Carnap
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b) y c) Para Carnap, el lenguaje de las cosas, que por inclinación nos resulta el más
natural, aparte de ser el primero que aprendemos, es el más efectivo para con nuestra
vida cotidiana. Incluso, para salvar este problema de “familiaridad”, debe de plantear
una situación hipotética, donde uno sería capaz de elegir el lenguaje de acuerdo a los
fines prácticos del mismo. Nos dice también que aceptar un lenguaje con estas
características es aceptar un mundo análogo a las mismas. Cuando aceptamos el mundo
de las cosas, admitimos una cierta forma de lenguaje con sus reglas. Los enunciados
teóricos acerca de la realidad o no de este mundo, no pueden estar dentro de este
sistema, pues la utilización de sus reglas lo presupone como ya dado, con lo cual se ve
como imposible plantear las cuestiones de existencias externas desde un punto de vista
teórico, pues no poseemos un sistema de lenguaje para esos fines. Esta cuestión se
resuelve en una decisión práctica, que es la de si se acepta o no determinadas formas de
lenguaje. Siguiendo en la situación hipotética planteada por Carnap, a pesar de ser la
cuestión externa de índole práctica, los conocimientos teóricos (cómo nuestras
experiencias) influyen a la hora de tomas la decisión, aunque de ninguna manera
constituyen prueba de la realidad de la ontología con la que nos comprometemos si
aceptamos determinado sistema de lenguaje. Pues, como queda establecido de acuerdo
al discurrir de Carnal, la cuestión externa de la existencia, es una pseudo cuestión. A
pesar de que Carnap mismo utiliza el lenguaje de las cosas como metalenguaje, para
comunicarnos sus teorías acerca de los otros diferentes sistemas, que utilizan, en general
las formas lingüísticas del sistema en cuestión, llegando en un pasaje del texto a
expresarse en relación al mismo como el originario, pareciese correcto concluir de lo
anterior que el lenguaje de las cosas, tal y como lo describe Carnal, no tiene una
preeminencia en el sentido de ser el lenguaje “verdadero”, pues en definitiva no existe
alguno como tal. Lo que sí se evidencia es la dependencia del resto de los sistemas de
lenguaje de este primero, especialmente en relación al criterio para determinar si
debemos aceptar o no, nuevas formas lingüísticas. Carnap nos reitera que los resultados
son importantes para considerar si aceptamos o no diferentes entidades abstractas6, de
acuerdo al propósito del sistema en cuestión, con lo que nos recomienda tolerancia y
prudencia al respecto. SI vemos que todos los sistemas apuntan a ámbitos de la vida del
hombre en todos sus aspectos tal y como la entendemos en virtud del lenguaje de cosas,
pareciese necesario aceptar que este es una suerte de lenguaje originario, aunque nos
insista, en virtud de la hipotética decisión, que podemos optar por otros lenguajes (de
datos sensibles, existencias fenoménicas, etc.) En particular, no comparto la idea de que
podemos optar por otro lenguaje, y que al hacerlo nuestra concepción del mundo varíe.
Creo que aunque eliminemos los sustantivos, seguiríamos interpretando aquello que
denominamos “realidad” como lo hacemos actualmente. Con esto no quiero decir que
exista o no un estado de cosas independientes de nosotros, el cual se corresponde con
nuestra concepción7 del mismo existamos o no, sino que la “realidad humana” es así, y
es imposible que sea de otra manera. Nos es imposible pensar en términos diferentes
con los que lo haceos habitualmente, y referirnos a otras hipotéticas formas de la
realidad nos es imposible sino acudimos a construcciones del tipo de las metáforas.
Incluso carecemos de términos o expresiones que desnuden perfectamente diferentes
aspectos de nuestra experiencia cotidiana. Es en la conducta y el trato con la existencia8
que observamos la interpretación de la realidad que hacemos, no en las formas
lingüísticas (aunque puedan servir de indicio), pues si en lugar de, como propone
Carnap, decir o pensar “vaso” menciono todas aquellos datos sensibles que
experimento al tener esta percepción, y actúo ante ello como si fuese una cosa, mi
interpretación de la realidad sería exactamente la misma que si utilizare las formas del
lenguaje de las cosas. Esto es lo que apenas puedo decir sin tanto miedo a equivocarme.
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Alguien podría objetar que tal vez el sujeto en cuestión vive la realidad de otra manera,
sólo que bajo los ojos de un tercer observador (en este caso yo) que comparte el
lenguaje de las cosas, la conducta de este sujeto sería asimilidada bajo los conceptos que
nuestro tercer observador maneja, si bien para el agente en cuestión su percepción es
totalmente diferente. Esto es algo un tanto intrincado, y una cuestión de hecho, que creo
que es improbable. Volviendo al tema de la decisión originaria, creo que como hecho9,
es imposible10, por lo anteriormente dicho y porque si realmente esta podría ser una
actitud influenciada por cierto conocimiento teórico, supone de por sí un lenguaje y una
cierta interpretación del mundo previa. Por eso, este criterio sí es aplicable a la
aceptación de nuevas formas lingüísticas en el plano científico, por ejemplo, pues ya
nos encontramos en este punto con un trasfondo en virtud del cual podemos establecer
los propósitos del sistema, y sobre el cual se puede trabajar. Pareciese que todos los
sistemas suponen el mundo de las cosas en el sentido indefinido del mismo, pues en
virtud de él, hablamos del espacio, del tiempo, de las propiedades, etc.11.
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1
Todo enunciado acerca de la existencia de un número o existencia de los números, en tanto cuestión interna, es analítico.
En el primer caso porque respondemos acerca de su existencia en virtud de reglas lógicas que gobierna el uso de
expresiones nuevas dentro de ese marco. En el segundo caso, la cuestión se reduce según Carnap a “Hay un n tal que n es un
número” que se sigue del enunciado analítico “Cinco es un número”, siendo el mismo analítico también.
2
Carnal sostiene que “del sistema de reglas para las expresiones lingüísticas del marco proposicional es suficiente para la
introducción del marco”, con lo que “no son necesarias explicaciones ulteriores relativas a la naturaleza de las
proposiciones”, pues, en caso de que la forma lingüística sea una proposición, lo será solamente en virtud de las reglas. De
esta manera desestima la explicación de Russell acerca de las proposiciones como entidades mentales.
3
Para Carnal las aserciones que dependen de conocimiento fáctico o lógico, son conocimiento teorético. Cuando la aserción
es incomprobable por estos medios, no tiene contenido cognitivo. EL conocimiento, en cualquiera sus dos formas, es
posible sólo dentro de un marco determinado. La cuestion ontológica, en su sentido originario, parece no tener marco
lingüístico alguno, en virtud de esa originalidad que supone un momento previo a cualquier sistema específico.
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¿Se pueden evaluar nuestras experiencias sin adoptar un sistema específico de antemano? ¿EL lenguaje determina y
condiciona nuestra interpretación de la realidad o es, al contrario, este el resultado de una peculiar relación que
mantenemos con la existencia misma? ¿O alguna forma mixta?
5
Esta forma aquí enunciada, plantea la cuestión en término teoréticos empíricos, con lo que nos encontramos dentro de un
marco específico. Otras lo reducen, en cambio a una cuestión práctica “¿Intorduciremos tales y tales formas en nuestro
lenguaje”? En virtud de esto, Carnal es que sostiene que esta cuestión externa en relación a este sistema es una pseudo
cuestión (esta manera de argumentar sería aplicable en relación a los enunciado externos acerca de la existencia de las
entidades de los diferentes sistemas)
6
Nótese que todo el problema (el de la aceptación de las entidades abstracta” subsiste en virtud del lenguaje de las cosas,
que nos permite diferenciar lo abstracto de lo concreto. No sé si Carnap entiende el sistema de lenguaje de las cosas en estos
términos. Pero de ser así, es evidente que este lenguaje de las cosas, entendiendo cosas como sujetos o sustancias aunque
sea en un sentido meramente lógico, es el que da pie a los diferentes sistemas de lenguaje que Carnap describe en el texto en
el artículo en cuestión.
7
Cuando me refiero a “concepción”, “interpretación”, no lo hago en el sentido por el cual se entiende que la manera de
concebir el mundo para los griegos era diferente que para los aztecas. Sino que me refiero a aquello que está ligado a
nuestra percepción cruda e inmediata, desprovista de razonamientos explícitos e instigaciones científicas, acerca del todo de
la existencia, apenas tenemos conciencia de la misma.
8
Utilizo la palabra existencia de esta manera, para reflejar la indefinición total en un supuesto momento originario del todo
aquel que llamamos comúnmente realidad e irrealidad, hecha ya cierta interpretación del mismo.
9
No me refiero a hecho como suceso empírico, que pueda tener lugar en algún momento de la vida del ser humano, pues es
obvio que esto no ocurre.
10
Creo sinceramente, que por definición, si ocurriese esto que propongo aquí como imposible, no estaríamos hablando ya
del ser humano, tal y como lo entendemos, sino de una criatura con capacidades tales que transgredirían todos los límites
que le atribuimos a nuestra especie por naturaleza. De aquí que me atreva a decir “imposible” y no”improbable”.
11
Me quedo con la sensación, por falta de tiempo, que hay algo que no logro observar en este artículo de Carnap.
Especialmente lo relacionado con aquello que entiende Carnap por lenguaje de cosas. Nótese que tomé un sentido
indefinido del mismo, donde interpreto cosas como soportes lógicos aparte de ser substancias concretas. Parece que esta
Interpretación no cuadra mucho con lo que dice Carnap, con respecto a la verificación de las cuestiones internas del sistema,
pues pareciese que el sistema de cosas refiere solo a entidades cuya existencia, de serla, es material. Creo que esto es una
caracterización escueta del lenguaje de cosas. Por otra parte no comparto la clasificación y sistematización de Carnap, por,
más allá de razones filosóficas, una cuestión estética.