Novenario Difuntos
Novenario Difuntos
Novenario Difuntos
Es por esto que, teniendo presente la costumbre del novenario por los difun-
tos, el Departamento de Liturgia, del Secretariado Permanente del Episco-
pado Colombiano, presenta el siguiente esquema1 para la celebración
comunitaria de la fe en los momentos concretos de la partida de un ser que-
rido y que puede ser dirigido por los fieles laicos.
Saludo
La gracia del Señor Jesucristo, quien con su presencia salvadora nos llena de con-
suelo y de paz, esté siempre con todos nosotros.
Monición
Hermanos y hermanas:
Si creemos que Jesucristo murió y resucitó,
confiemos también que Dios nuestro Padre,
por su Hijo, tomó consigo a nuestro (a) hermano (a) N., quien duerme en Cristo.
Este duelo nos recuerda que no podemos vivir en las tinieblas del pecado,
ya que la muerte nos puede sorprender de improviso.
Nuestra vida, tiene que ser conforme con lo que somos: hijos de la Luz;
velemos, pues, y vivamos según las exigencias de nuestro bautismo.
Unámonos ahora en oración e invoquemos la misericordia de Dios
para con nuestro(a) hermano(a) N.
Oración en silencio
Lectura de la Palabra de Dios
El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5,1-12ª
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
San Juan Pablo II supo bien de cerca convivir con la enfermedad, especialmente en
la parte final de su vida. Aunque su juventud no fue nada fácil, ya que perdió a sus
dos hermanos y a sus padres, en un periodo relativamente corto de tiempo, además
del periodo de guerra que le tocó vivir en su país. De esta profunda experiencia el
Santo Padre nos dijo:
“Vivir para el Señor significa también reconocer que el sufrimiento, aun siendo en
sí mismo un mal y una prueba, puede siempre llegar a ser fuente de bien. Llega
a serlo si se vive con amor y por amor, participando, por don gratuito de Dios y por
libre decisión personal, en el sufrimiento mismo de Cristo crucificado. De este
modo, quien vive su sufrimiento en el Señor se configura más plenamente a Él y se
asocia más íntimamente a su obra redentora en favor de la Iglesia y de la humani-
dad” (Encíclica ‘Evangelium Vitae’, 25 de marzo de 1995, núm. 67).
Oremos ahora juntamente a Dios nuestro Padre con la plegaria que nos enseñó
nuestro hermano, Jesucristo. Digamos con fe: Padre nuestro...
Dios, Padre omnipotente, que con la Cruz de tu Hijo nos has fortalecido y con su
Resurrección has marcado nuestra vida; concede a tu siervo (a) N., que libre de la
muerte, sea agregado (a) a la asamblea de tus elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz.
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Segundo
Canto inicial
En Dios pongo mi esperanza y confió en su palabra (Salmo 129)
1. Nos hallamos aquí en este mundo. / este mundo que tu amor nos dio:
más la meta no está en esta tierra / es un cielo que está más allá.
Coro
Saludo
EI Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido con toda clase
de bendiciones espirituales en Cristo, nos dé su paz y consuelo.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
El cristiano vive como peregrino en la tierra, esperando que su muerte será el paso
a una nueva vida, donde libre de pecado, glorifique sin fin al Padre por Cristo. Por
eso la muerte no es un término, sino un tránsito, un día resplandeciente, iluminado
con los fulgores de la resurrección.
Unámonos en la oración para pedir por nuestro (a) hermano (a) N.
Oración en silencio
En cierta ocasión dijo Jesús: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque si
ocultaste estas cosas a los sabios y los entendidos, las revelaste a los pequeños. Si,
Padre, porque así tuviste a bien disponerlo.
Todo me lo entregó mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí
todos los que están rendidos y agobiados, que yo los aliviare. Carguen sobre ustedes
mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón y así encon-
trarán alivio. Porque mi yugo es llevadero y mi carga liviana.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta
Salmo 25 (24) 6. 7bc. 17.18.20. 21 (R.1.6.3a)
San Juan Pablo II en la Basílica del Pilar en Zaragoza, España, en el encuentro con los
enfermos dijo:
“Vosotros que vivís bajo la prueba, que os enfrentáis con el problema de la limita-
ción, del dolor y de la soledad interior frente a él, no dejéis de dar un sentido a esa
situación. En la cruz de Cristo, en la unión redentora con El, en el aparente fracaso
del Hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la humanidad, en el valor
de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta. Mirad hacia Él, hacia la Iglesia
y el mundo y elevad vuestro dolor, completando con El, hoy, el misterio salvador
de su cruz” (6 de noviembre de 1982).
- Por la intercesión de todos los santos, que gozan de ti en el cielo, lleva misericor-
diosamente a tu siervo (a) N., a la eterna bienaventuranza.
- Por las súplicas de tu Iglesia, que peregrina en la tierra, abre a nuestro (a) her-
mano (a) N., las puertas de la Iglesia triunfante.
- Por tu infinita misericordia dígnate consolarnos y reunirnos en el esplendor de
tu gloria.
Pueden hacerse otras intenciones personales...
Padre de las luces, acoge benigno a tu hijo (a) N., y a nosotros concédenos encontrar
la luz en medio de las tinieblas, y la fe en la duda y en los peligros; y ya que nos con-
suelas en todas nuestras tribulaciones, concédenos poder consolar a los atribulados
con el consuelo que de ti recibimos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Tercero
Canto inicial
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, que nos reúne en una gran
familia, y nos da paz en el Espíritu, estén con nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Al reunirnos en esta tarde (noche) para orar por nuestro (a) hermano (a) N., recorde-
mos una vez más que Dios es amor y vida, y también nuestro único consuelo. Por eso
con espíritu de fe encontramos ahora esperanza, y este acontecimiento triste se
ilumina y adquiere otra perspectiva: así como Cristo resucitó, también nuestro (a)
hermano (a) resucitará y nosotros nos encontraremos un día en la casa del Padre, en
compañía de María y todos los santos. Unámonos con oración y pidamos por nuestro
(a) hermano (a) N., por sus familiares y amigos.
Oración en silencio
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
Oremos a Dios, nuestro Padre, quien nos tiene reservada una morada en su casa y
digámosle:
- Por la piadosa muerte de San José, padre nutricio de tu Hijo, dígnate admitir a
tu siervo (a) N., en la compañía de todos los bienaventurados.
- Por la fiel solicitud de su Ángel Guardián y de todos los ángeles, condúcelo (a) a
tu presencia.
Como hijos adoptivos que somos, unamos nuestra voz a la de Cristo, para hablar con
nuestro Padre, siguiendo el modo de orar que Jesús nos enseñó: Padre nuestro...
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Cuarto
Canto inicial
Saludo
El Espíritu de verdad, que resucitó a Cristo de entre los muertos y nos hace exclamar
que Dios es Padre, nos consuele y permanezca siempre con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Nuestro(a) hermano(a) N. fue hecho(a) hijo (a) adoptivo la) de Dios en el bautismo y
terminada su peregrinación terrena se durmió en la paz de Cristo. Hoy nos reunimos
para orar por él (ella) y también por nosotros, afligidos por su separación, pero segu-
ros de que un día también saldremos al encuentro de Cristo y nos reuniremos con
nuestro (a) hermano (a) en la asamblea de los santos. Nos reconforta saber que en el
cielo tenemos un Padre bueno, atento a darnos las gracias que necesitamos en
cada momento de la vida, especialmente en estas circunstancias de dolor familiar.
Por eso, oremos por nuestro(a) hermano (a) N., por todos los aquí presentes y en
especial por sus familiares.
Oración en silencio
Estas son las últimas instrucciones de Jesús a sus discípulos: «Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en su trono
glorioso. Todas las naciones se reunirán en su presencia, y él separará a unos de
otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras, y pone las ovejas a su derecha
y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que tenga a su derecha:
‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que está preparado
para ustedes desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y me dieron de
comer; tuve sed, y me dieron de beber; estuve fuera de mi patria, y me alojaron; des-
nudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; preso, y vinieron a verme’. Entonces los
justos le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer;
con sed, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos fuera de tu patria, y te alojamos;
desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’ Y el
Rey les responderá: Yo les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño
de mis hermanos, lo hicieron conmigo’. «Luego dirá a los de su izquierda: ‘Aléjense
de mí, malditos; vayan al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estuve fuera de mi patria, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y
preso, y no me visitaron’. Y también ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos
con hambre o con sed, fuera de tu patria o desnudo, o enfermo o preso, y no te servi-
mos?’ Y él les responderá: ‘Yo les aseguro que cada vez que dejaron de hacerlo con
el más pequeño, dejaron de hacerlo conmigo’. Y éstos irán al castigo eterno, y los
justos a la vida eterna.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
Al comienzo del Pontificado de San Juan Pablo II, en su homilía nos dijo:
Invoquemos a nuestro Señor Jesucristo, quien dijo de sí mismo: «Yo soy la resurrección
y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás». Pidámosle por nuestro (a) hermano (a) N., quien pasó a la casa del Padre.
R. Te rogamos, óyenos
Jesucristo con su Misterio Pascual nos ha hecho hijos adoptivos de Dios; por eso
podemos acudir con plena confianza a nuestro Padre, con la oración de sus hijos.
Digamos con gran fe: Padre nuestro...
Padre bondadoso, concede a tu siervo(a) difunto (a) N., la misericordia de que sus
acciones no reciban como recompensa el castigo, ya que él (ella) perseveró en el
deseo de cumplir tu voluntad, para que, así como la verdadera fe en esta tierra lo (la)
unió a tu pueblo santo, así también tu compasión lo (la) asocie a los coros angélicos.
Por Jesucristo nuestro Señor
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Quinto
Canto inicial
Quien cree en ti, Señor, / no morirá para siempre.
Saludo
La gracia y la paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor, quien por noso-
tros murió para darnos nueva vida, estén con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Como humanos lloramos y sentimos la muerte de nuestro (a) hermano (a) N., pero
como cristianos nos alegramos porque él (ella) ya llegó felizmente a la vida eterna.
Por eso, Cristo, el Señor, nos dijo que nuestro corazón no debe inquietarse, pues en
la casa del Padre hay muchas mansiones y Él fue a prepararnos un lugar en el país
de la dicha sin fin. Iluminados, pues, por la fe y fortalecidos por la esperanza, unámo-
nos en la plegaria y oremos por nuestro(a) hermano (a) N.; pidamos también por
nosotros para que la fe nos ilumine el misterio de la muerte y nos fortalezca en la
marcha hacia la mansión definitiva.
Oración en silencio
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús
exclamó con voz potente:
«Elohí, Elohí, lemá sabactani.»
Lo que quiere decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?»
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
«Este está llamando a Elías,»
Uno corrió a empapar una esponja en vino ácido, y poniéndola en la punta de una
caña, quería darle de beber diciendo: «Esperemos a ver si viene Elías a bajarlo.»
Pero Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Y al verlo expirar así, el centurión, que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente,
este hombre era Hijo de Dios!»
Y pasado el sábado, María Magdalena, María, madre de Santiago, y Salomé compra-
ron perfumes para ir a ungir el cuerpo de Jesús.
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salió el sol, fueron al sepulcro.
Y conversaban entre ellas:
«¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»
Pero al mirar, observaron que la piedra estaba corrida; era una piedra muy grande.
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica
blanca. Ellas se extrañaron, pero él les dijo: «No se extrañen. Buscan a Jesús de Naza-
ret, el crucificado. Resucitó, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.
Pero vayan a decir a sus discípulos y en particular a Pedro que se adelantará a ellos
para reunirlos en Galilea. Allá lo verán, como se lo había anunciado.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
“Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio
pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera
fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; en efecto, Él
muere clavado en la cruz. Pero si al mismo tiempo en esta ‘debilidad’ se cumple su
‘elevación’, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debi-
lidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetrados por la misma
fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo” (11 de febrero del año
1984, núm. 23).
- Señor Jesucristo, concede a nuestro (a) hermano (a) N., una morada eterna en
el cielo.
- Condúcelo (a) a las fuentes tranquilas del paraíso, hazlo (a) recostar en las
verdes praderas de tu Reino.
- A nosotros, quienes peregrinamos por las oscuras cañadas de este mundo,
guíanos por el sendero justo.
Con la confianza que nos da la fe, unamos nuestros corazones para orar a Dios,
nuestro Padre, diciendo: Padre nuestro…
Dios y Padre nuestro, en quien los mortales viven, y para quien nuestros cuerpos al
morir no perecen, sino que se transforman; te suplicamos que como lo hiciste con
tu amigo el patriarca Abrahán, recibas a tu siervo (a) N. para que lo (la) resucites el
último día del gran juicio, y los pecados que cometió en este mundo pasajero, por tu
piedad los purifiques con tu perdón. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Sexto
Canto inicial
Saludo
La gracia del Señor Jesucristo, quien nos ha dado vida con abundancia y ha triunfado
sobre la muerte, esté con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
Oración en silencio
El mismo día, primero de la semana, dos de los discípulos iban a un pueblo llamado
Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino iban hablando de
todo lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían. Jesús en persona se
acercó y siguió caminando con ellos. Pero estaban como ciegos y no lo reconocieron.
Él les dijo: «¿Qué venían comentando por el camino?» Ellos se detuvieron. En sus
rostros se veía la tristeza. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «Tú serás el
único forastero en Jerusalén que no se ha enterado de lo que pasó allí en estos días.»
«¿Qué pasó?» les preguntó. Ellos respondieron: «Lo de Jesús de Nazaret: era un profe-
ta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y nuestros
sumos sacerdotes y nuestros jefes lo condenaron a muerte y lo crucificaron. Nosotros
esperábamos que él fuera el liberador de Israel. Y además de todo eso, ya van tres
días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo
nos han dejado sin saber qué pensar: fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar
el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles y les
habían asegurado que él está vivo. Algunos compañeros nuestros fueron al sepulcro
y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡Qué duros de entendimiento son ustedes! ¡Cómo les cuesta creer
todo lo que anunciaron los profetas!» ¿No ven que era necesario que el Mesías
soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y
continuando con todos los profetas, les explicó todo lo que en las Escrituras se refe-
ría a él. Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de
seguir adelante. Pero ellos le hicieron fuerza diciéndole: «Quédate con nosotros, que
es tarde y ya va a anochecer.»
Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendi-
ción; luego lo partió y se lo dio. Y al punto se les abrieron a ellos los ojos y lo recono-
cieron, pero él desapareció de su vista.
Entonces se dijeron el uno al otro: «¿No es cierto que, a lo largo del camino, iba él
encendiendo el fuego en nuestro corazón con sus palabras, a medida que nos mos-
traba el sentido de las Escrituras?»
En ese mismo momento se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encon-
traron reunidos a los Once y a los demás compañeros, que estaban diciendo: «¡Es
verdad: el Señor resucitó y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo se les
había dado a conocer al partir el pan.
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
“Para que el milenio que está ya a las puertas pueda ser testigo de un nuevo auge
del espíritu humano, favorecido por una auténtica cultura de la libertad, la humani-
dad debe aprender a vencer el miedo. Debemos aprender a no tener miedo, recu-
perando un espíritu de esperanza y confianza. La esperanza no es un vano opti-
mismo, dictado por la confianza ingenua de que el futuro es necesariamente
mejor que el pasado. Esperanza y confianza son la premisa de una actuación res-
ponsable y tienen su apoyo en el íntimo santuario de la conciencia, donde el
hombre está solo con Dios, y por eso mismo intuye que ¡no está solo entre los enig-
mas de la existencia, porque está acompañado por el amor del Creador!” (5 de octu-
bre de 1995).
- Padre santo, ya que por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte,
y con El resucitamos, haz que después de nuestra muerte vivamos para Cristo.
- Padre providente, que nos has dado el Pan de la Eucaristía, haz que cuantos lo
comemos, tengamos vida eterna.
- Padre de bondad, acoge a nuestro(a) hermano (a) N., eternamente por tu misericordia.
Porque poseemos el Espíritu de Jesucristo, podemos orar a Dios nuestro Padre con
toda confianza diciendo: Padre nuestro...
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Septimo
Canto inicial
Saludo
El Dios de la paz, nos santifique plenamente, y todo nuestro ser, el espíritu, el alma y
el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
En esta reunión familiar levantemos nuestro corazón a Dios para pedirle que dé cl
descanso eterno a nuestro(a) hermano (a), N. y lo (la) lleve a su Casa, lugar de la Luz
y de la Paz eterna. Y lo hacemos con fe profunda, porque sabemos que Él nos ama
tanto, que nos dio a su propio Hijo, como Redentor de todos los hombres.
Llenos, pues, de confianza oremos juntos al buen Dios, siempre pronto a perdonar y
a tener misericordia. Por nuestra parte pensemos cuál debe ser nuestra vida cristia-
na: hemos muerto al pecado en el bautismo y nos hemos comprometido a ser testi-
gos de la vida nueva recibida en ese sacramento. Nuestro obrar cotidiano tiene que
llevarnos a dar testimonio de ello con nuestras buenas obras.
Oración en silencio
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta
Salmo 103(102)8+10.13-14.15-16.17-18 (R. 8a o 37, 39a)
R. Padre, escúchanos
- Padre justo, haz que nuestro(a) hermano (a) N., quien pasó de este mundo a tu
reino, se llene de gozo en la asamblea de los santos.
- Alégralo (a) con el gozo de tu presencia.
- Sálvalo (a) por tu misericordia.
- Tu bondad lo (a) acompañe eternamente.
- Ya nosotros, concédenos tu consuelo y tu paz.
Con la confianza que tienen los hijos con su padre, acudamos a Dios nuestro Padre
con la oración que Cristo nos enseñó: Padre nuestro...
Oh Dios, autor de la vida, escucha bondadoso nuestras suplicas, para que al crecer
nuestra fe en tu Hijo resucitado de entre los muertos, y al aguardar la resurrección de
tu siervo(a) N., se afiance también nuestra esperanza. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Octavo
Canto inicial
Saludo
La gracia, la paz y el consuelo de parte de Cristo, que es, que era y que ha de venir,
permanezcan siempre con todos nosotros
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
El cristiano que muere en gracia, en la amistad de Dios, pasa a poseer la esperanza
que abrigó durante su vida: gozar de la felicidad eterna. Esto lo espera firmemente
porque recuerda las palabras de Cristo: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree
en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás». Esa
ansia de llegar a estar con Dios, que llevamos en nosotros desde nuestro bautismo,
sólo la colmaremos cuando veamos a Dios cara a cara. Pero para que esto se realice
es necesario que nuestra existencia sea una preparación para este encuentro perso-
nal y definitivo con Cristo. La muerte de nuestro(a) hermano(a) nos recuerda esta
perspectiva y nos invita a la conversión.
Oración en silencio
Enseñando Jesús a sus discípulos, les decía: «Estén preparados y con las lámparas
encendidas, como haciendo guardia de noche. Pórtense como quienes aguardan a
que su amo vuelva de la boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices
los servidores a quienes el señor, al llegar, encuentre esperando despiertos! Les ase-
guro que entonces será él quien se prepare, y los haga sentar a la mesa y se ponga a
servirles. ¡Felices si los encuentra así el señor, aunque llegue a medianoche o antes
del alba! Tengan esto presente: si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar
el ladrón, no lo dejaría meterse en su casa. Ustedes también estén preparados,
porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre.
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
“El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al ‘materialis-
mo práctico’, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo …
En semejante contexto el ‘sufrimiento’, elemento inevitable de la existencia
humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es ‘censurado’,
rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y
de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al
menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido
y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión” (25 de
marzo de 1995, núm. 23).
Pidamos a Dios nuestro Señor por nuestro (a) hermano (a) N. para que lo (la) acoja en su
misericordia y le dé el lugar de la Luz y de la Paz. Digamos (o cantemos):
Confiemos nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, con la oración que Cristo nos
enseñó: Padre nuestro...
Dios, Padre celestial, que elevaste a la dignidad de cristiano (a) a nuestro (a) hermano
(a) N., y lo (la) hiciste miembro de tu familia, te pedimos lo (la) agregues ahora a tu
Iglesia gloriosa, donde la comunidad de tus fieles, goza de ti en el cielo. Por Jesucris-
to nuestro Señor.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Noveno
Canto inicial
Saludo
La gracia, la misericordia y la paz que proceden de Dios y de Cristo Jesús, Señor nues-
tro, estén con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Nos encontramos frente a una de las realidades más duras de la existencia humana:
la muerte. Nuestro hermano(a) N., fue llamado(a) por el Padre a darle el premio pro-
metido a sus siervos fieles. Los vínculos de afecto humano que nos unían a él(ella) se
han estrechado aún más en Cristo, quien vive glorioso y espera a sus hermanos, los
hombres que creen en Él.
Oración en silencio
Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, crucificaron a Jesús con los malhe-
chores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y uno de los malhechores crucificados
lo insultó diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
Pero el otro lo reprendió diciéndole: «Sufriendo la misma pena que él ¿no tienes
temor de Dios? Nosotros la sufrimos justamente, porque recibimos el castigo mere-
cido, pero él no ha hecho nada malo.»
Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
Él le respondió: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
San Juan Pablo II en la audiencia general del 11 de noviembre de 1998 dijo a los presentes:
Roguemos al Padre bueno por nuestro (a) hermano (a) N., quien en su vida mortal creyó
y esperó en la bondad de Dios, diciendo (o cantando):
R. Te rogamos, óyenos
Dios, Padre de todos los hombres, escucha las plegarias que te hacemos por nuestro
(a) hermano(a) N., ábrele las puertas de la vida, y a nosotros concédenos reunirnos
un día en la Casa paterna de tu gloria. Por Cristo, nuestro Guía y camino hacia ti, que
vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...