Libros de Los Reyes

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TEMA V.

LIBROS DE LOS REYES

BIBLIOGRAFÍA: L. ALONSO SCHOKEL, Reyes (Madrid: Cristiandad, 1973); P. GIBERT, Los


libros de Samuel y de los Reyes (Cuadernos Bíblicos 44; Estella: Verbo Divino, 1984); A.
GONZÁLEZ LAMADRID, Las tradiciones históricas de Israel (Estella: Verbo Divino, 1993); P.
BUIS, El libro de los Reyes (Cuadernos Bíblicos 86; Estella: Verbo Divino, 1995); J. M.
SÁNCHEZ CARO (ed.), Historia, Narrativa, Apocalíptica (Estella: Verbo Divino, 2000); F.
VARO, Antiguo Testamento: Libros Históricos (ISCR, Pamplona, 2002); M. A. TÁBET,
Introducción al Antiguo Testamento. I. Pentateuco y Libros Históricos (Madrid: Palabra, 2004).

Cuatro siglos de la historia de Israel: eso es lo que nos relatan los dos libros de
los Reyes. Y no unos siglos cualesquiera, sino los siglos de los reyes y de los
profetas, desde David hasta el destierro, pasando por Elías y Eliseo, Isaías y
muchos otros. El libro abarca un período histórico que se extiende desde los
últimos años del reinado de David y la subida al trono de Salomón (alrededor del
970 a. C.), hasta la destrucción de Jerusalén y el exilio a Babilonia (587 a. C.);
por tanto, desde el apogeo del reino, alcanzado en todo su esplendor político,
militar, religioso, cultural y literario en la época de David y Salomón, hasta los
acontecimientos que produjeron un nuevo cambio crítico en la historia del
pueblo de Israel, con el fin de la monarquía. La época está marcada por la misión
de los más grandes profetas de Israel: Elías, Eliseo, Amós, Oseas, Isaías, Miqueas,
Jeremías y, probablemente, el comienzo de la predicación de Ezequiel, además de
la actuación de otros profetas menores. Desde el punto de vista político-religioso,
esta fase se encuentra agitada contínuamente por la actividad militar de los tres
grandes imperios que dominan el Medio Oriente: a) Asiria, principalmente bajo
Asurbanipal (884-859), Salmanasar III (859-824), Tiglat Piléser (745-727),
Salmanasar V (727-722), Sargón II (721-705) y Senaquerib (704-681); b) El
nuevo imperio babilónico, que emerge después del 612 y es llevado a su apogeo
bajo el dominio de Nabucodonosor (605-562) para tocar su fin con Nabónido y su
hijo Baltasar (555-538); c) Egipto, que alterna tiempos de crisis y momentos de
gran auge bajo los faraones Sisac (945-924) y Necao (609-594). Estos libros no se
escribieron para los curiosos de la historia, sino para todos los israelitas, ya que
todos tenían necesidad de comprender lo que les había pasado en el 587. ¿Por qué
Dios no había protegido a Jerusalén como lo había hecho antaño? ¿Por qué David
no tenía descendientes en el trono, tal como se lo había prometido el Señor? ¿Por
qué estaba el templo en ruinas? Entonces los escribas se acordaron de las palabras
de los profetas que habían anunciado todo aquello. Reescribieron la historia de
los reyes, no ya como se escriben unos Anales para la gloria de los soberanos, sino
como la historia de la alianza con Dios, una historia escrita a la vez por la libertad
de los hombres y por la fidelidad de Dios para con su pueblo.

Los libros de los Reyes, como los de Samuel, constituían una sola obra en la
Biblia hebrea. Si se ha dividido en dos, ha sido por razones prácticas, como se hizo
también con el libro de Samuel o con el de las Crónicas, demasiado voluminosos

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para formar un solo rollo. Corresponde a los dos últimos libros de los Reinos en la
LXX y de los Reyes en la Vulgata.

1. División y estructura del libro de los Reyes

Lo que podríamos llamar la armadura del libro comienza por el final del
reinado de Salomón, en 1 Re 11,41: se trata de una serie de reseñas
estereotipadas sobre cada uno de los reyes, dentro de las cuales se insertan unos
relatos más desarrollados. Dado que, al morir Salomón, Israel se dividió en dos
estados, habrá dos series de reseñas: los reyes de Judá y los reyes de Israel. Se
entremezclan siguiendo un sistema que tiene en cuenta las fechas de su reinado:
el comienzo de cada reinado se sitúa históricamente en relación con las fechas del
otro reinado. Pongamos dos ejemplos, uno negativo y otro positivo:

«El año treinta y uno del reinado de Asá de Judá subió Omrí al trono de Israel. Reinó doce
años: seis años en Tirsá y luego compró la montaña de Samaría... Omrí hizo lo que el Señor
reprueba: fue peor que todos los que le habían precedido. Siguió en todo la conducta de
Jeroboán, hijo de Nabat, y los pecados que éste había hecho cometer a Israel... El resto de las
acciones de Omrí, lo que hizo, la valentía que demostró, ¿no está escrito en el libro de los
Anales de los reyes de Israel? Omrí se acostó con sus antepasados y fue enterrado en Samaría.
Su hijo Ajab reinó en su lugar» (1 Re 16,23-28).

«El año cuarto del reinado de Ajab, rey de Israel, subió al trono de Judá Josafat, hijo de Asá.
Tenía treinta y cinco años cuando subió al trono y reinó 25 años en Jerusalén; su madre se
llamaba Azubá, hija de Siljí. Siguió en todo la conducta de su padre Asá..., haciendo todo lo
que el Señor aprueba; sin embargo, no fueron suprimidos los santuarios... El resto de las
acciones de Josafat, la valentía que demostró y las guerras que hizo, ¿no está escrito en el
libro de los Anales de los reyes de Judá? Josafat se acostó con sus antepasados y fue enterrado
junto a ellos en la ciudad de David. Su hijo Jorán reinó en su lugar» (1 Re 22,41-44.46.51).

Si se leen seguidas estas reseñas, impresiona su regularidad. Un rey que reina


40 años y otro que es derribado al cabo de ocho días tienen derecho a la misma
reseña. Esto indica que el movimiento de la historia prima sobre las aventuras
personales de sus agentes. Y entonces aparecen ya ciertas tendencias en este
cuadro tan sencillo. En Judá todos los reyes son descendientes de David y los
golpes de estado nunca ponen en discusión los derechos de la dinastía. Al
contrario, Israel, el reino del Norte, se caracteriza por su inestabilidad: las
dinastías se barren unas a otras y el reino de Israel contará 20 reyes en 211 años,
frente a solamente 11 (ó 12) en Judá. A partir de aquí es como pueden señalarse
las grandes divisiones de la historia que nos refiere este libro. El elemento más
importante de estas reseñas es el juicio que se da sobre la conducta de cada rey.
Para los reyes de Israel el juicio es siempre negativo, pero hay unos reyes peores
que otros y de algunos se dice que fueron menos malos (Jehú en 2 Re 10,30-31;
Oseas en 2 Re 17,2). Para los reyes de Judá los juicios son variados. Tres de ellos
reciben la mejor calificación, la de haber seguido el ejemplo de David: Asá,
Ezequías y Josías. De otros se dice que hicieron lo que aprueba el Señor, pero que
toleraron los santuarios rivales de Jerusalén. Otros, finalmente, hicieron lo que

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reprueba el Señor a imitación de los reyes de Israel (Acaz, 2 Re 16,3), de los
cananeos (Manasés, 2 Re 21,2) o de sus predecesores. Estos juicios sumarios que a
menudo matizan las reseñas revelan la ideología de sus autores: adhesión a la
dinastía de David, condenación de todos los santuarios fuera del de Jerusalén,
rechazo de todos los cultos a los dioses extranjeros.

En la narración de 1-2 Reyes se pueden distinguir tres momentos principales:

1. REINADO DE SALOMÓN (970-931) (1 Re 1-11)


1.1. Salomón sucede a David (1 Re 1-2)
1.2. Esplendor de Salomón (1 Re 3-10)
Salomón sabio (1 Re 3, 1 – 5, 14)
Salomón constructor (1 Re 5, 15 – 9, 9)
Fama y gloria de Salomón (1 Re 9, 10 – 10, 29)
1.3. Decadencia y fin del reinado de Salomón (1 Re 11)
2. HISTORIA PARALELA DE LOS DOS REINOS separados hasta la desaparición del reino
del norte (722 a. C.) bajo la invasión asiria (1 Re 12 – 2 Re 17)
2.1. División del reino de Salomón (1 Re 12-13)
2.2. Historia de los dos reinos hasta Elías (1 Re 13-16)
2.3. Ciclo de Elías (1 Re 17 – 2 Re 1)
2.4. Ciclo de Eliseo (2 Re 2-8)
2.5. Historia de los dos reinos hasta el fin de Samaría (2 Re 9-17)
3. HISTORIA POSTERIOR DEL REINO DEL SUR hasta la destrucción de Jerusalén
(587 a. C.) y el exilio en Babilonia (2 Re 18-25)
3.1. Reinado de Ezequías (2 Re 18-20)
3.2. Reinados de Manasés y Amón (2 Re 21)
3.3. Reinado y reforma de Josías (2 Re 22, 1 – 22, 30)
3.4. Últimos reyes de Judá (2 Re 23, 31 – 25,30)

2. Contenido y mensaje fundamental.

Vamos a continuación a hacer una lectura cursiva del texto indicando el


contenido más importante. Seguimos, para ello, los tres momentos principales de
la estructura del libro.

2.1 El reinado de Salomón (1 Re 1-11).

Los dos primeros capítulos narran el desenlace final de la historia de la


sucesión de David (continuación de 2 Sam 9-20) y los preliminares del reino de
Salomón. En 1 Re 3-11 encontramos un díptico de diferente amplitud donde
Salomón es presentado como el rey sabio. Su esplendor es descrito en 1 Re 3-10:
Dios le concedió un corazón sabio e inteligente (3, 12). Esta sabiduría se
manifiesta en diversos sucesos de su reino: prudencia para gobernar (3, 16-28),
cuidada organización del reino (4-5), espléndidas construcciones: templo (6, 1-

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38; 7, 13, 51), el palacio real (7, 1-12), su fama se extiende, visita de la reina de
Saba (10, 1-13), etc. Su decadencia se narra en 1 Re 11. La causa teológica de la
misma se encuentra en los graves pecados de Salomón, especialmente la idolatría,
por consentir las veleidades religiosas de las mujeres extranjeras con las que
contrajo matrimonio (1 Re 11, 9-13). A su muerte (931 a.C.), bajo su sucesor,
Roboam, tuvo lugar el cisma y la división del reino (1 Re 12, 16-19). Las diez
tribus del norte siguieron a Jeroboam, que había sido el superintendente de las
obras realizadas por Salomón. Sólo una tribu siguió a Roboam, la de Judá (la tribu
de Simeón había desaparecido prácticamente). Al cisma político se vino a añadir
el cisma religioso: Jeroboam construye dos santuarios cismáticos en Dan y Betel
(1 Re 12, 15-33).

2.2 La historia sincrónica de los dos reinos (1 Re 12 – 2 Re 17).

En esta sección encontramos un relato paralelo o sincrónico de los dos reinos.


Este período atraviesa por tres etapas:

a) Períodos de luchas (931-874), hasta Omrí, sexto rey de Israel (881-874).


Omrí extendió su dominio sobre Moab y transfirió la capital desde Tirsá (donde
estaba desde Jeroboam) a Samaría. Pero su valoración teológica fue negativa (1
Re 16, 25-6).

b) Período de paz (874-841) (1 Re 17 – 2 Re 8). Gracias a las buenas


relaciones entre Omrí de Israel y los reyes de Judá: Asá (911-870) y Josafat (870-
848) se abrió una etapa de paz. Al bienestar político se unió, sin embargo, la
entrada en el reino del sur de un creciente sincretismo religioso, que ya había
invadido el reino del norte desde que Ajab (874-853), hijo de Omrí, tomó como
mujer a Jezabel, princesa fenicia, la cual introdujo el culto a Baal y construyó un
templo en Samaría en su honor (1 Re 16,32). Contra este culto a Baal
encontramos a los profetas Elías y Eliseo (1 Re 17 – 2 Re 13).

c) Período de luchas (841-722) (2 Re 9-17). Comienza con la toma del poder


en Israel por parte de Jehú (841-813) que funda una nueva dinastía, suplantando
a la de Omrí. En Judá usurpa el trono Atalía, hija de Ajab de Israel y de Jezabel (2
Re 8, 18). Atalía estaba casada con Joram, rey de Judá (848-842). A la muerte de
éste y de su hijo Ocozías (842), asesinado por Jehú, Atalía ocupa el trono de Judá.
Realiza una matanza de todos los descendientes de la dinastía davídica. De este
asesinato en masa, sólo escapa el joven Joás que es escondido por el sumo
sacerdote y educado por él, siendo proclamado rey seis años después. Este período
acaba con el asedio y la tomade Samaría (721 a.C.) por parte de Asiria,
capitaneada por Salmanasar V y por Sargón II. En este período encontramos dos
profetas: Amós y Oseas. En su historia que dura 210 años, el reino del norte tuvo
19 reyes pertenecientes a 9 dinastías distintas.

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2.3 Ciclos de Elías y Eliseo (1 Re 17 – 2 Re 13)

Estos profetas no son escritores, pero ocupan un puesto especial por la


enérgica defensa de la fe en Yahvé y por el papel religioso desarrollado en un
período de fuertes vicisitudes políticas del reino del norte. Elías ejerce su
ministerio bajo Ajab y Ocozías. Es un profeta itinerante, de ascetismo religioso,
con un gran celo por las cosas de Dios, que busca la renovación religiosa a través
de la conversión personal y nacional en conformidad con los preceptos de la
Alianza. Su ministerio se desarrolla en el reino de Israel en una época marcada
por la idolatría y el sincretismo. Su nombre (Yahvé es mi Dios) está indicando su
misión. Su elogio lo encontramos en Eclo 48,1-11. Eliseo, por su parte, es llamado
a la misión profética por Elías (1 Re 19,19-21) y continúa la misión de éste (2 Re
2,9-14). Su elogio está en Eclo 48,12-14.

2.4 El Reino de Judá tras la destrucción de Israel (2 Re 18 – 25)

En los 135 años que siguen a la caída del norte, en el sur se alternan períodos
de impiedad con momentos de gran espiritualidad y de reforma religiosa. Se da un
gran despertar religioso especialmente bajo dos reyes de Judá: Ezequías (716-687)
(2 Re 18,1-20; 21), cuyo profeta consejo va a ser Isaías, y Josías (640-609) (2 Re
22,1-23; 30) en cuyo reinado actúan varios profetas, especialmente Jeremías.
Entre estos dos reyes tiene lugar un período oscuro de impiedad idolátrica con
Manasés y Amón. Tras Josías, sus sucesores llevan a la nación a un desastroso
final. Nínive, capital de Asiria, es destruida en el 612 a.C. por ejércitos
babilónicos y medos. Se impone Babilonia. El reino de Judá cae bajo
Nabucodonosor, Jerusalén y el templo son destruidos y la población deportada en
el 587 a.C. El libro 2 Reyes termina (25,22-30) relatando la suerte de quienes se
quedaron en Jerusalén, el asesinato de Godolías (gobernador impuesto por
Nabucodonosor) y la liberación de Joaquín, tras la muerte de Nabucodonosor. El
reino de Judá duró 380 años y gobernaron 20 reyes, todos, escepto el período de
Atalía, pertenecientes a una sola dinastía, la davídica.

2.5 Conclusión: mensaje fundamental

¿Podemos definir ahora cuál es el contenido, el mensaje esencial, la lección


que hay que sacar por encima de todo de 1-2 Re? Más en concreto, ¿qué efecto
pudo producir este libro en sus primeros lectores? Eran posibles dos lecturas: una
pesimista, la otra optimista.

- Pesimista: el sistema estatal instituido por David no aseguró al pueblo de


Israel ni la posesión tranquila del suelo ni la fidelidad a la alianza. Ésta se rompió
y quedaron anuladas las promesas a los antiguos. Dios dio varias oportunidades a
los dos reinos, pero el balance es francamente negativo. Está claro que el pueblo
de Dios no puede ser una nación como las demás.

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- Optimista: a pesar de su final dramático, esta historia conoció momentos
felices, horas gloriosas, cambios inesperados hacia el bien. Israel ocupó su lugar en
el mundo y en la historia. La mayor parte de las promesas se realizaron durante un
tiempo notable y no se perdió todo: las guerras y las deportaciones no fueron un
genocidio. Aunque disperso, el pueblo sigue existiendo. Y tiene todavía un jefe:
Jeconías, un descendiente de David, reconocido como rey por los babilonios (2 Re
25,27-30), y su descendencia está asegurada. La misma prueba es un signo de que
el Señor no se ha retirado de la historia: sigue aún activo en ella.

La primera lectura podría llevar a la desesperación, a una resignación estéril.


Pero puede también invitar al lector a reconocer sus infidelidades y a cambiar de
vida. En todo caso, a ello es a lo que nos invita la segunda lectura. No habrá
porvenir sin una conversión profunda de todo el pueblo. Hay que notar que esta
conclusión no se indica en el libro (excepto en 1 Re 8,46-51), quizás porque se
trata de algo evidente. A partir de aquí se puede imaginar el porvenir de muchas
maneras: 1) No habrá porvenir: Israel ha dejado de representar su papel; 2)
Habrá un porvenir para el pueblo, pero es inútil imaginárselo y programarlo. Lo
que hay que hacer simplemente es confiar en el Señor (ésta es poco más o menos
la conclusión de Lv 26,42-45); 3) El pueblo de Dios seguirá existiendo, pero de
una forma muy distinta, quizás incluso sin un territorio nacional, sin templo y sin
culto. Es lo que vivirán aquellos que escojan seguir viviendo en la diáspora; 4)
Dios restablecerá el reino de David, pero con instituciones corregidas y con un
pueblo renovado al que se le dará un «corazón nuevo». Puede presentarse ya su
programa, como lo hacen Ezequiel y, en otro sentido, la segunda parte del libro de
Isaías (Is 40-66).

3. Formación e historicidad fundamental

Los libros de los reyes tuvieron un proceso de formación muy largo


empleando diversas fuentes de procedencia y de épocas diversas. Lo vemos a
continuación.

3.1 Fuentes de los libros

La aportación deuteronomista a su obra histórica fue más redaccional que


creativa: es mucha la cantidad de material que recogieron y seleccionaron a partir
de otras fuentes y obras previamente existentes. El conjunto de todos los
materiales que conforman los libros de los Reyes pueden catalogarse en los
siguientes grupos:

a) Material redaccional deuteronomista. Es el más reciente. Tenemos tres


tipos de textos: 1) Sumarios redaccionales: enmarcan los informes de cada uno de
los reyes de Israel y de Judá. Constan de los siguientes elementos (cfr. 1 Re 14,

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21.29-31; 15, 1.8.9-11.23-24): nombre del rey y de su padre, inicio del reinado
(sincronizado con el año del reinado del rey vecino), edad del rey al inicio del
reinado (sólo en Judá) y duración del reinado, nombre de la madre (sólo en Judá),
juicio religioso deuteronomista, hecho o hechos relevantes durante el reinado,
cita de fuentes para ampliación de datos, muerte y lugar de la sepultura y nombre
del sucesor. El elemento que mejor refleja la impronta deuteronomista es el
juicio religioso sobre cada rey, donde se abre proceso a la monarquía y se van
apuntalando los datos sobre los que descansará el juicio último de toda la Historia
Deuteronomista. Estos juicios son diversos según se refieran a los reyes del Norte
o del Sur. Para los reyes del Norte, el juicio es absolutamente negativo y se base
en dos criterios: «el pecado de Jeroboán» (el culto en los santuarios de Betel y
Dan y los becerros instalados en ellos) y los pecados añadidos por cada rey. Para
los reyes de Judá, cuyo modelo de referencia es David, encontramos tres tipos de
juicio: absolutamente positivo (sólo afecta a Ezequías y Josías, protagonistas de
reformas religosas que pusieron fin a la pluralidad de santuarios), positivo con
reparos (de seis reyes se dice que agradaron a Dios, como David, pero no
eliminaron los santurios locales) y negativo (para elresto de los reyes de Judá).

b) Discursos o reflexiones deuteronomistas. Suelen aparecer en momentos


culminantes de la historia (1 Re 8; 2 Re 17,7-23) y generalmente incluyen
valoraciones generales y visiones de conjunto de las grandes etapas de esta
historia, formulados a la luz de los principios básicos del Deuteronomio.

c) Glosas y retoques deuteronomistas (cfr. 1 Re 13,2; 2 Re 13,3-5; 14,6).


Entre estas glosas destacan las llamadas citas de cumplimiento muy abundantes
en los libros de los Reyes. El recurso a la fórmula profecía-cumplimiento es uno
de los elementos estructurantes y unificadoresmás importantes de la Historia
Deuteronomista.

d) Fuentes históricas oficiales. Entre el material previo a la redacción


deuteronomista destacan tres fuentes históricas citadas explícitamente en los
libros de los Reyes: el libro de la historia de Salomón (1 Re 11,41), el libro de los
anales de los reyes de Israel (1 Re 14,19) y el libro de los anales de los reyes de
Judá (1 Re 14,29). De ellas extrajeron los datos concretos relativos al reinado de
cada uno de los reyes y algunos de los episodios más significativos.

e) Otras fuentes históricas. No todo el material previo que utilizaron los


redactores procedía de fuentes oficiales. Determinados rasgos de composición,
estilo y vocabulario permiten identificar otros conjuntos literarios independientes:
1) la Historia de la sucesión: 1 Re 1-2 constituye el desenlace final de la Historia de
la sucesión al trono de David, una de las primeras obras de historiografía israelita,
escrita probablemente durante el reinado de Salomón y actualmente repartida
entre 2 Sam 9-20 y 1 Re 1-2; 2) La Historia de Salomón: serie de relatos en 1 Re 3-
11 que magnifican su sabiduría, sus riquezas y su fama, de origen sapiencial,

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escritos poco después de su muerte; 3) Crónica del Templo: de origen sacerdotal,
identificable en la sección dedicada a la construcción del templo (1 Re 5-7) y en
otras unidades que hablan de reformas y obras de restauración (2 Re 12; 16; 22-
23); 4) Otros relatos menores, como la rebelión de Jehú (2 Re 9-10), la historia
de Atalía y Joás (2 Re 11), la historia del cisma (1 Re 12-14), etc.

f) Fuentes proféticas. Una de las características más singulares de los libros de


los Reyes es la existencia de amplias secciones literarias protagonizadas por
distintos profetas. Además de los tres grandes ciclos de Elías (1 Re 17 – 2 Re 1),
Eliseo (2 Re 2-8) e Isaías (2 Re 18-20), encontramos otras secciones menores
dedicadas a Ajías de Silo (1 Re 11 y 14), a dos profetas anónimos de Judá y Betel
(1 Re13) y a Miqueas (1 Re 22).

Muchos autores consideran que una gran parte del libro había sido redactada
ya antes del exilio, quizá bajo el reinado de Josías, por los elementos favorables
que presenta a favor de la monarquía. Esta primera parte habría sido actualzada
después, durante el exilio.

3.2 Los libros de los Reyes como documento histórico

Una serie de rasgos nos permiten defender la validez de los libros de los Reyes
como documento histórico. Su objetivo material es la historia de Israel y de Judá
y, más en concreto, de sus reyes, desde Salomón hasta los últimos reyes de Israel y
Judá. Los materiales utilizados son, además, en su mayor parte, de carácter
histórico. La metodología empleada es predominantemente histórica: disposición
de los acontecimientos en su rigurosa sucesión histórica, recurso y cita de fuentes,
referencia a personajes y acontecimientos de la historia universal, etc.
Finalmente, encontramos un cierto rigor histórico. Aunque los autores
seleccionan los acontecimientos que les interesan para su fin teológico, no alteran
ni manipulan aquellos datos que parecen contradecir sus tesis fundamentales.

4. Claves teológicas de los libros de los Reyes

Las líneas teológicas que confluyen en los libros de los Reyes son tres:
deuteronomista, real y profética, formuladas desde el ángulo de enfoque de la
Historia Deuteronomista (el exilio) y unidas por la orientación última de los
redactares deuteronomistas (hacer una teología de la historia que ilumine el
presente y el futuro):

4.1 Teología deuteronomista

Los criterios o principios teológicos a partir de los cuales los redactores


revisan y juzgan la historia son los aportados por el libro de la Ley (nuestro actual
Deuteronomio) que en la reforma de Josías (2 Re 22-23) adquiere un peso

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definitivo. Los principios teológicos deuteronomistas más influyentes son:

a) La centralidad de la alianza: aunque también adquiere especial relevancia


la alianza davídica o promesa dinástica (cfr. 2 S 7), por la que Dios conserva y
sostiene a los reyes del Sur, es la alianza sinaítica o mosaica la que ofrece el marco
de las relaciones entre Yahvé y su pueblo. Esta alianza aparece mencionada o
aludida en momentos importantes (1 Re 8; 2 Re 11,17-18; 23,1-3) y es bilateral:
exige unas obligaciones expresadas globalmente en el libro de la Ley en forma de
fidelidad a los mandamientos y prescripciones, tanto para el pueblo como para sus
reyes. La alianza sinaítica será el criterio fundamental para el juicio y condena de
los reyes de Israel.

b) Monoteísmo (cfr. Dt 5,6-7; 6,4): excluye radicalmente cualquier tipo de


culto o reconocimiento de otras divinidades. En virtud de esta profesión de
monoteísmo, cualquier conato de idolatría será severamente condenado y pesará
como una losa en el juicio deuteronomista sobre los reyes de Israel (especialmente
Jeroboán y Ajaz) y de Judá (negativamente en Manasés, positivamente en
Ezequías y Josías).

c) El templo y la centralización del culto. Otro de los grandes ejes temáticos


de los libros de los Reyes es la tensión entre el templo de Jerusalén y los demás
templos o santuarios. Los extremos y momentos culminantes del eje serían la
construcción del templo por Salomón (1 Re 6-9) y su destrucción (2 Re 25,8-17).
Entre los extremos encontramos otros momentos significativos: la adopción de los
santuarios de Dan y Betel por parte de Jeroboán para que sus súbditos no bajaran
a Jerusalén, al reino de Judá, y la actitud de los reyes de Judá hacia el templo de
Jerusalén (profanaciones de Ajaz y Manasés, contrarrestadas por las reformas
purificadoras de Joás, Ezequías y Josías) y hacia los santuarios locales y sus
prácticas cultuales.

d) La respuesta del pueblo. Puesto que la alianza es bilateral, la aportación del


pueblo consistirá fundamentalmente en la fidelidad a su único Dios y en la
obediencia a los mandatos, decretos y preceptos estipulados en el libro de la Ley
(Dt). Este principio hace al pueblo responsable de su destino. Sin embargo, en los
libros de los Reyes se observa un importante cambio de perspectiva respecto al
resto de la Historia Deuteronomista. Si en los libros anteriores (especialmente en
Jueces), la responsabilidad del castigo y la necesidad de la conversión incumbía a
todo el pueblo, en los libros de los Reyes el mayor peso de la responsabilidad recae
en los reyes, pues son éstos os que con sus actitudes y decisiones salvan o hacen
pecar al pueblo y descargan sobre él el peso del castigo.

e) El exilio, referencia permanente en el libro de los Reyes. Encontramos


referencias al mismo en momentos decisivos. En la plegaria de Salomón, tras la
construcción e inauguración del templo, se contempla la remota posibilidad del

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exilio como lugar de conversión (1 Re 8,46-51). La segunda parte concluye con la
caída de Samaría y la deportación de los israelitas a Asiria (1 Re 17), un primer
exilio que es anticipación del segundo y definitivo exilio, si Judá no escarmienta
en cabeza ajena.

4.2 Teología de la monarquía

Las dos concepciones de la monarquía, que hemos venido viendo en toda la


Historia Deuteronomista, es especialmente patente en los libros de los Reyes,
donde encontramos dos tratamientos muy diferentes de los reyes del Norte y del
Sur: a) Diferencias en los juicios teológicos (totalmente negativos para los del
Norte; más variados para los del sur); b) Mientras que los diecinueve reyes del
norte se reparten en nueve dinastías distintas, los veinte reyes del sur, posteriores
a Salomón, pertenecen a una sola dinastía, la davídica, que lógicamente goza de
mayor estabilidad; c) Mientras que el modelo con quien se compara a los reyes de
Judá es siempre David, los reyes del Norte han de cargar con el pecado de
Jeroboán; d) La suerte de ambos modelos es también diferente. Mientras que la
monarquía del norte desaparece definitivamente con su último rey, Oseas (2 Re
17,1-6.20-23), la dinastía davídica deja la puerta entreabierta al futuro con el
indulto concedido a Jeconías (2 Re 25,27-30); e) Aunque ambos modelos
fracasaron históricamente, sólo la dinastía davídica tendría continuidad en las
futuras corrientes mesiánicas.

4.3 Teología profética

Los libros de los Reyes incorporan un gran número de textos proféticos.


Encontramos amplios ciclos proféticos, como los de Elías (1 Re 17 – 2 Re 1) y
Eliseo (2 Re 1-8), y capítulos enteros o secciones dedicados a frecuentes
intervenciones proféticas: Natán (1 Re 1-2), Ajías de Silo (1 Re 11; 14), Semayas
(1 Re 12,22-24), profetas anónimos (1 Re 13; 2 Re 9,1-13), Jehú (1 Re 16,1-
4.7.12), Miqueas, hijo de Yimlá (1 Re 22), Jonás, hijo de Amitay (2 Re 14,25),
Isaías (2 Re 19-20) y una profetisa, Julda (2 Re 22). Atendiendo a los tipos de
profeta que desfilan por el libro de los Reyes, hay que advertir que la mayor parte
responde al tipo de profeta cortesano, cercano o accesible a la corte donde ha de
proclamar su mensaje, aunque hay notables excepciones, como Elías (alejado de
la corte) y Eliseo (vinculado a comunidades de profetas). En cuanto al mensaje,
las intervenciones siguen dos direcciones: el ámbito político (Natán, Ajías, Eliseo,
Miqueas o Isaías) y el ámbito estrictamente religioso (el profeta anónimo de Judá,
Elías, Isaías y Julda).

4.4 Teología de la historia.

Los elementos más importantes son: a) Dios impulsa, guía y conduce la


historia, según su voluntad salvífica, de modo que ningún acontecimiento

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positivo o negativo escapa a su control; b) La mediación fundamental de la
intervención de Dios es la palabra divina, expresada en la ley de Moisés o
formulada por los profetas. Hay también otros mediadores: el mismo pueblo de
Israel con sus dirigentes a la cabeza y los demás pueblos que, cuando entran en
escena, lo hacen impulsados por la voluntad de Dios o, al menos, con su
consentimiento; c) El control divino de la historia no disminuye ni anula el
protagonismo o la responsabilidad de los hombres y pueblos. Al contrario, éstos
son siempre responsables de su historia; d) Relación del Dios de Israel y los
restantes pueblos. Puesto que Israel o Judá no viven su historia al margen de los
demás pueblos, sino que establecen con ellos distintos tipos de relaciones
(políticas, económicas, culturales, etc.), tampoco la historia y destino de éstos
escapan al control divino. Si bien la mayoría de las veces los pueblos son meros
isntrumentos de la intervención punitiva o salvífica de Dios para con su pueblo,
también pueden llegar a ser destinatarios directos de las acciones divinas, como
en el caso de la curación del sirio Naamán (2 Re 5) y de las bendiciones
concedidas a Tiro, Egipto o Asiria, o se convierten en testitos explícitos de su
poder (cfr. 1 Re 5, 21; 10, 9; 2 Re 5, 17).

4.5 Entre la decepción y la esperanza.

Por un lado, el hecho mismo del exilio es la constatación de un fracaso, fruto


de la infidelidad a Dios del pueblo y de sus reyes. Pero, por otro, hay un mensaje
positivo de esperanza: pues toda la historia anterior no ha sido totalmente
negativa, ya que ha conocido también grandes reinados, tiempos felices
(construcción del templo) o cambios radicales (reforma de Josías). Además, no
todo se ha perdido: aunque dividido entre la tierra desolada y la diáspora, el
pueblo sigue existiendo, siguen vigentes algunas promesas, Dios sigue hablando a
través de sus profetas. Por otra parte, el indulto concedido a Jeconías (2 Re 25,27-
30), como la posibilidad de la conversión desde el exilio, sustenta una esperanza:
si el pueblo se vuelve a Dios, Dios se volverá hacia el pueblo y lo hará volver a la
tierra.

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