Ciencia vs. Metafísica

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CIENCIA VS.

METAFISICA
Carlos Eduardo Sequera González
Licenciado en Educación Mención Comercial (Universidad de Carabobo)
[email protected]

RESUMEN

Tradicionalmente se ha interpretado a la metafísica de dos modos opuestos: como un


quehacer literalmente inútil por improductivo y alejado de las urgencias cotidianas, o
como una ciencia que, en tanto que pregunta por el ser aún vigente en nuestros días,
es la más libre de todas, al tiempo que también libera al hombre de sus opiniones
infundadas y prejuicios teóricos. En este ensayo se presentan de manera sucinta
ambas posturas. La figura de Tales y Sócrates da pie para escribir sobre la primera
postura, mientras que la Metafísica de Aristóteles permite fundamentar cómo es que
el preguntar por los primeros principios y causas es "liberador".

Palabras clave: metafísica, ciencia, ser, libertad, inutilidad.

INTRODUCCIÓN
La ciencia es la búsqueda de respuestas ante los porqués del hombre, de la
naturaleza y del mundo, es decir, de los fenómenos, de los seres y objetos de la vida
que nos rodea.

La metafísica, en cambio, pretende la búsqueda de aquello que está más allá de lo


físico, de la esencia de los seres, de aquello que hay oculto tras ellos, que los define,
que les da sentido. No se trata de comprender los accidentes de los seres y objetos,
sino del “ser” profundo que hace que ellos mismos “sean lo que son”, que les da
sentido, que distingue a un ser de otro y los define.

DESARROLLO
Un mundo demasiado material y concreto carente de sueños profundos, de ideales, de
principios internos, sería demasiado pobre e insufrible. Pero un mundo vago, sin que
las ideas se concretaran en elementos concretos plasmados, sería demasiado vaporoso
e inasible, demasiado ficticio. Nuestra realidad está encaminada a tener semejantes
contrastes, a ser dual.

¿Qué fue primero, la esencia o la existencia? Para la visión platónica, la esencia es


previa a la existencia y más real, las ideas son lo único realmente eterno e inmutable,
lo único que tiene realidad, siendo la existencia un reflejo de ellas. Para los
existencialistas, en cambio, el hombre ante todo existe, y las ideas son un producto de
dicha realidad humana

A fuerza de buscar explicaciones, la ciencia roza con sus dedos lo esencial de los
seres y los fenómenos naturales, con los ojos bien abiertos y henchidos de la
capacidad del asombro, como si viera la vida con la mirada de un filósofo. Otras
veces llega a ese mundo recoleto e intramuros de las esencias con la prepotencia y
pedantería que le caracterizó en las últimas décadas. Unas veces nos enseña con sus
fantasías admirables a teorizar sobre el mundo, las galaxias y el cosmos, a recubrirnos
de algunas certezas y de algunos presupuestos, pero a descubrir al fin y al cabo su
levedad y su armonía; con sus herramientas nos ha ayudado a transformar el entorno
y los recursos naturales, y otras veces nos ha ayudado a destrozar las cosas y los
seres.

Como dijo Rabelais, “Ciencia sin conciencia es la ruina del alma”, pero la nueva
ciencia, aun en sus días más cotidianos, nos está ayudando a comprender con sus
descubrimientos que tiene un sentido que se nos desvela cada vez como algo más
profundo.

Así, la ciencia nos ha enseñado que la materia tiene más de espacio vacío que de
masa compacta a medida que ha entrado en profundidad en los átomos. Golpeamos la
madera o el metal y golpeamos espacio vacío, pero lo hacemos con los nudillos de los
dedos, compuestos a su vez de átomos casi vacíos y vaporosos, pero que presentan un
grado de vibración semejante.

No reconocemos la verdadera realidad de la materia, que es más etérea de lo que


parece, porque el mundo que nos rodea es un conjunto de átomos en vibración más o
menos rápida que nos permite creer que la puerta es consistente y el vaso es duro,
pero un solo átomo sutil como el fuego o como la vibración de una leve nota musical
los pueden descomponer. El hombre percibe así como realidad lo que es ilusión,
percibe que el piso es plano aunque tal vez sean átomos en vibración intensa y muy
rápida en dos dimensiones, y lo percibe del mismo modo que necesita que sea plano
para no caerse muy de prisa del árbol de materia y apariencia que cultivamos.

La ciencia nos ha enseñado, a pesar de que nos recuerda que hay cierto grado de
incertidumbre para atrapar el mundo de lo infinitamente pequeño, que las pequeñas
partículas que componen los átomos, los quarks, son las causantes de aromas y
colores. Así, una vez más, lo material y lo etéreo, en los confines del mundo que
conocemos, se dan la mano como suele hacerlo en los confines el “ser” y el “existir”.

Uno de los postulados fundamentales de la metafísica nos enseña que “todo ser
contingente es causado”, es decir, todo ser que no define por sí mismo su creación, el
momento en que ha de nacer o de morir, tiene su causa de ser en algo externo, y por
tanto, es efecto de alguna causa.

Así, el universo que actualmente nos presenta la ciencia nos enseña que los planetas
externos del sistema solar tienen los colores del arco iris; tienen una posición que
puede predeterminarse por las reglas de Titius-Bode, que tantas veces han ayudado a
hallar un nuevo planeta en el lugar que se presuponía por dicho cálculo que debía
estar; que tienen un tamaño y unas distancias al Sol que son múltiplos de una serie de
números conocidos como “la gama pitagórica”, que son frecuencias musicales aún
utilizadas para afinar instrumentos, y que tal vez podrían permitirnos algún día
escuchar su armónico sonido.

Este universo ha de tener un sentido, y al igual que la porción más cercana a nosotros
del universo hoy estudiado y conocido sabemos que se dirige físicamente hacia el
Gran Atractor, en otro nivel ha de caminar hacia algún lugar. Las leyes que mueven
lo grande y lo pequeño, tal como buscaba Einstein, han de ser las mismas. Pero,
aunque no podamos llegar físicamente a sus confines más alejados, hemos de llegar
allí con la fuerza de las analogías, del entendimiento. Al igual que la Tierra se halla
protegida magnéticamente por los anillos de Van Hallen, hoy se sabe que nuestra
galaxia se halla rodeada por un halo de hidrógeno con forma esférica, a modo de
burbuja protectora.

Un segundo postulado fundamental de la metafísica nos dice que “Todo agente tiene
un fin”, y así, cuando actúa lo hace por alguna necesidad o carencia, porque de no
anhelar nada no se movería. Es de suponer, por lo tanto, que puesto que actuamos,
tenemos un fin, al igual que lo ha de tener el universo, y lo ha de tener la misma
ciencia.

CONSIDERACIONES FINALES

Perder de vista los fines que se pretenden es algo que ha hecho también muchas veces
la ciencia, complicada con experimentos dudosos, con armamentos y gases letales,
con políticas interesadas y manipuladoras, que la han llevado a la cúspide del poder.
También se ha visto en la necesidad de dar respuestas a todo, tanto si las tenía como
si las suponía… Pero la ciencia ha de ir elevando gradualmente su conciencia, el nivel
de sus fines, con una visión más filosófica, más holística, más global, más humana.
Como decía el Prof. Fernando Schwarz, no basta con saber por qué salta un electrón a
una capa superior a la que se halla al ser excitado por una energía externa equivalente
a la diferencia energética de esas capas, sino saber ¿en qué me afecta ese
conocimiento en mi vida?, ¿cómo aplicarlo?, ¿cómo puedo saltar a un nivel
conciencial superior?, ¿qué energía hay que poner en juego para ello?, ¿cómo se
puede propiciar un cambio profundo, un salto cualitativo propio y para la Humanidad,
que no presente posteriores caídas, que sea sostenible? En fin, ¿cómo “ser” a la par
que se “existe” y se reconocen en el quehacer científico tanto las leyes mecánicas
como los motores ocultos que mueven al hombre, la Naturaleza y el mundo?

REFERENCIAS CONSULTADAS

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