El Debate de Los Transgénicos

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EL DEBATE DE LOS TRANSGÉNICOS y 4

Posiblemente nunca en la historia del desarrollo científico y tecnológico de la


humanidad determinados sectores de la sociedad habían estado tan
pendientes de los resultados y de las implicaciones de un desarrollo
tecnológico como en el caso de los “cultivos transgénicos”.

Estos han tenido una gran repercusión en los medios de comunicación, tanto
para informar de los “avances significativos” que suponían, como para
“desinformar” sobre potenciales peligros.

Esto ha hecho que muchos de estos hipotéticos peligros hayan sido


mitificados hasta el punto de convertirse en “dogmas intocables”, a pesar de
que la mayoría están basados en “falsas premisas” o en el “desconocimiento”.
Da la impresión de que determinadas aplicaciones de la biotecnología cuentan
con un gran número de detractores movilizados, vistas las repercusiones de
sus acciones. Sin embargo, la presencia de este aparentemente significativo
continente de detractores solo sea una falacia causada por las repercusiones
de sus acciones, que incluyen actos perfectamente lícitos, como publicación
de libros o artículos donde defienden sus ideas, hasta acciones claramente
ilícitas como la quema y destrucción de campos de cultivo y de bienes de
empresas y laboratorios, fundamentalmente los implicados en la generación y
comercialización de “plantas transgénicas”.
Además, es necesario recordar que la mayoría de las opiniones que se oyen
no parten de hechos contrastados científicamente, sino de opiniones que se
elevan a la categoría de certezas, que son seguidas incondicionalmente por
los detractores de estos cultivos.
De las “ventajas” que supone la utilización de “organismos modificados
genéticamente”, OMG, ya se ha hablado en las entradas anteriores, conforme
se exponían algunas de sus aplicaciones. Muchas de estas aplicaciones ya se
están utilizando en la actualidad y están demostrando un beneficio
excepcional. Otras, en cambio, se encuentran en fase experimental.
Como síntesis se puede decir que las “ventajas” se centran en tres puntos
principales: la salud, el medio ambiente y la economía. Sorprendentemente, la
lista de “ventajas” coincide con la que se expone como posibles riesgos, de
ahí la “perplejidad” de la sociedad frente a una avalancha de opiniones
contradictorias. Trataremos de aclarar un poco este enredo.

¿Se perciben igual todos los “organismos modificados genéticamente”? La


percepción social de los OMG varía enormemente según el tipo de OMG y de
su utilización. Normalmente los OMG en “investigación básica y biomédica” es
bien recibida por la sociedad, como también lo es su uso como “biofactorías”
para obtener productos farmacológicos.
Por el contrario, la utilización de OMG en “alimentación” y, muy
especialmente, en “plantas transgénicas”, provoca más rechazo.
Resultados de la encuesta realizada en 34 países diferentes sobre los beneficios de utilizar “alimentos
transgénicos” en comparación con el uso de “agroquímicos” (Herbicidas, plaguicidas, etc.).

Hay una serie de estudios que centran el tema. Uno muy completo se realizó
en el año 2000 por la empresa de “consultoría en investigación social”
Enviromics Internacional, en el que se preguntaba, entre otras cosas, sobre la
percepción que tenían los encuestados respecto a si los beneficios de la
utilización de la biotecnología para generar “cultivos transgénicos” para uso
alimentario que no necesiten “plaguicidas” ni “herbicidas” químicos son
mayores que los riesgos que estos cultivos puedan conllevar.
Esta encuesta se realizó entre un número significativo de personas de
diferentes ámbitos culturales, sociales y económicos en 34 países diferentes.
Como se puede observar en la figura, en la mitad de los países más del 50% de
los encuestados consideraba más beneficioso el uso de “plantas trangénicas”
que el de “agroquímicos”.
Los resultados de encuestas parciales más recientes no difieren demasiado de
la anterior.
La conclusión más destacada es que el rechazo a los “cultivos transgénicos”
centrados en la alimentación humana no es tan amplio como muchas veces
percibimos a través de los medios de comunicación, ni tan solo de la
UniónEuropea, el “espacio económico”  más reticente a aceptarlos.
Además, estas encuestas también proporcionan otro dato muy interesante: si
la comercialización de “alimentos procedentes de plantas transgénicas”
supusiera un abaratamiento significativo de los productos, muchas personas
de los “países desarrollados” no dudarían tanto en comprarlos. Quizás, esto
también explique que, en general, la percepción que se tiene de estos cultivos
sea más favorable en los “países en vías de desarrollo”, donde las personas
encuestadas ven en estos cultivos una manera de incrementar la producción
agrícola y los beneficios que se obtienen de los campos de cultivo.

¿Cuáles son las principales críticas que reciben los OMG? Las críticas son
siempre las mismas, pero han cuajado fuertemente en determinados sectores
de la población y de la “opinión pública”. Por ejemplo, esta “opinión pública”
consiguió que la Unión Europea declarara una moratoria sobre el cultivo de
“plantas transgénicas”, moratoria que quedó suspendida en 2004 y también
consiguió que algunas zonas del “viejo continente” se hayan declarado “libres
de transgénicos”.

Uno de los argumentos utilizados por los detractores de las “plantas


genéticamente modificadas” es “que pueden suponer un peligro para la salud
humana” y basan esta afirmación en dos aspectos concretos: “la posibilidad
de reacciones alérgicas a los alimentos transgénicos” y la “posibilidad de que
las bacterias intestinales incorporen los genes de resistencia a los antibióticos
que han estado utilizando para seleccionar las células vegetales modificadas
durante el proceso de generación de plantas transgénicas”.
Respecto al primer apartado conviene recordar que una “alergia” es un
desequilibrio del sistema inmunitario en el que las defensas corporales
detectan como peligrosa una sustancia que en realidad es inofensiva para la
salud. El sistema inmunitario es el encargado de luchar contra los agentes
infecciosos que entran en nuestro cuerpo. El término “alergia” es muy general
y comprende diversos tipos de reacciones inmunológicas y estados
patológicos como asma, eccema cutáneo, etc.
Entre el 1% y el 2% de las personas presentan algún tipo de alergia a alimentos
convencionales. Las más comunes son las alergias a la leche, los huevos, los
cacahuetes y otros frutos secos, los crustáceos, los moluscos, el pescado, la
soja, los cereales y determinadas frutas y verduras, como fresas, albaricoques,
melocotones, etc.
Por lo tanto, para empezar, hay que dejar bien claro que la posibilidad de tener
una “alergia” alimentaria no es exclusiva de los alimentos derivados de los
“productos transgénicos”, sino que es un hecho muy habitual con el que las
personas alérgicas tienen que convivir y han convivido siempre. De hecho,
hasta que no se prueba un alimento por primera vez uno no sabe si es alérgico
a él o no, sea transgénico o convencional.
Volviendo a los “organismos transgénicos”, se han identificado los genes que
codifican muchas de las proteínas implicadas en las “reacciones alérgicas” y,
por lo tanto, es perfectamente factible evitarlos en el momento de diseñar las
modificaciones genéticas. Además, antes de recibir la autorización para ser
comercializados, cualquier “organismo transgénico” destinado a la
alimentación animal o humana tiene que superar tests muy exhaustivos de
alergia, que incluyen pruebas “in vitro”, hechas en laboratorio, y ensayos
destinados a personas  hipersensibles a este tipo de alergia alimenticias, entre
las que se incluyen la alergia al polen, otra fuente importante de alergias, en
este caso no alimenticias.
Ningún otro alimento tiene que superar una batería de pruebas tan rigurosa y,
por lo tanto, no hay ningún otro alimento que sea tan seguro desde este punto
de vista. Ahora bien, ciertamente existe la probabilidad de que alguna persona
sea alérgica a la proteína modificada en un transgénico concreto, pero dicha
probabilidad es, como mucho, la misma que para cualquier otro alimento que
ingiera por primera vez, sino inferior.
Durante la obtención de “plantas transgénicas”, como ya hemos dicho, para
poder seleccionar las “células vegetales genéticamente modificadas” de las
“no modificadas” se usan “genes marcadores”, los más frecuentes entre ellos
han sido “genes de resistencia a antibióticos”
Los antibióticos son proteínas naturales, generalmente producidas por
bacterias y hongos, que tienen “propiedades bactericidas”, excepto para los
organismos que las producen, que obviamente son resistentes. Esta
“resistencia” les viene dada por otra proteína que de forma específica degrada
el antibiótico, inutilizándolo.
Dentro de este esquema, lo que se transfiere a las células vegetales durante el
“proceso de construcción de una planta transgénica” es el “gen que confiere
resistencia a un determinado antibiótico”, no el antibiótico en sí, ni el gen
correspondiente a ese antibiótico.
¿Qué efecto puede tener este “gen de resistencia” sobre la flora intestinal,
formada también por bacterias? Pues que las bacterias, en determinadas
ocasiones, pueden incorporar ADN foráneo en su interior. Es decir, que las
bacterias intestinales podrían adquirir el carácter de resistencia al antibiótico
en cuestión si el gen se degradara, lo que podría disminuir la eficacia de los
tratamientos médicos con antibióticos en caso de determinadas infecciones
bacterianas.
Ahora bien, hay varios factores que se deben tener en cuenta. Para empezar,
las condiciones óptimas para que una bacteria incorpore ADN foráneo están
muy lejos de las que hay en el intestino humano o de cualquier otro animal.
Además, cabe recordar que uno de los efectos de los jugos gástricos del
intestino es la degradación del ADN.
Diversos estudios han demostrado que los “genes de resistencia a los
antibióticos” no representan ningún riesgo para la salud humana y animal, y
que la inmensa mayoría del ADN que ingerimos con cualquier alimento,
incluso los convencionales, se descompone en el intestino.
También conviene saber que los “genes de resistencia a antibióticos” no son
en absoluto un hecho exclusivo de la biotecnología, sino que están
ampliamente distribuidos por la naturaleza. En este sentido, un estudio muy
interesante del año 2000 demostró que una persona sana ingiere a diario,
involuntariamente, más de un millón de bacterias que de forma natural
contienen “genes de resistencia a los antibióticos”. ¡Y nunca se ha
demostrado que la traspasen a las bacterias intestinales!
De todos modos, el “principio de precaución” hace que tanto los centros
públicos de investigación como las compañías de biotecnología están
dedicando grandes esfuerzos para utilizar otros “genes marcadores” que no
impliquen resistencia a los antibióticos, como, por ejemplo, la “proteína verde
fluorescente de medusa”, la cual no provoca un rechazo tan fuerte de la
“opinión pública”, dado que no implica ninguna complicación teórica.

Respecto a los “animales transgénicos”, la inmensa mayoría se utilizan en


“investigación básica y biomédica”, por lo que no representa ni puede
representar ningún peligro para la salud humana.
Del mismo modo, cuando se apruebe la comercialización de fármacos
producidos por “animales modificados genéticamente”, lo que se suministrará
a los pacientes será el producto farmacológico purificado, el peligro para la
salud humana será exactamente el mismo que el de cualquier otro producto
farmacológico producido de cualquier otra manera, por ejemplo, por síntesis
química. La molécula es la misma en ambos casos.
En este sentido, como es bien sabido, cualquier medicamento es susceptible
de provocar “efectos secundarios” en algunos pacientes especialmente
sensibles, como claramente viene indicado en el prospecto de cualquier
producto farmacológico, incluidos los más sencillos.
Un caso diferente es el de los “animales transgénicos” que se puedan utilizar
para uso alimentario, como el “salmón de crecimiento rápido” y el “cerdo
ecológico” (Enviropig).

Los “animales y los microorganismos modificados genéticamente”, ¿suponen


peligros para los ecosistemas? Recordemos que un “ecosistema” está
formado por los seres vivos que habitan en una zona determinada y por el
medio físico-químico de esta zona, entre los que se establecen “múltiples
relaciones de interdependencia”. Los “ecosistemas” incluyen complejas
“redes de interacciones” entre todos los seres vivos que forman parte de ellos
y entre estos y el medio ambiente.
Por lo tanto, cualquier alteración que afecte al número o tipo de seres vivos o
al medio ambiente puede afectar a la estructura y la estabilidad del ecosistema
en cuestión. Los “ecosistemas” no son, en absoluto, entes estáticos, sino
elementos altamente “dinámicos” que buscan el “equilibrio”.
Dentro de este esquema general, los OMG pueden plantear diversos riesgos
ecológicos potenciales si son liberados en el medio ambiente. Esto excluye la
inmensa mayoría de “animales transgénicos”, que viven y están pensados
para vivir “en condiciones de estabulación” (confinados en establos o recintos
cerrados), los “microorganismos modificados genéticamente” de uso en el
laboratorio y las “plantas transgénicas” en invernaderos. En estos casos, hay
procedimientos muy estrictos para evitar su liberación accidental y hay
organismos oficiales de control que efectúan inspecciones periódicas de
control para garantizar el cumplimiento de todas las normas de seguridad.
“Vacas lecheras transgénicas” en condiciones de estabulación.

Respecto a los “animales transgénicos no estabulados”, de momento hay


pocos casos en los que se haya planteado su liberación. Sería el caso de los
“mosquitos modificados genéticamente” que no transmiten la malaria ni el
dengue, pensados para sustituir a las especies patógenas actuales. No
obstante, estas situaciones topan con una dificultad importante, el riesgo de
provocar un desequilibrio ecológico al poder sustituir a las especies “no
modificadas genéticamente”.

De todos modos, la modificación de los ecosistemas se lleva a cabo


continuamente con el “desplazamiento de especies”. Es el caso de las
“especies invasoras”, llegadas accidentalmente o introducidas
voluntariamente en ecosistemas donde eran ajenas y no nos referimos a OMG,
sino a organismos convencionales.
En cuanto a “animales transgénicos”, ya hemos comentado en la entrada
anteriorque el “salmón transgénico” recibió la luz verde después de más de 25
años de exámenes y permanece en estudio para su comercialización por la
“agencia alimentaria estadounidense”. Otro caso es el de los “cerdos
transgénicos” más respetuosos con el medio ambiente, o “enviropig”.
Respecto a los “microorganismos modificados genéticamente”, se ha
planteado en diversas ocasiones la liberación de “bacterias biorreparadoras”
para contribuir a limpiar el medio ambiente de contaminantes, por ejemplo,
después de un vertido de petróleo. De hecho, actualmente, ya se liberan
“bacterias no modificadas” sobre el petróleo, lo que sin duda altera el
equilibrio de los ecosistemas afectados, pero lo altera aún más “la presencia
de elementos contaminantes” con que se pretende remediar. Son casos
difíciles de valorar, pero el “efecto beneficioso” que pueden tener estos
microorganismos bien merece que se estudien en profundidad.
Por descontado, estas reflexiones no afectan al uso de “microorganismos en
depuradoras”, en condiciones controladas que evitan la liberación accidental,
donde pueden ser muy efectivas en procedimientos de descontaminación del
agua.
Con todo, es muy posible que quien lea esto haya liberado microorganismos
en el medio ambiente sin saberlo, si han utilizado determinados productos del
hogar que los contienen. Concretamente, hay una gama de “productos
desatascadotes” que se comercializan en forma de “barritas” o de “líquidos
concentrados” para poner en las cañerías atascadas o para evitar que se
atasquen, cuya base es una “bacteria del grupo Bacillus”, que producen
enzimas que degradan las grasas, las proteínas, los azúcares y el almidón, lo
que facilita la tarea de desatascar las cañerías y genera una “película
biológica” a su alrededor que dificulta que se vuelva a atascar.

Para terminar, tocaría hablar de la “posible liberación de plantas


transgénicas”, que son las que más criticas reciben. Estas críticas inciden en
la posibilidad de “polinización cruzada”, que “variedades modificadas
genéticamente se vuelvan silvestres”, en la “aparición de organismos
resistentes” y en la “conservación de la biodiversidad”.
Con respecto a la “polinización cruzada”, efectivamente, todas las plantas,
transgénicas o no, pueden llegar a “hibridar” con plantas no cultivadas si
pertenecen a la misma especie y algunas pueden hacerlo también con
especies muy emparentadas. Por este motivo esta posibilidad requiere ser
valorada específicamente para cada cultivo.

En primer lugar, la posibilidad de “polinización cruzada” depende de la


existencia de “zonas próximas de plantas silvestres” de la misma especie o de
especies muy emparentadas con las que pueda “hibridar”. En este sentido, por
ejemplo, “el cultivo de maíz transgénico en Europa no supone ningún peligro
de hibridación”, dado que en el continente europeo no hay ninguna variedad
de maíz silvestre ni ninguna otra planta lo bastante próxima con la cual pueda
hibridar.
Además, en muchas variedades vegetales el “polen” fecunda las células
femeninas de la misma flor, por lo que ¡no está preparado para recorrer
grandes distancias! y de hecho no lo hace, lo cual reduce enormemente las
posibilidades de contaminación genética de las variedades silvestres. En este
sentido, por ejemplo, el polen del trigo, del arroz y de muchas leguminosas y
hortalizas como el tomate, la lechuga y el pimiento tienen la movilidad
reducida a unos pocos metros. En cambio, el polen del maíz y algunos árboles
frutales está preparado para recorrer distancias más largas. En este caso la
posibilidad de contaminación con las variedades silvestre que pudieran existir
es más elevada.
Un problema diferente, sin embargo, es la “contaminación procedente con
polen procedente de un campo sembrado con maíz transgénico” en los
campos vecinos, si estos no están sembrados con la misma variedad, dado
que se podrían generar “semillas híbridas”.
De acuerdo con la normativa vigente si esto ocurriera, estas “semillas
híbridas” se tendrían que comercializar como “transgénicas” en caso de “que
la cantidad de semillas portadoras de la modificación genética” superara el
umbral legal del 0´9% respecto del total, a pesar de que esta no fuera la
intención del agricultor.
Para evitar esta “contaminación  genética” entre campos cercanos, los
suministradores de semillas recomiendan de forma explícita la creación de
“barreras de seguridad” en torno a los campos cultivados con la variedad
transgénica:

 Diferentes alternativas de “barreras de seguridad” para evitar la propagación de los cultivos transgénicos.

Estas “barreras de seguridad” tienen que estar cultivadas con la misma


especie de planta, por ejemplo, maíz si lo que se cultiva es “maíz Bt”, pero de
una variedad “no transgénica”. Su objetivo es que absorban todo el polen que
pueda salir de la “zona transgénica” para que no llegue nunca a los “campos
no transgénicos”.
Estas “barreras biológicas” deben estar formadas por “un mínimo de 6 hileras
de plantas no transgénicas”.
Otra alternativa es dejar una separación de 50 metros entre un campo
transgénico y un campo cultivado con la misma “planta” pero con una
variedad “no transgénica”.
Finalmente, otra alternativa para evitar la contaminación genética de las
variedades silvestres es la denominada “tecnología terminador”. De forma
resumida, esta tecnología consiste en combinar una “secuencia reguladora”
de ADN específica de “estambres”, la parte masculina de las flores, con un
“gen específico de la bacteria Bacillus amyloliquefaciens”, que inhibe la
formación de polen. De esta manera “las plantas transgénicas solo pueden
producir células femeninas”, que no salen nunca de la planta, y no generan
polen, el elemento masculino que teóricamente podría propagar los
“caracteres modificados”. Así, si en el mismo campo se siembran también
“plantas no trangénicas” productoras de polen, se obtendrán “semillas
híbridas” con la ventaja de las “plantas transgénicas” y “el polen que se pueda
escapar del campo no será transgénico”.
Otro tema de discusión y crítica es la posibilidad de que una planta cultivada
pueda volver a convertirse en silvestre y ocupar una parte del ecosistema.
Decimos “volver a convertirse en silvestre” porque todas las variedades que
se cultivan provienen de la domesticación de plantas silvestres.
Ciertamente esta posibilidad existe, pero existe tanto para las “plantas
transgénicas”, como para las variedades convencionales. Sin embargo, no se
suelen encontrar en la naturaleza plantas de maíz, tomateras u otros cultivos
que se hayan vuelto silvestres y hayan colonizado nuevos ambientes.
El motivo es muy simple: la inmensa mayoría de “plantas cultivadas”
necesitan unas condiciones muy favorables de crecimiento, las derivadas del
“proceso de domesticación y selección para obtener el máximo rendimiento”,
las cuales no se suelen dar de forma natural fuera de las zonas cultivadas.
Este es uno de los aspectos que valoran los “comités de bioseguridad” antes
de autorizar el cultivo de una nueva variedad de planta transgénica.

Otra cuestión es la aparición de “organismos resistentes”. La utilización de


“plantas transgénicas” no supone, por sí misma, ningún riesgo de que se
desarrollen nuevos organismos patógenos.
Sin embargo, el uso de “plantas protegidas genéticamente contra organismos
patógenos o plagas” puede favorecer que se seleccionen variedades
resistentes de estos organismos. De esta manera, la protección introducida en
la planta puede dejar de ser eficaz después de cierto tiempo.
Ahora bien, este efecto se puede dar tanto en “cultivos transgénicos” como en
“cultivos convencionales tratados con productos fitosanitarios”.
“El problema de las resistencias” es un tema candente y muchas legislaciones
contemplan legislaciones para evitarlo. Una de las maneras de evitar la
aparición de “organismos resistentes” es reservar el 20% de los campos para
“variedades no genéticamente modificadas” de la misma planta (ver figura
anterior), unas “islas no transgénicas” dentro de su campo. La idea de esta
estrategia es permitir que los individuos sensibles puedan continuar
alimentándose, lo que “limita el efecto de la selección para la resistencia a la
toxina” y evita que los “individuos resistentes” acaben siendo mayoritarios en
la población.

Una de las preguntas más frecuentes que los “grupos contrarios a los cultivos
transgénicos” elevan a la categoría de “crítica furibunda”, hace referencia a
quiénes son los beneficiarios de la revolución biotecnológica.
La respuesta apunta a las empresas que generan y comercializan los OMG o
los productos obtenidos de ellos. Esto es innegable, pero también pueden salir
beneficiados “los agricultores”, el “medio ambiente” y “la sociedad en
general”, vistas todas las aplicaciones de los diversos tipos de OMG
expuestas en todas las entradas sobre este tema. Ahora bien, estos beneficios
redundan especialmente sobre los países que por su situación económica,
científica y social pueden disfrutar de estas tecnologías y sus aplicaciones.

Parece fuera de lugar atribuir de forma genérica a los OMG una


responsabilidad en la injusta distribución de la riqueza, pero lo cierto es que
muchos grupos de activistas contrarios a las “plantas transgénicas” han
conseguido generar una sensación de monopolio que parece aumentar el
desequilibrio entre los países ricos y los pobres.
De entrada, la contribución de los OMG a las desigualdades planetarias no es
en absoluto superior a la de cualquier otro aspecto tecnológico controlado por
los países desarrollados. Sin embargo, con una política adecuada, como la que
están haciendo algunas compañías de biotecnología financiando la patente del
“arroz dorado”, los OMG pueden rendir beneficios públicos y privados, y ser,
en consecuencia, un instrumento que contribuya al reparto de los recursos del
planeta. Es decir, que los “países en vías de desarrollo” puedan disfrutar
condiciones ventajosas de cara a las “patentes” con el fin de poder acceder a
los beneficios de la biotecnología.

El motivo del éxito de la “desinformación” (en las redes sociales y en Internet


hay una catarata de panfletos e imágenes tendenciosas que monopolizan la
desinformación sobre este tema) es que, en general, tenemos más tendencia a
creernos las informaciones espectaculares o impactantes, antes que examinar
con cuidado las fuentes de la información.

En este sentido, aparte de páginas web o panfletos diversos, también se han


escrito libros de nula credibilidad, en alguno se llega a cuestionar, incluso, que
el ADN sea el material hereditario.
También es frecuente ver imágenes manipuladas en estos escritos
propagandísticos. Por ejemplo, un embrión humano dentro de un tomate:
o una mazorca de maíz convertida en una bomba:

El “fundamentalismo” de estos grupos activistas contra los “organismos


modificados genéticamente” es de tal enjundia que se puede equiparar a los
“fundamentalismos religiosos”, pues no atienden a ningún tipo de razón ni
justificación científica, aunque ello suponga si alcanzaran sus objetivos, la
desgracia, la pobreza e incluso la imposibilidad de sobrevivir para muchas
personas.

En los últimos 600 años las sociedadeshumanas se han opuesto a la llegada


del café, la imprenta, la agricultura mecanizada, los frigoríficos, la música
grabada o los transgénicos con tácticas muy parecidas. 
“No hay ninguna idea inteligente que pueda ganar aceptación general sin
mezclarla antes con un poco de estupidez”. La frase es de Fernando Pessoa y
toca un problema que las sociedades humanas afrontan desde que
comenzaron a existir: la oposición a nuevas tecnologías que pueden cambiar
el mundo.

El colmo de la irritación es el manifestado por 109 premios nobeles, que, en un


documento hecho público en junio de 2016, acusan a los activistas de
Greenpeace de “crímenes contra la humanidad” por los transgénicos .
Fuentes: Lo sustancial de esta entrada ha sido recogido del libro del profesor
David Bueno i Torrens “¿Para qué sirven los transgénicos?” así como las
notas “Los enemigos de la innovación” de Nuño Domínguez y “109 premios
nobeles acusan a Greenpeace de crímenes contra la humanidad por los
transgénicos” de Manuel Ansede.

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