Libros de Los Reyes
Libros de Los Reyes
Libros de Los Reyes
Cuatro siglos de la historia de Israel: eso es lo que nos relatan los dos libros de
los Reyes. Y no unos siglos cualesquiera, sino los siglos de los reyes y de los
profetas, desde David hasta el destierro, pasando por Elías y Eliseo, Isaías y
muchos otros. El libro abarca un período histórico que se extiende desde los
últimos años del reinado de David y la subida al trono de Salomón (alrededor del
970 a. C.), hasta la destrucción de Jerusalén y el exilio a Babilonia (587 a. C.);
por tanto, desde el apogeo del reino, alcanzado en todo su esplendor político,
militar, religioso, cultural y literario en la época de David y Salomón, hasta los
acontecimientos que produjeron un nuevo cambio crítico en la historia del
pueblo de Israel, con el fin de la monarquía. La época está marcada por la misión
de los más grandes profetas de Israel: Elías, Eliseo, Amós, Oseas, Isaías, Miqueas,
Jeremías y, probablemente, el comienzo de la predicación de Ezequiel, además de
la actuación de otros profetas menores. Desde el punto de vista político-religioso,
esta fase se encuentra agitada contínuamente por la actividad militar de los tres
grandes imperios que dominan el Medio Oriente: a) Asiria, principalmente bajo
Asurbanipal (884-859), Salmanasar III (859-824), Tiglat Piléser (745-727),
Salmanasar V (727-722), Sargón II (721-705) y Senaquerib (704-681); b) El
nuevo imperio babilónico, que emerge después del 612 y es llevado a su apogeo
bajo el dominio de Nabucodonosor (605-562) para tocar su fin con Nabónido y su
hijo Baltasar (555-538); c) Egipto, que alterna tiempos de crisis y momentos de
gran auge bajo los faraones Sisac (945-924) y Necao (609-594). Estos libros no se
escribieron para los curiosos de la historia, sino para todos los israelitas, ya que
todos tenían necesidad de comprender lo que les había pasado en el 587. ¿Por qué
Dios no había protegido a Jerusalén como lo había hecho antaño? ¿Por qué David
no tenía descendientes en el trono, tal como se lo había prometido el Señor? ¿Por
qué estaba el templo en ruinas? Entonces los escribas se acordaron de las palabras
de los profetas que habían anunciado todo aquello. Reescribieron la historia de
los reyes, no ya como se escriben unos Anales para la gloria de los soberanos, sino
como la historia de la alianza con Dios, una historia escrita a la vez por la libertad
de los hombres y por la fidelidad de Dios para con su pueblo.
Los libros de los Reyes, como los de Samuel, constituían una sola obra en la
Biblia hebrea. Si se ha dividido en dos, ha sido por razones prácticas, como se hizo
también con el libro de Samuel o con el de las Crónicas, demasiado voluminosos
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para formar un solo rollo. Corresponde a los dos últimos libros de los Reinos en la
LXX y de los Reyes en la Vulgata.
Lo que podríamos llamar la armadura del libro comienza por el final del
reinado de Salomón, en 1 Re 11,41: se trata de una serie de reseñas
estereotipadas sobre cada uno de los reyes, dentro de las cuales se insertan unos
relatos más desarrollados. Dado que, al morir Salomón, Israel se dividió en dos
estados, habrá dos series de reseñas: los reyes de Judá y los reyes de Israel. Se
entremezclan siguiendo un sistema que tiene en cuenta las fechas de su reinado:
el comienzo de cada reinado se sitúa históricamente en relación con las fechas del
otro reinado. Pongamos dos ejemplos, uno negativo y otro positivo:
«El año treinta y uno del reinado de Asá de Judá subió Omrí al trono de Israel. Reinó doce
años: seis años en Tirsá y luego compró la montaña de Samaría... Omrí hizo lo que el Señor
reprueba: fue peor que todos los que le habían precedido. Siguió en todo la conducta de
Jeroboán, hijo de Nabat, y los pecados que éste había hecho cometer a Israel... El resto de las
acciones de Omrí, lo que hizo, la valentía que demostró, ¿no está escrito en el libro de los
Anales de los reyes de Israel? Omrí se acostó con sus antepasados y fue enterrado en Samaría.
Su hijo Ajab reinó en su lugar» (1 Re 16,23-28).
«El año cuarto del reinado de Ajab, rey de Israel, subió al trono de Judá Josafat, hijo de Asá.
Tenía treinta y cinco años cuando subió al trono y reinó 25 años en Jerusalén; su madre se
llamaba Azubá, hija de Siljí. Siguió en todo la conducta de su padre Asá..., haciendo todo lo
que el Señor aprueba; sin embargo, no fueron suprimidos los santuarios... El resto de las
acciones de Josafat, la valentía que demostró y las guerras que hizo, ¿no está escrito en el
libro de los Anales de los reyes de Judá? Josafat se acostó con sus antepasados y fue enterrado
junto a ellos en la ciudad de David. Su hijo Jorán reinó en su lugar» (1 Re 22,41-44.46.51).
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reprueba el Señor a imitación de los reyes de Israel (Acaz, 2 Re 16,3), de los
cananeos (Manasés, 2 Re 21,2) o de sus predecesores. Estos juicios sumarios que a
menudo matizan las reseñas revelan la ideología de sus autores: adhesión a la
dinastía de David, condenación de todos los santuarios fuera del de Jerusalén,
rechazo de todos los cultos a los dioses extranjeros.
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38; 7, 13, 51), el palacio real (7, 1-12), su fama se extiende, visita de la reina de
Saba (10, 1-13), etc. Su decadencia se narra en 1 Re 11. La causa teológica de la
misma se encuentra en los graves pecados de Salomón, especialmente la idolatría,
por consentir las veleidades religiosas de las mujeres extranjeras con las que
contrajo matrimonio (1 Re 11, 9-13). A su muerte (931 a.C.), bajo su sucesor,
Roboam, tuvo lugar el cisma y la división del reino (1 Re 12, 16-19). Las diez
tribus del norte siguieron a Jeroboam, que había sido el superintendente de las
obras realizadas por Salomón. Sólo una tribu siguió a Roboam, la de Judá (la tribu
de Simeón había desaparecido prácticamente). Al cisma político se vino a añadir
el cisma religioso: Jeroboam construye dos santuarios cismáticos en Dan y Betel
(1 Re 12, 15-33).
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2.3 Ciclos de Elías y Eliseo (1 Re 17 – 2 Re 13)
En los 135 años que siguen a la caída del norte, en el sur se alternan períodos
de impiedad con momentos de gran espiritualidad y de reforma religiosa. Se da un
gran despertar religioso especialmente bajo dos reyes de Judá: Ezequías (716-687)
(2 Re 18,1-20; 21), cuyo profeta consejo va a ser Isaías, y Josías (640-609) (2 Re
22,1-23; 30) en cuyo reinado actúan varios profetas, especialmente Jeremías.
Entre estos dos reyes tiene lugar un período oscuro de impiedad idolátrica con
Manasés y Amón. Tras Josías, sus sucesores llevan a la nación a un desastroso
final. Nínive, capital de Asiria, es destruida en el 612 a.C. por ejércitos
babilónicos y medos. Se impone Babilonia. El reino de Judá cae bajo
Nabucodonosor, Jerusalén y el templo son destruidos y la población deportada en
el 587 a.C. El libro 2 Reyes termina (25,22-30) relatando la suerte de quienes se
quedaron en Jerusalén, el asesinato de Godolías (gobernador impuesto por
Nabucodonosor) y la liberación de Joaquín, tras la muerte de Nabucodonosor. El
reino de Judá duró 380 años y gobernaron 20 reyes, todos, escepto el período de
Atalía, pertenecientes a una sola dinastía, la davídica.
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- Optimista: a pesar de su final dramático, esta historia conoció momentos
felices, horas gloriosas, cambios inesperados hacia el bien. Israel ocupó su lugar en
el mundo y en la historia. La mayor parte de las promesas se realizaron durante un
tiempo notable y no se perdió todo: las guerras y las deportaciones no fueron un
genocidio. Aunque disperso, el pueblo sigue existiendo. Y tiene todavía un jefe:
Jeconías, un descendiente de David, reconocido como rey por los babilonios (2 Re
25,27-30), y su descendencia está asegurada. La misma prueba es un signo de que
el Señor no se ha retirado de la historia: sigue aún activo en ella.
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21.29-31; 15, 1.8.9-11.23-24): nombre del rey y de su padre, inicio del reinado
(sincronizado con el año del reinado del rey vecino), edad del rey al inicio del
reinado (sólo en Judá) y duración del reinado, nombre de la madre (sólo en Judá),
juicio religioso deuteronomista, hecho o hechos relevantes durante el reinado,
cita de fuentes para ampliación de datos, muerte y lugar de la sepultura y nombre
del sucesor. El elemento que mejor refleja la impronta deuteronomista es el
juicio religioso sobre cada rey, donde se abre proceso a la monarquía y se van
apuntalando los datos sobre los que descansará el juicio último de toda la Historia
Deuteronomista. Estos juicios son diversos según se refieran a los reyes del Norte
o del Sur. Para los reyes del Norte, el juicio es absolutamente negativo y se base
en dos criterios: «el pecado de Jeroboán» (el culto en los santuarios de Betel y
Dan y los becerros instalados en ellos) y los pecados añadidos por cada rey. Para
los reyes de Judá, cuyo modelo de referencia es David, encontramos tres tipos de
juicio: absolutamente positivo (sólo afecta a Ezequías y Josías, protagonistas de
reformas religosas que pusieron fin a la pluralidad de santuarios), positivo con
reparos (de seis reyes se dice que agradaron a Dios, como David, pero no
eliminaron los santurios locales) y negativo (para elresto de los reyes de Judá).
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escritos poco después de su muerte; 3) Crónica del Templo: de origen sacerdotal,
identificable en la sección dedicada a la construcción del templo (1 Re 5-7) y en
otras unidades que hablan de reformas y obras de restauración (2 Re 12; 16; 22-
23); 4) Otros relatos menores, como la rebelión de Jehú (2 Re 9-10), la historia
de Atalía y Joás (2 Re 11), la historia del cisma (1 Re 12-14), etc.
Muchos autores consideran que una gran parte del libro había sido redactada
ya antes del exilio, quizá bajo el reinado de Josías, por los elementos favorables
que presenta a favor de la monarquía. Esta primera parte habría sido actualzada
después, durante el exilio.
Una serie de rasgos nos permiten defender la validez de los libros de los Reyes
como documento histórico. Su objetivo material es la historia de Israel y de Judá
y, más en concreto, de sus reyes, desde Salomón hasta los últimos reyes de Israel y
Judá. Los materiales utilizados son, además, en su mayor parte, de carácter
histórico. La metodología empleada es predominantemente histórica: disposición
de los acontecimientos en su rigurosa sucesión histórica, recurso y cita de fuentes,
referencia a personajes y acontecimientos de la historia universal, etc.
Finalmente, encontramos un cierto rigor histórico. Aunque los autores
seleccionan los acontecimientos que les interesan para su fin teológico, no alteran
ni manipulan aquellos datos que parecen contradecir sus tesis fundamentales.
Las líneas teológicas que confluyen en los libros de los Reyes son tres:
deuteronomista, real y profética, formuladas desde el ángulo de enfoque de la
Historia Deuteronomista (el exilio) y unidas por la orientación última de los
redactares deuteronomistas (hacer una teología de la historia que ilumine el
presente y el futuro):
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definitivo. Los principios teológicos deuteronomistas más influyentes son:
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exilio como lugar de conversión (1 Re 8,46-51). La segunda parte concluye con la
caída de Samaría y la deportación de los israelitas a Asiria (1 Re 17), un primer
exilio que es anticipación del segundo y definitivo exilio, si Judá no escarmienta
en cabeza ajena.
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positivo o negativo escapa a su control; b) La mediación fundamental de la
intervención de Dios es la palabra divina, expresada en la ley de Moisés o
formulada por los profetas. Hay también otros mediadores: el mismo pueblo de
Israel con sus dirigentes a la cabeza y los demás pueblos que, cuando entran en
escena, lo hacen impulsados por la voluntad de Dios o, al menos, con su
consentimiento; c) El control divino de la historia no disminuye ni anula el
protagonismo o la responsabilidad de los hombres y pueblos. Al contrario, éstos
son siempre responsables de su historia; d) Relación del Dios de Israel y los
restantes pueblos. Puesto que Israel o Judá no viven su historia al margen de los
demás pueblos, sino que establecen con ellos distintos tipos de relaciones
(políticas, económicas, culturales, etc.), tampoco la historia y destino de éstos
escapan al control divino. Si bien la mayoría de las veces los pueblos son meros
isntrumentos de la intervención punitiva o salvífica de Dios para con su pueblo,
también pueden llegar a ser destinatarios directos de las acciones divinas, como
en el caso de la curación del sirio Naamán (2 Re 5) y de las bendiciones
concedidas a Tiro, Egipto o Asiria, o se convierten en testitos explícitos de su
poder (cfr. 1 Re 5, 21; 10, 9; 2 Re 5, 17).
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