Biografía de Ismael Miranda

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Biografía de Ismael Miranda (trayectoria musical)

Ismael Miranda es natural del barrio Moroco de Aguada Puerto Rico, donde
nació el 20 de febrero de 1950, desarrolló su vida en la ciudad de Nueva York,
luego de que sus padres emprendieron vuelo hacia la gran urbe para insertarse
como mano de obra en el sector textil, justo en el momento del auge del
desarrollo industrial, que impulsó el crecimiento del este de Estados Unidos,
en la década del 50.

La vida en Nueva York no fue fácil, y en la memoria del cantante subsisten


intactas las imágenes de los primeros años de altibajos en un mundo extraño,
dominado por la pobreza y la marginación social y racial.

“Nuestro primer apartamentito fue en Long Island, y yo tenía 4 años. Luego


nos mudamos a la ciudad, en Manhattan, en la 69. Allí tuvimos un cuartito
chiquito; después conseguimos otro con un baño, en la 21, entre Novena y
Octava, y de ahí nos mudamos a la calle 10, que fue el primer apartamento
que tuvimos y en el que yo tenía una habitación, porque siempre vivíamos en
un cuarto todos juntos”, narra el cantante, quien asimiló la experiencia
migratoria porque, confiesa, sabía que la decisión de sus padres de emigrar
estaba marcada por la intención de buscar un mejor futuro para la familia, pese
al dolor que les provocó la separación de su terruño.

De pequeño, Ismael Miranda fue “muy musical”. Con apenas ocho años de
edad empezó a cantar en inglés en obras teatrales de su escuela y hasta formó
parte de un grupo infantil que se llamó Little Junior in the Class Mate. Al poco
tiempo, comenzó a tomar clases de canto en una escuela de música en la 46 y
Broadway y luego, a sus 19 años de edad, estudió con un maestro que le
recomendó Tito Rodríguez.
El ambiente en el que se crío le ayudó a cultivar su encanto por la música,
aunque deseaba ser percusionista, y no vocalista.
“Cuando yo me criaba la vida era bien chévere. Me gustaba mucho la música,
había mucho rock and roll y yo me pasaba donde había ambiente. También,
mi papá era un enfermo de la música, de esos que cuando cobraba (el salario)
lo primero que hacía era comprar discos de 60 revoluciones (rpm) y algunos
elepés. Me críe escuchando a la Sonora Matancera, Rolando La serie, Ramito,
Rafael Cortijo… una variedad bien buena. A él le gustaba todo tipo de música
y todos los fines de semana había fiesta en casa”, señala.

Antes de cantar, deseaba tocar congas en un conjunto. Por eso, a los 10 años
de edad le comunicó a su mamá sus deseos de comprar una conga y “yo puse
la mitad de los chavos, y ella la otra”. De pronto, había insertado un tubo en la
conga para añadirle un cencerro y provocar sonidos al compás de la música de
Ismael Rivera. Más tarde compró un bongó “que calentaba en fuego”.
Un tiempo más tarde lo invitaron a formar parte del grupo Pipo y su Conjunto,
como cantante. “Yo no sabía cantar, lo que hacía era aguaje. Pero en el grupito
cantaba y tocaba congas. Eso fue una experiencia chévere porque hicimos
muchas cosas. Éramos un sexteto: conga, bajo, bongó, timbal, piano y metales
y tocábamos en muchos sitios de gratis y hasta por tres pesos”, manifiesta.
La experiencia de Pipo y su Conjunto fue su primera tarima, hasta que un día,
cuando practicaban en el salón “Tree and One Club” -un local ubicado en el
barrio de Brooklyn propiedad de Ralph Mercado y unos amigos que hacían
bailes todos los fines de semana- el músico Andy Harlow, luego de oírlo
cantar, le pidió que lo acompañara en un ensayo, comenzando así una relación
musical que le proporcionó al joven vocalista una nueva experiencia
profesional.
Aún no había cumplido sus 15 años de edad cuando comenzó a despuntar
como una figura de la canción popular bajo la égida del grupo Andy Harlow
Sextet, en el que el artista se fue aplanando. De ahí pasó al conjunto de Joey
Pastrana (1967), en el que grabó su primer disco, “Lets Ball” y en 1968, se
movió a la orquesta de Larry Harlow para iniciar una carrera artística
triunfante que en poco tiempo lo coronó como una de las voces predilectas del
sonido salsero, ganándose el apelativo de “El Niño Bonito de la Salsa”.

Para cohesionar sus técnicas de soneo tuvo la asistencia de Ismael Rivera (“El
Sonero Mayor”), quien, además, fue responsable de que el pianista Larry
Harlow optara por reclutarlo para su orquesta, cuando aún no había cumplido
su primer ano en el grupo de Joey Pastrana. El primer encuentro entre El Nino
Bonito y El Sonero Mayor surgió en la casa de Larry Harlow, quien había
invitado al joven cantante a audicionar porque necesitaba un corista para
acompañar a su vocalista principal, Monguito Quián (“El Único”).

“Llegué a casa de Larry y me encontré con él (Ismael Rivera). Fue el primer


artista que conocí y por poco me muero cuando lo vi. Era un artista grande y
yo tenía sus discos, era su fanático y fue impresionante conocerlo. Ha sido una
de las cosas más importantes que me han pasado. Luego iba a verme a los
sitios y me hacía señas cuando cantaba. Fuimos amigos hasta su muerte”,
afirma.

Probar su talento frente a Larry Harlow no fue sencillo. Se trataba de uno de


los líderes de orquestas más reconocidos de los años 60 y una de las figuras
que más aportó al desarrollo de las nuevas sonoridades de la salsa. Ismael
Miranda -quien conocía todas las canciones del “Judío Maravilloso”, por
tratarse de su “orquesta favorita”-, recuerda que El Sonero Mayor le dijo a
Harlow “este muchacho va a ser bueno, quédate con él, que con él vas a tener
menos problemas que conmigo”. En 1968 Ismael Miranda se une a la artillería
musical de Larry Harlow acompañando a Monguito Quián, a quien más tarde
sustituye como cantante principal.

Su primera interpretación en la agrupación fue “Guarachita”, vocalizado antes


de la grabación de su primer disco con el pianista, “El exigente” (1968), en el
que también se estrenó como compositor del tema “Yo me voy para
Borínquen” y de la canción que dio nombre al álbum. Poco después
produjeron “Larry Harlow presenta a Ismael Miranda” (1968), “Me and My
Monkey” (1969), “Electric” (1970), “Tribute to Arsenio Rodríguez” (1971),
“Harlow’s Harem” (1972) y “Abran paso” (1972).

Su presencia en la banda del Judío Maravilloso le dio la oportunidad de


formar parte del grupo selecto de las Estrellas de Fania y de participar en los
tres encuentros más importantes de ese colectivo musical: El concierto del
Red Garter (1968), el evento del Cheetah (1971) y el magno espectáculo del
Yankee Stadium (1973).

“Cuando entro con Larry la cosa se empieza a poner chévere. Él estaba pegao,
pero (después de cuatro años) decidí irme de la orquesta porque ya mi cabeza
estaba en otro lado. Quería tener mi propio grupo, yo sabía adónde quería ir,
tenía esa ruta marcada, y yo iba a mí, aunque sabía que salirme de Harlow, de
un grupo famoso, con mucho trabajo, para irme a inventar era un riesgo”

Una presentación en Venezuela, en 1971, erosionó la relación profesional


entre Larry Harlow e Ismael Miranda. Para entonces, el Judío Maravilloso
había formado una orquesta de rock and roll y abandonó su grupo salsero para
cumplir otros compromisos. “El segundo día de nuestra gira en Venezuela,
(Larry Harlow) se fue a tocar con la banda de rock and roll y me dejó solo con
esa responsabilidad. Lo hice y quedamos bien, pero cuando llegué a Nueva
York se lo dije y él me contestó que me quedara con la orquesta y me la
vendió por un centavo. Luego, a los meses, regresó y me llamó para decirme
que lo del rock no le había funcionado bien y yo le entregué la orquesta”,
cuenta.

En ese momento Ismael Miranda emprendió un nuevo rumbo, luego de haber


adiestrado al cantante Junior González para que le sustituyera. Antes, tuvo que
esperar cerca de seis meses sin trabajar en lo que lograba conformar su propia
agrupación, la que armó con varios músicos que dimitieron del grupo de
Harlow.
En 1972, Ismael Miranda arrancó su etapa de salsero en solitario con el álbum
“La oportunidad”, producido por Larry Harlow para el sello de Fania. Luego
trabajó el disco “Así se compone un son” (1973), con el que el vocalista
inaugura su nueva agrupación, La Revelación.

A partir de ese momento, y luego del concierto de las Estrellas de Fania en el


Yankee Stadium, en 1973, el cantante torció el rumbo de su carrera optando
por establecerse en Puerto Rico, incitado por su colega Justo Betancourt y el
bailarín Aníbal Vázquez y motivado por su deseo de querer vivir en su tierra,
“Siempre quise estar en Puerto Rico, toda mi vida. No pensaba en nada más.
Hablaba con mi abuela por teléfono y me crecían las ganas, porque para mí
esto (Puerto Rico) era como estar en Hollywood, porque yo cuando venía de
visita veía por televisión todos los cantantes en el “Show del Mediodía”.
Entonces, le dije a mi esposa que me iba y que la mandaría a buscar”,
confiesa, quien, para su sorpresa, al llegar a la Isla, confirmó que era uno de
los cantantes favoritos del patio.

Para esa etapa, el vocalista se valió de la orquesta Yambó, que luego se


convirtió en La Mulenze. Más adelante cantó acompañado de la Puerto Rican
Power, la orquesta La Internacional y, en 1976, armó la nueva orquesta
Revelación, al mando del tresista Néstor González. “Desde Puerto Rico
consolidé mi carrera y fue cuando empecé a viajar mucho, a Latinoamérica,
Japón, Alemania, Italia, París y África”, sostiene. Su trabajo discográfico
continuó con los álbumes “En fa menor” (1974), “Este es Ismael Miranda”
(1975), “Con mi viejo amigo” (1976), “No voy al festival” (1977), “El
compositor que canta” (1978), “Sabor, sentimiento y pueblo” (1978) y “Doble
energía” (1980), este último con Willie Colón.

En los ochentas, Miranda grabó bajo su propio sello disquero independiente,


incluyendo el éxito “Versos de Nuestra Cultura” en 1986. Miranda fue
acompañado en este álbum navideño por el cantautor puertorriqueño, José
Nogueras, un popular cantante que ha grabado muchos discos de esta
temática. Durante la trayectoria de su gran carrera, Miranda ha grabado más
de 20 discos y ha cantado con artistas notables de la talla de Nicky Marrero,
Héctor “Bomberito” Zarzuela, Reinaldo Jorge, Ismael Quintana, Willie Colón,
Ray Barreto y Luis ‘Perico’ Ortiz.

transcurridos más de 50 años de carrera musical, el salsero Ismael Miranda


sigue conservando la cadencia y sonoridad que lo colocaron entre el grupo
selecto de artistas que protagonizaron el sonido salsero, a finales de los años
60.

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