, o jarras de agua. Necesitaba uno de esos vestidos.
Una de las primeras lecciones que me enseñó Papa, cuando apenas podía dar unos cuantos pasos
oscilantes por la cubierta del barco, había sido cómo pasar desapercibida.
—Es uno de los aspectos más importantes del trabajo —Siempre decía—. No lo subestimes.
Y pasar desapercibida es en realidad la cosa más fácil en todo el mundo, porque todo lo que tienes
que hacer es andar resueltamente como si fueras el dueño del lugar, lo que era sencillo con el
vestido de seda que llevaba puesto. Levanté la barbilla ligeramente y puse los hombros rectos, y
la gente simplemente se apartó de mi camino, con la mirada baja. Anduve así hasta que encontré
una línea de ropa que pendía entre dos edificios, la tela blanca aleteando como las velas de nuestro
barco.
Nuestro barco.
El pensamiento me detuvo en seco. Ya no era mi barco. Nunca lo sería. Tenía toda la intención de
terminar lo que había empezado, como Papá siempre me había enseñado. Pero terminar lo que
había empezado significaba no volver a ver el barco jamás. Había pasado mis diecisiete años en-
teros a bordo de él, y ahora nunca volvería a subir hasta lo alto del aparejo a mirar el gris horizonte
que nos envolvía como un lazo. Demonios, probablemente nunca volvería a las islas piratas del
oeste, o bailaría los bailes de la Confederación, o escucharía a algún viejo asesino contar sus his-
torias de guerra mientras me quedaba dormida sobre una hamaca de cuerdas que yo misma habría
armado.
Entonces pasó un carro, levantando una gran nube de polvo que me puso a toser. La arena me
hacía picar los ojos, y me dije que era la arena la que me arrancaba las lágrimas mientras me las
limpiaba con la palma de la mano. No tenía sentido vivir en el pasado. No podía casarme con Tar-
rin y no podía volver a casa. Si quería permitirme estar taciturna, podría hacerlo después de tener
dinero y un plan.
Me metí en el callejón. La ropa no colgaba demasiado alto, y diría que si saltaba podría agarrar un
par de prendas antes de tocar de nuevo el suelo. Me apretujé contra la pared del edificio y esperé
hasta que la calle estuviera vacía, entonces plegué mis faldas alrededor de mi cintura, corrí, salté y
extendí mis brazos de par en par, y agarré la mayor cantidad de tela que pude. La cuerda se hundió
por mi peso; le di un fuerte tirón y la ropa quedó libre. La hice una bola y salí corriendo por el calle-
jón. Aunque no importaba, nadie me había visto.
En la calle contigua nuevamente caminé de forma majestuosa hasta que encontré un rincón oscuro
en el cual cambiarme. Me las había arreglado para robar dos bufandas además del vestido, así que
envolví una de ellas en mi cabeza al estilo lisirro y escondí mi vestido de seda entre la otra. Pensé
que podría pasar por una mujer lisirra a pesar de tener la tez más oscura que la mayoría de la gente
en Lisirra. Con suerte nadie notaría que aún llevaba puestas mis toscas botas negras para agua
por debajo del vestido ligero –aquellas que sin duda me marcaban como una pirata. El vestido me
quedaba un poco apretado en el pecho y las caderas, pero así eran la mayoría de los vestidos, y al
menos la tela era lo suficientemente gruesa para cubrir las líneas del tatuaje de la Confederación
de los Piratas que tenía dibujado en el estómago.
Sabía que el siguiente paso era encontrar un mercado diurno en el que pudiera vender mi vestido
de compromiso. No podía regresar a aquel en el que robé el camello, por supuesto, pero por suerte
para mí hay un montón de mercados repartidos por toda la ciudad. Por supuesto, Lisirra es un ex-
tenso lugar de difícil rastreo, como todos los lugares civilizados, lleno de tantos acontecimientos y
personas y pequeños edificios extraños que es fácil perderse. Yo sólo conocía el camino por ciertos
distritos –los cercanos al agua y aquellos refugios conocidos por ladrones y gente de mi calaña. Es
decir, los lugares donde primero me buscarían mis padres y los Hariri. Y yo no tenía idea de dónde
se encontraba el mercado diurno más cercano.
Anduve por la calle por un rato, el suficiente para que la garganta empezara a dolerme por la sed.
Hacía más calor aquí que en el distrito del jardín, supongo que porque era más tarde, y todo el
mundo parecía haberse retirado a la fresca sombra de sus casas. Caminé cerca de los edificios,
tratando de mantenerme bajo la fina línea de sus sombras. No fue mucho mejor.
Después de un rato, me metí con desgana a otro callejón sombrío para descansar, colocando el
vestido de compromiso atrás de mi cabeza para usarlo como almohada. El calor me había puesto
somnolienta, y apenas podía mantener los ojos abiertos…
Voces.
Eran un par de mujeres, hablando en el idioma del Imperio con su acento lisirro. Me asomé por el
borde del edificio. Ambas eran un poco mayores que yo, y ambas llevaban jarras de agua apoyadas
sobre los bultos sobresalientes de sus caderas. Una de las mujeres se rio y un poco de agua salpicó
fuera de su cántaro y se hundió en la arena.
—¡Disculpen! —Mi garganta se desgarró cuando hablé, escupiendo en un perfecto acento del
Imperio. Las dos mujeres enmudecieron y me miraron—. Disculpen, ¿hay algún mercado cerca?
Tengo un vestido para vender.
—¿Un mercado? —La mujer más alta frunció el ceño—. No, el más cercano está en el distrito del
jardín. —Debí lucir apesadumbrada, porque añadió—: Hay otro cerca del muro del desierto. Es el
más grande de la ciudad. Puedes vender lo que sea allí.
—Sin embargo, cerrará antes de que llegues —Dijo. Tenía razón; debí haberme quedado dormida
en el callejón después de todo, porque la luz había cambiado, se había vuelto dorada y gruesa. Se
suponía que para estos momentos ya debía estar casada.
Asentí, abriendo mucho los ojos. Suponía que para estas alturas probablemente el kohl se había
esparcido por toda mi cara, lo que solamente podía ayudar.
La mujer más alta sonrió. Tenía un rostro de aspecto amable, suave y sin arrugas, y supuse que
sería una madre de un sólo hijo. La otra frunció el ceño en su dirección, probablemente odiando la
idea de ser generosa con una mendiga.
—Hay una fuente pública cerca —Dijo—. Cruza por los callejones, dos calles más hacia el oeste.
—Metió una mano en su bolsillo y sacó un pedazo de cobre prensado y me lo tendió.
Lo suficiente para comprar una madeja y agua para llenarla. Me incliné para darle las gracias, re-
citando alguna bendición de templo que Mamá me había enseñado cuando estaba aprendiendo a
robar de forma adecuada. La mendicidad no es robo, por supuesto, pero no soy tan orgullosa como
para rechazar dinero gratis.
Las dos mujeres se alejaron y yo seguí sus indicaciones hacia la fuente, que brillaba limpia y fresca
a la luz del sol poniente. Me tomó hasta la última gota de fuerza de voluntad no correr hasta ella y
meter dentro toda mi cara.
Sin embargo, tiré de mis propias riendas y conseguí una madeja y agua sin problemas. El sol había
desaparecido detrás de la línea de edificios, y las lámparas con molde mágico brillaban una por
una, bañando las calles con un tenue resplandor brumoso. Podía oler la comida colándose fuera
de las ventanas abiertas y mi estómago gruñó con fiereza. Me las arreglé para robar un par de
empanadas de carne y tartas de menta enfriándose en el alféizar de una ventana, y me los comí
en una plaza pública que estaba fuera de la vía, ocultándome bajo una higuera. Eran las mejores
tartas que había probado, la capa escamosa y dorada, y la carne estaba blanda. Me lamí la grasa
de los dedos y tomé un par de tragos de agua.
No tenía muchas ganas de dormir a la intemperie –es difícil dormir en serio, porque te despiertas
ante cualquier sonido minúsculo, pensando que es un ataque–, pero tampoco es que tuviera más
opción. Me acurruqué junto a la higuera y utilicé el vestido de compromiso como almohada otra vez,
aunque esta vez saqué el cuchillo de mi bota y lo mantuve escondido en la mano mientras dormía.
Eso ayuda.
Tuve problemas para conciliar el sueño. Sin embargo, no era por estar al aire libre, sino porque me
quedé pensando en el Tanarau y en mis padres traidores: Mamá fumando su pipa en la cubierta,
gritando insultos a la tripulación, Papá enseñándome cómo balancear una espada correctamente.
Era gracioso, porque toda mi vida había amado Lisirra y el desierto, hasta tal punto que solía dormir
bajo cubierta, utilizando las sedas y alfombras que habíamos robado de los barcos mercantes como
un nido, y ahora que aparentemente iba a pasar el resto de mis días en esta civilización, todo lo que
quería era regresar al océano.
Imagínate que cuando me quedé dormida, soñé que estaba en el desierto. Es sólo que no era el
desierto del Imperio. En mi sueño, toda la arena se había derretido en un vidrio negro como si hubi-
era sido quemada, y los rayos rasgaban el cielo en pedazos. Estaba perdida, y quería que alguien
me encontrara, porque sabía que iba a morir, aunque no estaba segura de si el ser encontrada me
salvaría o me mataría.
Me desperté con el corazón martillándome. Todavía era de noche, las sombras eran frías sin el cal-
or del sol, y pude sentirlas en mi piel, el picor arrastrándose por mi brazo como un insecto.
Mi vestido estaba húmedo por el sudor, pero el cuchillo era un peso tranquilizador en la palma de
mi mano. Me forcé a levantarme. No había nadie afuera, sólo las sombras y las estrellas, y por unos
minutos me quedé allí respirando y deseando que los últimos rastros del sueño de desvanecieran.
Pero esa extraña sensación de querer ser encontrada y a la vez de no quererlo se quedó conmigo.
Quizás el sueño había sido de los dioses diciéndome que no estaba segura al dejar mi hogar. Bue-
no, no iba a escucharlos.
Tomé un par de tragos más de la madeja, luego metí el cuchillo en el cinturón de mi vestido y me di-
rigí hacia el muro del desierto. Aún me sentía inestable por el sueño, y supuse que no podría dormir
más esa noche, por lo que bien podría tomar ventaja de la frescura de la noche y llegar al mercado
diurno justo cuando abriera.
Capítulo 2
Traducido por Paola V.
Corregido por WinterGirl
La mujer de ayer no había mentido. El mercado de día era el más grande que jamás había visto,
los carros mercantes y las tiendas permanentes se mesclaban juntos para crear este laberinto que
sobresalía contra la pared del desierto. Caminé por el mercado con mi vestido escondido debajo
del brazo, la luz de la mañana de un gris claro y rosa. Los vendedores de comida ya estaban fuera,
empujando manojos de brochetas de carne hacia mí mientras caminaba.
Mi estómago gruñó, y después de diez minutos de pasar a través del fragante humo de madera de
los carros de comida, me dirigí a un vendedor particularmente ocupado y agarré dos de sus broche-
tas de carne de cabra, aunque me siento mal por robarle a los vendedores de comida, que no son
tan ricos como los comerciantes a los que robamos. Lo comí mientras caminaba hacia la división
de la ropa, lamiendo la grasa de mis dedos.
Tierno y grasoso y perfecto. Uno se enferma de los pescados y las saladas carnes secas cuando
se está hacia fuera en el océano.
La división de prendas de vestir era impresionante, con tienda tras tienda vendiendo rollos de tela
y vestidos ya confeccionados y bufandas y máscaras para arena. Sastres tomando medidas en la
calle. Carros amontonados con pequeños frascos de maquillaje y botellas de perfumes.
Había muchas opciones. Yo sabía que quería un mercante que no me hiciera preguntas, pero
tampoco podía usar a alguien que fuera algún tipo de traficante de mercancías robadas, ya que no
quería a nadie que pudiera haber recibido la noticia de los Hariris y estuviera en busca de su novia
desaparecida. Decidí que probablemente era más seguro ir a la ruta un poco más respetable, y eso
significaba limpiar un poco mi apariencia.
Cogí un tarro de sombras para ojos y un espejo de uno de los carros de maquillaje y me lancé a
un rincón, donde me limpié el kohl de mi cara con el borde de mi bufanda— un error del que me
di cuenta demasiado tarde— cuando vi, la había manchado con rayas negras. Volteé la bufanda y
traté de meter los extremos manchados alrededor de mi cuello. Luego unté un poco de sombra para
ojos en mis párpados de la manera en que había visto a mamá hacerlo, un par de rayas de oro que
hizo que mis ojos se vean grandes y sorprendidos. Lo suficientemente bueno.
Estaba cerda de la pared del desierto cuando una tienda— LA TIENDA, pensé— apareció detrás
de la multitud de gente. Estaba escondida en la esquina de un callejón, y sólo la noté porque algui-
en había puesto un letrero en la calle con una flecha y las palabras: Compramos vestidos, escrito
limpio y adecuado.
La tienda era pequeña, pero un par de finos vestidos se agitaban en los ganchos fuera de puerta,
como fantasmas de mar atrapados en tierra. Entré. Más vestidos, algunos sólo medio terminados.
La luz era tenue y fresca y olía a jazmín. No había ningún otro cliente aparte de mí.
— ¿Puedo ayudarte? —Una mujer salió detrás de unas finas cortinas. Llevaba un vestido como
el que yo había robado, sólo que estaba teñido de rojo granada y bordeado con lentejuelas que
arrojaban puntos de luz a mis ojos. Mientras caminaba a través de la habitación, el sol se esparció
a través de su cara. Ella era hermosa, lo que me ponía en el borde, pero había algo raro en sus
rasgos, algo que no podía ubicar-
—Oh, me disculpo —Dijo en Ein’a, que era el idioma de la lejana isla donde yo había nacido, el
idioma que mis padres me habían hablado cuando yo era un bebé. —Normalmente no tenemos
extranjeros.
La vendedora sonrió débilmente, y me di cuenta que era lo que me molestaba de su rostro: sus ojos
eran de un gris pálido, del mismo color que el cielo antes de un tifón. Nunca había visto ojos de ese
color antes, ni siquiera entre las personas en las Islas de Hielo.
Algo se sacudió dentro de mí. Quería salir de esa tienda. Pero aun así, desenvolví el vestido de
seda y lo puse en el mostrador, los movimientos serenos, como si estuviera actuando de memoria.
La mujer pasó las manos por el vestido, examinando las costuras, frotando la tela entre el pulgar y
el índice. Ella me miró.
—Está sucio.
—Y huele a camello —Echó una ojeada al vestido e inclinó la cabeza—. Sin embargo, reconozco
el corte. Es de la corte, de la temporada pasada, ¿cómo lo has encontrado?
—Mi madre me lo dio —Evita mentir siempre que sea posible. Siempre omite información cuando
puedas. Otra de las lecciones de Papá.
—Hmm —Dijo ella—. Parece que ha pasado por toda una aventura, supongo que puedo usarlo
como guía. Las esposas mercaderes tienden a estar un poco retrasadas en las cosas. —Ella dobló
el vestido—. Te pagaré un cien piezas de cobre por el — Dijo.
—Doscientas.
—Ciento cincuenta.
—Ciento setenta.
Hizo una pausa. Sus labios se curvaron en una débil sonrisa. —Eso es justo —Dijo—. Ciento seten-
ta.
Kaol, quería salir de esa tienda. El regatear fue demasiado fácil, y esa sonrisa me heló hasta los
huesos. Era como una sonrisa de tiburón, malvada y fría.
Ella se deslizó hacia la parte de trasera de la tienda, llevando el vestido con ella. Cuando regresó me
entregó una bolsa llena de finas hojas de cobre prensado. Coloqué la bolsa en el bolsillo escondido
de mi vestido y me volví para irme. No me molesté en contarlas. Se sentía lo suficientemente
pesada.
Me detuve.
—Ten cuidado —Dijo ella—. Normalmente no hago esto de forma gratuita, pero me gusta cómo
eres. Ellos vendrán, bueno, uno de ellos. “El”.
La miré fijamente. Ella lo dijo como si fuera el nombre propio de alguien a quien odiaba.
Todo el aire salió de mi cuerpo como si hubiera estado en una pelea de borrachos.
Ella rio. — Bien, no tuviste un sueño. Pero sabes las historias. Lo sé. Puedo olerlas en ti.
—Las historias —Dije—. ¿Qué historias? —Todo lo que pude ver era el gris en sus ojos, premonitorios
a mí alrededor. Y entonces algo parpadeó en la habitación, como el parpadeando de vela. Y lo
supe. Los asesinos. Esa historia de miedo que Papá siempre me contaba para que no lo molestara,
ni a él ni a Mamá.
—Ah, ya veo que recuerdas —Sonrió como tiburón de nuevo. Di un paso hacia la puerta—. Vas a
necesitar mi ayuda, yo vivo por sobre la tienda, cuando llegue el momento, no te demores-
Traté de sonreírle como si pensara que le creía, pero en realidad todo mi cuerpo temblaba, y
pensaba en Tarrin gritando ayer por la tarde, tratando de hacerme volver. Mi padre no tiene miedo
de enviar a los asesinos tras sus enemigos. Pero los hombres dirán cualquier cosa para que hagas
lo que quieren. Si Tarrin no podía seducirme para que entrara en su nave, trataría de asustarme.
Bueno, no iba a funcionar.
La dueña de la tienda inclinó su cabeza hacia mí y luego se volvió hacia las cortinas. Corrí hasta la
soleada calle y respiré hondo. El horror de la tienda se desvaneció en segundo plano; Aquí afuera
sólo había calor, arena y sol. Normal, reconfortante. Además tenía pesado dinero colgando en mi
bolsillo. Bajé mi mano para tocarlo. Suficiente para pagar una habitación en una posada barata.
Sin embargo, el miedo cosquilleó en la parte de atrás de mi cuello. No había pensado en los
asesinos desde hace años y años.
Papá hablaba de ellos como si fueran espíritus necrófagos o fantasmas, monstruos que vendrían
a llevarme en la noche.
Las historias siempre terminaban en la muerte de la víctima. «Son implacables», había dicho, una
noche, cuando tenía diez u once años, con el rostro rojo y hormigueante de ira. Lo había molestado
a él o a mamá, o ambos, y probablemente pasé algún tiempo en el calabozo también, pero ya
estábamos en el cuartel del capitán para ese entonces.
Las linternas oscilaban de un lado a otro sobre nuestras cabezas, las luces deslizándose sobre los
rasgos ásperos de la cara de Papá. “No puedes escapar de un asesino”. Se inclinó hacia delante,
las sombras engulleron sus ojos.
—Ejecuciones, burócratas malhumorados, tripulante deshonesto, cárcel, con los que puedes buscar
una salida hablando si te esfuerzas bastante, pero este tipo de muerte es el único tipo de muerte.
Siempre decía eso cuando me contaba historias de asesinos— el único tipo de muerte. Era este
refrán lo que tenía en mente cada vez que hacía algo malo, como hacer trucos en el navegador
o tratar de leer uno de los libros de hechizos de Mamá sin permiso. Los asesinos eran magos de
sangre además de luchadores expertos. Vivían en oscuras guaridas ocultos a plena vista, como los
cocodrilos. Eran el último refugio de un cobarde, de un hombre demasiado asustado para pelear
contigo en persona, y por eso eran tan peligrosos. Le dieron poder a los cobardes.
Mientras crecía me di cuenta, por todas las historias, de que jamás había escuchado hablar de la
muerte de un pirata -fuera de combate- que no pudiera ser explicada por la bebida o la estupidez.
Y en algún momento, decidí que los asesinos no eran reales, o si lo eran, no estaban interesados
en localizar a la hija de un capitán como castigo por no obedecer a sus mayores. O rechazar el
matrimonio, para el caso.
Así que eso es lo que me dije mientras caminaba a través de la luz del sol, de vuelta hacia los
vendedores de alimentos para comprarme una dulce bebida de limón. La mujer era probablemente
una bruja en su tiempo libre, tratando de hacer negocios con sus hechizos de protección a mitad de
precio, y lo único que me acechaba en la noche era un recuerdo de mi infancia. Una historia.
Pagué por una habitación en una posada a orillas de la ciudad, no lejos del Mercado de Día. Estaba
construido en la pared del desierto, y mi habitación tenía una ventana con vista al desierto, que me
recordó un poco al océano, la arena subiendo y cayendo en el viento de la noche. La habitación
era pequeña, luminosa y llena de polvo, aunque limpia - más limpia que mis cuartos en el barco de
papá de todos modos.
Me quedé en la posada durante cuatro días, y durante cuatro días no pasó nada, solo sueños.
Era el mismo sueno de la primera noche, yo vagando por el desierto de cristal negro, esperando
a que alguien me encontrara, sabiendo que iba a morir. Decidí dormir durante el día– aunque eso
no detuvo los sueños – y salir a la caída del sol cuando pintaba de anaranjado el horizonte.
Pasaba mis noches en el Mercado de Noche- que era conjurado por magia de dulce aroma- a
algunas calles de los vestigios del mercado de día. Los vendedores en el Mercado de Noche
vendían encantamientos y suministros mágicos en lugar de comida y ropa, libros de hechizos,
encantos y probablemente maldiciones si sabías a quién preguntar. Era un lugar peligroso para mí:
no porque había empezado a creer en los asesinos, sino porque hay mucha escoria alrededor de
los mercados nocturnos, y las posibilidades de que alguien me viera y me entregara al clan Hariri o
a mis padres eran bastante altas.
Pero fui de todos modos, usando mi bufanda a pesar de que ya no había sol para ponerla sobre
mis ojos. Me gustaba escuchar en los Encantadores de arena que hacían magia con la fuerza del
desierto.
Mamá podía hacer lo mismo pero con las aguas del océano, y sucedió, mientras escuchaba los
cantos y el alabanzas, la extrañaba. La mayor cantidad de tiempo que me había alejado de ella – y
de Papá también – fueron las tres semanas que pasé fallando al tratar de aprender magia con esa
bruja de mar llamada Vieja Ceria hace un par de años. Pero eso había sido diferente, porque sabía
que el barco de papá me recogería cuando las tres semanas hubieran pasado, y mamá estaría
esperándome en la cubierta.
Pasé mucho tiempo soñando despierta durante esas cuatro noches, también, dejando que mi mente
se alejara de lo que iba a hacer ahora que ya no estaba atada a una nave de la Confederación. Sabía
que tenía que esconderme hasta que los Hariris se sobrepusieran del insulto cunado me escapé de
la boda, pero una vez que todo se asentara, sería libre de salir de Lisirra y hacer mi fortuna, como
mamá solía decir de todos los hombres jóvenes que navegan con sus propios barcos. Un barco
propio era lo que realmente quería, por supuesto – ¿qué niño de la Confederación no? Claro, la
Confederación no permitía que las mujeres fueran capitán, y el Imperio no era nada más que barcos
de la marina y buques mercantes, pero siempre podría hacer mi camino hacia el sur, donde los
piratas no toman el tatuaje de la Confederación y no se apegan a Las reglas de la Confederación
tampoco.
Era un pensamiento agradable, y había algo agradable sobre pasar las mañanas antes de quedar
dormida, planeando una manera de ir primero a una de las islas de piratas – probablemente a Isla
de Hueso, es la más grande, hace más fácil el pasar desapercibida – y luego ir hacia abajo a la
costa sur.
Los sueños alejaron mi mente de los Hariris, de todos modos, y la mayor parte del tiempo impidieron
que sintiera esa aguda punzada de tristeza por mis padres.
En la cuarta noche, me desperté como siempre, después de que se pusiera el sol, pero mi cabeza
se sentía pesada y turbia, como si alguien la hubiera llenado de mermelada de rosas. Me salté
la comida y caminé hacia el Mercado de Noche, pensando en que el aire fresco despejaría mis
pensamientos. No lo hizo. Las luces del Mercado de Noche se desdibujaron y temblaron. Las
llamadas y parloteos de los vendedores se amplificaron, se desvanecieron y luego resonaron como
un acorde golpeado.
Apenas había pasado a través de la puerta de entrada cuando de la nada me quedé atascada.
No podía moverme. Estaba parada en la entrada del mercado, y mis pies parecían atornillados al
suelo. Mis brazos colgaban inútiles a mis costados. Se sentía un leve aroma en el aire, penetrante
y medicinal, como menta de araña. Me quemó la parte posterior de la garganta.
El mundo entero se solidificó como si nada hubiera pasado, y me desplomé en el suelo en una nube
de polvo seco, tosiendo, mis ojos lagrimeando. Podía oír susurros, la gente diciéndose unos a otros
sobre mantener la distancia y murmurando acerca de maldiciones y malos presagios. Me empujé
hasta sentarme. Los espectadores me miraban desde fuera de las sombras, e hice todo lo posible
por ignorarlos.
Esta no era la magia de Mamá, enviada para llevarme a casa: que yo supiera. Su magia tenía
demasiado del océano en ella, estrellándose y cayendo. Te sumergías en su magia. Esto… esto
fue calculado.
Me puse de pie. Un vendedor cercano tenía un ojo en mí como si pensara que estaba a punto de
robar sus viales con poción de amor. Trastabillé un poco hacia atrás, tosí y me limpié la boca. Mi
mano dejó una franja de barro en mi cara.
—Hey —Dijo el vendedor. Se inclinó sobre el lado de su carreta. No encontré su mirada—. Oye tú,
ni siquiera lo intentes.
—Vamos —Dijo—. ¿Crees que nunca he visto este truco antes? Quienquiera que sea tu pequeño
compañero, él va a ser golpeado por mi hechizo de protección.
—No tengo...
El vendedor me fulminó con la mirada. Dejé de tratar de explicar. Además, seguía pensando en la
palabra asesino una y otra vez a pesar de mis esfuerzos. El vendedor se volvió hacia un cliente, su
rostro se convirtió en una sonrisa, pero siguió mirando por encima del hombro mientras llenaba la
orden. Manteniendo un ojo hacia los ladrones, como cualquier vendedor.
Volví a toser y di la vuelta, queriendo volver a la posada, con su capa de polvo y su vista del
desierto. La calle que conducía lejos del Mercado de Noche estaba más vacía de lo que debería
haber estado, y tranquila también. A mitad de camino me detuve, saque el cuchillo de mi bota y
trastabillé mientras caminaba, deseando poder caminar más rápido o correr, pero algo tenía mis
articulaciones rígidas y crujiendo como las de una anciana.
Me quedé quieta.
Lo mismo ocurría con las sombras.
Permanecí allí unos segundos escuchando el latido de mi corazón y las distantes cepas de música
que flotaban fuera del mercado nocturno. Las viejas historias de asesinos de papá se metieron en
mi cabeza, ese viejo detalle sobre cómo se movían a través de la oscuridad y las sombras igual
que un pez se mueve a través del agua. Aflojé mi agarre en el cuchillo, sosteniéndolo bien, como se
suponía que debía, y temía el momento en que las sombras se movieran de nuevo.
Nada.
Me deslicé hacia adelante, sólo un par de pasos en dirección de la posada. Eso despertó a las
sombras. Se deslizaron por los edificios como serpientes. Mi cuerpo dolía más y más, de lo contrario
me hubiera echado a correr.
En cambio, todo lo que podía hacer era arrastrarme, mi corazón martilleando, mi respiración corta
y mi piel fría y caliente a la vez.
Mi cabeza se aclaró.
Sucedió de repente, como si se hubiera disparado un pestillo, vi todo el mundo tan claro y cristalino
como si todavía estuviera en el mar bajo un cielo azul brillante. Un hombre me seguía. Me volví y vi
sus túnicas, teñidas del color del cielo nocturno, revoloteando en las sombras líquidas. No tenía ni
idea de lo que había roto el hechizo, pero estaba agradecida por ello.
Mi voz rebotó en los edificios. Sus ojos brillaban de un azul pálido en la oscuridad.
Mi cabeza empezó a volverse torpe y borrosa de nuevo. La magia se deslizándose dentro. Los ojos
ardiendo de vez en cuando. Mi miedo era una gran espiral girando en la boca de mi estómago que
me mantenía en su lugar.
Era un asesino.
— ¡Lucha conmigo! —Grité, y pude sentir la histeria en mi voz, como si mis palabras se rompieran
en pedazos.
El asesino se deslizó hacia adelante, negro sobre negro, excepto por la tira de plata a su lado. No
parecía tener mucha prisa. Me obligué a avanzar, a través de la magia, y me dio un dolor en la
columna vertebral que me puso a gritar, y mi grito se amplió en la noche estrellada, levantándose
sobre los edificios, transformándose en una explosión de luz blanca que lanzó chispas y brilló sobre
los dos.
Me desplomé en el suelo, pero por un segundo vi al asesino como si fuera de día: la fibra de la tela
de sus ropas, el bulto de su nariz bajo su oscura máscara del desierto, las tallas grabadas en su
armadura. Me estaba mirando.
El asesino veía alrededor como si estuviera buscando a alguien. Quería ver dónde estaba mirando,
pero tampoco me atreví a quitarle los ojos de encima.
— ¿Quién eres tú? —Dijo, aunque antes de que pudiera contestar, escupió una palabra en un
lenguaje como flores muertas, hermosas y terribles a la vez. Entonces salió disparado del resplandor
de la luz y se derritió en las sombras, demasiado rápido para que lo viera.
No ocurrió. La luz que había gritado en la existencia se había quemado. Me senté allí en la calle y
recordé las historias de papá: siempre matan a sus víctimas. Pero él no me había matado. Se había
derretido en las sombras.
Sin embargo, no me dejé convencer de ello. Ser engreído era útil para pretender en ocasiones, pero
sólo te matan si lo crees. Tal vez el hombre no había sido un asesino, sólo un cuchillo contratado
enviado por el capitán Hariri. Pero, ¿qué pasa con las sombras en movimiento y la niebla en mi
cabeza y sus ojos? No hay tripulante en el Hariri capaz de hacer ese truco con los ojos.
Y mi voz se convirtió en luz... No había ninguna manera de que yo hubiera hecho eso. Ese tipo de
hechizo de protección era magia básica, y ni siquiera podía lograr la magia básica cuando mamá
intentaba enseñarme.
Me arrastré hacia la posada, trabajando cosas en mi cabeza, aferrando el cuchillo en mis pechos
como si fuera una mujer de mercader con miedo y que no tenía ni idea de cómo usar la maldita
cosa. Todo estaba tan oscuro.
Me tomó un minuto el darme cuenta de que ninguno de los faroles mágicos estaba ardiendo, y eso
envió otro temblor de escalofríos vibrando a través de mi espina dorsal.
No fue hasta que estaba arrastrándome por el vacío mercado de día que me acordé de la vendedora.
La mujer que compró mi vestido.
Me detuve. La noche era tranquila y silenciosa. Ya ni siquiera podía escuchar el mercado nocturno.
No confío en la gente hermosa. Pero papá siempre me dijo que a veces tienes que confiar en la
persona en la que no quieres confiar. “Solo sé inteligente al respecto», diría.
Bien. Había logrado evitar el único tipo de muerte. Pensé que podía ser inteligente con la mujer de
la tienda de vestidos, también.
Mamá trató de enseñarme magia, nos reuníamos en el vientre de la nave después de que apareció
mi primera menstruación, pero resultó que tomé más de Papá, que está completamente sin tocar
por la magia: más adepta a robar, esconderme, mentir y luchar, todos los talentos del mundo natural.
Pero a diferencia de Papá, al menos puedo reconocer la magia cuando la veo y puedo sentirla, y sé
que no hay que jugar con ella.
Fui a la tienda de ropa de la mujer de inmediato, trepando sobre la valla del mercado de día y
corriendo a través de las calles vacías hasta que encontré el signo con la flecha. La mujer estaba
sentada fuera de la tienda comiendo una masa de miel, una linterna iluminando las líneas de su
rostro. Parecía cansada.
—Eras tú ¿verdad?, es lo que pienso ahora mismo y quiero saberlo con certeza —Hice una pausa y
froté mis ojos secos. La mujer tomó un bocado de pastel—. Esta noche —Dije—. Cuando el asesino
me atacó.
La mujer puso su pastel en su regazo. Sabes que por todos los derechos deberías estar muerta.
Ella parpadeó.
La mujer se encogió de hombros. Sacó el pastel de su regazo y lo terminó. — ¿Por qué no entras?
—Dijo—. Puedo preparar un café, creo que las dos lo necesitamos.
Se levantó y entró en la tienda. Yo dudé. Aún me parecía demasiado fácil, ella ayudándome con el
asesino. Fácil como lo había hecho con el regateo. La mujer asomó la cabeza hacia la calle.
—Porque te he observado. No te preocupes, no te entregaré a quien sea del que estés huyendo.
— ¿Un pirata en el desierto? Obviamente, estás huyendo de algo —Ella sonrió—. La razón por la
que pregunté es porque los piratas con los que trato son tan cautelosos, pero siempre sobre las
cosas equivocadas. Miras a la puerta de mi tienda como si estuvieras atrapada, pero vas a recorrer
el mercado nocturno cuando tienes un asesino siguiéndote–
No tenía nada que decir, porque sabía que ella tenía un punto.
Me llevó a la parte trasera de la tienda, detrás de las cortinas, y puso agua para hervir en el hogar.
El vapor ondulaba en la polvorienta luz de luna. Me senté en una mesa baja en la esquina y la
observé. Ella no pasó mucho tiempo consiguiendo el café perfecto, como lo hacen en las casas de
bebidas, y ella no me preguntó que tan dulce lo quería tampoco.
Se sentó en la mesa frente a mí. Esperé hasta que ella bebió de su propia taza antes de beber de
la mía.
— ¿Qué sabes de ellos? —Dijo.
Miré los pequeños remolinos de espuma en mi café. —Están contratados —Dije—. Saben magia
de sangre —Cerré los ojos—. Son el único tipo de muerte. —Me sentí extrañamente segura en esta
pequeña habitación trasera.
Yo quería dormirme.
—Ananna —Dijo, y al oír mi nombre mis ojos se abrieron. Mis manos se volvieron puños. La mujer
me miró con los ojos pesados.
—Sí, no me importaría saber cómo sabías que el asesino también estaba detrás de mí.
Fruncí el ceño, tomé otro sorbo de café y miré alrededor de la habitación, tratando de encontrar algo
que pudiera usar para que la mujer hablara. Pero sólo había vestidos, brazaletes y pernos de tela.
Eso me llamó la atención. La miré, tratando de averiguar si estaba mintiendo o no, si realmente era
una mujer que había escapado a la única clase de muerte.
—No te veas tan impresionada —Dijo—. Contrariamente a lo que has oído, son humanos.
— ¿Por qué alguien trataría de matarte? —Ella respondió. Lo que importa es que uno de ellos está
detrás de ti.
—Por supuesto que no, ese tipo de conocimiento es más valioso que el oro, pero yo te ayudaré. No
voy a arriesgar mi vida para salvar la tuya, pero puedo ofrecerte mi ayuda.
No había decidido si confiaba en esta oferta o no cuando ella empujó su taza de café a un lado
y deslizó sus manos sobre la mesa. Las figuras surgieron de la madera. Un hombrecito con una
túnica larga, una chica con el vestido de un cortesano.
—No soy buena en magia —Dije—. Así que no pienses que voy a enfrentarlo sola.
—Pero ya te enfrentaste a él sola —La mujer no me miró—. Y además, tienes suficiente magia —
Dijo–—. Puedo verla en ti.
— ¿Estás segura de eso? Porque créeme, lo he intentado...
Ella levantó sus ojos a los míos, y fui engullida por el gris en ellos y ya no podía hablar. Mis oídos
vibraron y mis pulmones se cerraron.
—Está bien, estás segura —Mi voz salió pequeña y débil, pero la mujer sonrió y el gris desapareció.
La habitación volvió a la normalidad.
—Mañana por la noche —Dijo—. Vayan al desierto, les hará las cosas más fáciles, estarán al aire
libre.
Sobre la mesa, las dos figuras comenzaron a moverse. La túnica del asesino se ondeaba tras él.
La chica –no podía pensar en eso como yo– dio pequeños pasos vacilantes hacia atrás, con el pelo
flotando alrededor de su rostro.
Y en un movimiento, el asesino atacó con una pequeña espada y la chica colapsó en el suelo.
Salté en mi asiento, mi sangre empujando violentamente por mis venas. Maldije en el lenguaje
secreto de la Confederación. La mujer levantó una ceja.
—Eso no va a suceder —Dijo—. Voy a darte algo. Algunas cosas, en realidad. Lo que son no es
importante.
Levantó la mano sobre las figuras. Se reiniciaron ellos mismos. Esta vez, la niña llevaba cuatro
diminutos viales en la palma de su mano. Cuando las túnicas del asesino comenzaron a flotar, la
muchacha lanzó los viales, pequeños como granos de arroz, en su dirección. Un destello de luz
verde. El asesino había desaparecido.
—A otro lugar —Dijo la mujer—. Un lugar donde nunca podrá rastrearte. —Agitó la mano sobre la
mesa y las figuras volvieron a caer en la madera.
— ¿Entonces él morirá?
La mujer se puso de pie, caminó hacia un mostrador al otro lado de la habitación. Sacó cuatro
frascos estrechos.
—No —Dijo ella—. No hagas tantas preguntas. —Colocó los viales sobre la mesa. — Cuatro
ingredientes —Dijo. — Todos en partes iguales, Arrójalas todas a la vez y di la invocación. Eso
abrirá la puerta y ellos lo harán pasar.
La mujer no respondió.
—Entonces, ¿por qué no puedes hacerlo tú?
Recogió los cuatro frascos y me los dio. Los cuatro encajaban en la palma de mi mano.
—Practica —Dijo.
La mujer me fulminó con la mirada. —Tengo mejores cosas que hacer que seguirte al desierto, ya
es suficiente como favor el que te de los viales en absoluto, y mucho menos dos sets. Su contenido
es raro y muy caro.
Fruncí el ceño.
Señaló un espacio vacío en la pared, sin vestidos o jarras de encantamientos. —Arrójalos ahí.
Quiero ver si puedes abrir el portal. La invocación se adapta sólo para el asesino, por lo que no hay
amenaza de arrastrarnos a nosotras mismas. Oh, y supongo que va a necesitar la invocación ¿No
es cierto?
Lo abrí.
—No puedo leer esto —Dije. Asumí que era otro idioma, porque aunque conocía el alfabeto, las
palabras parecían desordenadas—. Dilas en voz alta unas cuantas veces —Dijo—. He usado la
ortografía del Imperio.
No había manera de que esto funcionara ¿Tratar de hacer magia en un idioma desconocido?
¿Tomar el consejo de una mujer hermosa con extraños ojos grises? Pero si no lo hacía, estaría
muerta. La única clase de muerte.
Tropecé con las palabras unas cuantas veces, hasta que la mujer dijo: —Eso es suficiente, sabrán
lo que estás diciendo.
—Ahí está el “ellos” de nuevo ¿Por qué no me dices quiénes son? —No me gustaba que no lo
hiciera.
—No es nada de lo que tengas que preocuparte —Ella sacudió la cabeza hacia la pared en vacía—.
Ahora di la invocación y lanza los encantos. Hazlo todo a la vez.
Tomé una respiración profunda. Recité el encantamiento en mi cabeza una vez para la decirlo bien.
Entonces hice mi brazo hacia atrás, tartamudeé las palabras y tiré los frascos al aire.
Explotaron en un pasillo de luz verde cristalina, lo suficientemente poderosa como para que me
tambaleé hacia atrás. El aire se arremolinaba alrededor de mí, y pensé que podía oír un zumbido,
profundo y reverberante, proveniente de la barra verde. La luz se dispersó por el piso de la tienda.
El pasillo de luz se oscureció y se ensanchó hasta convertirse en un portal. En el otro lado vi niebla.
Luego, la luz se desvaneció lentamente, cada vez más tenue y más tenue hasta que no quedó más
que la puerta, y luego esta se desvaneció también. Me arrastré hasta la mesa y me desplomé en la
silla. Me sentí como si hubiera pasado por mil batallas navales.
—Ahora ya sabes por qué no quiero hacerlo —Dijo la mujer—. Se necesita de toda tu energía para
abrir un portal como ese.
—Tengo que hacerlo de nuevo —El pensamiento me dejó inquieta—. ¿Estás segura de que esto
va a funcionar?
—Tan segura como estoy aquí delante de ti —Dijo ella—. Lo mandas lejos y no volverá jamás.
—Te sugiero que vayas a un lugar para dormir —Dijo—. Tengo un hechizo de protección que durará
hasta el atardecer, pero no lo voy a dejar pasar otra noche.
Levanté la cabeza y vacié el resto de mi café, luego puse mi taza al revés para poder mirar los
residuos. No es que alguna vez recordara lo que significan. Esta vez no fue diferente.
—Tal vez—Dije.
Dejé la posada al ocaso. Los cuatro frascos estaban ocultos en mi bolsillo, pero dejé mi cuchillo
fuera. Aun cuando Papá me había parcialmente metido en este lío, odiaba pensar en que es lo
que diría si saliera completamente desprevenida.
Caminé a través de la arena por un largo tiempo, suficientemente largo que el sol se fundía en la
línea del horizonte y las estrellas empezaron a centellear en la interminable oscuridad por encima
de la cabeza. El viento tiraba de mi cabello fuera de mi cara, enredaba mí vestido en las piernas.
Y estaba muy asustada de seguir ahogándome en mis propias respiraciones vacías. Ya había es-
tado en batalla antes. Sin embargo, fueron batallas con armas. Batallas contra personas, no es-
píritus malignos. Y aún en esas batallas mi piel se volvió pegajosa y se entumeció de antemano,
aun entonces tuve que recordarme a mí misma el respirar.
Caminé lo suficientemente lejos que Lisirra era solamente una cadena de luces en la distancia.
Por un minuto quise regresar, solo tenía que tirar las ampolletas en la arena, correr directamente
a el distrito de jardines y ofrecer mis disculpas.
Dejé de caminar. El viento aulló, soplando mi cabello en los ojos. Apreté mi cuchillo en una mano,
clavé la otra mano en mi bolsillo y esperé.
Las sombras se alargaron, rizaron, expandieron. Me di la vuelta, buscando un par de ojos brillan-
tes, un pedacito de tela oscura, Nada. Envolví mi mano alrededor de las ampolletas.
El mundo era repentinamente muy grande. Y entonces él estaba ahí. No lo ví, pero lo sentí, un es-
tremecimiento de aliento frío en la parte de atrás de mi cuello. Me di la vuelta, pateando un poco
de arena iluminada por la luna, y empujé el cuchillo en la banda de mí vestido.
Un destello de piel. Tiré de las ampolletas hacia afuera, las rompí en el medio de mis palmas, y lo
arrojé todo, sangre y magia y vidrio, en dirección a esa piel. Grité la invocación, las palabras tor-
pes en mi lengua.
La luz estalló clara y brillante, En la oscuridad del desierto era exactamente del mismo color que
en las aguas del sur. Subió rápidamente como una fuente hacia el cielo.
Por unos pocos segundos el desierto entero brillaba en verde. Y luego algo pasó. La luz no baña-
ba a través de la arena como debería. No cambió en un portal y desapareció.
Simplemente se apagaron, como una vela entre el pulgar y el dedo índice de Mamá mientras
decía buenas noches, y fuí sumergida de nuevo en la oscuridad y ahí estaba un asesino parado
frente a mí, sus ojos negros –como noche oscura, normal, no completamente azul–.
Grité. No tuve tiempo de pensar acerca de la falla de la magia de la mujer. No tuve tiempo de
pensar acerca de nada. Solo grité y grité, y el asesino se quedó ante mí con una espada brillando
como luz de estrellas a su lado.
Tropecé lejos. La espada brilló, silbó, cortó un largo tajo en mi antebrazo derecho. Caí en la
arena. Se precipitó hacia mí, y expedí la fuerza de Papá y en un solo movimiento tiré de mi
cuchillo fuera de la banda y lo clavé en ángulo recto en el muslo del asesino. Tropezó hacia atrás,
arrastrando el cuchillo de mi agarre, y pensé que se veía un poco aturdido.
No había tiempo para pensar, siquiera. Me lancé hacia delante, agarrando el cuchillo de nuevo.
El balanceó su espada hacia mí y fui capaz de rodar lejos, arena cubriendo mi cara, escociendo
mis ojos. Me deslicé hacia atrás a través del desierto como un cangrejo. Pensé que el asesino se
estaba moviendo peculiarmente lento para un asesino. Tal vez la magia hay hecho algo después
de todo. O tal vez sintió lástima por mí. Ese tipo de cosas ocurren entre los corta-gargantas más
seguidos de lo que cabría esperar.
El asesinó alcanzó una parte oscura dentro de su armadura y le lancé el cuchillo, en mi pánico no
me importó lanzarlo apropiadamente. La empuñadura rebotó en su pecho. Se detuvo y me miró.
Todo lo que podía ver eran sus ojos, pero había ligereza en ellos que me hicieron pensar que se
estaba riendo, lo que me hizo enojar en lugar de temer.
Alcancé y agarre el cuchillo, salte sobre mis pies, oscile mi cabeza alrededor, buscando algo para
usar como un arma o algo que pueda usar como un truco. Nada. Nada excepto un movimiento
veloz a través de la arena, negro contra la negra noche. Luego un par de estrechos colmillos
blancos. Se aproximaba detrás del asesino, deslizándose cerca de sus tobillos, pero a él no le
importó. Muy ocupado sacando algún cruel encantamiento de su capa.
Nunca me han gustado las serpientes. No se ven suficientes de ellas en el agua como para
usarlas, realmente, y cuando vi ésta chillé sin sentido y clavé limpiamente mi cuchillo a través de
ella, porque mi miedo me convirtió en una tonta que sólo actuó en reflejo. La oscuridad se agrupó
en la arena, y la serpiente se dejó caer unas pocas veces y luego murió.
La noche siguió. Juro que era como si el asesino y yo fuéramos las únicas personas que
quedaran en el mundo.
El asesino dijo algo en ese hermoso-terrible lenguaje suyo. Pero no trató de matarme, lo que era
de esperarse. Saqué el cuchillo de la serpiente y limpió la sangre en el dobladillo de mi vestido.
El asesino siguió viendo a la serpiente como si nunca hubiera visto una antes. Tomé esta
oportunidad para intentar un escape, y comencé a deslizarme por encima de la arena en mis
manos y rodillas.
Pasos se oyeron en la arena. Vino y se paró a lado de mí. Y cuando lo subí la mirada hacia él,
medio obligándose a mirarlo a los ojos, se quitó la máscara de la cara.
No era un espíritu maligno del todo, solo un hombre, como el tendero había dicho, y más joven
de lo que había esperado, aunque un poco más grande que yo, tal vez por al menos cinco o más
años. Su mejilla izquierda estaba completamente cicatrizada, ondulaciones y pliegues en la carne
como si hubiera sido por fuego o tal vez magia. Debajo de la cicatriz era guapo, aunque, casi tan
guapo como Tarrin de Hariri, así que no me relajé exactamente.
—Tal vez —Calculé que en una situación como ésta, la ambivalencia siempre es mejor.
Miré a la serpiente muerta y de nuevo a su cicatrizada cara. —Parecía una buena idea en el
momento. —El asesino frunció el ceño, y retorció la cara en un modo que encontré interesante.
Esperé a que sacara su espada y me cortara la garganta, pero en vez de eso se sentó en la
arena a un lado mío.
Cubrió sus rodillas con los brazos y empezó morosamente fuera en la distancia.
—Um… ¿Lo siento? —Esperé por unos minutos, mirándolo. Luego pregunté—. Vas a matarme o
qué? —Calcule que bien podría quitarme del camino.
Me examine, la luz de la luna brillando a través de sus oscuros ojos. Decidí que me gustó
bastante su aspecto, lo cual era un poco problemático, considerando todo.
—Oh. —El alivio me inundó, y nadie con ninguna lengüetada de sentido se habría levantado y
corrido de vuelta hacia Lisirra. En vez de eso, abrí la boca.
—¿Porque no?
—Oh, estoy muy agradecida —dije—. Solo digo que es una razón estúpida.
—Sí, bueno, me temo que hay más —Lo mire con cautela.
—Ahora tengo que protegerte.—Las palabras salieron de prisa, como si estuviera avergonzado
de tener que decirlas pero tenía que.
Él no contestó, solo se frotó la frente, y pensé que debía de ser una cuestión de honor, como
si hubiera hecho un juramento o algo. Un muy estúpido juramento para un asesino, pero ¿Qué
sabía yo? Había escuchado acerca de embarcaciones en la Confederación con ridículas reglas
de honor. Como este capitán quien tenía a su tripulación para que dieran una porción de oro a
un templo todas las veces que tocaban puerto en las tierras del imperio. Más a menudo que el
templo no los dejaba entrar, así que pasaban la mitad del tiempo siendo perseguidos por el navío
del imperio.
Afortunadamente, Mamá y Papá nunca fueron entusiastas de cosas como esas. Ellos siempre me
enseñaron que el honor era mejor definido en una base de caso por caso.
—Un poco lejos del océano —él dijo. Me miró de reojo con su ojo malo—. Por otra parte, me temo
que si los requieres. El clan Hariri te quiere muerta. Enviaran a alguien más.
—O —me opuse, sintiéndome satisfecha con mi ingenio, — Podrías decirles que lo hiciste.
—Oh, diablos —Me estremecí un poco ante aquello, sin embargo. Lo suficientemente malo que
contrataron a alguien para luchar por ellos. ¿Demandaban una prueba? Cosa buena que me las
arregle para eludir el matrimonio con esa familia.
Nos sentamos lado a lado sin hablar por un tiempo. Él estaba en algún tipo de trance, y la esencia
a menta estaba en todos lados y sus ojos brillaron en un azul pálido como antes.
Ahora que no estaba asustada y loca me di cuenta que eran del color de los glaciares en los
mares del norte.
En lo que él estaba en su trance, Me senté ahí y empecé a reflexionar. Tuve suerte con esa
serpiente, no había duda de ello. Si enviaban a otro asesino —y lo harían, tomando en cuenta
que éste jodió el trabajo— sería práctico tener un guardaespaldas cerca. Mejor aún si ese
guardaespaldas era un mismísimo asesino. No quería admitirlo demasiado, pero tal vez él estaba
en lo cierto acerca de necesitar su ayuda.
Además, una vez los Hariri se rindieran, podía deshacerme de él y desviarlo a la Isla Hueso o
directo a los puertos del sur. Su honor no era mi problema.
Después de un rato, sacudió la cabeza y parpadeó, y sus ojos volvieron a la normalidad, como
si su alma hubiera vuelto de donde sea que la hubiera mandado. Nunca se sabe con los practi-
cantes de magia.
—¿Cómo está tu pierna? —le pregunté. Pensé que sería bueno jugar a hacer amigos.
—¿Qué?
Me miró. Luego miró hacia abajo a su pierna, extendiendo sus manos por la tela negra de sus
pantalones. La sangre en negro es muy oscura para ver en los mejores momentos, y aún con la
luz de la luna no pude ver nada.
—Una herida superficial —dijo—. Estaré bien. — Se detuvo, inclinó su cabeza hacia mí.
—Oh —Miré abajo hacia él. La sangre ya se había secado sobre mi piel, y la herida había dejado
de doler en algún momento en el medio de la pelea—. Nada con lo que no haya lidiado antes. —
Me callé—. Mi nombre es Ananna, por cierto.
El vaciló. Iba a decirle que no tenía que darme su nombre, pero entonces el habló.
—Contenta de poder llamarte de alguna forma —dije. Se veía como si quisiera sonreír, y sus ojos
quisieran brillar, pero por lo demás su cara no se movió.
El viento se alzó.
No pensé mucho acerca de eso, excepto el bajar mi cabeza para evitar que la arena se colara
en mis ojos. Pero Naji me agarró por la muñeca y me puso bruscamente sobre mis pies. Cuando
mire hacia arriba mi corazón comenzó a latir ferozmente, porque el desierto estaba iluminado
como si fuera de día, luz saliendo de los remolinos de arena rebanando a través del aire. Cuando
la arena golpeó con mi piel dejó un trémulo de brillo dorado, como los montones de pinturas
corpóreas que robábamos algunas veces de los navíos mercantes.
Me empujó lejos de él, y tropecé a través de la arena, casi perdiendo el balance. Mis ojos
lagrimearon y mis narinas ardieron. Saqué mi cuchillo de la banda y lo agarre fuertemente, cerca
de mis caderas, del modo en que Papá me enseñó. No tenía intención de escabullirme detrás de
algún árbol iluminado por la luz de la luna del desierto. Mi gente no se escondía.
Una figura emergió del remolino de arena y luz: una mujer vestida en largas y onduladas faldas.
Algo acerca de ella, acerca del modo en que se movía, se veía familiar. Era la mujer de la tienda
de vestidos.
Se veía mucha más magnífica de lo que recordaba, y aún más hermosa. Su cabello fluía en cintas
oscuras detrás de ella, y su piel brillaba con la misma luz de la arena. Sus pálidos ojos eran rocas
en el medio de su cara. Traté de encontrar mi voz, para decirle que Naji ya no era una amenaza,
pero ella me vió y me paralicé en mi lugar.
—¿Qué? —Salió apenas un susurro. Mi corazón dio un vuelco contra mi pecho, furia y confusión
girando en todo mi cuerpo.
—Hubiera pensado mejor el enviar una rata de mar aquí fuera, aunque te veías con mucho
potencial. Realmente pensé que iba a funcionar —Entendí que la mujer me había usado. No
sabía todo acerca de esto, pero odiaba el haber confiado lo suficiente en ella como para dejarla
hacerlo. Así que me lancé hacia adelante, cuchillo extendido, pero ella alzó una mano y movió
los dedos y salí volando hacia atrás. Aterricé lo suficientemente fuerte en la arena que todo el
aire salió de golpe, pero entonces Naji me jaló para pararme. Apretó su cara cerca de mi oído, su
máscara ondulando mientras hablaba.
—Si insistes en pelear, toma esto —Y deslizó algo en mi mano, algo áspero y seco y tan
poderoso que aún yo pude reconocer la magia en él, antes de rodear para encarar a la mujer.
—Assasin —siseó, alargando la palabra, y Naji alcanzando su armadura, extrajo el mismo morral
el casi lo usa en mí. Él no se lo lanzó, siquiera, solo lo alcanzó y sacó un poco de polvo negro,
el cual sopló a través del desierto, cortando toda la luz de la incandescente arena de la mujer. El
desierto se hundió de nuevo en la noche. El grito de la mujer resonó a través de la oscuridad, y
luego su silueta atacó a la de él, y parpadee un par de veces, mientras mis ojos se ajustaban.
Cuando lo hicieron, Naji había desenvainado la espada, la espada brillando a la luz de la luna, Y
la mujer tenía su propia espada.
Sostuve el encanto que me había deslizado. Era un collar, una polvorienta y seca bola de
parras y pétalos de flores colgando de una estrecha pieza de cuero. Lo deslicé por mi cuello e
inmediatamente me sentí protegida, impenetrable. Segura.
¡Maldito! Se estaba apegando a ese estúpido juramento para protegerme. Lo cual significa que
estaba a la mitad de una pelea de magia-espada sin protección. El encantamiento debía haber
parado la magia desde antes, la magia empleada para succionar a través del portal, ahora si ella
intentaba algo, éste podría funcionar. Sabía de más que no podía saltar en medio de la pelea,
por mucho que quisiera. En vez de eso, serpenteé alrededor detrás de la mujer, manteniéndome
baja en la arena. La mujer embistió a Naji hacia atrás con una ráfaga de magia, y cuando se
reagrupaba, ataqué. Clavé mi cuchillo en su omóplato. Aulló, giró alrededor. Luz se filtró fuera de
la herida, y algunas gotitas volaron a través de mi cara. Era caliente en mi piel, y por un momento
me tambaleé, no muy segura de que hacer con una hermosa dama que sangraba luz.
Pero entonces ella hizo ese chasquido con su mano otra vez, solo esta vez permanecí, protegida,
y en unos pocos segundos antes de que se diera cuenta del secreto colgando alrededor de mi
cuello, clavé mi cuchillo en su vientre. Más luz brotó fuera, aterrizando en la arena, en la tela de
mi vestido.
Había unas manos en mis hombros, tirando de mí hacia atrás. Naji. Cantó algo en su lenguaje, y
el cielo se abrió, las estrellas fluyendo la negrura. Pasó un brazo sobre mi pecho y me atrajo hacia
él, lo bastante cerca que podía sentir su respiración en la parte de atrás del cuello. Todo el viento
en el mundo sopló en ese tajo del cielo. La mujer gritó, y sus pies dejaron de tocar la tierra, luz
emanando de sus heridas y convirtiéndose en estrellas en la oscuridad, y luego ella fue levantada
de la cabeza a los pies a través del aire y se había ido.
Naji me dejo ir. Me dejé caer en la arena, exhausta, y giré sobre mi espalda para ver hacia el
cielo. La luz de las estrellas estaba deslumbrando.
—No contestaste mi pregunta. —Pero me puse de pie de nuevo, temblando como estaba.
La luz de la mujer estaba todavía en mis ropas y piel y cuchillo, aunque el brillo estaba
empezando a apagarse. Naji alcanzó y cogió el encanto de mi cuello, y sentí su toque mucho
después de que el deslizó el encanto dentro de su capa de nuevo.
—¿Bien? —dije.
—Ella es del otro mundo —dijo Naji—. Me ha estado siguiendo por un tiempo. —Me le quedé
viendo.
—¿Otro mundo? —pregunté—. ¿Qué, como las tierras heladas? —La cabeza de Naji giró en la
oscuridad. El aún tenía la máscara.
—No —dijo—. No como las tierras heladas. —Esperé por una descripción.
Suspiró. —Es un mundo en capas encima de nuestro mundo. Algunos le llaman The Mists.
—Oh, bien eso aclara todo —Pero recuerdo a la mujer rehusándose a decirme a donde llevaría el
portal de luz verde a Naji. A otra parte.
—Te lo explicaré más tarde. Necesitamos salir del desierto antes de que el polvillo haga efecto
—Tome polvillo como la enfermedad mágica, desde que pude sentir la picazón en el aire que
siempre viene cuando usas mucha magia al mismo tiempo. Mamá me había contado historias
acerca de cómo te cambia, es decir toda la magia es de todos modos puro cambio, ella dijo que
conocía a una sucia bruja que se convirtió en un árbol de granada después de tratar de revivir a
su difunto esposo.
Y había visto almejas y olas del mar brotar del costado del Tanarau después de que Mamá usara
magia en batalla.
Naji se giró, capa ondeando alrededor de él, y caminó en dirección a la ciudad. Y porque el aire
estaba atascado con magia, la arena retorciéndose en figuras en la oscuridad, mi propia piel
arrastrándose encima de mis huesos, lo seguí.
Capítulo 4
Traducido por Gaby H.
Corregido por WinterGirl
Caminamos por un largo tiempo, la ciudad creciendo cada vez más brillante e inconfundible en el
horizonte. Naji no habló. Intentaba pensar en las cosas que me dijo y quedaba corta. Afortunada-
mente toda esta caminata me calentaba del frío y polvoriento viento de la noche.
Naji se detuvo justo delante de las murallas del desierto, su capa ondeando y fundiéndose seduc-
toramente contra las sombras de la arena. Se sacó su máscara y se giró hacia mí. Parecía que
había estado en una pelea: sangre en su cara, su ropa desgarrada, rasguños en su armadura. Me
di cuenta que probablemente yo no lucía mucho mejor.
—¿Qué?
—La posada “La luz del Desierto1” —Sacudió su barbilla hacia la ciudad—. Donde te quedaste.
Su cara se tensó y dijo: —Tengo que protegerte. Pero me temo que no debes permanecer en esa
posada por más tiempo. Podemos encontrar algún lugar en el distrito del placer.
Vi hacia donde quería llegar. Podríamos rentar un dormitorio en el distrito del placer y el posadero
probablemente me tomaría por una prostituta o una amante y no pensaría en ella. No que yo pa-
rezca la amante de alguien, pero tú sabes – no habría preguntas. Si estuviera escapando, sería el
lugar perfecto para esconderme, porque ahí nadie miraría la cara de nadie.
Desafortunadamente, el distrito del placer era exactamente la parte de la ciudad donde esperaría
encontrar a mis padres- o peor, alguien de la pandilla de Hariri.
Eso me puso triste. Me aparté de Naji para que él no pudiera ver la tristeza de mi cara.
—Recoge tus cosas, —dijo—. Te esperaré en el callejón fuera de la posada—. Y empezó a desva-
necerse, convirtiéndose en sombras como la primera vez que lo vi, cuando me atacó. Al igual que
1 La posada “La luz del Desierto”: The Dessert Light Inn
en los cuentos. Él estaba a mitad de desaparecer cuando se volvió sólido otra vez.
—Una palabra de advertencia. No creas que puedes escaparte por atrás de la posada. Lo sabré.
—¿Ah sí? —Estaba un poco molesta, porque no había hecho nada para que él creyera eso y no
tenía intención de escaparme. No mientras la pandilla de Hariri aún me perseguía, de todos modos.
Eso me sorprendió, no voy a mentir. Enterré el talón de mi pie izquierdo en el suelo, salpicando
un poco de arena y él me dio una mirada entre feroz y molesta y volvió a disolverse. Atravesé las
puertas del desierto sola, aunque, incluso ahora, atrapé un movimiento de reojo como si él estuvie-
ra deslizándose alrededor mío.
Mi dormitorio estaba justo como lo dejé, mis vestidos tirados en el respaldo del sillón, mi dinero aún
bajo la tabla suelta debajo de la cama. Era como si sólo hubiese estado en el mercado nocturno, no
peleando con alguna criatura de las Nieblas2 y adquiriendo un asesino-protector para mi desgracia.
Naji me estaba esperando en el callejón como había dicho, no como sombra, sino como hombre,
aunque él tenía tapada su cara de nuevo. Lucía siniestro. Al menos sus ojos no estaban brillando.
—Eres demasiado notorio —dije. Le di uno de mis vestidos, doblado como si fuera un paquete—.
Aquí, toma.
—Lo dudo. Además, te apuesto a que siempre trabajas solo, ¿no es así? Podrías escabullirte en
las sombras, sin problema. Pero ahora que me tienes, tienes que actuar como una persona normal.
—Presioné el paquete contra su estómago y en ese momento sus manos lo tomaron tímidamente
por los lados.
—Es uno de mis vestidos. No quiero llevarlo todo el camino hasta el distrito del placer. Ahora, quí-
tate tú máscara y actúa como si tuvieras derecho a estar acá.
Él me miró. El resplandor de la calle iluminó la pequeña explosión de cicatrices que se asomó so-
bre la parte superior de su máscara. Luego me devolvió el vestido y desapareció en las sombras.
Maldije en voz baja, él desapareció completamente del callejón; todo a mí alrededor eran sombras
planas e imprecisas. Pasé unos cuantos minutos haciendo malabares con los vestidos, finalmente
plegué los dos, uno bajo cada brazo, antes de empezar a caminar por la calle. Apenas había al-
guien fuera, sólo algunos tenderos dejando todo listo para empezar la jornada. Les asentía como si
fuera totalmente normal para mí pasear por las calles a altas horas de la noche antes del amanecer,
2 Nieblas: Mists
en dirección a la costa, sola.
Llegué al distrito del placer cuando el cielo se estaba volviendo gris con la luz de un nuevo día, me
agaché en un callejón y esperé.
—¿Ahora qué? —dije—. Por cierto, debí decírtelo, mis padres pueden estar aquí. No se levantan a
estas horas, pero quién sabe.
—Obviamente, no.
—Es decir, que no sabes por qué fuiste contratado, por qué los Hariri…
—No conozco los detalles —dijo, interrumpiéndome—. Sólo que necesitaban mis hechizos de
rastreo. Necesitamos encontrar un lugar donde quedarnos antes de que salga el sol. Realmente
deberías descansar.”
No respondió, sólo salió a la calle. Esperaba que hubiese pagado por el dormitorio y así podría
guardar mis monedas para después. Eso es lo que Papá me habría dicho.
Naji asomó su cabeza al callejón, mirando, pareciendo amenazador y molesto, como si yo fuera
una niña pequeña que él tuviera a cargo. Arrastré mis pies junto a él. El distrito del placer estaba
en su mayoría lleno de borrachos que tropezaban hasta su casa en la noche. Nadie nos prestó
atención.
Miré sobre él. Él tenía sus ojos fijos en el frente. Era como si él no quisiera que nadie supiera que
estábamos teniendo una conversación.
Estábamos lo suficientemente cerca de la costa para poder sentir el olor de la sal en el mar y mi
estómago se retorció con nostalgia, no sólo por el barco de Papá, también por el océano.
—¿Qué si lo hacen? —pregunté—. ¿Qué te pasaría? En serio estás diciendo que me dejarías
marchar, por causa de un estúpido juramento.
La expresión de su cara me dejó helada.
—Hablas mucho sobre cosas que no entiendes, —dijo, su voz baja y oscura—. Ven, la posada “La
sombra de la serpiente 3” está por aquí.
Conocía esa posada, pero no dije nada. Ningún lugar del distrito del placer era precisamente
de clase alta, pero La Sombra de la Serpiente era uno de los lugares más bajos y mis padres
generalmente la evitaban cuando me traían. Escuché historias de la tripulación, aunque, la mayoría
era de prostitutas que conocieron en ese lugar.
Así que probablemente no encontraría a mis padres, pero si el Capitán Hariri había enviado a
cualquiera de sus hombres - podría. Un pequeño escalofrío de miedo recorrió mi columna vertebral
y eché una mirada a Naji, con su máscara, su armadura y sus ropas negras y me pregunté si iba a
necesitar de su protección una vez más.
A nuestro alrededor, los vendedores de comida fueron abriendo sus carros para el desayuno.
Porque era el distrito del placer, aún había borrachos arrastrándose, intentando encontrar un lugar
para pasar la borrachera. La mayoría de ellos rehuía de nosotros, cruzando la calle, girando sus
caras, pero aún podía escucharlos susurrando mientras Naji y yo caminábamos. Era una sensación
de inquietud, la forma en que el miedo nos perseguía por la calle.
Abruptamente, Naji alcanzó y tiró su máscara sobre su cara. Él no titubeó o paró de caminar, pero
la brusquedad de su movimiento me puso en alerta.
Sus ojos se oscurecieron y se alejó de mí, caminando más rápido, sus pasos largos y enérgicos.
Suspiré con irritación y me quedé un poco rezagada, andando sin prisa, tomándome mi tiempo.
Una carcajada estalló desde la oscuridad de uno de los estrechos callejones de Lisirran, que corren
como grietas de vidrio entre los edificios. Un hombre surgió del callejón, un viejo marino del Imperio,
por los harapos que usaba. Se apoyó contra el edificio y soltó una carcajada, luego dijo: —Ahora,
esto es algo que nunca pensé que vería. Una niñita fastidiando a un asesino. —Se rió de nuevo,
resoplando como un camello y luego tomó un largo trago de una botella de ron.
—No soy una niñita —dije. Naji sólo lo miró y siguió caminado, aunque, noté que puso su mano en
la empuñadura de su espada. Seguí a Naji, sin embargo, no estaba tan preocupada – era sólo un
borracho. ¿Qué más se puede esperar de este lugar?
—¿Por qué estas usando la máscara? —El hombre se tambaleó hacia delante—. Sabes que no
Naji no respondió, se limitó a mirar hacia el frente. Me encontré a mí misma vacilando un poco,
mirando todas las cosas con interés. Si has vivido toda tu vida con piratas, empiezas a oler cuando
se avecina una pelea.
—¿No me vas a responder? —El hombre le vociferó, tropezando tras Naji—. ¿O son ciertas las
historias, qué te cortan la lengua? —Y luego el hombre agarró a Naji por la parte superior del brazo.
En un limpio movimiento, Naji tenía al hombre tirado en el suelo, su pie en el pecho, la punta de su
espada en la garganta. Estaba un poco impresionada para mi pesar.
En ese momento una multitud se reunió, borrachos, marinos y prostitutas con miradas soñolientas.
Unos pocos de ellos se reían entre dientes, nerviosamente, Naji los miró, con sus ojos oscuros
brillando. Apartaron la mirada.
A continuación el borracho rodó por debajo del pie de Naji, lo agarró del tobillo y tiró con fuerza. Naji
trastabilló un poco pero pudo afirmarse en el último momento. Aunque se veía bien, más elegante
que la mayoría de los hombres, seguía estando sorprendida por recordar que él en realidad era
solo un hombre.
—¿Qué te parece? —Sus manos estaban temblando y su aliento apestaba, me quedé muy quieta,
mi corazón latiendo con fuerza. El mareo de ver una pelea fue cambiado a miedo de ser parte de
una. No estaba consciente de que la multitud había desaparecido – las únicas cosas que sabía era
que Naji me miraba con el ceño fruncido, el cuchillo estaba frío y el borracho estaba presionando
su cuerpo contra el mío.
—No te muevas —chillé—. Por favor, harás que me maten —Traté de que mi voz sonara tan
histérica como podía, así el borracho no notaría mi mano deslizándose en la faja de mi vestido.
—Aw, ¿no la vas a ayudar? —Dijo el hombre—. ¿Vas a esperar a encontrar a alguien más bonita?
Le enterré mi cuchillo en su costado. El hombre aulló y cayó lejos de mí y corrí hacia Naji.
Naji me miró, luego caminó hasta el borracho, que estaba hecho un ovillo sobre la calle, una mano
presionando su estómago, el rojo filtrándose entre sus dedos.
Naji se agachó y sumergió sus dedos en la sangre del hombre. El hombre dejó escapar un gemido,
un sollozo asustado.
Naji recogió mis vestidos y mi cuchillo y me los entregó. —Ven —Dijo, tirando de mi hombro,
alejándome de la escena.
Caminamos el resto del camino en silencio. Mi cuello sangraba un poco donde lo habían pinchado
y yo seguía limpiándolo y mirando a Naji y pensando en cómo la sangre del borracho manchaba
sus dedos.
Cuando llegamos a la posada, el cuarto principal estaba en su mayoría vacío, excepto por una
pareja de prostitutas desaliñadas y un hombre, que supuse, era otro pirata por la forma en como
vestía ropas aristocráticas. Cuando Naji entró, los tres se pusieron de pie y se marcharon sin decir
una palabra.
El posadero temblaba cuando Naji le dijo que quería un dormitorio. Mantuvo su mirada en mí, sus
ojos bien abiertos con miedo. Me pregunté si la razón era que él había escuchado de la pelea o sólo
estaba asustado de los asesinos en general.
—¿Y…la dama? dijo, tartamudeando—. ¿Tendrá ella su propio dormitorio? —Quería reír, él me
llamó dama cuando yo tenía sangre en mis brazos y en mi vestido.
El posadero se puso pálido, como si Naji acabara de hacer aparecer a su madre muerta o algo por
el estilo. Él intentó pasarle la llave del dormitorio en la mano, pero en vez de eso, se le cayó sobre
el mostrador. No me quería reír. Se me ocurrió que si así era como la gente iba a actuar cada vez
que Naji y yo entráramos a un lugar –bien, podía ver que tendríamos un problema. Tal vez Tarrin
podría conocer a alguna linda chica Saelini y los Hariri podrían solo olvidar todo el asunto y yo
podría escabullirme cuando Naji estuviera en uno de sus trances. No que yo pensara que algo de
esto podría pasar.
Naji terminó de pagar y se deslizó sobre las escaleras. Fui al mostrador, me incliné y le dije al
posadero, —No te preocupes, me verás de nuevo.
Los ojos del posadero me miraron nerviosamente y luego a Naji, quién estaba apoyado en la
puerta, parecía molesto.
—Corre —dijo, en un susurro ronco—. Escápate, he visto lo que le hacen a una inocente como tú.
Me pregunté por qué el tipo pensaba que era inocente. ¿Por qué no soy bonita? Decidí darme por
vencida. Obviamente no iba a hacer cambiar de opinión al pobre tipo, por mi seguridad.
—No tienes porqué defender mi buena reputación —dijo Naji mientras subíamos las escaleras
hasta nuestro dormitorio, lejos de los oídos del posadero—. No tengo una.
—Oh, perdón —dije—. ¿Quieres que actúe como tu prisionera? ¿Deslizando una nota para que
busque ayuda?
Naji abrió la puerta del dormitorio. Era más pequeño que el que yo tenía en el límite de la ciudad y
no tan limpio. Pensé en que los más repudiables de la Confederación habían pasado por acá y me
estremecí.
—Magia de sangre, probablemente —dijo y yo cerré mi boca, porque acababa de ver que una parte
de las historias de asesinos era verdad y con la magia de sangre no había que meterse. Incluso
Mamá me advirtió que me alejara, antes de que se hiciera evidente que mis habilidades estaban
en otra parte.
—Puedes dormir en la cama —dijo—. Y deberías dormir. —Me miró, como si esperara que una
ofensa de mi parte, cuando no lo hice, él dijo, —Y no, no es por, ah, el juramento. Es porque te
necesito alerta mañana en la noche.
—¿Para qué?
—Necesitaré que hagas algunas cosas por mí, así podré decidir qué haremos luego.
No siguió explicándose y me imaginé que mañana podría maquinar un plan para que nuestro
próximo paso fuera convencer a los Hariris de que no me mataran. Estaba horriblemente cansada,
lo juro. Apenas lo había notado hasta que llegamos al dormitorio. Como si aún tuviera la adrenalina
de la pelea, igual que en esas batallas navales, que se prolongan durante días y días. Me desplomé
en la cama, ni siquiera pensé cuando había sido última vez que las sábanas fueron lavadas. Y,
como buen pirata, me dormí inmediatamente.
Capítulo 5
Traducido por Gaby H.
Corregido por WinterGirl
Dormí hasta el anochecer y cuando desperté mi cuerpo dolía tanto que tuve que esforzarme por
salir de la cama. Naji estaba sentado en un rincón, con sus ojos brillando. Agité mis manos frente
a él un par de veces y cuando no hizo mucho más que sacudirse, salí y me arranqué mi vestido,
estaba tieso con sudor, sangre y arena y me puse uno nuevo. Traspasé la bolsa con las monedas
a mi nuevo vestido. Sólo porque él me estaba protegiendo no significaba que no podría robarme.
Luego me senté en el borde de la cama y esperé por unos pocos minutos. No salía de su trance.
—Hey —grité—. Seguro que sería fácil para mí escaparme de ti justo ahora.
Eso lo logró. El brillo se fue de sus ojos y se puso de pie, estirándose con elegancia como si la pelea
no le hubiese afectado en nada.
—No es tan fácil como podrías pensar. —Se había quitado su armadura y su capa mientras yo dor-
mía y sus brazos estaban cubiertos de extraños y serpenteantes tatuajes, el mismo azul hielo de
sus ojos cada vez que se ponía en trance. No habló, sin embargo sé que me vio mirarlo.
Cruzó el estrecho dormitorio, hasta la destartalada mesa donde había dejado su capa y comenzó
a escarbar.
—Tengo hambre.
—Disparates —Él me miró por encima de su hombro. Su cabello caía en oscuros mechones sobre
su frente y yo me sentía tonta por notarlo—. Tienes una bolsa de metal prensado en tu bolsillo.
Él sonrió, poniendo una mano sobre su pecho de la forma en que lo hacía la gente del desierto, ese
gesto sustituía una respuesta que no querías dar. Luego dijo: —Me gustaría que fueras al mercado
nocturno por mí. Te daré dinero para eso, pero espero que me lo devuelvas todo cuando te lo pida.
Y te obligaré a dármelo si es necesario.
—Ningún vendedor me vendería —No me miró cuando habló. Tenía una sensación extraña en mi
estómago, pensé en el posadero de la noche anterior, y la magia de sangre que había visto hacer
a Naji en la calle. El juramento de Naji me ataba a él.
—¿Qué, exactamente, quieres qué haga? —dije—. Con él, ah, las cosas del…
—Nada que te haga daño —Él sacó una pila de metal prensado, oro y plata, valía mucho más de lo
que yo tenía en mi bolsa. Avancé unos cuantos pasos involuntariamente, tratando de ver de dónde
las sacaba. Una mirada me detuvo.
—¿Y qué pasa con la señora de las Nieblas? —pregunté—. ¿No crees que ella podría volver por
mí?
—Pero alguien.
Lo miré, tratando de decidir si quería decirle que no le encontraba sentido a que yo me hubiese
cruzado con ellos. Casi había tomado la decisión de decir algo cuando él se apartó de mí y dijo:
—Corre al piso de abajo y pídele al posadero algo de papel y tinta.
Cuando no me moví, él me fulminó con su mirada otra vez e hice lo que mi pidió. Era un posadero
diferente al que me intentó convencer de que estaba a punto de morir. Lástima. Casi quería
tranquilizar al pobre bastardo, o al menos ver la expresión de su cara cuando viera que no estaba
muerta.
El nuevo posadero me dio el papel y la tinta sin mucho alboroto, además de decirme que me iba a
cobrar si no le devolvía la tinta una vez que terminara. Lo ignoré y me dirigí hacia las escaleras. El
aroma de la comida venía de la cocina, picante, caliente y deliciosa, hizo agua mi boca. Eso no me
incentivó a dejar a Naji esperando, sólo porque, a lo mejor, podría molestarlo. Cuanto antes él me
diera su lista, más pronto podría comer.
Desafortunadamente, se tomó su tiempo para escribirla. Tenía una pluma especial que sacó de
su túnica, larga y delgada y del tipo de negro que absorbe todo el color de las cosas. Me senté
en la cama mientras él me interrogaba sobre su lista, tachando cosas, sacudiendo su cabeza,
murmurándose a sí mismo.
—También yo, —dijo—. Pero esto es mucho más importante que cualquiera de nuestros apetitos
en este momento. —Él sostuvo la lista con el brazo extendido, entrecerrando un poco los ojos a la
luz de la lámpara. Luego la apoyó en la pared y escribió algo más.
Salté de la cama y se la arranqué de las manos y escudriñé su escritura afilada y tortuosa. Estaba
todo en el Imperio y la mayoría de los objetos eran plantas. Pétalos de rosa, ruda, glicinias secas.
Cosas para magia de tierra.
—Por supuesto que se leer —Doblé el papel tantas veces como pude y lo guardé en mi bolsillo.
—¿Y por qué me darías la lista si pensaste que no sabía leer?
—Oh, eso es inteligente, —dije—. Dejemos que me den un poco de musgo en vez de nube del
pantano.1 Lo que sea que es eso. —Sacudí mi cabeza—. ¿Cómo te abastecías antes de mí, de
todos modos?
Lo dejé decir la última palabra, estaba tan hambrienta que apenas podía pensar con claridad.
Agarré con fuerza el pomo y estaba a punto de girarlo cuando el bramó: —¡Detente! —como si fuera
una tropa de marinos del Imperio que están a punto de hacer estallar la puerta. Me congelé. Mis
músculos adoloridos preparándose para otra pelea de cuchillos. Pero Naji sólo caminó derrotado
hacia mí, la palma de la mano presionando su frente.
Él buscó entre su túnica y sacó el hechizo de la pelea y me lo lanzó. En el momento que llegó a mis
manos él se enderezó.
—¿Por qué?
—Sé para qué es, estoy más curiosa por saber contra quién me va a proteger.
Frunció el ceño. —Probablemente contra nadie. Pero yo… no me gusta mandarte sola.
—¿Así que? ¿Puedes ver a través de las paredes o algo por el estilo? ¿Y si alguien me secuestraba
cuando el posadero no estaba mirando?
—Nadie te va a secuestrar.
—Probablemente no.
—¡Estoy hambrienta! Sólo quería saber si estoy caminado hacia una trampa, eso es todo.
Naji se frotó su frente, cerrando sus ojos. —No estas caminado hacia una trampa. Mientras me
jures que no te vas a quitar el hechizo, estarás a salvo.
Lo miré fijamente.
—Yo no juro, —dije finalmente—. Pero te lo prometo. —Coloqué el hechizo alrededor de mi cuel-
lo. Me roció una sensación de seguridad. Me pareció que todo desaparecía, justo como si acaba-
ra de entregar la llave de algo que debía entender, pero estaba tan hambrienta que no me importó
mucho. Estaba afuera y en la cocina antes de que Naji tuviera algo más que decir.
El mercado nocturno en el distrito del placer era mucho más grande que aquel en donde Naji casi
me había matado. Una fila de burdeles se extendía por todo el camino hasta los muelles, podía dis-
tinguir el contorno de los barcos que navegaban a lo lejos, tapando las brillantes estrellas del cielo.
Los vendedores atestaban las calles como maleza, gritándome que comprara sus hechizos y en-
cantamientos mientras seguía caminado. La mayoría eran pociones de amor y otras similares. Los
ignoré. Me tomó menos tiempo del que esperaba reunir todas las cosas de la lista de Naji. Aquellas
plantas que conocía –el polvo de equinácea, los pétalos de rosa, la raíz de Jacinto– las recogí
primero, yendo de vendedor en vendedor así ninguno preguntaría qué encanto planeaba realizar.
Dejé las cosas raras para el final. Como una flor de uman. Nunca había escuchado hablar de ella
antes, y resultó, que era extremadamente rara y extremadamente cara y sólo crecía en un panta-
no en particular al sur de Quilar. Tuve que preguntar a cinco vendedores distintos por ella, hasta
que, eventualmente, me enviaron donde un anciano que estaba escondido detrás de un mostrador
vendiendo viales de sangre de serpiente. Estaba todo arrugado, como una nuez y me observaba
por los pliegues de sus arrugados párpados. —¿Para qué necesitas una hierba como esta? —me
preguntó.
—Magia.
—No seas sarcástica, niña. —Pero él rebuscó bajo la mesa durante unos segundos y sacó una
planta que me recordaba a un cuerpo envuelto en mortajas. No se parecía a ninguna flor que haya
visto, con su tallo de madera lleno de nudos, toda deforme y grotesca y agitando sus largos pétalos
blancos.
—Ten cuidado con ella, —dijo el anciano. —Puedes convocar a los espíritus, si no sabes lo que
estás haciendo.
Le agradecí, para parecer educada y luego escondí la flor de uman bien al fondo de mi bolso, así
no la vería de nuevo.
Había una rareza más en la lista que reconocí: le’ki, la cual Mamá había usado veces en los
encantamientos de búsqueda que nos ayudaban a encontrar los mejores barcos mercantes.
Me imaginé que podría encontrarla en los puestos de los muelles y tenía razón. Al primer puesto
que fui, al vendedor sólo le quedaba media pulgada, secado y en polvo como Naji había pedido.
Naji sólo quería un cuarto de pulgada, pero compré todo lo que le quedaba, porque me recordó a
mi hogar, ese olor a sal de mar y el brillo rosado opalescente, como el interior de una concha.
Había estado casi evitando bajar a los muelles, pero una vez que estaba allí, no quería irme. Tenía
todo lo de la lista menos la nube del pantano y aun no era medianoche. Así que seguí caminado
por el muelle lejos de las luces de la ciudad, hasta su borde. Los botes golpeaban contra el agua,
el sonido de la madera hueca golpeteando el agua siempre lo había encontrado tranquilizador. No
había nadie, solo un simple guardia de muelle y él no me prestaba atención. No como si fuera una
persona que fuera a robar un bote de todos modos.
Me senté en el embarcadero, el bolso lleno con los suministros de Naji en mi regazo, mis pies
colgando hacia el océano. Mama solía decirme que el mar tenía inteligencia propia, así que nunca
había sido capaz de sentirla como Mamá. Amaba el océano, no me malinterpretes, pero para mí
y Papá era solo agua, enorme y hermosa y fuerte y más grande que cualquier cosa en el mundo,
seguro –pero nunca algo donde podría sentarme y conversar de mis problemas.
Cuando era más joven, algunas veces me levantaba temprano y subía a la cima del aparejo, así
podía ver a Mama trabajar su magia con el mar. A veces ella se denudaba y se zambullía y flotaba
en las olas como una medusa. Otras veces ella cantaba y lanzaba ofrendas de nuestras excursiones
comerciales –pequeñas cosas, como unas pocas monedas de metal prensado, o un collar o un
pañuelo de lentejuelas. Y las ofrendas no se quedaban flotando, nunca. El mar las succionaba
hacia las profundidades, dejando una estela de espuma. Una vez Mama bajó una jarra al mar,
revolvió la espuma y se la tomó. Tres días después, derrotamos al clan Lae en una batalla, donde
todos, incluso Papa, pensábamos que íbamos a perder.
Pensando en mi infancia y en Mamá y su magia e incluso en esa horrible batalla, me sentí realmente
triste, y ya no quería estar más en los muelles, el mar salpicaba el dobladillo de mi vestido, así que
tomé mi bolso e hice mi camino de regreso a las luces parpadeantes del mercado nocturno.
Maldije y me di la vuelta, intentando seguir mis pasos hacia los muelles. Pero todos los edificios
parecían iguales a la tenue luz de las linternas mágicas y cuando empecé a caminar hacia una
dirección, estaba segura de que me había equivocado, así que me di la vuelta y tomé otra –y luego
de hacer eso un par de veces me di cuenta de que era inútil. Estaba perdida, y en una ciudad, a
diferencia del océano abierto, lo mejor era simplemente preguntarle a alguien por la dirección.
Por supuesto, todos los edificios estaban cerrados de noche, vagué por un tiempo, pateando las
piedras de la calle, jugando con el hechizo de Naji que estaba en mi garganta. Nada.
Incienso significa un templo y un templo siempre está abierto para rezos y santos. Me imaginé que
a la sacerdotisa no le importaría darme una dirección.
Seguí el aroma del incienso por unos minutos, perdiéndolo por el viento y encontrándolo de nuevo,
hasta que llegué a un pequeño templo ubicado entre una tienda que fabricaba llaves y la oficina de
un tribunal de magia. Las lámparas sobre la puerta ardían doradas con magia y cuando me paré
adentro, la luz tenía un tono de dorado que me recordaba al sol de la tarde, no había nadie rezando
en ninguno de los retratos, pero una sacerdotisa salió por el arco, sus joyas sagradas tintineaban
cuando ella se movía.
—Te ves como si pertenecieras al mar —dijo, deslizándose lánguidamente hacia la luz. Las
sacerdotisas siempre hablaban así, como si todo lo que dicen fuera poesía.
—Eso es correcto, —le dije—. Y necesito volver a él. ¿Podrías decirme cuál es el camino a los
muelles?
—No, quiero decir a los muelles. Tengo que encontrarme con alguien allá.
Infiernos y sal de mar. Me encontré con la única sacerdotisa que toma en serio sus deberes.
—A los dioses le gusta tomarse su tiempo para responder y yo necesito volver inmediatamente.
Ella me miró divertida, me pasó un incienso y barrió su brazo por todo el templo. Suspiré y seguí la
fila de retratos hasta que llegué a uno de Kaol, el dios de las mareas y los tifones y el único que dijo
que iba a vigilar a los piratas. Prendí el incienso con la pequeña vela que ardía debajo de su retrato,
me arrodillé, respiré el dulce humo, murmuré algo sobre haber perdido mi camino y luego me puse
de pie y mire expectante a la sacerdotisa.
—Kaol usualmente no responde las preguntas, —dijo—. Podrías haberlo hecho mejor rezando a
E’mko.
Ella señaló un retrato que colgaba al lado de Kaol y donde el océano de Kaol era oscuridad y caos,
una tormenta gris que escupía marcas de rayos, el de E’mko era calma, plana y sin rayos, sus
benevolentes ojos mirando hacia abajo a los peticionarios.
—Así que lo eres. Kaol ayudará a los piratas —Ella sonrió—. Cuando la oración termine, veremos
si ella responde.
Suspiré de nuevo y me arrodillé ante el retrato de Kaol, esperando a que se quemara todo el
incienso, para que terminara la oración, como dijo la sacerdotisa. No estaba segura sobre los
dioses, ya que no hacen mucho para darse a conocer, pero Papá a menudo juraba que Kaol
siempre miraba a sus hijos y era por eso que los barcos de los piratas podían navegar un tifón sin
sufrir daños y los barcos de la marina no.
Cuando lo último del incienso se quemó, me encontré aguantando el aliento, casi esperando a
escuchar una voz como un trueno y que me dijera el camino de regreso a los muelles. En vez de
eso la sacerdotisa tomó mi mano y me llevó arrastrando.
—Sigue la calle hasta el callejón sin salida, luego dobla a la derecha. Serás capaz de escuchar el
mar.
No le creí ni por un segundo, pero le di las gracias de todas formas y corrí hacia la calle. Tenía una
cosa más que comprar –niebla del pantano– y no tenía idea de dónde encontrarla.
Tal vez debí haberle rezado a Kaol para que me ayudara a encontrarla, también.
La dirección de la sacerdotisa era correcta, al menos, y tan pronto como escuché el océano en el
callejón, seguí el sonido hasta los muelles y luego rehíce mi camino al mercado nocturno. Al primer
vendedor con el que me crucé, le pregunte por la niebla del pantano, pero ella sacudió su cabeza.
—No tengo nada como eso, me temo —dijo. Debí parecer decepcionada, porque se inclinó y me
susurró—. Hay un nuevo puesto cercano al burdel “Dama Sal de Mar2. Puede que él tenga.
Se levantó y giró su cabeza hacia la ciudad. —Él se encuentra al lado del limonero y usualmente
tiene un caballo gris atado con sus cosas.
Le di las gracias y partí. La multitud de a poco se iba reduciendo, y un viento soplaba desde el
2 Burdel Dama Sal de Mar: Lady Sea Salt’s brothel.
desierto, frío y seco como el polvo. Todos parecían agruparse entre sí, incluso los vendedores. Pero
luego divisé el limonero, retorciéndose y doblándose con la dirección del viento. Y el caballo gris, tal
como dijo la señora. Me bufaba a medida que me iba acercando.
El vendedor estaba de espaldas. El viento jugueteaba con la tela de su capa e incluso después de
que me aclarara la garganta un par de veces, el no miró. Eventualmente, dije:
—¿Si, querida? —Miró sobre mis hombros—. Parece que estas lejos de tu hogar.
Dijo amablemente, pero aun así, me dejó nerviosa. ¿Cómo podría algún vendedor de la calle, en el
mercado nocturno de Lisirran, diferenciar mi hogar del de alguien más?
—Uh, estoy buscando niebla de pantano, —dije—. La señora de los muelles me dijo que tenías.
El vendedor se giró y todo mi cuerpo se congeló inmediatamente. Tenía los mismos ojos grises
piedra que la mujer de la tienda de ropa. Podría haberlo atribuido a una coincidencia, excepto que
al mirar sus ojos me sentí mareada, como si todo lo que pudiera ver era ese gris.
—Me queda una —dijo. Me dio una gran sonrisa deslumbrante—. Te voy a sorprender con el precio,
también. Parece que has acumulado una gran colección de materiales. —Él asintió hacia mi bolso
lleno con las cosas de Naji.
No dije nada. No podía parar de temblar. No había nada siniestro en él, ninguna de las señales de
advertencia que Papa siempre me dijo que debía mirar. Excepto por esos ojos malditos.
—Esto es muy avanzado para alguien como tú, incluso —agregó—. Alguien tan joven.
No lo hice. Me giré y arranqué por las ventosas calles, tan rápido como podía, mi vestido volando
detrás de mí, mi cabello azotando mi cara. El bolso con plantas golpeando contra mis caderas.
Corrí hasta que me sentí a salvo y eso significaba hasta que salí del mercado nocturno completamente.
Colapsé en el bordillo de una taberna, el olor del humo y del fuerte café flotaba hacia la noche.
Los hombres reían por sobre la música discordante. Una mujer cantaba una vieja canción que casi
reconocí. Supuse que Naji me dejaría no tener todo lo de su lista, pero al menos no gasté todo su
dinero y tenía una buena razón.
Esos ojos grises. No podía parar de pensar en ellos, acercándose y fijándose en mí, arrastrándome.
Al Otro Mundo. A las Nieblas. No podía imaginármelo, un mundo sobre el nuestro, pero algo sobre
la mujer de la tienda de ropa y del hombre del puesto no era humano. Naji era un poco escalofriante,
pero podía verlo como un hombre. Esos dos- no eran sólo sus ojos. Era la forma en que miraban,
me hacían sentir como un ratón rodeado por serpientes.
Capítulo 6
Traducido por Tay P.
Corregido por Ella R
Tomó algo de tiempo para que mis músculos se aflojaran, pero logré pararme y llegar a la posada.
El gerente de la noche anterior estaba en su escritorio, sus ojos se abrieron cuando me vio, y se
agachó hacia el cuarto de atrás del mostrador. Estaba demasiado alterada como para gozar de la
situación.
Naji estaba sentado en la cama cuando entré, garabateando algo en un delgado pedazo de papel.
Tenía su pulgar e índice pellizcando contra su nariz, pero cuando cerré la puerta bajó la mano a la
mesa y soltó un raro y contento suspiro, como si se estuviese sentando después de un largo día de
viaje. No supe como tomar eso.
Sus tatuajes brillaban, casi lo suficiente como para crear una luz propia. Regresó a su escritura.
—Todo menos el yirrus de pantano. —Mi garganta se sintió rara cuando lo dije, seca e irritada.
No dejó de escribir. —¿Por qué no? El mercado nocturno en la zona costera de aquí debe ser
infatigable en su suministro de propiedades perversas.
Me tomó algo de tiempo darme cuenta de que estaba haciendo una broma, pero no estaba de un
humor bromista.
—¿Y bien? —Levantó la cabeza y me entrecerró los ojos. —¿Por qué no conseguiste el yirrus de
pantano?
—Te traje el dinero. —Llevé mi mano a la bolsa y saqué lo último que quedaba de las piezas de oro
comprimidas y las aventé a la cama. Naji las miró fijamente, resplandecían en la luz de la lámpara
que parpadeaba a un lado de la mesa de noche. Luego me miró fijamente, y pude sentir que
estudiaba mi cara, intentando conseguir una respuesta de esa forma.
—El vendedor tenía ojos grises —dije. Naji no reaccionó para nada, solo me escuchó. —. Igual que
la mujer de antes. La que…
—Entonces no quisiste comprarle.
Sacudí la cabeza. —Me dio unos escalofríos espeluznantes. Lo siento mucho pero si una mujer no
tiene intuición no tiene nada. Eso es lo que me enseñó Papá.
—Suena como un hombre sabio, para haber sido un pirata. —Naji suspiró. —El vendedor…
¿reaccionó ante ti en alguna forma? ¿Murmuró algo? ¿hum?
—¿Te refieres a que si actuó como si estuviera lanzando un hechizo? No. —Me encogí de hombros.
—Aunque sí dijo que yo parecía como si estuviera muy lejos de casa, lo que me preocupó un poco.
Eso fue antes de que notara sus ojos. Parecía normal en cuanto a todo lo demás, como si solo fuera
un cliente común y corriente.
Llevé mi mano a mi cuello, hacia el pedazo de cuero gastado. Había olvidado que lo traía puesto.
—Lo tomaré de vuelta ahora, por cierto —dijo Naji—. Te haré uno propio, para que dejes de tomar
prestado el mío.
Deslicé el amuleto de mi cuello y el aire en el cuarto cambió de repente, más oscuro, como si la
magia de la lámpara se comenzara a acabar. Naji metió el talismán en su túnica y regresó a su
escritura. Odiaba verlo desaparecer.
—Todo en esa lista era importante —dijo Naji. Su pluma rascaba a través del papel. —Pero puedo
arreglármelas.
Quería sentarme, pero se me hacía raro hacerlo en la cama al lado de Naji. Así que me hice un
pequeño lugar en el suelo y lo miré escribir. Cuando terminó empacó la pluma en su túnica y releyó
el papel una última vez. Después comenzó a buscar entre las bolsas, sacando vides de glicina y
pétalos de rosa.
—No tienes que verme hacer esto —dijo, colocando todo en la cama.
No había forma de que saliera de la posada después de encontrarme con Ojos Grises en el mercado,
y abajo no había nada más que ebrios y putas, y no tenía ganas de lidiar con ninguno.
Me miró de vuelta. Las cicatrices hacían su cara irreal, como una máscara, pero no me molestaba
verlo.
Me encogí de hombros. Naji cogió las vides de glicina y comenzó a trenzarlas juntas, incorporando
los pétalos de rosa y las tiras de hojas de acacia. Cantaba en su idioma mientras trabajaba. El
cuarto se oscureció más y más y sus tatuajes comenzaron a brillar con mayor intensidad. Reconocí
algo de lo que estaba haciendo como magia de tierra, cantar sobre hojas muertas y eso, pero eso
tatuajes no eran nada parecidos a lo que me había enseñado Mamá alguna vez.
Naji dejo el talismán en la cama. Metió la mano en su saco y sacó ese cuchillo de aspecto maligno
de antes, y después, tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de entender lo que hacía, llevó el
cuchillo a la palma de su mano. Sangre salió de una línea a través de su piel. Ladeó su mano sobre
el amuleto y dejó caer la sangre poco a poco sobre las vides de glicina.
Sus tatuajes brillaban con tal intensidad que todo el cuarto estaba azul.
Dejó de hablar y apretó su palma hasta cerrarla. Sus tatuajes regresaron a la normalidad. Después
todo el cuarto regresó a la normalidad, aunque aún podía oler la sangre, acerada y afilada, colgada
en el aire.
El ver sangre no me agita, pero la idea de usar sangre en la magia… Mamá me había dicho que eso
era algo oscuro, y peligroso, aunque lo hacía sonar como si la magia de sangre siempre requería la
sangre de alguien más, no la del mago. Siempre dijo que era la magia de la violencia.
—Me disculpo —dijo Naji. Se deslizó de la cama, el amuleto apoyado en la palma de su mano. —.
No quería involucrar a ack’mora en esto…
—¿Que es ack’mora?
Miró el talismán. —Es lo que tu llamas magia de sangre. No quería usarla, pero sin el yirrus de
pantano… —Su voz se desvaneció. Empujó el talismán hacia mí. —Esto es para ti, por favor
utilízalo en todo momento.
Sonaba más formal que de costumbre, como si estuviera nervioso. Es raro que esté más nervioso
que yo. Pero tomé el talismán de todas maneras y rompí un pedazo de tela de una de mis bufandas
para poder amarrarlo a mi cuello. La sensación de protección que me envolvió era cálida y gruesa,
como la sangre.
—Nunca había visto a nadie mezclarlos así —dije. Naji había regresado a la cama y estaba
limpiando el espacio. Volteó a verme cuando hablé. Su cara estaba pálida, estirada de una forma
que no había estado hace unos minutos.
—¿Mezclarlos? —dijo.
—Si —dijo—. Los combino a veces. Aprendí algo de… ¿cómo le llamas? ¿Magia de tierra? de mi
madre.
—¡Tienes una madre! —No quise que sonara así, pero la idea de que él viniera de algún lugar era
demasiado bizarra.
—Claro que tuve una madre. —Frunció el ceño y extrajo la flor de uman fuera de la bolsa.
Me tomó un minuto darme cuenta que había cambiado al verbo en pasado. —Lo siento —dije, y de
verdad me sentí mal. —. Es que, eres una asesino, y no pensé…
—Que tuve una madre antes de entrar a la Orden —dijo rígidamente. Era obvio que no quería
hablar del tema.
—Pensé que preferirías un amuleto nacido de la tierra y no de mí, pero bueno, tenía que ajustarme.
Pensé que era una forma rara de decirlo, un amuleto nacido de mí, como si se hubiera arrancado
una parte de sí mismo y me la hubiera entregado.
—Gracias —dije.
—Por nada —dijo y de hecho se inclinó un poco hacia mí. No una reverencia completa, solo inclinó
un poco la cabeza, pero me puse muy caliente y miré hacia abajo a mis manos. Estaba muy
consciente del amuleto presionando contra mi piel, suave como el roce de un amante.
—El próximo encanto es un poco más enredado, me temo. —Estaba alistando el resto de las
cosas que le conseguí, los polvos y las flores de uman. —Me saldré de mí mismo por un tiempo.
Tengo unas preguntas que deben ser contestadas. —Hubo una larga pausa, como si esperara que
yo dijera algo. —De verdad no debes quedarte. Es… pues, voy a hacer algo muy raro, lleno de
ack’mora, no espero que… —Se enderezó y pasó una mano por su cabello enredado. —Aunque
pido que te quedes en la posada. Mi… juramento. No estoy seguro de qué podría pasarme si te
metieras en problemas mientras estoy fuera.
Asintió
—¿Las Mists?
—¿Pero es un lugar?
Dejó de jugar con los botes de polvo en la cama y me miró duramente a los ojos. —No se me
permite discutirlo con foráneos —dijo, y lo entendí bastante bien, siendo hija de la Confederación
de Piratas y toda la cosa.
Usé el lenguaje de los piratas para decirle que entendía, lo cual era un chiste, porque sabía que no
había forma de que entendiera lo que le dije. Pero me medio sonrió, no con la boca sino con la piel
alrededor de los ojos, y regresó a su trabajo.
Este era más raro de ver, porque no era nada como la poca magia que había visto entes. Se
centraba más que nada en la flor de uman. Pasó un rato mezclando pellizcos y sacudidas de los
polvos que le traje, en un gran plato hondo de barro que parecía venir de la cocina de la posada.
Luego puso la flor de uman en el suelo y la armó un gran circulo a su alrededor con los polvos. El
cuchillo salió de nuevo, solo que esta vez cortó sobre uno de los tatuajes en su brazo, y derramó la
sangre en el círculo, justo ahí en el piso como si no estuviéramos en una posada.
Dijo unas palabras y luego cantó algunas más y después se metió en el círculo y todo se puso muy
raro.
El cuarto yacía en penumbras, primero, aunque la lámpara aún estaba parpadeando en la esquina.
Solo que no emitía luz. Tampoco lo hacían los tatuajes de Naji, los cuales también brillaban. Era
como si la oscuridad era tan espesa que se tragaba toda la luz.
Todo lo que podía ver de Naji eran los surcos de sus brazos y los dos puntos azules de sus ojos. Su
canto se volvió más fuerte, y percibí el olor a sangre de nuevo, esta vez era tan fuerte que pensé
que me escurría por la cara. De hecho intenté frotarme un cachete para limpiarla. No había nada
ahí, solo después sentí el olor a medicina de su magia. Como la de un doctor a punto de estafarte.
Luego la flor de uman se encendió también y comenzó a moverse un poco. Luego una voz se unió
a la de Naji, una que no era humana. Más bien rasposa y animal. La flor seguía moviéndose de un
lado a otro, bailando como la princesa Luni en aquel cuento antiguo donde bailaba hasta morir.
Las cosas permanecieron así por un tiempo, el canto y los ojos brillantes de Naji, pero a pesar de
todo no tenía mucho miedo, sabia sin embargo, que eso me convertía en una tonta. Supuse que el
encanto estaba funcionando y de ahí nacía mi complacencia.
No puedo decir exactamente cuánto tiempo Naji estuvo fuera, pero no fue mucho porque casi
no me moví y mis piernas no se entumecieron. Cuando Naji regresó pasó todo al mismo tiempo.
El canto cesó, la flor dejó de bailar y la luz regresó a la habitación. Naji se dejó caer en el suelo,
haciendo la flor a un lado, fuera del círculo. Se deslizó hacia mí y salté fuera de su camino, no por
miedo sino por revulsión. Naji aún no se movía.
Gateé hacia él y paré justo fuera del circulo y lo piqué en el brazo. Se quejó. Lo piqué más fuerte y
luego lo sacudí. La parte de mi brazo en el círculo me daba cosquillas. El olor de su magia era tan
fuerte que lo podía probar en la garganta. Pero al menos nada en el cuarto estaba cambiando por
sus efectos.
Naji levantó la cabeza tan rápido que me asustó. Parpadeó un par de veces. Sus ojos eran oscuros
de nuevo. Cuando me vio agachada cerca del círculo se sobó la cabeza y dijo—: No cruces la línea.
Asintió. Estaba cabizbajo, me deslicé por el suelo hasta recargarme en la cama. —¿Qué averiguaste?
—¿Averiguar?
—Oh. —Su cara se oscureció por un momento. —Parece que debemos cruzar el desierto. —Se
puso de pie, apoyando un brazo en la cama para afianzarse.
—¿Qué? ¿El desierto? —Esperaba que hubiera visto al clan Hariri, donde sea que haya ido, no
ellos exactamente, más bien sus sombras, como lo hacen los adivinos. Esperaba que me dijera que
no había otro asesino cazándome. —No quiero ir al desierto.
—¡Una mierda! —Crucé el cuarto a zancadas, cuidando de no pisar el círculo. Hice con mi ropa una
bola y luego la envolví en bufandas para poder sujetarla. Me quité el amuleto y lo aventé a la cama
—Me largo.
Me dirigí directo hacia él, tan cerca que pude oler el residuo de su magia. —Claro que puedo. Tengo
dinero e inteligencia y no hay nada que puedas hacer para impedirlo.
No tenía una respuesta a eso, así que solo seguí mi camino y salí directo hacia el corredor. No pensé
en lo que estaba haciendo; era muy parecido a cuando dejé a Tarrin, honestamente. Largarme y
pensar en un plan después.
Naji gritó.
Paré completamente porque no era un grito de enojo o magia, sino de dolor, como si alguien lo
hubiera pateado en el estómago. El corredor estaba callado, nadie se asomó a ver qué había
pasado.
—¿Que rayos te sucede? —Parte de mí solo quería salir corriendo y otra parte quería conseguirle
un trapo con agua fría y una taza de té de menta.
—No puedes… —Naji cerró los ojos, y presionó su cabeza contra la pared. Tomo una bocanada de
aire temblorosa. —El clan Hariri…
—Al diablo con ellos. Que envíen lo peor que tengan.
Naji se veía con ganas de torcer los ojos y vomitar. —Ese es el problema —dijo—. Lo harán.
—¿Lo estás?
—Entra al cuarto.
Hice lo que me pidió. Lancé los vestidos al suelo y me senté en la cama. El color había regresado
a los cachetes de Naji y sus ojos ya no estaban vidriosos. Cerró la puerta detrás de nosotros y
comenzó a barrer el círculo de magia con su pie.
—¿Y bien? —dije—. ¿Lo estás, no es así? Por eso debes protegerme.
No dijo nada, el círculo se había desvanecido, reemplazado por manchas de polvos y raspones de
sangre semi seca, pero él seguía barriendo. El polvo me hizo estornudar.
Doblé mis manos encima de mis piernas como una señorita decente. Naji no me estaba protegiendo
por un juramento, lo hacía porque le dolía no hacerlo.
—¿Cuando pasó? —pregunté—. Durante la pelea, ¿supongo? —Pensé en esa noche en el desierto,
gateando por la arena, batiendo mi cuchillo hacia su pecho, matando a la serpiente…
Naji se veía defensivo, pero sacudió su cabeza, su cabello cayendo sobre sus ojos. —Solo era una
víbora, en el lugar y momento incorrecto. Pero supongo que me hubiera mordido de no ser porque
la mataste.
—Oh.
Dejo de patear el círculo y se recargó en la pared, cruzó los brazos sobre su pecho. —Salvaste mi
vida. Ahora debo proteger la tuya.
—¿De la serpiente?
—Aparentemente.
—Entonces lo que me dijiste sí era verdad —dije—. ¿Sobre tener que protegerme y todo eso? Solo
que no fue un juramento. —Fruncí el ceño. —¿Qué pasa si no lo haces?
—Imagino que moriré. —Naji se volteó y jugueteó con la ropa que estaba en la mesa. —Así es
como son este tipo de maldiciones.
No tenía nada que decir acerca de eso. Accidentalmente activé algún tipo de maldición cuando
maté esa serpiente y ahora estamos atorados el uno con el otro.
Esa oscuridad cruzó su rostro de nuevo. —Dije que no quiero hablar de eso.
—¿Y qué acerca de los Hariris? ¿Estás tan ansioso por matarme que vas a viajar por el desierto
solo para hacerlo? Estás loco si crees que iré contigo…
Había algo en su voz, ira y vergüenza mezcladas, de la forma en que a veces lo hacen, cuando no
puedes distinguir una de la otra, y eso me calló al principio. Pero mientras más lo pensaba más me
enojaba. Esto era peor que un juramento, porque los juramento se pueden romper. Y no quería la
maldición de Naji colgando sobre mi cabeza.
—Bueno, yo creo que debemos discutirlo. —Me levanté. —Esto no solo te afecta a ti ¿sabes? Tenía
planes. Y no involucraban escabullirme para que a un asesino no le dé un dolor de cabeza.
Naji me miró. —No hay nada que discutir. Si intentas quedarte con las demás ratas de mar, te ataré
a mí.
—No, no lo harás.
Se acercó a mí, sus cicatrices brillando aún un poco por pequeño rastro de magia en el cuarto. —
Todo lo que necesito es una gota de tu sangre. Y sé que puedo conseguirla muy fácilmente.
Me lancé hacia él pero ya se había movido y solo logré pegar en la pared. Había sacado su pluma y
comenzó a garabatear algo en su armadura, intentando, pareciera, ignorarme. Me recargué contra
la pared y lo miré. Aún tenía que preocuparme por el clan Hariri, y si tomaba un barco, aunque sea
hacia el sur, probablemente algún día me alcanzarán.
—Iré —dije, como si él me hubiera dado la opción primero. —. Al menos hasta que te encargues
de los Hariris.
Naji me volteo a ver. Luego dejó la pluma y se sentó al lado de la flor de uman, la recogió y comenzó
a quitarle los pétalos en largos y delgados segmentos. No dijimos nada, ninguno de nosotros. El
único sonido del cuarto era un crujido cuando los pétalos se desprendían de la base, uno a la vez,
blancos como los fantasmas.
Capítulo 7
Traducido por Brenda L.
Corregido por Ella R
Dos días después, partimos hacia el desierto. Era probablemente estúpido de mi parte, ir a ayudar
a curar a un hombre que había sido pagado con oro comprimido para verme muerta, pero cada
vez que pensaba en darle el esquinazo, escuchaba aquel grito suyo de cuando intenté salir de la
posada y sentí mi estómago revuelto. Y entonces parecía que la cuestión estaba decidida para mí.
Maldita magia. Uno pensaría que a ellos se les podría ocurrir una maldición que no tuviera que ar-
rastrar a espectadores inocentes en ello.
Naji me llevo a comprar todos los suministros. Me dio una lista con algunos polvos del mercado
nocturno, pero el resto eran cosas comunes y corrientes, y no era muy quisquilloso al respecto. La
mayoría lo robé, arrastrándome una noche dentro de un mercado para la comida, haciéndome con
un par de madejas de agua y alunas mascaras de desierto, en una distraída y abarrotada mañana.
Sí pagué por el agua, pensé, abajo en el pozo. Se sentía mal no hacerlo.
Con el dinero que sobró compré un camello. Uno verdaderamente fuerte y lujoso, con suaves ojos
café y un elegante bozal. Marché con el camello hacia la posada la mañana que nos fuimos. Naji
estaba esperándome en las sombras, su cara cubierta como siempre. Cuando vio al camello, lo
observó y luego a mí y entonces dijo—: Compraste suministros, ¿correcto?
Nos marchamos, el camello y yo marchando a través de las calles como si fuéramos importantes,
Naji vigilando a través de los lugares oscuros como un espíritu maligno de las historia. No se
materializó de nuevo hasta que llegamos al borde de la ciudad y el sol se estaba ocultando por el
horizonte, convirtiendo la luz en gris.
—Tenemos que dirigirnos al sudeste —dijo—. ¿Sabes cuál es el camino? No te quiero vagando…
—No me insultes.
Naji me miró.
—En serio —dijo—. Fue la primera cosa que jamás aprendí, como distinguir norte de sur. —Eso no
fue exactamente cierto, primero aprendí de este a oeste porque es obvio, pero quería marcar mi
punto. Señalé con mi dedo hacia el horizonte. —Ahí. Sudeste. Miras a las sombras durante el día y
a las estrellas en la noche, asumiendo que no tienes brújula. —Cosa que no teníamos.
—Mi método es mejor. —Acaricié el cuello del camello, y jadeó como si estuviera de acuerdo. —
Cualquiera puede hacerlo.
Naji no respondió. No hacía mucho calor aún, pero ya tenía la bufanda sobre mi cabeza para
protegerme del sol, y Naji me hizo ponerme la máscara del desierto a pesar de que picaba mi nariz.
Además, había robado uno de aquellos vestidos ligeros después de que nos fuimos, la tela suave y
fresca contra mi piel, casi como un rocío de mar, y lo suficientemente delgada que mi tatuaje se veía
a través de la tela. Una vez había escuchado lo malo que es estar lejos del mar. Algunos hombres
de la tripulación del bote de Papá habían dicho esas historias.
Aun así, todas las historias en el mundo no me prepararon lo suficiente para aquel viaje. Las
primeras horas estuvieron bien, pero el sol se puso más y más alto, alcanzando su punto más alto
en el cielo, y permanecí deseando que toda la arena se convirtiera en el océano, verde-azulado y
frio con espuma blanca. En cambio, mis ojos ardían. Mi piel derramaba sudor, y la tela del vestido
se me pegaba y no hacía nada para enfriarme.
Mis pies dolían de caminar al lado del camello; lo habíamos ensillamos cargar nuestra comida y
agua, y Naji dijo que podríamos tomar turnos montando por si lo necesitábamos.
—¿Y por qué no caminamos durante la noche? —le pregunté, tambaleándome en la arena.
—Estaría muy oscuro —dijo Naji—. Yo no puedo arriesgarme a usar linternas, además, estaremos
bien. Usualmente viajo durante el día.
Naji suspiró. —Te acostumbrarás al calor. —Y aparentemente eso fue suficiente para resolver el
asunto.
Nos detuvimos para comer y descansar un poco durante el mediodía. Naji montó una tienda de
campaña realmente rápida y hábilmente, y me dijo que me sentara en la sombra, lo cual hice sin
protestar. Entonces me trajo un poco de agua (mi parte racionada, ya que dijo que teníamos solo
lo suficiente para el viaje) y un puñado de higos secos. La vista del agua y los higos hizo a mi
estómago gruñir.
—No bebas demasiado rápido —dijo. Se arrastró dentro de la tienda junto a mí y cogió uno de los
higos.
Sacudí mi cabeza. Naji suspiró. —Hay energía en ellos —dijo—. Ayudarán a facilitar la caminata
por la tarde.
Cuando partimos nuevamente me sentí un poco mejor. Creo que el aire estaba más fresco, pero
mientras el sol se fundía en las montañas, el calor seguía reluciendo en el horizonte como agua,
lo cual me puso a fantasear acerca el bote de Papá, primero durante el clima tranquilo y entonces
durante un tifón, viento y lluvia salpicando sobre el escritorio, calándome hasta los huesos. Habría
dado la mano con que usaba la espada para estar estancada en un tifón en vez de arrastrarme
sobre el desierto.
Naji finalmente nos dejó detenernos por la noche después de que estuviera demasiado oscuro para
ver. De nuevo montó la tienda, haciéndola lo suficientemente amplia para que ambos pudiéramos
acostarnos. Me despojé de mi bufanda y la enrollé como una almohada.
—¡Dos semanas! —Mi boca se abrió. —¿Dos semanas más cerca de morir?
—Tú no estuviste cerca de morir. —Me miró. —¿Segura que has ido a viajes más largos? Entiendo
que tan solo Qilar es por lo menos un viaje de un mes…
—¡En un bote! —Desearía haber tenido algo que arrojarle. —No estás caminando todo el trayecto
y tienes la de sombra de los mástiles y el rocío del mar. Kaol, ¿alguna vez has estado en el mar?
No respondió.
—No puedo creer esto —murmure, acunando la madeja de agua cerca de mi pecho. —Dos semanas
en el desierto, todo por un asesino que no sabe cómo tener cuidado con las serpientes.
—Si no hubieras matado esa serpiente, ella te hubiera matado a tí. —dijo Naji calmado.
—Oh, cállate. —Tomé un largo trago de agua. —¿Vas a decirme a dónde vamos?
—¿Algo más?
Y entonces Naji estaba diciendo mi nombre, una y otra vez, y sacudiéndome para despertarme.
Estaba completamente oscuro excepto por un resplandor dorado-rojizo justo fuera de la tienda,
y después de unos pocos nublados segundos, me di cuenta de que Naji estaba sentado afuera,
tendido sobre el fuego y sin tocarme en absoluto. Mi cuerpo solo estaba sacudiéndose por el frio.
—¿Ananna? —Naji metió la cabeza dentro de la tienda. —Oh dios, estas despierta. Vamos, come.
Ahora sabía que el desierto se volvía más fresco por la noche. Lisirra ciertamente lo sabía. Pero se
sentía como si hubiera pasado la noche en un iceberg. Así que salí de la tienda e incline mis manos
hacia el fuego, manteniendo mi bufanda apretada alrededor de mis hombros. Naji me entregó una
lata llena con pescado salado y espinaca, cocinados hasta formar un revuelto. Al minuto que lo olí,
mi estómago gruño y usé mi mano como cuchara, tragando la comida de mis dedos.
No me tomó mucho tiempo calentarme con la comida y el fuego. Cuando habíamos terminado,
camine hacia el camello, que se había echado elegantemente sobre la arena. Le rasqué detrás de
las orejas y frote su cuello y parpadeó, sus grandes ojos húmedos hacia mí, y por un momento me
sentí raramente contenta, incluso si estaba rodeada por nada más que arena y cielo y cubierta por
pequeños arboles de desierto, incluso si estaba viajando con un asesino que no me decía nada.
Pero al día siguiente, durante la parte más absolutamente ardiente de la tarde, empecé a tambalearme
en la arena, y no pude ver claramente. Mi cabeza palpitaba como si hubiera estado en una pelea.
El cielo seguía sumergiéndose en la arena y la esta seguía subiendo hacia cielo, el cual estaba tan
caliente que se tornó blanco, y ni siquiera pude recordar como lucían las nubes.
La siguiente cosa que supe fue que Naji tenía sus brazos a mí alrededor. Parpadee y lo miré, a sus
oscuros ojos y la parte de la cicatriz que podía ver a través de la máscara.
—¿Qué pasó?
—Insolación.
Me recogió, puso una mano debajo de mis rodillas y otra bajo mis hombros, y realmente me mareé;
si fue por el calor o por él llevándome, no lo sé. Su pecho estaba pegajoso por el sudor, incluso a
través de la tela de sus túnicas (no estaba usando su armadura) y me quedé pensado en eso más
tarde, la manera en que su pecho se sentía contra mi mejilla.
Me sentó en el camello y presionó una mano contra mi cintura mientras me estabilizaba. Tomó la
cuerda del camello, tiró de ella y el camello se adelantó.
—Lo siento —dijo sin mirarme—. Debía de haber escuchado tus quejas acerca del calor.
Lo miré entornando los ojos, sintiéndome un poco satisfecha y también emocionada de que se
hubiera molestado en disculparse.
La mañana siguiente, Naji me dejo dormir por más tiempo, y me hizo beber dos veces más la
cantidad usual de agua antes de que partiéramos.
—Cuando me insolé.
Terminó de doblar la tienda y la metió dentro de los sacos de transporte. Entonces acarició el
costado del camello, sin mirarme, solo acariciando al animal como si fuera un gato.
Estaba segura que no iba a responder, pero después de unos segundos, dejó caer la mano a un
lado. —Lo hizo, un poco, pero te atrapé antes de que te lastimaras a ti misma, por lo que no fue
especialmente doloroso. Y teníamos el camello, así que…. —Se volteó hacia mí. Su cara no estaba
cubierta, y era como si lo estuviera mirando desnudo. Me preguntaba qué pasaría si tocaba su
cicatriz. —Nada por lo cual necesites preocuparte.
—No lo hago —dije—, solo tenía curiosidad. —Eso no era realmente cierto.
Esa mañana la caminata fue mucho más fácil, por el descanso en la espalda del camello y por el
par de horas extra que conseguí de sueño. Naji me hizo ir en el camello por las tardes, y seguimos
así por el resto del viaje. Él parecía no necesitar descansar. Me preguntaba si era alguna clase de
truco de la magia de sangre. El no ofreció una explicación, y yo no pedí ninguna.
Los días sangraban juntos allí, de la manera en que lo hacen en el mar, convirtiéndose en un largo
día y una larga noche. Eventualmente el paisaje comenzó a cambiar. Los arboles del desierto
desaparecieron y la arena se volvió más gruesa. Nuestro camino estaba lleno de pequeñas piedras
redondas y matas de plantas bronceadas de color marrón y verde.
—Estamos cerca —dijo Naji.
—¿Cerca de qué? —Esperaba que se equivocara y me diera una especie de indicio acerca de a
dónde estábamos.
—El cañón.
—Un rio.
Ni siquiera me importaba que estuviera burlándose al no decirme nada importante. —¿Un rio? —
dije—. ¿Agua?
—Oh, gracias ambos, Kaol y E´mko! —Cerré mis ojos y toda la polvorienta sequedad desapareció;
me imagine zambulléndome dentro las frías aguas del rio, despojándose de toda la mugre y suciedad
del viaje, un baño apropiado y no frotarme inútilmente con la arena.
Abrí mis ojos. Naji estaba mirándome con pequeñas líneas arrugando su cara, sus ojos brillantes y
deslumbrantes.
—Jamás. —Me lancé hacia él con una espada imaginaria, y esta vez realmente se rio, todo ronco
y rasposo, y me pregunté qué podía hacer para que él se riera más.
El viaje fue sencillo, ahora que sabía que nuestro destino incluía un rio. Incluso no necesite montar
el camello esa tarde. Naji no presionó tampoco, lo cual aprecié. Mientras caminábamos, empecé a
contarle bromas, tratando de hacerlo reír de nuevo. Lo cual no hizo.
El siguiente día empezó de la misma manera que los otros, excepto que enseguida empecé a
narrar mi broma. Estaba creando mi mejor chiste, acerca de una puta y un mago de la corte, sabía
que seguramente eso haría reír a Naji.
Naji lo vio primero, pero no dijo nada al respecto, solo detuvo al camello y extrajo su armadura fuera
de la mochila. Seguí caminando un poco antes de notarlo, estaba tratando de encontrar la menor
manera de contarle mi broma. Pero entonces me di cuenta de que no escuché los susurros de los
suaves pasos, voltee alrededor y vi a Naji que se encorvaba como si estuviera a punto de ir a una
batalla.
—¿Que es eso? —Me detuve a unos pocos pies lejos de Naji, mirando a través de él hacia el
desierto. La cosa se arrastraba a través del cielo, larga y delgada como dedos de un demonio
necrófago. —. No te atrevas a decirme que no me concierne.
—No, no lo es.
—¿Y cómo lo sabes? —Sus ojos me miraron fijamente desde el borde su máscara. —¿Ves muchas
tormentas de arena en el océano?
—Nunca he visto una tormenta de arena, pero no te estarías poniendo la armadura si lo fuera.
—Dame tu espada.
—Absolutamente no.
—Entonces dame uno de tus cuchillos. Quiero ser capaz de pelear, eso es todo.
—Tú tienes un cuchillo —Hizo una pausa. —, y me apuñalaste el muslo con él, si mal no recuerdo.
Suspiró. —Harías las cosas más fáciles para mí si no peleas. Si tú no…. —Inclinó su cabeza, como
si estuviera buscando las palabras correctas. — si no te pones en peligro. Además, podría no ser
nada problemático. Un compañero Jadorr’a pasando por aquí.
—Un asesino, Ananna. —La palabra sonó de una forma tan amargada en la manera en que lo dijo.
—Alguien de la Orden. Alguien como yo.
—¿En serio? —repliqué, aunque me sentía mal por no saber qué era un Jadorr›a. —. ¿Usualmente
dejas un rastro lo suficientemente grande para ver desde Qilar cuando pasas?
No dijo nada. Acaricié la faja que había atado alrededor de mi cintura, donde mi cuchillo permanecía
escondido para mi tranquilidad.
Naji estaba caminado más rápido de lo que lo hacía en la mañana, no exactamente corriendo, pero
lo suficientemente rápido para hacerme jadear. El camello trotaba a su lado. Continué mirando
sobre mi hombro para observar la nube, la cual estaba llenando el cielo más rápido de lo que podría
caminar.
—Ananna…
—¿Que? Lo haremos.
—Mira —dije—. Algo obviamente repugnante está a punto de alcanzarnos, y que tú estés
malditamente casi corriendo no ayuda. Todo esto significa que estaremos agotados cuando para
cuando tengamos que pelear.
—Si, y es por eso que eres un asesino, mejor dicho, un maldito asesino a sueldo. Y eso es porque
nadie lo espera, así que puedes pelear como un cobarde o no pelear en absoluto.
Retrocedió cuando dije cobarde. No completamente. Solo una ligera mirada de soslayo. Pero aun
así lo vio.
Entonces hizo algo que no esperaba. Le dijo al camello que se quedara, metió la mano en la capa
y sacó su cuchillo. La hoja brillaba al sol, lanzando chispas de luz.
—No. —Se acercó, inclinándose para que nuestros ojos quedaran al mismo nivel. —Cualquier
magia que hago, viene de mí, ¿lo entiendes? Se lleva una pequeña parte mí. No puedo simplemente
lanzar cualquier hechizo que quiera, cuando quiera. Tengo que darle a mi cuerpo tiempo para
recuperarse.
Puse mis labios en una dura línea para que no pudiera saber lo que pensaba. Me sentí estúpida por
no darme cuenta antes, de lo que la magia le hacía.
—Lancé un escudo sobre nosotros antes de irnos, pero quedé débil después del trabajo que me
tomó el hacer tu amuleto de protección. Lo estas usando, ¿verdad?
Levanté la máscara de mi cuello, mostrándole. Estaba segura de que sabía que nunca me lo había
quitado, pero no lo iba a decir en voz alta.
—Las rayas negras son del escudo. Es una advertencia, no una invitación para entrar en batalla. El
cañón está cerca, deberíamos ser capaces de llegar…
El viento cambió.
Todo el tiempo que habíamos estado allí discutiendo el aire había sido caliente y seco. Sofocante.
Pero entonces se levantó una brisa y el dobladillo de mi vestido crujió, y fue frío como el hielo. Envió
un escalofrío por mi espina dorsal como si un fantasma me hubiera alcanzado y agarrado.
—Oh no —dijo Naji, como si fueran todas las maldiciones del mundo.
Naji comenzó a cantar en su idioma, sus ojos brillantes. Me tropecé hacia adelante, mis piernas
punzando como si tuvieran un millón de alfileres calvados. Al menos podía moverme de nuevo. Naji
empujo su cuchillo hacia mí y luego me agarró por el brazo tan pronto como lo había tomado. Me
empujó hacia él.
—Por favor, no pelees a menos que sea necesario —dijo, cerca de mi oído.
El camello hizo este horrible sonido, un grito de miedo, y salió galopando, lejos de la oscuridad, toda
nuestra comida y agua desapareciendo en la línea de luz solar. Le grité que se quedara, pero Naji
puso su mano en mi brazo.
—Déjalo —dijo—. Tal vez pueda llamarlo después… después de que esto termine.
Ya estaba asustada, pero no iba a decírselo. Sin embargo, me presioné contra él mientras la
oscuridad se acercaba a nosotros. Algo comenzó a moverse en la arena. Figuras aparecieron en
el horizonte. Seguía imaginando que todos ellos se parecían a Naji, un ejército de Najis, pero no lo
eran.
—Un Jadorr’a está entre ellos —dijo—. Pero la Orden no se ocupa de la metalurgia.
Metalurgia. La palabra se quedó atascada en mi cerebro, como si debiera saber lo que significaba,
pero no llegara a entenderlo.
Las criaturas se estremecieron hasta detenerse. La arena se asentó. Un espeso humo negro
ascendía hacia el cielo, mezclándose con los remolinos de tinta oscura del escudo de Naji. Sus
pieles brillaban bajo los pocos rayos de sol que lograban atravesar, como el lado de un cuchillo,
como…
Como metal.
Naji hundió sus dedos en mi brazo. —Matar a una serpiente no va a salvarte esta vez.
Bajo cualquier otra circunstancia eso me hubiera enojado, pero estaba tan ocupada tratando de
superar mi pánico que no me importó.
Las criaturas permanecieron allí durante mucho tiempo, crujiendo, levantando y dejando escapar
humo. Naji murmuro para sí, lanzando magia.
No me gustó el no escuchar su voz. Mientras él estuvo cantando, sentía que nada podía hacernos
daño.
Deslizó su espada fuera de su vaina y me ofreció el puño. Su espada se veía aún más aterradora
que su cuchillo, lisa y con una curva al final.
—Intenta, por favor, no herirte; no hagas ninguna tontería. —Entonces tomó una respiración
profunda y se alejó.
Solo así. Se alejó de mi lado y camino directo hacia el humo, desapareciendo en la neblina. Traté
de llamarle, recordarle que tampoco tenía su cuchillo, pero el humo entró en mis pulmones y me
hizo toser.
Entonces una de las maquinas se abrió, su parte superior se separó como un limón. Más humo se
derramó en el aire. Rápidamente me olvide de Naji.
Utilicé su espada para cortar mi vestido por encima de la rodilla para no tropezar con la falda.
Entonces sostuve la espada como Papá me enseño hace mucho tiempo.
Un hombre.
Jadee y tropecé, retrocediendo sin querer, pero no baje la espada. Mis pensamientos se sentían
como veneno, convirtiéndome en piedra ante la luz y el humo de esas horribles máquinas. Los
Hariris. ¿Cuánto tiempo nos habían estado siguiendo a través del desierto? ¿Durante cuánto tiempo
habían tenido este tipo de magia a su disposición?
Tarrin estaba todo ataviado como un noble Qilari, el abrigo largo y las botas a la rodilla y todo. Se
quitó el sombrero mientras caminaba hacia mí, apretándolo junto a su corazón. Su hermoso rostro
no encajaba con el telón de fondo, con todo aquel humo oscuro.
Mi corazón latía fuerte y rápido dentro de mi pecho. Sudor bajó por mi espalda. Sin embargo,
apenas noté el calor. No me lo permití. Parte de mi quería atacar a Tarrin aquí y ahora, atravesarlo,
aunque no era el pensamiento más bonito del mundo atacar a un hombre que no sostenía un arma,
pero entonces recordé que Naji me dijo que no hiciera tonterías. Atacar a Tarrin, ¿cuándo esas
máquinas lo respaldaban? No lo llamaría tontería, pero sabía que Naji sí.
—Créeme, lo noté.
Tarrin frunció el ceño. —Señorita Taranau, mis padres están dispuestos a darle otra oportunidad.
Los he convencido. Padre me ha prestado sus barcos de tierra y todo.
—¿Eso es lo que esas cosas son? —Mire hacia esas cosas, relucientes bajo la luz del sol. ¿Barcos
de tierra? Por todas las cosas abominables.
—Por favor, solo regresa conmigo a Lisirra. Podemos casarnos en mi barco, las velas de boda
siguen arriba, y si regresas como mi prometida, Padre me dejara volar bajo sus colores. —Me
sonrió, tan deslumbrante como las máquinas detrás suyo.
Había pensado en eso. Lo había hecho. Casarme seguía siendo lo más alejado de lo que quería,
y ni siquiera sabía lo que eso era. Pero habría facilitado las cosas, subir a bordo de uno de esos
monstruos crujientes y dejar que Tarrin me llevara al mar, lejos de la arena y el seco calor del
desierto. Había algo atrayente en la idea, es lo que trato de decir.
Bajé la espada y la deje colgar a mi lado. Mis brazos dolían por haberla mantenido colgando por
encima de mi cabeza y, además, quería parecer lo menos amenazante posible cuando pregunté lo
que tenía que preguntar.
Tarrin tomo mi respuesta como si le hubiera sugerido compartir un cuenco de escorpiones. —¿Qué?
¿El asesino? ¿Por qué habría de venir con nosotros?
—Mira, yo tampoco estoy muy contenta con la idea, pero no puedo sólo dejarlo.
Fruncí el ceño. Recordé a Naji gritando de dolor cuando traté de salir de la Posada Sombra de
Serpiente. ¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido adelante? Ese grito fue el grito de un moribundo.
—No será para siempre —dije—. Sólo hasta que podamos curarlo.
—Él tiene una maldición por mi culpa, y hasta que encuentre la cura, tendré que quedarme cerca
suyo. No será un gran problema. Sólo enciérralo en el calabozo.
—¿Matar a la gente por dinero? Vamos, tú también lo harías si el pago fuera lo suficientemente alto.
Tarrin frunció el ceño. —Eso no es de lo que estaba hablando. —Bajó la voz. —No has tratado con
los asesinos de la manera en que mi familia lo ha hecho. Son oscuros. La magia que usan, no está
bien. No es natural.
—¿No he tratado con ellos? ¿Cómo le llamas a caminar a través del desierto por dos semanas
con uno? Él no usará su magia en tu bote, estoy segura. Tan pronto como lo ayudemos a curar su
maldición…
Tarrin cruzó sus brazos sobre su pecho y lo infló, como si yo fuera un tripulante desobediente al
que necesitaba poner en orden. —No puedo tener algo así en mi barco. Las mazmorras no lo
contendrán, no con su magia. Derramamos una sola gota de sangre en la cubierta y él estará
comandando la nave…
Tarrin suspiró. —No es que no te crea, es que estás equivocada, porque simplemente no sabes
cómo son los asesinos.
—¡Oh, detente! —Interrumpí. —¿Por qué querría casarme con alguien que ni siquiera me escucha?
—Supongo que lo estoy haciendo. Podrías tomar esto como una lección y tratar a tu próxima dama
con más respeto.
—No, no, no lo entiendes. —Tarrin negó con la cabeza. —. Tengo que volver contigo como mi
prometida, o como un cadáver. Es la única manera de conseguir los colores…
—Tengo a mi tripulación esperando —dijo, señalando con la cabeza hacia las máquinas. —Nuestra
tripulación, si regresas conmigo.
—¿Y si no?
—Bueno, yo quiero un barco propio, no el tuyo, así que supongo que estamos en un callejón sin
salida. —Levanté la espada.
Tarrin me fulminó con la mirada y buscó su propia espada. Sin embargo, no luche contra él, porque
una luz explotó fuera del humo negro, una gran esfera luminosa, lo suficientemente fuerte que me
volvió a arrojar a la arena y me cegó momentáneamente. Golpeó a Tarrin, también, y este cayó a mi
lado, sangre salía por una herida en su cabeza, había golpeado una roca al caer.
—¡Mierda! —Me acerqué a él, arrastrando mi espada. Volvió la cabeza hacia mí y parpadeo un par
de veces.
—Como mi prometida —Se ahogó, y vi el movimiento de sus brazos que significaba que no estaba
tan herido como parecía, que me había imaginado lo suficientemente blanda como para me quedara
embobada con él, mientras tomaba un cuchillo. —, o como un cadáver.
Sucedió rápido. Se puso de pie de un salto y sacó el cuchillo de debajo de su abrigo. Pero sabía lo
que iba a pasar, era uno de los trucos más viejos de la Confederación, y uno sobre el que Papá me
había advertido cuando era niña. Enterré la espada en el estómago de Tarrin. La sangre se derramó
sobre la arena, y él me dio esa mirada de conmoción y consternación y por un momento lo miré,
temblando. Había estado en peleas marítimas antes, pero esto se sentía diferente de alguna forma.
Era muy cercano, y Tarrin era alguien a quien conocía.
—Tenía que hacerlo —le dije, pero fue demasiado tarde.
Reuní todo el coraje que tenía y giré para enfrentar a la máquina, porque sabía, que al matar a
Tarrin, lo había cambiado todo. Y tenía razón.
La primera cosa que vi fue a la tripulación trepando por una elegante escalera plegable de metal,
blandiendo espadas y pistolas, por supuesto, un clan tan lujoso como los Hariris había conseguido
poner sus codiciosas manos en unos cañones de mano. Mierda.
La segunda cosa que vi fue a Naji, gritando palabras que no entendí, sus ojos brillando como dos
estrellas.
La tercera cosa fue un gemelo de Naji, un hombre con capa y armadura esculpida, galopando a
través del humo en un caballo tan negro como la noche.
Esas tres cosas fueron todo lo que necesité ver. Levante mi espada y grité mis propias palabras,
toda mi rabia y miedo y vergüenza por haber matado a Tarrin.
La tripulación Hariri era terrible disparando con las pistolas, ayudaba que el humo negro se arre-
molinara a nuestro alrededor, enturbiando la lucha y haciendo que todo se volviera más difícil de
ver. Me incliné hacia uno de los hombres que estaban disparando, y corrí tan rápido como pude,
esquivando estocadas. Un hombre vino a toda prisa hacia mí y estiré mi pie hacia afuera haciendo
que tropezara. Ellos nunca se lo esperan.
Una bala pasó zumbando lo suficientemente cerca de mi cabeza que pude sentir su calor, y me
volteé para enfrentare a mi atacante. La vi justo cuando estaba metiendo el polvo para otro disparo
y me lancé adelante, cortando a lo largo de su pierna. Ella gritó y dejó caer la pistola. La agarré y
me puse de cuclillas en la arena para terminar de preparar el tiro. No vale la pena preocuparse por
cosas estúpidas en esta clase de lucha, honestamente.
Hubo otra explosión a través del desierto, otro destello de luz: una columna esta vez, disparándose
hacia el cielo. Todos golpearon el suelo salvo yo, debido a que ya estaba allí, dándome la suficiente
ventaja como para que pudiera saltar a mis pies unos segundos más rápido. Metí la pistola en el
cinto de mi vestido y corrí hacia Naji porque no sabía qué más hacer, ahora que estaba pareja con
mis armas.
Un par de disparos salieron pero ninguno de ellos me pegó. Naji estaba agachado en el suelo cerca
de ese caballo negro. Su jinete no estaba y el caballo parecía satisfecho en la arena. Cuando llegué
cerca de Naji, me miro como si quisiera decirme que me fuera, pero hablé primero.
—¿Qué?
El otro asesino apareció desde la nube de humo, rengueando un poco, y la tripulación Hariri se
había recuperado de la explosión y estaban todos apuntando directamente hacia mí, así que me
alejé y disparé la pistola hacia la multitud. Alguien gritó. Lancé el arma tan lejos de la lucha como
pude, dado que no tenía más balas y no quería que alguien de la tripulación la recargara y me dis-
parara con ella. Arremetí hacia adelante, moviendo la espada en círculos, golpeando a la gente en
vez de cortándola si podía, y haciendo que tropezaran también, y rezándole a cada dios y diosa del
mar que ninguna de esas balas me tocara.
Otro estallido de luz y todos volamos al suelo nuevamente, incluida yo. Me dejó fuera de sí durante
unos segundos, y cuando logré levantarme, un corpulento patán estaba sobre mí con una espada
de dos manos y tuve que luchar para alejarlo, además de otra muchacha con un par de cuchillos.
Me corté un par de veces, en el brazo y en el costado, nada de suma importancia. Pero sí me
preocupé por Naji, si eso lo lastimaba, si le dolía más de lo que me dolía a mí.
Me las arreglé para conseguir otra pistola, de la misma forma como conseguí la anterior: escab-
ulléndome, cortando y robando. Pero me estaba cansando, cada músculo en mi cuerpo dolía y los
hombres de la tripulación continuaban viniendo, infames y devotos, y seguí pensando en Tarrin
desangrándose en la arena.
El sonido me caló hasta los huesos, a pesar del calor proveniente del sol y de la batalla. Me congelé
en medio del tumulto, la espada a medio camino de la garganta de un tipo, y necesité del disparo
de una pistola a unos pasos mío para hacer que me moviera.
Empujé a través de la multitud, zambulléndome en el humo. Naji estaba tumbado sobre el suelo,
blanco como la muerte, su rostro contraído en agonía. Me agaché a su lado, el arma lista. El humo
se arremolinaba a nuestro alrededor, escondiéndonos, lo cual era un alivio a pesar de no dejar de
toser.
—No puedo… —jadeó, tomando una larga respiración. —Ayuda… —Sangre salió de sus labios.
—No hay suficiente tiempo para que digas lo que tienes que decirme —le dije e inmediatamente me
puse a buscar la herida. —. ¿Dónde está el otro tipo? Hazlo corto.
—Muerto.
—Eso es algo. —Estaba sangrando de su pecho, desde debajo de su armadura intacta. Una herida
de magia. Mierda.
Una figura salió del humo, blandiendo la espada. Disparé la pistola antes que pudiera acercarse a
nosotros. La figura cayó sobre la arena.
Sabía que no podíamos quedarnos allí. Toda la magia que había estado usando lo había secado, y
yo tratando de mantener a raya a toda una tripulación solo lo envió en espirales a más dolor.
No hay vergüenza en huir de una batalla perdida, me había dicho una vez. Mejor eso que morir.
—Tienes que levantarte —le dije a Naji, mientras lo jalaba debajo de mí. —. Tienes que levantarte
y subirte al caballo.
—¡Date prisa! —dije—. Tengo que sacármelos de encima luchando, y si eso te lastima…
No estaba de pie. Había metido sus dedos en la sangre que brotaba de su pecho y estaba dibujan-
do un símbolo en la arena.
—Protección —graznó y luego comenzó a murmurar y sus ojos brillaron enfermos y pálidos; la tri-
pulación estaba sobre nosotros, y sabía que tenía que pelear. Así que salté a mis pies y me lancé,
ignorando el dolor en mi cuerpo y la molestia en la parte trasera de mi garganta indicando que
necesitaba agua. Y sobre todo ignoré los gruñidos de Naji, porque sabía que lo estaba lastimando,
pero ¿qué otra opción tenía?
Sabía que era estúpido, estar justo en el medio de una batalla como aquella, pero podría haber llo-
rado al ver a Naji desplomado sobre aquel caballo. Corrí y trepé para unirme a él, acomodándome
delante de Naji así podía tomar las riendas del caballo. Naji serpenteó sus brazos alrededor de mi
cintura, presionó su cabeza en mi hombro y yo clavé mis talones en el costado del caballo.
El caballo galopeó sobre la arena. Cada parte de mi cuerpo dolía. El aliento de Naji era caliente y
húmedo contra la parte trasera de mi cuello, incluso a través de la tela de su máscara, y eso me
aseguró, me dejó saber que aún seguía vivo.
Cabalgué hasta salir del humo y estiré mi cuello hacia el cielo. El sol estaba acurrucado en la esqui-
na oeste. Naji gimió algo. Giré las riendas y envié al caballo corriendo hacia el sudeste.
Naji continuó gimiendo en mi oído durante cinco o diez minutos, y cuando se detuvo me di cuenta
que nadie nos estaba siguiendo. Detuve al caballo y lo hice virar. El desierto estaba vacío salvo por
nosotros. La nube de humo negro se expandía por el horizonte, a la lejanía.
—No puedo… sostenerlo… Ve al río. —La voz de Naji estaba justo en mi oído.
Nají gruñó y enterró su cara en mi hombro. Incluso a través de su armadura, pude notar que su
cuerpo estaba más caliente de lo normal.
Cabalgué el caballo tan rápido como pude, sin que colapsara debajo nuestro. Cada vez que lo de-
saceleraba, mis manos temblaban y me volvía consiente de la respiración de Naji, esperando que
se detuviera. Pero nunca lo hizo.
Olí agua.
Fresca, limpia y dulce agua. Entonces la escuché, balbuceando como voces, y no lo pude evitar,
comencé a llorar. Pensé que quizás lo estaba imaginando, sólo porque lo necesitaba tan deses-
peradamente.
Desaceleré al caballo. La tierra decaía no lejos de nosotros, y supuse que el río estaba abajo en el
cañón, escarbando su camino a través del desierto hacia el mar.
Naji no dijo nada, sólo dio una respiración entrecortada, se ahogó y se presionó contra mí.
—Quédate aquí —dije, apeándome del caballo. Naji se desplomó hacia adelante, su cabeza col-
gando. Repté a través de los matorrales hasta llegar al borde del barranco. Entonces me agazapé
sobre mis rodillas y me incliné.
El río era una línea de luz de estrellas fluyendo en la oscuridad. El descenso no estaba muy lejos,
pero no podía arriesgarme a saltar, no sin saber la profundidad del agua. Y tenía que ocuparme
de Naji y del caballo, ambos necesitaban agua. Por fortuna, los lados del cañón se inclinaban gen-
tilmente y supuse que el caballo probablemente podría descender, asumiendo que lo hiciéramos
lentamente.
Naji continuaba desplomado sobre el lomo del caballo. Sus manos estaban oscuras con sangre, y
ésta empapaba la parte trasera de mi vestido. Le di un empujoncito, y durante cada segundo en los
que no se movió, mi pecho se apretó cada vez más. Entonces giró su cabeza hacia mí.
—Descenderemos hacia el río —le dije—. Tienes que resistir. Conduciré al caballo.
Asintió y débilmente enredó sus manos en la crin del caballo. Agarré firmemente las riendas y tiré
de ellas, el caballo se tambaleó hacia adelante. Todo su cuerpo estaba cubierto en sudor blanco y
espumoso. Esperaba que pudiera lograr llegar al río.
La bajada fue lenta pero no tan difícil como había pensado. Una llovizna de piedra y arena se der-
ramó debajo de nuestros pies, resplandeciendo en su caída. Cada sonido que hacíamos profería
un eco que atravesaba la oscuridad y el frío de la noche del desierto se extendía sobre el sudor y
el calor de mi cansancio.
En un momento Naji casi se cae del caballo. Lo atrapé y, con una descarga de fuerza que no de-
bería haber tenido, lo devolví a su lugar. Tomé su muñeca y comprobé su pulso; aún estaba allí,
gracias a Kaol y su sagrada estrella de mar, aunque era débil, como el susurro de un latido.
Me permití dar una ronda de maldiciones y luego continuamos el camino. Eventualmente, la arena y
la piedra dieron paso a pastos cetrinos, y tan pronto como pisamos suelo llano, en la ribera del río,
dejé salir un chillido de victoria que resonó por las paredes del cañón. El caballo trotó hacia el agua
y se dedicó a beber. Naji continuaba encorvado sobre su lomo. Cuando el caballo se dobló, Naji
balanceó su cabeza hacia atrás y se retorció de costado; corrí para atraparlo y dejarlo suavemente
sobre la ribera. Quité la máscara, mi mano rozando sus cicatrices. Se revolvió y se movió hacia mi
toque, pero se veía como una cosa muerta. Piel cenicienta, ojos hundidos.
Mientras el caballo sorbía en el río, junté algo de agua entre mis manos y la goteé sobre el rostro
de Naji, esperando malditamente que bebiera algo de ella. Sus labios, resecos y sangrando se
abrieron un poco, y fui hacia atrás y adelante, escurriendo un poquito de agua cada vez. Luego
tironeé de su armadura hasta abrirla, tan cuidadosamente como pude. El interior estaba cubierto de
sangre, y la tela de sus ropajes era rígida al tacto.
Presioné mi mano contra un lado de su cara. Sus párpados se agitaron. —Naji —dije—. Naji,
necesito que despiertes. No sé cómo tratarte.
Él murmuró algo en su lenguaje, las palabras sonaban como las espinas de los rosales.
—Maldición, Naji, ¡no sé lo que eso significa! —Golpeé mi puño en el lecho del río. El lodo corrió
entre mis dedos.
Volvió a gemir, levantó una mano y luego la dejó caer sobre su pecho y luego a un lado. Su sangre
destelló bajo la luz de la luna.
Me senté sobre mis tobillos, mirándolo, y pensé en las heridas que había tratado en el barco de
Papá; cortes de cuchillos y disparos de pistolas, rostros magullados y dedos rotos. Nunca nada
causado por magia. La única ocasión que algo así se había presentado, Mamá se ocupó de ello.
Mamá. Deseaba que ella estuviese aquí ahora, ella y su magia, la magia del mar, del agua… el río.
Gateé hasta el borde del río. Todo era plateado y claro, frio y hermoso. El caballo se había alejado,
mezclándose entre las sombras. Nunca había sido capaz de hablarle al agua. Pero Mamá me había
dicho que tenía que quererlo, y quizás antes nunca lo había querido lo suficiente, quizás antes
nunca lo había necesitado.
Me arrastré dentro del agua. El frio me atravesó, hizo que todos mis huesos temblaran. El limo se
movió hacia arriba, alrededor de mis piernas desnudas. Cerré mis ojos, concentrándome tan fuerte
como pude.
—Río —dije. Mi voz recorrió las paredes del cañón. Se convirtió en un millón de voces al mismo
tiempo. —. Río, pido hablar contigo.
Aquellas eran las palabras que Mamá me había dicho hace mucho tiempo. Y esperé, pero el agua
continuó empujando mi cintura, enredándose en mi vestido.
Entonces lo recordé. A Mamá lanzando ofrendas al océano. Tenía que tener una.
El camello había huido con mi dinero, por lo que todo lo que me quedaba que pertenecía a mí era
el amuleto de protección que Naji me había hecho y el cuchillo que usé para salvar su vida. Lancé
el cuchillo hacia el agua. Mamá siempre decía que el agua conocía el verdadero valor de las cosas.
Y este era un intercambio, una manera de salvar su vida a cambio de otra.
Repetí mi petición otra vez, más fuerte esta vez, cargando mi voz con significado y propósito, con
dolor y pena. Si dejaba que Naji muriera, expresó el tono de mi voz, sería como matarlo.
Esta vez, el balbuceo del río cayó en el silencio. Continuó moviéndose, en remolinos que pasaban
a mí alrededor, pero no podía oír nada. Y supe que tenía permiso para hacer mi petición.
—Naji se está muriendo —dije—. Necesito saber cómo puedo arreglarlo. —Pensé en eso un
momento y luego agregué—: Si hay algo en el río que pueda ayudarlo, por favor. Lo apreciaría.
—Mama siempre me había dicho que había que ser educado cuando se lidiaba con los espíritus.
Una pesadez descendió sobre el cañón, una quietud que me hizo sentir como si fuera el último
ser humano en todo el mundo. Entonces el río comenzó a subir, centímetro a centímetro, desde
mi cintura hasta mi pecho, inundando el lecho, colándose encima de Naji, luego debajo suyo,
manteniéndolo a flote. Desde alguna parte en la oscuridad, el caballo relinchó.
Luego, tan rápido como se había inundado, el río se retiró hasta volver a su normalidad.
Ortiga de río. El nombre vino a mí como si lo hubiese sabido todo el tiempo, incluso cuando no
había posibilidad de que lo hubiera oído antes. Salpiqué hasta llegar a la orilla, resbalándome
sobre las piedras hasta llegar al lecho del río. Naji boqueó y jadeó, gotas de agua brillando sobre
su piel. Lo pasé de largo, tropezando sobre el pasto, buscando en la oscuridad algo que creciera
a baja altura del suelo, en lugares que el río había inundado durante aquella pesada huida de las
montañas. Estaría cubierto de hojas rígidas y espinosas, como un cardo…
Mi mano se cerró alrededor de un tallo grueso, y mi palma quemó como si hubiese sido mordida por
hormigas. Era esto. Arranqué la ortiga del suelo, lanzando terrones de tierra húmeda sobre la parte
delantera de mi vestido. Luego volví a trompicones cerca de Naji, quien estaba jadeando allí en el
lodo. El sonido envolvía un remordimiento alrededor de mi corazón y lo apretaba tanto que dolía.
—Resiste —le susurré a Naji, alejando el cabello de su rostro, limpiando el agua que había caído
sobre sus ojos. —. Tengo algo que puede ayudarte.
Dio una respiración entrecortada y tembló, y supe que estaba muriendo y que tenía que actuar
rápido.
Utilicé el cuchillo de Naji para cortar su ropa en el lugar de la herida. No era como ninguna herida
que alguna vez hubiese visto; no era un corte o una quemadura, sino que un agujero del tamaño
de un puño en el centro de su pecho, como un pozo, un lugar de oscuridad y pena que descendía
hasta el centro de la tierra. Lo observé durante unos segundos, y pareció agrandarse cada vez más,
hasta que fue lo suficientemente grande como para engullirme.
Y esa parte de mí que sabía qué hacer, ese conocimiento que vino del río, me dijo que la herida
estaba hipnotizándome, que no había ningún agujero y que debía concentrarme.
Cerré mis ojos y sacudí mi cabeza y aquella sensación de mareo desapareció. Cuando volví a abrir
mis ojos me aseguré no mirar directamente al pecho de Naji.
Quité las hojas del tallo, parcialmente guiada por la luz de la luna y mayormente por el instinto. No
lo hice con torpeza ni titubeé, era como si siempre hubiese sabido cómo hacerlo. Luego coloqué las
hojas en mi boca y las mastiqué hasta que se volvieron suaves y blandas. Sabían cómo agua de
río, aceradas y limpias, y las escupí sobre la palma de mi mano y presioné la pasta sobre el pecho
de Naji. Por un par de segundos, estuve segura que mi mano se sumergiría en la oscuridad, que
caería por ese agujero y me despertaría rodeada de maldad.
El pecho de Naji se sentía mal, esponjoso, podrido y más caliente incluso que si hubiese tenido
fiebre, pero estaba allí, no había un portal a otro lugar. Esparcí la ortiga de río sobre la herida.
Mientras trabajaba, canté en un idioma que no conocía; las palabras sonaban como el balbuceo del
agua sobre las piedras, como la caída de la lluvia tamborileando a lo largo de la superficie de un
estanque, como los rápidos corriendo a través de un cañón.
Cuando terminé, todo ese conocimiento se evaporó fuera de mi cabeza. Me caí hacia atrás sobre
el lodo y mire a las estrellas. Ellas se enfocaban y se desenfocaban. Quería mantenerme despierta,
cuidar de Naji para asegurarme que la magia se mantenía allí, pero no pude. Estaba tan exhausta
que cedí al sueño, donde soñé con agua.
CAPÍTULO 9
Traducido por Andiie RS
Corregido por Ella R
El sol me despertó al día siguiente. Estaba tan caliente ahí afuera cerca del agua como lo había
estado en el desierto y cuando me incorporé, mi piel dolió. Cara, cuello, piernas, cualquier cosa que
no hubiera sido cubierta estaba quemada. Al menos el aire se respiraba limpio. Ninguna amenaza
de enfermedad por magia.
Eso me puso sobre mis pies rápidamente, quemados por el sol o no. Había unas cuantas huellas de
pies que iban en la dirección del rio. El agua lanzó destellos de clara luz del sol, casi cegándome.
Pero ahí estaba Naji, flotando en el medio del rio sin ropa alguna.
Ahora, yo no soy muy remilgada en cuanto a cosas como esta, la mayoría de los piratas son
hombres, así que no era nada que no hubiera visto antes. Y había tenido un encuentro antes en
una taberna en una isla pirata en el oeste, con este chico Taj que había navegado a bordo del Uloi.
Pero debido a que este era Naji, mi cara se enrojeció completamente debajo del sol ardiente y bajé
la mirada a mis pies. Quería ir a esconderme en la hierba hasta que saliera de ahí y se vistiera, pero
estaba preocupada por él también, así que grité—: ¿Estás bien? —No miré hacia arriba.
—Estás despierta —gritó de regreso, lo que no que contestaba a mi pregunta. Lo escuché salpicando
en el agua, y mantuve los ojos mirando hacia abajo hasta que caminó firmemente hacia mis pies
descalzos; en aquel punto no tuve otra opción más que mirarlo.
—Sí, cicatrizará. —Naji miró hacia su pecho, y pasó los dedos por la roja, y arrugada carne. —
Pensé que no podías hacer magia.
Lo dijo como si me estuviera acusando de algo, y me devané un poco los sesos, tratando de
encontrar las palabras. —Se lo pedí al río. Mi mamá me enseñó, o trató de enseñarme. Con el mar.
Y funcionó. Bueno, nunca había funcionado, pero lo hizo esta vez.
—Oh, claro. Debería haberlo sabido. Una pirata, ustedes tienen afinidad con el agua. —Se detuvo
y escudriñó el borde del cañón, como si estuviera esperando ver a alguien. El clan Hariri tal vez.
—Salvaste mi vida otra vez —él dijo, aun mirando hacia arriba.
—Sí, esperemos que no haya duplicado la maldición. —La ironía de yo salvando su vida una
segunda vez no se me había escapado. Había matado a Tarrin solo para hacer un trato con el agua
y así salvar a Naji. El pensamiento hizo que el estómago me diera un vuelco.
Él bajó la mirada y me miró tan intensamente que me hizo estremecerme. —No —dijo—. No te
disculpes. No me refería… —Tomó una respiración profunda. —Gracias.
Entonces sentí un ligero mareo, y pensé que se debía a su gratitud, aunque sabía lo estúpido que
era eso. Pero Naji me atrapó por el brazo y dijo—: La magia te agotó. Descansaremos aquí un día
antes de seguir. Deberías comer.
—¿Qué hay de ti? —dije—. Anoche estabas medio muerto, y no te ves muy bien esta mañana
tampoco. —Mi visión se desenfocó, el río convirtiéndose en una nube de luz. Los insectos zumbando
en la hierba, tan ruidoso que dolía.
—Tienes razón —dijo Naji. Me guio al lecho del río. Fue agradable sentarse. Mi cabeza se aclaró.
Naji se sentó a mi lado. —Ambos necesitamos descansar. —Se calló. —Solo lo sugerí porque estoy
acostumbrado a este tipo de curación. Lo hago constantemente. Tú, por otro lado… —Sus ojos
casi brillaron como si fuera a sonreír, pero no lo hizo. —Fue un tipo de magia muy poderosa la que
realizaste anoche.
—No, no lo fue.
No dije nada, debido a que no sabía que era lo que él quería averiguar y no quería preguntar.
Pasamos el resto del día tumbados al lado del río. Pesqué algunos peces apuñalándolos con el
cuchillo de Naji, fue un poco más fácil de lo que debería haber sido, supongo que el río todavía
estaba a mi favor. Naji hizo una fogata y cocinó el pescado en un par de suaves, planas piedras,
y ese pescado supo mejor que ninguna cosa que había que hubiera comido en las pasadas dos
semanas. Me empecé a sentir mejor después de eso, pero pareció haber fatigado a Naji, por lo que
se acurrucó en la hierba y se durmió.
Tomé eso como una oportunidad para desnudarme y tomar un baño, fregando mi piel quemada
por el sol con un pequeño puñado de guijarros. Enjuagué mí vestido, difícilmente algo más que
harapos ahora, y lo dejé al sol para que se secara. Y como Naji seguía durmiendo, me tendí al sol
para secarme también.
Kaol, eso se sentía bien, como si todo lo que mis músculos necesitaran fuera la fuerza del sol. Puse
mis manos sobre mi cabeza y escuché a los escarabajos y el río y a Naji roncando encima de la
hierba.
Cada tanto pensaba acerca de Tarrin de los Hariri, desangrándose hasta morir en la arena,
y eso me oprimió tanto el pecho que dolía como una herida física. Sé que la culpa no te
lleva a nada cuando vives una vida de pirata, pero me tomó por sorpresa de todo modos, no
importa lo mucho que me recordara a mí misma que él me habría matado primero. Al menos
con los tripulantes del Hariri no sabía a ciencia cierta si morían o no, así es como usualmente
funciona en la batalla, todo ese caos arremolinándose alrededor de ti. Pero Tarrin se
atascó conmigo, y no era solo porque sabía que el clan Hariri tendría que buscar revancha.
Partimos a la mañana siguiente. El caballo se había ido, se extravió en la noche, para reunirse con
el camello en el desierto. No me importaba caminar, pero Naji todavía estaba pálido, y se movía
más lento de lo normal, arrastrándose a través del lecho del río como un anciano.
No contestó al principio, y pensé en dejarlo por nunca decirme nada, pero luego dijo—: Leila.
—Oh. Está bien. —Me detuve y puse las manos en las caderas. Kaol, ¿por qué no habíamos
podido ir con esta chica Leila antes de que el clan Hariri nos rastrearan? No sabía que tanto habrían
cambiado las cosas. Aun así Tarrin no me habría escuchado. Pero tal vez no lo habría matado
tampoco. Tal vez habría podido acceder a ir con él y luego encontrar otra forma para escapar del
matrimonio.
—¿Qué está mal? —Naji se giró hacia mí. Tenía sus ropas de costumbre, pero se abrían en el
pecho donde los había cortado, y tiraban por encima de la herida. —Pensé que estarías feliz de
saber que casi llegamos a nuestro destino.
—¿Por qué debería decirte algo? Como si no me hubieras dejado en la oscuridad desde la noche
en que salve tu vida, el más grande error que he cometido. —Empecé a caminar más rápido, y pude
escuchar los pasos de Naji tratando de alcanzarme.
—Ananna… —Empezó.
—¿Realmente quieres saberlo? —Enojo latió a través de mi cuerpo, calentando mi piel. Enojo hacia
Naji, hacia mí misma, y hacia Tarrin por no enfrentarse a su padre. —Lo maté. Maté a Tarrin. Él era
el hijo de un capitán. Sé que eso no significa nada para ti…
Naji no se movió.
—Pero el hijo de un capitán es especial, porque él acarrea el nombre de la nave. No hay nada
de malo en contratar a un asesino para matar a la hija de un capitán. Pero un hijo… —No me
dejé pensar nada acerca de esto ayer, y ahora estaba inundándome como un tsunami. Los Hariri
querrían vengarse de mí seguro. Si estaban dispuestos a enviar a un asesino solo porque rechacé
a su hijo no quisiera pensar en lo que harían ahora que lo maté.
—Si sé lo que significa —Naji dijo tranquilamente—. Matar al hijo de un capitán. He trabajado para
la Confederación antes.
Y después colocó una mano en mi hombro, lo cual me sorprendió y me llevó al silencio. Me quede
viendo las crestas de sus nudillos, en la telaraña de cicatrices de cuchillo grabadas a través de su
piel. Su toque era cálido.
—Leila es una bruja del río —dijo—. Creo que ella puede ayudarme a levantar mi maldición.
—Si, descifre eso hace años. —Fruncí el ceño hacia el lecho del río.
—Ven —dijo Naji—. Una vez que lleguemos con Leila todo estará bien. Ya verás.
Seguimos el río por tres días, y fue mucho más fácil que viajar a través del desierto, aun sin el
camello. Había suficiente agua y pescado para comer, y más aún para mirar. Pequeñas flores
azules crecían a lo largo del lecho del río, todas mezcladas con la hierba y la ortiga del río que
use para salvar la vida de Naji por segunda vez, y las paredes del cañón crecieron más altas y
más empinadas conforme caminábamos, hasta que el desierto parecía otro mundo lejos. Y esas
paredes eran algo en sí, rayas de sol dorado, óxido rojo y blanco hueso. Como la madera en el
interior de un lujoso navío.
Tuvimos que descansar un poco, sin embargo, para que Naji pudiera descansar. Su salud no parecía
mejorar. Él permanecía pálido a pesar del sol, había tropezado por las rocas algunas veces, y había
tenido que estabilizarlo. Él dormía más que yo y difícilmente comía más que nada. Era inquietante,
porque no tenía forma de ayudarlo si se ponía más enfermo. De ninguna forma el río me daría otra
cura, no sin un ofrecimiento, el cual no tenía.
Estaba construida dentro de la piedra de la pared del cañón, con escalones tallados guiando abajo
hacia el río. Había tres pequeños botes atados junto a los escalones, además de una balsa plana
que se veía hecha de madera a la deriva en el mar. Pedacitos de vidrio roto y pequeño y piedras
lisas colgando del sobresaliente de la casa, repiqueteando en el viento.
—¿Es aquí? —Estábamos en el otro lado del río desde la casa. Me acerqué al borde del agua. La
casa parecía vacía, quieta y silenciosa excepto por ese vidrio roto.
—Sí. La casa de Leila. —Naji cerró sus ojos y se balanceó en su mismo sitio. Todo en él estaba
desteñido excepto la herida en el pecho. —Ella puede ayudarme.
Pero tuve la sensación de que no me estaba hablando a mí, así que no dije nada.
—Supongo que tendremos que cruzarlo nadando —dije. El agua corría lenta, tranquila como la
superficie de un espejo. Aunque se veía profundo.
Naji abrió los ojos. Inclinó la cabeza, después se sentó y se quitó las botas y las ato junto con su
espada, su cuchillo y su pluma, la cual me sorprendió saber que no la había empacado junto con el
camello. —Mi máscara del desierto —dijo.
—¿Dónde está?
—No lo sé.
Naji se levantó, sus botas, espada y todo lo demás amarrado a sus pies. —¿No lo sabes? ¡Tú me
la quitaste! Yo nunca la habría perdido.
—Bueno, nunca te habías visto tan preocupado por eso antes. —Honestamente, no sabía que le
había pasado a la máscara. Probablemente quedó en el lecho del río o cayó al río.
—Antes no la necesitaba.
La expresión de Naji se tornó oscura, sus ojos se estrecharon en dos enojadas hendiduras. —No
importa —dijo, apartándose de mí. Tomó sus botas y vadeó dentro del agua. Lo seguí por detrás,
segura de que iba a desmayarse y tendría que salvar su vida otra vez. El agua era más fría aquí, y
no sabía si era a causa de la profundidad o por esta chica Leila. Probablemente ambas.
Al otro lado del río, Naji se puso las botas, y apretó su túnica alrededor de la herida en su pecho.
Luego llamó a la puerta.
Tuvimos que esperar un rato. Quienquiera que fuese Leila, se tomó su dulce tiempo. Naji llamó a la
puerta de nuevo. El vidrio tintineó arriba de su cabeza y emitió rayos de arcoíris por todo el lugar.
—Claro que está. —Naji se apoyó al lado de la casa, tirando distraídamente del cabello que colgaba
a la izquierda de su cabeza, jalándolo por encima de su cicatriz. —Tiene que estar. —En ese
momento, como si hubiera estado adentro escuchándonos, la puerta se abrió. La mujer que salió
a la luz del sol era hermosa. Curvilínea donde se supone que debía serlo, con grueso cabello que
se ondulaba hacia su estrecha cintura. Ojos grandes y pestañas lo suficientemente largas que no
necesitaba usar kohl para fingirlas. Esa perfecta boca en forma de arco. Supe inmediatamente
porque Naji había armado tal embrollo por su máscara de desierto.
—¡Naji! —gritó, echando las manos hacia arriba. —. ¡Mi asesino desfigurado favorito! ¿Qué te trae
todo el camino hasta mi río?
—No hagas esto, Leila. Sabes porque estoy aquí. —Pero no lo dijo como si estuviera enojado. De
hecho, se le quedo viendo con esta aturdida expresión que había visto miles de veces antes, en
las caras de la tripulación cuando una linda dama subía abordo. Nunca nadie me había visto así.
Leila sonrió y su cara se iluminó completamente como el río bajo la luz del sol. —¡Claro que lo sé!
Una maldición imposible, un disparo encantado al corazón. Las cuales parecen estar remendándose
bastante bien por tu cuenta.
¿Maldición imposible? La sangre empezó a presionarse en mis oídos. Mama me contó una vez
acerca de las maldiciones imposibles, antes cuando todavía trataba de aprender magia. Eran cosas
del norte, frías y tramposas como el hielo. E imposible de curar, claro. Naji me arrastró a través del
desierto por una cura que no existía.
No me iba a librar nunca de él. Y estando ahí en el deslumbrante río, vi la vida que imaginé desde
que era una niña sentada en el compartimiento de carga desplegándose y convirtiéndose en polvo.
Mate al hijo de un capitán y ahora tengo un ligamiento eterno con un condenado mago de sangre.
Leila se encogió de hombros y agito sus pestañas. Quería golpearla. Quería golpearlos a los dos.
Pero entonces inclinó su cabeza hacia la misteriosa oscuridad de su casa. —Adelante —dijo—.
Ella, también. No creo que quieras que espere afuera. Te da bastante dolor de cabeza, ¿o no?
—Vamos —dijo Naji, alejándose del muro de piedra de la casa. Leila esperó en la entrada, mirando
con algún tipo de altanería a Naji. Yo no quería entrar. Sin embargo, tal vez ella realmente nos
pudiera ayudar.
Entré.
La casa era pequeña, oscura y fría. Olía como el río. Naji se sentó en la mesa de piedra que
había en el centro de la habitación, y Leila desapareció por detrás, diciendo en voz alta mientras
caminaba—: Tengo algo para esa fatiga, querido Naji, si me das solo un segundo.
Me senté a su lado. Agua escurría de mi vestido y se formaba un charco en el piso. Espero que ella
tenga que limpiarlo.
Leila regresó con un astillado platito de té y una tetera. Vertió agua caliente en el platito, y el vapor
con olor a hierba flotó en el aire. Vi a Naji beber, esperando a que algo malo pasara. Pero solo se
echó hacia atrás en la silla, cerró los ojos y dejo salir una larga y satisfecha respiración.
—Una dosis de magia no es nada con lo que deberías meterte —Leila me dijo, como si supiera de
lo que estaba hablando.
Apreté mis manos en puños. Naji se empujó a sí mismo para sentarse inclinándose hacia la mesa
y miró a Leila. —Gracias, me siento más fuerte.
—Escuché que mi río te dio una mano hace unos días. —Ella sonrió de nuevo, y todo el cuarto
pareció llenarse con luz. Kaol, eso me molestaba.
Los ojos de Naji se movieron hacia mí por un segundo. Luego de vuelta a Leila. —¿Puedes
ayudarme o no?
—Bueno, le dicen maldición imposible por alguna razón. —Se apoyó en la pared. —Pero veré que
puedo hacer. Párate para que pueda echarte un buen vistazo.
Por algunos segundos Naji no se movió. Luego agachó la cabeza un poco y se apartó de la mesa.
Leila zigzagueó hacia él y caminó alrededor algunas veces como si estuviera evaluando un becerro
para el matadero. Se movía como el agua, grácil, suave y hermosa. Cada parte de mí quería sacar
mi pie y ponerle una traba, solo para verla tropezarse.
—¿Y bien? —dijo Naji, quien no había mirado hacia arriba ni una sola vez.
Leila se detuvo. Estaba a unas pocas pulgadas de él, lo bastante cerca como para que él girara la
cabeza y la besara, si hubiera querido.
Ella colocó dos dedos bajo su barbilla y lo obligo a levantar la cabeza. Se le quedó viendo por un
largo rato, y Naji no dijo nada, y no se movió del todo.
—Es una verdadera pena —ella dijo—. Eras un hombre realmente apuesto.
Leila me lanzó una mirada y se rio, lo cual me hizo sentirme más pequeña que una mancha de
polvo. Naji se hundió en su silla, su cabeza inclinada hacia abajo, su cabello cubriendo toda su cara.
—¿Estás seguro de que ella no es la que está condenada para protegerte? —Leila se escabulló
hacia Naji, envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y presionó su nariz en su cabello. —Oh,
no seas así —ella ronroneó—. Sabes que solo estaba bromeando.
—No, no lo estabas —dije. Quería tanto mi cuchillo. No era tanto por Naji si no porque no puedo
soportar un matón, y eso es todo lo que Leila era. Una matona que se había salido con la suya solo
porque era hermosa.
—Si es que puedo —Leila dijo, sus brazos aun envolviendo sus hombros, su boca al borde de una
sonrisa.
Eso era demasiado. Salí de la casa, de regreso a la luz del sol, todo el camino por los escalones
hacia el río. Al diablo el dolor de cabeza de Naji. Me senté en el último escalón y puse mis pies en
el agua. Peces nadaron hacia mí y me mordisquearon los dedos de los pies pero nadie salió de la
casa. No esperaba que lo hicieran.
Me quedé ahí afuera por un rato, hasta que el sol se puso y mi estómago rugió. Pensé en nadar
hasta el otro lado del río e instalar un campamento. Pero ahora estaba muy oscuro para ver, y dudé
en que iba a ser capaz de pescar para comer. El aire se tornó frío de nuevo, el río estaba frío, y me
quedé ahí fuera temblando en mi andrajoso y cortado vestido.
Mi orgullo me abstuvo de regresar a la casa hasta que fuera lo suficientemente tarde como para que
ambos estuvieran dormidos. Me deslicé hacia allí tranquilamente, tirando hacia arriba del picaporte
de modo que las bisagras no crujieran. Los pisos eran de piedra, así que mis pies descalzos no
hacían mucho ruido.
Solté un gritito.
Naji estaba extendido en un catre en la esquina de la habitación. Empujó un brazo cuando me vio.
—Dormida, me imagino.
Me senté en el suelo al lado del catre, doblando las rodillas hacia mí.
—Preferiría no hablar del tema. —Se escuchó un crujido cuando se giró sobre su espalda y tiró de
la delgada manta sobre su pecho.
—Lo sé.
Quería abofetearlo por eso, pero no lo hice, porque sabía que no tenía una buena razón para ello.
—Eso significa que no es digna de confianza.
—Sí. La gente hermosa, las cosas son muy fáciles para ellos. No saben cómo sobrevivir en este
mundo. Alguien que es feo, o siquiera simple, o que se vea normal, tendrá que trabajar el doble de
duro por algo. Por cualquier cosa. El lograr que la gente los escuche, o los tome enserio. Así que
sí. No confío en personas hermosas.
—Ya veo. —Dejó caer la cabeza a un lado. No mire hacia él, sino al suelo, a las fisuras en las
piedras. —No me sorprende que confiaras en mí tan rápido.
Escuché el borde duro de su voz, la grieta de amargura. Y levanté la cabeza. Él estaba mirando
hacia el techo.
Leila no hizo mucho por influenciar mi confianza en ella durante los pocos días siguientes, mayor-
mente porque se estuvo divirtiendo con Naji, sin darle una respuesta de una u otra forma en lo que
respecta a la maldición.
—Él necesita descansar —Me dijo la primera tarde. —. Antes de que lo examine para ver si puedo
ayudar. —Ella salió al río para recoger un limo y un puñado de ortigas. Yo pasaba tan poco tiempo
en la casa como podía, y me sorprendió que ella no me dijera nada. No había preguntado por él, a
pesar de que había estado pensándolo.
—Está más lastimado de lo que deja ver —agregó, moviendo el limo con su mano. Se derramó por
su mano y brilló a la luz del sol. —. Estoy sorprendida de que haya llegado tan lejos.
Miró arriba del tarro medio lleno. —Claro que trataste, querida —ella dijo—. Pero no estás
acostumbrada a ese tipo de magia. —Una de sus perversas medias sonrisas. —O a cualquier tipo
de magia en realidad.
El agua se deslizaba alrededor de mis tobillos, y pensé acerca de esa noche en que el río me habló
en su suave y bajo lenguaje, la noche en que me guio a la acción.
—A propósito —Leila dijo—, tengo algunas ropas que tal vez te puedan quedar. Ropa de hombre,
claro. No entrarás en nada que sea mío, me temo.
Sabía que no iba a poder retener mi lengua en contra de eso, así que me resbalé fuera del borde de
los escalones y me metí en el río, el frío espantando la ira fuera de mí. Mantuve los ojos abiertos,
del modo en que siempre lo hago bajo el agua, así podía ver la luz del sol corriendo por debajo de
la superficie, iluminando la oscuridad.
Naji me había dicho que Leila era algún tipo de bruja del río, pero el río no parecía tomar favoritos, no
parecían importarle las diferencias entre ella y yo. No era como Naji. Así que permanecí sumergida
tanto como pude, porque era seguro ahí abajo, todo borroso, la frialdad entumeciéndome.
Naji parecía mejorar. Supongo que tenía que concederle eso a Leila. Había recuperado el color
en sus mejillas, y no temblaba al arrastrar los pies alrededor de la casa. La herida era de las que
tardan en sanar, a pesar de la ortiga de río que Leila presionaba contra la herida todas las noches.
Algunas veces los veía, estudiando la forma en que sus largos y delicados dedos permanecían en
su pecho. Cuando ella cantaba, su voz centelleaba como la luz de una estrella, clara, brillante y
perfecta. Fue cuando me di cuenta de que ella y Naji habían sido amantes antes de que él tuviera la
cicatriz. Porque ella lo tocaba como si supiera como, y él la miraba como si todo en lo que pensara
fuera su toque.
Eso me dejo mareada y con un tipo de revuelco en el estómago. Al menos ella no dijo nada acerca
de su cara otra vez. No frente a mí, de cualquier forma.
Habíamos estado ahí cerca de una semana cuando Leila anunció acabada la cena que estaba lista
para hablar con Naji acerca de la maldición.
—Finalmente —dije.
—¿Estar dónde?
—En el jardín, me imagino —dijo Naji. Él pinchó el pescado en su plato. Todo lo que comíamos era
pescado y cañas de río, cocinados en la chimenea de la habitación principal.
—¿Hay un jardín?
Eso no tenía sentido. La casa estaba construida en la pared del cañón, y aunque tuviera unas
escaleras que guiaran a la superficie, la superficie no era más que desierto.
—Magia —dijo Leila, y golpeteó su pecho. Fruncí el ceño. Ella me sonrió como si yo hubiera dicho
algo estúpido que ella encontrara gracioso.
Me desplomé en mi silla y aparte el pescado en mi plato, no tenía apetito. Y seguí en lo mismo hasta
que Naji y Leila decidieron que habían terminado, en tal punto que ambos salieron de la cocina,
hacia la parte trasera de la casa. Me tomé mi tiempo, holgazaneando hasta que Naji se encaminó
de regreso a la habitación principal. Estaba segura de que me iba a ordenar seguirlo, pero en vez
de eso me miró realmente cerca y dijo—: Por favor, Ananna.
Le lancé una mirada irascible, y se quedó mirándome un par de minutos como si estuviera pensando
en algo que decir. Podía soportar un silencio muy bien, así que crucé mis brazos sobre el pecho y
lo miré de regreso.
—Claro. Solo pensé que podría ser una razón para tu desconfianza.
—Bueno, eso no me sorprende nada. Que tú pensarías eso. —Le di mi mejor mirada. No quería
pensar en el clan Hariri. No quería pensar en Tarrin. —Solo que no entiendo para qué me necesita
Leila.
—¿Qué?
La expresión en la cara de Naji me hizo parar en seco. Nunca había visto a un hombre parecer tan
desesperado. Me hizo consiente de mi propia respiración, ese dolor que se había instalado en el
fondo de mi estómago después de la batalla en el desierto.
—Lo menos que puedes hacer es darme cinco minutos —dijo Naji.
Eso era suficiente para mí. Seguí a Naji a la parte trasera de la casa, a través de la oscuridad,
goteando por el pasillo de piedra, pasando habitaciones que brillaban con algo muy firme como
para ser luz de vela. Y entonces el pasillo se abrió, del modo en que los corredores lo hacían en
cuevas, y allí estaba el jardín.
Así que estaba bajo tierra. No había luz del sol en el cuarto, aunque el techo que tenía el mismo
brillo extraño que las habitaciones en la casa. Y las plantas no eran como las que había visto. Todas
ellas eran pálidas, tan pálidas que casi podías ver a través de ellas. Serpenteaban por dondequiera
que camináramos, como si se estuvieran girando para vernos.
Leila se sentó en el centro del jardín, en una banca de piedra en el medio de un círculo excavado en
la húmeda roca de la cueva. Ella tenía puesto este vaporoso vestido blanco que la hacía ver como
una de las flores, y cuando nos acercamos, le dio una palmadita a la banca al lado de ella. Deje que
Naji la tomara. De todas formas ella se refería a que él se sentara allí.
—Veo que todo el mundo está reunido. —Como si fuéramos una multitud, y no tres personas que
han estado viviendo en la misma casa por una semana. —Naji, necesitaré que me mires. —Esa
maldita sonrisa otra vez. —Sé que es difícil para ti…
Dí un paso hacia ella, mis manos hechas un ovillo apretado en puños, y que me ayudaran, su voz
pareció vacilar, y por un momento ella ciertamente se calló. Luego se aclaró la garganta y dijo—:
Mírame, y no te muevas. Es importante que no te muevas.
Luego me miró y dijo—: Te necesito por aquí también. Ven, si, pon tu mano en la mano de Naji. No,
palma hacia abajo. Bien.
Sacó un pañuelo de seda azul y amarró mi mano y la de Naji juntas. —Ahora —dijo mirándome—.
Necesitas quedarte ahí y no mover tu mano de la de él…
—Y no interrumpas.
Naji no miró a ninguna de las dos mientras ella hablaba. Solo dejó la cabeza baja, su cabello sobre
su cicatriz.
Eso mereció una mirada de ella y nada más. Puso su atención en Naji. Colocó sus manos en
sus hombros. Cerró los ojos. Tarareó. Las flores se estremecieron y sacudieron y danzaron. Naji
mantuvo su cara en blanco, y me pregunté qué es lo que estaba pasando por su cabeza. Me
pregunté si se lo había tragado.
Porque había visto mucha magia todas esas últimas semanas, y el tarareo y balanceo de Leila
no me engañaron ni un poco. Había magia aquí abajo, de seguro, tenía que haber, con esas
horripilantes flores, y Leila ciertamente podía hacer funcionar un encanto cuando lo necesitara.
Pero no necesitaba hacer nada en este momento. Estaba improvisando.
Siguió adelante lo suficiente como para hacerlo molesto. Desplacé mi peso y golpeé ligeramente mi
pie y miré la cicatriz de Naji. Mi mano estaba empezando a sudar por estar amarrada con la de él.
Naji se le quedó mirando, y sus ojos se veían tan esperanzados que casi rompe mi corazón.
—Lo siento querido —ella dijo—. No hay nada que yo pueda hacer.
—¿Qué? —Naji saltó sobre sus pies, su cuerpo entero brincando apretado como un resorte. El
pañuelo revoloteando hacia el piso.
Sentí como si la tierra se hubiera retirado debajo de mí. Nada que ella pudiera hacer. Me di cuenta
en ese momento que había estado creyendo también que ella podría ayudar. No había reconocido
siquiera la esperanza que representaba hasta que la arrastraron lejos de mí y sentí su ausencia en
mi corazón. No podía dejar ir esa vieja visión de mi futura vida y como iba a ser ahora.
—Pero tu dijiste... Y la Orden… —Naji levanto las manos y se alejó de ella. Las flores se encogieron
ante él, enredándose en ellas mismas. —. No puedo creer esto.
Estaba entumecida. Entendí que Leila sabía desde el momento en que abrió la puerta delantera
que no podía ayudar a Naji, pero ella lo había engañado, porque, demonios, no sé porque. Porque
ella era hermosa y él estaba completamente enamorado de ella y ella parecía que también. Esto
era por lo que odiaba a las personas hermosas. Te construían y luego te destrozaban. Y nosotros
los dejábamos hacerlo.
—Naji, querido —dijo ella—. Aún podría ser capaz de ayudarte, claro.
Ella me miró como si fuera igual de insignificante que el cobre prensado. Entonces se levantó y se
deslizó hacia Naji, su vestido ondulando detrás suyo. Colocó una mano en su hombro y le susurró
algo en el oído. Él suspiró.
—Las maldiciones imposibles son todas del norte —Leila dijo—. Una maldición del norte necesita
una cura del norte. Aún si es imposible. —Ella sonrió. —Especialmente si es imposible.
—Nada de tu incumbencia. —Leila me espetó. —Naji, puedo darte a ti y a tu pupila un bote y una
promesa de protección en el río.
Ella se giró, su cabello cayendo en gruesos y sedosos mechones a lo largo de su columna. —Los
Mists, por supuesto.
El jardín repentinamente pareció enfriarse. —¿Qué tienen que ver los Mists con esto? —Estaba
tratando de sonar valiente, pero mi voz tembló de todos modos, en el recuerdo de un par de
ojos grises tragándome completamente. —¿Por qué no me dijiste nada? Pensé que solo teníamos
que preocuparnos por el clan Hariri. Quiero decir, nos mantuviste pensando que estábamos bajo
protección… —Estaba balbuceando. Las palabras derramándose fuera de mi garganta del modo
en que siempre lo hacían cuando dejo que el miedo me domine.
Ambos me ignoraron.
—El río te llevará al Puerto Iskassaya, donde puedes adquirir un pase a las Islas del Cielo.
—No voy a ir ahí —dije—. Escapé de Tarrin porque es allí donde él quería llevarme.
Leila me dio esta pequeña burlona risa, pero me giré hacia Naji y le dije—: No puedes pensar
realmente…
—Concuerdo con ella, Leila —dijo Naji—. Sabes que no puedo ir ahí.
—Oh, Naji, el encantamiento de ese hechizo es tan fuerte que lo pude sentir cuando estabas a tres
días de distancia. Nunca te atraparán.
—Sabes tan bien como yo que si quieres alguna esperanza de romper la maldición imposible,
necesitarás la magia de las Islas. Y por otra parte —Leila le dio una brillante sonrisa—, es donde el
Hechicero Eirnin vive.
—Él es del norte, de las islas heladas. Estudié bajo su tutela cuando era una niña. Mucho antes de
conocerte. —Ella sonrió y se presionó a sí misma más cerca de Naji y él se hundió en ella como
si su cercanía fuera un alivio. —Lo he visto deshacer maldiciones imposibles antes. Y una cura es
solo una letra menos de una maldición.
Resoplé y pateé la polvorienta suciedad del suelo. Naji le dedicó una larga y complicada mirada.
—Es muy arriesgado.
—Entonces emite más hechizos. Alguien tan poderoso como tú… —Ella hizo sus ojos más grandes
y brillantes. Naji la miró perezosamente. —Estarás bien.
—¿Y qué hay de mí? —dije—. ¿Yo estaré bien? Se lo que pasa cuando un no-dotado va a las Islas
del Cielo. Se convierten en lluvias de tormenta y suciedad o son succionados hacia lo más hondo
y ahogados una y otra vez.
Lo fulminé con la mirada. —Bueno, entonces no soy tan fuerte como tú.
—Tengo que protegerte a ti antes de protegerme a mí mismo —él dijo—. Leila esta en lo correcto
acerca de la magia…
—Claro que lo estoy —dijo Leila, alcanzando un rizo de su cabello para jugar con él.
No pude decir nada, al pensar en la idea de que él estaba poniendo mi protección antes que la suya
propia.
Naji me dio un triste, confundido tipo de ceño fruncido. —Claro —él dijo—, ningún navío mercante
va a acceder el navegar a las Islas del Cielo.
—Ningún navío pirata, tampoco —agregué—. Y es por eso que Puerto Iskassaya es de todas
formas, un puerto de escala.
Naji se apartó de ella y caminó penosamente lejos de las flores, devuelta al círculo del centro. —
Necesitamos hablar —me dijo.
Me dio una de sus miradas. Por algunos segundos no pensé que Leila iba a dejarnos abandonar
el jardín, pero no dijo nada cuando Naji agarró mi antebrazo y me arrastró de vuelta a la goteante
oscuridad de la casa.
—Te dije que ella no era digna de confianza —le dije—. Ella ha estado planeando esa pequeña
actuación durante todo el tiempo que hemos estado aquí. Apostaría un buen dinero a eso.
Naji no habló por un largo tiempo. Entonces él dijo algo que casi me noquea, maldita sea. —Estás en
lo correcto probablemente. Estaba… esperando… que no jugara ninguno de sus juegos conmigo.
No ahora. No… con todo esto. —Él se encorvó hacia abajo en el catre y dejo caer su cabeza en sus
manos. —Sabía que ella había entrenado en el norte, es por eso que vine aquí, porque realmente
esperaba…
Naji dejó caer sus manos a los lados. —Oh, ella no mentía en eso —él dijo—. Ella no haría nada
para matarme.
—¿Enserio? —dije—. Bueno, en ese caso, esta maldición tuya no me concierne tampoco. Así que
si no te importa, me iré por mi propio camino. —Y me deslicé fuera de mi estancia y me dirigí hacia
la puerta delantera.
—¡Ananna! —Naji saltó del catre y me agarró otra vez. No iba a irme realmente. No soy lo
suficientemente descorazonada como para dejar a alguien abatido sin dolor por cuenta mía. Incluso
si ese alguien es un asesino y un mentiroso. Demonios, los asesinos y mentirosos solían cantarme
para dormir.
Zafé mi brazo lejos suyo. —Mira, quieres que yo vaya contigo a las Islas del Cielo, y de alguna
forma puedo ver como tal vez no es la más estúpida idea en el mundo, considerando todo, aun si
es que es definitivamente loco, pero si es que realmente quieres que vaya, tienes que ser directo
conmigo. Tienes que decirme cosas.
—Sí. Ya sabes cómo cuando no me dijiste quien era Leila, o que es lo que íbamos a encontrar aquí
en el cañón o lo que era ese humo negro cuando el clan Hariri nos atacó. —Lo fulminé con la mirada
y después de unos segundos él asintió. —Bueno, nada más que eso.
—Sonó como si estuvieras preguntando. Ten en mente que si quieres un pase seguro en un navío
pirata, vas a necesitarme. No tienes el dinero como para comprar tu pase a bordo, y ningún pirata
de la Confederación va a dejar que un mago de sangre suba a bordo sin algún tipo de palanca. —
Apunté mi pulgar a mi pecho. —La cual soy yo. Así que si quieres seguir con tus secretos, está bien,
pero entonces puedes esperar a vivir el resto de tus días en Puerto Iskassaya.
A Naji le apareció ese destello sonrisa alrededor de sus ojos. Estaba muy exaltada como para que
me importara.
—Ahora, ¿Por qué demonios debería estar preocupada acerca de los Mists atacándonos? —Kaol,
el solo decir Mists me enviaba horribles escalofríos subiendo por mi espina.
—Alguien en el Otro Mundo me quiere muerto —Naji dijo—. Ellos no pelearán contigo, porque me
quieren a mí. Es una larga…
Leila apareció en el pasillo de la puerta, ese vestido blanco arremolinándose en sus tobillos. Llevaba
puesta esa cruel sonrisa, dientes brillando a la luz de lámpara. Naji se le quedó viendo de la forma
en que solo él lo hacía, su cara llena de nostalgia. Luego se volteó hacia mí.
—Bien. —Así que no quería hablar en frente de Leila. —Pero si no sé la historia completa para
cuando estemos en Puerto Iskassaya, me voy.
Leila nos prestó el bote más grande que estaba amarrado al frente. Tenía una vela recién parchada
y una red de cuerda para pescar. No quería confiar en ella, pero por más que me doliera admitirlo,
sabía que Naji tenía razón cuando decía que Leila no nos quería, o por lo menos a él, muertos.
Nos dio una canasta con pescado salado y algunas de las plantas de río que habíamos estado
comiendo. No quería volver a ver una de esas otra vez en mi vida, pero acepté la canasta de todos
modos. También le dio a Naji un bulto de tela negra que él desenvolvió en una túnica de asesino.
Leila había cortado su antigua túnica cuando llegamos aquí, para parchar las velas y mantas, y él
había estado usando la misma ropa vieja de hombre al igual que yo la semana pasada.
—Seguro que lo recuerdas, querido. —Leila le guiño un ojo y Naji bajó la mirada a sus pies.
—Me temo que no tengo nada para ti —dijo ella sin apenas girar su cabeza hacía mi. Resistí el
impulso de hacerle un gesto grosero. —. Oh! Y Naji cariño, puse tu armadura abajo.
—Gracias —dijo Naji. Se miraron por unos largos segundos más y yo me giré a juguetear con las
cuerdas para no tener que mirarlos.
Y luego nos marchamos. Puerto Iskassaya estaba a tres días de viaje río abajo según Naji. (Leila se
lo dijo, por supuesto, pues Naji no sabía nada acerca de la navegación.) Cuando llegamos liberamos
al bote como lo haríamos con un camello, (Pensé en nuestro propio camello y me pregunté si estaría
todavía caminando por el desierto, cargado con nuestra ropa, dinero y comida.) y había hecho su
camino río arriba hasta la casa de Leila. Magia, de nuevo.
Naji estuvo decaído el primer día, apoyado sobre la barandilla y mirando hacia el río. No se había
molestado en cambiarse a su túnica todavía, y su cabello revoloteaba por su cara haciéndolo ver
como un príncipe en una historia. Traté de mantenerme ocupada con tareas de navegación, pero la
embarcación tomó su propio mando y después de un tiempo estuve tan aburrida que terminé junto
a él en la barandilla.
Él mantuvo su mirada sobre el río sin responder. El sol se estaba hundiendo en el cañón lanzando
rayos de color rojo y naranja que tornaban el agua en plata. No sé por qué le pregunté. Era como
si quisiera que dijera algo que me lastimara.
—No extrañas a alguien como Leila —dijo Naji después de un tiempo en el que pensé que no
respondería. —. Sólo sientes su ausencia.
—Es difícil de explicar. Leila siempre ha jugado juegos, se empeoró después de... —Se detuvo. —.
No importa, sólo vine aquí porque estaba desesperado. Apenas la veo.
Me dolía un poco escucharlo hablar de Leila, así que sacudí mi cabeza y dije—: Te lo dije. No te
quiero a mi alrededor tampoco.
—Encontraré una forma de pagarte —dijo—. Cuándo esté hecho, serás recompensada.
No respondí y lo deje allí murmurando algo sobre ir a revisar las cuerdas del mástil. Y él no dijo
nada cuando me alejé.
***
Deseé que hubiera más que hacer en el barco, así podría pasar más tiempo trabajando que con
pensamientos melancólicos. Mamá lo llamaría la zona de las calmas ecuatoriales, pero esas no
vendrían sino hasta después que pasaras tanto tiempo en el mar que estarías dispuesto a lanzarte
por la borda y nadar a tierra firme. Y no era el río el que causaba mis problemas, de todos modos.
La segunda tarde, Naji subió a cubierta llamándome. Estaba arriba del mástil, haciendo nada, sólo
sentada allí mirando las paredes del cañón deslizarse. Me colgué de una cuerda y me incliné. Lo vi
caminando ruidosamente y moviendo su cabeza de un lado a otro.
Se detuvo y movió su cabeza hacia el cielo protegiendo sus ojos del sol. —¿Cómo llegaste allá
arriba?
Me encogí de hombros y me deslice por la cuerda cruzándome por el mástil hasta que aterrice a
unos cuantos metros de él.
—Creí que te habías olvidado. Estaba buscando la manera de abandonarte una vez que llegáramos
a puerto.
Él sacudió su cabeza. Su expresión era suave, casi amable, y me pregunté como sería si sonriera
de verdad. Aún con la cicatriz, apuesto que sería lindo.
—¿Recuerdas a la mujer del desierto? ¿La que te dio el hechizo para enviarme al otro mundo?
—Pero se desangró...
—Ellos no mueren —dijo Naji—. No es algo que pueda explicar, sólo sé que no son humanos.
Crucé mis brazos por sobre mi pecho. Esto era mucho para procesar. Había visto sirenas antes y
tritones, pero eran tan fácil de matar como un hombre. No era de extrañar que pensar en los Mists
me dejara helada.
—No le hice nada a ella —dijo—. Le sirve a alguien del Otro Mundo, uno de los miles de señores
que están constantemente clamando por poder. Corté algunos de los lazos de su señor en nuestro
mundo.
—¿Qué?
—Maté a algunos de los niños que había enviado aquí —dijo—. No eran niños cuando los maté
—Agregó, seguramente debido a la cara de espanto que debí haber puesto. Hay líneas que no se
deben cruzar. —. Estaban intentando eliminar la barrera entre mundos para ganar poder en las
Mists. Es complicado pero... —Su voz se apagó. —Estaba dispuesto a sacrificar nuestro mundo
para ganar poder en el suyo.
El aire era acero. El único movimiento procedía del barco deslizándose en el agua del río.
—Oh —dije—. Salvaste a todos. A todo el mundo. —Le di una pequeña media sonrisa, aun cuando
era difícil pensar en él como un héroe. —Tengo que admitir, estoy impresionada.
—No lo estés. —Naji frunció el ceño. —Me contrataron para hacerlo. No sabía cuáles eran los
objetivos. De hecho no entendí lo que implicaba hacerlo hasta mucho después, cuando ella me
atacó por primera vez.
Me apoyé en el mástil y pensé en todo lo que había pasado estas últimas semanas, todo lo que
había pasado antes que Naji pasara de ser mi aspirante asesino a mi protector.
—No tienes que preocuparte por eso —dijo Naji mirándome serio. —. Es por eso que Leila nos
ofreció su protección contra el Otro Mundo, porque...
—Mientras estemos en el río.
—¿Qué?
—Ella sólo nos ofreció su protección siempre y cuando estemos en el río. —Crucé mis brazos frente
a mi pecho. —Y no me mientas, tu mismo dijiste que estabas poniendo mi protección por sobre la
tuya.
Nají suspiró. —Bien. Estoy preocupado de que el Otro Mundo te use, a la maldición, para llegar a
mí.
—Más o menos. Aunque de verdad, no tienes por qué preocuparte. —Naji se encogió de hombros.
—Te he visto luchar. Te podrías mantener en una pelea con cualquier monstruo de las Mists.
—Gracias por decirme todo eso —dije. Mis palabras salieron de mi boca arrastrándose, como si
estuviera borracha. —. Aprecio que me trates como a un compañero.
—De nada.
***
Llegamos a Puerto Iskassaya al amanecer, el aire fresco por la noche anterior. Estaba en la proa del
barco, viendo la ciudad emerger del halo rosado de la mañana y pensando en que no quería dejar
el río por el mar, por las Islas del Cielo.
Naji salió a cubierta arreglado en sus ropas de asesino y su armadura tallada, con una nueva
máscara de desierto en la mitad inferior de su cara.
Persuadí al burócrata en el muelle a que nos permitiera atar al barco gratis. —Sólo estaremos aquí
media hora —dije—. No será problema para usted.
Me dio esta larga mirada dura. —Les doy veinte minutos, si no están para ese entonces, lo dejaré
libre.
Le sonreí y le di un pequeño saludo y continuamos nuestro camino. Me imaginé que él podría liberar
o no el barco, pero si el barco regresaba o no a casa de Leila, no era algo que me preocupara.
Naji estaba muy callado, más de lo normal mientras caminábamos a través de la ciudad del puerto,
que no era más que algunas cantinas, burdeles y algunas armerías ilegales en los callejones. Se
apegó a los edificios, yendo y viniendo de las sombras. Pronto estuvimos recibiendo malas miradas
de tripulantes arruinados que no tenían nada mejor que hacer que sentarse a beber temprano en
la mañana.
Había estado en los muelles de Puerto Iskassaya sólo una vez, cuando era pequeña. No es un
gran puerto ya que está rodeado de desierto y el río no llega a nada interesante, pero alguien
lo construyó doscientos años atrás y debido a que los mercantes no lo querían, los piratas lo
reclamaron. La mayoría lo usa como una parada para descansar y renovar suplementos antes de
partir a mar abierto.
Hice que Naji se fundiera en las sombras, lo que hizo sin rechistar, mientras deambulaba por los
muelles buscando por el tipo de barco correcto que nos llevaría a las Islas del Cielo. Que no es
ningún tipo de barco en absoluto, cuando te pones a pensar en eso.
Traté de hacerme ver como un chico tanto como me fue posible, aunque mis pechos no lo hicieron
fácil. Primero, el clan Hariri estaría buscando a una chica, pero también, usualmente es mucho más
fácil hacerte espacio en un barco si, al menos, estás tratando de pasar como un chico. La mayoría
de la gente no es tan observadora. Caminé por el puerto lo más rápido que pude, manteniendo mis
ojos en los colores de los barcos. Ya había decidido que no quería ningún barco de la Confederación,
pues no quería volver a las manos de los Hariris, así que mi tatuaje no iba a hacer ningún bien.
Resultó ser que no había ningún barco de la Confederación de todos modos, pero si logré ver
algunos barcos que no estaban en perfectas condiciones.
Todo el tiempo que estuve buscando, estuve pensando en si de verdad quería seguir con esto. No
sería tan difícil decirle a Naji que nadie nos quería a bordo. Tal vez podríamos pasar nuestros días
en Puerto Iskassaya, intercambiando historias con los marineros en las cantinas. Darle a nuestro
último viaje una solución, quedarnos en puerto podría dar mejores resultados que zarpar a las
Islas. Al menos de ese modo no había manera de que la maldición se tornara peor que antes. Digo,
estábamos dirigiéndonos al origen de la magia. No es algo en lo que puedas confiar.
Pero patrullé los muelles de todos modos, en parte porque se lo prometí a Naji y en parte porque
quería que mi vida volviera a ser normal. Después de veinte minutos tenía dos posibilidades. Una
corveta que se veía como si tuviera un millón de años, y un bergantín bastante lindo con una
tripulación que parecía provenir mayormente de Jokja y Najare, y como en el sur, toda esa cadena
de países que no estaban unidos al Imperio. Decidí probar mi suerte con el barco del País Libre,
La Venganza de Ayel. Intuición de pirata, asumiendo que no se había oxidado con el desuso y las
malas decisiones.
Unos pocos de la tripulación estaban sentados en el muelle al lado del barco, bebiendo y jugando
cartas. Me acerqué pareciendo casual y uno de ellos, un hombre con una mirada agresiva y bizca,
que me pareció bastante falsa, levantó su barbilla hacia mí.
—¿Pasaje? ¿A dónde?
Me lanzó una mirada, evaluándome. Los hombres de la mesa removieron sus pies e intercambiaron
miradas unos con otros. Podía darme cuenta que no me querían a bordo, pero sabía que sus
opiniones no importaban.
—Nos dirigimos a Quilar —dijo—. Supongo que es tan bueno como cualquier otro lugar para alguien
que no sabe lo que quiere.
Uno de ellos, no el bizco, murmuró algo sobre siempre jugar al capitán. La mujer lo ignoró.
—Mis padres tenían un barco como este. —Asentí hacia el barco sobre el agua. —No tan grande,
pero pasé toda mi vida en él y sé que los mástiles no son tan diferentes. —Miré arriba, a las velas
del barco. —Sé un poco de navegación también y puedo defenderme en una pelea, si se presenta
la ocasión.
—Una cosa más —dije, tratando de averiguar cuál era la mejor forma de decir esto. —. No soy sólo
yo, Tengo un... —No sabía cómo dirigirme a Naji, no podía decir asesino. —. Un guardia conmigo.
—¿Un guardia? —La mujer levantó una ceja. —¿Dónde está ella?
La mujer se sentó por un momento, asintiendo un poco para sí misma, luego se paró y me tendió
su mano.
—Soy Marjani —dijo—. Vuelve en tres horas. Tráete tú, eh, guardia. Yo hablaré con el capitán.
—No me agradezcas todavía. —Pero me dio una pequeña sonrisa y tuve el presentimiento de que
iba a funcionar.
Dejé los muelles y me dirigí al callejón donde dejé a Naji. Se materializó inmediatamente. Es
divertido pensar que ese truco me asustó más de una vez.
—¿De verdad? —Sus cejas se levantaron. —¿Accedieron a ir a las Islas del Cielo? Parece muy
simple...
—No lo sabes —dije—, porque este no es tu mundo. Es el mío. Se dirigen a Qilar, probablemente
Puerto Idai, y si hay alguna posibilidad de encontrar a alguien lo bastante loco como para ir a las
Islas del Cielo, es en Puerto Idai. —Lo fulminé con la mirada. —No estoy retrasando lo inevitable,
¿sabes?
Los ojos de Naji estaban negros como el carbón y duros como el diamante, pero no protestó más.
***
Decidí matar esas tres horas en el distrito de ventas de Puerto Iskassaya, donde encontrarías a la
poca gente respetable que vivía allí. No me gustaba mucho la idea de robar, pero me imaginé que
un poco de dinero era mejor que nada.
Naji no estaba muy contento con tener que separarnos de nuevo, pero saqué el collar con el
encantamiento que él me había dado y se lo mostré.
Rodeé mis ojos ante eso. —Me dejaste ir a los muelles sin ninguna objeción.
Miré mis manos. Había millones de maneras de responder a eso, pero no quise decir ninguna de
ellas.
El distrito de ventas estaba repleto, lo que era bueno, aunque realmente necesitaba ropa de mujer
para hacer esto creíble. Estaba un poco inadecuadamente vestida para ser un chico. Pero apliqué
algunos de los trucos que había aprendido de la tripulación de papá, este hombre que tenía una
marca de nacimiento al lado de su cara, que hizo el cartereo difícil, y después de dos horas tuve un
bolsillo lleno de monedas y otro lleno de joyas. Me escabullí del distrito rápidamente y me dirigí a
la costa, donde encontré un mercader que no hizo preguntas sobre cómo un joven hombre o mujer
como yo terminó con tantas chucherías de señora.
Cuando me alejé del mercader, las sombras comenzaron a revolverse y agitarse. El sol estaba
alto, justo arriba de mi cabeza, así que Naji no tenía mucho con lo que trabajar, sólo la línea de los
edificios y unas pocas sombras de árboles. Me metí en el primer callejón que vi.
—Nunca había visto un acto de fechoría más digno de halagos —dijo Naji saliendo de la oscuridad.
—Mantenlas contigo —dije—. Suponiendo que nos dejen entrar en el barco. Pero hasta que
conozcamos a la tripulación, es mejor no tener dinero a la vista.
—Como desees.
—También... —Respiré hondo, porque sabía que no le iba a gustar esto. —Tienes que quitarte la
máscara.
—Porque necesitamos que confíen lo suficiente en nosotros como para dejarnos subir a su barco.
Cubrir tu cara así, es una señal de malas intenciones.
Sé que probablemente no debí haber dicho eso, pero él no contestó, no reaccionó. Por unos minutos
nos mantuvimos así, mirándonos. El calor y la arena flotaban en el callejón. Luego el se quitó la
máscara de un tirón y caminó hacia el sol.
Cuando llegamos al barco del País Libre, los jugadores de cartas ya no estaban y el barco se
imponía alto y grande en el cielo sin nubes. El océano, verde pálido en la luz de la tarde, rompía en
los muelles.
—¿Este es tu guardia?
Me giré y ahí estaba Marjani con un hombre tan grande como un barril con el extravagante sombrero
de capitán. Él tenía sus ojos pegados en Naji, quien adoptó un aspecto amenazador y cruzó sus
brazos por sobre su pecho.
Hablé antes de que Naji pudiera decir algo que nos perjudicara. —Me voy a encontrar con un
antiguo tripulante. No separamos en Lisirra después de que un trabajo saliera mal. Tenía mala
información. Usted sabe.
—No señor, lo contraté después de que mi propia tripulación me diera por muerta.
El capitán mantuvo sus ojos en los míos. —¿Entonces, por qué exactamente él te está acompañando?
—Tiene historia con mi antiguo compañero. —Gracias a Kaol, Naji mantuvo su cara en blanco. —
Necesita tener una conversación con él, usted sabe a lo que me refiero.
El capitán rio. —¿Qué clase de historia? —preguntó girándose a Naji. —¿Es acerca de una mujer?
Cuéntale a cualquier canoso y viejo asesino una historia con traición y un corazón roto y comerá
directamente de tu mano.
—Bueno, si no le molesta compartir habitación con el resto de la tripulación, supongo que podemos
aceptarte.
El capitán asintió hacia mí. —Puedes trabajar con las cuerdas del mástil, ¿cierto? Eso es lo que
Marjani me dijo.
—Y en cualquier otra cosa que necesite. Crecí en un barco como este. —Y a veces lo extraño, el
sonido del viento contra la madera, la brisa del océano en mi cara mientras me deslizaba por las
cuerdas del mástil, pero no dije nada.
El capitán sonrió, su cara se iluminó como si alguien le hubiera dicho que había un barco mercante
estancado en mar abierto. —Exactamente el tipo de mujer que me gusta tener a bordo.
No voy a mentir, después de haber pasado semanas siguiendo a Naji, sin saber que estaba pasando,
se sintió bien escuchar eso.
CAPÍTULO 12
Traducido por Ari
Corregido por Ella R
Marjani nos acompañó a mí y a Naji a bordo de la nave mientras el resto de la tripulación se prepa-
raba para zarpar. Nos condujo por debajo de los camarotes de la tripulación, donde todo estaba
colgando con hamacas y jarras de ron y ropas andrajosas. Naji arrugó la nariz y se sentó en una
hamaca en la esquina.
En un rápido movimiento, Marjani lo sujetó de la muñeca y jaló hacia arriba la manga de su túnica
hasta su codo. Los tatuajes se enroscaban alrededor de su brazo.
Saqué mi cuchillo. Marjani me miró sin preocupación. —La tripulación no lo sabe —dijo—. Ellos no
te reconocerán. Todos ellos son del País Libre, y tenemos nuestros propios monstruos de los que
preocuparnos. Yo solo lo sé porque estudie políticas Imperiales en la universidad —dijo, soltando
el brazo de Naji.
—¿Fuiste a la universidad? —pregunté. Una vez hablé con un erudito, después nos apropiamos del
barco donde él había estado. Él no era nada como Marjani.
Marjani puso su boca en una dura línea recta. Estaba segura que íbamos a ser lanzados fuera del
barco o asesinados o probablemente ambos.
—¿Por qué están aquí? —preguntó ella. Deteniéndome con su mano. —. Tú no contestes. Quiero
ver lo que él tiene que decir.
Naji la miró.
No lo arruines, pensé.
—Venganza —dijo él—. Como Ananna te dijo. —Sus labios se torcieron en un gesto de burla. —In-
cluso los Jadorr’a nos enamoramos a veces.
Hubo una larga pausa en la cual nos miramos los unos a los otros mientras el barco se mecía con
la marea. Y entonces Marjani se rio.
—Sí, puedo imaginar el tipo de cosas que has escuchado, y dudo que muchas de ellas tengan algo
de verdad.
Marjani se rio otra vez, y movió su cabeza. —De todas las cosas que pensé que vería. Y no, no le
diré a la tripulación sobre ustedes —dijo alejándose de Naji, quien inmediatamente se desplomó
sobre la hamaca, presionando su mano sobre la frente. Cuando ella pasó junto mí, me tomó del
brazo y se inclinó hacia mi oído.
—Deberías mantenerlo vigilado —dijo en voz baja—. Una vez que salgamos al mar.
—Estoy justo aquí —dijo Naji—. Puedo escuchar todo lo que estás diciendo.
—Bien —le dijo Marjani—. Puedes acostumbrarte. Escucharás este tipo de murmullos mucho más
una vez hayamos pasado un par de semanas en el agua.
—Cuando ellos se aburren, crean problemas —dijo Marjani—. Y ustedes se ven como alguien que
estará en problemas si los buscan.
—Solo estoy tratando de ayudar, pero no puedo hacer mucho. Tengo mis propios asuntos que
atender.
—No tienes que hacerlo —Interrumpí. —. Pero yo, ambos, lo apreciamos. Cualquier cosa que
puedas hacer.
—Estoy segura que puedes. —Marjani caminó hacia la escalera y se detuvo, se dio la vuelta para
mirarlo. —Pero no te arriesgues a utilizar tu magia de sangre en este barco. Ellos no deberían
reconocerte, pero reconocerán eso. Créeme. Si ellos los atrapan, a ti y a tu amiga, los matarán. Y
probablemente a mí también por subirlos al barco.
Naji la fulminó con la mirada por un segundo o dos, pero después asintió. —Gracias.
—No lo hagas —dijo Marjani—. Solo cuídense hasta que lleguemos a Puerto Idai. Eso es todo el
agradecimiento que necesito.
***
Zarpamos esa noche, a oscuras en la puesta de sol como en una maldita historia. Naji salió a cubi-
erta y se inclinó en la barandilla. Yo estaba colgada en las jarcias, tirando de la cuerda para alinear
las velas apropiadamente cuando lo vi ahí abajo, su túnica negra agitándose con la brisa marina.
Él no se veía feliz.
Nos hicimos hacia mar abierto no mucho después de eso, y el agua estaba tranquila y en calma
como un espejo, brillando con los reflejos de las estrellas. El capitán y primer oficial trajeron algunas
botellas de ron y todo el mundo se sentó alrededor para beber, contar historias y cantar viejas can-
ciones. Yo conocía algunas de ellas y otras eran comunes de la Confederación que tenían algunas
palabras cambiadas, y otras que nunca antes había escuchado. Como la historia que Marjani contó,
acerca de un antiguo espíritu árbol el cual se enamoró de una princesa. Él la convirtió en un pájaro,
así podrían estar juntos, pero la princesa voló lejos, porque ella no correspondía su amor, así que
ella cruzó el mar, volando a una isla donde no había otra cosa más que pájaros, y fue más feliz ahí
que cuando era una princesa. Me gusta.
Luego, un miembro de la tripulación comenzó a hablar acerca de las Islas del Cielo. Se inclinó cerca
del fuego haciendo que su cara no se viera como la de un humano, y contó una historia acerca de
un viejo capitán suyo, que tenía un amigo que viajó jadeante y sin aliento hasta las Islas. Ese amigo
navegó entre las diferentes islas, su tripulación comenzaba a demacrarse y demacrarse hasta que
no fueron nada más que luz de luna y huesos viejos. El amigo escapó porque hizo un trato con las
mismas Islas, pero después de que regresó a Anjare, todos sus pensamientos quedaron arrebuja-
dos en las Islas, porque los espíritus eran más astutos de lo que él lo fue.
Naji se mantuvo detrás en los banquillos todo el tiempo, las sombras se amontonaban oscuras alre-
dedor suyo. Tomé un par de tragos de ron después de escuchar esa historia de las Islas, para tratar
de olvidar que ahí era a donde nos dirigíamos, me escabullí y me senté donde él se encontraba.
Todo era brillante por el ron y la música, aunque Naji se las arreglaba para tragarse algo de esa
luminosidad solo al estar sentado allí. Se me viene a la cabeza su pluma.
—No.
—¿De verdad? ¿Ninguna? —Quise presionarlo de la forma en la que Leila lo hizo, pero incluso ni
el ron me da mucha valentía. —. ¿No contaban historias allí en la Orden?”
El cabello de Naji voló a través de su frente. —Tú no tienes permitido escuchar esas historias. —
Presionó su cabello como si hubiera algún tipo de araña arrastrándose hacia él en sus sueños.
—Porque son sagradas. Por la oscuridad de la noche, ¿de verdad tengo que explicarte esto?
Sentí una punzada, y me deslice lejos de él y puse mis rodillas debajo de mi barbilla. Alguien trajo
su desvencijado violín y lo uso para tocar una de las viejas danzas marinas, una que pedía por
buena fortuna en el viaje.
Nos sentamos uno al lado del otro por algunos minutos mientras la tripulación bailaba con la música
y la luz en el centro de la cubierta.
—Ananna —dijo Naji—. He hecho este tipo de cosas antes. Con alarmante regularidad, de hecho.
—Lo sé —dije suavemente, él se inclinó sobre mí como si le interesara lo que estaba diciendo. —.
Yo solo quiero ayudarte.
—Eso es muy amable —dijo él—. No tengo mucha experiencia con la amabilidad, pero yo... yo lo
aprecio.
Él parpadeó. La música vibraba alrededor de nosotros, toda reluciente y suave. Nadie estaba
bailando.
Supuse que eso debía hacerme sentir mejor, pero no lo hizo. La canción terminó y otra más comenzó.
Otra danza marina, y aun así nadie bailaba. Tal vez desde que son parte de la Confederación, no
sabían los pasos. O tal vez no les importaba. Me tomó unos segundos reconocer la melodía sin el
baile, y me dí cuenta de que es la canción que pide por suerte en el amor. En el barco de Papá la
tripulación la interpretaba como una plegaria en contra de la enfermedad del burdel.
Naji me echó un vistazo con el rabillo del ojo. Su frente estaba arrugada como si estuviera pensan-
do realmente fuerte en algo, y yo rogué por que sea en mí, pero probablemente no lo fuera.
Me levanté de un salto y di vuelta hacia la luz. Me tomo unos segundos para recordar los pasos:
un montón de patadas y saltos y giros, pero una vez que lo tuve, la tripulación comenzó a silbar y
a gritar y a aplaudir con el ritmo. Entonces este grande y rudo compañero se levanta y comenzó
a seguir a todos, y maldita sea si él no era más ligero sobre sus pies que yo. Y la siguiente danza
marina comenzó, pidiendo por victoria en la batalla, me rio y giro y cualquier oscuridad que Naji
pudiera haber dejado dentro de mi desaparece, al menos por un tiempo.
Las cosas cayeron en una rutina lo suficientemente rápido, siempre sucedía, una vez que estabas
en el mar y toda la novedad de la partida desaparecía. Tengo a todos atrapados en la rutina, pensé,
porque ha pasado mucho tiempo desde que estuve en mar abierto, el movimiento del barco debajo
de mis pies, el olor a madera podrida, agua de mar vieja y ron dulce. No te das cuenta cuánto ex-
trañas algo hasta vuelve hacia ti, y te preguntas cómo pudiste vivir tanto tiempo sin eso.
Traté de no pensar mucho en la maldición de Naji. No quería tener que acordarme de la abrumado-
ra posibilidad de que sea simplemente imposible y de que mi tiempo en el Venganza podría ser mi
última vez en un barco en absoluto.
El capitán me dio el deber de manejar el cordaje porque puedo corretear las cuerdas mucho mejor
que muchos de los demás hombres, aunque a pesar de los estándares femeninos, no soy exact-
amente pequeña. Para el final de la primera semana ya tenía callos otra vez en las palmas de las
manos, no quería que nadie de la tripulación lo sepa. Me gustaba lo suficiente, incluso si molesta-
ban o trataban de avergonzarme con historias vulgares que a ellos les gustaban. Maldición, yo tenía
algunas historias bajo la manga que los harían sonrojarse.
Una tarde, cuando ya habíamos pasado cerca de una semana y algunos días en el agua, un par de
marineros me hablaron acerca de Marjani.
—Es hija de algún noble pez gordo en Jokja —dijo Chari. Él es viejo y curtido y conoce las cuerdas.
—. Huyó cuando su padre quiso casarla con un cortesano Qilari de segunda categoría. Fue a la
universidad, también.
Era tarde y estábamos comiendo la merienda en el aparejo, algunos huevos duros y queso de
cabra y pan con miel, todas las cosas frescas que duran unas cuantas semanas.
—A ella no le gusta conocer gente —Chari continuó—. Está asustada de que alguien pueda deten-
erla, o que alguien pueda encontrarla y enviarla de vuelta.
Yo no dije nada, porque creo que no es de mi incumbencia qué partes del pasado las personas
quieren dejar atrás.
—Nah, ella solo no quiere que las personas crean que es una perra engreída. Qué pena que no
haya funcionado —dijo Ataño, quien no era mucho más joven que yo y siempre estaba dispuesto a
probar algo. Chari arrojó un puñado de cascarones de huevo rotos hacia él y le dice que se calle.
Eso hace que me ría, y Ataño me lanza una mirada capaz de fundir al vidrio, si yo no me hubiera
acostumbrado al constante ceño fruncido de Naji.
—¿Que hay acerca de ti, cariño? —preguntó Chari—. ¿Tienes una historia?
Sé que ellos realmente qerían saber la historia de Naji. No estaba dispuesta a contárselas, ni la
historia falsa y segura como el infierno tampoco la verdadera.
—Nací bajo cubierta y crecí como ustedes se imaginan —dije—. No necesitan una historia para
saber eso.
Chari se inclinó hacia atrás pensativamente mientras Ataño lo fulminó con la mirada mientras se
quitaba cascarones de huevo de su cabello.
—¡Ananna!
Era una voz de mujer, y solamente había otra mujer en la cubierta del barco. Marjani.
Me incliné debajo del aparejo y le hice señas con la mano, preguntándome que es lo que querrá
conmigo.
Ataño profirió una especie de gruñido bajo su respiración. Yo lo ignoré y me balanceé hacia abajo,
pensando en las posibilidades en mi cabeza: Naji ha jodido algo. Marjani nos va a chantajear. El
capitán nos arrojará por la borda al mar abierto.
—¿Dijiste que habías hecho algo de navegación antes? —Me preguntó ella apenas mis pies to-
caron la cubierta.
La miré fijamente. —Un poco. —Era verdad: Mamá me había enseñado una vez o dos, pero a Papá
le gustaba hacer la navegación él mismo. Siempre decía que me enseñaría una vez fuera mayor,
pero después trataron de casarme.
La seguí cubierta abajo, aunque no dejé de preguntarme porqué ella necesitaría mi ayuda.
Pasamos junto algunos marineros sentados en círculo adivinando la fortuna con restos de café.
Marjani mantuvo arriba su cabeza, de la misma manera en la que lo hacía Mamá, y nadie le dijo
nada. Ella tenía la misma expresión de no-te-metas-conmigo que Mamá solía usar, la misma que
practiqué en el espejo cuando era más joven y pensaba que así seguramente obtendría mi propio
barco algún día.
El camarote del capitán en el Venganza de Ayel era mucho mejor del que yo usaba, brocados y
chaquetas colgaban del techo, con grandes ventanas de vidrio que dejaban pasar torrentes de luz
del sol. Motas de polvo flotaban en el aire, brillando como oro. Marjani caminó a través de estos.
—He estado teniendo algunos problemas con una parte escabrosa en el mapa —dijo ella, detenién-
dose frente a una mesa. El mapa mostraba el mundo entero, las partes del océano que habíamos
surcado marcadas con líneas y mediciones. Marjani señaló un pequeño broche atorado en una
parte del océano justo por donde necesitábamos ir. Las joyas brillaban a la luz del sol.
—Sirenas —dijo—. Se mueven alrededor, pero he hecho algunas adivinaciones la noche pasada y
parece que se quedaran ahí de momento.
Ella me miró fijamente por un momento antes de colapsar en una carcajada. —¿Qué, pensabas
que te había traído aquí abajo para cazar ratas? —dijo riendo nuevamente.
Su cara se tornó seria. Ella sacudió su cabeza. —Te dije que no lo haría. No, yo solo… —Miró hacia
el mapa. —. Nadie en este barco sabe nada. Bueno, el capitán sabe, pero gasta todo su tiempo en
cubierta intercambiando ron con la tripulación —dijo frotándose la frente—. Me siento como una
esposa.
—Bueno, yo no sé mucho, solo lo poco que Papá me enseño…
Ella agitó su mano. —Lo sé. Todo lo que quiero es alguien que entienda cuando trato de hablar
sobre mi forma de pensar.
—Oh. —Fruncí el entrecejo. —Creo que puedo hacer eso. —La verdad, estaba emocionada, pero
traté que ella no lo notara. El saber navegación te lleva un paso más cerca de ser capitán.
Ella me sonrió, y me preguntó cómo alguna vez pensé que ella nos arrojaría a Naji y a mí por la
borda.
Ella me lanzó una extraña mirada, entonces añadí—: Lo mismo con mi último capitán. Responsable
de perder toda su tripulación.
—Eso es lo que me temo. Pero este es territorio de la Confederación, Uloi y Tanasia —Dio unos
golpecitos en un punto del mapa. —, y juntos tienen una gran queja con el capitán. Y esta direc-
ción —Otro golpecito en el mapa. —nos llevaría muy lejos de nuestra ruta —dijo mirándome—.
¿Sugerencias?
—No tengo ninguna. —Fruncí el entrecejo hacia el mapa. —Mi último capitán, él probablemente
habría atravesado el territorio de la Confederación. —No mencioné que fue porque él formaba parte
de esta. —El riesgo de una batalla contra la garantía de retrasarse o las sirenas, ¿tú sabes? Pero
a él le gustaba pelear también.
—No estoy segura sobre pelear —dijo Marjani—. Tenemos mucha… —Se detuvo y me echó una
rápida mirada por el rabillo del ojo, sabía que estaba hablado acerca de la carga.
Marjani desordenó algo en el mapa, trazando un arco alrededor de las sirenas, cerca de las tierras
del norte. Algo tembló en mi interior, pero dudo que Marjani nos estuviera llevando a algún lugar
cerca de las Islas del Cielo. No era tan estúpida. Y tanto como quería que Naji curara su maldición,
no estaba segura si estaba lista para encarar las Islas del Cielo aun.
Así que miré a Marjani trabajar, tratando de memorizar sus movimientos, la manera en la que usaba
todo su brazo para trabajar, los pequeños garabatos que hacía en su cuaderno de navegación. Su
caligrafía era curvada y suave y culta, y me recordó a la caligrafía que vi en el libro de hechizos que
Mamá siempre llevaba consigo. No hechizos herbolarios, algo más. Alquimia. Ella nunca hablaba
de eso.
—Es la única ruta —murmuró Marjani—. Hacia al norte. ¡Maldición! El capitán no estará complaci-
do. —Ella me miró. —Nos tomara cerca de unas dos semanas por supuesto. Tal vez tres.
—Podemos arreglárnosla.
Me encogí de hombros. —Bien, si no deseas pelear y no deseas perder a la mitad de tu tripulación
ahogada, esa es probablemente la única salida. —Me estremecí otra vez, pero Marjani no pareció
notarlo.
—Creo que seremos capaces de pasar rozando. —Escribió algunas figuras en su libro de naveg-
ación, cruzándolas, garabateando en unas nuevas. Cuando ella puso su atención en el mapa otra
vez, le pregunté si podía echarles un vistazo.
Sientí mi interior caliente, pero hice a un lado mi orgullo lo suficiente para inclinar la cabeza. —Yo
siempre he querido… —Bajé mi voz. Marjani me acercó su cuaderno de navegación.
Asentí.
—No es terriblemente difícil, una vez que conoces las matemáticas detrás de ella.
—Más matemáticas de las que aprendí contado monedas. —Quise preguntarle acerca de la Uni-
versidad, pero ella se enfrascó en el mapa otra vez. Moví mis dedos a través de la tinta en el cuad-
erno de navegación, leyendo a través de sus notas garabateadas, todos eran cálculos de velocidad
y dirección y días perdidos.
—Creo que tendré tiempo de comenzar a enseñarte —dijo, interrumpiendo el silencio. Su divisor
chilla y chilla a través del mapa. —. Especialmente con este desvío.
Esa noche, Naji emergió de los camarotes de los marineros y se escabulló a la cubierta. El viento
estaba en calma y favorable, llevándonos al norte a través de las Islas de Hielo, lejos del sitio de las
sirenas. El capitán había dado órdenes de cambiar la dirección esta tarde, y la tripulación estaba
revuelta trabajando, por mucho que quieran quejarse. Me pregunté qué hubiera pasado si Marjani
hubiera dado la orden. O yo.
—Algo es diferente —dijo Naji, avanzando hacia mí. Estaba de pie a lado de la barandilla, mirando
hacia el negro océano. —. No estamos yendo en la misma dirección.
—¿Estás seguro?
—Si. —Frunció el entrecejo. —Estábamos yendo al este, y ahora estamos yendo hacia el norte.
Acaso tú te las arreglaste para convencerlos de llevarnos…
Lo golpeé fuerte en el brazo. —¿Estás loco? ¡No digas eso en voz alta! —No hay nadie cerca,
pensé. La tripulación se mantenía alejada de Naji, estaba segura que lo hacían para chismorrear
acerca de él cuando estaba escondido bajo cubierta.
—Y no —continué—. Seguimos con rumbo a Puerto Idai. Pero tuvimos que desviarnos de la ruta
debido a algunas sirenas.
Eso me hizo entristecer. Seguro, las sirenas pueden ser un dolor en el trasero, pero ¿cómo no podía
ver la belleza que existía aquí afuera, la luz de las estrellas dejando manchas luminosas en el agua,
el aroma a sal en el aire? Me gustaría encontrar una forma compartir todo esto con él, mostrarle que
hay más en el mundo que sangre y sombras. El océano era parte de mí, ¿acaso no lo podía ver?
Por supuesto que no podía. ÉL apenas se fijaba en mí la mitad del tiempo, simple y desgastada y
con el cabello rizado.
Lo miré. Su rostro estaba duro sin expresión alguna. —No estoy segura —dije—. No falta mucho
para que tengamos que preocuparnos sobre el hielo en los cordajes.
Naji frunció el ceño. —¿Estas usando el talismán que hice para ti?
Por supuesto que lo usaba, aunque que lo llevara puesto no tenía nada que ver con la protección.
Aun así, asentí.
Sabía que había algo que no me quería decir, probablemente algo acerca de las Mists, y por mucho
que Naji asegure que odiaba el océano, parecía bastante contento de mirar fijamente toda la oscu-
ridad de las olas.
—¿El que?
—Estar aquí afuera. —Eché un vistazo hacia él. —Sé que algo te está asustando, pero estoy segu-
ra aquí. No estaré en peligro otra vez. Así que no hay nada que pueda herirte.
—No vas a ser atacada, eso es verdad —dijo suspirando—. Pero pasas todo el día correteando
entre las cuerdas como un mono.
—¿Eso duele? —Casi me ofendí. Había estado trabajando con los aparejos de los barcos desde
que tenía cuatro años. Era tan peligroso como caminar.
—No realmente —dijo Naji—. A veces tengo un dolor de cabeza. —Me miró. —Pero podrías caerte.
Naji dejó salir un gran suspiro y se secó la frente con su manga. —Voy a volver a los camarotes de
los marineros.
—Espera.
Se detuvo.
—Escucha —dije—. Antes que nada, no es sano para ti que permanezcas abajo todo el tiempo.
Te marearás tan rápido como una pelea de cangrejos en un burdel. Segundo… —Escogí las pa-
labras adecuadas durante un momento. —Marjani me enseñara navegación, pero no sé nada de
matemáticas.
Las palabras me golpearon como la cachetada a mano abierta de Mamá. —Porque —dije vacilan-
te—, tu… tú fuiste educado. Y pensé que tal vez tú podrías…
—Pensé que tú podrías ayudarme. —Miré hacia mis pies, mi cara estaba caliente como si hubiera
estado al sol. —Marjani está muy ocupada, tú sabes, y pensé que tu pasas mucho tiempo por tu
cuenta.
—Oh. —Avanzó uno o dos pasos cerca de mí. Estaba tan cerca que pude sentir esos pequeños
temblores bajando por mi columna.
—Si. —Hizo una pausa, levanté mi rostro para mirarlo. Él tenía sus ojos en mí. Eran del mismo color
que el océano por las noches. —Me temo que las matemáticas no son mi fuerte.
—Seguro que sí. —Dejó salir un gran suspiro. —Estaré feliz de ayudarte, Ananna.
—¿De verdad?
Asintió.
Lo abracé. Solo pasé mis brazos alrededor de sus hombros sin pensar, como si fuera Chari, o Papá,
o alguien de la tripulación de Tanarau. Me di cuenta de lo que estaba haciendo demasiado tarde,
cuando él puso su mano torpemente en la parte superior de mi espalda, como si no estuviera se-
guro de que hacerme por haberlo tocado. Lo empujé, dejando caer mis brazos a los costados. —Lo
siento —murmuré.
—Tu entusiasmo por aprender me da esperanzas para el futuro —dijo—. Podemos empezar ahora,
si tú quieres. No se ve que estés… trabajando.
—Estoy en la tripulación del turno diurno. —Eché un vistazo. —Pensé que querrías ir abajo.
Se tomó su tiempo para contestar. —Bueno, el aire aquí arriba es mucho más agradable.
—Le pediré a Marjani. —La noche entera parecía más brillante ahora. Naji ya no miraba con de-
sprecio, y yo aprendería algo que incluso ni Papá ni Mamá me hubieran enseñado apropiadamente.
Naji asintió hacia mí, y corrí hacia el camarote del capitán, para encontrar algo de tinta y trozos de
vela.
Capítulo 13
Traducido por Astrid Z.
Corregido por Ella R
Marjani me enseñó los fundamentos de la navegación en las tardes más que todo, después de la hora
de comer cuando la mayor parte de la tripulación estaba en la cubierta bebiendo ron y observando
el sol desaparecer en el horizonte. Era un montón de medir y tomar notas, inicialmente ella solo
me hacía trabajar en los registros que tomaba, así podría aprender cómo hacer los cálculos. Y Naji
me dio a practicar ecuaciones durante el día cuando no había ningún trabajo que pudiera hacer. El
vino hasta la cubierta, donde nos sentamos cerca de la proa del barco mientras yo trabajaba en las
ecuaciones.
La tripulación nos ignoró los primeros días, ocupándose de sus asuntos como si no estuviésemos
ahí. Luego Ataño reparo en nosotros acercándose mientras yo estaba trabajando, preguntándome
que estaba escribiendo, pero mirando fijamente a Naji mientras lo hacía.
—No es de tu incumbencia —le dije, garabateando con la pluma de Naji. No hizo ninguna magia
para mí. Ni siquiera me diría las respuestas de las ecuaciones.
—No sé, pareciera que estas encantando algo. —Él se dejó caer sobre sus pies y miro de soslayo
a Naji. —. ¿Tú sabes hacer magia, cara de fuego?
Ataño aulló de risa, demasiado estúpido o demasiado concentrado en interpretar al malo como para
notar que Naji no había respondido a su pregunta. Mi cara se puso caliente como si tuviera una
quemadura de sol, pero seguí escribiendo porque quería aprender a navegar más de lo que quería
caerle bien a Ataño.
—¿Qué demonios? —Ataño preguntó. —Eso es incluso mejor que la idea de que estuviera
escribiendo hechizos. —Se rio de nuevo.
—¿No tienes trabajo en la cubierta? —murmuré. Era difícil concentrarse en la ecuación con el de
pie ahí mirándome.
—Ella podrá una vez que aprenda a navegar —Naji dijo—, y tu estés sirviendo bajo sus colores.
Dejé de escribir, avergonzada pero también un poco contenta de que Naji pensara que algún día
podría ser la capitana.
Hubo esta larga pausa mientras Ataño miraba fijamente a Naji. —Ella nunca va a ser mi capitán.
—Sí, eso es probablemente cierto —Naji dijo. —. Ya que dudo que ella necesite el servicio de
alguien tan incompetente como tú.
Mordí mi labio inferior para no reírme, pero luego note a Ataño mirando a Naji con dagas en sus
ojos. A Naji parecía no importarle mucho, pero se me ocurrió que probablemente no deberíamos
estar provocando problemas ya que viajábamos en ese barco como invitados.
—Hago algo para Marjani —dije rápidamente, lo cual era lo que ella me había dicho que tenía que
decir si cualquiera de los otros oficiales me atrapaba practicando. El oficial de intendencia arrugó
su frente, pero asintió y se fue.
—No debiste haberle dicho eso a Ataño —le dije a Naji—. Te hiciste un enemigo ya. ¿Viste sus
ojos?
Fruncí el ceño y empecé a trabajar realmente duro en la siguiente ecuación, así Naji no podría ver
mi cara. La tinta se transfirió a través de la vela.
—¿Que?
—Ataño tiene la misma edad que yo. —No pretendía decírselo, pero salió de todas formas. —Y yo
no soy una niña.
Naji se me quedó mirando. Le devolví la mirada lo más que pude, pero Naji siempre ganaría un
concurso de miradas. Volví mi mirada a las ecuaciones. Parecían garabatos sin sentido.
—Oh por favor. —Arroje la pluma y el fragmento de vela a la cubierta. —¿Piensas que tengo miedo
de Ataño? ¿Tu realmente piensas…
Luego vi el brillo en los ojos de Naji y supe que se estaba riendo de mí.
Lo miré por unos segundos. Se veía tan satisfecho consigo mismo, también lucía un poco feliz
y eso fue suficiente para volver mi atención a las ecuaciones. Yo estaba feliz también acerca de
finalmente aprender a navegar y la posibilidad de que podría convertirme en la oficial de un barco,
el cual era el primer paso para tener mi propio barco. Y no ha habido ningún rumor acerca del clan
Hariri tampoco. Estaba comenzando a ver mi futuro de nuevo.
Mientras no pensara en las Islas del cielo. Mientras no pensara en cómo la maldición de Naji era
imposible. Porque sabía que solo porque pudiera ver mi futuro de nuevo, no significaba que iba a
pasar.
Después de un tiempo, Naji empezó a venir conmigo a las lecciones con Marjani. El no preguntó,
por supuesto que no preguntó, pero si se apareció en la cabina del capitán una tarde después de
comer luciendo tímido. Marjani me tenía sobre los mapas con un divisor, siguiendo un curso desde
Lisirra hasta Arkuz, la capital de la ciudad de Jokja, donde ella me dijo que había nacido. Ella
preguntó mi lugar de nacimiento, pero solo dije Lisirra, porque la tormentosa isla de arena negra en
donde había nacido ni siquiera estaba en el mapa. Y luego Naji estaba tocando la puerta, pidiendo
entrar.
—Espero que no les moleste si me uno a ustedes —dijo—. Encuentro a la tripulación… —él vacilo.
Marjani parecía que quería reír.
—Pesados —dijo Naji. Tiró de su cabello casi poniéndolo sobre su cicatriz. Fruncí el ceño
preguntándome que le habría dicho la tripulación.
—Tengo que apoyar a Ananna en esta —Marjani dijo—. Pero puedes sentarte aquí si quieres.
Naji se sentó en esta silla dorada en un rincón y nos observó a Marjani y a mi trabajar sin decir nada.
Me tomo un rato trazar el curso desde Lisirra hasta Arkuz, usando algunos cálculos que Marjani me
había dado de un viejo diario de navegación. Sentí como si me hubiera tomado demasiado tiempo
terminarlo, pero cuando lo hice, Marjani lucía algo impresionada.
—Buen trabajo —dijo—. Eres rápida aprendiendo. —Ella sonrió. —Lo hubieses hecho bien en la
Universidad.
Eso me hizo realmente feliz porque nadie me había dicho algo como eso antes.
—Si —dijo Naji—. Le hubiese ido bien.
—Oh. —Ella ojeó el diario de navegación y me lo devolvió. —Desde Lisirra hasta Qilar —me dijo—.
Hazlo.
Suspiré como si estuviese molesta pero realmente creía que los ejercicios eran divertidos. Marjani
se volvió hacia Naji. —La Escuela del Templo de Lisirra —ella dijo—. Esa es una escuela de
hechicería, ¿no es así?
Naji asintió y dijo—: No estudie ack’mora ahí, si eso es lo que estas preguntando.
—Admitiré que estaba curiosa. —Marjani sonrió. —No tengo habilidad para la hechicería. Estudie
matemáticas e historia. En la Universidad de Arkuz.
—Ambas.
Era como si estuviesen hablando en otro idioma. Universidades, historia y hechicería. Me preguntaba
qué habría estudiado si hubiese ido a la Universidad. La piratería probablemente no era una opción.
—He estado en Arkuz —dije—. Navegamos por el rio a través de la jungla para negociar con
algunas personas de allí.
—¿En serio? —dijo Marjani—. Siempre he odiado la jungla. Nunca sabes cuándo va a llover. —Se
inclinó sobre el mapa. —Oh, buen trabajo —dijo.
—¿Lo tengo? —Estuve tan envuelta en escuchar conversación de Marjani y Naji que mis manos
deben haber seguido trabajando mientras mi cerebro se quedaba atrás.
Después de eso, Naji vino a mis lecciones todos los días, supongo que la causa era que él y Marjani
habían creado un vínculo sobre ambos yendo a la Universidad. Él no tenía mucho que ofrecer en
el campo de navegación, pero él y Marjani me enseñaban otras cosas que habían aprendido, como
todas estas historias raras sobre los diferentes emperadores a lo largo de los años o cómo calcular
el volumen de un envase vacío sin tener que llenarlo de agua primero. Era divertido.
Luego Marjani me hizo ayudarla con la verdadera navegación, la navegación que nos estaba
llevando alrededor de las sirenas, tres semanas fuera de nuestro camino y en lo que nos concernía
a mí y a Naji retrasando el viaje a las Islas del Cielo. Una mañana Marjani me hizo bajar del aparejo
y me entregó su diario de navegación, una pluma y el sextante.
Dejé de hacer tanto trabajo en el aparejo después de eso, ya que Marjani me tenía tomando medidas
para ella cada día. Parece que trazar un nuevo rumbo mientras estas ya en el agua es un poco
riesgoso, ya que estas creando un nuevo camino además del trabajo habitual de comprobar donde
estas en el agua. Pero nos mantuvimos en curso, aun moviéndonos hacia el norte y hacia el este.
Marjani dijo que era en parte porque la ayude. No creía eso realmente, sin embargo, supongo que
no tenía ninguna razón para no hacerlo.
Una tarde fui hasta la cubierta para hacer la ronda habitual de medidas y noté inmediatamente que
algo estaba mal. Había muchas voces gritando, pero no era sobre el aparejo, el viento o ninguna de
las quejas habituales. Al principio pensé que debíamos estar bajo un ataque, que algún rastreador
de las Mists, o peor, de los Hariris nos había seguido a mí y a Naji todo el camino hasta el mar.
Inmediatamente mi corazón empezó a golpetear y fui por el cuchillo en mi cadera. El cual aún no
había reemplazado. Estúpida. Necesitaba preguntarle a Naji por su cuchillo o quitárselo mientras
dormía.
Pero luego me di cuenta que no escuchaba el ruido metálico de espada contra espada o el disparo
de una pistola. Y nadie había enviado la señal de armas, tampoco. Solo eran gritos. Y abucheos.
Corrí a través de la cubierta hasta donde Ataño y un par de sus compinches estaban agrupados
alrededor de la barandilla. Naji también estaba allí, mirándolos con cara de piedra. Ataño dijo algo
que no pude oír a causa del viento soplando dentro y fuera de las olas y golpeando a través de
las velas, pero vi como empujó hacia arriba la piel del lado izquierdo de su cara, hasta que gruñó
como el rostro Naji a veces hacía, sus compinches se rieron como si fuera la cosa más divertida
que habían visto en un año.
—¡Váyanse a la mierda! —grité. Los tres de ellos se volvieron hacia mí y eche a correr. La mitad de
la tripulación estaba sobre el aparejo o agrupados en el otro lado del barco, no participando, pero
tampoco haciendo nada para detenerlo.
Y luego Ataño estaba tumbado sobre su espalda, con Naji agachado sobre su pecho y su espada
sobre su garganta.
Me detuve en seco.
Naji hizo este silbido a través de sus dientes y presionó su espada bajo la barbilla de Ataño. Una
gota de sangre se escurrió sobre la cubierta, brillante en la luz del sol. Ataño gimió, apretando sus
ojos.
—Esta es la última vez mirarás mi cara. Si me vez viniendo, mira hacia otro lado. Porque si me
miras de nuevo o me hablas otra vez, me asegurare de que tu cara luzca peor que la mía.
Nadie en la cubierta se estaba moviendo. Incluso el viento había parado. En el silencio, lo único que
podías oír eran los pequeños gemidos lastimeros de Ataño.
—¿Lo entiendes?
Naji tiró su espada lejos. Ataño se removió hacia atrás, su cabeza se movió hacia un lado, mirando
a cualquier lugar menos a Naji. Sus compinches tropezaron hacia él.
Y así el hechizo de rompió. Un par de los tripulantes más grandes caminaron a través de la cubierta
y agarraron a Naji por los brazos, tirando de él en una cerradura, aunque pude ver que Naji no tenía
intenciones de pelear de vuelta.
Pude ver también que si Naji hubiera querido pelear de vuelta, ambos tripulantes habrían muerto.
Cuando atacó a Ataño había cubierto cerca de cinco pies tan rápido que no lo había visto moverse.
Él no se había movido tan rápido incluso durante la pelea en el distrito del placer Lisirrano, esta
vez, no lo había visto ir por su espada o incluso notado el tic en su brazo que significaba que estaba
pensando en eso. Un segundo él estaba de pie allí como una víctima y al siguiente, pudo haber
abierto la garganta de Ataño antes de que nadie supiera qué estaba pasando.
Los dos hombres tripulantes arrastraron a Naji hacia el calabozo y en todo en lo que podía pensar
era en esa noche en el desierto y como él no había hecho lo que le acababa de hacer a Ataño, a mí.
El calabozo olía a pescado podrido y orina, además de que el aire se sentía denso lleno de moho.
Agua salada caía del techo hasta mi espalda mientras me abría paso sobre el piso húmedo. Tenía
la máscara del desierto de Naji metida en el bolsillo de mi abrigo.
Estaba acurrucado en un rincón de su celda, sentado con su barbilla sobre sus rodillas. Sus ojos se
movieron hacia mí cuando entré, pero no dijo nada.
Lo observé por un minuto, su cabello estaba todo enredado por el viento del mar, las linternas
iluminaban las líneas de su cicatriz. Mirándola sentí este dolor fantasma en el lado izquierdo de mi
cara.
El sacudió su cabeza.
—¿Puedo verlo? Te lo devolveré.
Él busco en su capa y luego hubo este sonido de golpe y el cuchillo se incrustó en la madera
del barco a unas pulgadas de mi cabeza. Estuve realmente orgullosa de mí porque ni siquiera
parpadeé, a pesar de que si lo vi venir esta vez, algo me dijo que fue porque él lo quiso así. Tire el
cuchillo de la pared y camine hacia el seguro de la celda. Metí el cuchillo en la cerradura y gire de
él como Papá me enseño. Cuando la cerradura hizo clic la abrí y entre a la celda con Naji.
—Traje tu mascara del desierto —dije, sacándola de mi bolsillo y sacudiéndola en frente de mí. Naji
no se movió. Empecé a pensar que esta podría haber sido una mala idea.
—¿Estas segura de que no se verá sospechoso? —preguntó, su voz llena de sarcasmo y mire
hacia mis pies, avergonzada.
—Lo siento. —Mi voz se quebró un poco. —No pensé… en el barco de Papá ellos nunca…
—Olvídalo. —Naji se puso la máscara, escondiendo su cicatriz. —Por supuesto que tienes razón,
los jóvenes en el barco de tu padre jamás se burlaron de una persona desfigurada. Eran hombres
respetables, estoy seguro.
No sabía que decir. Mi cara se puso realmente caliente y Naji seguía mirándome.
—No tienes idea de lo que es —él dijo—. Verse como yo. Ser lo que soy y encima de eso, la gente
piensa que soy un monstruo.
—Yo no pienso eso. —Pero lo dije tan bajo que no estoy segura de que haya escuchado.
Quería salir del calabozo. Quería correr por la cubierta hasta encontrar a Ataño y así podría golpear
la mierda fuera de él. En cambio, me senté al lado de Naji, el frio del suelo se filtraba a través de
mis pantalones. Él no me habló ni miró y el aire se sintió espeso con su enojo e intenté pensar en
una forma de arreglarlo. No se me ocurrió nada.
—Oh, está bien. —Mordí mi labio inferior y observé la piscina de agua de mar espumosa que se
había acumulado alrededor de las barras de la celda. —Intente detenerlo…
—Depende de la pregunta.
—No es sobre…
—Podrías haber matado a Ataño y haber bajado antes de que alguien te viera. Nunca vi a un
hombre moverse tan rápido como tú.
—Entiendo porque no lo mataste, esa no es mi pregunta. Pero… —Me obligue a mirarlo. —¿Por
qué no me hiciste eso? ¿Antes de que comenzara la maldición y todo? ¿En el desierto? Tú me
podrías haber tirado más rápido que un gato de selva. Yo sé que había un hechizo de protección,
pero debe haberse gastado para entonces, porque tú me cortaste y todo…
—¿Entones porque…?
Lo mire fijamente. Mi corazón estaba palpitando todo rápido y gracioso y sentí como si hubiera
olvidado como hablar.
Marjani. Me lancé hacia atrás en sorpresa, golpeando mi cabeza contra la pared. Naji me observó,
pero no me preguntó si estaba bien ni nada. Su voz continuaba haciendo eco en mi cabeza: No
quería matarte. No tenía idea de qué hacer con eso.
Marjani abrió la puerta de la celda y se detuvo allí expectante. No dijo nada sobre la máscara de
Naji. Le entregué su cuchillo y una vez que salí, ella cerró de golpe la celda. El sonido del metal
contra metal resonó en mis oídos.
—La tripulación está diciendo que te mueves como un fantasma —le dijo a Naji, inclinándose sobre
las barras de la celda.
Naji no respondió.
—Ataño es un pequeño pedazo de mierda sin valor —Marjani dijo—. Pero parece que él ha hecho
más trabajo en las últimas tres horas que lo que ha hecho en los pasados tres días, así que el oficial
de intendencia está feliz. —Ella sonrió. —El capitán te va a dejar ir mañana en la mañana.
—Maravilloso —dijo Naji, a pesar de que no sonaba como si lo dijera en serio. —Maldiciones y
oscuridad, quiero salir de esta nave.
—Bueno, son cuatro semanas hasta Quilar. Tienes un tiempo. Los rumores van a ser peor. Necesitas
recordar que estas aquí por la buena voluntad del capitán. Eres afortunado de que él no sea un
hombre supersticioso.
Naji levantó su cabeza un poco. —No, soy afortunado de que él tiene un navegador lo suficientemente
inteligente como para disipar cualquier creencia en fantasmas y demonios.
Marjani no dijo nada, pero pude deducir que por la forma en que apretó su boca, él tenía razón.
Capítulo 14
Traducido por Ponce Mara
Corregido por Ella R
Cualquier tipo de magia que Marjani estuviera usando en el capitán se sostuvo firme; él liberó a
Naji al amanecer del siguiente día. Yo robé un cuchillo del cocinero cuando no estaba viendo y me
aseguré de que creyera que yo estaba abajo en el calabozo cuando sucedió, escondida fuera de la
vista en una esquina trasera. Ataño no estaba en ninguna parte donde pudiera ser visto.
El capitán tenía un par de tripulantes de pie con un par de pistolas cada uno, los cuatro cañones
apuntaban a la frente de Naji.
—Veo cualquier indicio de magia —El capitán dijo mientras abría la cerradura de la celda. —, cual-
quier indicio de rareza y te lanzaré al mar.
Él no dijo nada acerca de lanzarme del barco junto a Naji, pero claro, yo no puedo matar a un hom-
bre en menos de un segundo.
—Lo entiendo —dijo Naji. Había mantenido su máscara puesta, pero sus palabras salieron claras
y firmes.
El capitán sintió como si esto fuera lo suficientemente bueno y haló la puerta de la celda más am-
pliamente. Los tripulantes mantuvieron sus pistolas preparadas sobre Naji mientras él se deslizaba
hacia la escalera. Naji me miró cuando pasó pero no dijo nada. Sin embargo, el capitán se detuvo.
—Inspeccionando a mi amigo.
El capitán rio entre dientes. —No voy a herirlo, niña. No a menos que él me arroje un cuchillo.
—Él no lo hará. —Cambié mi peso de un pie al otro. —Estoy de su lado, y, con todo el debido res-
peto, señor, estaba más preocupada acerca de que Ataño buscara venganza.
El capitán bramó ante eso. Incluso sus hombres del cañón se miraron unos a otros y rieron. Yo
fruncí el ceño hacia ellos.
—Antaño no va a causar más problemas —dijo el capitán—. No puedo creer que puse a un hombre
en el calabozo para escarmentar algo de disciplina en ese chico. —Rio de nuevo y los tres salieron
del calabozo.
Las cosas volvieron a la normalidad después de eso. Seguí trabajando para Marjani, tomando me-
didas y siguiendo nuestro curso hacia Qilar. Naji volvió a pasar todo su tiempo en los cuarteles de
la tripulación, garabateando sobre los restos de vela sobrantes de mis lecciones de matemáticas.
Bajé allí una o dos veces para hacerle compañía, pero él no habló mucho conmigo, solo farfullaba
sobre su trabajo.
—No seas ridícula. Cuando dije que quería salir de este barco, no me refería a que quería ser arro-
jado al mar abierto. —Naji me entregó uno de los restos de vela. Era una historia… una vieja histo-
ria de las tierras del desierto acerca de un niño que se pierde en él y tiene que llegar a un acuerdo
con los escorpiones para volver a casa.
—Necesito algo qué hacer. —Naji se recostó en su hamaca. —Nadie escribe historias.
—Lo hacen cuando ellos están atrapados en el mar y aburridos sin sentido. —Naji se encorvó sobre
su retazo de vela y escribió un pequeño remolino de algo. —Escuché de Marjani que haces parte
del trazado de nuestro curso cada día.
—Llevándonos a Puerto Idai tan rápido como es posible. —No es que me haya gustado la idea de
abandonar el Venganza. Cualquier barco lo suficientemente loco como para llevarnos a las Islas no
era uno en el que quisiera trabajar.
Naji paró de escribir y me miró, con el cabello, la máscara oscura, y la pequeña franja dorada entre
ellos. —Lo aprecio. —Volvió la mirada hacia el trozo de vela. —A pesar de que no puedo decir que
esté muy emocionado por nuestro segundo viaje al norte.
—Yo tampoco.
Naji tomó su pluma y comenzó a escribir nuevamente. —¿Crees que esto funcionará? —le pre-
gunté.
—¿Funcionará, qué?
No era la respuesta que quería escuchar. Lo dejé en sus historias y volví a subir a la cubierta, donde
Marjani me esperaba con el cuaderno de bitácora y una pluma, y las cosas regresaron a su rutina,
el océano y el viento, la sal y las velas.
Estaba ayudando con el aparejo porque el viento había sido fuerte toda la mañana, soplando des-
de el sur, caliente y seco, y sabiendo como a polvo y especias. Tenía a todo el mundo en un cierto
estado de ánimo, especialmente a los más supersticiosos miembros en el lote, por lo que había un
montón de encantos siendo lanzados alrededor, y ciertas palabras fueron pronunciadas. Y todo el
mundo estaba bebiendo ron; supersticiosos o no. Admitiré que mis manos se mantuvieron en mi
garganta ese día, frotando el amuleto de Naji.
El viento se elevaba, y aullaba a través de las velas, aplanándolas y después volviéndolas hacia
arriba. Agua salpicaba fuera del mar; enormes gotas centelleantes. Ninguna nube en el cielo, sin
embargo, el sol era cálido y brillante arriba.
Los tripulantes recorrieron todo el aparejo, y Marjani estaba al timón, apoyando todo su cuerpo para
mantener la nave firme. Una gran ola verde salpicó la barandilla, se estrelló contra mí, y caí del otro
lado de la cubierta, golpeando contra la vieja bota de Chari. Apenas me ofreció una mirada mientras
halaba de los cordajes, gritando maldiciones y rezos por igual. Me puse de pie y tomé la cuerda
para ayudarlo. La cosa se sentía como un tifón si no fuera por el sol y el extraño olor a especias en
el viento. Quizás era aquel noble de las Mists, reuniendo los mundos como Naji había dicho.
Durante medio segundo, noté un aroma a medicina, agudo y mezquino, como la menta de araña,
y me encontré de vuelta en Lisirra, a la entrada del mercado nocturno. La cuerda se me escapó de
las manos.
—¡El infierno está en tu cabeza, muchacha! —gritó Chari—. Agárrate fuerte si no quieres salir dis-
parada por la borda.
El olor de la magia de Naji desapareció. Él no puede, pensé, luchando por tomar la cuerda. Tienen
que ser las Mists. Él no puede estar haciendo esto. Me pondría en peligro.
Y entonces, otra ola se estrelló contra el costado, y me las arreglé para aferrarme con fuerza, y
todos los pensamientos acerca de la magia de Naji desaparecieron. Tenía un barco que mantener
a flote.
Para ese entonces, alguien estaba haciendo sonar la campana de advertencia, el clang clang que
significaba un ataque o una tormenta, o simplemente problemas. El agua del mar se derramaba
sobre nosotros como lluvia, la sal picaba mis ojos y las llagas de mis manos. Chari se giró y tomó mi
muñeca y me empujó hacia el trinquete. —¡Levántate! —gritó, llevando su mano hacia el cordaje.
Agua fluía sobre mi rostro, borrando mi visión, pero entonces la vi: La vela de tormenta se había
soltado.
El bote se sacudió, se inclinó y caí, agarrando uno de los cordajes antes de caer sobre la cubierta.
Grité, pero el viento se tragó mi voz y nadie abajo me advirtió. Pateé con mis pies, balanceándome
como un mono. El viento se mantenía aullando. Comencé a arrastrarme hacia abajo, con mis bra-
zos odiando cada segundo. Cada parte de mi cuerpo dolía.
Y entonces escuché ese bajo chirriante gemido, y supe que ellos estaban cambiando el barco para
poder seguir con el viento a favor seguros. Bajo circunstancias normales, no era nada que no pud-
iera manejar, pero con el viento y el dolor de mi cuerpo, era demasiado. El movimiento me dejó con
poca firmeza. Me las arreglé para colgar de una sola mano, balanceándome sobre la cubierta. Con
el agua del mar y la luz del sol, todo allí abajo estaba cubierto de arcoíris.
Me desperté y todo lo que sabía era el dolor. Vibraba a través de mi cuerpo, todo el camino desde
las puntas de los dedos de mis manos y los pies. Mi cabeza palpitaba. Pero estaba tendida sobre
algo suave, un montón de cuerdas y viejas velas, y supuse que fue por eso que mis sesos no se
habían derramado por toda la cubierta de La Venganza de Ayel.
Se estaba moviendo, al menos, suave y tranquilo, y no había viento ni agua salpicando sobre la
barandilla. No había voces, ninguna. Solamente el ronroneo del océano, el chasquido ocasional
mientras las velas ondulaban por encima. Me empujé sobre los codos, y cuando aquello no fue el
trauma de ruptura de huesos que esperaba, me forcé a mí misma a sentarme a mitad del camino,
con la espalda adolorida, mi cabeza recargada.
Eso me molestó, no había razón para que estuviéramos cerca del frío, no en esta época del año, y
no hacia donde estábamos navegando. No importaba cuan mal la tormenta nos hubiera golpeado
fuera del curso.
No fue una tormenta, pensé, recordando la luz del sol y la esencia de la menta de araña, pero em-
pujé el pensamiento fuera de mi cabeza.
Me tomó algunos instantes levantarme, y luego tardé aún más en recuperarme de ello, de pie en el
lugar y balanceándome un poco. Entonces me arrastré hacia adelante, cojeando por un dolor que
se retorcía en mi muslo izquierdo.
Estábamos en otro lugar, lo supe tan pronto como salí de debajo de las sombras del aparejo. El
cielo era del color de la hoja de una espada, y el agua que brotaba a los costados del barco era
de un gris oscuro, casi negro, y todo olía a metal y a sal. Estábamos al norte, cerca de las islas de
hielo, tal vez. Sólo había estado allí unas pocas veces en mi vida pero recordaba el olor del aire,
esa abrumadora esencia de frío.
Un puñado de tripulantes estaba agrupado en la proa del buque, todos amontonados sin hablar.
Chari estaba allí, y Marjani, sus brazos envueltos alrededor de su pecho. Cojeé hacia ellos.
—¡Hey! —Mi voz salió estrangulada, ronca. Nadie se giró. —Hey, ¿qué está pasando?.
Me detuve. Estábamos en vista de tierra. Muy lejana, en la distancia, había una línea verde, aquel
vívido verde oscuro casi negro que sólo se obtiene del norte.
Y debajo de la línea verde, había una línea de playa, y debajo de ésta, una franja gris. El cielo. Una
brecha entre la isla y el mar.
Y así, todo el dolor de mi cuerpo fue remplazado con el agarre helado del temor, y recordé como
había olido medicina de nuevo durante la tormenta, antes de que yo…
Marjani me miró, sus ojos ensanchados. —¡Ananna! —dijo—. Oh, Aje, ¡pensé que habías salido
disparada por la borda! Yo… —Se detuvo. Se cubrió la boca con su mano. …Luces como el infierno.
Traté de ahorcar algún tipo de sutileza, algo, lo que fuera, acerca de caer sobre la cuerda, cualquier
cosa para hacerla pesar que no tuve nada que ver con que estuviéramos a poca distancia de esas
horribles islas.
En cambio, me alejé de ella y me dirigí a la escalera que llevaba abajo. —¿Ananna? ¿Qué estás…
Para, está inundado.
—Quédate allí —dije. ¿Qué más podía hacer? Ella no escuchó, por supuesto, y vino persiguién-
dome detrás de mí, agarrándome del brazo. El dolor subió vertiginosamente por mi codo.
—¿Qué necesitas?
—Naji. —Fue todo lo que pude decir para no quebrarme. Me alejé bruscamente de ella y me de-
slicé, bajé la mitad de la escalera. El suelo abajo estaba cubierto de un metro de agua sucia, bo-
tellas de ron flotando como si pudieran contener algún tipo de mensaje para mí, y retazos de ropa
y trozos de pescado seco. Salpiqué al entrar al agua, el escalofrío me estremeció todo el cuerpo.
Marjani se había detenido en la escalera.
No tenía la menor idea de lo que era aquello y tampoco me importaba. Empujé mi camino hacia los
cuarteles de la tripulación.
La primera cosa que me golpeó fue ese horrible olor a medicina, más fuerte que cualquier cosa
que alguna vez haya empapado el aire en el camino de los cuartos de la tripulación antes. Mis ojos
lagrimearon, mi garganta ardió y mi piel hormigueaba por toda la magia sobrante. Las paredes de
los barcos aquí abajo eran de color rojo sangre, transformadas por la magia.
Y allí estaba Naji, desplomado sobre una hamaca, sangre resbalando por sus brazos, su piel blanca
como la de un muerto. Pedazos de vela flotaban en el agua alrededor de él como pétalos de flores,
dejando vetas color rojo en su estela.
Levantó la cabeza cuando entré, lo suficiente para saber que no estaba muerto.
Salté hacia adelante y tomé uno de los trozos de tela. Su escritura estaba por todas partes, la tinta
de un color rojo pardo, no negra como la tinta de Marjani. No era una historia. Lo miré durante
mucho tiempo, sin encontrarle ningún sentido a aquellos símbolos, sabiendo muy bien que era un
hechizo. Hice bolita el paño en mi puño y lo dejé caer a un lado. Naji gimió y bajó la cabeza de nue-
vo. Mi ira se hinchó dentro de mí como una ola.
Naji intentó decir algo, pero sus palabras salieron arrastradas, y por un segundo me pregunté cuán-
to le habría dolido cuando me caí del cordaje, si su cuerpo se quebró como si estuviera hecho de
vidrio. Esperé que sí. Y entonces mi furia fue un destello de luz blanca, caliente y abrasador, y me
vadeé hacia él, tiré de mi brazo hacia atrás y le di un puñetazo en la cara.
Marjani se estrelló contra la habitación. Yo golpeé a Naji nuevamente, esta vez con las manos abier-
tas e intentó escurrirse lejos de mí. Empujando sus manos entre nosotros para bloquearme. Agarré
su muñeca, sangre seca desprendiéndose de mis dedos, lo tomé de la hamaca y le di un puñetazo
de nuevo. Se estrelló contra la pared.
—Detente —dijo—. Para. —Me apartó de él arrastrándome por el agua. Forcejeé contra ella agitan-
do los brazos, pero fue inútil.
Se quedó congelada en el lugar mirando las paredes, me retorcí en sus brazos y me volví para
mirarla. Sobre su hamaca, Naji gimió mi nombre.
—Cállate —le dije. Mi corazón golpeteó contra mis costillas, y no tenía nada que ver con la pelea.
—El aire —dijo Marjani—. Todo está mal… —Entonces ella cogió uno de los restos de la vela y lo
examinó bien y arduamente. Me quedé allí con el pecho elevado, esperando a que ella se mole-
stara; tan molesta como yo lo estaba. Pero sólo se veía triste.
—¡Cállate! —le grité—. Vas a hacer que nos maten. —Me giré hacia Marjani. —Siempre nos dirigi-
mos a Puerto Idai, como dije. Nunca pensé que haría algo así.
—¿Qué? —dije.
—Intenté —Naji jadeó—. Intenté salvar…
—Tráelo —ella dijo, moviendo su cabeza hacia Naji. —. Y sube a la cubierta, y por amor de Aje,
sigan la corriente.
Ella no respondió, sólo salió de los cuartos de la tripulación, el agua salpicando alrededor de sus
rodillas. Me volví hacia Naji. Se había incorporado un poco, y había un moretón formado alrededor
de su ojo donde lo golpeé.
—Cállate.
Lo agarré por el brazo y lo empujé para que se pusiera de pie. Se inclinó contra mí. Bien. Pasé su
brazo alrededor de mi hombro y juntos caminamos por el agua por la barriga de la nave. No esta-
ba bromeando con esto. De plano, habíamos sido atrapados. Teniendo a Marjani de nuestro lado
ayudaba, pero no era que sólo Marjani nos hubiera atrapado, fue todo el mundo. La tripulación, el
capitán, si éramos afortunados, seríamos arrojados dentro calabozo por el resto del viaje. Pero no
pensaba que seríamos afortunados.
Nos tomó un tiempo llegar a la cubierta, porque casi tuve que empujar a Naji por la escalera. Se
arrastró a través de la escotilla, Kaol sabe cómo, y luego se desplomó sobre la cubierta, jadeando
por respirar. El capitán y Marjani nos esperaban, de pie al lado del resto de la tripulación, desple-
gados detrás de ellos.
—¿Es verdad, Ananna? —el capitán me preguntó. Marjani tenía esa firme mirada sobre su rostro.
Sigue la corriente.
Naji tosió y se empujó a sí mismo sobre sus manos. Su cabello se presionaba en gruesos mechones
contra su rostro. —Yo lo hice —dijo—. No la culpes.
El capitán lucía como si quisiera sacar de repente su espada y atender el problema a la manera
antigua, pero en lugar de eso, sólo escupió en Naji y se giró hacia mí. —No le estaba preguntando
a él —dijo.
Cerré mis ojos. Todo lo que podía sentir era el latido de mi corazón, la sangre corriendo a través de
mi cuerpo. —¿ Y bien? —dijo.
—Sí, es verdad. —Me obligué a mirarlo a los ojos. Cualquiera de esas bondades que había visto
antes habían desaparecido. —Aunque no sabía que iba a hacerlo, o lo habría detenido…
El capitán levantó una mano y cerré la boca. Estaba temblando por el frío y el miedo, preguntán-
dome qué iba a hacer con nosotros.
—Magia de sangre —dijo el capitán, escupiendo las palabras. —. No puedo creer que trajeras algo
como eso a bordo. Confié en ti, niña.
Me ruboricé de vergüenza, pero no bajé la cabeza. Kaol, estaba orgullosa de eso. —Creí en toda
esa maldita historia que contaste. —El capitán agitó la cabeza.
—Lo siento —dije, mirando al capitán, mirando a Marjani. Ella frunció el ceño, pequeñas líneas
apareciendo alrededor de sus ojos.
Marjani movió su cabeza hacia él. —Capitán, no creo… En estas aguas, los matará.
Comencé a llorar. Había llorado de desesperación dos veces en mi vida y ambas ocasiones no
eran nada comparadas con el lío en el que estaba en este momento, a punto de ser arrojada en el
congelado mar norteño a causa de un asesino con magia de sangre sin paciencia.
Marjani me lanzó esa completa mirada de desesperación, rápida como un rayo, y supe que cual-
quier plan que ella hubiera elaborado había quedado atrás. Nunca me había sentido tan pequeña,
vulnerable y predestinada.
—Señor —dijo, saliendo de la multitud—. Estoy de acuerdo en que no deberíamos mantener a este
par de secuestradores y amotinadores a bordo, pero yo vi a la chica durante la, ah, tormenta y ella
estuvo a punto de morir tratando de salvar este barco.
El capitán lo miró fijamente. Chari sostuvo la mirada. Era el tipo de viejo que comandaba respeto.
—¿Entonces qué sugieres? —dijo el capitán.
—Darles un bote —dijo Chari. A la tripulación no le gustó eso, y todos ellos silbaron y abuchearon
detrás de él. —. O un pedazo de tablón, capitán. Lo suficiente para llevarlos a una isla.
—Ellos estarían bien muertos allí, de cualquier manera —dijo Chari—. Es lo que harías si estuviéra-
mos en el sur.
Algo vaciló dentro de mi cabeza. No tenía nada que perder. —Las reglas de la Confederación —
dije—. Los amotinadores son siempre varados, no asesinados. —Todo el mundo dejó de hablar y
se volvieron hacia mí.
—Yo lo soy —dije. Empujé hacia afuera mi pecho y tomé un aliento profundo. —. Mi nombre com-
pleto es Ananna de Tanarau. Mi padre es el capitán de esa misma nave. —Entonces levanté el
dobladillo de mi camisa para mostrar mi tatuaje de la Confederación.
El rostro del capitán se oscureció. —Tú dibujaste eso —dijo—. Estás mintiéndome.
—¿Quieres arriesgarte? —dije. Empujé a Naji con mi pie. —. ¿Tienes alguna idea de lo que él es
capaz ante esta cercanía a la muerte? Es un nexo de magia de sangre, capitán, muerte. Está cerca
del otro lado, él podría enviar un mensaje a mi padre tan rápido que estarías muerto en una sem-
ana.
La tripulación se quedó en silencio, así que calculé que había convencido a la mayoría de ellos, al
menos a medio camino. El capitán tampoco lucía demasiado dudoso.
—No quiero ningún negocio con la Confederación —dijo—. Podría matarte ahora mismo y no
preocuparme por nada.
Me dejó en silencio, no iba a mentir. Pensé que tal vez estaba trabajando en algún tipo de oscuridad
del más allá, quizás llamando demonios para que se precipitaran y nos salvaran. Pero cuando lo
miré, sus ojos no eran oscuros como la noche, sin brillar en absoluto. Y me di cuenta de que estaba
fingiendo por mí.
—¡Escuchas eso! —grité. Tomando parte de ello. —Está hablando directamente con mi padre. No
puedes matarnos ahora. A ninguno de nosotros.
Los ojos del capitán se extendieron de miedo. Marjani no lo hizo. Ella miró hacia atrás y hacia
adelante entre mí y Naji pero no dijo nada. Pero el canto consiguió introducir una emoción en la
tripulación y todos se apoyaron contra la barandilla.
—No puedo —dije—. Él no me escucha. Si ese fuera el caso, todavía estaríamos en nuestro cami-
no a Puerto Idai.
El capitán retrocedió unos pasos de Naji. —Bien —dijo—. Quieres que te trate como a un amoti-
nador de la Confederación… Marjani, dales un bote.
—Y una pistola —añadí—. No quería presionar mi suerte, pero eran las Islas del Cielo.
Naji paró de cantar y se desplomó. El capitán tomó un hondo respiro y pareció aliviado.
Entonces volvió la cabeza hacia la tripulación y llamó a un par de miembros más toscos para ar-
rastrar a mí y a Naji a un costado del barco, donde Marjani esperaba con un bote de remos, una
pistola, y una red de cuerda muy delgada que ella probablemente hubiera destinado a servir como
una manta. Los tripulantes nos empujaron a Naji y a mí dentro del bote. Uno de ellos lucía como si
quisiera escupirme, pero miró a Naji y nada pasó.
No lo hicieron.
Capítulo 15
Traducido por Luisa T.
Corregido por Ella R
La Isla realmente flotaba. Una vez que dejamos el Venganza, una vez que mis brazos estaban tan
doloridos que apenas podía moverlos, arrastré los remos de vuelta al bote y floté a lo largo de las
aguas agitadas, temblando del frío, por mis heridas, por el nudo distractor de miedo enrollado en mi
estómago. Más adelante la isla flotaba sobre el mar, trozos de piedra negra lisa se estrechaban en
puntos bajo las playas grises y los árboles. En la distancia, apenas podrías distinguir las otras islas
a través de la neblina que flotaba sobre el agua.
—Oye. —Sacudí el hombro de Naji. Estaba acurrucado en la red y no se movió. —E’mko y sus doce
caballitos de mar bailando, es mejor que no estés muerto.
Eso debe haber llamado su atención. Se sentó, apartando el cabello de su cara. —Estamos aquí
—dijo.
—Por supuesto que estamos aquí —dije—. Acabamos de ser expulsados de La Venganza de Ayel
por eso. —Le fruncí el ceño.
Su expresión brilló mientras miraba fijamente a la isla. La visión de la maldita cosa me mareaba, así
que me quedé mirando a Naji aunque quisiera estrangularlo.
—Vagamente, recuerdo vagamente... —Él hundió su mano en su buen ojo. —No puedo mantener
mis pensamientos en orden.
—¡Oh fantástico! —Parece que me quedaría atrapada con un mago de sangre que se había vuelto
loco.
Cambiándolo, haciéndolo olvidarse de sí mismo y quién era. Estudié los ángulos de su rostro,
buscando alguna señal de que sus huesos estuvieran saliéndose de su piel. Parecía más demacrado
que de costumbre, pero tal vez era por el hechizo. Esperaba que fuera por el hechizo.
—No hay mucho que pueda hacer al respecto. —Seguimos a la deriva, el agua empujándonos
hacia la isla, como si fuera una isla normal y una marea que nos empujara a tierra. Una parte de mí
quería mirar hacia atrás, echar un vistazo al Venganza mientras se alejaba. Pero no lo hice. El agua
golpeaba a lo largo del lado del bote, rociándonos con una niebla fría y fina. Naji gimió y se frotó la
cabeza, y yo todavía estaba mareada.
El bote se levantó bruscamente, su proa despejó el agua en un arco de gotas grises, y luego cayó
de golpe.
—¿Qué demonios fue eso? —grité. Tiré de los remos, aunque no hizo mucho más que hacerme
sentir más vulnerable, los dos sentados allí en el océano abierto así. Naji se desplomó, con los ojos
muy abiertos, y murmuró algo acerca de ser débil.
—Cállate —dije. No escuché nada inusual; sólo el aullido del viento, la oleada de las olas.
El bote se sacudió nuevamente, aventándome hacia el regazo de Naji. Me mordí la lengua para no
gritar.
—Ananna —dijo.
—Tenemos que llegar a tierra. —Por lo menos en tierra, ningún enemigo podía estar al acecho bajo
las profundidades. —¿Es seguro remar?
—¡Kaol! —Metí los remos al agua y remé hacia la isla. No estábamos muy lejos, por lo menos de
la línea de sombra que la isla proyectaba en el agua. Traté de levantar los remos, pero el izquierdo
no se movía. Chillé y lo solté, y se deslizó en el océano sin ningún sonido.
Tiré del otro remo sobre mi regazo y me senté muy quieta, con el corazón acelerado. Flotábamos
debajo de la isla. Oscuro como la noche allí, a pesar de que el agua del océano brillaba color
plata. El bote golpeó con un trozo de piedra que colgaba bajo. Era demasiado lisa para servir para
escalar, y además, sólo me llevaría al fondo de la isla. No tenía tiempo para tratar de hacer una
especie de cuerda de amarre.
El barco volvió a inclinarse. Naji apretó los costados y sus ojos brillaron como el agua.
—¿Qué?
El no respondió.
—¿Naji?
—Tal vez alguien no debería haber gastado toda su energía en soplar un velero, por supuesto pero
tú no sabes nada de eso, ¿verdad?
—Bien, imagino que ambos moriremos si no llegamos a tierra. —Todo mi cuerpo estaba tenso,
esperando a que el barco volviera a golpearse, pero el agua permanecía tan lisa como un espejo.
—Haz tu cosa.
—¿Mi cosa?
—Maldita sea, Naji, la cosa de la sombra. Estamos en la sombra ahora. Hay sombras allá arriba,
debe de haber con todos esos árboles. Así que haz lo que sea para sacarnos a ambos de este
barco y ponernos sobre esa maldita isla.
—No me importa.
—¿Bien? —dije.
Y entonces extendió su brazo y me atrajo hacia él. Su toque me sorprendió, y de repente ya no tuve
frío.
—Tenemos que estar cerca —dijo—. Tan cerca como sea posible.
Me deslicé a través del bote, presionando contra su cuerpo. No tenía la armadura puesta y podía
sentirlo, los músculos de su pecho y sus brazos. Olía a magia, sudor y a mar, pero había algo más
debajo de todo eso, algo dulce y cálido, como la miel, y por solo un momento ya no sentí miedo.
Estaba furiosa con él, y aterrorizada, pero no quería que dejara de tocarme. Entonces, las sombras
comenzaron a moverse alrededor de nosotros, escabulléndose como gatos. Me puse rígida,
pensando que era la isla y su magia, pero Naji apretó sus brazos contra mi espalda y dijo—: Está
bien. —Dejé escapar el aliento lenta y cuidadosamente. Algo picó contra mi piel, frío y húmedo. Se
empapó en la tela de mi ropa. Presionaba mi cabello contra mi cuero cabelludo.
Y entonces no pude ver nada en absoluto, sólo oscuridad. Y hubo un rugido en mi cabeza que me
asustó hasta la mierda. Pero al menos todavía podía sentir a Naji aunque no pudiera verlo. Todavía
podía olerlo, ese aroma como miel.
Y luego olió a tierra, pino y madera podrida. Estábamos en la isla. Era como si hubiera abierto los
ojos y allí estábamos, acurrucados bajo un árbol más alto que cualquier otro barco que hubiera
visto, la arena de la playa a no más de tres metros de distancia.
Los brazos de Naji se aflojaron y cayó con un golpe contra el suelo y las agujas de pino.
Esto podría hacerme daño. Sus palabras resonaron dentro de mi cabeza y pensé que tal vez él
había dicho “hacerme daño” cuando quiso decir “matarme” y lo rodé sobre su espalda y presioné
mis dedos contra su cuello hasta que sentí su pulso palpitando bajo su piel. Puse mi cabeza en su
pecho y escuché su corazón latiendo.
Una brisa sopló en el mar, mordaz y fría. Recordé lo que me dijo Marjani: mantente caliente y
mantente seca. No estábamos siguiendo demasiado bien este consejo.
Y esperaba que esos bosques no tuvieran el mismo tipo de monstruos que el agua.
Empujé ese pensamiento fuera de mi cabeza para poder concentrarme en no morir congelada.
Dejé a Naji acostado debajo el árbol y me dirigí a la playa. La arena era áspera y oscura, gruesa
como la sal de Orati, y estaba llena de trozos de madera flotante de color gris hueso. Reuní parte
de la madera flotante, tratando de no pensar en cómo llegó allí, y la apilé en la arena. Luego rocié
un poco de polvo de la pistola en la madera y disparé el único disparo que me habían permitido,
contrayéndome de dolor con el ruido que corrió a través de los árboles, resonando y resonando.
Manchas de pájaros blancos surgieron de los árboles y caí de golpe sobre la arena, buscando a
tientas mi cuchillo, pero eran sólo pájaros y volaron y desaparecieron entre las nubes grises.
Gracias a Kaol, el disparó funcionó. El polvo chispeó, latente y ardiente. Miré el fuego por un
tiempo, sentada lo suficientemente cerca como para que el calor penetrara en mi piel. La luz me
hizo sentir segura.
Volví por Naji. Todavía estaba desmayado. Le quité las botas y la capa y las puse al fuego para
secarlas. Entonces reuní mi fuerza y envolví mis brazos alrededor de su pecho y lo arrastré sobre
las agujas de pino y la arena hacia el fuego. Se retorció un poco, torciendo la cabeza de un lado a
otro. Lo traje tan cerca del calor como pude. Gimió y movió ligeramente los ojos y me miró y luego
al fuego.
Dijo algo, pero no pude entenderle. Me senté a su lado y me quité mis propias botas para que se
secaran. Pegué mis pies cerca de las llamas. Me calenté bastante rápido, considerando todas las
cosas.
Por una vez en todo este trabajo, me permití mirar al horizonte, para ver si podía ver al Venganza
una última vez antes de que nos dejara. Y lo hice. No era nada más que unas pocas manchas de
velas contra el cielo gris, pero Kaol, hizo que me llenara de desesperación.
Estaba dormitando en la arena, somnolienta por el calor del fuego, cuando Naji me sacudió horas
después. Me volví y lo miré.
No se veía mejor. Todavía estaba pálido y demacrado. Un moretón floreció en la parte sin cicatriz
de su rostro y otro le rodeaba el ojo. Kaol, lo lastimé bien.
Cuando se movió empujar su sucio cabello fuera de su cara, sus manos temblaban.
—Tenemos que encontrar agua fresca —le dije, realmente quería decir que yo tendría que hacerlo,
porque en su estado, él no necesitaba caminar penosamente por el bosque. —. Espero que no nos
convierta en monstruos. —Entrecerré los ojos al cielo gris suave. —¿Crees que vaya a nevar?
Había visto la nieve una vez cuando navegamos hacia las islas de hielo, y sabía que hacía frío
como la muerte y no era cualquier cosa con la que quisiéramos jugar en nuestro estado actual.
—No debería —dijo, y yo no sabía si estaba hablando de la nieve o la magia del agua, y no le
pregunté.
Me senté lo mejor que pude, mi cuerpo estaba más rígido de lo que había estado antes, como si
hubiera ido a ocho rounds contra un kraken. —No sé tú, pero no me apetece mucho morir. —Agarré
mis botas y acaricié el cuero. Todo seco, pero también rígido y encogido. Las amasé mientras
hablaba. —Una de las primeras cosas que aprendí. Te quedas atrapado, busca agua. Y luego
encuentra un lugar para protegerte. —Proyecté mi cabeza ante el fuego. —Hice una excepción
a cuenta de que nos dejaste varados en el norte abandonado. Imagino que el agua no serviría si
ambos moríamos congelados.
Naji cerró los ojos y dejó caer la cabeza entre las rodillas.
—Aunque también estoy un poco preocupada por lo que demonios sea lo que nos sigue.
—El clan Hariri no nos habría seguido tan lejos sin atacar.
Suspiré y empecé a amasar la otra bota.
—Ananna, tu desvío nos ha llevado a una parte del mundo donde las barreras son más delgadas.
Ellos han recogieron mi rastro mientras estábamos en el mar. Estaba tratando de salvar la nave. —
Se inclinó hacia delante. —Debes tener cuidado, este lugar es parte del Otro Mundo que encontró
su camino hacia el nuestro...
Su voz se apagó como si hablar lo hubiera agotado. Lo miré con la boca abierta.
—¡Me estás tomando el pelo! —grité—. ¿No podrías haberme dicho eso antes?
—No me ignores.
—No tienes idea... Estoy absolutamente incapacitado por esta maldición... Si el Otro Mundo me
encuentra, si te encuentran...
—¡Déjame ya! ¿No crees que esta maldición me está haciendo daño también? ¡Kaol! Debería
haberte dejado morir en el desierto.
El rostro de Naji se puso oscuro como un tifón de cielo, y de inmediato me arrepentí de disparar
así. Realmente no quería que muriera, maldito o no. Así que me puse la otra bota y me puse de
pie. Odié apartarme del fuego, pero se había hecho lo suficientemente grande para que su calor
se extendiera por toda la playa. No quería adentrarme en esos bosques, todo oscuro y brumoso y
temblando.
—Quédate aquí —dije—. Voy a encontrar un arroyo o un estanque o... o algo de rocío. Algo para
beber. —Lo fulminé con la mirada. —Probablemente lo necesites más que yo, y eso que hoy me he
caído de la jarcia del velero.
Me alejé de él antes de que pudiera decir algo, hasta la línea de árboles. Cuando pensé que estaba
lo suficientemente lejos, eché un vistazo al fuego, y allí estaba él, poniéndose sus botas para
seguirme. Fantástico.
Tranquila, lo esperé.
—Estoy bien. —Se tambaleó un poco en su lugar. —Y será peor si vas por tu cuenta. No debemos...
No deberíamos quedarnos mucho tiempo...
Salí disparada a la profundidad de las sombras verdes. El aire estaba húmedo y frío y envuelto
alrededor de mí como un viejo chal mojado. En todas las partes que pisaba hacía ruido, las ramas
se rompían, las agujas de pino crujían. Pero también lo hizo Naji, y él era generalmente tan elegante
como un bailarín de Saelini y el doble de silencioso.
Caminamos durante veinte minutos, cuando escuché el golpeteo sobre las copas de los árboles,
distantes y suaves. Maldije. Toda esa lluvia que nos mojaba y no teníamos nada para recogerla.
Me detuve. Naji estaba apoyado contra un pino, con la piel de cera como si tuviera fiebre.
Gimió un poco y se frotó la frente. —No estoy seguro de que pueda continuar. Esperaba que el
hechizo me llevara a Eirnin, pero... —Su voz se desvaneció.
Lo fulminé con la mirada, no queriendo pensar en su hechizo, la razón por la que íbamos a morir en
una losa mágica flotante de roca en el primer lugar.
—Bien —dije bruscamente—. Si solo se hubiera acabado mientras estábamos a bordo del Venganza.
—Entonces me volví y me alejé de él, con la sangre golpeando en mis oídos.
—¡Ananna, espera! —Oí el chasquido de ramas, lo que significaba que él me estaba siguiendo.
—No lo entiendes.
—Entiendo más que suficiente. Nos has dejado aquí sin ningún tipo de protección. —Me giré para
hacerle frente. Parecía encogido y viejo. —Eso es lo que me ibas a decirme, ¿no es así?, ¿no
puedes hacer tus hechizos de protección?
—Por lo menos tú pudiste traernos a tierra antes de que el océano nos tragara. —Puse mis palmas
en mis ojos. Estaba agotada y en verdad todo lo que quería era tenderme junto al fuego y dormir.
Pero sabía que no podía.
Trató de mirarme, pero estaba demasiado débil. Así que me entregó su espada, asintió y se volvió.
Escogí mi camino por el bosque. La lluvia corrió a través de mi cabello y sobre mis hombros y me
puse a temblar; el bosque presionaba contra mí, los árboles imposiblemente altos y la cubierta
verde gruesa y enredaderas. Mantuve la espada afuera, aunque no estaba segura de sí una espada
podría detener las criaturas que la isla ocultaba.
De vez en cuando me detenía y escuchaba por el borboteo de algún río. Pero solo había sonidos
del bosque, hojas crujientes y agua que caía de las ramas de los árboles y criaturas que corrían por
los matorrales, y más allá, un sonoro sonido distante como una extraña música lejana. No confiaba
en ello. No confiaba en la normalidad de ello. Así es cuando la magia es la más peligrosa: cuando
se siente como el mundo intacto.
Los bosques se volvieron oscuros por la lluvia y la niebla comenzó a elevarse desde el suelo del
bosque, gris, fría y húmeda. Apreté mi agarre en la espada, haciendo todo lo posible por ignorar el
pánico que se alborotaba alrededor de mi pecho. Tenía la intuición de un pirata: no estaba a salvo
en el bosque.
Mi mano izquierda se despegó de la espada y descubrí el talismán de Naji que aún se enrollaba
alrededor de mi cuello. Pensé en él apoyándose contra el árbol, frotándose la frente, pálido por
el esfuerzo. Probablemente estaba sufriendo ahora, todo a causa de mí. Me preguntaba si eso lo
impedía sanar.
Pero si no teníamos agua, moriríamos de deshidratación dentro de un par de días. E incluso el agua
manchada de magia era mejor que eso.
Después de un rato, el bosque se iluminó un poco, no por el sol que asomaba detrás de las nubes de
lluvia, sino porque los árboles eran diferentes, altos, flacos y pálidos, con hojas blancas y cristalinas
que chocaban contra el viento. Este debe haber sido el repiqueteo que escuché antes, este bosque
brillante y extraño. Me tensé y levanté la espada. Nada en este bosque era natural, y sin embargo,
después de unos instantes, esa sensación de peligro había pasado. El bosque repiqueteo y brilló a
mí alrededor, y yo estaba demasiado exhausta para permanecer alerta.
Fue entonces cuando oí el más leve murmullo de agua. Era difícil distinguir el repiqueteo, pero
escuché cerca y deambulé, tratando de encontrar su fuente. No sé cuánto tiempo me tomó, pero
finalmente tropecé con un manantial que brotaba debajo de un gran pino de aspecto normal, con el
agua clara y limpia. Sumergí las manos y la recogí para beber sin pensar. El agua estaba salpicando
en mi pecho cuando recordé que estaba en las Islas del Cielo, que esta agua podía destruirme.
Me eché atrás y miré fijamente el manantial, esperando que algo sucediera, que algo cambiara.
Nada que yo pudiera sentir pasó. Y aunque todavía no confiaba en esta normalidad, me permití
beber un poco más de esa agua dulce y rogué a Kaol y a E›mko que me mantuvieran a salvo de
los espíritus.
La lluvia se detuvo y me senté al lado del manantial, escuchando el repiqueteo de los árboles,
medio esperando a que la niebla se formara de nuevo, que se arrastrara por el suelo del bosque.
Pero nada sucedió. Y después de un tiempo comencé a pensar en Naji, en su maldición. Lanzó un
hechizo tan fuerte que aniquiló su magia, y ni siquiera sabíamos si podíamos curar su maldición.
Demonios, no sabíamos si el Mago Eirnin estaba incluso en esta roca.
Tal vez él moriría allí en la playa y yo estaría libre de la maldición el tiempo suficiente como para ser
tragada por las Islas del Cielo.
Así que arranqué algunas tiras de tela de mis pantalones, que estaban empapados con agua de
lluvia de todos modos, y los anudé en las ramas de los árboles mientras hacía mi camino de regreso
a la playa.
El fuego se había quemado, tal como dije, y la madera flotante estaba ennegrecida con ceniza a lo
largo de la línea del horizonte. Naji estaba agazapado junto a los restos, con su cabeza colgando en
las manos, el cabello fibroso por la lluvia. Se movió mientras me acercaba a él, pero no dijo nada,
ni siquiera levantó la vista.
No respondió. Me senté a su lado y balanceé la espada sobre mis rodillas y miré los restos del
fuego, haciendo todo lo posible por ignorar la humedad en el aire.
—Sí. Ya sabes. Para beber. Tomé algo y no me hizo nada, así que quizás... —No pude terminar ese
pensamiento. Nos sentamos en silencio unos momentos más.
—Lo siento, por decir que estaba contenta de que tu magia se agotara.
Naji alzó la cabeza pero no me miró. Podía oír a las olas romperse debajo de nosotros.
—Lo sé.
—Espero estar recuperado lo suficiente dentro de los próximos pocos días para lanzar un hechizo
de seguimiento sobre el mago Eirnin, pero no... —Él bajo su cabeza de nuevo. —Nunca me he
agotado así. Y con la maldición, no lo sé.
Jugué con el dobladillo de mi camisa y miré hacia abajo a la arena. Mi cabeza se sintió pesada con
lo que acababa de decirme. Tal vez no tenía que morir por nosotros para ser absorbido por la magia
de la isla.
—Tal vez podamos encontrar al mago sin usar la magia. —No es que me gustara la idea de vagar
por la isla.
Naji me miró por el rabillo del ojo, e incluso con apenas esa pequeñita mirada vislumbré el cansancio
y el dolor que le había causado a él mientras yo había deambulado sola a través del bosque. —El
tamaño de la isla no es el problema —dijo—. Dudo muy en serio que el Mago Eirnin sea fácil de
encontrar. La mayoría de los magos no lo son. No a menos que sepas dónde buscar.
Esa noche construí una pequeña tienda con hojas de helechos y palos caídos no muy lejos del
manantial, y caí dormida con el gorgoteo del agua y el resplandor de los tatuajes de Naji mientras
empezaba a curarse a sí mismo. Fue raro dormir tan cerca de él, al principio me tumbé sobre la
espalda y miré el patrón de sombras creado por los helechos, con las manos cruzadas sobre el
estómago, así no podía tocarlo por accidente.
Él se giró sobre su espalda, derramando una cascada de hojas de helechos y gotas de lluvia.
—¡Kaol! ¿De verdad no lo sabes? —La ira se levantó en mí y se convirtió en pánico. Presioné mi
mano en su frente. Su piel estaba caliente. —Creo que tienes fiebre.
Él cerró los ojos. Puse mi oreja contra su pecho para escuchar el golpeteo de la enfermedad del
norte, pero su respiración era constante y uniforme.
—¡Naji! —Lo sacudí de nuevo. Se movió, pero no respondió. Al menos su pecho subía y bajaba, y
sus tatuajes brillaban de nuevo. Me puse de pie y caminé de un lado a otro delante del manantial.
Si él estaba enfermo, necesitaba calor y un refugio. Y no me gustaba mucho la idea de quedarnos
en el bosque tampoco.
Así que he robé su espada y partí hacia la playa. El bosque estaba revuelto en la pálida mañana,
los árboles arrojando destellos de luz, todo sonaba como las campanas del templo después de una
boda. Elegí mi camino a través de los troncos estrechos, con las hojas flotando a la deriva a través
del aire. Se pegaron a mi piel, y cuando traté de limpiarlas se hicieron añicos y me mancharon como
las figuras de algodón de azúcar en una panadería de lujo de Lisirra.
Aun así, recorrí la línea de costa con bastante facilidad. La arena se desprendía hacia el mar, que
se revolvía por debajo de la isla, espumoso y turbio con el viento. Me froté los brazos para tratar de
combatir el frío; no funcionó, así que me puse de nuevo mi abrigo, a pesar de que todavía estaba
húmedo. No sabía lo qué dirección tomar, qué dirección me llevaría al refugio. Todos los malditos
árboles parecían iguales, y las nubes cubrían el sol.
Pero ¿qué podría haber hecho si me hubiera quedado? ¿Mirar cómo se quemaba con la fiebre?
¿Mirarlo hundirse en el suelo y se convertirse en parte de las islas?
Caminé por la arena, recogiendo las piezas más grandes de madera que pude encontrar y las apilé
cerca de la línea de árboles. La playa parecía más segura; estaba al descubierto, lo que significaba
que era más fácil detectar cualquier criatura que pudiera venir hacia nosotros. Pero no estaba
segura de sí las mareas subían aquí, y no tenía muchas ganas de correr el riesgo.
Una vez que junté la madera, me aventuré en la franja del bosque. No quería tomarme el trabajo
con hojas de helecho de nuevo, pero en realidad no había mucho más que pudiera utilizar para
construir un refugio. Saqué la espada de su vaina y me deslicé más profundamente en el bosque.
Aquí, la luz parecía de una consistencia de jarabe de oro. No me fiaba lo más mínimo. No hay forma
de que el sol del norte diera esa clase de luz. Pero había un tipo de árbol en esta parte del bosque,
uno que no había visto antes, con los troncos cubiertos de una blancuzca y pálida corteza que se
desprendía en tiras largas y anchas. No confiaba en él, pero a veces tienes que confiar en lo que
no quieres.
Por supuesto, seguir ese particular trozo de consejo de Papá fue lo que me puso en la situación
actual en principio. Creo que todo se redujo a una cuestión de opciones. Y yo no tenía muchas en
este momento.
Coloqué la madera en una pila, apoyándola contra uno de los pinos, al menos esos los reconocía
de las islas de hielo. Luego tejí la corteza de los árboles en una especie de techo, que até a la
madera utilizando algunos giros de una vieja vid.
Cuando terminé, di un paso atrás y admiré mi trabajo. Casi me olvido de donde estaba. Casi me
había convencido a mí misma de que estaba en las islas de hielo, teniendo el tipo de aventura con
el que solía soñar.
Pero entonces un viento sopló desde el bosque, que olía a humedad y a magia. Tenía la espada
fuera antes de que mi cerebro pudiera saber si corría peligro o no. La playa permanecía tan vacía
y desolada como siempre. Me arrastré hacia el cobertizo y me asomé por las rendijas que dejaban
las ramas, así que podíamos seguir mirando hacia fuera. Me imaginé que debía haber suficiente
espacio para mí y Naji dormidos y estirados, y era lo suficientemente alto como para que mis dedos
apenas rozasen la parte inferior del techo estando sentada.
Puesto que me las había arreglado para solucionar nuestro problema de refugio, por el momento,
pensé que debería pensar en comida. La verdad es que no confiaba lo suficiente en nada de esta
isla como para comérmelo. Incluso si el agua había resultado ser buena.
Pero mi estómago se quejaba y pensé que Naji necesitaba comer si había alguna esperanza de
que mejorase.
Así que mientras me abrí camino a través del bosque, de vuelta al manantial, busqué cualquier
planta comestible que pudiera reconocer de las islas de hielo. No encontré nada.
Cuando llegué al manantial, los helechos estaban esparcidos por el suelo, y Naji había desaparecido.
Todos los pensamientos sobre la comida volaron fuera de mi cabeza. Tenía la espada, el cuerpo
tenso y alerta, y aceché alrededor del arroyo, dando pasos tan cuidadosos como pude.
—¿Ananna?»
Me quedé inmóvil, y luego di la vuelta despacio y con cuidado. Naji estaba apoyado contra un árbol,
sosteniendo su camisa como una cesta.
Dejé caer la espada. —Pensé que estabas muriendo. Y que necesitábamos refugio. Refugio real,
no hojas. —Pateé los helechos.
—No me estoy muriendo. Pero la curación lleva mucho tiempo. —Se tambaleó hacia delante y noté
que sus manos temblaban.
—Probablemente no. Pero tenía hambre. —Se arrodilló en los restos de nuestra tienda de campaña
y alisó su camisa. Un puñado de bayas de color rojo oscuro y pequeños frutos de cáscara marrón
se derramaron por el suelo.
—Sé que estos son seguros para comer —dijo—. Crecen en las islas de hielo, también.
Fruncí el ceño, irritada porque había sido capaz de encontrar algo cuando yo no pude.
Cogí una de las bayas y la olfateé: Olía dulce como el agua de lluvia. Tenía demasiada hambre para
ser cautelosa. La lancé a mi boca.
La mejor baya que haya probado. Después de que la primera no me matase, me llevé el resto del
montón a la boca. No fue suficiente para satisfacerme, pero apartó la punzada. Cuando terminé,
Naji estaba mirándome.
—Estoy contento de haber comido un poco en el camino de vuelta.
—Lo siento.
Sus ojos se iluminaron un poco, y verlo me hizo sentir extrañamente feliz a pesar de que estaba
rodeada por la tristeza y la magia.
Naji se encogió de hombros. —No fue tan malo como ayer, no.
—Bueno, pensé que necesitábamos un refugio. Y fuego, también, aunque no sé si seré capaz
de iniciar una hoguera con todo esto húmedo. —Me puse de pie y froté mis brazos, tratando de
apaciguar el frío. —¿Quieres que te lo muestre…? No... No me gusta mucho estar en el bosque.
Naji inclinó un poco la cabeza y me miró como si quisiera decir algo. Pero sólo asintió.
Fue lento volver a la playa de nuevo. Naji tropezó con la maleza y quedó atrapado en las enredaderas
que cubrían los árboles. A pesar de que me dejó llevar su espada, yo estaba al borde todo el tiempo,
esperando que algo apareciese arrastrándose desde las sombras. No ayudó que se escuchase
todo el rato aquel repiqueteo animal en la distancia y el viento sonase como el susurro de una
mujer. En un momento dado, Naji se apoyó contra un árbol, con la frente perlada de sudor. Lo sujeté
justo antes de que se desplomara.
Él gritó de dolor y buscó a tientas mis hombros. Sus dedos estaban húmedos y fríos. Aparté el
cuello de mi camisa. El talismán que me hizo todavía estaba allí.
—Gracias a la oscuridad —susurró, y se dejó caer contra mí, como si hubiera dejado escapar todo
el aire de él. —. Lo siento, no puedo protegerte mejor.
El bosque crujía a nuestro alrededor, dejando caer las hojas verdes y plumosas, y mi respiración
era rápida y breve. Yo sabía que no podíamos estar allí, que yo no podía quedarme allí. Pero no iba
a dejar a Naji atrás.
Corrí más rápido que él, volando sobre los helechos y troncos de árboles caídos, pero me siguió
mejor de lo que podría haber esperado, y supongo que el trabajo físico realmente no cuenta como
una forma de mantenerme a salvo. Salimos corriendo del bosque y el viento del mar no traía los
mismos susurros fríos que el viento del bosque. Me desplomé en la arena, jadeando, mi estómago
con calambres por las bayas que había comido.
Naji se arrodilló a mi lado y tomó una respiración larga y profunda. —Gracias —dijo—. No podía
pensar correctamente.
—Sí, parecía bastante peligroso. —Me senté y di la vuelta, así estaba de frente al bosque. No me
gustaba tenerlo fuera de mi vista. —¿Quieres ver el refugio?
Me puse de pie y le ayudé a ponerse en pie, porque él estaba temblando y temblando como un
anciano. El refugio no estaba lejos; lo podía ver acurrucado junto a la línea de árboles como un feo
sapo gris.
—No es mucho, lo sé —dije—. Pero esperemos que sea más resistente en una tormenta. Apuesto a
que nos puede durar hasta que encontremos al mago. —Traté de sonar segura, porque pensé que
no era demasiado justo agobiar a Naji justo ahora. Pero en mi interior tenía miedo de que nunca
encontráramos al mago.
Ayudé a Naji a arrastrarse dentro del cobertizo. Se estiró sobre su espalda y cerró los ojos. Casi
no tuve oportunidad de preguntarle cómo estaba antes de su pecho comenzase a subir y a bajar al
ritmo del sueño.
Tomé su espada y me arrastré de vuelta a la playa. No quería ir demasiado lejos, y sin duda
no quería entrar al bosque. Necesitábamos fuego, sin embargo. Papá me había enseñado cómo
encender fuegos cuando era niña, ya que mamá no podía encenderlos porque era una bruja de
agua.
Supuse que era seguro quemar la madera, ya que nada había sucedido con el primer fuego, además
de que ya había construido un refugio con la madera fuera del bosque, y había bebido y comido
sus bayas sin ningún problema. Y yo estaba temblando muy fuerte, también. Esta vez no era sólo
por el miedo.
Caminé por la playa en busca de trozos de madera como los que había recogido para el cobertizo.
Cuando me armé de valor, me adentré en el bosque y arranqué algunas ramas muertas caídas de la
tierra. Nunca fueron más de unos pocos pies, sin embargo. Nunca entré en las sombras moteadas.
Las piedras eran más fáciles de encontrar. Estaban desparramadas a través de la playa en grandes
montones, como si alguien las hubiera colocado de esa manera como un mensaje a los dioses o a
los espíritus de las islas. Parte de mi esperaba que fuera el Mago Eirnin, que tal vez me tropezara
con él y que no tendría que esperar a que Naji se curarse a sí mismo. Pero no vi a nadie. Ni
animales, ni pájaros, ni magos.
El cobertizo estaba radiante cuando regresé, intenso color azul pálido, un color que me hizo sentir
más frío con mirarlo. Comprobé el estado de Naji y la luz de sus tatuajes parecía dominar todo su
cuerpo.
Apilé la madera, me senté en la arena y golpeé piedra contra piedra hasta que obtuve una chispa.
Se supone que hay que alimentar el fuego con hierba seca, lo que es más fácil de encontrar en
el sur, así que lo hice con las ramitas de los árboles. La suerte estaba de mi lado. El fuego ardía
como el sol, lo poco que podía ver de él, fue descendiendo hasta el horizonte. En lo que yo estaba
bastante segura de que era el este. Traté de no pensar en ello.
El fuego creció y creció al tiempo que la isla se oscurecía. Naji siguió durmiendo, el azul de sus
tatuajes mezclándose con la luz del fuego de color naranja. Nunca me metí en el cobertizo porque
no quería salir del calor y la luz del fuego, y así me quedé dormida fuera.
A la mañana siguiente, me di la vuelta sobre mi espalda, la arena crujiendo bajo mi peso. Todavía
estaba oscuro, aunque no sabía si se debía a la hora que era o a las nubes de lluvia. Al menos el
fuego todavía ardía, proyectando la luz arriba y abajo de la playa…
Me incorporé y grité. El fuego no era más que un montón de cenizas oscuras. La luz venía de mí.
Grité de nuevo, me levanté y tropecé hacia el borde de la isla.
—No —dije en voz baja, porque sabía que todas esas historias sobre las islas eran verdad, que
realmente estaba convirtiéndome en luz de luna. —No, no. —Tropecé, di pasos arrastrando los
pies, tratando de pensar a través de mi pánico. No podemos construir un barco y vivir en el agua, y
tampoco podemos quedarnos en tierra.
Las lágrimas se escaparon de las esquinas de mis ojos, difuminando la luz de mi piel y convirtiéndose
en gotas de oro que se dispersaron a través de la playa. Tropecé con la arena. El viento se levantó,
con olor a salmuera y pescado…
—¡Aléjate de la orilla!
Unas manos me agarraron del brazo y me arrastraron hacia atrás, lejos de la agitación del océano.
Yo me retorcí y grité. Sólo era Naji, pero él estaba brillando también. No sólo sus tatuajes. Todo él.
Su voz era más fuerte que la voz que recordaba de aquella noche en el desierto. Me llevó de nuevo
al refugio y me sentó al lado del fuego.
—¿Que está pasando? —gemí.
Naji parpadeó. Fue desconcertante verlo con su piel brillante y sus ojos oscuros, al contrario de
cómo funcionaba su magia.
—Estamos bien —dijo—. ¿Parece que me duela? No hay peligro. Por lo menos, siempre y cuando
te mantengas alejada de la orilla de la isla.
Naji tiró del cuello de mi camisa, dejando al descubierto el talismán. —Te está manteniendo a salvo
—dijo—. En lo que a ti respecta, esto es sólo un efecto.... El truco de un cortesano. —Su resplandor
se iluminó más por unos pocos segundos.
—¿Estás seguro?
—Sí. —Naji apartó un mechón de mi pelo de los ojos. Fue un movimiento distraído y descuidado,
pero en el momento en que lo hizo, dejó caer su mano en su regazo y miró hacia otro lado. Me
sentía cada vez más caliente y me di cuenta de que mi propio resplandor brillaba más y se había
vuelto de color jarabe. —Me imagino que es por beber del manantial. En unos pocos días debería
tener la fuerza suficiente para lanzar un hechizo que lo contenga en su totalidad.
—Piénsalo de esta manera —dijo Naji—. No tienes que preocuparte por las antorchas cuando
caminemos hasta el manantial.
—¿Qué? ¿El manantial? ¡Has dicho que es lo que está haciendo esto!
—También nos está dando agua. Que necesitamos si no queremos morir. Que necesito si quiero
estar suficientemente bien para buscar a Eirnin.
Caminábamos por el bosque, nuestro resplandor arrojando extrañas sombras largas que parecían
retorcerse y retorcerse entre los árboles. Naji tenía la espada, pero tuve que frenarme para no
agarrársela. Siempre me siento más segura con una espada en la mano.
El manantial nos estaba esperando, parecía tan normal como siempre. Naji se arrodilló junto a él y
bebió, pero me quedé atrás. Su resplandor brillaba través de la superficie del agua.
Yo estaba sedienta. Y sabía que no podría seguir sin agua. ¿Qué utilidad habría tenido todo este
camino, sólo para morir de sed?
—¿Te duele?
Un paseo por la playa alivió mi tensión un poco, como siempre lo hacía. A la intemperie, mi resplandor
había desaparecido casi por completo en la luz del sol del norte.
—No esta.
Me detuve en el sitio y miré hacia la playa. Él estaba en lo correcto. Todo lo que vi fue árboles y
sombras y arena. El miedo golpeó de nuevo en mi corazón.
—Alguien sabe que estamos aquí —le dije—. ¿El mago? ¿Está tratando de asustarnos? —Mi voz
sonaba cada vez más aguda y más alta. —. ¿No te va a ayudar después de todo? ¿Quedamos
varados aquí por ninguna razón?
—No creo que eso sea todo. —Naji se apartó de mí y se dirigió al lugar donde había estado nuestro
refugio. Y fue entonces cuando lo vi: la mancha de cenizas de nuestro fuego. El refugio había sido
reemplazado por un enorme árbol color gris hueso, torcido hacia el cielo.
No podía hablar. Lo mejor que conseguí fueron pequeños ruidos jadeantes en la parte posterior de
mi garganta.
—¡Sé que es la magia! —grité—. ¡Esta isla no es nada más que maldita magia! —La desesperación
brotó dentro de mí. Él no sanaría nunca, el mago nunca lo curaría de la maldición y moriríamos aquí
a causa de la luz de esperanza que Leila había anidado en su interior. —¿Y si hubiéramos estado
dentro?
Naji se volvió hacia mí. A pesar de que el resplandor se camuflaba con el sol, sus ojos parecían
mucho más oscuro de lo normal. —Debemos estar agradecidos de que no lo estábamos.
Me aparté de él y me acerqué a las cenizas del fuego. Les di una patada con mi bota. El árbol que
había sido nuestro cobertizo crujía sus ramas hacia mí y arrojaba una lluvia de hojas grises.
Todo sobre la isla era gris. El cielo, la arena, las sombras, nuestro hogar. Estaba cada vez más
convencida de que el resto de mi vida no sería más que gris.
Pasamos los próximos días durmiendo en tiendas de campaña de helechos que construí en la
playa. Una tormenta estalló una tarde y empapó toda la madera y nuestra tienda, pero Naji había
recuperado lo suficiente de su magia, por lo que fue capaz de encender un pequeño fuego luego.
Se debía haber agotado, sin embargo, porque después se estiró en la arena y se quedó dormido,
el brillo de su piel y de sus tatuajes luchando contra la oscuridad.
Las cosas cayeron en la rutina. No me acostumbraba a ella, pero era al menos una rutina.
Entonces, una mañana desperté y Naji se había ido. El pánico enfermizo se estableció en mí.
Estuve sobre mis pies inmediatamente, arrancando la tienda, gritando el nombre de Naji. Un millón
de posibilidades corrieron por mi cabeza. Tal vez se había convertido en luz de luna, después de
todo, y yo era la siguiente. Tal vez se había convertido en un helecho y yo lo había hecho pedazos
en mi ataque de pánico.
Dejé caer el helecho y di un paso atrás, casi pisando el fuego. La playa estaba en silencio, salvo
por el viento y el latido apresurado de mi corazón aterrado.
—¿Naji? —dije por última vez. Toda mi esperanza estaba perdida. Eso no fue una gran sorpresa,
sin embargo, porque yo realmente no tenía mucha.
Él parpadeó.
—¿Insistes en que no puedo andar por ahí sola y luego me dejas aquí?
Naji se acercó a mí. Se movió con su vieja gracia, deslizándose a través de la playa en lugar de
arrastrar los pies. Casi no había notado que esa cualidad en particular había vuelto junto con la
magia.
Supongo que era algo, pero mi corazón todavía latía demasiado rápido.
—Tengo algo que enseñarte.
—¿Qué podrías tener que enseñarme? ¿Tu espada se ha convertido en un vestido de cortesano?
—Entrecerré los ojos mirándole. —¿O has encontrado al mago? ¿Sabes…
—No, no estoy tan bien todavía. Pero creo que lo apreciarás, no obstante.
Se dio la vuelta y caminó por la arena. Le seguí porque no tenía muchas ganas de estar sola de
nuevo. Después de quince minutos nos encontramos con una vieja casucha medio derruida, de
nuevo en el bosque, pero todavía con la playa a la vista.
No confiaba en ella en absoluto. —¿Alguien vive aquí? —Aunque tenía que admitir que parecía
abandonada hacía mucho, las piedras de las paredes agrietadas y deformadas, el techo de paja
salpicado de agujeros.
—Mírala, Ananna. Pero no, la respuesta es que nadie vive aquí. He hecho un hechizo de historia.
Uno pequeño, pero suficiente para asegurarme.
Me acerqué a la puerta de la cabaña y la empujé con el pie. En el interior, el suelo de piedra estaba
revestido con arena, cenizas viejas y el brillo vítreo de la fina sal marina. Había una pequeña
chimenea en la parte posterior, donde Naji había encendido un fuego, un montón de jarras de
piedra y una cama podrida en la esquina.
El calor se extendió sobre mí, la bienvenida como un abrazo, pero yo sólo miraba con recelo
—Es un truco de la isla —dije, volviéndome hacia Naji. —. Será como el refugio. Vamos a ir a buscar
agua y al volver encontraremos que se ha convertido en un gran montón de piedras. —Pensé en las
piedras de la playa y temblé.
—No lo es. He hecho un hechizo de historia, ¿recuerdas? —Naji se apoyó en la puerta. —Ha
estado aquí por casi setenta y cinco años. Y el primer hechizo en él era uno de protección.
Me fulminó con la mirada. Entró y el fuego parpadeaba contra sus ropas podridas. —¿Haría yo algo
que te pusiera en peligro?
Había hecho muchas cosas que me pusieron en peligro. Él me había arrastrado a través del desierto
cuando el calor estaba al rojo vivo. Nos había varado en las Islas del Cielo. Pero yo se lo había
permitido. Todo lo había hecho porque quería romper la maldición.
—Deberías sentarte junto al fuego. Es una obra de magia en sí misma que no hayas enfermado
todavía.
—Estoy bien.
—No vamos a correr el riesgo.
Tenía que admitir que la luz del fuego se veía muy atractiva.
Y Naji parecía sano, sin ningún dolor en absoluto. Di un paso con cautela a través de la puerta,
y luego crucé la cabaña hacia la chimenea. El calor empapó mi piel, y me senté, encogiendo mis
rodillas hasta la barbilla. Naji sentó a mi lado.
—¿Hacer qué?
—Encontrar un refugio.
No dije nada, sólo me incliné hacia el fuego. Naji se levantó y empezó a pasear por la habitación
como un felino enjaulado.
Naji dejó de caminar. Lo miré, y él me devolvió la mirada a través del cuarto, la luz del fuego
parpadeando sobre sus cicatrices. Pero no dijo una palabra, ni de la maldición, ni de todo lo demás
tampoco.
Capítulo 17
Traducido por Raisac
Corregido por Ella R
El refugio estaba medio destruido, pero estaba agradecida por ello cuando una tormenta sopló más
tarde aquella semana, con lluvias frías y oscuros vientos nublados. Había un hueco del tamaño de
mi puño arriba en el techo, y el agua se regaba sobre la distante pared, opuesta a la chimenea, pero
Naji y yo nos acurrucamos al lado del fuego para mantenernos secos. Sin embargo, Naji seguía
frotándose la cabeza, y pensé que tal vez tenía algo que ver con el susurrante viento. Esta vez en-
tendí lo que estaba diciendo: una voz hablando en un idioma que no comprendía.
La mañana siguiente el sol rompió entre las nubes, mandado pálidos rayos de luz que se reflejaban
sobre la playa. Era difícil imaginar la tormenta de la noche pasada y aún más difícil recordar la voz,
la que parecía más un sueño, mientras el día continuaba. Acomodé el techo de paja con helechos
y agujas de pino, y Naji salió con una escoba que había hecho para él con más agujas de pino.
Cuando terminamos nos sentamos a comer fresas y un tubérculo pálido y cremoso que Naji había
sacado de la tierra. Ninguno era muy satisfactorio.
—Creo que podré atrapar algunos peces —dijo Naji después de que terminamos—. Creo que esa
es la razón por la cual no estoy sanando tan rápido como esperaba. No tengo la suficiente fuerza
comiendo solo fresas.
—Vamos a necesitar un sedal. Creo que puedo hacer uno con la red que Marjani nos dio…
—Eso no será necesario —él hizo una pausa, y el viento sopló con fuerza junto a la playa y tumbó
los pinos alrededor. —. La isla da la suficiente sombra sobre el mar, por lo que puedo moverme en
el agua de esa manera. Lo he hecho antes, en los pantanos de Qilari.
—¿Hace cuánto estas recuperado para poder hacer eso? —Yo tampoco tenía mi fuerza usual,
aunque pensaba que era por la isla o que estaba desperdiciando energía en brillar.
—Si no nos consigo unos peces probablemente moriremos de hambre y entonces ya no importará
si las Mists llegan. Eso es lo que te preocupa, ¿verdad? ¿Las Mists?
Él no respondió.
—Te lo estoy contando ahora —Se desdobló y el viento revolvió su cabello lejos de su rostro.
Estaba nublado y un poco de brillo se veía por su piel, su cicatriz brillaba suavemente. —. Mientras
esté lejos, debes prometerme que te quedaras en el refugio.
—No se transformará —Naji frunció el ceño, y luego miró sobre su hombro hacia los bosques. —.
Ven.
—Necesito reunir algo. —Caminó sobre el sendero de árboles y luego pasó sus dedos sobre la
vegetación desparramada sobre la arena. Arrancó tres pequeñas, brillosas hojas de helechos, las
envolvió juntas y murmuró algo en su idioma. Su brillo disminuyó por algunos segundos y luego me
dio el puñado de helechos.
Le di varias vueltas a los helechos sobre mis manos. Eran mucho más pesadas de lo que tres hojas
enredadas deberían ser.
—¿De qué me va a proteger esto? —pregunté mientras regresábamos al refugio. —¿Las Mists, la
Isla?
Metí los helechos en un hueco sobre la puerta, y Naji quitó su espada y la funda para dármelas a mí.
Se fue por más tiempo de lo que esperaba, aunque yo no sabía qué tanto tomaba buscar peces y
capturarlos de esa manera. Me aburrí y comencé a lanzar las hojas que habían caído por el hueco
del techo dentro del fuego para verlas arder y enrollarse sobre si mismas. Cuando se me acabaron
las hojas, me paré en la puerta, la espada de Naji y la funda amarradas alrededor de mis caderas,
y miré hacia las sombras de los árboles. Nada. Tamborileé mis dedos contra la entrada. Miré hacia
el montón de hojas de helecho. Pensé en Naji diciéndome que me quedara allí.
Tenía la espada desenfundada aun cuando mi cerebro me decía que solo era Naji. Excepto que
no era Naji. No era nadie, en realidad, solo una neblina gris que estaba escabulléndose fuera del
bosque, bloqueando la vista de los árboles, la playa, de todo…
Naji dobló su brazo sobre mi pecho y me empujó hacia dentro del refugio. Me quejé en voz alta y,
con un chasquido, dejé caer la espada al suelo. La puerta del refugio se cerró de un portazo con
una fuerza que movió las piedras de las paredes. Podía escuchar a Naji respirándome al oído. Olía
a mar y a las frías noches de las islas de hielo.
—Del agua. —Naji me dejó ir, y me giré para mirarlo. Estaba igual de seco que cuando se había
ido, pero tenía un pez de rayas grises en una mano, y no se veía furioso de la manera en la que
esperaba que estuviera, solo cansado. —. Te sentí a punto de hacer algo estúpido. Te dije que no
salieras.
—Afortunadamente, no te vieron —me dijo. Dejó el pescado en una salida de piedra que estaba al
lado de la chimenea––. Aunque solo se harán más fuertes. Tienes que ser más cuidadosa. —Se
inclinó más cerca y lo miré, mareada por la descarga de miedo y algo más que no pude identificar.
—Prométeme que no saldrás sola.
—Promételo.
—Garras de media noche, quisiera poder sanar más rápido. Si tan solo supiera cuanto tiempo
tendría que mantenerlos alejados de ti…
—En realidad, estoy mucho más protegido que tú —me dijo—. Tengo la fuerza de la Orden a mis
espaldas.
Fruncí el ceño.
Sacó el cuchillo y me lo ofreció como si fuera una ofrenda de paz. Limpiar el pescado me calmó un
poco. Ayudaba que Naji no me molestara sobre las Mists y, para el momento en el que el pescado
estuvo al fuego, me había olvidado sobre la niebla rodeando los bosques fuera del refugio. Estaba
dentro, rodeada de calidez y olores a comida de verdad, estaba a salvo.
Los dos nos acabamos el pez entero. Su carne era escamosa y casi dulce al paladar, y saltaba
limpia y brillante dentro de mi boca. La mejor cena que había tenido en décadas.
Cuando terminamos de comer, Naji sacó su espada y la afiló contra el lado de una piedra que había
traído de la playa con él. No le tomó mucho tiempo; era obviamente hábil en ello.
Sostuvo la espada contra el fuego. Brilló, lanzando pequeños puntos de luz plateada.
—¿Has tenido esa espada mucho tiempo? —le pregunté. Algunas personas, en especial los
soldados, hacían mucho jaleo por sus espadas y puedes hacer que hablen de esas cosas por
siempre. Nunca he sido una persona de ese tipo. Un arma es un arma.
—La recibí cuando hice mis votos. —Naji dejó la espada sobre sus rodillas.
—¿Qué tipo de votos? —¿Celibato?, pensé, aunque no lo dije. Nadie mantiene el celibato de todas
maneras.
—Oh, claro que no. —Tomé la espada por el mango y la balanceé en el aire unas cuantas veces.
Pero sin la amenaza de daño, solo me recordaba a Tarrin de los Hariris y la dejé en el suelo. Naji
me dirigió una de sus miradas y la deslizó de nuevo en su funda.
Naji desvió la mirada, hacia las sombras del fuego titilando sobre la entrada.
Naji suspiró. Se recostó sobre la pared. No se veía ni un poco como un asesino a la luz del fuego
y con sus ropas gastadas por el mar. En realidad, por su cicatriz y cabello largo, se veía como un
pirata. Incluso los tatuajes me recordaban a las olas del mar.
—Asesinos.
Me encogí de hombros. No era de mucha utilidad saber historia arriba de un barco de piratas.
—Solían prevenir las guerras —dijo—. Antes de que el Imperio se aliara con los países de las
tierras desiertas, eran una forma de poner un cese a la constante guerra entre reyes. Era mejor
matar un solo hombre que permitir que los soldados destruyan los campos, violando y quemando
todo en su camino al desierto.
La guerra entre países era algo en lo que la Confederación no se involucraba mucho más allá de
sus líos internos. Aunque no había habido una guerra en mucho tiempo, no desde que era una niña
pequeña y había terminado en Qilar, de todas maneras. El Imperio se había formado mucho antes
de que yo hubiera nacido.
—No entiendo que tiene que ver eso conmigo —le dije.
—No tiene que ver contigo —dijo Naji—. Ese es mi punto. La Orden siempre ha sido pagada por
sus servicios, pero una vez que el Imperio se formó, la lujuria por el oro los abrió para el uso de
cualquier mercader con el dinero suficiente para pagarles.
—Como el Capitán Hariri. —Naji sacudió su cabeza. —Me uní a la Orden después de que mi fuerza
se manifestó, después de que supe que mi magia venía de la oscuridad y la muerte, no de la tierra
al igual que mi madre, mi hermano…
—¿Tienes un hermano?
Naji me dio una mirada de acero. —Mi madre me envió lejos. Ella decía que podría usar mi oscuridad
para algo bueno, que podría ponerle un alto al Imperio con su destrucción de todas las vidas de la
gente que vivía bajo estandartes… —Se rio, un corto, árido ladrido. ––Supongo que hice eso. Una
o dos veces. Pero la mayoría eran trabajos para hombres ricos. Yo odio la riqueza.
No dije nada hacia ese comentario. Riqueza es poder, Papá siempre decía eso. Riqueza es fuerza.
Pero podía ver a donde iba Naij con eso, también.
—Entonces, ¿es por eso que no querías matarme? —dije finalmente— ¿Por qué pensaste que no
merecía tu tiempo?
Naji me miró.
—No —me dijo—. No te quise matar porque pensé que no era lo correcto.
No sabía porque, pero mi cara se sintió caliente por eso. Más caliente que el fuego.
Me desperté con el sonido de la lluvia sobre el techo. Era terriblemente difícil adivinar el paso de
los días aquí, debido a la cobija de nubes y la manera en que el sol no salía y se ocultaba en el
mismo lugar. La lluvia era constante. Era una pena que no se pudiera tener un registro de los días
por la lluvia. Lo único que sabía era que escuchaba el suave murmullo de la lluvia más frecuente
que nunca.
Esa mañana algo era diferente. El refugio estaba iluminado no por el usual brillo dorado de nuestra
piel, pero por una luz azul brillante. Luz del color de los glaciares del norte.
Me levanté, arrugando las agujas de pino y hojas que había usado como cama. Naji estaba sentado
en la esquina junto al fuego, sus ojos y su tatuaje brillando. Mi corazón se desbocó. ¿Estaba
rastreando al mago? O tal vez hablando con la Orden. Quizás ellos tendrían una manera de
llevarnos a casa.
Por primera vez desde que llegamos a la isla, sentí un mareante jalón en mi cerebro que medio
reconocí como alegría.
Una pila de cerezas estaba apilada al lado de la chimenea, me las comí e inspeccioné el jarro de
agua. Estaba vacío. Maldije y me senté de nuevo en mi pila de hojas. Me imaginé que él habría
pensado en recolectar cerezas, pero no en buscar algo de agua. Y estaba sedienta por el sueño.
Lo miré en su trance por un momento, mi cabeza se apoyó en las paredes de piedra. Él no se
movió. Ni siquiera su pecho subía y bajaba con su respiración. Honestamente, era inquietante.
Nunca lo había visto desde tan de cerca durante uno de sus trances. Siempre tuve mejores cosas
que hacer con mi tiempo.
Nada.
Suspiré. Su espada estaba sobre la cama. No tomaría demasiado tiempo caminar hasta el arroyo,
conocía los diferentes caminos muy bien y estaba de tan buen humor que me sentía invencible. No
había visto neblina esta última semana. Tampoco había escuchado voces.
Y estaba usando mi amuleto. Me había protegido del hombre de las Mists en el mercado nocturno
en Lisirra. Lo había hecho mirar justo a través de mí. Tal vez podría hacer lo mismo en la isla.
Tomé la espada de la cama y también la jarra del agua. Naji estaba usando la funda, entonces sólo
cargue la espada bajo la lluvia. Las gotas eran heladas y lastimaban de la forma en que siempre
lo hacían aquí. Me hacía extrañar las cálidas lloviznas que caían sobre las islas piratas. Pero una
vez que entré en la parte frondosa del bosque, las hojas capturaron la mayoría de gotas y caminé
perezosamente sobre agujas de pino y helechos aplastados, temblando y miserable. Mi cerebro
había comenzado a revolverse como el mar, pensando en la maldición, en que me hubieron votado
del Venganza y en pelear contra el clan Hariri. Pensé en Tarrin, a quien me las había arreglado para
meter muy dentro de mí cuando salimos del Puerto Iskassaya. Los recuerdos regresaban ahora: su
respiración cosquilleando en mi oído, lo fácil que había sido deslizar la espada en su estómago, el
calor de su sangre derramándose en mis manos. Y fue la espada la que lo hizo. Pero entonces mis
pensamientos fueron hacia otro lugar.
Pero no ahora.
Me detuve y fue en ese momento que lo escuché, el vacío del sonido, como si el bosque contuviera
la respiración. Me dio este horrible escalofrió por toda la columna, y mis palmas se tornaron frías
y húmedas, y allí estaba yo sola y sin ningún arma ya que había tirado lejos la mía y, ¿qué tipo de
chica estúpida haría algo así?
Un resplandor apareció arriba, un rizo de niebla, gris, pálido y vago. Di un paso atrás, tratando de
pensar en la mejor manera de huir. Estaba en el estridente bosque, todos los delgados arboles
cubiertos de blancas cortezas, raras hojas transparentes desintegrándose en la lluvia…
—Ananna de Tanarau.
Una mujer salió de la niebla, su cuerpo largo y delgado, sus ojos del mismo plateado espeluznante
que los de la mujer en la tienda de ropa. Pero esta era una mujer diferente. La mujer de la tienda
de ropa había sido lo suficientemente humana para engañarme; esta tenía un delgado y salvaje
rostro, su barbilla muy puntiaguda y sus pómulos muy filosos. Y el plateado de sus ojos bloqueaba
todo el blanco.
La mujer volvió a reír y supe que era inútil mentirle. Le desee al oscuro y hondo mar azul que
hubiera esperado a que Naji terminara su magia.
Inclinó su cabeza y pequeñas luces bailaron en las sombras alrededor de ella. Cada vez que las
miraba me sentía mareada.
La mujer se deslizó a mi lado. Me tomó un minuto darme cuenta que no tenía pies, que sus faldas
terminaban en una nube de creciente niebla que subía bajo mis ropas, toda helada y húmeda. Las
pequeñas luces se movieron fuera de mi visión y usé toda mi fuerza de voluntad para mantener mi
vista enfocada en el puente de su nariz. Sabía bien que no debía mirarla los ojos.
—Claramente lo sabes —dijo—. Has conocido a mi raza antes. Harbor. Aunque ella insistió en un
cuerpo humano completo. —La mujer rio. —Estúpido por parte de ella. Al menos sangró encima de
tu mundo y no del mío.
—No estoy hablando de eso. Yo sé que no eres humana. —Tomé una respiración y me estabilicé.
—. Sabes mi nombre. Me parece justo que yo sepa el tuyo.
La mujer me miró por un largo tiempo. Me quede en mi lugar, aun cuando la niebla se deslizaba
cada vez más a mí alrededor.
—No dije que fuera mi nombre. Dije que puedes llamarme así. —Me dedicó esta escurridiza, lenta
sonrisa que me recordó a un zorro. Mostraba lo suficiente de sus dientes.
—Estarías equivocada. —Una mentira, claro. Sabía muy bien qué quería.
Me miró por un largo tiempo, como si no pudiera decidir si estaba mintiendo o solo era estúpida. Me
di cuenta que ella pensaba que cualquiera era una posibilidad.
Inclinó su cabeza.
—No me confundas con Harbor —me dijo—. He estado haciendo esto por mucho, mucho más tiempo
que ella. Ese talismán que te prestó es uno de mi propia elaboración. Debió haber funcionado. Pero
el asesino ha tomado precauciones de las cuales no me di cuenta.
La mujer llevó su mano sigilosamente hacia la línea de mi garganta, acercándose, pero nunca
tocándome. Podía sentir el amuleto de Naji presionado sobre mi corazón.
Ella se movió más cerca. Su cuerpo emitía frío de la manera en que el de una persona normal da
calor. Ella no me tocó, sin embargo, y me di cuenta de que podría agradecerle a Naji por eso.
—Todavía puedes ayudarme —dijo la mujer—. Sería en tu propia voluntad y de esa manera siempre
es mejor. Y nunca esperaría que trabajaras gratis.
Sus plateados ojos se movieron por mi rostro hasta posarse sobre el amuleto.
––¿Dinero? Me refiero a dinero del Imperio, no unas inservibles monedas de las Mists.
Miré a través de ella, al espacio gris donde apareció por primera vez. Brillaba en los árboles, una
nube de tormenta que se desvió de su camino. Desde donde estaba, las Mists eran grises. No eran
nada.
—Mi lord estaría complacido si le llevas al asesino —me dijo—. Te daría una ayuda —Sonrió. —.
Miles de ayudas.
Su mano perfiló la línea de mi frente. No me podía tocar, pero todavía era como caminar dentro de
un tifón.
Y me llegaron estas imágenes a la mente. Yo con mi propia nave, delgada y alta, con velas del
color de la sangre. Y esa embarcación mía, tenía una tripulación que me escuchaba aun siendo
mujer y juntos saqueábamos las costas de Qilar y todas las tierras del Imperio. La Confederación
caía gracias a mí y ese navío. Todas las Confederaciones de piratas eran parte de mi armada y yo
reinaba sobre los océanos, la mujer más rica del mundo. Tenía amantes más hermosos que Tarrin
de Hariri, más hermosos que Naji. Era portadora de la magia del Otro Mundo que ponía los mares
bajo mi control y me daba poder sobre los tifones, tempestades, días soleados y vientos fuertes.
Quería creerle. Quería arrancarme ese abanico del pecho y aplastarlo contra el suelo para correr
por el bosque hasta que encontrar a Naji encorvado de dolor en un saco. Quería hacerlo, porque
en la superficie esa era la cosa con más sentido del mundo. Siempre toma el dinero, decía Papá.
Siempre puedes traicionar al contrato después si no te gustan los términos.
Pero también quería hacerlo porque Naji no me veía, él nunca me vería y, por razones que no podía
descifrar, eso me molestaba.
—Tenía atractivo, no mentiré. —Me alejé otro paso más, esperando que mis piernas no temblaran
demasiado. —Pero creo que te lo dejare a ti. No necesitas mi ayuda.
Los ojos de Echo se hicieron tan planos como espejos. La oscuridad de deslizó por el bosque. Los
arboles temblaron. La tierra rugió.
—No me puedes herir —le dije, rozando el lado del amuleto de Naji con mi pulgar. —. No te tengo
miedo.
Me enseñó los dientes, filosos y brillantes y dejó salir un lento, torturante siseo. Pero tenía razón.
No se movió para atacarme. Estaba protegida.
—Por supuesto que lo estoy. Ni siquiera puedes tocarme. —Traté de no pensar en ella leyendo mis
pensamientos.
—¿Por qué crees que tiraste tu espada en el bosque? —Su voz no era humana. Se deslizo hacia mí
y fue entonces que esa fría humedad llegó de nuevo, pero me quede quieta. —Puedo controlarte,
puedo forzarte a que me lleves a él…
Y entonces algo salió de la maleza, algo rápido y oscuro como la brea. Una espada voló. Cortó a
través de la mujer y su niebla negra, y esta vez no hubo ninguna luz esteral que se regara sobre mis
ropas. Ella solo se había evaporado. La entrada a las Mists se secó como si hubiera sido dejada
demasiado tiempo al sol.
Me senté en las hojas de árboles transparentes y helechos húmedos.
Una rama se rompió a mi derecha. No me molesté en mirar sobre mi hombro. Sabía quién era.
—¿Ella se ha ido?
—¿Por qué?
Se paró al lado mío, la espada colgando a su lado. Mantuve mis ojos en el suelo y traté de no
pensar en lanzarla a la maleza.
Patee las hojas caídas, partiéndolas en pedazos, cavando un hueco en la tierra con el tacón de mi
bota. Los sonidos del bosque volvieron, pero el silencio entre los dos se tragó todo ese ruido.
—Ayudarla a encontrarte —No podía mirarlo. —. Me mostró todas estas cosas que podían pasar si
lo hacía, cosas increíbles. Mi propia nave, mi propia tripulación.
Naji se quedó muy quieto. Sabía que me estaba mirando incluso si me rehusaba a mirarlo a la cara.
—Porque no.
—Eso no responde mi pregunta. —La dureza en su voz cortó el líquido aire del bosque. Ahora sí lo
mire. Líneas arrugaban su frente. Sus ojos estaban hundidos. —No puedo seguir con esto, Ananna,
no si existe la posibilidad de que tú puedas entregarme al Otro Mundo. No si vas a huir cuando te
dije explícitamente… —Respiró hondo. —¿Qué te detuvo? ¿Por qué no la ayudaste?
—No voy a delatarte a tus enemigos —Me levanté, sacudiéndome el suelo del bosque de mi vestido.
—. Así que puedes dejar de preocuparte por eso. Pero aún estoy sedienta. Por eso me fui, estabas
en un trance y no te molestaste en traer agua.
No dijo nada. Comencé a patear alrededor de la maleza, tratando de encontrar el jarro de agua.
No recordaba haberlo tirado, pero era probable que eso se debiera a los embrujos del Otro Mundo.
—Está a unos pasos detrás tuyo —dijo Naji—. Debajo de aquel árbol.
Lo fulminé con la mirada y luego hurgué en la mojada vegetación hasta que sentí la lisa piedra
fría del tarro. Naji me esperó, sus brazos cruzados sobre el pecho y luego caminamos el resto del
camino hacia el arroyo, nuestro silencio pesado con los pensamientos que no expresábamos.
El arroyo nos estaba esperando como si nada inusual hubiera ocurrido. Burbujeaba y corría en su
lugar usual, bajo los pinos. Metí el jarro dentro del arroyo y el agua fluyó sobre mis manos, fría como
el hielo y recordándome del casi toque de Echo.
Naji paseaba de un lado a otro por el ruidoso bosque, derribando ramas de los árboles y aquellas
hojas brillantes y transparentes. Lo miré desde el lado del manantial y esperé a que los pensamien-
tos dejaran de sonar dentro de mi cabeza.
Finalmente me sentí tan cansada de escucharle pisoteando por el matorral que le pregunté—: Así
que supongo que descubriste dónde está el Mago Eirnin, entonces.
—Sí. —Dejó de pasearse, me miró y luego apartó la mirada. El viento empujaba a través de los ár-
boles, y las hojas brillaban y lanzaban puntos de luz pálida, y los troncos de los árboles se doblaban
y balanceaban. El repiqueteo sonaba por todas partes.
—¿Eso es todo?
Entrecerré mis ojos hacia él. Todavía no me miraba, y me di cuenta de que había algo que no me
estaba diciendo. Lo había hecho tanto cuando nos fuimos de Lisirra que me convertí en una maes-
tra en detectar todas sus omisiones. —No lo sé —le dije—, sino no estaría preguntando.
—El Mago Eirnin vive en el centro de la isla —dijo Naji—. No está lejos de aquí, eso es todo lo que
sé.
Suspiré y rellené el tarro agua una última vez. —Bueno —dije—. Supongo que deberíamos ir a
buscarlo. —Me enderecé y apoyé el tarro en mi cadera.
—Claro que sí. Es imposible decir dónde está el este u oeste en esta maldita isla. Es probable que
terminemos vagando por la choza antes de que encontremos al mago.
—Lo rastreé —dijo Naji—. Sé exactamente dónde está. —Su expresión se oscureció. —Exacta-
mente cómo supe dónde estabas cuando el Otro Mundo atacó.
Lo empujé para pasar, salpicando agua. No dijo nada más sobre el ataque del Otro Mundo, y le dejé
que me llevara hacia las partes más oscuras del bosque. La lluvia nos había estado amenazando
todo el tiempo que habíamos estado en el manantial, y ahora empezaba de nuevo en serio. Naji
avanzó como si ni siquiera le molestara, como si ni siquiera notara la lluvia, la luz gris y el olor del
suelo.
Caminamos durante mucho tiempo. La lluvia nubló mi visión y llenó la jarra de agua hasta desbordar.
Los árboles se agolpaban sobre mí, pareciendo más cerrado y empecé a preguntarme si serían las
Mists. Echo volviendo para una última pelea. Mis manos comenzaron a temblar.
Y entonces, así como así, los árboles desaparecieron y apareció esta pequeña casa redonda
construida de piedra asentada en medio de un jardín, con el humo saliendo de un agujero en el
techo.
El tiempo pareció detenerse. Me olvidé de las Mists y de la isla: cuando vi aquella casa, sólo estuvo
la maldición de Naji, que también era mi maldición. Y habíamos llegado tan lejos atravesando el
mundo para obtener la cura.
Naji ya estaba llamando a la puerta principal. Corrí por el jardín para unirme a él. Parecían plantas
normales, no las extrañas plantas fantasmas que habían crecido en la cueva de Leila. Se inclinaban
bajo el peso de la lluvia.
La puerta se abrió en un chasquido y apareció un trozo de rostro. Naji no dijo nada. Entonces la
puerta se abrió de par en par y este hombre estaba allí de pie, vestido con una túnica y pantalones.
Tenía ese aspecto de los pueblos del norte, como si alguien lo hubiera pinchado y todo el color se
le hubiera drenado de su pelo y piel.
—Bueno, mira quién está en mi porche —dijo, hablando en Empire con este singular acento siseante.
—. Un asesino y una pirata travesti.
Miré mi ropa, rasgada, desmenuzada y cubierta de barro, arena y sangre seca. Había olvidado que
estaba vestida como un niño.
—¿Así qué están aquí para matarme o para robarme? —dijo el hombre—. Por lo general, no me
parece útil resplandecer cuando hago actos de subterfugio, pero pues, sólo soy un mago.
Ya sabes, eso me cabreó. Habíamos viajado alrededor del mundo para llegar a él, y había monstruos
que nos perseguían y la maldición de Naji era imposible de romper, y aquí estaba él haciendo
bromas sobre nuestras profesiones. Di un paso adelante, empujando a Naji fuera del camino y
derramando agua en el porche. —Señor —dije—, ¿le parece que seamos capaces de cualquier tipo
de saqueo en este momento?
El hombre parecía querer reírse. —Aquel podría ser —dijo—. Pero tú te ves a medio camino de
cambiarte al bando de Kajjil.
—¿Qué? No es una de las palabras secretas. —El hombre le guiñó un ojo. —Aunque conozco a
muchas de ellas. Ustedes dos entren. Les prepararé algo caliente para beber y les daré un cambio
de ropa.
Naji se desplomó dentro la casa, y yo seguí detrás, poniendo la jarra de agua junto a la puerta para
no olvidarla al salir.
Era lindo, todo limpio y ordenado, con muebles sencillos de madera y ramos de flores secas
colgando de las vigas. Una sensación de protección pasó sobre mí cuando crucé por la puerta,
rara y fuerte como la sensación que tuve cuando me puse el talismán de Naji por primera vez. Me
dirigí directamente hacia la chimenea, porque había un fuego ardiendo allí, lengüetas de candentes
llamas. Naji se sentó a mi lado, con sus manos sobre las rodillas. La luz del fuego iluminó su rostro
y delineó sus cicatrices.
El hombre colgó una tetera sobre el fuego y jaló una silla. Me sentí como una niña de nuevo, sentado
a los pies de Papá mientras él me contaba historias. Pero el hombre no contó ninguna historia, se
inclinó hacia adelante y me miró severamente y luego a Naji. Luego agitó lo que había en la tetera.
—Seguro que lo soy. —El hombre miró sobre él. —Leila me hizo saber que estabas en camino y
me habló de la maldición. —Sus extraños ojos pálidos destellaron. —Y he oído tu nombre en los
susurros del viento estos últimos días. —Él volvió su mirada a mí. —Veo que saliste ilesa de su
encuentro con las Mists.
Eirnin se puso de pie. —Te prometí ropa limpia, ¿no es así? Conseguiré algo entre mis cosas.
Espera aquí. —Caminó por la habitación y revolvió en un tocador. Lo miré. Naji miraba el fuego.
—Aquí tienes. —Sacó un largo vestido de color perla, de tejido grueso y cálido, los bordes recortados
en encaje y un abrigo de hombre gris y me arrojó a ambos. —Puedes cambiarte en la habitación
de atrás si quieres.
Había pasado un tiempo desde que usé un vestido apropiado, pero realmente, tener cualquier ropa
limpia era una bendición de Kaol. Entré en la habitación de atrás y quité mi ropa vieja y húmeda y
la apilé en el suelo.
Hubiera sido agradable tomar un baño antes de cambiarme, pero no sabía si confiaba en un baño
en la casa de un mago. Sin embargo, ponerme ropa nueva me hizo sentir mejor, a pesar de todo lo
que había sucedido, más caliente, también, porque estos estaban secos.
Cuando volví a la habitación principal, Naji estaba vestido como un perfecto caballero, con una
camisa blanca y pantalones de color marrón oscuro, sin nada de negro en él. Eirnin me entregó una
taza de cerámica llena con algo cálido y con olor dulce. Sabía que debía haber sido más cautelosa,
pero había estado empapada y fría y más sacudida por mi encuentro con las Mists de lo que me
importó admitir, así que tomé un sorbo y lavó el calor hasta el fondo de mi garganta. Era una
especie de licor, dulce como la miel pero picante, también. Me senté junto al fuego y bebí y bebí.
—¿Me puedes ayudar? —Naji preguntó.
Eirnin se echó a reír. —¿Ayudarte con una maldición imposible? —él dijo—. No lo sé, cuéntame
algo.
La habitación estaba muy tranquila. Todo lo que podía oír era el fuego crujiendo en la chimenea y
la lluvia susurrando por el tejado.
—Sabes que estás a salvo aquí —dijo el Mago Eirnin—. No trato con el Otro Mundo.
Naji apretó sus dedos alrededor de su taza. La luz del fuego talló su rostro en bloques de oscuridad
y luz.
—Estaba en el norte —dijo—. Tenía una misión. Localizar al líder de un grupo disidente que había
huido allí. —Sorbió su bebida. —Era invierno, estaba oscuro, hacía frío. Había rastreado al líder
hasta el asentamiento de una de las tribus del norte. Lo habían aceptado dentro de esta. Terminé
matando a algunos miembros de la tribu. No tenía la intención, pero el líder me esperaba... o a
alguien como yo... —La voz de Naji se apagó.
—Entonces, ¿cuál de esas, ah, muertes accidentales te ha traído la maldición? —preguntó Eirnin.
—No lo sé, me atraparon, la única vez que me pillaron, y me arrastraron hacia la nieve. Todo era
blanco, y entonces una mujer salió de una de las tiendas. Parecía tallada en hielo. Era una anciana,
más antigua que las montañas. Ella me dijo que algún día alguien me salvaría la vida. Y cuando eso
pasara, yo estaría en deuda con él para siempre. Tendría que protegerlo.
La pregunta de Eirnin rompió el hechizo de la voz de Naji. Salté sobre un pie y derramé algo de mi
bebida en el frente de mi vestido. Naji no miró a ninguno de los dos, sólo miró al fuego.
—Bueno, es una maldición —dijo Eirnin con suavidad—. No puede evitarlo. —Entonces le dijo a
Naji—: ¿Qué pasa si no la mantienes a salvo?
—Me lastima.
—Un dolor de cabeza, un dolor en el pecho o en las articulaciones, depende del nivel de la amenaza.
—Pensé en el encuentro con Echo en el bosque, sobre la fría niebla.
Eirnin asintió.
—¿Entonces puedes ayudarme? —Naji se dio la vuelta y la expresión en su rostro fue tan
desesperante que, por un momento, mi estómago se retorció en empatía.
Eirnin no hizo nada, sin embargo, no retrocedió, ni siquiera actuó como si estuviera asustado.
—¿Qué esperabas, Jadorr›a? Es una maldición imposible. Ya lo sabes. Incluso ella sabe eso. —Él
inclinó la cabeza hacia mí.
—Pero conozco a esa mujer, sin embargo, esa mujer de hielo. Es muy tradicional, y siempre lanza
sus hechizos al viejo estilo del norte. —Eirnin hizo una pausa. Sus ojos brillaron de nuevo. —El
norte es diferente de los lugares cálidos civilizados del mundo, tenemos diferentes entendimientos
de las cosas, de las palabras.
Nadie habló. La casa pulsó dos veces con la energía maníaca de la magia. Me di cuenta de que
estaba conteniendo la respiración.
—Lo que los magos del Imperio llaman una maldición imposible no es lo que nosotros llamamos
una maldición imposible, una maldición del norte es imposible en el sentido de que es incurable.
Naji saltó a sus pies, su cuerpo duro y tenso bajo su ropa limpia. La espada brillaba a su lado. —
Entonces, ¿por qué dijiste que no me podías ayudar?
—No está en mis manos curar tu maldición. —Eirnin se recostó en su silla y presionó las puntas
de los dedos. —Si quieres romper una de las maldiciones imposibles del viejo norte, tienes que
completar tres tareas imposibles.
La energía que crujía a través de la casa se extinguió como un rayo. Pero Naji mantuvo los ojos fijos
en Eirnin, su mirada fuerte y segura.
—Lo sé. Los olí en ti en cuanto entraste por la puerta. —Eirnin sonrió pero no dijo nada más.
En este punto pensé que estaba tomando toda la fuerza de voluntad de Naji para no lanzar al tipo
como había hecho con Antaño. Supuse que Eirnin lo sabía también. Podía ver cómo se había
llevado bien con Leila.
Bien. No tenía ni idea de lo que era una piedra estelar, pero no pensé que sonara tan mal. Había
muchas princesas alrededor. Aunque Naji siguió mirando fijamente a Eirnin.
Naji apretó sus manos contra el costado de la taza, su rostro se retorció de ira. Esperé a que la taza
se rompiera.
Eirnin sonrió. —La tercera tarea —dijo—, es experimentar el beso del verdadero amor.
—Totalmente. Tendrás que encontrar a alguien que te ame por lo que eres. —El hizo una pausa.
—Y buena suerte con eso, asesino.
Algo brilló en mi corazón, como la primera estrella que sale al caer la noche. Pero entonces Naji
abrió la boca.
—¡Leila! —Eirnin rugió de risa. —Esa mujer nunca ha amado a otro ser humano en toda su vida,
y nunca lo hará. No pondría todos mis huevos en esa canasta en particular, si fuera tú. Lo cual,
afortunadamente, no lo soy.
Naji se paró y lanzó su taza contra la pared. Salté al oír el sonido de la porcelana rompiéndose
y retorcí mis manos en el vestido. Quería un modo de salir de esa casa sin que nadie supiera el
porqué. Y un modo de alejarme de Naji, condenado sea el Otro Mundo.
Naji salió por la puerta principal y la golpeó con tanta fuerza que los cimientos se estremecieron.
Me levanté y alisé mi falda. Mezquino, este viejo era. Que desperdicio haberse molestado en venir
aquí, lejos de la civilización y de las personas que realmente podrían ayudar, a algún lugar que solía
pertenecer a un mundo de pesadilla.
—Las historias son ciertas. Este lugar surgió de las Mists. —Eirnin se inclinó hacia delante.
Estaba tan pálido que parecía un fantasma. —No te harán daño, lo sabes, no si creen que puedes
ayudarlos... Recuerda eso, querida mía, la próxima vez que Echo te llame, así es como se hace
llamar hoy, ¿no?
Me tambaleé hacia atrás al oír su nombre. —Debería irme. —Vacilé, sabiendo que nunca quieres
cruzar con un mago de la manera equivocada. —Gracias por la ropa y el... —Agité mi mano con la
taza. —Y por ayudar a Naji, ojalá pudieras haber hecho más...
—Estoy seguro que sí. —Él me dio esa extraña mirada de conocimiento que no me gustó ni un
poco. —Ten cuidado allá afuera, pequeña pirata, las cosas que salen de esos bosques saben cómo
llegar a ti. La Mists no son lo único por lo que debes preocuparte.
No había caminado mucho cuando Naji salió de la sombra de un pino. Grité tan fuerte que mi voz
resonó en el bosque. Había estado sumida en mis propios pensamientos. Estaba tratando de no
pensar en Echo y las Mists, pensaba en Naji en su lugar, y en lo que aprendí en la casa del Mago
Eirnin. Le había entregado mi corazón, a un maldito asesino con magia de sangre, sin ni siquiera
darme cuenta.
—¡Kaol y sus estrellas de mar sagradas! —Me detuve en medio del bosque, giré en dirección a su
casa. —Maldita sea, no voy a volver allí. —Me quité el pelo de los ojos. —Al menos nos dio algo
de beber.
Resopló y se lanzó al bosque, sin prestar atención al chasquido de las ramas. Caminé detrás de
él. —¿Y ahora qué? —dije.
—Eso no es lo que quise decir. —Corrí a su lado. —Quiero decir con la maldición. ¿Conoces una
manera de salir de la isla? Dijiste que la Orden te estaba protegiendo, ¿por qué no podían traernos
a los dos de regreso? No me digas que no es posible, conozco las historias.
—¿Saber qué? ¿Sobre la Orden? —Casi me reí. —¿Quieres decir que realmente pueden hacer
eso?
—Por supuesto que sí. —Pero entonces su expresión cambió. Pasó de duro y enojado a... casi
triste. —Hablé con ellos esta mañana, la magia es fuerte aquí, sin duda podrían enviar un acólito a
través del Kajjil.
El agua goteaba de los árboles y aterrizaba en manchas oscuras en mi nuevo abrigo. —No van a
venir, ¿verdad?
Naji me miró y luego sacudió la cabeza. Debería haber sabido que no sería tan fácil.
—¿Y por qué no? —Le llamé detrás de él. —. ¿No quieren molestarse contigo cuando las Mists
están pisándote los talones? ¿O eres mercancía dañada ahora que tienes esa maldición?
Él se detuvo. El viento onduló su pelo y su nueva ropa. Cuando se dio la vuelta, su rostro era una
máscara.
—No te habrían rescatado —dijo—. Ellos no se arriesgarían a traer a un forastero a través del Kajjil.
—Supongo que solo arruiné todo para ti, ¿no? Te doy dolores de cabeza y evito que te rescaten.
—Les dije que no —dijo—, incluso cuando pensé, cuando esperé, que Eirnin me hubiera curado.
—El mundo entero de repente parecía estar quieto. Naji y yo éramos estatuas. El bosque ya no
temblaba con el viento y la lluvia. Incluso el goteo se había detenido. Pero mi corazón seguía
latiendo, golpeando demasiado rápido dentro de mi pecho, amenazándome con abrirme.
—¿Qué? —susurré.
—Dame la mano —dijo Naji, y entonces se acercó a mí y la tomó sin esperar a que me moviera.
Las sombras se apiñaban alrededor de nosotros. No entendía bien lo que había pasado hasta que
estuvimos en la sombra de los pinos que crecían junto a nuestra cabaña.
—No me apetecía caminar por el bosque otra vez —dijo Naji, y se adentró en la cabaña, dejándome
temblando afuera.
—¿Qué quisiste decir con eso? —Me apoyé contra la puerta. —. Sobre quedarte conmigo aunque
estuvieras curado...
—Sí. —Me miró por encima del hombro. —Cierra la puerta, por favor. El viento apagará el fuego.
—Entré y me senté en el suelo a su lado. El fuego chisporroteó en la chimenea.
—Además —dijo—, las Mists te habrían arrebatado desde el momento en que me fuera. Incluso si
no te rindieras —Él apartó la vista mientras decía esto —, incluso si no estuvieras atada a mí por
esta maldición, ellas te habrían usado. De alguna manera.
El calor de mi corazón se congeló. —Puedo cuidar de mí misma —dije.
—Cualquier bebé de la Confederación sabe cómo construir una señal de fuego —continué—. Lo
habría hecho antes, pero pensé que debíamos primero curar tu maldición.
Lo fulminé con la mirada. —Sabes cómo hacerlo ahora, no es nada que podamos hacer en la isla.
Tendremos que construir una hoguera en la playa —dije—. Y alimentarla con madera verde para
que no deje de humear.
—Va a ser difícil mantener un fuego en la playa aquí —dijo Naji—. Por las tormentas.
—Eso no sería muy eficiente. —Él suspiró. —Conozco una manera, pero...
—¿Una manera para qué? ¿Para mantenerlo ardiendo? —Lo miré. —¿Entonces por qué no lo
hiciste tan pronto como te dijeron que no nos rescatarían?
—Kaol —dije—. Te gusta estar aquí, ¿verdad?, te gustan las islas lluviosas y frías en la otra mitad
del mundo. No es de extrañar que seas un asesino.
Él abrió la boca. Y la cerró. Luego dijo—: Las cicatrices no surgen espontáneamente de la noche a
la mañana, Ananna, proceden de algún lugar.
Me tomó más tiempo de lo que debería averiguar lo que estaba tratando de decirme. —Oh —dije—.
Oh, entonces no tienes que… yo puedo encender el fuego...
Naji se levantó y pasó frente a mí. Metió un palo en la chimenea y lo movió con un chorro de ceniza
y chispas.
—Está bien —dijo, con una voz que sugería que no lo estaba.
—Naji...
Salió de la cabaña, y por un momento me senté allí, sin saber si quería quedarse solo. El viento se
levantó y golpeó las ramas de los árboles contra el costado de la cabaña, y pensé en cómo, si no
fuera por mí, estaría fuera de la isla ahora mismo, de regreso en el seco y fragante calor de Lisirra.
Y entonces me pregunté cómo se había hecho exactamente cada una de las cicatrices que él tenía,
si él había tenido a alguien para ayudarlo cuando todo salió mal.
Con los dos trabajando juntos, no nos tomó mucho tiempo conseguir una pila de buen tamaño.
Escogí la hoguera de la arena. Naji sacudió la cabeza hacia la pila de leña y la tiré al fuego. Las
agujas de pino se enroscaron y ennegrecieron hasta convertirse en cenizas.
—Retrocede —dijo Naji, su voz una sorpresa después de que trabajáramos en silencio durante
tanto tiempo.
Sacó su cuchillo y levantó la manga de su túnica. Sus cicatrices resplandecían ligeramente, trazando
caminos por su brazo, socavando el resplandor de su piel. Cerró los ojos, se puso a cantar y se
clavó el cuchillo en la piel. El fuego se iluminó, convirtiéndose en un color oro que nunca había visto
en el fuego antes. Sentí algo tirando del borde de mis pensamientos, tratando de arrastrarme más
cerca.
La sangre goteaba del brazo de Naji, salpicaba a través de la playa. Atrapó algunas de las gotas
con su mano libre. Su canto sonaba como si viniera de mil voces a la vez. Yo quería estar más cerca
del fuego, pero sabía que necesitaba hacer lo que él decía y quedarme atrás.
Y entonces arrojó la sangre a las llamas y hubo un ruido como un susurro y el fuego estalló tan caliente
y brillante que caí hacia atrás en la playa. Todavía era oro brillante, y las figuras se entrelazaban
en las llamas, girando y bailando, y Kaol me ayudara, pero pude sentir su desesperación, como si
cuando ellos dejaran de bailar todo mi mundo terminaría.
Naji me agarró por el brazo y me hizo ponerme de pie. Dejó una mancha de sangre en la manga
de mi abrigo.
Casi dije, es sólo un fuego, pero la luz de la llama se apoderó de sus cicatrices y lo pensé mejor.
Miré al fuego, la luz dorada y los cuerpos bailando, y pensé en las historias sobre asesinos que
Papá siempre me contaba. Cómo no había manera de derrotarlos, no había forma de intimidarlos.
Es curioso cómo las historias pueden ser erróneas.
Naji me condujo por la playa, con una mano agarrando mi brazo. Cada vez que trataba de mirar
hacia atrás al fuego, me jalaba hacia adelante de nuevo. Cuando nos alejamos lo suficiente, dejó
caer la mano y se detuvo en la playa. El viento marino le voló el cabello de la cara, revelando las
líneas oscuras de las cicatrices. La arena oscura se agitaba alrededor de nuestros pies. Era casi
del mismo color que el cielo.
—Para ti —dijo—. Todavía voy a tener esta maldición, si Marjani viene por nosotros o no. Sí alguien
viene por nosotros o no.
—¡Todavía me importará! ¡Estoy tan maldita como tú! Tengo que seguirte y no puedo hacer nada
de lo que yo quiera hacer. No puedo parar en una isla de piratas, no puedo trabajar el aparejo en
una nave de la Confederación.
El no respondió.
—Y de todos modos no es realmente imposible —le dije—. ¿No es eso lo que el mago estaba
tratando de decir? Sólo tienes que completar esas tres tareas...
Naji se volvió hacia mí, y yo esperaba furia pero todo lo que conseguí fue esa mirada de tristeza
que hizo que mi corazón se apretara. —Las tareas son imposibles —dijo—. De ahí viene el nombre.
Tres tareas imposibles, una maldición imposible.
Casi lo dije en voz alta. Casi dije, estoy enamorada de ti. A pesar de que no tenía sentido, estar
enamorada de él, a pesar de que me cabreaba, porque a veces me trataba como una niña y se
enfurruñaba cuando estaba de mal humor y odiaba el océano. Pero yo lo amaba y si lo besaba
entonces completaría una de las tareas.
Y si una de las tareas era completada, entonces las otras dos podrían ser completadas.
Naji se sentó en la arena, con las piernas estiradas frente a él. Se veía tan triste que pensé que
no podría soportarlo. Después de unos momentos, me senté a su lado. El mar se filtraba sobre
nosotros, y yo podía probar la sal detrás de mi garganta.
—No creo que las tareas sean realmente imposibles —le dije.
Él no respondió. Me le acerqué y le puse una mano en el hombro. Inclinó su cabeza hacia mí, su
cabello cosquilleó la parte superior de mis nudillos.
—Calla. Ella vendrá. Y luego nos pondremos en un bote, y encontraremos las estrellas de la princesa
y entraremos en batalla tras batalla hasta que descubras una manera de crear vida a partir de la
lucha.
Frunció el ceño hacia la línea del horizonte. La luz gris del norte cayó alrededor de nosotros como
lluvia, y el mar se estrelló contra la parte inferior de la isla.
Facebook: Traducciones
Independientes