4 Cs Sociales La Ciencia Politica
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EDITORIAL ISTMO
Director de la colección: Ramón Maiz
A New Handbook of Political Science
Esta traducción del Nuevo Manual de Ciencia Política publicado originalmente en inglés en 1996, se edita de
acuerdo con Oxford University Press.
Oxford University Press, 1996
© Ediciones Istmo, S. A., 2001 para todos los países de habla hispana
ISBN: 84-7090-368-3 - Depósito Legal: M-8563-2001
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TEXTO ESCANEADO POR EL PROFESOR JOSÉ MARIA RAMÓN - CIENCIA POLÍTICA
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ÍNDICE
VOLUMEN I
PRESENTACIÓN ................................................................ 9
PREFACIO......................................................................... 11
AGRADECIMIENTOS........................................................... 15
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA ................................... 17
PARTE I. LA DISCIPLINA
1. Ciencia política: la disciplina. Robert E. Goodin y Hans-Dieter Klingemann............ 21
2. Ciencia política: la historia de la disciplina. Gabriel A. Almond.............. 83
3. La ciencia política y las otras ciencias sociales. Mattei Dogan.............................. 150
VOLUMEN II
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16. Relaciones internacionales: una visión general. Kjell Goldmann ...................... 581
17. Relaciones internacionales: neorrealismo y neoliberalismo. David Sanders............ 619
18. Relaciones internacionales: perspectivas pospositivistas y feministas. J. Ann Tickner 645
19. Relaciones internacionales: lo viejo y lo nuevo. Roberto. Keohane................. 668
32. La metodología en ciencia política: una visión general. John E. Jackson.......... 1037
33. La metodología en ciencia política: métodos cualitativos. Charles C. Ragin, Dirk Berg-Schlosser y Giséle de
Meur............ 1081
34. La metodología en ciencia política: diseño de investigación y métodos experimentales. Kathleen
McGraw................................................... 1110
35. La metodología en ciencia política: lo viejo y lo nuevo. Hayward R. Alker ............... 1136
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PARTE I: LA DISCIPLINA
1. Ciencia política: la disciplina
ROBEKT E. GOODIN
HANS-DIETER KLINGEMANN
Las retrospectivas son, por su propia naturaleza, inherentemente selectivas. Hay muchas
observaciones fascinantes en los muy diversos estudios que componen el Nuevo Manual de Ciencia
Política. Surgen muchas más al leer todos sus capítulos de manera colectiva, pero, inevitablemente,
la cobertura es incompleta y, al mismo tiempo, algo idiosincrásica. Todos los autores se han visto
obligados a dejar fuera aspectos que no lo merecían, simplemente porque no se ajustaban a la
estructura narrativa escogida. Los colaboradores del Nuevo Manual cuentan una gran parte de la
historia de lo que ha venido ocurriendo en la ciencia política de las dos últimas décadas, pero
ninguno sostendría que ha contado la historia completa.
La tarea de esta introducción es situar estos capítulos en un contexto de la disciplina más amplio y
recoger algunos de los hilos comunes más interesantes. Al igual que la cobertura de cada uno de los
siguientes capítulos es inevitablemente selectiva, la de esta panorámica de panorámicas lo es todavía
más. De todos los temas y subtemas que emergen al considerar todos estos capítulos desde un
punto de vista global, aquí nos vamos a centrar en uno en particular.
El Nuevo Manual proporciona una contundente evidencia de la madurez profesional de la ciencia
política como disciplina. Este desarrollo posee dos aspectos: por un lado, hay una diferenciación
creciente con un trabajo cada vez más sofisticado hecho dentro de las distintas subdisciplinas (y
dentro de subespecialidades dentro de las subdisciplinas); por otro, hay una integración creciente
entre todas las distintas subdisciplinas.
De los dos, la diferenciación y especialización crecientes es la historia más familiar, mientras que la
integración es la más sorprendente. Pero es claro que hoy en día hay una apertura y una curiosidad
cada vez mayores hacia lo que ocurre en las subdisciplinas adyacentes. La existencia de una amplia
agenda intelectual crecientemente compartida por la mayor parte de las subdisciplinas posibilita que
las innovaciones teóricas viajen cruzando las fronteras entre las mismas. La existencia de un
conjunto de herramientas metodológicas crecientemente compartido hace más fácil ese intercambio.
A su vez, todo esto se ve facilitado por un grupo cada vez más numeroso de síntetizadores de la
disciplina, quienes, aunque a menudo están firmemente enraizados en una subdisciplina particular,
son capaces de hablar en términos que muchas subdisciplinas encuentran poderosamente atractivos.
Estos extremos son los que con más fuerza llaman nuestra atención -y los que centran nuestro
capítulo- de todos los que nos resultan interesantes tras una lectura global del Nuevo Manual.
Una afirmación central en este capítulo consiste en que la ciencia política, como disciplina, ha
madurado y se ha profesionalizado. Como una importante cuestión previa a esa discusión, tenemos
que contestar necesariamente con brevedad a unas cuantas preguntas de partida: ¿qué significa
constituir una disciplina para la ciencia política?; ¿qué es la política?; ¿en qué sentido puede aspirar
el estudio de la política a un status de ciencia?
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Acostumbrados como estamos a hablar de las subdivisiones del aprendizaje académico como
«disciplinas», merece la pena reflexionar sobre las implicaciones más amplias de tal expresión. De
acuerdo con el Concise Oxford English Dictto-nary, las distintas definiciones de «disciplina» son:
«una rama de la educación; formación mental y moral; entrenamiento Militar, instrucción; el orden
que se mantiene entre escotares, soldados, presos, etc.; un sistema de reglas de conducta; el
control ejercido sobre los miembros de una iglesia; castigo; mortificación (eclesiástica) mediante
penitencia».
La última definición del diccionario parece tener sólo una aplicación marginal para las disciplinas
académicas, pero la mayor parte de las otras tienen correspondencias claras. Una «disciplina»
académica puede tener poca capacidad para «castigar» al menos en su sentido más literal (Foucault,
1977). Sin embargo, la comunidad de académicos que constituye una disciplina ejerce una estricta
función supervisora, tanto sobre los que trabajan en ella como sobre quienes aspiran a ello. El
«orden que se mantiene» no es igual al de los soldados o los escolares, ni tampoco la formación se
parece estrictamente a la instrucción Militar. No obstante, hay un fuerte sentido (que cambia a lo
largo del tiempo) de qué constituye y qué no constituye un «buen» trabajo en la disciplina, y hay
una cierta cantidad de aprendizaje casi rutinario en el dominio de una disciplina.
Todos los términos usuales empleados para describir las disciplinas académicas recurren en buena
medida a la misma imaginería. Por ejemplo, muchos prefieren pensar en el análisis político más
como un «arte» o un «oficio» que como una «ciencia» (Wiídavsky, 1979). Pero, en esa analogía, el
oficio sólo puede dominarse de la misma manera en la que se adquiere cualquier otro saber
artesano: siendo aprendiz de (en los oficios académicos, «estudiando con») un «maestro»
reconocido. A otros les gusta hablar de la política y del estudio académico de la misma como de una
«vocación» (Weber, '1919,1946) o una «llamada»2. Pero se trata de una vocación más que de una
distracción, de un trabajo más que de un hobby. Como en su significado religioso más profundo,
también en su significado académico la «llamada» en cuestión consiste en un servicio a un poder
superior (sea una comunidad académica o el Señor). Por último, la mayor parte de nosotros nos
referimos a las disciplinas académicas como «profesiones». En la deliciosa expresión de Dwight
Waldo (1975, p. 123), «las ciencias conocen, las profesiones profesan». Lo que los científicos
profesan, no obstante, son los artículos de la fe colectiva.
Por tanto, sea cual sea la forma en la que las miremos, las disciplinas se interpretan, al menos en
gran parte, como amos inflexibles. Pero las mismas tradiciones y prácticas disciplinarias recibidas que
tan poderosamente nos modelan y nos constriñen son, al mismo tiempo, profundamente enriquece-
doras. El marco que proporcionan las tradiciones de una disciplina centra la investigación y permite
la colaboración, tanto la intencional como la no intencional. Compartir un marco disciplinario hace
posible que meros jornaleros puedan estar, desde el punto de vista de su producción, sobre los
hombros de verdaderos gigantes. También posibilita que los gigantes edifiquen productivamente
sobre las contribuciones de legiones de practicantes más corrientemente dotados3.
De este modo, la disciplina, académica o de otro tipo, es un ejemplo clásico de un útil mecanismo de
autocontención. La propia sujeción a la disciplina de una disciplina -o, como en el caso de los
académicos híbridos de Dogan (ínfra, cap. 3), a varias- conduce a más e indudablemente mejor
trabajo, tanto individual como colectivamente. Esto es tan cierto para los «jefes» como para los
«indios» de la disciplina; tan cierto para los «mozos» como para los «carrozas».
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Las ramas del aprendizaje académico son tanto «profesiones» como disciplinas. «Profesional»
connota antes que nada un nivel ocupacional de relativamente alto status e, indudablemente, la
organización de asociaciones «profesionales» nacionales o internacionales tiene que ver en gran
parte con el aseguramiento de un status, e incluso un salario, para los académicos así organizados.
Pero también, y de manera más importante, el término «profesional» indica una cierta actitud hacia
el trabajo propio. Una profesión es una comunidad autoorganizada orientada hacia ciertas tareas o
funciones bien definidas. Una comunidad profesional se caracteriza por -y, en buena medida, se
define en términos de- ciertas pautas y normas autoimpuestas. Los miembros que entran en la
profesión se socializan en estas pautas y normas; los miembros que ya están son evaluados de
acuerdo con ellas. Estas pautas y normas profesionales no sólo forman la base para la evaluación de
los profesionales entre sí, sino que se interiorizan de tal modo que los propios profesionales
desarrollan una «actitud reflexiva crítica» hacia su propia ejecutoria a la luz de las mismas4.
Naturalmente, las pautas y normas específicas varían de una profesión a otra, pero a través de todas
las profesiones hay un sentido de la «competencia profesional mínima», recogido en el ritual de los
«exámenes calificadores» para los candidatos a politólogos de los programas norteamericanos de
formación de postgrado. Y en todas las profesiones hay una noción de unas «responsabilidades de
rol» particulares que están implicadas en la pertenencia a una profesión. Quizá la ética profesional
de los académicos no toca asuntos de vida o muerte como lo hacen la de los médicos o la de los
abogados, pero virtualmente todas las profesiones académicas tienen cada vez más códigos formales
de ética que tocan aspectos que tienen que ver con la integridad en la realización y la publicación de
la investigación, y a los que se espera que se adhieran fielmente todos los profesionales (APSA,
1991).
Uno de los temas de este capítulo es la creciente «profesionalización» en la ciencia política en
general. Con ello queremos decir, en primer lugar, que hay un acuerdo creciente en tomo a un
«núcleo común» que podría definir la «competencia profesional mínima» dentro de la profesión. En
segundo lugar, hay una tendencia creciente a juzgar el trabajo -el propio incluso más que el de los
demás- en términos de unos patrones cada vez más altos de excelencia profesional.
Mientras que las pautas mínimas son compartidas en gran medida, las aspiraciones más altas son
múltiples y variadas. Pero, tanto en la medicina como también en la ciencia política, cada
subespecialidad dentro de la profesión común tiene sus propios modelos de excelencia, por los que
se juzga apropiadamente a cada miembro de esa fracción de la profesión. Y, tanto en la ciencia
política como en la medicina, hay un entendimiento amplio que recorre toda la profesión acerca del
modo en que todas las subespecialidades se sitúan juntas para formar un todo mayor coherente.
b) ¿Qué es la política?
Las observaciones anteriores valen, en general, para todas las disciplinas académicas. Las disciplinas
se diferencian entre sí de muchas maneras, pero principalmente por sus preocupaciones sustantivas
y por las metodologías que han hecho propias. Aunque hay, como vamos a argumentar, un buen
número de «trucos» útiles entre las herramientas de la ciencia política que son compartidos por la
mayoría de los miembros de la mayor parte de sus subdisciplinas, Alker (infra, cap. 35) tiene
innegablemente razón al decir que la ciencia política no tiene -y mucho menos puede definirse en
términos de- un gran mecanismo metodológico propio tal como el que poseen otras muchas
disciplinas. La ciencia política se define como disciplina más bien por sus preocupaciones sustantivas,
por centrarse en la «política» en todas sus múltiples manifestaciones.
La «política» podría caracterizarse de la mejor manera como el uso limitado del poder social. A partir
de ahí, el estudio de la política -ya sea el que llevan a cabo los académicos o los políticos en activo-
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en el término «ciencia». Nosotros preferimos una definición minimalista de ciencia como «una
investigación sistemática que tiende a construir un conjunto ordenado de proposiciones cada vez
más diferenciado sobre el mundo empírico»12. En estos términos, deliberadamente espartanos, hay
pocas razones para pensar que el estudio de la política no pueda aspirar a ser científico.
Naturalmente, muchos quieren decir mucho más que eso con ese término. Un positivista lógico
podría describir las aspiraciones de ciencia en términos de hallar algún conjunto de «leyes
generales» (cavering laws) tan potentes que incluso un sencillo contraejemplo sería suficiente para
falsearlas. Claramente, esa descripción coloca las aspiraciones de la ciencia mucho más allá de lo que
nunca pueda alcanzar el estudio de la política. Las verdades de la ciencia política, por sistemáticas
que puedan ser, son y parecen inevitablemente destinadas a permanecer en forma esencialmente
probabilística. El «siempre» y el «nunca» de las leyes generales del positivista lógico no encuentran
asidero en el mundo político en el que las cosas siempre tienen «más o menos probabilidad» de
ocurrir.
La razón no estriba simplemente en que nuestro modelo explicativo sea incompleto, ni en que hay
otros factores en jue¬go que no hayamos sido capaces de incluir. Naturalmente, eso también será
verdad inevitablemente. Pero el origen más profundo de tales errores en el modelo positivista de la
ciencia política descansa en una interpretación errónea sobre la naturaleza de su objeto. Un modelo
de leyes generales puede (o no: ése es otro asunto) funcionar suficientemente bien para unas bolas
de billar sujetas a las fuerzas características de los modelos de la mecánica newtoniana: ahí puede
decirse que todas las acciones tienen causas y, a su vez, éstas pueden rastrearse exhaustivamente
hasta dar con las fuerzas que actúan externamente sobre los «actores». Pero los seres humanos,
aunque innegablemente están sujetos también a ciertas fuerzas causales, al mismo tiempo son en
parte actores intencionales, capaces de conocimiento y de actuación sobre la base del mismo. La
«creencia», el «propósito», la «intención», el «significado», son elementos potencialmente cruciales
para explicar las acciones de los humanos, en un modo en el que no lo son para explicar las
«acciones» de una bola de billar. Los sujetos que se estudian en la política, como los de otras
ciencias sociales, tienen un status ontológico significativamente diferente al de las bolas de billar.
Esto, a su vez, hace que el modelo de leyes generales del positivista lógico sea profundamente
inadecuado para tales sujetos, en un modo en el que no lo es para las bolas de billar".
Decir que el entendimiento científico en la política debe incluir de manera crucial un componente que
se refiera al significado del acto para el actor, no tiene que llevar necesariamente, sin embargo, a
negar a la ciencia política el acceso apropiado a todos los avíos de la ciencia. La construcción de
modelos matemáticos o la comprobación estadística siguen siendo tan útiles como siempre14. Todo
lo que tiene que cambiar es la interpretación de los resultados. Lo que recogemos con tales
herramientas es visto ahora, no como el funcionamiento inexorable de fuerzas externas sobre
actores pasivos, sino más bien como respuestas comunes o convencionales de personas similares en
situaciones semejantes. Las convenciones pueden cambiar, y las circunstancias mucho más, de tal
modo que las verdades reveladas son menos «universales» quizá que las de la física newloniana.
Pero, dado que podemos de igual modo aspirar a construir un modelo (más o menos completo) de
los cambios en las convenciones y las circunstancias, eventualmente podemos aspirar al cierre de la
explicación incluso en esta rama más amorfa de la ciencia.
Lo que los capítulos del Nuevo Manual en su conjunto sugieren con más fuerza es la creciente
madurez de la ciencia política como disciplina. Por utilizar la optimista expresión de Gabriel Almond
(infra, cap. 2), si se ha conseguido o no un «progreso», es quizás otro asumo. Pero la madurez,
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entendida en los términos corrientes del desarrollo como la creciente capacidad de ver las cosas
desde el punió de vista del otro, parece realmente que se ha logrado en la mayor parle de la
disciplina.
No fue siempre así. En su momento culminante, la «revolución behavioristü» (conductista) era desde
muchas perspectivas un asunto plenamente jacobino. Y no estaríamos llevando la analogía
demasiado lejos si decimos además que la reacción fue termidoriana. Los primeros revolucionarios
beha-viorístiis se dedicaron a despreciar los formalismos de la política -las instituciones, los
organigramas, los mitos constitucionales y las ficciones legales- como un puro engaño. Aquellos a los
que la revolución behaviorisia dejó atrás, al igual que quienes a su vez Irataron de dejarla a ella
atrás, colmaron de olímpico desdén las pretensiones científicas de la nueva disciplina, apoyándose en
la sabiduría de los sabios y de los tiempos15.
Una generación más tarde el escenario volvió a repetirse con la imposición por parte de los
revolucionarios de la «elección racional» del orden formal y el rigor matemático sobre la lógica floja
que los conductistas habían lomado prestada de la psicología. Una vez más, la disputa asumió una
forma maniquea de Bien contra Mal. No se iba a tolerar ninguna instancia intermedia. En nombre de
la integridad y la parsimonia teóricas, los constructores de modelos de la elección racional se
afanaron (al menos inicialmente) por reducir toda la política al juego del estrecho interés egoísta
material, excluyendo los valores de la gente, los principios y las vinculaciones personales, así como la
historia y las instituciones de las personas16. Tanto en la revolución de la elección racional como en
la conductista se lograron muchas victorias famosas (Popkin eí al., 1976), pero aunque las ganancias
fueron muchas, también lo fueron las pérdidas.
En contraste con ambos momentos revolucionarios, parece que ahora nos encontramos en un sólido
período de acercamiento. La contribución más significativa a ese acercamiento -y que recorre un
buen número de los siguientes capítulos-ha sido la emergencia del «nuevo instítucionalismo». Los
politólogos han dejado de pensar en términos excluyentes de agencia o estructura, intereses o
instituciones, como impulsos de la acción: ahora, prácticamente todos los estudiosos serios de la
disciplina dirían que se trata de una mezcla prudente de ambos (Rolhstein: cap. 5; Weingast: cap. 6;
Majone: cap. 26; Alt y Alesina: cap. 28; Offe: cap. 29). Los politólogos han dejado de pensar en
términos excluyentes de tendencias de la conducta u organigramas: de nuevo, prácticamente todos
los estudiosos serios dirían ahora que se trata de analizar el comportamiento dentro de los
parámetros impuestos por los factores institucionales y las estructuras de oportunidad (Pappi: cap9;
Dunleavy. Cap.10). Los politólogos han dejado de pensar en términos excluyentes de racionalidad o
hábito: prácticamente todos los constructores serios de modelos de elección racional aprecian ahora
las limitaciones bajo las que la gente real emprende acciones políticas e incorporan en sus propios
modelos muchos tipos de cortocircuitos cognitivos que los psicólogos políticos llevaban tiempo
estudiando (Pappi: cap. 9; Grofman: cap. 30). Los politólogos han dejado de pensar en términos
excluyentes de realismo o idealismo, intereses o ideas, como Las fuerzas motrices de la historia:
prácticamente todos los estudiosos serios de la materia reservan un papel sustancial para ambos
(Goldmann: cap. 16; Sanders: cap. 17; Keohane: cap. 19; Nelson: cap. 24; Majone: cap. 26). Los
politólogos han dejado de pensar en términos excluyentes de ciencia o narrativa, comparaciones
internacionales de amplio alcance o estudios de casos singulares cuidadosamente construidos:
prácticamente todos los estudiosos serios de la materia ven ahora mérito en la atención al detalle
local y aprecian las posibilidades de los estudios sistemáticos y estadísticamente convincentes incluso
para situaciones de pocos casos (smali-N) (Whitehead: cap. 14; Ragin el al.: cap. 33). Los
politólogos han dejado de pensar en términos excluyentes de historia o ciencia, monocausalidad o
desesperada complejidad: incluso los económetras más duros se han visto obligados a admitir las
virtudes de los procedimientos de estimación que son sensibles a los efectos de senda («path»)
(Jackson: cap. 32) y los primitivos modelos de interacciones político-económicas se han enriquecido
ahora considerablemente (Hofferbert y Cin-granelli: cap. 25; Alt y Alesina: cap. 28).
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La idea no es sólo que se haya logrado el acercamiento en todos estos frentes. Lo que es más
importante es el modo en que se ha logrado y el espíritu que impregna la disciplina en su nueva
configuración. Aunque cada académico y cada facción pondrían el énfasis de manera distinta en los
elementos que se han combinado, la idea sigue siendo que las concesiones se han hecho de buena
gana más bien que hurañamente. No se han hecho a partir de un pluralismo de «vive y deja vivir»,
ni mucho menos a partir de un nihilismo posmoderno. Más bien, las concesiones se han hecho y los
compromisos se han forjado con un conocimiento pleno de lo que estaba en juego, de qué
alternativas se ofrecían y de qué combinaciones tenían sentido17. El resultado es indudablemente
ecléctico, pero se trata de un eclecticismo ordenado, más bien que de un puro pastiche.
Los politólogos de la actual generación llegan equipados, individual y colectivamente, con un
conjunto de herramientas más rico que el de sus predecesores. Pocos, entre quienes se han formado
en las principales instituciones desde los años setenta en adelante, se sentirán excesivamente
intimidados (ni tampoco excesivamente impresionados) por las teorías o las técnicas de la psicología
conductual, la sociología empírica o la economía matemática. Naturalmente, cada uno tendrá sus
propias predilecciones sobre ellas. Pero, hoy en día, la mayoría puede conversar perfectamente a
través de todas estas tradiciones metodológicas, deseando y siendo capaz de lomar prestado y
robar, refutar y repeler, según exija la ocasión1".
Hay muchas maneras de contar y recontar estas historias de la disciplina con sus lecciones
correspondientes de cómo evitar lo peor y conseguir lo mejor en el futuro. Una manera de contar el
cuento sería en términos del ascenso y el declive del «gurú». Los periodos improductivos de la
ciencia política moderna, al igual que en la filosofía política de mitad del siglo, se caracterizaron por
la existencia de gurús con sus respectivos grupos de seguidores; los primeros relacionados entre sí
mínimamente; los otros, casi en absoluto'^. Estos diálogos de sordos sólo se transforman en
compromisos productivos de colaboración una vez que las vendettas faccionales dejan paso a algún
sentido de empresa común y a ciertas preocupaciones compartidas sobre la disciplina 50.
Otra lección que se puede extraer de ese cuento se refiere a las bases sobre las que un consenso
suficientemente amplio es más probable que llegue a generar tal empresa común, Como en la propia
política liberal (Rawls, 1993) también y de manera más general en las Letras (Liberal arts), es más
probable que surja un modus vivendi adecuado para la colaboración productiva en el seno de una
disciplina académica sólo en los niveles más bajos de análisis y abstracción. Es un disparate forzar
con amenazas o halagos un inevitablemente frágil y falso consenso entre una comunidad diversa y
dispersa sobre las bases fundacionales, ya sea en términos de una sola filosofía de la ciencia
verdadera (el positivismo lógico o sus múltiples alternativas) o en términos de una sola teoría de la
sociedad verdadera (el funcionalismo estructural, la teoría de sistemas, la elección racional o la que
sea).
Sin embargo, la disputa interminable sobre los fundamentos es tan innecesaria como improductiva.
El compartir simplemente las «tuercas y tornillos» -los ladrillos de la ciencia-es un gran avance hacia
la consolidación de un sentido compartido de la disciplina (Elster, 1989). Las triquiñuelas, las
herramientas y las teorías que inicialmente se desarrollaron para un campo concreto pueden
transponerse, mutatis mutandis, a otros contextos en tantas ocasiones como en las que esto no es
posible. De hecho, se exige con frecuencia mucho cambio, mucha adaptación y mucha
reinterpretación para adecuar a sus nuevos usos las herramientas que se toman prestadas. Pero es
el préstamo, la fertilización cruzada, la hibridación y la extensión conceptual que imponen a ambos
lados de la relación entre quien presta y quien toma prestado, lo que parece constituir hoy día lo
fundamental del progreso científico (Dogan: cap. 3).
Si lo que se ha logrado es una ciencia en sentido estricto, es una cuestión abierta (y que es mejor
dejar abierta, pendiente de la resolución última de las interminables disputas entre los propios
filósofos de la ciencia sobre la «verdadera» naturaleza de la ciencia). Pero, de acuerdo con los
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criterios de la espartana definición de ciencia que propusimos más arriba en la sección IC -«una
investigación sistemática que tiende a construir un conjunto ordenado de proposiciones cada vez
más diferenciado sobre el mundo empírico»-, nuestra disciplina se ha hecho más científica
realmente. Ahora está ciertamente mucho más diferenciada, tanto en su estructura interna como en
sus proposiciones sobre el mundo.
No obstante, es otra cuestión abierta si el crecimiento de la ciencia así entendida es una contribución
o un obstáculo para el conocimiento científico genuino. Es una cuestión abierta si sabemos más o
menos ahora que hemos recortado el mundo en piezas más pequeñas. Más no es necesariamente
mejor. Los metafísicos aspiran a «cortar la realidad por sus cesuras». Al construir la teoría, los
científicos corren siempre el peligro no sólo de cortar por los lugares equivocados, sino también de
hacer demasiados cortes. La teorización en nichos y la comercialización de boutique pueden
manifestarse como un obstáculo para el genuino conocimiento científico, tanto en la ciencia política
como en tantas ciencias naturales y sociales.
La tarea de los integradores de las subdisciplinas de la profesión es evitar esos efectos y poner
juntos otra vez todos los dispares pedacitos de conocimiento. De acuerdo con la evidencia de la
sección IV, más abajo, parece que la llevan a cabo de modo admirable.
a) Textos clásicos
La ciencia política, como casi todas las otras ciencias sociales y naturales, se está convirtiendo cada
vez más en una disciplina que se basa en artículos. Pero aunque algunos artículos de revista clásicos
no llegan nunca a crecer como libros, y pese a que han tenido lugar debates enteros exclusivamente
en las páginas de las revistas, la mayor parte de las contribuciones duraderas aún poseen
predominantemente forma de libro22. La cultura cívica (ed. orig. 1963) de Almond y Verba,
American Voter (1960) de Campbell, Converse, Miller y Stokes, Who Governs ? (1961b) de Dátil, Las
clases sociales y su conflicto (ed. orig. 1959) de Dahrendorf, Los nervios del gobierno (ed. orig.
1963) de Deutsch, Teoría económica de la democracia (ed. orig. 1957) de Downs, Systems Anatysis
ofPolitical Life (1965) de Bastón, El orden político en las sociedades en cambio (ed. orig. 1968) de
Huntíngton, Responsibie Electorate (1966) de Key, Political Ideology (1962) de Lañe, Intelligence of
Democracy (1965) de Lindblom. El hombre político (ed. orig. 1960) de Lipset, Los orígenes sociales
de la dictadura y la democracia (ed. orig. 1966) de Moore, Presidential Power (1960) de Neustadt, La
lógica de la acción colectiva de Olson (ed. orig. 1965): todos éstos son la moneda común de la
profesión, la lingua franca de nuestra disciplina y las piedras de toque para las futuras
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b) Temas recurrentes
AL inicio, definimos la política como el uso limitado del poder social. Como hicimos notar allí, la
novedad que pueda reclamar tal definición se basa en su énfasis en la limitación como una clave
para la política. Pero tal novedad no es sólo nuestra. La política como (y la política de) limitaciones
ha sido, de un modo u otro, un tema recurrente de la ciencia política en el último cuarto de siglo".
Como se ha indicado ya, en casi todos los capítulos aparece un reconocimiento renovado de la
importancia de los factores institucionales en la vida política. Con la emergencia del «nuevo
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institucionalismo» aparece una renovada apreciación de la historia y del azar, de las reglas y los
regímenes, como fuerzas constreñidoras en la vida política. Naturalmente, el que «la historia
importe» ha sido un lugar común en muchas esquinas de la disciplina: para quienes clavaron sus
dientes profesionales en las nociones de los «cleavages [fisuras] congelados» de Lipset y Rokkan
(1967) o en los modelos de desarrollo del comunismo, el fascismo y la democracia parlamentaria de
Moore (1966), o en las teorías de los realineamientos críticos de Burnham (1970), hay poca novedad
en la idea de que la estructura de coalición en determinados momentos cruciales del pasado podría
configurar la vida política en los años siguientes. Pero estos temas neoinstitucionalistas son ahora
centrales para la disciplina en su conjunto, a través de sus distintos subcampos. Dos ejemplos
excelentes son los clásicos contemporáneos de la historia política: Protecting Soldiers and Mothers:
The Political Origins of Social Policy in the United States (1992) de Skocpol, y Belated Feudalism:
Labor, the Law and Liberal Development in the United States (1991) de Orren.
Por tanto, el legado de la historia es una de las limitaciones que nos señala el nuevo
ínstitucionalismo. Otra la constituye la naturaleza intrincada de las reglas y los regímenes sociales, de
las prácticas y las posibilidades. En este modelo de muñeca rusa de la vida social, las maquinaciones
corrientes tienen lugar relativamente cerca de la superficie. Pero, para usar el ejemplo legal más
directo, las reglas que invocamos al aplicar la legislación ordinaria son principios de más alto rango,
reglas de tipo constitucional. Y, como muchos han descubierto recientemente, incluso los redactores
de la constitución no tienen su mano completamente libre: incluso tales leyes del rango más alto
están insertas en algunos principios, reglas y procedimientos de un nivel incluso superior, aunque
sean de una clase extralegal. Lo mismo puede decirse de todas las demás prácticas, procedimientos,
reglas y regímenes que colectivamente enmarcan la vida social. Ninguna se tiene por sí misma: todas
están insertas en, se definen en términos de, y funcionan en relación a, una plétora de prácticas,
procedimientos, reglas y regímenes. Ninguna constituye el escalón último: cada una anida en una
jerarquía siempre ascendente de reglas, regímenes, prácticas y procedimientos todavía más
fundamentales, todavía más imperativas (North, 1990; Tsebelis, 1990; Bastón, 1990; Weingast: cap.
5; Alt y Alesina: cap. 28; véase Braybrooke yLindblom, 1963).
Naturalmente, detrás de todas estas reglas, regímenes, prácticas y procedimientos, están las
limitaciones socioeconómicas del tipo más habitual. Quizá los aspectos más profundos de la
organización social sean tan robustos únicamente porque son sociológicamente familiares y
materialmente productivos: ahí puede radicar, al final, el origen último de su fuerza como
limitaciones para el uso del poder social. Sin embargo, la mayor parte del tiempo estos aspectos más
profundos del orden social ejercen su influencia sin obstáculos pasando inadvertidos e
incuestionados. El origen último de su fuerza como limitaciones casi nunca está, por tanto, a la vista
(Granovetter, 1985).
En otros momentos el uso del poder social se ve configurado y limitado por fuerzas socioeconómicas
que actúan en la superficie de la vida social. Éste parece un viejo y gastado tema, al que se vuelve
sin solución desde los días de Marx (1852, 1972b; 1871,1972a) y Beard (1913). Sin embargo, tales
temas se han elaborado y formalizado poderosamente en los clásicos contemporáneos tales como
Politics and Markets (1977) de Lindblom y Political Control ofthe Economy (1978) de Tuf-te. Y,
sorprendentemente, todavía queda mucho por decir sobre estos temas, a juzgar por obras recientes
como Paper Stones (1986) de Przeworski y Sprague, sobre la lógica socioeconómica que limita las
perspectivas del socialismo electoral, y Commerce and Coalitions (1989) de Rogowski, que
fundamenta la estructura de las coaliciones nacionales en términos del comercio internacional.
El uso del poder social se ve limitado también de otro modo que ha sido objeto de debate
recientemente en varios subcampos de la ciencia política. Se trata de limitaciones de tipo cognitivo,
limitaciones en el ejercicio de la razón pura (y, más específicamente, de la práctica). Los sociólogos y
los psicólogos de la política han sido sensibles desde hace tiempo hacia los aspectos irracionales y
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ideal democrático a través de la Europa del sur, luego de Latinoamérica, posteriormente de la Europa
del Este, podría verse de manera similar como una acción política inspirada por una visión de lo
bueno, combinada con una visión de lo posible (Dalton: cap. 13; Whitehead: cap. 14). Tratar de
separar hechos y valores en los procesos mentales y en las dinámicas políticas que subyacen a estos
procesos sería un puro disparate.
Igualmente, los politólogos desean cada vez más emplear complejos diseños de investigación que
relacionen sistemáticamente estructuras, procesos y consecuencias. Para hacerlo, necesitan un
marco teórico que pueda cubrir e integrar todos estos niveles de análisis. Ahí descansa el gran poder
del análisis de la elección racional y del nuevo institucionalismo; lo que, a su vez, puede explicar
hasta cierto punto el predominio de estas agendas intelectuales en la ciencia política contemporánea
(véase sección IV infra). Sin embargo, esos complejos diseños de investigación pretenden también,
al mismo tiempo, la evaluación normativa de las estructuras, procesos y consecuencias; al hacerlo,
integran a la filosofía política normativa en sus diseños de una forma que habría sido un anatema
para previas generaciones. Ahí descansa la explicación de la primacía de las obras de Rawls sobre la
justicia (1971, 1993) entre los libros más citados, y de la presencia de teóricos normativos como
Barry, Dahl y Rawls entre los integradores más citados e importantes de la disciplina (véanse los
Apéndices IC, ID y 1E).
c) Nuevas voces
Hemos aprendido de las feministas, los deconstruccionis-tas y los posmodernos en general que hay
que estar atentos a los silencios -a lo que queda y no se dice-. Cuando se examina una disciplina
entera, tratar de pensar qué es lo que no está ahí pero debería estar es siempre una tarea
amedrentadora.
Es cierto que hay subcampos enteros que aparecen y desaparecen. Últimamente, ha habido mucho
menos derecho público y mucha menos administración pública haciéndose un sitio en la corriente
mayoritaria de la ciencia política que los que hubo en algún momento (Wildavsky, 1964, 1979;
Wilson, 1973), aunque hay evidencias para pensar que se está produciendo un nuevo cambio
(Drewry: cap. 6; Peters: cap. 7; Peters y Wright: cap. 27). Los que algún día fueron subcampos
preeminentes están ahora representados marginalmente en el Nuevo Manual (como, quizá, también
lo estén en la reciente historia de la profesión que se les ha pedido trazar a los colaboradores). En
general, hoy en día los comentaristas de políticas públicas encuentran muchas menos ocasiones que
antes para reflexionar sobre la política urbana (Banfield y Wilson, 1963; Banfield, 1970; Katznelson,
1981); los comentaristas de relaciones internacionales tienen ahora menos que decir que hace unos
años sobre estudios estratégicos (Schelling, 1960; freedman, 1981); los autores que trabajan sobre
instituciones dicen ahora más bien poco en el, en su día, rico campo de la representación (Eulau y
Wahlke, 1978; Fenno, 1978); y los autores que se ocupan del comportamiento tienen menos que
decir que antes sobre influencia política (Banfield, 1961) o, en general, comunicación y participación
políticas (véase Pappi: cap. 9; Dalton: cap. 13; Grofman: cap. 30; McGraw: cap. 34). Por último,
siempre se ha prestado poca atención desde la corriente anglosajona de la ciencia política a las
teorías marxistas y a las publicaciones en lenguas extranjeras, aunque, de nuevo, hay evidencia de
que esto también está cambiando (Whitehead: cap. 14; Apter: cap. 15; Von Beyme: cap. 22; Offe:
cap. 29).
Entre las nuevas voces claramente representadas hoy en la ciencia política, en comparación con hace
un cuarto de siglo, destacan las de los posmodernos y las feministas. No sólo han desarrollado una
abundante literatura sobre los roles distintivos que desempeñan las mujeres en la política (Nelson y
Chowdhury, 1994); hay ahora una voz distintivamente feme¬nina que escuchar, en especial en la
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teoría política (Pateman, 1988; Shanley y Pateman, 1991; Young: cap. 20), relaciones
internacionales (Tickner: cap. 18) y políticas públicas (Nelson: cap. 24).
En general, la posmodernidad ha hecho incursiones más modestas, en parte porque sus preceptos
fundamentales están expuestos en un alto plano teórico (White, 1991). No obstante, los teóricos
políticos sí que han mostrado interés por el mismo (Young: cap. 20; Von Beyme: cap. 22). Además,
tales teorías han demostrado ser una rica fuente de inspiración y de ideas para quienes estudian los
así llamados «nuevos movimientos políticos» (Dunleavy: cap. 10; Dalton: cap. 13; Young: cap. 20) y
la quiebra del viejo orden internacional (Tickner: cap. 18). Donde alguna vez hubo estructuras
claramente definidas y ahora no hay ninguna (o muchas desconectadas entre sí), el arsenal teórico
postestructural puede ofrecer ideas sobre cómo ha ocurrido y por qué.
Sea o no plenamente posmoderna, la ciencia política contemporánea es decidida y sustancialmente
pospositivista en el sentido de que ha tomado en cuenta las lecciones de la critica hermenéutica. Los
aspectos subjetivos de la vida política, la vida mental interna de los actores políticos, los significados
y las creencias, las intenciones y los valores, todo esto es ahora central en el análisis político
(Edelman, 1964, 1988; Scott, 1976; Riker, 1986; Popkin, 1991; Kaase, Newton y Scarbrough, 1995).
Estos desarrollos son evidentes a lo largo del Nuevo Manual™.
Más en general, la metodología política parece estar entrando en algo así como una fase
posmoderna. Quizá pocos metodólogos puedan aceptar esa autodescripción de manera tan
entusiasta como Alker (cap. 35). No obstante, muchos enfatizan ahora la necesidad de explicaciones
contextualizadas y path-dependents (dependientes de la senda) (Jackson: cap. 32; Ragin et al.: cap.
33). Representa en cierto modo una retirada de la generalidad hacia la particularidad, de la
universalidad a la sítuacionalidad, en las explicaciones que ofrecemos de los fenómenos políticos. En
ese sentido, estos desarrollos recientes de la metodología política pueden verse como un «giro pos-
moderno».
De hecho, al tratar la historia de toda la disciplina como nuestro «texto», las técnicas posmodernas
podrían ayudarnos a ver muchas narrativas posibles en nuestro pasado colectivo -y,
correspondientemente, muchas posibles vías abiertas para el desarrollo futuro (Dryzek, Farr y
Leonard, 1995)-. Quienes están anclados en una visión de progreso lineal a lo «gran ciencia» se
decepcionarán con la perspectiva de un desarrollo a partir de trayectorias dispares29. Pero, de
acuerdo con la explicación de Dogan (cap. 3) del progreso de la disciplina, la proliferación de
«nuevas razas» entre los politólogos debe ser bienvenida por las fructíferas posibilidades de
hibridación que genera.
Quizás el mejor modo de sustanciar estas amplias afirmaciones sobre la naturaleza de la disciplina tal
como queda revelada en el Nuevo Manual, sea mediante un detallado análisis bibliométrico de las
referencias bibliográficas que en él aparecen. El estilo convencional del análisis bibliométrico cuenta
la frecuencia con la que se citan ciertas obras, sobre todo las de unos autores determinados. Aunque
inevitablemente defectuoso en varios aspectos, es un análisis que, sin embargo, nos proporciona
medidas útiles para todo tipo de propósitos: para calibrar la reputación y la presencia de ciertos
individuos y departamentos dentro de la profesión, para averiguar la intensidad de la utilización de
un tipo particular de obra u obras por parte de un individuo, etcétera30.
Sin embargo, lo que más nos interesa en este contexto es la penetración de las obras de los
miembros de una subdisciplina en las demás subdisciplinas y la integración resultante a través de
toda la disciplina que proporcionan tales autores y sus obras.
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Por ello, hemos preferido concentrarnos no en contar el número de veces en que son citados algunos
autores u obras en el cuerpo del texto, sino más bien en el número de veces que se cita a los
autores o sus obras en las bibliografías de los demás capítulos del Nuevo Manual (para evitar sesgar
los resultados, las cuentas excluyen sistemáticamente nuestra propia lista bibliográfica que aparece
al final del capítulo) 31. Pese a sus distorsiones, este enfoque nos parece el más adecuado para
nuestra tarea32.
Hay varias cosas que aparecen con bastante claridad en las cuentas bibliométricas resultantes. La
primera es que la gran mayoría de los politólogos son especialistas que contribuyen primordialmente
a sus propias subdisciplinas. Una gran mayoría de todos los autores y las obras se encuentra en las
listas bibliográficas de sólo una sección subdisciplmar del Nuevo Manual. De hecho (como demuestra
el Apéndice IB), casi dos tercios de los autores sólo son mencionados una vez en la bibliografía de un
solo capítulo".
En el otro extremo, hay un puñado de académicos que rea-' - parecen con frecuencia en las
bibliografías de los capítulos del Nuevo Manual. Unos 35 autores (que aparecen en el Apéndice 1C)
son mencionados más de diez veces en varias bibliografías de distintos capítulos. No hay que
otorgarle una importancia especial al hecho de aparecer en esa liga de honor: < estamos trabajando
con una muestra pequeña de las referencias bibliográficas de sólo 34 capítulos. Por tanto, aunque
puedan ser imprecisos los ránkings dentro de esa lista y aunque ' la pertenencia a la misma pueda
no ser demasiado fiable en los márgenes, no obstante esta lista parece que puede ser plausible y
fiable como un indicador de quiénes son los autores cuya obra recibe un amplio interés en los
distintos subcampos de la disciplina.
La inspección de los nombres de esa lista -y, más especialmente, de los libros que se citan con más
frecuencia (Apéndice ID)- revela con notable claridad las agendas intelectuales que persigue
actualmente la comunidad de la ciencia política. Se observan de forma bastante notable los residuos
de las «dos revoluciones», primero la revolución conductista y luego la de la elección racional, en la
profesión contemporánea. Viendo la lista de los libros más citados, los viejos clásicos de la revolución
conductista -American Voter de Campbell, Converse, Miller y Sfokes; La cultura cívica de Almond y
Verba; Party Systems and Voter Alignments de Lipset y Rofckan- están aún ahí, aunque en los
niveles más bajos. Pero barriendo los tres lugares más altos están los clásicos de la posterior
revolución de la elección racional: la Teoría económica de la democracia de Downs y la Lógica de la
acción colectiva de Olson a los que se ha unido recientemente Gwerning the Commons de Ostrom. El
golpe de estado de la elección racional ha tenido un notable éxito, no tanto desplazando a la vieja
ortodoxia conductista, como labrándose un papel predominante para sí misma34. El que el residuo
de la revolución más antigua sea tan poderosamente evidente todavía es, en sí mismo, un dato
impresionante sobre la disciplina. Los cínicos dicen que las revoluciones científicas son simplemente
el producto del capricho y de la moda. Si fuera así, cabría esperar que un capricho desapareciera por
completo cuando otro ocupase su lugar. Sin embargo, es claro que no ha ocurrido tal cosa. Otro
asunto es, quizá, si el conocimiento es estrictamente acumulativo. Pero, al menos, las ideas más
antiguas no se han perdido al sumárseles las nuevas en las revoluciones sucesivas dentro de la
ciencia política.
Al inspeccionar esas mismas tablas, vemos también una creciente evidencia de la próxima revolución
en marcha: el movimiento «neoinstitucionalista». Este movimiento está parcialmente ligado al de la
elección racional -una alianza representada, entre los libros que más aparecen en las bibliografías,
por Governing ihe Commons de Ostrom, e Institutions, Institutional Change and Economic
Performance de North-. En las manos de otros autores, el nuevo institucionalismo se configura de
una manera sociológica y antielección racional. Esta modalidad está representada entre los libros
más citados, por Rediscovering Instituí y Olsen, y Las Estados y las revoluciones soc pol. A partir de
cualquiera de las interpretaci dos simultáneamente-, el nuevo institucionali gran capacidad para
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proporcionar un marco integrador para los tipos de diseños complejos de investigación de los que
hablamos más arriba.
El siguiente paso de nuestro perfil bibliométrico de la profesión es buscar «integradores» entre
aquellos miembros de la disciplina que son citados con frecuencia. Definimos como «integrador» a
alguien que aparece al menos una vez en las listas bibliográficas de más de la mitad (esto es, cinco o
más) de las ocho partes subdisciplinarias del Nuevo Manual. De los 1.630 autores representados en
la bibliografía del Nuevo Manual sólo 72 (4,4 por 100) aparecen en cinco o más capítulos. De éstos,
sólo 21 constituyen «integrado-res» de la disciplina globalmente considerada -en el sentido de que
su influencia se difunde a través de más de la mitad de las partes subdisciplinarias del Nuevo
Manual-. Estos 21 « (integradores » aparecen en el Apéndice 1E35.
Utilizando las mismas técnicas, observamos lo integrados que están los distintos subcampos en la
disciplina más general. Aquí nos centramos en los tres niveles superiores de los autores más citados
(aparecen en el Apéndice 1F). Para ver $5mo se integra un subcampo en la disciplina, nos hacemos
dps preguntas (en el Apéndice 1G). ¿En qué medida son los autores más citados en cada subcampo
los más citados también en la disciplina (definidos por estar entre los diez más citados)? Y ¿en qué
medida se encuentran los autores más citados de cada subcampo entre los integradores de la
disciplina?
Hay dos subdisciplinas (política comparada y economía política) que, de acuerdo con ambas
medidas, están particularmente bien integradas en la profesión globalmente considerada. Hay otras
subdisciplinas (administración y políticas públicas y teoría política) cuyos autores más citados están
entre los integradores de la disciplina, mientras que hay otras (sobre todo instituciones políticas) que
carecen de integradores pero cuyos autores más citados están también entre los más citados de la
disciplina. Hay otra subdisciplina (metodología política) cuyos autores más citados no aparecen en
ninguna de las dos listas. Esta última subdisciplina parece estar fuera y desarrollarse relativamente al
margen de la disciplina general36.
De la combinación de todos estos criterios surge una buena y completa visión del estado de la
disciplina: quiénes son loa «integradores» de la profesión, quiénes son «los más citados de la
disciplina en general» y quiénes son «los más citados en sus propias subdisciplinas». Como muestra
el Apéndice 1H, hay unos diez académicos clave —nosotros los llamamos las «centrales eléctricas»
de la disciplina-, que puntúan alto en los tres criterios. Estos diez individuos (que aparecen como
«grupo 1» en el cuadro Al.H) están entre los autores «más citados» tanto en la disciplina
globalmente considerada como en sus respectivas subdisciplinas y, al mismo tiempo, son los
«integradores» de la disciplina. Otros 28 académicos (grupos 2-5 en cuadro Al .H) tienen uno u otro
de esos papeles en la disciplina, con un último grupo de treinta y nueve que tienen un papel
igualmente clave en determinadas subdisciplinas.
La pauta general es suficientemente clara: hay distintas comunidades subdisciplinarias altamente
diferenciadas que están haciendo grandes avances. Pero también hay un pequeño conjunto de
académicos en la cumbre de la profesión que entran genuinamente en muchas (en pocos casos en la
mayoría) de esas comunidades subdisciplinarias y que las integran en un todo disciplinario
coherente.
V. Conclusión
El dibujo que surge de este análisis, y de los restantes treinta y cuatro capítulos del Nuevo Manual
sobre los que se basa, es la figura feliz de una disciplina fragmentada de académicos brillantes y
emprendedores que miran constantemente por encima de los cercados que solían separar
subdisciplinas. La vieja aspiración de una ciencia unificada podría seguir siendo una quimera todavía
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(Neurath, Carnap y Morris, 1955). Pero, en el final del siglo, la nuestra parece una ciencia
potencialmente unificable. La energía intelectual, la curiosidad y la apertura exigidas para llevamos
hasta aquí son, por sí mismas, algo que celebrar.
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Notas
1 en algún momento profesionalización podría haber equivalido a americanización pero, como se
señala en el Prefacio y como es evidente al comprobar las filiaciones de los colaboradores del Nuevo
manual, la propia profesión se está internacionalizando, tanto por lo que respecta a su personal
como a sus preocupaciones profesionales.
2 Tanto la Invitation to Sociology de Berger como el Advice to a Young Scientist de Medawar
convergen en ese extremo. En buena medida, el mejor trabajo de este género sigue siendo la
justamente celebrada Microcosmographia Academis (1908) de F. M. Conford.
3 Para una poderosa evidencia del modo en que ciertos descubrimientos son posibles en algún
punto de la historia, véanse los casos de descubrimiento múltiple que discute Merton (1973).
4 Hart (1961) describe en términos muy parecidos como se interiorizan generalmente las normas de
los sistemas legales. Sobre la naturaleza de las profesiones y sobre la orientación de sus miembros
hacia ellas, véase Hughes (1958) y Parsons (1968).
5 Esta caracterización da lugar a su vez a los dos focos de la disciplina identificados por Almond
(Infra, cap. 2): << (…) las propiedades de las instituciones políticas y los criterios que usamos para
evaluarlas>>.
6 Entre ellos destacan: Weber (1922-1978), Lasswell (1950; Lasswell y Kaplan, 1950), Dahl (1963)
y Duverger (1964-1966). Como ellos, nos centramos específicamente en el poder social, el poder de
unas personas sobre otras.
7 A los textos clásicos como Russell (1938), Jouvenel (1945-1948) y Dahl (1957, 1961b, 1963) se
han añadido recientemente Lukes (1974), Barry (1989, esp. Caps. 8-11) y Morriss (1987).
8 De este método, de un dictador absoluto a la búsqueda de un poder completo e ilimitado puede
decirse correctamente que está comprometido en un intento (inevitablemente fútil) de trascender la
política.
9
Considérese la siguiente analogía extraída de una disciplina afín. Los filósofos hablan de
consideraciones «poderosas», argumentos «convincentes», etc. (Nozick, 1981, pp. 4-6). Pero
considérese un argumento tal que si creyésemos en él moriríamos. No podría tener más poder de
convicción, pero imponemos en una discusión mediante tal argumento es la antítesis de la auténtica
disputa filosófica, cuya esencia es un toma y daca. De igual manera, la verdadera esencia de la política
son las maniobras estratégicas (Riker, 1986); y las fuerzas irresistibles -en la medida en la que no dejen
lugar para tales maniobras- son la antítesis de la política (por mucho éxito que tengan a la hora de
conseguir que otros hagan lo que uno quiere).
10
Al decir esto seguimos (libremente) a Crick, 1962.
11
O la de Eastón (1965) de la política como la asignación imperativa de valores, al menos, en tanto que
se interprete, primeramente y sobre todo, como un asunto de asignación de «cosas valoradas» en una
sociedad.
12
Según la expresión de las viejas tradiciones de la Wissenschaft de las universidades alemanas de las
que los americanos del xix importaron la ciencia política a su propio país (Waldo, 1975, pp. 25-30), y a la
que están volviendo ahora los «policy scientists» contemporáneos (Rivlin, 1971).
13
Buenos estudios sobre estos asuntos en Hollis (1977), Taylor (1985) y, con referencias específicas a la
política, Moon (1975) y Almond y Genco (1977). La sensibilidad pos positivista a tales preocupaciones
hermenéuticas queda clara a partir de muchos de los capítulos del Nuevo Manual, como se discute más
adelante en la sección IIIC.
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14
De hecho, algunos de los desarrollos matemáticos más complejos en la ciencia política reciente han
sido consecuencia de la elaboración del modelo del «actor racional»; y las fuerzas básicas que impulsan
tales modelos son la elección racional de los propios individuos más que cualquier fuerza causal que
actúe externamente sobre ellos.
15
Se pueden entresacar sobrias afirmaciones sobre la agenda behaviorista en Dahl (1961a) y Ranney
(1962). Se pueden encontrar afirmaciones juiciosas de la reacción institucionalista en Ridley (1975) y
Johnson (1989), con el ala más filosófica de la reacción anticientífica mejor representada quizá por
Oakeshott (1951-1956) y Stretton (1969). Para las afirmaciones «pos-behavioristas», véanse en
particular Wolin (1960), McCoy y Playford (1968) y Easton (1969); la cara de esta tendencia
correspondiente a la filosofía de la ciencia está bien representada en el Manual de Greenstein y Polsby
por un capítulo especialmente juicioso de Moon (1975).
16
Los primeros manifiestos clásicos incluyen Mitchell (1969) y Riker y Ordeshook (1973). Las críticas
discutidas aquí en el texto provienen de críticos amistosos (Goodin, 1976; Sen, 1977; North, 1990), y los
modelos más refinados de la elección racional actuales van hacia (aunque quizá no lo suficiente -véase
Offe: infra cap. 29- ) la admisión en parte de tales críticas (Kiewiet, 1983; Mansbridge, 1990; Monroe,
1991).
17
Considérese, por ejemplo, el modus operandi de Fiorina (1995): «Enseño a mis estudiantes que
los modelos de acción racional son de lo más útil cuando lo que está en juego es mucho y quienes
juegan son pocos, reconociendo que no es racional tomarse el trabajo de maximizar cuando las con-
secuencias son triviales y/o cuando las acciones propias no marcan la diferencia [...] Así, cuando
trabajo sobre comportamiento de masas, utilizo nociones minimalistas de racionalidad (Fiorina, 1981,
p. 83), mientras que cuando trabajo sobre élites, asumo un nivel mayor de racionalidad (Fiorina, 1989,
caps. 5 y 11)».
18
Ejemplos sobresalientes de tal destreza incluyen El cambio tecnológico (ed. orig. 1983) de Elster, o
Making Democracy Work (1993) de Putnam. Elster y Putnam son practicantes excepcionalmente
dotados para este arte, si no representativo, al menos emblemático, de la ciencia política de final de siglo.
19
Compárese la discusión de Dogan (cap. 3) sobre la «indiferencia mutua» entre los sociólogos de
fin de siglo como Durkheim, Weber, Toennies y Simmel y la narración de Waldo (1975, pp. 47-50) sobre
las guerras de los años treinta entre Chicago y Harvard con lo que cuenta Parekh (cap. 21) sobre la
filosofía política de mitad de siglo.
20
De hecho, juzgando a partir de la explicación de Warren Miller (cap. 11), la protohistoria de los
avances del pasado —en su caso, la revolución conductista- se ha caracterizado igualmente por
conversaciones interdisciplinarias de este estilo. Se podría decir lo mismo de! movimiento de la «elección
pública», que surge de las colaboraciones entre economistas de la hacienda pública (Buchanan,
Olson), juristas (Tullock), politólogos (Riker, Ostrom) y sociólogos (Coleman), por contar la historia de
esta subdisciplina a partir de los primeros presidentes de su organización cumbre: la Public Choice
Society. Pueden encontrarse testimonios sobre la fortaleza ilustradora de los enclaves subdisciplinarios
en Almond (1990) e Easton y Schelling (1991).
21
Puede observarse mejor ese núcleo metodológico común comprendido entre Galtung (1967) y King,
Keohane y Verba (f994).
22
El libro de Marshall, In Prense of Sociology (1990), define de manera similar esa disciplina sobre la
base de diez textos «clásicos» de la sociología (en este caso británica) empírica de posguerra.
23
Tal como lo fueron para una generación anterior (por nombrar unos pocos): Los Partidos Políticos
(1951-1954) de Duverger; Politics, Parties and Pressure Groups (1942) y Southern Politics (1950) de
Key; Capitalismo, socialismo y democracia (1943) de Schumpeter; y Administrative Behavior (1951) de
Simón.
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24
Algo sobre lo que llamó la atención inicialmente Brian Barry (1974), en relación con un libro que
queda fuera de este período: Salida, voz y lealtad (1970) de Hirschman.
25
El primer hallazgo podría explicarse por el hecho de que a los autores de los tres primeros capítulos
de cada sección del Nuevo Manual se les han dado instrucciones para que se centren en los desarrollos
que ha habido desde la publicación en 1975 del Manual de Greenstein y Polsby (únicamente se ha
animado a los autores del último capítulo «Lo viejo y lo nuevo» de cada sección a ir temporalmente más
atrás). Pero el segundo hecho no puede explicarse del mismo modo y tiene tanta continuidad con el
primero que parece improbable también que éste pueda explicarse por completo de esa forma.
26
Quizá los dos ejemplos más conspicuos en los veinte años que aquí se revisan sean Polines and
Markets (1977) de Lindblom y Political Control of the Economy (1978) de Tufte. Ambos fueron muy
discutidos al inicio del período y ahora aparecen sorprendentemente en un lugar periférico de los capítulos
del Nuevo Manual que tocan las literaturas que estas obras generaron.
27
En un sentido distinto, también ha habido un interés creciente en la capacidad cada vez menor
del aparato del Estado. Véanse Rose y Peters (1978), Nordlinger (1981) y Flora (1986).
28
Weingast: cap. 5; Pappi: cap. 9; Dunleavy: cap. 10; Whitehead: cap. 14; Tickner: cap. 18; Von
Beyme: cap. 22; Hofferbert y Cingranelli: cap. 25; Malone: cap. 26; Offe: cap. 29; Grofman: cap. 30;
Alker: cap. 35.
29
Como queda revelado claramente al contemplar las dispares vías de desarrollo de la ciencia política
en el seno de las distintas comunidades nacionales. Compárese la historia del caso de los EE.UU. en el
relato clásico de Somit y Tanenhaus (1967) con las historias que se cuentan en, por ejemplo, Bastón,
Gunnell y Graziano (1991), Wagner, Wittrock y Whitley (1991), DlERKES y Biervert (1992), Rokkan (1979)
y Chester (1986).
30
Para apreciaciones de este estilo sobre individuos y departamentos radicados en EE.UU., véase
Klingemann (1986). Se pueden solicitar de Klingemann datos más recientes.
31
Lo hacemos para evitar «falsear los libros» a favor de las generalizaciones que esperamos
establecer mediante nuestra propia pauta de bibliografía. También hemos excluido, siguiendo las
convenciones habituales, todas las autorreferencias bibliográficas (lo que les supone a los colaboradores
del Nuevo Manual un trato más duro de lo habitual, al verse excluidos de una cuarta parte de los capítulos
en los que aparecerían sus propios nombres independientemente de quién fuera su autor). Hemos contado
a todos los coautores de la misma manera (como si cada uno de ellos fuera el autor de una obra
individual); aunque sea menos convencional, nos parecía más apropiado por centrarnos en descubrir
integradores potenciales en lugar de dar crédito a las reputaciones.
32
Al contar el número de veces que un autor aparece en las listas bibliográficas en lugar de en las
citas del texto de los capítulos, introducimos un sesgo en contra de los «erizos» de Berlín (1953)
(aquellos que sólo saben una gran cosa o han escrito un solo gran libro) y a favor de sus «zorros»
(quienes saben muchas pequeñas cosas o han escrito muchos libros o artículos a los que se refiere la
gente).
33
Una interpretación deprimente de este resultado, junto con el del Apéndice 1 A, es que la mayoría de
los académicos hacen contribuciones menores que pronto son olvidadas. Recuérdese, no obstante, que
el Nuevo Manual es un examen altamente selectivo de las contribuciones principales de las dos últimas
décadas; por tanto, es un logro en sí mismo el haber hecho una contribución que merezca una
mención. En estos términos, es un signo alentador el que haya tantos académicos que trabajen en las
múltiples fronteras de nuestra disciplina.
34
Los sociólogos, los economistas y la democracia (ed. orig. 1970, 1978) de Barry, escrito en el
momento culminante de este cambio, somete a ambos a una critica lógica despiadada; en el prefacio a la
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edición de 1978, hace notar el notable desvanecimiento del paradigma «sociológico» (conductista) en los
ocho años transcurridos.
35
Tener sólo 21 integradores entre los cientos de académicos actualmente en activo puede hacer
parecer a la ciencia política como una empresa relativamente no integrada. Al contrario, tener a toda una
disciplina centrada colectivamente en tomo a tan pocos individuos y a sus obras podría dar lugar a una
mayor integración.
36
Con estos datos no podemos analizar las relaciones entre las subdisciplinas de la ciencia política y
otras disciplinas. Sobre estas conexiones, véase Dogan (cap. 3).
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PARTE I: LA DISCIPLINA
1. Introducción
(De pag. 83 a 149)
Si fuéramos a construir un modelo de la historia de la ciencia política con la forma de una curva del
progreso científico en el estudio de la política a lo largo de los tiempos, tendríamos que comenzar
con la ciencia política griega, subir modestamente durante los siglos romanos, no progresar mucho
durante la Edad Media, subir un poco durante el Renacimiento y la ilustración, habría algunas
subidas sustanciales durante el Siglo xix, para despegar hacia un crecimiento sólido durante el siglo
XX a medida que la ciencia política adquiere características profesionales genuinas. Lo que esta curva
mediría sería el crecimiento y la mejora cualitativa del conocimiento sobre las dos cuestiones
fundamentales de la ciencia política: las propiedades de las instituciones políticas y los criterios que
usamos para valorarlas.
Registraríamos tres chispazos ascendentes en la curva de Crecimiento del siglo xx. El chispazo de
Chicago en las décadas de entreguerras (1920-1940), que introduciría programas organizados de
investigación empírica, subrayando las Interpretaciones psicológicas y sociológicas de la política y
demostrando el valor de la cuantificación. Un chispazo mucho mayor en las décadas tras la Segunda
Guerra Mundial reflejaría la difusión de la ciencia política «conductista» por todo el mundo, las
mejoras en las subdisciplinas más tradicionales y la profesionalización (en el sentido del
establecimiento de departamentos de muchos miembros, reclutados meritocráticamente y
relativamente no jerárquicos; el establecimiento de asociaciones, sociedades de especialistas y
revistas con evaluadores, etc.). El tercer chispazo registraría la entrada de los métodos deductivos y
matemáticos y los modelos económicos del enfoque de la «elección racional-individualísmo
metodológico».
Podríamos denominar esta visión de la historia disciplinar como la visión «ecléctica-progresiva». Sería
compartida por quienes aceptan como criterio de la ciencia política académica la búsqueda de la
objetividad basada en las reglas de la evidencia y la inferencia. Este criterio se aplicaría no sólo a
estudios que denominamos «conductistas», sino también a la filosofía política (tanto histórica como
normativa), a los estudios comparados sistemáticos, a los estudios estadísticos que implican datos
cuantitativos agregados y de encuesta, así como a la investigación que implica la construcción de
modelos matemáticos formales y la experimentación (tanto la real como la simulada). En este
sentido, es un patrón ecléctico y no jerárquico, más bien que integral.
Es «progresiva» en el sentido de que imputa la noción de mejora a la historia de los estudios
políticos, tanto en cuanto a la cantidad de conocimiento como en cuanto a su calidad en términos de
rigor y perspicacia. Con respecto a la perspicacia, la mayoría de los colegas estarían de acuerdo en
que Michael Walzer (1983) tiene una mejor comprensión del concepto de justicia que la que tiene
Platón. Y, con respecto al rigor (y también a la perspicacia), Robert Dahl (1989) nos ofrece una
mejor teoría de la democracia que la ofrecida por Aristóteles1,
Hay cuatro visiones opuestas de la historia de la ciencia política. Dos de ellas desafiarían su carácter
científico. Hay una posición «anticiencia», así como otra «posciencia». Otras dos más -los marxistas
y los teóricos de la «elección racional»- desafiarían su eclecticismo a favor de un monismo jerárquico
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El objeto esencial de la ciencia política, que comparte con el resto de la academia, es la creación de
conocimiento, definido como inferencias o generalizaciones sobre la política extraídas de la evidencia.
Como dicen King, Keohane y Verba (1994. p. 7) en su reciente libro, «la investigación científica está
diseñada para hacer inferencias con base en la información empírica sobre el mundo». Este criterio
es evidente incluso en una obra tan explícitamente «anticientífica» como la de los straussianos Es
decir, éstos consideran la evidencia, la analizan y extraen inferencias de la misma. Es imposible
pensar en una empresa académica que no descanse sobre este núcleo metodológico de la evidencia-
inferencia. Incluiría los estudios marxistas y neo-marxistas, incluso aunque estos estudios se basen
en asunciones sobre los procesos sociales que no son falseables y, por tanto, no están plenamente
sujetas a las reglas de la evidencia o de la inferencia lógica. Incluiría, en el extremo del simple
despliegue de evidencia, el estilo de ciencia política de «descripción detallada» (thick) de Clifford
Geertz (1973) que ejemplifica el estudio de Womack (1968) sobre el líder campesino mexicano
Zapata: e incluiría las obras de Downs (1957), Riker (1962) y Olson (1965) en el extremo deductivo
contrario. En Zapata, parece que sólo tenemos evidencia sin inferencia y en la Teoría económica de
la democracia, inferencia sin evidencia. Pero Hirschman (1970) nos dice que la biografía del líder
campesino está plagada de implicaciones políticas y explicativas; y que los axiomas y teoremas de
Downs generan toda una familia de proposiciones comprobables a través de la evidencia. Ambas son
falseables mediante evidencias contrarias o defectos lógicos.
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a) Griegos y romanos
Aunque se han hecho esfuerzos heroicos para incluir los escritos del Próximo Oriente antiguo en la
crónica de la ciencia política, se los considera más apropiadamente como precursores. El amor por la
Biblia no puede convertir el consejo que Moisés recibe de su suegro sobre cómo juzgar con más
eficacia los conflictos entre los hijos de Israel o la doctrina del Deuteronomio sobre la monarquía en
ciencia política seria2. Pero cuando llegamos a la Grecia de Herodoto (ca. 484-425 A.c.-) estamos en
un mundo en el que el análisis de las ideas y los ideales políticos y la especulación sobre las
propiedades de las distintas formas de gobierno, la naturaleza de la capacidad de gobernar y de la
ciudadanía, se han convertido en una parte del saber convencional. Los griegos informados del siglo
v a. C. -que viven en muchas ciudades-Estado griegas independientes, en las que se habla la misma
lengua y se veneran los mismos o similares dioses, que comparten memorias históricas y mitológicas
comunes, que están implicados en un comercio y una diplomacia entre las ciudades, que forman
alianzas o entran en guerra- constituían una audiencia interesada en la información y la especulación
sobre las variedades de arreglos políticos y gubernamentales y de políticas económicas, de defensa y
de relaciones exteriores.
La historia de la ciencia política comienza propiamente con Platón (428-348 a.C.) cuyos La República,
La Política y Las Leyes son los primeros clásicos de la ciencia política3. En estos tres estudios, Platón
establece proposiciones sobre la justicia, la virtud política, las variedades de las formas de gobierno y
su transformación, que han sobrevivido como teorías políticas hasta bien entrado el siglo XIX e
incluso hasta el presente. Sus teorías sobre la estabilidad política y la optimización del
funcionamiento, modificadas y elaboradas en las obras de Aristóteles y Polibio, anticipan la
especulación contemporánea sobre la transición y la consolidación democráticas. En su primera
tipología política, en La República, Platón presenta su régimen ideal basado en el conocimiento y la
posesión de la verdad y, por tanto, ejemplificando el gobierno de la virtud, para presentar, a
continuación, cuatro regímenes evolutivamente relacionados en un orden descendente de virtud: la
timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía. La timocracia es una corrupción del Estado ideal
en el que el honor y la gloria Militar suplantan el conocimiento y la virtud; la oligarquía es una
corrupción de la timocracia que reemplaza el honor por la riqueza como principio de reclutamiento;
la democracia surge de la corrupción de la oligarquía y, a su vez, se corrompe en tiranía. En La
Política, escrito mucho después que La República, y en Las Leyes, escrito en su vejez (Tras las duras
experiencias de la Guerra del Peloponeso y del fracaso de su misión en Siracusa), Platón distingue
entre la república ideal y las variedades realmente posibles de formas de gobierno. Para clasificar los
regímenes reales, introduce el famoso cuadro de tres por dos, casando la cantidad y la calidad: el
gobierno de uno, de pocos y de muchos; cada uno con sus versiones pura e impura. Generó la
clasificación de los regímenes en seis categorías -monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía,
democracia, oclocracia que Aristóteles perfeccionó y elaboró en su Política, y que ha servido como
taxonomía básica a través de los tiempos y Hasta el siglo XIX.
En Las Leyes, Platón presentó la primera versión de la «Constitución Mixta» como el mejor régimen y
el más estable entre los de verdad realizables y diseñado para detener el ciclo de desarrollo y
degeneración implícito en el esquema séxtuple. La Constitución Mixta, tal como la formuló Platón,
adquiere estabilidad al combinar principios que, de otro modo, podrían estar en conflicto: el principio
monárquico de la sabiduría y la virtud con el democrático de la libertad. Aristóteles adoptaría y
mejoraría ese esquema. Es la primera teoría explicativa en la historia de la ciencia política en la que
las instituciones. Las actitudes y las ideas se relacionan con el proceso y el funcionamiento. Es el
ancestro de la teoría de la separación de poderes.
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Aristóteles (384-322 a.C.) pasó veinte años como miembro de la Academia de Platón. Después, tras
un periodo como tutor de Alejandro de Macedonia. Aristóteles volvió a Atenas y formó su propio
Liceo, una institución de enseñanza con museo-biblioteca e instituto de investigación. El método del
Liceo era inductivo, empírico e histórico, a diferencia del enfoque predominantemente idealista y
deductivo que se mantenía en la Academia de Platón. Se dice que el Liceo reunió 158 constituciones
de las ciudades-Estado griegas, de las que sólo ha sobrevivido una (la de Atenas). Las lecciones que
componen La Política de Aristóteles parecen haberse extraído de los análisis y las interpretaciones de
esos datos.
Mientras que la metafísica de Platón empujó a éste a desapreciar el mundo real y la capacidad
humana de percibirlo y comprenderlo, y a hipotetizar un mundo de formas ideales de las que la
realidad era un pálido reflejo, Aristóteles, por el contrario, era más bien un empirista que observa la
realidad política como un médico observa la enfermedad y la salud. Sir Emesa Barker señala:
Quizá no sea demasiado caprichoso detectar una particular inclinación médica en un buen número de
pasajes de La Política. No es sólo un asunto de acumulación de «historias clínicas», o del uso de los
escritos de la escuela de Hipócrates como el tratado de «Aires, aguas y lugares». Se trata de una
comparación recurrente entre el arte del estadista y el del buen médico; se traía del profundo
estudio de la patología de las constituciones y de su inclinación a la fiebre de la sedición que
encontramos en el Libro V de La Política; se trata de la preocupación con la terapéutica que también
encontramos en el mismo libro, una preocupación singularmente evidente en el pasaje (al final del
capítulo XI) en el que sugiere un régimen y una cura para la fiebre de la tiranía (Barker, introducción
a Aristóteles, 1958, p. XXX).
Mientras que en su teoría de las formas de gobierno Aristóteles comienza con la clasificación séxtuple
de Platón, argumenta que, desde un punto de vista realista, de hecho hay cuatro tipos importantes:
oligarquía y democracia, los dos tipos en los que podría clasificarse a la mayoría de las ciudades-
Estado griegas; politeia o gobierno constitucional o «mixto», que es una combinación de oligarquía y
democracia y que (dado que reconcilia la virtud con la estabilidad) es la mejor forma posible de
gobierno; y la tiranía, que es la peor. Para respaldar su argumento señala que mientras que las
estructuras sociales de las ciudades varían de acuerdo con las economías, ocupaciones, profesiones y
status que en ellas se contienen, tales diferencias pueden reducirse a distintas distribuciones de
ciudadanos ricos y pobres. Donde dominan los ricos, tenemos oligarquía; donde dominan los pobres,
democracia. Donde dominan las clases medías, podemos tener gobierno «mixto» o constitucional
que tiende a la estabilidad al quedar contrapesado los intereses extremos por los más moderados.
Las estructuras políticas y las pautas de reclutamiento se clasifican de acuerdo con los arreglos de
los órganos deliberativos, magistrativos y judiciales y de acuerdo con el acceso a los mismos de las
diferentes clases.
Un politólogo moderno -un Dahl, Rokkan, Lipset, Huntington, Verba o Putnam- se encontraría en un
terreno familiar con el análisis de Aristóteles, en La Política y La Ética, de la relación entre el status,
la ocupación, la profesión y la clase y las variedades de instituciones políticas, por un lado, y de la
relación entre la socialización y el reclutamiento políticos y la estructura y el proceso políticos, por el
otro. Compartirían la metafísica y la ontología. Pero si estos capítulos, o algo parecido a los mismos,
fueran presentados por estudiantes contemporáneos de doctorado a la búsqueda de los temas de
sus tesis, es fácil visualizar los comentarios que escribirían al margen un Dahl o un Verba: « ¿Sobre
qué casos estás generalizando?»; « ¿Qué tal si usas una escala aquí?»; « ¿Cómo comprobarías la
fuerza de esta asociación?»; u otros por el estilo. Aristóteles presenta todo un conjunto de
proposiciones e hipótesis -en lo que se refiere a la estabilidad política y a la quiebra, a las secuencias
de desarrollo, a los modelos educativos y a la actuación política- que claman por diseños de
investigación y análisis cuantitativos cuidadosos. El método aristotélico consiste esencialmente en
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una clasificación clínica de especimenes, con hipótesis sobre las causas y las consecuencias, pero sin
comprobaciones sistemáticas de las relaciones.
La teoría política griega de Platón y Aristóteles era una combinación de ideas universalistas y
parroquiales. El mundo sobre el que generalizaban era el mundo de las ciudades-Estado griegas
Generalizaban sobre los griegos, no sobre el género humano Los ciudadanos se distinguían de los
esclavos, los residentes forasteros y los bárbaros extranjeros. Con las conquistas de Alejandro y la
mezcla de las culturas griega y oriental, ganaron en autoridad dos nociones desarrolladas por la
escuela estoica de filosofía. Eran las ideas de una humanidad universal y de un orden en el mundo
basado en el derecho natural. Estas ideas las había adelantado el filósofo estoico Crisipo en el último
tercio del siglo III a.C. Su formulación más clara aparece en las obras de Panecio (185-109 a.C.) y de
Polibio (203-120 a.C.), dos filósofos estoicos del siglo II, quienes, a su vez, transmitieron estas ideas
a la élite intelectual romana de la última etapa de la República. Mientras que Panecio desarrolló los
aspectos filosóficos y éticos del último estoicismo, Polibio adaptó las ideas platónicas y aristotélicas a
la historia de Roma y a la interpretación de las instituciones romanas.
Polibio atribuye el notable poder y crecimiento de Roma a sus instituciones políticas. Hace más
explícitas las ideas evolutivas de Platón y Aristóteles, brindando explicaciones socio-psicológicas
sencillas de la decadencia de las formas puras de monarquía, aristocracia y democracia y de su
degeneración en las formas impuras de tiranía, oligarquía y oclocracia. De acuerdo con Polibio, los
constructores del Estado romano habían redescubierto, mediante un proceso de ensayo y error, las
virtudes de la constitución mixta: la combinación de los principios monárquico, aristocrático y
democrático llevados a la práctica en el Consulado, el Senado y la Asamblea. Fueron estas
instituciones las que hicieron posible la conquista del mundo en medio siglo y las que, según Polibio,
garantizaban un futuro de gobierno mundial estable y justo bajo el Derecho romano4.
Tres cuartos de siglo después, el abogado romano Cicerón (106-43 a.C.) aplicaba la teoría de la
constitución mixta a la historia romana en un momento en el que las instituciones de la República
romana estaban ya en una decadencia profunda. Esta parte de su trabajo era una llamada para la
vuelta a la estructura y a la cultura de la República romana anterior, previa a las décadas de guerra
populista y civil de los Graco, Mario y Sila. Más significativo y duradero fue su desarrollo de la
doctrina estoica del derecho natural. Era la creencia de que hay un derecho natural universal que
proviene del orden divino del cosmos y de la naturaleza racional y social de la humanidad Sería su
formulación de esta idea del derecho natural la que se adoptaría en el Derecho romano, pasando de
ahí a la doctrina de la Iglesia católica y, posteriormente, a sus manifestaciones ilustrada y moderna5.
De esta manera, encontramos formulados, en el pensamiento griego de finales del siglo ni A.c. y en
el romano de los siglos siguientes, los dos grandes temas de la teoría política que atraviesan la
historia de la ciencia política hasta el presente: « ¿Cuáles son las formas institucionales de gobierno?
y « ¿cuáles son los modelos que usamos para evaluarlas?». La respuesta a la primera fue la
clasificación séxtuple platónica \ aristotélica de las formas organizativas puras e impuras, y Ia
constitución mixta como la solución al problema de la degeneración y el ciclo. La respuesta a la
cuestión de la evaluación -legitimidad, justicia- fue la doctrina del derecho natural. Estas ideas se
transmitieron a Roma por los estoicos tardíos (en particular, Panecio y Polibio) y desde las obras de
los romanos (como Cicerón o Séneca) a la teoría política católica.
Las teorías de la constitución mixta y del derecho reciben su codificación medieval más plena en la
obra de Tomás de Aquino (1225-1274), quien relaciona la constitución mixta con la justicia y la
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estabilidad a través de su conformidad con el derecho divino y natural. Sus ejemplos de constitución
mixta son el orden político divinamente ordenado del Israel de Moisés, Josué y los Jueces,
equilibrado entre líderes ancianos y jefes tribales, y la República romana en su origen, con su mezcla
de Asamblea, Senado y Consulado. Sigue los argumentos de Aristóteles sobre las debilidades y la
tendencia hacia la tiranía de las formas puras de gobierno monárquico, aristocrático y democrático.
La combinación de las formas puras es el antídoto contra la debilidad y la corrupción humanas6. En
la Baja Edad Media y en el Renacimiento, el gobierno mixto y el derecho natural constituyen la
medida con respecto a la cual se evalúan los gobiernos. Tal y como Tomás de Aquino, y los influidos
por él, veían al Israel del período pre-monárquico y a la Roma de la época republicana como los
regímenes más cercanos del pasado al ideal del gobierno mixto, para los teóricos políticos italianos
de la Baja Edad Media y del Renacimiento el ejemplo era Venecia, con su Dogo monárquico, su
Senado aristocrático y su Gran Consejo democrático. La estabilidad, riqueza y poder de Venecia eran
considerados la prueba de la superioridad del sistema mixto.
La variedad de principados y repúblicas en el norte de Italia en estos siglos, las reclamaciones
generales y rivales de la Iglesia y el Imperio, el estado de guerra, la conquista, la revolución, la
negociación diplomática y la innovación institucional en las que estaban constantemente envueltos
estos regímenes, estimularon a varías generaciones de teóricos políticos que reflexionaban y
escribían sobre esta experiencia política7. Un aspecto central de sus discusiones eran las ideas de la
constitución mixta expresadas por Aristóteles y por Tomás de Aquino. Con la traducción de su
Historia de Ruma en el siglo XVI, Polibio llegó a ser muy influyente, particularmente en Florencia y
en la obra de Maquiavelo (1469-1527). En las crisis florentinas de finales del siglo XV y principios del
XVI, Maquiavelo se implicó en una polémica con el historiador Guicciardini en la que las principales
autoridades citadas fueron Aristóteles, Polibio y Tomás de Aquino, y el tema de discusión, qué países
eran los mejores ejemplos de constitución mixta. Guicciardini estaba a favor de un sesgo
aristocrático aristotélico y veneciano-espartano, Maquiavelo, a favor de un papel algo mayor para el
elemento popular, confiando más en el apoyo de Polibio8. La ruptura de la teoría política
renacentista descansa sobre el tratamiento que Maquiavelo le dio a la legitimidad de los regímenes y
de los líderes políticos. Con anterioridad a El príncipe y a los Discursos, los autores trataban los
regímenes de manera dicotómica como puros o corruptos, normativos o no normativos, en los
sentidos originales platónica y aristotélico9. Maquiavelo, observando la política practicada en Italia
en lo, siglos xv y xvi, legitimó la política no normativa como inevitable, como cuestión de
supervivencia, como parte de la realidad. Un príncipe que dejase de emplear medios problemáticos
cuando fuesen necesarios para la supervivencia, sería incapaz de hacer el bien cuando éste fuese
posible. Maquiavelo tocó el nervio de la ciencia política con su orientación «libre de valores» y su
nombre se convirtió en sinónimo de indiferencia moral y cinismo político. Los temas generados sin
esta travesía hacia el realismo todavía resuenan en los palomares de la filosofía política.
La teoría de la soberanía, un tema tan impórtame en la Edad Media, el Renacimiento y la Ilustración,
recibe su primera formulación completa en la obra de Jean Bodin (1529-1596). Su doctrina del
absolutismo como una solución al problema de la inestabilidad y el desorden está formulada en
polémica con la teoría de la constitución mixta. Utilizando un método histórico realista, desarrolla el
argumento de que los casos clásicos de gobierno mixto, Roma y Venecia, fueron en realidad
regímenes centralizados y concentrados: de hecho, todo régimen importante y duradero ha
concentrado los poderes Legislativo y Ejecutivo bajo una autoridad central. La atención que presta a
la influencia de las condiciones ambientales y socio estructurales sobre las características de los
Estados anticipan la sensibilidad antropológica de Montesquíeu10.
Y aunque hubo un progreso sustancial en el desarrollo de la ciencia política en la Ilustración, Hobbes,
Locke, Montesquieu, Hume, Madison y Hamilton trataban los mismos temas que preocupaban a
Platón, Aristóteles, Polibio, Cicerón, Tomás de Aquino, Maquiavelo y Bodin: las formas y variedades
de gobierno y los modelos con los que juzgarlos. Al considerar el progreso conseguido por los
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c) El siglo XIX
En los siglos xvii y xviii, los filósofos de la Ilustración predijeron la mejora en la condición material,
política y moral de la humanidad como consecuencia del crecimiento del conocimiento. En los siglos
xix y xx, los académicos y los intelectuales elaboraron este tema del progreso y la mejora
prediciendo distintas trayectorias y secuencias causales. En la primera parte del siglo xix hubo
grandes historicistas (o deterministas históricos) -Hegel (1770-1831), Comte {1798-1857) y Marx
(1818-1883)-que, en la tradición de la ilustración veían la historia como un desarrollo unilineal en la
dirección de la libertad y el gobierno racional. En Hegel, la razón y la libertad están ejemplificadas en
la monarquía burocrática prusiana. En Comte los límites de la teología y la metafísica quedan rotos
por la ciencia, en cuanto que permite a la humanidad ejercer un control racional sobre la naturaleza
y las instituciones sociales. En Marx, el capitalismo sustituye al feudalismo y es sustituido, a su vez,
primero por el socialismo proletario y. después, por la sociedad igualitaria y verdaderamente libre
Hegel se aleja de las nociones de la ilustración por su visión dialéctica de la historia como el choque
de opuestos y la emergencia de síntesis. La monarquía burocrática prusiana racionalizada y
modernizada en las décadas pos napoleónicas es vista por Hegel como la ejemplificación de una
última síntesis12. En Marx, la dialéctica hegeliana se convirtió en el principio de la lucha de clases
que lleva a la última transformación de la sociedad humana. De acuerdo con Marx, la naturaleza del
proceso histórico era tal que la única ciencia social posible es la que se descubre, y la que se emplea,
en la acción política. En el marxismo, esta ciencia de la sociedad llega a convertirse en un esquema
economía-ideología-forma de gobierno plenamente validado. Una vanguardia informada armada con
esta poderosa teoría anunciaría el comienzo de un nuevo mundo de orden, justicia y plenitud13.
Auguste Comte, el precursor con Saint-Simon (1760-1825) del positivismo filosófico, inauguró la
nueva ciencia de la «sociología» en los seis volúmenes de su Curso de filosofía positiva (Koenig,
1968). Su argumento era que todas las ciencias pasan por dos etapas -primero la teológica, después
la metafísica- antes de convertirse, en la tercera etapa, en científicas o positivas. De esta manera,
continuaba Comte, la astronomía fue la primera en pasar por estas tres etapas, después lo hizo la
física, luego, la química, luego la fisiología. Al final, la física social (las ciencias sociales incluyendo a
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la psicología) se encontraba en un proceso de maduración como ciencia. Comte veía esta nueva
sociología científica como la suministradora de proyectos para la reforma de la sociedad.
Hubo una ola de empirismo corno reacción a estas comprensivas teorías monistas y abstractas. Esta
reacción produjo un gran número de estudios descriptivos legal-formales de instituciones políticas y
varias etnografías políticas descriptivas pedestres y monumentales, tales como Political Science; Or
the Stale Theoreticctlly and Practically Considered (1878) de Theodore Woolsey; Politik:
Geschichtliche Naturlehre der Monarchie. Aristokrañe und Demokratie (1892) de Wilhelm Roscher; y
The Slate: Elemenls of Hisloricai and Practical Polines ('1889, 1918) de Woodrow Wilson. Se trataba
esencialmente de ejercicios ponderados de clasificación, que empleaban alguna variación del sistema
clasificador platónico-aristotélico.
Parecidos a los historicistas, pero con un enfoque más empírico y más pluralista en su explicación,
había un grupo de autores de la segunda mitad del xix que podrían caracterizarse como
«evolucionistas» y que influyeron sobre la sociología moderna de diversas maneras. Este grupo
incluye a Herben Spencer (1820-1903), sir Henry Sumner Maine (1822-1888) y Ferdinand Toennies
(1855-1936). Spencer ('1874, 1965), un temprano evolucionista social pos darwiniano, evita la
unilinealidad simple. Le preocupa explicar la variedad cultural y política, así como la mejora genérica.
Explica la centralización y descentralización política por los rasgos físicos del ambiente, tales como el
terreno montañoso frente a las llanuras. Construye también el argumento, respaldado por el ejemplo
histórico, que la democratización es la consecuencia de los cambio, socioeconómicos provocados por
la concentración urbana la proliferación de intereses que se debe al crecimiento de las manufacturas
y a la difusión del comercio.
Hay una pauta dualista común entre los autores de finales del xix acerca del proceso histórico. Maine
(1861, 1963) distingue el derecho antiguo del moderno en los términos de un cambio desde
relaciones de status con un carácter difuso has la las relaciones contractuales específicas. Toennies
(1887-1957) introduce la distinción entre Gemeinsckaft und Gesellschaft (Comunidad y Sociedad).
Con el cambio de siglo, Weber (1864-1920) y Durkheim (1858-1917) contrastan la racionalidad
moderna con la tradicional (Weber, '1922, 1978, vol. 1. pp. 24 ss.), la solidaridad orgánica con la
mecánica (Durkheim 1893, 1960). Este tema del «desarrollo» y de la «modernización» continúa en el
siglo xx hasta hoy día, con los esfuerza para definir, operacionalizar, medir e interpretar la
«modernización» socio-económico-política que se presentan más abajo. A lo largo del siglo xix era
común hablar del estudio de la política y de la sociedad como ciencia, y describir el conocimiento
sobre la política como compuesto por proposiciones con forma de ley basadas en la evidencia y la
inferencia soba' los acontecimientos y las instituciones políticas, Collini, Winch y Burrow lo
documentan con gran profundidad y detalle en su libro That Noble Science of Polines (1983). Como
en épocas anteriores, los historiadores y los publicistas del siglo xix buscaban «lecciones» de la
historia, pero cada vez con más sofisticación. Al recordar el «método» con el que escribió La
democracia en América, Tocqueville (1805-1859) observaba que «Aunque apenas hablaba de Francia
en mi libro, no escribí una página sin tenerla, por así decir, ante mis ojos»; y, en una apreciación
más general sobre el método comparativo, dijo: «Sin hacer comparaciones, la mente no sabe cómo
proceder» (Tocqueville, 1985, pp, 59, 191),
Collini, Winch y Burrow señalan que las proposiciones decimonónicas sobre la naturaleza y la
explicación de los fenómenos políticos se basaban cada vez más en inducciones históricas en lugar
de en asunciones sobre la naturaleza humana. Esto se explicaba en parte por el simple crecimiento
del conocimiento de las sociedades contemporáneas e históricas. El imperialismo y el colonialismo
colocaron vastas y complejas culturas como la india, así como sociedades primitivas y reducidas,
como las culturas africanas y las de los indios americanos, al alcance de los académicos e
intelectuales europeos. Las zonas exóticas del mundo se hicieron accesibles e invitaban a esfuerzos
más cautos y controlados a la hora de inferir causas y efectos que en los casos de Maquiavelo o
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Montesquieu. Justo a finales del siglo xix, en Oxford y en Cambridge, bajo el liderazgo de E. A.
Freeman (1874), Frederick Pollock (1890) y John Seeley (1896), la historia comparada comenzó a
considerarse de manera un tanto optimista como la base para un estudio genuinamente científico de
la política. Se introdujo en el trivio de Historia en Cambridge en 1897 en la forma de dos trabajos:
uno sobre Ciencia Política Inductiva o Comparativa; y otro sobre Política Deductiva y Analítica (Collini
et al., pp. 341 ss.).Yaen 1843, John Stuart Mill (1806-1873) había reconocido en su Sistema de lógica
(1843, 1961) que el método comparativo en las ciencias humanas era equivalente en algún sentido
al experimental en las ciencias naturales. En efecto, hace siglo y medio, Mill había anticipado la
«estrategia de los sistemas más parecidos» de Przeworski y Teune (1970).
Para John Stuart Mill, Tocqueville, Ostrogorski, Wilson y Michels, la democracia como alternativa para
otros regímenes constituye una preocupación fundamental. Cada uno continúa a su manera el
debate sobre el «gobierno mixto». Mill quiere que los educados, los informados, los cívicamente
responsables, desempeñen un papel preeminente en la democracia para evitar las potencialidades
corruptas y de masas que laten en la misma. Tocqueville encontró en la profesión legal americana
una dosis aristocrática para moderar las tendencias «niveladoras» de la democracia. Ostrogorski
(1964, vol. II, Conclusión) y Michels (1949) ven defectos fatales en la democracia y la inevitabilidad
de la oligarquía, como resultado de la burocratización de los partidos políticos de masas.
Estas tendencias del siglo xix caen perfectamente dentro de nuestro concepto organizador del rigor y
la coherencia lógica crecientes en el estudio de los fenómenos políticos definidos como las
propiedades y la legitimidad del gobierno.
El concepto de «pluralismo», una variación del tema del «gobierno mixto», sirvió de vínculo entre la
teoría política europea y la ciencia política americana de las primeras décadas del siglo xx. El
concepto de soberanía del Estado, asociado a la ideología de la monarquía absoluta, sufrió durante el
final del xix y comienzos del XX el desafío de los «pluralistas» de derecha e izquierda. Otto Gierke
(1868) en Alemania y León Duguit (1917) en Francia cuestionan la plena autoridad del Estado
central. Teóricos políticos conservadores, como Figgis (1896), afirmaron la autonomía de las iglesias
y las comunidades; teóricos de izquierda, como Harold Laski (1919), reclamaron lo mismo para los
grupos profesionales y los sindicatos.
Con las figuras seminales de Marx y Freud y los grandes teóricos sociológicos del final del xix -
Pareto, Durkheim. Weber- y con la polémica sobre soberanía y pluralismo, estamos ya sobre el fondo
intelectual inmediato de la ciencia política del siglo xx.
En la segunda mitad del siglo xix y primeras décadas del XX, el rápido crecimiento y la concentración
de la industria y la proliferación de grandes ciudades en Estados Unidos, habitadas en considerable
proporción por inmigrantes de la zona rural y de países extranjeros, creó una situación proclive a la
corrupción en gran escala. Se necesitaron empresarios políticos con recursos para organizar y
disciplinar los electorados ignorantes en gran medida, que pululaban por centros urbanos como
Nueva York, Boston, Filadelfia, Chicago, San Luis, Kansas City y demás. El «jefe» (boss), la
«máquina» y los intermitentes movimientos de reforma eran los fenómenos políticos americanos más
visibles a finales del XIX y comienzos del xx. Los movimientos de reforma inspirados en una ideología
de eficiencia e integridad, y apoyados por las élites urbanas profesionales y de negocios,
aprovecharon el talento de los periodistas de los medios de calidad y de las comunidades
académicas. La corrupción de la política por las corporaciones de negocios que buscaban contratos,
franquicias y protección frente a la regulación gubernamental se convirtió en el tema de la literatura
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periodística conocida como «muckraking»- que colocó el proceso y la infraestructura políticos -los
«grupos de presión» y los lobbies, procesos políticos locales, estatales y nacionales profundamente
penetrables y corrompibles- a la vista del público.
Los politólogos americanos del período de entreguerras aceptaron el desafío de esta infraestructura
política y de la literatura muckraking que la puso al descubierto, y comenzaron a producir serios
estudios monográficos sobre grupos de presión y actividades de lobbying. Peter Odegard (1928)
escribió sobre, la American Anti-Saloon League, Pendleton Herring (1929), sobre grupos de presión y
el Congreso, Elmer Schattschneider (1935), sobre política y aranceles, Louise Rutherford (1937),
sobre la American Bar Association. Oliver Garceau (1941), sobre la Asociación Médica Americana, y
hubo muchos más. Estos autores ponen su sello en la ciencia política de los años de entreguerras. El
realismo y el empirismo de estos primeros estudiosos de lo que algunos llamaron el gobierno
«invisible» o «informal» aprovechó las ideas de una generación anterior de teóricos políticos
americanos entre los que estaban Frank Goodnow (1900) y Woodrow Wilson (1887).
1. La Escuela de Chicago
Así, en las primeras décadas del siglo XX la noción de un estudio «científico» de la política se había
revestido ya de suficiente carne. Europeos como Comte, Mill, Tocqueville, Marx, Spencer, Weber,
Durkheim, Pareto, Michels, Mosca, Ostrogorski, Bryce y otros, habían sido pioneros, o estaban siendo
pioneros, en el desarrollo de la sociología, la antropología y Ia psicología políticas, campos en los que
hicieron del estudio de la política una empresa explicativa autoconscienle. Los estudios empíricos de
los procesos gubernamental y político se habían hecho un hueco en las universidades americanas.
Pero la mayor parte del estudio de la política en las universidades americanas de estas décadas era
aún esencialmente jurídico, filosófico e histórico en su metodología. El significado de la escuela de
ciencia política de la Universidad de Chicago (ca. 1920-1940) radica en su demostración de que a
través de estudios empíricos concretos era posible un aumento genuino del conocimiento político
mediante una estrategia de investigación interdisciplinar, la introducción de metodologías
cuantitativas y un apoyo de investigación organizado. Algunos otros autores hablaban un lenguaje
similar al de Merriam (1931b) en «The Present Slate of the Study of Politics» (por ejemplo, Catlin,
1964), pero la escuela que Merriam fundó en los años veinte, y que llenó en parte con sus propios
estudiantes, supuso un salto considerable en el rigor de la investigación empírica y en el poder de la
inferencia en el estudio de las cosas políticas y de la innovación institucional.
Lo que le llevó a convertirse en el gran empresario de la ciencia política de su generación fue el
escenario dinámico de la ciudad de Chicago en las primeras décadas del siglo xx. En pleno boom de
riqueza y con ansias de cultura, y la interrelación entre su vida académica y su carrera política. Sus
esperanzas de disfrutar de un alto cargo político habían sido barridas en la campaña por la alcaldía
de Chicago en 1919. Ya no era posible para él aspirar a convertirse en el «Woodrow Wilson del
Medio Oeste» (Karl, 1974, cap. 4). Al mismo tiempo, era incapaz de establecerse lo suficiente para
desarrollar una tranquila carrera académica. Sus años en la política municipal y su experiencia de la
guerra en los asuntos exteriores y en la propaganda, le hacían sensible a los «nuevos aspectos» del
estudio de la política. No mucho después de volver a la Universidad de Chicago desde su puesto de
«información pública» en Italia, publicó su declaración Nuevos aspectos (1931b) y comenzó el
montaje del departamento de Chicago y los distintos programas de investigación que lo identificaron
como una «escuela» distintiva. Era un innovador institucional: primero, al crear el Comité de
Investigación en Ciencia Social de la Universidad de Chicago para proporcionar apoyo financiero a las
iniciativas de investigación prometedoras del profesorado de ciencia social de Chicago; y, después,
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siendo pionero en la formación del Consejo de Investigación en Ciencia Social para proporcionar
servicios similares a escala nacional.
El primer programa de investigación importante que se inició en Chicago se construyó alrededor de
Harold Gosnell, que recibió su doctorado bajo la dirección de Merriam en 1921 y al que se otorgó un
puesto de profesor titular en 1923. Colaboró con Merriam en un estudio de las actitudes hacia el voto
de una selección de unos 6.000 habitantes de Chicago en la elección a alcalde de 1923 (Merriam y
Gosnell, 1924). La selección se hizo con anterioridad a la introducción de las «muestras
probabilísticas» y se realizó mediante un «control de cuota» que buscaba abarcar las características
demográficas de la población de Chicago mediante cuotas de sus principales grupos demográficos. El
control de cuota, que quedó desacreditado en la elección Truman-Dewey de 1948, era en ese
momento el método habitual para la elaboración de muestras de grandes poblaciones. Los
entrevistado res fueron estudiantes de tercer ciclo de la Universidad de Chicago, entrenados por
Merriam y Gosnell, Gosnell continuó este estudio con el primer experimento que se haya realizado
nunca en la ciencia política. Fue un estudio de los efectos sobre el voto de un sondeo no partidista
realizado por correo en Chicago, que intentaba conocer el resultado de las elecciones nacionales y
locales de 1924 y 1925. La técnica experimental diseñada por Gosnell (1927) era bastante rigurosa:
se distinguieron cuidadosamente grupos experimentales y de control, se utilizaron distintos
estímulos, y los resultados se analizaron de acuerdo con las técnicas estadísticas más sofisticadas
disponibles por entonces. Gosnell continuó su investigación en Gran Bretaña. Francia. Alemania,
Bélgica y Suiza. Ningún politólogo había hecho antes nada parecido.
Harold Lasswell (1902-1978), un joven prodigio de una pequeña ciudad de Illinois, puso
brillantemente en práctica el interés de Merriam por la psicología política. Los logros que obtuvo
siendo aún veinteañero y treintañero fueron extraordinarios. Entre 1927 y 1939 publicó seis libros,
cada uno de los cuales era una innovación y exploraba nuevas dimensiones \ aspectos de la política.
El primero Propaganda Techniaue in the World War (1927), introducía el estudio de la comunicación
política (y lo seguiría una bibliografía anotada de la extensión de un libro llamada Propaganda and
Protriotional Adivines), e identificaba la nueva literatura sobre comunicaciones, propaganda y
relaciones públicas. El segundo libro, Psychopathology and Politics (1930), exploraba la «psicología
profunda de la política» mediante historias de casos de políticos, algunos de los cuales eran
perturbados mentales. El tercer libro, World Politics and Personal Insecurity (1935), especulaba sobre
las bases y los aspectos psicológicos del comportamiento político individual, de distintos tipos de
regímenes políticos y de diferentes procesos políticos. El cuarto libro, el célebre Politics: Who Gets
What, When and How (1936), era una exposición sucinta de la teoría política general de Lasswell,
que subrayaba la interacción entre las elites que competían por valores como «la renta, el respeto y
la seguridad». En 1939 publicó World Revolutionary Propaganda: A Chicago Study, en el que, junto
con Blumenstock, examinaba el impacto de la depresión mundial sobre los movimientos políticos de
los desempleados de Chicago, elaborando un ejemplo de la interacción entre factores macro y micro
en los distintos niveles -local, nacional e internacional- de la política. Lasswell también publicó unos
veinte artículos en estos años en revistas como The American Journal of Psychiatry, The Journal of
Abnormal Psychohgy, Scientific Monographs, The American Journal of Sociology, The
Psichoanatytical Review, y otras parecidas. Fue el primer investigador de la interacción entre
procesos fisiológicos y mental-emocionales que utilizó métodos de laboratorio. Publicó varios
artículos durante estos años informando de los resultados de sus experimentos al relacionar
actitudes, estados emocionales, contenido oral y condiciones fisiológicas, tal como aparecían
reflejadas en registros de entrevistas, tasas de pulso, presión sanguínea, tensión de la piel, etcétera.
Mientras que Gosnell y Lasswell eran quienes llevaban adelante a tiempo completo la revolución de
Chicago en el estudio de la ciencia política, los académicos más veteranos del departamento -
incluyendo al propio Merriam, y a sus colegas Quincy Wright, en relaciones internacionales, y L. D
White, en administración pública- también estaban implicados manera importante en la creación de
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la reputación de la Escuela de Chicago. Merriam (1931 Ib) patrocinó y publicó una serie de libros
sobre educación cívica en Estados Unidos y Europa, un precedente de los estudios contemporáneos
de socialización y cultura políticas. Durante los mismos años, Quincy (1942) llevó adelante su
importante estudio sobre las causas de la guerra, que implicaba la comprobación de hipótesis
sociológicas y psicológicas mediante métodos cuantitativos. Leonard White siguió con el problema de
lord Bryce de por qué en América «los mejores hombres no entran en Política». Su libro The
Prestige Value of Public Employment, basado en una investigación mediante encuesta, apareció en
1929.
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quiebra política francesa, de las vulnerabilidades culturales de Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos,
en la estructura familiar, la socialización de la infancia y los modelos culturales. La Oficina de
Información de Guerra y el Departamento de Guerra aprovecharon el conocimiento experto en
antropología y psicología de Ruth Benedict, Margaret Mead, Cora Dubois, Clyde Kluckhohn, Ernest
Hilgard, Geoffrey Gorer y otros. Los psicólogos sociales y los sociólogos especializados en la
investigación mediante encuestas y en la psicología social experimental -incluyendo a Rensis Likert,
Angus Campbell, Paul Lazarsfeld, Herbert Hyman, Samuel Stouffer y Carl Hovland- fueron empleados
por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea para tratar con los problemas de personal, por el
Departamento de Agricultura en su esfuerzo por aumentar la producción alimentaria, por el Tesoro
en su esfuerzo para comercializar los bonos, y por los distintos servicios de inteligencia, la OSS
incluida. La generación más joven de politólogos que trabajaba en estas agencias durante los años
de la guerra experimentó algo así como un internado posdoctoral bajo la dirección de destacados
académicos en las diversas disciplinas de la ciencia social. El rápido crecimiento de la empresa
académica en el mundo de la posguerra y la Guerra Fría aprovechó estas experiencias
interdisciplinarias de la época de guerra. El currículo de la ciencia política y del personal de sus
departamentos se expandió rápidamente como respuesta a esta concepción ampliada de la disciplina
y de la difusión de la educación superior. En la mayor parte de los nuevos institutos de investigación
de Yale, Princeton, Columbia, MIT, Harvard, se fomentó el estudio de las relaciones internacionales,
estimulado por el importante papel americano en el mundo de la posguerra y la Guerra Fría, y de ahí
pasó a las universidades del Medio Oesle y del Oeste en las décadas de los cincuenta y los sesenta. A
las viejas subespecialidades del derecho, organización e historia diplomática internacional, se le
añadieron nuevas subespecialidades, como los estudios de seguridad, la economía política
internacional, los estudios de opinión pública y cultura política, entre el personal de estos institutos
de investigación y departamentos de ciencia política. Las nuevas naciones en vías de desarrollo de
Asia, África, Oriente Medio y Latinoamérica, vistas ahora bajo la amenaza de una Unión Soviética
agresiva, exigían especialistas de área y en procesos y problemas de desarrollo económico y político.
Los departamentos de ciencia política se expandieron rápidamente para encontrar acomodo a estas
nuevas especialidades de área y a los programas de relaciones internacionales.
Los especialistas de la investigación mediante encuestas de la Segunda Guerra Mundial se
encontraron con una gran demanda. Las empresas querían saber cómo podían comercializar mejor
sus productos; y los políticos querían conocer las susceptibilidades y las intenciones de sus
electorados. De los modestos comienzos de los años treinta y cuarenta, el campo de la investigación
de encuestas y de mercado estalló en las décadas de posguerra (Converse, 1987). Hubo elementos
tanto académicos como de mercado en ese estallido. Las principales instituciones académicas que se
implicaron en este desarrollo fueron: la Universidad de Michigan, con su Instituto de Investigación
Social y su Centro de Investigación de Encuestas fundados por los psicólogos Rensis Likert, Angus
Campbell y Dorwin Cartwright; la Oficina de Investigación Social Aplicada de Columbia, fundada por
los sociólogos Paul Lazarsfeld y Robert Merton; y el Centro de Investigación de la Opinión Nacional
de la Universidad de Chicago, encabezado en sus primeros años por el sociólogo Clyde Han. Estas
tres organizaciones produjeron en las décadas de posguerra una literatura y un profesorado que
contribuyeron sustancialmente a la «revolución conductista».
Entre estos tres centros universitarios, la Universidad de Michigan se convirtió en el más importante
en el reclutamiento y la formación de politólogos. Su Instituto de Investigación Social estableció ya
en 1947 un Instituto de Formación de Verano en el uso de métodos de encuestas, abierto a jóvenes
politólogos y científicos sociales en general. A lo largo de los años, este programa ha formado a
cientos de politólogos americanos y extranjeros en las técnicas de investigación electoral y de
encuesta. En 1961 estableció un Consorcio Interuniversitario para la Investigación Social y Política
(ICPSR), sostenido por las universidades que lo suscribieron, y que mantiene un archivo rápidamente
creciente de encuestas y otros datos cuantitativos. Este archivo ha servido como base de datos para
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un gran número de tesis doctorales, artículos en revistas eruditas y libros importantes que iluminan
distintos aspectos del proceso democrático. Ha administrado su propio programa de formación de
verano en métodos cuantitativos.
En 1977, el Centro de Investigación de Encuestas de Estudios Electorales se convirtió en el Centro de
Estudios de Elecciones Nacionales Americanas, sostenido por una importante subvención de la
Fundación Nacional de la Ciencia y al frente del cual se encuentra un consejo nacional independiente
de supervisores que provienen de universidades americanas. Esta organización -radicada en el
Centro de Estudios Políticos del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan,
dirigido por Warren Miller, y con su Consejo de Supervisores presidido por Heinz Eulau de la
Universidad de Stanford- ha dirigido con regularidad estudios de las elecciones nacionales, con la
participación de toda la comunidad nacional de ciencia política y social, y sus hallazgos están
disponibles para toda la comunidad académica (Miller, 1994; e infra, cap. 11).
Si podemos decir que la escuela de ciencia política de la Universidad de Chicago fue la iniciadora de
la revolución científica en el estudio de la política en las décadas de entreguerras, con total seguridad
el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan merece un importante crédito por
la difusión de esa cultura científica durante las décadas de la posguerra, en la mayor parte de los
centros académicos importantes en Estados Unidos y el extranjero. Varios cientos de jóvenes
académicos se han formado en los métodos estadísticos y de encuesta en sus Institutos de
Formación de Verano; se han escrito muchísimos artículos y docenas de libros utilizando el material
de su archivo; los estudios electorales de Michigan han servido de modelo para la investigación
electoral sofisticada en el resto del mundo.
La difusión y el perfeccionamiento de la teoría política empírica implicaban algo más que la teoría y la
técnica de la investigación electoral. Campos como las relaciones internacionales o la política
comparada crecieron de forma tan rápida como el campo de la política americana, y su nueva etapa
de crecimiento implicó su acercamiento a la cuantificación y a los enfoques interdisciplinares. Los
centros universitarios más importantes de formación de tercer ciclo durante las décadas de
posguerra -Yale, la Universidad de California en Berkeley, Harvard, las Universidades de Michigan,
Wisconsin, Minnesota, Stanford, Princeton, MIT y otras- produjeron cientos de doctores en ciencia
política para dotar de personal al creciente número de departamentos de ciencia política en los
colleges y las universidades americanas y en muchos de países extranjeros. La mayoría de estos
centros de formación de posgrado proporcionaron instrucción en métodos cuantitativos en las
décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial (Sommit y Tanenhaus, 1967; Crick, 1959; Eulau.
1976).
Bajo el liderazgo de Pendleton Herring, desde los años cuarenta hasta los sesenta, el Consejo de
Investigación de la Ciencia Social facilitó y enriqueció estos desarrollos a través de sus becas pre y
posdoctorales y de sus programas de apoyo a la investigación. Dos de sus comités de investigación
en ciencia política -el Comité de Comportamiento Político y el Comité de Política Comparada- tuvieron
un papel destacado al difundir estas ideas y estas prácticas. El Comité de Comportamiento Político
proporcionó dirección y apoyo a los estudios legislativos y electorales americanos. El Comité de
Política Comparada destacó en el desarrollo y la sofisticación de los estudios de área y
comparativos14. Aunque la mayoría de los que participaron en estos programas eran científicos
sociales y politólogos americanos, en torno a una quinta parte de los participantes en los Congresos
del Comité de Política Comparada durante los años 1954-1972 eran académicos extranjeros. Algunos
de ellos -Stein Rokkan, Hans Daalder, Samuel Finer, Richard Rose, Giovanni Sartori, entre otros-
fueron los líderes en Europa y en sus respectivos países de movimientos para expandir y mejorar la
calidad del trabajo en la ciencia política y social. La disciplina de la ciencia política se fue convirtiendo
durante estos años en una «profesión» moderna. Los departamentos de Ciencia Política, Gobierno o
Política comenzaron a existir hacia el final del siglo xix, cuando empezaron a formarse gracias a una
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alianza de historiadores, juristas y filósofos. En las primeras décadas del siglo xx, eran
departamentos aislados en muchas universidades americanas. La Asociación Americana de Ciencia
Política (APSA) se formó en 1903 con poco más de 200 miembros. Alcanzaba los 3.000 miembros al
final de la Segunda Guerra Mundial, excedía de los 10.000 a mediados de los sesenta, y ahora
agrupa a más de 13.000 miembros. La mayoría son profesores en instituciones de educación
superior, organizados en un gran número de subespecialidades. Gran parte de los docentes e
investigadores en ciencia política han obtenido el grado de doctor en alguno de los principales
centros de formación de posgrado. Normalmente, lo que se exige para ese título incluye la
superación de exámenes sobre la materia y metodológicos y la realización de un proyecto de
investigación importante. La reputación académica basa en la publicación de libros y artículos que
superan el examen de otros miembros de la profesión. El ascenso en el rango académico exige
generalmente la revisión por parte de evaluadores externos que son especialistas en el campo en
que trabaja el candidato. Hay docenas de revistas de ciencia política que están especializadas por
áreas y reguladas por procesos de evaluación de los artículos propuestos a cargo de miembros de la
profesión.
El medio siglo transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial en la formación y la
investigación en ciencia política ha generado una importante profesión académica, con muchas
subespecialidades y ha hecho grandes contribuciones sustantivas a nuestro conocimiento y
comprensión de i política en todas sus manifestaciones. La investigación de los estudios de área en la
Europa occidental y oriental, el este, el sudeste y el sur de Asia, el Oriente Medio, África y
Latinoamérica, llevada a cabo por, literalmente, miles de académicos formados, organizados en centros
de «estudios de área» en muchas universidades y colleges, con sus propias organizaciones y revistas
profesionales, ha producido bibliotecas enteras de monografías informadas y a menudo sofisticadas.
Una visión rápida y selectiva de los programas sustantivos de investigación puede ayudarnos a apreciar
este crecimiento del conocimiento político. Ya hemos descrito la difusión y la sofisticación de la
investigación electoral. El éxito de sus predicciones es comparable al de la meteorología o la sismología.
Hemos hecho grandes progresos en nuestra comprensión de la cultura política, acerca de sus efectos
sobre las instituciones políticas y su funcionamiento, así como de las subculturas de las élites importantes
y de otros grupos sociales. Los ejemplos de la investigación mediante encuesta incluyen el trabajo de
Gabriel Almond, Sidney Verba, Alex Inkeles, Ronald Inglehart, Samuel Barnes y Robert Putnam15. Ejemplos de
estudios más analítico-descriptivos de la cultura política en la obra de Lucian Pye (1962, 1985, 1988; Pye
y Verba, 1965). Nuestra comprensión de la participación política ha alcanzado un alto nivel a través de
una serie de estudios llevados a cabo en las últimas décadas por Verba y sus asociados16.
En las primeras décadas del período de posguerra, Talcott Parsons y otros desarrollaron marcos
«sistémicos» para la comparación de distintos tipos de sociedades e instituciones, apoyándose en el
trabajo de teóricos sociológicos europeos como Weber y Durkheim17. Sirviéndose de éstas y de otras
fuentes, David Easton fue pionero en introducir el concepto de <<sistema» en la ciencia política (Easton,
1953, 1965, 1990; Almond y Coleman, 1960; Almond y Powell, 1966). Con los métodos estadísticos
agregados, hemos mejorado enormemente nuestra comprensión de los procesos de modernización y
democratización18 y del funcionamiento gubernamental.19 Se ha alcanzado un significativo progreso en
nuestra comprensión de los grupos de interés y de los fenómenos <<corporatistas»20, y en nuestra
apreciación de la importancia clave de los partidos políticos en el proceso democrático21.
Se han explorado y codificado teorías de la representación y del comportamiento y el proceso legislativo
en los estudios de Eulau, Wahlke, Pitkin y Prewitt22. A partir del estudio de organizaciones gubernamentales,
Herbert Simón, James March y otros, han creado un nuevo campo interdisciplinar de teoría de la
organización que es aplicable a todas las organizaciones de gran escala, incluidas las corporaciones de
negocios23. La investigación sobre políticas públicas, pionera al mismo tiempo en Europa y Estados Unidos,
ha despegado en décadas recientes y promete el desarrollo de una nueva economía política24.
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como las academias griegas o las universidades europeas del Medievo y después). Muchos de los
primeros filósofos y teóricos políticos funcionaban como académicos a tiempo parcial dentro de la
Iglesia -en su burocracia o sus órdenes-, eran mantenidos por patronos reales o aristocráticos, o
eran ellos mismos aristócratas o gente adinerada. En el siglo xix, con el crecimiento de las
universidades europeas, los estudios sobre el Estado, la administración, la política y las políticas
públicas se llevaban a cabo cada vez más en las universidades. Hasta hace poco, la unidad típica de
las universidades europeas consistía en una cátedra profesoral ocupada por un académico individual,
al que rodeaba un grupo de docentes de menor rango y ayudantes. En las décadas de posguerra
algunas de estas cátedras universitarias fueron ampliadas hasta formar departamentos con un
número de profesores con distintas especialidades de docencia e investigación.
Un reciente número del European Journal of Political Research (Valles y Newton, 1991) está dedicado
a la historia de posguerra de la ciencia política en Europa occidental. El artículo introductorio de los
editores argumenta que el progreso de la ciencia política en Europa ha estado asociado a la
democratización -por razones obvias- y a la emergencia del Estado de bienestar, porque un Estado
intervencionista, abierto y penetrador requiere grandes cantidades de información sobre los procesos
y el funcionamiento políticos. Aunque reconocen que el impacto de la ciencia política americana
sobre la europea ha sido muy sustancial, señalan el hecho de que ya había una tradición de estudios
electorales «conductistas>> en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial (Siegfried 1930), con
Duverger (1951, 1976) en Francia y Tingsten (1937, 1963) en Suecia. Las grandes figuras del xix y
comienzos del xx en las ciencias sociales que inspiraron los desarrollos creativos en América eran
europeos, como ya hemos sugerido. Richard Rose (1990) señala que, aunque los grandes desarrollos
de la moderna ciencia política tuvieron lugar en Estados Unidos después de la Segunda Guerra
Mundial, los fundadores de la ciencia política americana -los Woodrow Wilson, los Frank Goodnow,
los Charles Merriam- obtuvieron sus licenciaturas o hicieron estudios de doctorado en universidades
europeas, principalmente en las alemanas. El aprendizaje, la cultura y la destreza profesional
estaban concentrados en el viejo mundo, que quedó mermado cuando se desplazaron al oeste. En el
período anterior a la Primera Guerra Mundial, los académicos americanos aún se veían a sí mismos
como provincianos. En los años de entreguerras, y en un centro tan innovador como la Universidad
de Chicago, Merriam urgía aún a sus estudiantes más prometedores a que pasasen un año de
posgrado en Europa y les proporcionaba ayuda financiera para ello.
Las conquistas del nazismo y el fascismo y la devastación de la Segunda Guerra Mundial
interrumpieron la vida universitaria en la Europa continental durante casi una década. Buena parte
de la ciencia social alemana se trasplantaría efectivamente a Estados Unidos, donde contribuyó al
esfuerzo de guerra americano y enriqueció la investigación y la docencia americana en sociología,
psicología y ciencia política. Había todo un claustro de «exiliados» en la Nueva Escuela de Ciencia
Social de Nueva York; y apenas había alguna universidad importante sin uno o más catedráticos
«exiliados» en sus profesorados de ciencia social. Académicos como Paul Lazarsfeld, Kurt Lewin,
Wolfgang Kohler, Hans Speier, Karl Deutsch, Hans Morgenthau, Leo Lowenthal, Leo Strauss, Franz
Neumann, Henry Ehrmann, Otto Kirchheimer, Herbert Marcuse, hicieron importantes contribuciones
a la revolución conductista en Estados Unidos, así como a las distintas tendencias que la atacaron.
Por consiguiente, la ciencia política que se importó en Europa tras la Segunda Guerra Mundial era en
parte el producto de una raíz de ciencia política que originariamente provenía de Europa.
En las primeras décadas tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se renovaba la planta física de
Europa y se volvían a levantar sus instituciones y a dotarlas de personal, lo novedoso en las ciencias
sociales era mayoritariamente de origen americano. La ruptura con el legalismo y con el enfoque
histórico en el estudio de las instituciones de gobierno, los partidos políticos y las elecciones, los
grupos de interés, la opinión y la comunicación política se había llevado a cabo en las universidades y
los centros de investigación americanos. Junto al Plan Marshall para la destrozada economía
europea, los académicos americanos se convirtieron, con el respaldo de algunas fundaciones
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Se puede dividir en cuatro grupos a los que no estarían de acuerdo con esta visión ecléctica y de
progreso sobre la historia de la ciencia política. Están quienes rechazan la noción de una ciencia
política en progreso, ya sea desde una perspectiva anticientífica (los straussianos) o desde una
perspectiva pos-científica deconstructiva. Y están los que rechazan el eclecticismo de nuestra
posición. Dentro de éstos están los marxistas y neomarxistas, que sostienen que las leyes
fundamentales de la sociedad humana han sido descubiertas por Marx y sus asociados y que estas
leyes muestran que los procesos históricos, económicos, sociales y políticos, así como las acciones
humanas que tienen efectos sobre estos procesos, constituyen una unidad inescindible, por lo que
los marxistas rechazarían tanto la visión de progreso como el eclecticismo de nuestra aproximación.
El segundo grupo que rechaza el eclecticismo metodológico de nuestro enfoque son los maximalistas
dentro de los politólogos de la «elección racional», cuya visión de la historia disciplinar culmina en
una etapa parsimoniosa reductiva y matemático-formal.
a) Anticiencia
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La realidad de la formulación weberiana del problema de los hechos y los valores está tan alejada de
la caricatura straussiana, como la representación que hacen del estado de la ciencia política empírica
contemporánea. Por consiguiente, rechazamos la visión de la historia de la disciplina que subyace en
la perspectiva straussiana. Por otro lado, incluiríamos buena parte de la obra sustantiva de estos
teóricos políticos -y del propio Strauss- en la obra que recogemos en la aproximación ecléctica y
progresiva que ofrecemos aquí, en tanto que ha aumentado el conjunto de las inferencias deducidas
lógicamente sobre la política a partir de cúmulos fiables de evidencia.
b) Posciencia, posconductismo
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Bajo el título general de «Can Polítical Science History be Neutral?» (Dryzek el al., 1990), apareció
todo un frenesí de respuestas a esta aproximación pluralista a la historia de la ciencia política. Las
contribuciones de James Farr, John Gunnell y Raymond Seidelman aparecían acompañadas de una
réplica de Dryzek y Leonard. Los tres primeros apoyan la visión «pluralista» de la historia disciplinar
expresada por Dryzek y Leonard, aunque con algunas matizaciones. En dos colecciones, recientes de
artículos que se ocupan de la historia de la ciencia política, James Farr y sus asociados (Farr y
Seidelman. 1993; Dryzek, Farr y Leonard, 1995) codifican esta perspectiva pluralista.
Debemos concluir de estos intercambios que, al menos entre este grupo de autores contemporáneos
sobre la historia de la ciencia política, hay un consenso «deconstruccionista, posmoderno», que
sostiene que no hay un canon privilegiado de ciencia política. Mientras que cada una de las escuelas
competidoras más importantes sobre la historia de la ciencia política -la así llamada perspectiva
«conductista» o de «ciencia» política, las perspectivas anti y poscientíficas, y la marxista y la de
elección racional- pretenden ser la única aproximación válida a la historia disciplinar, este consenso
sostiene que ninguna de ellas constituye una pretensión válida. Nuestra explicación del crecimiento
del conocimiento político, definido como la capacidad para deducir inferencias lógicas sensatas a
partir de un creciente conjunto de evidencias fiables, al que estos «historiadores» de la ciencia
política se refieren como «neopositivismo», sería sólo una entre varias explicaciones, ninguna de las
cuales tendría una pretensión especial de validez.
El tratamiento que hemos hecho en este capítulo avanza y demuestra en su aproximación histórica
que de hecho hay una versión «privilegiada» de nuestra historia disciplinar y que ésta es una historia
de progreso, medido por el aumento del conocimiento basado en la evidencia y la inferencia.
Incluiría la obra de las escuelas rivales, en la medida en que satisface estos criterios. Excluiría las
pretensiones y las proposiciones que no se basan en la evidencia o que no son falsables mediante el
análisis lógico y la evidencia. De hecho, el hilo privilegiado de nuestra historia disciplinar es la
práctica académica rigurosa y objetiva.
Hay varias escuelas que desafiarían la aproximación a la historia de la ciencia política como el
progreso de la práctica académica «objetiva», sobre la base de que la objetividad es imposible de
alcanzar y, si se la busca, conduce al «cientifismo» y al mantenimiento del statu quo. Desde este
punto de vista, hay que renunciar incluso a la búsqueda de la objetividad profesional. Hay que tomar
partido político y emplear conscientemente la práctica académica al servicio de buenas metas
políticas. Para las distintas escuelas neomarxistas, esto significaba enganchar la práctica académica
al socialismo.
En la historia de la academia marxista hubo un momento en el que una rama de esta tradición
rechazó este punto de vista dialéctico de la academia. En ideología y utopía, Kart Mannheim concluía
que era posible la objetividad en la ciencia política. «La cuestión de si es posible una ciencia de la
política y de si debe enseñarse, tiene que -si resumimos todo lo que hemos dicho hasta aquí-
responderse afirmativamente». Mannheim atribuye a Max Weber la demostración de que es posible
una práctica académica objetiva en la ciencia social (Mannheim, 1949, p. 146). Pero aunque la
objetividad llega a ser posible para Mannheim, esta capacidad sólo es probable que sea desarrollada
«por un estrato relativamente desclasado que no está situado demasiado firmemente en el orden
social [...]. Este estrato desvinculado relativamente desclasado es, para usar la terminología de
Alfred Weber, la "intetligentsia socialmente desligada» (1949, p. 171). Para la academia
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El enfoque de la elección racional -llamado de varias formas «teoría formal», «teoría positiva»,
«teoría de la elección pública» o «teoría de la elección colectiva»- es predominantemente una
entrada lateral en la ciencia política desde la economía. Politólogos como Pendleton Herring, V. O.
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Key Jr. y Elmer Schattschneider (Almond, 1991, pp. 32 ss.) habían utilizado metáforas económicas.
Pero fueron los economistas -Kenneth Arrow, Anthony Downs, Duncan Black, James Buchanan y
Gordon Tullock, y Mancur Olson- quienes aplicaron primero los modelos y métodos económicos al
análisis de temas políticos como las elecciones, el voto en comisiones y cámaras legislativas, la teoría
de los grupos de interés y demás". En la edición de 1993 de Political Science: The State of the
Discipline, el capítulo que traía de la «teoría de la elección racional formal» dice que este enfoque
promete «una ciencia acumulativa de la política». Sus coautores sostienen que «la teoría de la
elección racional ha cambiado de manera fundamental la forma un la que la disciplina debería
proceder al estudiar la política y al formar a los estudiantes» (Lalman el al., 1993).
Este enfoque mantiene la perspectiva de una teoría de la ciencia política acumulativa y unificada -
parte de una teoría de la ciencia social formal y unificada- basada en los axiomas o las asunciones
comunes que se derivan esencialmente de la ciencia económica. Estas asunciones consisten en que
los seres humanos son egoístas, maximizadores, materialistas y racionales, primordialmente a corto
plazo. Sus defensores sostienen que de tales premisas se pueden deducir hipótesis respecto a
cualquier esfera de la actividad humana: desde decisiones sobre qué comprar y cómo pagarlo, y a
quién votar, hasta decisiones sobre con quién casarse, cuántos hijos tener, como deberían negociar y
formar coaliciones los partidos políticos, como deberían negociar y formar alianzas las naciones, etc.
La teoría es parsimoniosa, lógicamente consistente, matemática, y prefiere los métodos
experimentales a los observacionales e inductivos para comprobar las hipótesis.
Ésta es la versión ambiciosa, maximalista, del enfoque que podemos encontrar en la contribución al
volumen State of the Discipline II que acabamos de citar (Lalman el al., 1993), en «The Emerging
Discipline of Political Economy» (1990) de Peter Ordeshook, en «Political Science and Rational
Choice» (1990) de William Riker, en «Toward a Unified View of Economics and the Other Social
Sciences» (1990) de Mancur Olson, así como en otros autores de este género. Este enfoque
mantiene que hay una discontinuidad en la historia de la ciencia política, según la cual todo lo que
ocurrió antes hay que verlo como precientífico. Su visión del futuro de la disciplina consiste en un
cuerpo acumulativo de teoría formal, internamente lógica y consistente, capaz de explicar la realidad
política con un número relativamente pequeño de axiomas y proposiciones.
Algunos autores muy eminentes de este movimiento no comparten estas expectativas maximalistas.
En la cuestión del contenido de la utilidad, algunos economistas rechazan el modelo de Hombre
Económico como un maximizador egoísta, materialista y racional. Hace ya tiempo, Milton Friedman
(1953) mantuvo la postura de que era indiferente si esta asunción era correcta o incorrecta en tanto
que produjera predicciones válidas. En la medida en que se mostrase relevante, podría cumplir una
función heurística al comprobar el provecho que podían tener distintas versiones de la utilidad. Es
interesante que uno de los pioneros de la teoría política de la elección racional, Anthony Downs, se
haya apartado hace ya tiempo de un Hombre Político modelado a partir del Hombre Económico;
encontrándose ahora comprometido en un importante trabajo sobre valores sociales y democracia,
que asume la importancia de las instituciones políticas para las decisiones políticas, y la importancia
de la socialización política de las élites y los ciudadanos en el uso y el perfeccionamiento de las
instituciones políticas (Downs, 1991). Habiendo perdido contacto con las instituciones debido a la
estrategia reduccionista seguida por este movimiento, ahora la mayoría de sus practicantes están a
la busca de las instituciones (Weingast: infra, cap. 5; Alt y Alesina: infra, cap. 28).
Robert Bates (1990), un pionero en la aplicación de la teoría de la elección racional al estudio de los
países en desarrollo, está a favor ahora de una aproximación ecléctica al análisis político. «Cualquiera
que trabaje sobre otras culturas sabe que las creencias y los valores de la gente importan, así como
también las características distintivas de sus instituciones». Bates quiere combinar el enfoque de la
economía política con el estudio de las culturas, las estructuras sociales y las instituciones. «Un
atractivo importante de las teorías de la elección y la interacción humana, que está en el núcleo de la
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economía política contemporánea, es que ofrece las herramientas para conectar causalmente los
valores y las estructuras con sus consecuencias sociales».
Esta versión menos heroica de la teoría de la elección racional tiene bastante continuidad con la así
llamada ciencia política «conductista». Y así se la contempla también en esta versión de la historia de
la ciencia política. Su aproximación deductiva formal para la generación de hipótesis tiene diferentes
usos, pero no es inherentemente superior al proceso de construcción de hipótesis a partir del
conocimiento empírico profundo, como reclaman algunos de sus devotos. Creen y Shapiro (1994, p.
10) sostienen que
[...] el formalismo no es una panacea para los males de la ciencia social. En realidad, la exposición formal
ni siquiera garantiza un pensamiento claro. Las teorías formalmente rigurosas pueden ser inexactas y
ambiguas si sus referentes empíricos no están bien especificados. Además, la formalización no puede ser
un fin en sí misma; por muy parsimoniosa y analíticamente cerrada que sea una teoría, su valor
científico depende de lo bien que explique los datos relevantes.
En una importante crítica a la literatura empírica producida por el enfoque de la elección racional,
Green y Shapiro (1994, p. 10) concluyen:
(…) se ha aprendido poquísimo. Parte de la dificultad proviene de la absoluta escasez de aplicaciones
empíricas: los defensores de la elección racional parecen más interesados en la elaboración de
teorías, dejando para después, o para otros, el lioso asunto de la comprobación empírica. De
acuerdo con nuestra interpretación, el fracaso empírico está también significativamente enraizado en
la aspiración de los teóricos de la elección racional a dar lugar a teorías universales de la política.
Como una consecuencia de esta aspiración, creemos, la mayor parte del trabajo empírico inspirado
por la elección racional está echado a perder por defectos metodológicos.
Para escapar de esa esterilidad, Green y Shapiro aconsejan a los teóricos de la elección racional que:
(…) resistan los impulsos de ahorro teórico que dan lugar a una investigación conducida por el
método. Más fructífero que preguntar « ¿cómo podría explicar X una teoría de la elección racional?»
sería la pregunta motivada por el problema: « ¿Qué explica X?». Naturalmente, ésta llevará a
reflexionar sobre la importancia relativa de una multitud de posibles variables explicativas. Es
indudable que el cálculo estratégico será uno de ellas, pero normalmente habrá muchas otras, que
irán desde las tradiciones de comportamiento, normas y culturas a diferencias en las capacidades de
la gente y en las contingencias de la circunstancia histórica. Debieran resistir el impulso a escapar de
esta complejidad en lugar de construir modelos explicativos que la tengan en cuenta, incluso cuando
esto signifique una merma del rango de su aplicación. Nuestra recomendación no consiste en más
trabajo empírico y menos teoría; se trata de que los teóricos se acerquen a los datos para que
teoricen de un modo empíricamente pertinente.
En respuesta a la crítica de Green y Shapiro, Ferejohn y Satz (1995, p. 83) nos dicen: «Aspirar a la
unidad y la búsqueda de explicaciones universalistas ha espoleado el progreso en todas las ciencias.
Al excluir el universalismo por razones filosóficas, Green y Shapiro hacen capitular las aspiraciones
explicativas de la ciencia social. Esa capitulación es prematura y contraproducente». Por otra parte,
Morris Fiorina (1995, p. 87), miembro del bando más moderado y ecléctico de la escuela de la
elección racional, en respuesta a la crítica de Green y Shapiro, minimiza el alcance del universalismo
y el reduccionismo en la comunidad de la elección racional. Reconoce que «ciertamente, se pueden
citar académicos de la elección racional que escriben con ambición -si no grandiosamente- sobre la
construcción de teorías unificadas del comportamiento político». Pero, de acuerdo con Fiorina, se
trata de una pequeña minoría. Al mantener pretensiones extravagantes, los electores racionales no
son diferentes en lo excesivo de su propaganda a los funcionalistas, los teóricos de sistemas y demás
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innovadores de las ciencias sociales y de las demás ramas del conocimiento académico. De este
modo, dos de los contribuidores más importantes del enfoque de la elección racional adoptan
posiciones muy distintas en la cuestión del maximalismo científico: uno lo defiende como una
aspiración sin la que se vería comprometido el progreso científico; el otro ofrece media disculpa por
la arrogancia de esta corriente, retirando la otra mitad de la disculpa con la razón de que «todo el
mundo lo hace».
La polémica sobre las mayores aspiraciones del enfoque de la elección racional nos induce a recoger
sus logros en nuestra visión ecléctico-progresiva del progreso disciplinar, rechazando sus
pretensiones y su visión maximalista de la ciencia política y reconociendo la positiva contribución de
su enfoque deductivo formal al arsenal de las metodologías, duras y blandas, que están a nuestra
disposición en nuestros esfuerzos por interpretar y explicar el mundo de la política. Por así decirlo, el
movimiento para penetrar lateralmente la ciencia política sin, en muchos casos, adquirir el
conocimiento de los campos sustantivos que se propone transformar, ha llevado inevitablemente a
una estrategia dominada por el método y a un registro ilustrativo de logros, en lugar de a una
estrategia centrada en los problemas, en la que los métodos deductivos formales encuentran su
lugar apropiado.
V. CONCLUSIÓN
Los recientes historiadores de la ciencia política a los que se ha citado nos piden que adoptemos un
punto de vista pluralista sobre la ciencia política. La Methodenstreit -guerra metodológica- de los
setenta y los ochenta ha acabado, según ellos, en tablas. Se ha rechazado la idea de una disciplina
continua, orientada en torno a un sentido compartido de identidad. Hay tantas historias de la ciencia
política -dicen- como enfoques distintos en la disciplina. Y las relaciones entre estos distintos
enfoques son de aislamiento. No hay ningún terreno académico compartido. De acuerdo con estos
autores, nos encontramos ahora, y presumiblemente en un futuro indefinido, en una época
posconductista o pos positivista, con una disciplina dividida, condenados a sentamos en mesas
separadas.
Lo que proponemos en este capítulo sobre la historia de la ciencia política es un punto de vista
basado en una revisión de la literatura desde la Antigüedad hasta el presente, que demuestra una
unidad de sustancia y de método y el carácter acumulativo de la disciplina, en el sentido del
incremento en la base del conocimiento y de las mejoras en el rigor de las inferencias. Hay
pluralismo en el método y en el enfoque, pero es ecléctico y sinérgico en lugar de aislacionista.
Nuestra visión reconoce las contribuciones sustantivas de los académicos marxistas ejemplificados en
la historia de las clases sociales, la contribución de los straussianos a la historia de las ideas políticas,
la contribución de la ciencia política de la elección racional al rigor analítico, etc. Este pluralismo no
es «aislacionista», es ecléctico e interactivo, regido en último término por su irrenunciable
compromiso con las reglas de la evidencia y la inferencia.
Agradecimientos
Quiero reconocer las muy provechosas críticas de Roben E. Goodin (y sus evaluadores anónimos),
Heinz Eulau, Alex. Inkeles, S. M. Lipset, Robert Packenham, Neil Smelser y Kaare Strom.
Notas
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31 Para captar todo el sabor del desafío straussiano, véanse los ensayos que aparecen en Storing
(1962) y el debate que generaron en el Amer'iccín Poliíical Science Review (Schaar y Wolin, 1963;
Storing et al., 1963).
32 Arrow, 1951; Downs, 1957; Black, 1958; Buchanan y Tullock, 1962.
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PARTE I: LA DISCIPLINA
La disciplina de la ciencia política está «mal definida, [es] amorfa y heterogénea». Los editores Fred
I. Greenstein y Nelson W. Polsby abren su prefacio al primer Handbook of Political Science (1975, p.
1) con este diagnóstico. Veinte años después, los rasgos principales de las ciencias políticas son: la
especialización, la fragmentación y la hibridación. Sus fronteras son abiertas, movibles y no necesitan
definirse. El proceso de especialización ha generado una fragmentación creciente en subcampos que
no son «amorfos» sino, más bien, bien organizados y creativos. La «heterogeneidad» se ha nutrido
de los intercambios con las disciplinas vecinas mediante la construcción de puentes entre campos
especializados de varias ciencias sociales. El proceso de fertilización mutua se logra mediante la
hibridación.
Las relaciones entre la ciencia política y las otras ciencias sociales son en realidad relaciones entre
sectores de distintas disciplinas, no entre disciplinas enteras. No es una empresa «interdisciplinar».
Dado que no hay progreso sin especialización, los intercambios creativos tienen lugar entre
subcampos especializados, que la mayor parte del tiempo se encuentra en los márgenes de las
disciplinas formales. El avance actual de las ciencias sociales puede explicarse en gran parte por la
hibridación de distintos segmentos de estas ciencias. Sería imposible concebir una historia de la
ciencia política y de sus tendencias actuales sin referencia a las otras ciencias sociales.
Hay que hacer una distinción entre especialización dentro de una disciplina formal y especialización
en la intersección de subcampos monodisciplinares. Lo segundo, la hibridación, sólo puede tener
lugar después de que lo primero haya llegado a desarrollarse plenamente. En la historia de la ciencia
puede observarse un doble proceso: por un lado, una fragmentación de disciplinas formales y, por el
otro, una recombinación de las especialidades que surgen de la fragmentación. El nuevo campo
híbrido puede llegar a ser independiente, como la economía política; o puede continuar reclamando
una doble afiliación, como la geografía política. En este último caso, no podemos estar seguros de si
colocar una obra en la categoría de geografía o hacerlo en la de ciencia política.
El criterio podría ser el predominio de uno u otro elemento o la afiliación formal del autor. La
antropología política es una rama de la antropología, pero también un subcampo de la ciencia
política. ¿Dónde termina la sociología histórica y comienza la historia social? Podemos incluso sentir
más inseguridad cuando nos enfrentamos a una recombinación triple. Como las proporciones
relativas no siempre son obvias, sigue siendo algo arbitrario decir dónde recae la afiliación esencial
puesto que el grado de parentesco entre especialidades varía enormemente.
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B) especialización y fragmentación
En el pensamiento cartesiano, análisis significa romper cosas en partes. Todas las ciencias, desde la
astronomía a la zoología han progresado desde el siglo xvi en adelante mediante la diferenciación
interna y la mutua estimulación entre especialidades emergentes. Cada especialidad desarrollaba un
patrimonio de conocimiento a medida que avanzaba su comprensión del mundo. Con el crecimiento
de estos patrimonios, la especialización dejó de ser una opción para convertirse en una necesidad. La
especialización crecientemente focalizada ha dado lugar a la creación de subdisciplinas, muchas de
las cuales han continuado diferenciándose hasta convertirse en autónomas. Encontramos en la
literatura docenas de lamentos y jeremiadas sobre la fragmentación de la ciencia política. Cito aquí
sólo dos quejas recientes: «Hoy ya no hay un único punto de vista dominante [...], la disciplina se
encuentra fragmentada en su concepción metodológica [...], los estudiosos ya no están seguros
sobre de qué va la política» (Easton y Schelling, 1991, p. 49). En los países nórdicos, «la ciencia
política mostraba tendencias a desintegrarse en subcampos, aunque todavía eran subcampos de la
ciencia política. Sin embargo, la desintegración ha continuado y últimamente ha tomado distintas
formas que renuncian a la identidad de la ciencia política» (Anckar, 1987, p. 72). En realidad, la
fragmentación es el resultado de la especialización. La división de la disciplina en subcampos tiende
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c) La especialización en la hibridación
Es necesario subrayar las dos partes del proceso: la fragmentación en campos especiales y la
especialización por hibridación. Es la interacción de estos dos procesos, y no cada uno de ellos por
separado, la que ha conducido al notable avance tanto de las ciencias naturales como de las sociales.
La reestructuración continua de la ciencia política, como la de las demás ciencias sociales, ha sido el
resultado de estos dos procesos en lucha. Sin embargo, tanto la fragmentación como su correlato, la
hibridación, se han desarrollado mucho más recientemente en la ciencia política que en ningún otro
sitio. En el pasado distante, los campos híbridos fueron el resultado de las separaciones entre
disciplinas completas. Las separaciones aparecen hoy entre subcampos especializados de
subdisciplinas vecinas. Como resultado, la fragmentación de las disciplinas en subcampos
especializados en las últimas décadas ha dado lugar al desarrollo de las especializaciones híbridas.
Estas últimas no necesitan colocarse a mitad de camino entre dos disciplinas soberanas. Pueden ser
enclaves de una sección de la ciencia política un sector de otra disciplina. Combinan dos dominios
delimitados, no disciplinas enteras. Estos dominios no tienen porqué ser adyacentes.
La hibridación aparece en la lista de comités de investigación patrocinados por la Asociación
Internacional de Ciencia política (IPSA). Entre los cuarenta grupos reconocidos en 1995, la mayoría
se relacionan con especialidades de otras disciplinas siendo, por tanto, híbridas: Sociología Política,
Filosofía Política, Geografía Política, Psico-política, Religión y Política, Elites Políticas y Sociales,
Fuerzas Armadas y Política, Alienación Política, Política y Etnicidad, Educación Política, Economía
Política Internacional, Orden Económico Internacional, Estudios Judiciales Comparados, Biología y
Política, Negocios y Política, Ciencia y Política, Pluralismo Sociopolítico, Política Sanitaria, Roles
Sexuales y Política, Cambio Medioambiental Global, Análisis Terminológico y Conceptual, etc. Cada
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uno de estos grupos está en contacto con especialistas que pertenecen formalmente a otras
disciplinas.
Los estudios sociométricos muestran que muchos especialistas, están más en contacto con colegas
que pertenecen oficialmente a otras disciplinas que con colegas de la suya propia. El «colega
invisible», descrito por Robert Merton, Diana Crane y otros sociólogos de la ciencia, es una
institución eminentemente interdisciplinar porque asegura la comunicación no sólo de una
universidad a otra y a través de las fronteras nacionales, sino también y sobre todo lo hace entre
especialistas vinculados administrativamente a distintas disciplinas. Las redes de la influencia a
través de las disciplinas son de tal magnitud que están borrando la vieja clasificación de las ciencias
sociales1.
El proceso de hibridación consiste en primer lugar en prestar y tomar prestados conceptos, teorías y
métodos. Revisar el proceso de los préstamos hechos nos llevaría demasiado lejos. Tengo que
renunciar aquí a esa revisión. En cualquier caso la ciencia política ha tomado prestado siempre
mucho más de lo que ha dejado a otras disciplinas.
Durante siglo y medio, desde The Use and Abuse of some Political Terms de sir George Cornewall
Lewis en 1832, hasta la colección editada por Sartori en 1984 sobre Social Science Concepts, un
buen número de académicos ha denunciado la confusión conceptual y la polisemia de términos
usados en varias subdisciplinas y, en particular, en la ciencia política. Sartori (1984- P- 17) señala
una de las razones de esta polisemia: «No podemos formar una oración a menos que ya sepamos los
significados de las palabras que contiene [...]. No es que las palabras adquieran su significado a
través de las oraciones en las que aparecen, sino más bien que el significado de la palabra es
especificado por la oración en la que aparece».
Otra importante razón de este problema semántico proviene de la peregrinación de conceptos de
una disciplina a otra. Los conceptos prestados necesitan alguna adaptación al contexto de la nueva
disciplina, porque el concepto no es sólo un término, es también una noción o una idea. Un reciente
estudio de más de 400 conceptos usados en las ciencias sociales ha hallado pocos neologismos (De
Grolier, 1990, p. 271), lo que puede explicarse por el hecho de que hay más conceptos prestados
que creados. Algunos conceptos se reaniman tras un largo olvido. Max Weber resucitó el concepto
de carisma tras siglos de desatención. David Apter hizo uso del concepto de organización
consociacional, que originalmente se aplicó a las instituciones presbiterianas en Escocia. Lo usó para
analizar el conflicto político en Uganda. Arend Lijphart y muchos otros lo han desarrollado algo más
para aplicarlo a las pequeñas democracias europeas, Canadá y Sudáfrica.
Podemos ignorar la etimología de los conceptos con el fin de subrayar cómo los préstamos fertilizan
la imaginación. La palabra «rol» viene del teatro, pero Max Weber le dio un significado sociológico.
Desde la sociología, este concepto ha llegado a todas partes. La palabra «revolución» la propuso
Copérnico, pero fue aplicada por primera vez a la política por Luis XIV. Los historiadores la adoptan,
los sociólogos la articulan, antes de ofrecérsela a la ciencia política.
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El patrimonio de la ciencia política está repleto de conceptos prestados, que son híbridos en el
sentido de que fueron confeccionados en otras disciplinas y replantados con habilidad en el jardín de
la ciencia política. No obstante, la disciplina ha generado para su propio uso una larga serie de
conceptos importantes, siendo el más viejo el de «poder>>, formulado por Aristóteles, y el más
joven el de «implosión», sugerido por la caída de la Unión Soviética.
Utilizando la Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales (Sills, 1968) y los índices analíticos de
algunos libros importantes, he compilado un inventario de más de doscientos conceptos
«importados» en la ciencia política. Muchos de estos conceptos han cambiado su significado
semántico en el proceso de adopción y adaptación. La ciencia política ha tomado prestados los
siguientes conceptos importantes (excluyendo los términos «legos»):
• De la sociología: acomodación, agregado, asimilación circulación de las élites, pandilla, cohesión,
comportamiento colectivo, jerarquía, tipo ideal, individualismo, legitimidad, medios de comunicación
de masas, sociedad de masas, Militarismo, nacionalismo, variables de pautas, ética protestante,
secular, segregación, clase social control social, integración social, estructura social, socialización,
inconsistencia de status, clase obrera, Gemeischaft-Geseilschaft.
• De la psicología: afecto, alienación, ambivalencia, aspiración, actitud, comportamiento, conciencia,
dependencia, empatía, personalidad, movimiento social, estereotipo, Gestalt.
• De la economía: asignación de recursos, cartel, corporatismo, rendimientos decrecientes,
revolución industrial. Industrialización, liberalismo, mercantilismo, producto nacional bruto, escasez,
áreas subdesarrolladas.
• De la filosofía y los antiguos griegos: anarquismo, aristocracia, consenso, democracia, facción,
libertad, voluntad general, idealismo, monarquía, oligarquía, fratría, pluralismo, tiranía, valor,
Weltunschauung.
• De la antropología: aculturación, afinidad, casta, nepotismo, patriarquía, sociedad plural, rites de
passage.
• De la Teología: anemia (indiferencia hacia la ley divina), carisma.
• De los periodistas y los políticos: imperialismo, internacionalismo, aislacionismo, izquierda y
derecha, lobbying, neutralismo, nihilismo, patronazgo, plebiscito, propaganda, socialismo,
sindicalismo.
Muchos conceptos tienen múltiples orígenes. Autoritarismo tiene dos raíces, una psicológica y la otra
ideológica. Frecuentemente se puede intercambiar sin que nos demos cuenta con despotismo,
autocracia, absolutismo, dictadura, etc. La autoridad ha sido analizada desde perspectivas
disciplinares diversas por Malinowski, Weber, Parsons, Lasswell, Kaplan, B. De Jouvenel, y C. J.
Friedrich entre otros. El concepto de cultura (cívica, política, nacional) tiene muchas variantes:
convergencia cultural, configuración cultural, evolución cultural, integración cultural, retraso cultural,
paralelismo cultural, pluralismo cultural, relatividad cultural, sistema cultural, cultura posmaterialista.
En las dos últimas décadas, los politólogos han sido muy productivos en este subcampo.
Max Weber y KarI Marx, académicos híbridos los dos, fueron los generadores de conceptos más
prolíficos. Sólo Aristóteles puede comparárseles. Almond y Parsons son también los padres de un
número impresionante de conceptos. Los conceptos son con frecuencia semillas de teorías: la
estructura genera el estructuralismo, el sistema se convierte en teoría de sistemas, el capital
engendra el capitalismo, etcétera.
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Paradigma es una palabra que se usa o de la que se abusa con frecuencia en la ciencia política, tanto
como en la sociología, en lugar de las palabras teoría o gran teoría, Thomas Kuhn, que confeccionó
esa palabra, ha reconocido que su uso en las ciencias sociales no está justificado. En su prefacio a La
estructura de las revoluciones científicas (Kuhn, 1957, p. viii), explica que fue durante una estancia
en el Centro de Estudios Avanzados de Palo Alto en compañía de científicos sociales, incluyendo
politólogos, donde se le empujó a formular el concepto de paradigma con el verdadero propósito de
dejar clara la diferencia entre las ciencias naturales y las sociales. La razón ofrecida por Kuhn era la
ausencia de un consenso teórico en cualquiera de las disciplinas de las ciencias sociales. Hoy, si
alguien «quiere legitimar su teoría o modelo como un logro revolucionario, siempre hay algunos que
no se reunían en torno a la bandera” (Weingart, 1986, p.270).
¿Hay en las ciencias sociales ejemplos de sacudidas paradigmáticas comparables a las creadas por
Copérnico, Newton, Darwin o Einstein? ¿Pueden describirse las teorías de Keynes, Chomsky o
Parsons como paradigmáticas? En las ciencias sociales, ¿tiene lugar el progreso mediante
revoluciones paradigmáticas o mediante procesos acumulativos? ¿Hay realmente paradigmas en las
ciencias sociales?
Dentro de una disciplina formal pueden cohabitar varias teorías importantes, pero sólo existe un
paradigma cuando una única teoría comprobable domina a todas las demás teorías y es aceptada
por toda la comunidad científica. Cuando Pasteu descubrió el microbio, se vino abajo la teoría de la
generación espontánea: el contagio se convirtió en el nuevo paradigma Sin embargo, en las ciencias
sociales, observamos como mucho una confrontación entre varias teorías no comprobables. La
mayor parte del tiempo ni siquiera hay una confrontación, sino una cuidadosa evitación mutua, una
indiferencia enorme en todas partes; es relativamente fácil dado el tamaño de las comunidades
científicas y su división entre escuelas. Es algo cierto en todos los países, ya sean grandes o
pequeños.
Esta indiferencia mutua es una vieja práctica en las ciencias sociales. Con el cambio de siglo, los
grandes académicos no se comunicaban o lo hacían muy poco. En los escritos de Weber no hay
ninguna referencia a su contemporáneo Durkheim. Sin embargo, Weber conocía la revista de
Durkheim, L'Année sociologique. Por su parte, Durkheim, que sabía leer alemán, sólo hace una
referencia fugaz a Weber. No obstante, trabajaban en un buen número de materias comunes como
la religión. Durkheim no hace más que una mención de pasada a Simmel y Toennies. Duramente
criticado por Pareto, Durkheim nunca aludiría a la obra del italiano. El juicio de Pareto sobre el libro
de Durkheim sobre el suicidio era desfavorable: «Desagraciadamente -escribió- sus argumentos
carecen de rigor» (citado en Valade, 1990, p. 207).
Parece que Weber no fue consciente de la teoría de Pareto sobre la circulación de las elites y Pareto,
a su vez, no dice nada sobre la teoría weberiana del liderazgo político. Weber y Croce sólo
coincidieron una vez y de manera muy breve. No hubo ningún intercambio entre Weber y Freud.
Ernst Bloch y George Lukács se reunían regularmente con Weber en Heidelberg, pero sus obras no
muestran signos de la influencia de éste. Ni había ninguna comunicación entre Weber y Spengler. De
los contemporáneos de Weber, el único que se refiere a él es Karl Jaspers, pero se trata de un
filósofo (véase Mommsen y Osterhammel. 1987). Como advirtió Raymond Aron, cada uno de esos
tres grandes académicos siguió un «sendero solitario».
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ejemplos de fertilización teórica mutua abundan. La obra más citada de la teoría de los grupos de
interés, The Governmental Process de David B. Truman, debe mucho a las teorías sociológicas de los
grupos. El ataque de Mancur Olson a la teoría tradicional de los grupos de interés, la lógica de la
acción colectiva, se basaba en la ciencia económica. Al mismo tiempo, sociólogos y economistas han
tomado prestados algunos aspectos de las teorías de los grupos de interés desarrolladas por los
politólogos.
Las teorías de las disciplinas hermanas se han confrontado unas con otras con frecuencia en el
terreno de la ciencia política, con resultados beneficiosos para todas las partes implicadas. El
«análisis de la elección racional» es un ejemplo. Este enfoque ha demostrado ser bastante
impermeable a la crítica empírica: el argumento de que, por ejemplo, un determinado político fue
irracional, no se ha considerado hasta el momento presente una amenaza para la teoría. En lugar de
eso, las modificaciones o los ataques a la elección racional han solido provenir o bien desde dentro o
bien desde teóricos de otras disciplinas. Las críticas más fuertes han consistido en la construcción de
alternativas teóricas. Una teoría sólo se desacredita reemplazándola, generalmente con la ayuda de
teorías de fuera de la disciplina. La psicología ha suministrado el fundamento de varios de estos
ataques. La teoría de Herbert Simon debe mucho no sólo a la economía, sino también a la psicología
y al estudio de la administración pública en la ciencia política.
Los teóricos de los sistemas políticos han utilizado a menudo analogías extensivas a partir de los
sistemas biológicos. La biología desarrolló en primer lugar el concepto de «sistema» como una forma
de organizar la vida y los sistemas orgánicos como fenómenos que no pueden reducirse a su química
constituyente. Algunos funcionalistas estructurales han sostenido que los sistemas sociales son como
sistemas biológicos porque se autorregulan y son homeoestáticos. Estos teóricos advirtieron también
que cada sistema biológico tiene que llevar a cabo ciertas funciones y utilizaron la analogía para
preguntarse qué funciones eran vitales para los sistemas sociales, «El funcionalismo estaba bastante
consolidado en biología en los años veinte y había sido utilizado de manera independiente en el
análisis freudiano de la personalidad y en el estudio de las sociedades primitivas. De ahí se expandió
a todas las ciencias sociales y, con él, se expandió también un escepticismo lógico acerca del exacto
status de la palabra función» (Mackenzie. 1967, p. 91). La teoría de sistemas, ya fuera la de David
Easton en la política comparada o la de Morton Kaplan, Richard Rosecrance y Kenneth Waltz en las
relaciones internacionales, provenía originalmente de esas fuentes de algunas partes de la sociología.
La teoría de la dependencia, que sedujo a tantos especialistas en Latinoamérica, se origina en el
trabajo de un grupo de economistas, sociólogos y demógrafos que cooperaban con estadísticos de
las Naciones Unidas. Entre ellos estaban Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto (autores de
Dependencia y desarrollo en América Latina), André Gunder Frank, Theotonio dos Santos, Ruy Mauro
Marini.
Las teorías entran en decadencia. Cómo se superan las viejas teorías por las nuevas es una buena
pregunta. Pero hay otra, sugerida por Daniel Bell, referida al fenómeno de las teorías que se
equivocan o se convierten en un callejón sin salida: « ¿Por qué lo que en algún momento se
consideraba un avance se convierte en un callejón sin salida?» (D. Bell, en Deutsch et al., 1986, p.
220). Se pueden leer hoy con gran interés a docenas de filósofos políticos y grandes teóricos del
pasado y citarlos con placer. Pero sólo un puñado de teorías formuladas antes de la Segunda Guerra
Mundial está todavía vivas. Las teorías sobreviven con más facilidad en la lingüística y la economía.
Los castillos de arena de los politólogos se arruinan a la primera lluvia. En 1912, Gustave Le Bon
escribió en La Psychoggie Politique que las reglas formuladas por Maquiavelo en El príncipe ya no
eran válidas porque la sociedad observada por el gran florentino ya no existía.
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Pero no vamos a hacer una peregrinación al cementerio de las teorías políticas. Es suficiente con
advertir que en esta necrópolis hay menos tumbas en el callejón de las teorías híbridas que en el de
las monodisciplinares.
Los dominios especializados necesitan orientaciones teóricas, pero la disciplina de la ciencia política
globalmente considerada no puede tener una teoría universal y monopolista. Los métodos tienen una
expectativa de vida mucho mayor y algunos constituyen incluso adquisiciones perpetuas que
atraviesan los límites de las disciplinas formales.
c) Préstamos de métodos
Habría que hacer distinciones entre el razonamiento científico -en la tradición de J. S. Mill, Durkheim,
Claude Bernard o Hubert Blalock-, la estrategia de investigación, el método de investigación y la
capacidad tecnológica. Los cuatro son interdisciplinares. Me concentraré en los métodos que han
tomado prestados los politólogos, quienes muy rara vez los importan directamente de la lógica, las
matemáticas o la estadística. Generalmente encuentran un intermediario en ciertos campos de la
psicología, la economía o la sociología, disciplinas que han desempeñado un papel crucial en el
enriquecimiento metodológico de la ciencia política. La demostración tabular, la presentación gráfica,
la adición, las medidas de variabilidad, las ratios, las tasas, la distribución muestran, la inferencia
estadística, la falacia ecológica, la distribución binominal, la regresión múltiple, la correlación lineal, la
contingencia, el análisis factorial, etc., ninguno de estos métodos han sido ideados por politólogos.
Todos se han importado y algunos, tras mejorarlos, se han exportado en formas más refinadas.
El préstamo de métodos no ha disminuido desde que Oliver Benson admitiera en 1963 que «la mayor
parte de la literatura matemática relevante para la ciencia política se debía a extraños, a gente que
no podía identificarse a sí misma como estudiosos de los fenómenos políticos» (Benson, 1963, pp30).
Tomar prestados métodos es fácil. Una vez que el difícil proceso de la invención y de elaboración
inicial se ha completado, un método puede ser utilizado por cualquiera, tenga o no imaginación.
Un buen número de politólogos están familiarizados con los métodos de la construcción de escalas
elaborados por los psicólogos, el análisis de senda (path-analysis) importado de la biología a través
de la economía, el razonamiento y la mediación multivariable del sociólogo Paul Lazarsfeld, la
relación estructural lineal fraguada por el estadístico Jöreskog. Muchos representantes de otras
disciplinas colaboraron en la rica metodología del American Soldier que compiló Samuel Stouffer,
Hasta cierto punto, la introducción de las matemáticas, la ciencia política ha sido valiosa no sólo por
sus propias contribuciones, sino como una entrada para nuevos préstamos. La adopción de estos
métodos y modelos matemáticos ha supuesto la obtención de varios dividendos: la introducción de
rigor necesario para la construcción de modelos, por ejemplo ha sido también impagable en el
desarrollo de argumentos convincentes y lógicos, incluso en trabajos que prescinden de la
presentación matemática.
Debido a que no hay necesidad de obtener una licencia paira adoptar un método o una técnica de
investigación, la importación ha sido indiscriminada a veces. Lo que se necesita es buen sentido al
aplicar el método a un nuevo campo. Demasiados politólogos confunden todavía el razonamiento
científico, la estrategia de investigación y las herramientas tecnológicas. Hoy en día, la fuente
principal de las disputas entre politólogos no es, corno mucha gente cree, la ideología, sino la
metodología, que es exógena en su mayor parte a la ciencia política. Es posible que haya debates
entre ideólogos, incluso aunque sean estériles con frecuencia; pero los que hay entre escuelas
metodológicas no llegan a ninguna conclusión.
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Si cada una de las doce ciencias sociales principales se cruzase con todas las demás, obtendríamos
en teoría una parrilla con 144 celdas. Algunas celdas estarían vacías, pero más de tres cuartas partes
de las mismas estarían ocupadas por especialidades híbridas que gozan de cierta autonomía (Dogan
y Pahre, 1990). Estas especialidades híbridas se dividen internamente y dan lugar, en una segunda
generación, a un número de híbridos incluso mayor. No se puede obtener un inventario completo de
todas las combinaciones existentes cruzando las disciplinas de dos en dos en el nivel de la segunda
generación, ya que algunos campos híbridos entre los más dinámicos tienen un origen múltiple.
Además, los campos híbridos como la prehistoria que enraíza parcialmente en las ciencias naturales,
no aparecerían en la parrilla de las 144 celdas, limitada como está a las recombinaciones de
segmentos de las ciencias sociales. La configuración de los campos híbridos cambia constantemente.
La psicología política, la sociología política y la economía política han sido reconocidas desde hace
tiempo, mientras que la antropología política no es aún autónoma.
a) Psicología política
Entre la psicología y la ciencia política hay un dominio híbrido que ondea su propia bandera: la
psicología política. Es un híbrido de tercera generación porque la propia psicología nació como una
disciplina híbrida, con parte de sus raíces en las ciencias naturales y parte en las sociales. La
psicología política tiene dos hermanas: una mayor, la psicología social, reconocida formalmente en
todas las universidades importantes del mundo; y una más joven, la ciencia cognitiva, la mejor
dotada hoy de todas las jóvenes ciencias a ambos lados del Atlántico. La psicología política rara vez
coincide con la ciencia cognitiva, pero está en contacto permanente con la psicología social. En un
estudio reciente, D. O. Sears y C. L. Funk (1991. p. 346) escriben que la psicología política, siendo
«una empresa interdisciplinar, corre el peligro de caer por las rendijas de las instituciones
académicas» a causa de las presiones a favor de «la ortodoxia disciplinar inducida por la inercia
burocrática». Pero el inventario que hacen al mostrar la penetración de la psicología política en los
departamentos de ciencia política no parece justificar ese temor. La revista Political Psychology es
una buena ventana a este campo híbrido.
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En su territorio encontramos las provincias de la socialización política, la teoría del rol, la alienación,
la psicobiografía, el análisis de la personalidad, las actitudes y creencias políticas, los pequeños
grupos, el análisis tipológico de los líderes políticos, el carácter nacional, la participación de masas,
las generaciones, la insatisfacción política y una rica área metodológica (medición de actitudes,
medición sociométrica, análisis de contenido, método clínico, enfoque cuasi-experimental y, en
particular, la investigación mediante encuestas).
Muy pocos dominios híbridos conmemoran a un padre fundador. Pero la psicología política americana
tiene uno: Harold Lasswell. Su progenie incluye a Fred I. Greenstein, Robert Lane, Herbert Hyman,
Erik Erikson, Sidney Verba y James C. Davies, entre muchos otros.
En Europa occidental el campo híbrido de la psicología política se encuentra institucionalizado en muy
pocas universidades, pero la literatura relacionada con el campo es rica y de gran variedad como
ilustra en Francia, por ejemplo, el trabajo de Philippe Braud o en Alemania las contribuciones de
Erwin K. Scheuch a la metodología de los estudios muéstrales y a los problemas de la comparabilidad
en política y en psicología social. Scheuch tiene el mérito de haber descubierto la «falacia
individualista» (Scheuch, 1966, 1969). Entre los libros que pertenecen al campo de la psicología
política habría que singularizar Political Action, compilado por Samuel Barnes y Max Kaase. Su
tipología de protestantes, activistas, reformistas, conformistas e inactivos tiene aplicación en muchos
países.
b) Geografía política
La geografía -una disciplina maestra en el pasado- carece hoy de núcleo. Está dividida en muchos
subcampos: biogeografía, geografía social, urbana, histórica, económica, geografía política, hay
múltiples encuentros entre la ciencia política y la geografía: geopolítica, geografía electoral, política
urbana, bases territoriales del federalismo, organización espacial de la sociedad, núcleo-periferia,
ciudad-hinterland, problemas ambientales, diferencias urbanas y rurales, aspectos territoriales de la
movilización social, etc. La demografía es una dimensión de la geografía política.
Desde el «Geographical Pivot of History» de H. J. Mackinder en 1904 hasta el «mapa conceptual de
Europa» de Stein Rokkan (véase el número especial dedicado a sus concepciones en la Revue
Internationale de Politique Comparée en 1994), se han publicado muchos ensayos en el campo de la
geografía política, y no sólo en Europa. The Significance of the Frontier in American history de E J.
Turner trata tanto de geografía como de historia.
En la colección de Kasperson y Minghi, The Structure of Political Geography (1969), hay muchos
capítulos de interés incluso para politólogos no orientados a la geografía (las leyes de Ratzel del
crecimiento espacial de los Estados, las regiones geopolíticas, el análisis de los flujos de
transacciones, el heartland y el rimland, el impacto de la migración negra, etc.). El concepto de
centro-periferia tiene una obvia dimensión geográfica (Rokkan, Urwin et al., 1987).
La ciencia política y la geografía también se encuentran en el dominio de la geografía electoral, en
particular en el análisis de los datos agregados en países que se caracterizan por una gran diversidad
territorial y para los que la información está disponible en pequeñas unidades administrativas. Los
países privilegiados desde este punto de vista son, o fueron hasta muy recientemente: Francia,
Italia, España, Portugal, Bélgica, Noruega, Finlandia, Austria, Canadá. André Siegfried (1913)
investigó sobre el noroeste de Francia, V. O. Key sobre Southern Politics (1949), Rudolf Herberle
(1963) sobre Schleswig-Holsiein durante la República de Weimar, Erik Allartli (1964) sobre Finlandia,
Mattei Dogan (1968) sobre Italia, Stein Rokkan y H. Valen (1964) sobre contrastes regionales en la
política noruega, Juan Linz y Amando de Miguel (1966) sobre las «ocho Españas», R. E. De Smet y
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R. Evalenko (1956) y Frognier el al. (1974) sobre Bélgica. Este enfoque geográfico ha sido, no
obstante, desafiado en un análisis en el que el territorio desaparece a favor de una reordenación
sociológica de las variables y las unidades territoriales (Dogan y Derivry, 19881). Este campo híbrido
tiene una serie de revistas especializadas que constituyen puentes interdisciplinares: Economic
Geography, Urban Geography, International Journal of Urbanand Regional Research y, en particular,
Political Geography.
Los politólogos adoptan todavía el Estado-nación como unidad de análisis en una época en la que en
el mundo hay más ciudades gigantes que rebasan los cuatro millones de habitantes que Estados
independientes que alcancen esa cifra. El mundo está dominado crecientemente por las ciudades
gigantes (Dogan y Kasarda 1988). Los geógrafos y los urbanistas están en primera línea de esta área
proponiendo marcos teóricos, conceptos y métodos de medición. Los estudios urbanísticos se están
expandiendo; pronto pueden llegar a convertirse en una disciplina independiente. Hoy en casi todos
los países, desarrollados o en vías de desarrollo, el número de especialistas en «urbanología» es
mayor que el de politólogos. La «política urbana» es un campo en crecimiento.
c) Sociología política
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algunos premios Nobel. La American Economic Review publicó una especie de manifiesto que merece
la pena citar:
Es imposible en último término recortar un territorio distinta para la economía, adyacente a, pero
separado de, otras disciplinas de las ciencias sociales. La economía las penetra a todas ellas y,
recíprocamente, es penetrada por ellas. Hay una sola ciencia social. Lo que le da a la economía su
invasor poder imperialista es que nuestras categorías analíticas -escasez, coste, preferencias,
oportunidades, etc.- son verdaderamente universales en su aplicabilidad [...]. De esta forma, la
economía constituye realmente la gramática universal de la ciencia social. Pero hay una cara
preocupante en esto. Mientras que el trabajo científico en antropología, sociología, ciencia política, y
demás, será cada vez más indistinguible de la economía, los economistas tendrán que cobrar
conciencia recíproca de lo limitante que ha sido su función. En último término, la buena economía
tendrá que ser también buena antropología, sociología, ciencia política y psicología (Hirschleifer,
1985, p. 53).
Esta visión es anacrónica y contrasta con la percepción de la economía como una disciplina que se
hunde: «La economía como disciplina formal está en un momento de padecimiento porque sus
principales logros -conceptualización, teoría, construcción de modelos y matematización- han estado
acompañados de un aislamiento excesivo con respecto a las demás ciencias sociales» (Beaud, 1991,
p. 157).
En realidad, la historia reciente de las ciencias sociales muestra que la ciencia de la economía ha
abandonado áreas enormes de conocimiento científico. Estas áreas han sido ocupadas por las
disciplinas vecinas. En un momento concreto, la economía se encontró en una encrucijada de
caminos: podía haber optado por la expansión intelectual, la penetración de otras disciplinas, a costa
de la diversificación y a riesgo de dispersión (un riesgo asumido por la ciencia política); en lugar de
eso, escogió permanecer resueltamente pura, verdadera para sí misma, perdiendo por tanto vastos
territorios. Sin embargo, muchos economistas creen que la elección de la puridad, del rigor
metodológico y la terminología hermética fue la elección correcta.
Queda así claro que la autosuficiencia, para usar una palabra familiar a los economistas, lleva más
tarde o más temprano a un encogimiento de las fronteras. Pero esto no implica un empobrecimiento
general, ya que las tierras abandonadas por los economistas fueron cultivadas pronto por otros. Esas
tierras abandonadas tienen ahora sus propias banderas: la gestión, la economía política, la ciencia
del desarrollo, el estudio comparativo de los países del Tercer Mundo, la historia económica y social.
La posición de la economía en la constelación de las ciencias sociales podría haber sido más
envidiable hoy si no se hubiese retirado sobre sí misma.
Esta situación es particularmente sorprendente por cuanto pocos académicos clásicos -de Marx a
Weber y a Schumpeter, Polanyi, Parsons y Smelser (Martinelli y Smelser, 1990), sin olvidarnos de
Pareto- han dejado de asignar un lugar central en sus teorías a la relación entre economía, sociedad
y política. Todo un ejército de famosos economistas americanos ha dado prioridad al estudio de los
fenómenos políticos, incluso, aunque hayan dejado un pie en la economía. Entre ellos están Kenneth
Arrow, Anthony Downs, Kenneth Boulding, Charles Lindblom, James Buchanan, Gordon Tullock,
Albert Hirschman, John Harsanyi, Herbert Simon, Duncan Black, Jerome Rosenberg, Thomas
Schelling, Richard Musgrave, Mancur Olson y otros.
Algunos economistas eclécticos denuncian el reduccionismo que otros defienden, en particular con
referencia a la investigación sobre el desarrollo: el desarrollo queda reducido al desarrollo
económico; éste se ve reducido a crecimiento; que a su vez es reducido a inversión, en otras
palabras, a acumulación. Ha llevado varias décadas destronar al PIB per cápita como el indicador
compuesto del desarrollo. Gunnar Myrdal se quejó amargamente de los economistas que estaban a
favor de los modelos unidisciplanares.
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En muchos países un buen número de economistas se ha encerrado en una torre de marfil y, como
resultado, áreas enteras han escapado a su escrutinio. Su contribución al problema del desarrollo del
Tercer Mundo, por ejemplo, es más bien modesta en comparación con el trabajo de los politólogos y
los sociólogos. Esto es particularmente cierto en Estados Unidos, América Latina e India.
Si una disciplina tiene la tendencia a volverse sobre sí misma, si sus especialidades no hibridan, los
territorios vecinos no permanecen estériles. Muchos economistas han tenido una actitud algo
condescendiente hacia la ciencia política. Esto ha llevado al desarrollo, al lado de y en competencia
con la economía, de un nuevo cuerpo colectivo, con una afiliación extremadamente activa y
numerosa en Estados Unidos, Reino Unido y Escandinavia: la economía política recibió la protección
de sólo uno de sus padres y, para nombrarla, se rescató un viejo nombre de la nomenclatura
francesa de las ciencias. La economía política es actualmente una de las principales provincias de la
ciencia política americana, con una gran producción y renombradas revistas. Es uno de los sectores
más populares entre los estudiantes de doctorado en ciencia política.
La ciencia política es la gran beneficiaria del autoconfinamiento monodisciplinar de la economía.
Hace treinta años F. A. Hayek escribió que «nadie puede ser un gran economista si sólo es
economista, e incluso estoy tentado de añadir que el economista que sólo es economista es probable
que se convierta en una molestia, cuando no en un peligro real» (Hayek, 1956, p. 463). Quizá sea
demasiado tarde para que la economía reconquiste los territorios conquistados por la ciencia política,
la sociología, la historia económica, y en particular la economía política. Algunos economistas todavía
lo esperan: «Es necesario reducir el uso de la cláusula ceterix paribus, para adoptar un enfoque
interdisciplinar, es decir, para abrir la economía a la multidimensionalidad» (Bartoli, 1991, p. 490). El
abandono del razonamiento por las asunciones y los teoremas no sería suficiente porque la realidad
ha cambiado: «Los asuntos económicos se han politizado y los sistemas políticos se han preocupado
cada vez más de los temas económicos» (Frieden y Lake, 1991, p. 5).
En unos pocos años en torno al final de la década de los cincuenta y comienzos de la de los sesenta,
unas cincuenta colonias alcanzaron la independencia nacional. En esa época se envió -con la
contribución financiera de las fundaciones americanas- a unos tres mil científicos sociales, entre los
que había muchos politólogos, a Asia, África y América Latina con el fin de que estudiasen las
naciones-Estado recién independizadas. Cubrieron el planeta con cientos de libros y artículos. Se han
convertido en especialistas de área. Han sustituido a los académicos europeos que volvieron a casa
tras la retirada de Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda y Portugal de sus colonias.
Esta generación espontánea de especialistas de área nació híbrida. Los temas de sus investigaciones
desdibujaban las fronteras disciplinares. A ellos y a sus sucesores se los confinó a países
subdesarrollados no occidentales, a sociedades sin Estado, a lo que Joel S. Migdal llama «Estados
débiles y sociedades fuertes», es decir, al territorio privilegiado de una antigua disciplina -la
antropología- que había florecido en la Europa occidental del cambio de siglo. Los antropólogos
europeos habían descubierto estas sociedades «primitivas» mucho antes de que lo hicieran los
especialistas de área americanos.
Hay una diferencia fundamental entre los dos grupos. Los antropólogos europeos eran académicos
monodisciplinares con una identidad, un vocabulario y un marco teórico claros. Eran exportadores de
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conocimiento a todo el espectro de las ciencias sociales. Algunos tenían ambiciones imperialistas y
proclamaban que la antropología era la ciencia maestra. Todas las demás disciplinas, incluidas la
ciencia política y la sociología, eran consideradas por estos imperialistas intelectuales provincias de la
antropología.
Pero cuando los imperios europeos que cubrían la mitad del planeta comenzaron a desintegrarse,
estos antropólogos perdieron sus campos de investigación. La antropología quedó encogida. Los
territorios abandonados les fueron entregados a sus especialistas de área. A diferencia de sus
predecesores, los nuevos invasores no venían bajo una bandera disciplinar. Pocos se habían formado
en la antropología y la mayoría no eran teóricos ni metodólogos. Las excepciones más famosas eran
Davis Apter, Leonard Binder, James Coleman, Lucian Pye, Fred Riggs, Dankwart Rustow, Richard
Sklar y Myron Wiener.
David Easton ansiaba por entonces establecer un nuevo sub-campo: la antropología política. Publicó
un ensayo con ese título en 1959. Retrospectivamente puede decirse que se trataba de un niño
enfermizo que nació en un momento en el que el nuevo poder hegemónico necesitaba especialistas
no disciplinares en estos nuevos países (no expertos en antropología, una disciplina que comenzó a
ser colonizada por otras disciplinas). Es significativo que en ese mismo momento Margaret Mead
(1961, p. 475) estuviese asustada por ver a su disciplina «tragada» y «aislada de la comunidad de
científicos y académicos». La buena y anciana antropología cayó desde el imperialismo a la condición
de un «depósito científico inadecuado» (Mead. 1961, p. 476).
La antropología política no florece hoy porque es demasiado antropológica e insuficientemente
política para un momento en el que los países pobres se están desarrollando, excepto en África, y
están experimentando una creciente diversificación interna enfrentándose con el mundo económico
global. El ensayo seminal de Lucian Pye de 1958 «The Non-Western Political Process» necesita una
seria puesta al día que reduzca la escala de las dicotomías. El de la antropología política parece ser el
único campo híbrido en declive.
Entretanto el sociólogo, economista y demógrafo francés Alfred Sauvy (1952,1956) sugirió que se
llamase a estos infortunados nuevos países «el Tercer Mundo», por analogía con el Tercer Estado de
antes de la Revolución Francesa. Esta etiqueta ha sobrevivido incluso aunque el «Segundo Mundo»
implosionase en 1989. Es probable que más pronto o más tarde se abandone esta etiqueta porque
incluye una variedad enorme de países: antiguas civilizaciones como China y Estados artificiales en
África; países ricos como Arabia Saudí y extremadamente pobres. ¿Qué disciplina propondrá las
nuevas etiquetas?
Los estudios de área del Tercer Mundo dan prioridad a los temas que parecen importantes para
entender un país concreto. «No respetan las fronteras disciplinares» (Lambert. 1991, p. 190). En los
estudios de área están bien representadas las humanidades. «Los especialistas de área que están en
las ciencias sociales tienen probablemente muchísimo más contacto y una actividad intelectual
compartida con las ciencias humanas que la mayoría de sus colegas de disciplina no orientados a los
estudios de área»; es en el lugar donde se juntan la antropología, la historia, la literatura y la ciencia
política donde «tiene lugar una buena parte del genuino trabajo interdisciplinar en los estudios de
área» (Lambert, 1991, p. 192).
Al describir la lucha entre las disciplinas convencionales y los estudios de área, que ha afectado la
propia identidad de los académicos, Lucian W. Pye (1975, p. 3) escribe: «La emergencia de la
especialización de área ha cambiado las perspectivas y ha generado cuestiones que van a los
fundamentos de las ciencias sociales”. Estos fundamentos se han visto alterados mucho más por los
campos híbridos situados en los intersticios de las disciplinas que por los estudios de área híbridos
transversales.
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La distribución geográfica de los distintos tipos de régimen político es un fenómeno chocante. Pero
ha estado ausente de la literatura durante las últimas décadas como reacción contra las
exageraciones del sociólogo Ellsworth Huntington, que fuera dura y correctamente criticado por el
sociólogo Pitirim Sorokin en 1928. Esta crítica disuadiría a toda una generación de sociólogos y
politólogos americanos de tomar en consideración los factores ambientales y climáticos.
Pero no permanecerían en silencio muchos destacados economistas. En 1955, W. Arthur Lewis
advertía en su Theory of Economic Growth: «Es importante identificar las razones de por qué los
países tropicales se han quedado atrás durante los últimos doscientos años en el proceso del
moderno crecimiento económico» (Lewis, 1955, p. 53). John Kenneth Galbraith escribió en 1951: «Si
se señala un cinturón de un par de miles de millas de ancho en tomo al ecuador que dé la vuelta a la
tierra, encontramos en él países no desarrollados (...) En todos lados, el estándar de vida es bajo y
la duración de la vida humana es corta» (Galbraith, 1951, pp. 39-41). Charles Kindleberger (1965, p.
78) escribiría unos quince años después: «Sigue siendo un hecho que ningún país tropical en los
tiempos modernos ha logrado un nivel alto de desarrollo económico». Kenneth Boulding (1970, p.
409) va un paso más allá: «El principal fracaso de la ciencia económica, sin lugar a dudas durante la
última generación, ha tenido lugar en el campo del desarrollo económico (que) ha sido en gran
medida un producto de zonas templadas».
Andrew Kamarck, director del Instituto de Desarrollo Económico del Banco Mundial, cita a estos
economistas en su The tropics and economic development (1976). No hay ninguna referencia en
absoluto a la política en ese libro y, sin embargo, se las arregla para desafiar nuestra percepción de
la política en las áreas tropicales. La tripanosomiasis, transmitida por la mosca tse-tsé, impidió que
buena parte de África progresase más allá del nivel de subsistencia: «Durante siglos, al matar a los
animales de transporte, incitó el aislamiento del África tropical del resto del mundo y el aislamiento
de los distintos pueblos africanos entre sí» (Kamarck, 1976, p. 38). Hace veinte años un área de
África mayor en extensión que Estados Unidos se quedó sin ganado vacuno por esa razón (Kamarck.
1976, p. 39). La producción agrícola en los trópicos húmedos está limitada por la condición del suelo,
que se ha convenido en arcilla roja (Kamarck, 1976, p. 25). Los estudios llevados a cabo en los años
sesenta por la Organización Mundial de la Salud y por la Organización Mundial de la Alimentación
estimaron que más de mil millones de personas en los trópicos y subtrópicos habían sido infectadas
por lombrices parasitarias. La enfermedad del anquilostoma, caracterizada por la anemia, la debilidad
y la fiebre, infectó a unos 500 millones en estas áreas (Kamarck, 1976, p. 75).
Estos factores ecológicos han sido confirmados por una considerable cantidad de investigación en
áreas tropicales llevada a cabo durante las dos últimas décadas por geólogos, geógrafos, biólogos,
zoólogos, botánicos, agrónomos, epidemiólogos, parasitólogos, meteorólogos, expertos del Banco
Mundial y de varias agencias de las Naciones Unidas, y también por politólogos híbridos versados en
agricultura tropical, explotación de minerales y condiciones sanitarias de estos países. La situación ha
mejorado durante la última generación, de acuerdo con docenas de informes preparados por
organizaciones internacionales.
Si traducimos estas condiciones socioeconómicas en términos políticos, merece la pena que nos
hagamos preguntas como éstas:
• ¿Por qué están casi todas las democracias industriales pluralistas en zonas templadas?
• ¿Por qué ha tenido la India -que, de acuerdo con algunas teorías, «no debería ser democrática» y
que es un país tropical relativamente pobre - no obstante un régimen democrático durante un largo
período?
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• ¿Hay alguna relación entre el hecho de que la mayoría de los treinta millones de kilómetros
cuadrados del África continental (excluyendo la franja mediterránea) esté en los trópicos, y los
hechos de que este continente sea el más pobre y no tenga ninguna democracia pluralista verdadera
capaz de sobrevivir más allá de unos pocos años?.
• ¿Hasta qué punto deberían incluirse los factores ecológicos en los parámetros del desarrollo
económico, social y político?
Estas preguntas las puede hacer no sólo la «vieja escuela del desarrollo», sino también su sucesora,
la nueva «escuela de la transición». Un equipo (G. O'Donnell, P. C. Schmitter y L. Whitehead) le dio
a su libro el prudente título de Transitiom from Authoritarian Rule, que no indica el resultado final.
Otro equipo (dirigido por L. Diamond, J. J. Linz, y S. M. Lipset) asumió un riesgo al sugerir, en el
título de su libro Democracy in Developing Countries, que las instituciones democrática están
ciertamente echando raíces en estos países, que previamente uno de esos compiladores consideraba
que no reunían los «requisitos de la democracia».
Ninguno de los dos equipos hace una distinción explícita y funcional entre la democracia pluralista
genuina, la poliarquía de Dahl, y un tipo de democracia limitada, parcial, de fachada o embrionaria.
Los procesos de democratización, las etapas de la modernización, la liberalización, los juegos
electorales, el respeto por los derechos humanos, sólo son pasos hacia el «modelo occidental». La
palabra «democracia» usada hoy sin un adjetivo puede ser engañosa. Como admitiría cualquiera,
hay una gran variedad de regímenes democráticos. La democracia viene por grados, como
demuestran los datos recogidos por Raymond Gastil en su serie Freedom in ihe World. Sólo mediante
una clara distinción entre tipos de democracia, sería posible formular una respuesta tentativa a la
primera pregunta hecha más arriba: ¿por qué hasta ahora las democracias verdaderamente
avanzadas han tendido a florecer en zonas templadas?
La India como país democrático constituye un caso clínico, una «anomalía» científica en el sentido
dado a esta palabra por Thomas Kuhn. Los comparativistas interesados en este caso deberían
proceder como los biólogos cuando tienen la buena fortuna de descubrir una anormalidad. Podrían
seguir el consejo de Claude Bernard en la Introduction á la médecine experiméntale (1865), que
todavía constituye un libro pertinente. Podrían empezar con uno de los mejores indicadores que
tenemos en la política comparada: la pequeña propiedad agrícola. El campesino indio es pobre, ¡pero
es propietario!2:
En relación al África tropical y a otras áreas semejantes, deberíamos introducir en el dibujo a las
ciencias naturales y a la demografía cuando preguntamos, como hace Samuel Huntington, ¿cuántos
países llegarán a ser democráticos? La teoría de la dependencia quizá sea algo útil para América
Latina y Europa del Este, pero lo es mucho menos para el África tropical. La literatura sobre los
parámetros ecológicos de los trópicos puede contrastarse con la literatura sobre la transferencia de
la fauna y la flora de una zona templada a otra, Por ejemplo, la obra de 1986 de Alfred Crosby sobre
Ecológical Impenalism: The Biological Expansión of Europe 900-1900 arroja nueva luz sobre la
construcción del poder americano. Si el eminente comparativista Charles Darwin estuviese todavía
vivo, criticaría la monodisciplinariedad, en particular a W. W. Rostow, cuya teoría de las «etapas del
crecimiento» no admite ningún límite físico o ambiental sobre el crecimiento.
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El proceso de hibridación no aparece sólo en los intercambios de conceptos, teorías y métodos entre
las disciplinas o los subcampos. Es también evidente en los intercambios de información, sustancia,
indicadores, datos estadísticos y en la praxis diaria de la investigación empírica. Este comercio es
excedentario en algunas disciplinas y deficitario en otras. La geografía social toma prestada
información de la geografía física, que a su vez toma prestado de la geología, más bien que al revés.
La ciencia política ha contraído una enorme deuda externa, porque la política no puede ser explicada
exclusivamente desde la política. Los fenómenos políticos nunca se producen in vitro, de manera
artificial en un laboratorio. Siempre están relacionados con una variedad de factores por detrás de la
política. Se usan docenas de variables no políticas para explicar la política. Ésta es una de las
principales razones de por qué la ciencia política está entretejida con las demás ciencias sociales.
El almacenaje de información que producen otras ciencias sociales es especialmente importante en el
dominio de la política comparada, hasta el punto de que podría decirse que una comparación entre
países engloba varias disciplinas. En la historia de la política comparada hubo un momento
privilegiado de cooperación y convergencia durante los años sesenta. Durante los quince años que
van de 1958 a 1972, se publicaron tres docenas de libros y artículos importantes, que compartían
tres características: la comparación mediante cuantificación, la hibridación y el conocimiento
acumulativo. «Esa combinación no se había logrado nunca antes en la historia de la ciencia política»
(Dogan, 1994, p. 39). Este momento privilegiado marca también una ruptura con las comparaciones
clásicas europeas al estilo sociológico de Tocqueville, J. S. Mill. Marx, Spencer, Weber y Pareto.
En ese particular momento, la sociología ya no estaba en el centro de la constelación de las ciencias
sociales. Por primera vez en la historia de las ciencias sociales, ese lugar lo ocupaba la ciencia
política. En la nueva constelación son visibles un buen número de estrellas, que es innecesario
nombrar. Lo que habría que subrayar es el proceso de conocimiento acumulativo en el que han
participado varias docenas de académicos y expertos especializados.
La señal de alarma sobre el estado parroquial de la política comparada -tras la subyugación de todas
las ciencias sociales durante el período de totalitarismo en Europa (Scheuch, 1991) y antes de su
renacimiento en Estados Unidos- fue dada por Roy Macridis en 1955. Más o menos en la misma
época (1954), la Oficina Estadística de las Naciones Unidas comenzó a publicar «estadísticas
sociales», ninguna de las cuales era política. Eran variables demográficas, de renta, estándar de vida,
movilidad social, condiciones sanitarias, nutrición, vivienda, educación, trabajo, criminalidad.
En 1957 el Departamento de Asuntos Sociales y Económicos de las Naciones Unidas comenzó a
publicar Informes sobre la situación social mundial. Los capítulos de estas publicaciones sobre «Las
interrelaciones del desarrollo social y económico y el problema del equilibrio» (en el volumen de
1961) o sobre «Modelos socioeconómicos» (en el volumen de 1963) son contribuciones que pueden
leerse hoy con gran interés, incluso aunque los datos políticos -tan importantes para la política
comparada- estén ausentes de estos análisis.
Dos años después de que comenzara esa serie llegó El hombre político (1959) de Lipset, el libro más
citado por los politólogos durante dos décadas. Sin embargo, de hecho este libro toma prestado de
todas las ciencias sociales y muy poco de la ciencia política. Un año después Karl Deutsch publicó su
«manifiesto» (Deutsch, 1960), seguido de un artículo seminal unos meses después (Deutsch, 1961).
Ambos artículos tratan con indicadores que no son directamente políticos. Al año siguiente se publicó
un importante artículo de Phillip Cutright (1963) que, visto retrospectivamente, parece haber sido
profético: es el único artículo de esa época que da prioridad a las variables políticas. El mismo año
Arthur Banks y Robert Textor publicaron su A Cross-Polity Survey (1963), en el que la mayoría de las
57 variables propuestas y analizadas no son políticas. Poco después, el primer World Handbook of
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Political and Social Indicators (Russet el al,, 1965) discutía 75 variables, de las que sólo 12 eran
estrictamente políticas y otras ocho económico-políticas.
Un año después, G. Almond y G. Bingham Powell publicaron un libro fundamental, Política
comparada (1966), en cuya base se observan varias ciencias sociales, en particular la antropología
social. De ahí en adelante, el campo de las comparaciones internacionales se bifurcó. Un camino
continúa con la investigación cuantitativa, en la que los colaboradores utilizan constantemente
factores no políticos en sus análisis de las «correlaciones de la democracia». Un importante input
reciente proviene nuevamente del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, el Informe de
desarrollo humano (1990 ss.). En esta publicación se destrona al PNB y se lo sustituye por un nuevo
indicador: la paridad adquisitiva.
El otro camino dio prioridad a las comparaciones sectoriales, por ejemplo los ocho volúmenes sobre
el desarrollo político publicados por Princeton University Press, en los que la política constituye la
mayor parte del tiempo una variable dependiente que se explica por factores no políticos. Hay
diversas buenas revisiones de la escuela del «desarrollo político» (Almond, 1990; Wiarda, 1989). Esta
escuela parece hoy haber alcanzado sus límites, estar fuera de la corriente, haber agotando el tema.
Es un buen ejemplo de campos muy poblados, que están sujetos tras un período de productividad a
tener rendimientos marginales decrecientes: "Cuanto más alta sea la densidad de académicos en un
campo dado, menos probable será la innovación per cápita» (Dogan y Pahre, 1990, p. 36). Esta
«paradoja de la densidad» señala a la marginalidad creativa como el opuesto de la densidad de
académicos.
En el período reciente, el campo de la política comparada se ha expandido en todas las direcciones,
penetrando en territorios de otras disciplinas: la transición a la democracia, los valores y las
creencias, la crisis de confianza, la corrupción pública, la ingobernabilidad, los límites para el
crecimiento, etc. (Estas nuevas direcciones figuran en muchos otros capítulos del Nuevo Manual).
¿Se está haciendo imperialista el campo de la política comparada?
Como podemos ver, la política comparada no consiste sólo en el análisis entre naciones. Es
necesariamente también una empresa entre distintas disciplinas porque en la investigación
Comparada cruzamos unidades (naciones) y variables (numéricas o nominales). Generalmente, las
variables son más numerosas que las unidades. Las relaciones entre variables son frecuentemente
más importantes para las explicaciones teóricas que el descubrimiento de analogías y diferencias
entre naciones.
En la política comparada no hay un solo libro importante que intente explicar la política estrictamente
mediante variables políticas, excepto en temas constitucionales. Pero naturalmente la dosis de
hibridación varía según la materia y la capacidad del autor para dejar en la sombra lo que debería
admitirse implícitamente. Por ejemplo, en sus comparaciones de sistemas políticos, académicos como
Klaus von Beyme o Giovanni Sartori podrían no necesitar discutir en detalle la estructura social o la
diversidad cultural. Por el contrario, Arend Lijphart (en su comparación de democracias
consociativas) y Ronald Inglehart (en su análisis de creencias y valores) tienen que subrayar la
importancia de las variables sociales, religiosas, lingüísticas e históricas. En estos casos, Lijphart e
Inglehart cruzan las fronteras disciplinares más de lo que lo hacen Von Beyme y Sartori.
La política comparada a través de disciplinas diversas significa, en primer lugar, cruzar la historia. La
relación entre la historia comparada y la política comparada merece una larga discusión. Lo que
llevamos dicho es suficiente para admitir que los dos subcampos no cooperan a lo largo de sus
fronteras comunes, sino sólo en ciertos pasos, generalmente en el territorio de otros campos
híbridos: la sociología histórica, la historia social, la historia económica, la historia cultural, las
comparaciones asincrónicas. Algunos de los libros más importantes en política comparada
pertenecen también a esta «historia unida con guiones», desde Homo Hierarchicus de Dumont, De
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Jericho á México, villies et économie dans l'histoire de Bairoch, Oriental Despotism de Wittfogel, El
moderno sistema mundial de Wallerstein, hasta The First New Nation de Lipset o Kings or People de
Bendix. Irónicamente, estos contribuidores a la política comparada y a la historia con guiones no son
ni politólogos ni historiadores; son, administrativamente, sociólogos.
IV CONCLUSIÓN
Distintas disciplinas pueden proceder a examinar el mismo fenómeno desde distintos focos. Esto
implica una división de territorios entre las disciplinas. Por el contrario, la hibridación implica un
solapamiento de segmentos de disciplinas, una recombinación de conocimiento en nuevos campos
especializados. La innovación en los distintos sectores de la ciencia política depende en gran medida
de los intercambios con otros campos que pertenecen a otras disciplinas. En los niveles más altos de
la pirámide de la ciencia política, la mayoría de los investigadores pertenecen a una subdisciplina
híbrida: la sociología política, la economía política, la psicología política, la filosofía política, la
geografía política, la administración pública, los estudios de área, etc: Alternativamente, pueden
pertenecer a un campo o subcampo híbrido: el comportamiento de las masas (relacionado con la
psicología social), el reclutamiento de elites (relacionado con la sociología y la historia), la política
urbana (relacionado con la geografía social), los Estados del Bienestar (relacionado con la economía
social y la historia social), los valores (relacionado con la filosofía, la ética y la psicología social), las
capacidades de gobierno (relacionado con el derecho y la economía), la pobreza en los países
tropicales (relacionado con la agronomía, la climatología y la geografía económica), el desarrollo
(relacionado con todas las ciencias sociales y varias naturales).
Probablemente hay tanta comunicación con los de fuera como entre subcampos internos. Por
ejemplo, un psicólogo político que estudia los movimientos de protesta y la alienación interactúa sólo
un poco con el colega que utiliza la teoría de juegos para estudiar el mismo tema. Puede encontrar
un terreno intelectual común con el historiador social que estudia el fenómeno en épocas anteriores
o con el sociólogo que estudia el impacto del desempleo o la inmigración sobre la violencia y la
deslegitimación en algunos países europeos. No hay comunicación entre dos politólogos que analizan
la crisis del sistema de seguridad social, uno mediante la construcción de modelos abstractos, el otro
mediante el estudio del lenguaje de la calle. El primero está en contacto con otros constructores de
modelos en la economía, y el segundo cita a académicos de otras disciplinas.
Todos los temas importantes cruzan las fronteras formales de las disciplinas: la quiebra de las
democracias, la anarquía, la guerra y la paz, el cambio generacional, el nexo libertad-igualdad, el
individualismo en las sociedades avanzadas, el fundamentalismo en las sociedades tradicionales, la
clase gobernante, la opinión pública. La mayoría de los especialistas no están localizados en el así
llamado núcleo de la disciplina. Están en los márgenes de fuera, en contacto con los especialistas de
otras disciplinas. Prestan y toman prestado en las fronteras. Son académicos híbridos. El número de
politólogos «generales» decrece rápidamente. Todos tienden a especializarse en uno o varios
dominios. Cuando dos politólogos se encuentran por primera vez, la pregunta espontánea que se
hacen es: « ¿A qué campo te dedicas?». Esto también es así en otras disciplinas. En los congresos
profesionales, los académicos se encuentran de acuerdo con sus especialidades. Los congresos que
juntan a multitudes de personas que tienen poco en común consumen mucha energía, que podría
invertirse mejor en la organización de encuentros por campos que junten a especialistas de varias
disciplinas.
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Suponga que fuese posible seleccionar entre todos los politólogos de los distintos países a los
quinientos o seiscientos académicos que están llevando a cabo la investigación más creativa,
aquellos que hacen avanzar el conocimiento, los más renombrados. Suponga también que de este
estrato superior de la eminencia eliminamos a los académicos especializados en temas
constitucionales y en procesos gubernamentales de su propio país, algunos de los cuales son
famosos en su propio campo. Tras hacer esta doble delimitación, descubriríamos que entre este
conjunto de académicos, la mayoría no son politólogos «puros». Son especialistas en un dominio de
investigación que no es exclusivamente político. Quienes se encierran a sí mismos en las fronteras
tradicionales de la ciencia política están estrechando sus perspectivas y reduciendo las oportunidades
que tienen para innovar, a excepción de los temas constitucionales y la organización del aparato del
Estado.
En el otro extremo están los imitadores entusiastas. En algunos dominios, los préstamos se
convierten en una imitación demasiado simple y no en una adaptación imaginativa. Si fuera posible
jerarquizar los distintos subcampos y escuelas en una escala de eclecticismo, nos aparecería que las
dos escuelas que más imitan son la del análisis estadístico sofisticado y la de las asunciones
heurísticas económicas. Ya me he referido a los sobrecuantificadores. Recurro a Neil J. Smelser,
especialista en sociología económica, para un juicio salomónico sobre la construcción de modelos
económicos: «El modelo de Anthony Downs del comportamiento político imita a la teoría económica
al postular una versión de la racionalidad política y al construir una teoría del proceso político sobre
ésta y otras asunciones simplificadoras» (Smelser, 1967, p. 26).
La ciencia política vive en simbiosis con las demás ciencias sociales, y continuará siendo una ciencia
creativa en la medida en que siga siendo extrovertida. De hecho, esta ciencia no tiene elección
porque está genéticamente programada para generar nietos que hablarán distintas lenguas y se
sentarán, como dice Almond, en «mesas distantes». Estas mesas son distantes porque están
colocadas en los intersticios de las disciplinas en el enorme territorio interior de la ciencia política.
NOTAS
1 De hecho, podríamos construir un <<Árbol Genealógico de la Ciencia Política>> a través de las
distintas naciones. <<El contenido de la investigación politológica sueca antes de 1945 estaba
dominado por tres corrientes principales, cada una de estas corrientes se orientaba hacia alguna otra
disciplina académica: derecho constitucional, historia, filosofía. >> (Ruin, 1982, p. 229). En la India,
<< mientras que en el pasado la ciencia política ha estado irrigado abundantemente por las
corrientes de pensamiento originadas en disciplinas como la filosofía, el derecho y la historia (…),
ningún profesor de ciencia política puede permitirse hoy en la India prescindir del contacto con los
últimos avances de disciplinas como la sociología, la antropología social, la economía, la gestión y la
administración públicas>> (Narain y Mathur, 1982, p. 227).
2 Sobre la propiedad de la tierra, Véanse los datos recogidos por Tatu Vanhamen.
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La Ciencia Política en América Latina. Una breve
introducción histórica
Political Science in Latin America; a brief historical introduction
Introducción
La reflexión sobre la política en América Latina (AL) tiene una larga data
como la historia misma de la región. Empero, como sucedió en Europa oc-
cidental y Estados Unidos (EUA), el análisis científico de la política es rela-
tivamente reciente, pues durante siglos su estudio estuvo dominado por la
filosofía y la teoría políticas, la historia de las doctrinas políticas y el dere-
cho constitucional. A finales del siglo XIX y principios del XX se empieza
a consolidar, en consonancia con la filosofía positivista y el nacimiento de la
sociología, la ciencia política (CP) centrada en el análisis empírico de los pro-
cesos políticos. Desde sus inicios la ciencia política ha padecido dilemas que
van desde su propia denominación y autonomía respecto de otras ciencias
sociales, hasta problemas en torno a cuáles debían ser su objeto y su método
de estudio (Heller, 1933: 6).
Todavía hace algunas décadas no solamente no existía consenso entre
los científicos sociales alrededor de la idea de política, sino que tampoco lo
había respecto a la denominación de la materia. De la sociología, el derecho,
la economía y la historia se importaron teorías, conceptos y metodologías de
las cuales emergieron varios enfoques que la enriquecieron, pero al mismo
tiempo dificultaron su autonomía.
Como señaló hace varios años Francis J. Sorauf (1967: 34), “la ciencia
política se ha dedicado inveteradamente a tomar prestado”; gran parte de su
historia y desarrollo es un relato de selección de ideas y técnicas procedentes
de otras ciencias sociales, pero también de integración de lo viejo y lo nuevo,
y de readaptación de antiguas tradiciones.
Las divergencias en torno a su naturaleza empezaron a despejarse en los
primeros años después de la Segunda Guerra Mundial con la difusión de las
tendencias intelectuales que desde finales del siglo XIX pugnaban por dejar
atrás la impronta del formalismo (Orren y Skowronek, 1999: 378), buscando
una ciencia especializada que con su propio lenguaje lograra producir des-
cripciones e interpretaciones empíricas y relevantes. Ello tuvo mayor impulso
con la aparición de la corriente conductista en los años cincuenta, marcando
un antes y un después, entre la “vieja” ciencia política como era entendida has-
ta entonces y la “nueva” ciencia política,1 la cual habla de “variables” depen-
1 Según Sola (1996: 19), dos obras representan este paso entre la vieja y nueva ciencia políti-
ca: Power and Society (1950) de H. Lasswell y A. Kaplan, y The Political System (1953) de D.
Easton, el primero cerrando la época de la politología clásica a partir de una sistematización
del patrimonio conceptual producido desde Aristóteles hasta la Segunda Guerra Mundial;
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Una breve introducción histórica
mientras que el segundo “abre” la época de la politología contemporánea a partir de una críti-
ca de los estudios politológicos que desde el siglo XIX se habían desarrollado en Europa y en
EUA, y agrega las consideraciones que el estudio de los fenómenos políticos debería tener .
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Una breve introducción histórica
2 Como ha señalado Bobbio (1981: 218), la ciencia política en sentido amplio “denota cual-
quier estudio de los fenómenos y las estructuras políticas conducidas con sistematicidad y
rigor”; de allí que para algunos abarque todas las formas de pensamiento político desde la
Antigüedad hasta nuestros días. Mientras que el sentido estricto “designa a la ciencia empírica
de la política, conducida según la metodología de la ciencia empírica más desarrollada como
es el caso de la física, la biología, etc.”; coincide con la idea de ciencia política dominante
en la actualidad, se circunscribe propiamente a una concepción de análisis empírico de los
fenómenos políticos con el apoyo de diversas técnicas de análisis y en más recientemente con
avanzados programas estadísticos en computadoras.
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Entre las décadas de 1930 y 1950, las ciencias sociales en AL cobran singu-
lar importancia, lo que impulsa la búsqueda de una vía especializada para el
estudio de la política. El derecho, principalmente, fue el origen de la ciencia
política en los países donde ésta empezó a dar sus primeros pasos, condición
que al mismo tiempo hizo lento el proceso de autonomía y consolidación.
3 Coincide también con Sartori (1971:3): “La noción de ‘ciencia política’ en relación con
dos variables: 1) el grado de organización del saber –pensamiento científico– y 2) el grado de
diferenciación estructural de los agregados humanos –configuraciones sociales–”.
4 No se debe entender tales corrientes dominantes como las únicas, pues al mismo tiempo
convivían otras perspectivas pero con menor influencia, así como en la actualidad no se pue-
de afirmar que exista un paradigma único.
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7 Octavio Ianni (1971: 174) refiere una amplia lista de obras que tratan la cuestión, lo que
muestra una creciente preocupación por el dependentismo ideológico en la época, por ejem-
plo: O. Fals Borda (1970), Ciencia propia y colonialismo intelectual, México: Nuestro tiem-
po; A. Salazar Bondy (1968), ¿Existe una filosofía de nuestra América?, México: Siglo XXI;
Eliseo Verón (1968), Conducta, estructura y comunicación, Buenos Aires: Ed. Jorge Álvarez.
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Una breve introducción histórica
cas, sobre todo la impronta del marxismo. Los procesos políticos latinoame-
ricanos son objeto de análisis no sólo de los propios estudiosos en la región,
sino que ya también lo son principalmente en universidades de EUA.
Si bien AL ya estaba en la agenda de investigación de la politología es-
tadounidense sobre todo después de la Revolución cubana, es a partir de las
transiciones a la democracia que se renueva dicho interés fundándose centros
y programas de especialización lo que ha permitido que en los países latinoa-
mericanos se introduzcan con mayor fuerza las corrientes dominantes de la
ciencia política norteamericana.
El crecimiento de la infraestructura para los estudios
politológicos, principalmente en Argentina, México y Brasil, coincide con
los procesos de democratización en la región, expandiéndose dicho
crecimiento también en varias universidades privadas. La disciplina se
empieza a difuminar en otros países en los cuales su presencia era muy
reducida como en Bolivia, donde en- tre 1983 y 1986 se crean carreras de
ciencia política en algunas universidades
(Varnoux, 2005). En otros como en Venezuela donde se habían mantenido
los estudios politológicos en un nivel aceptable, tiene un crecimiento espe-
cialmente pronunciado (Álvarez y Dahdah 2005). En Colombia desde fina-
les de los ochenta y durante toda la década de 1990 se presenta un crecimien-
to de institutos y programas dedicados a la ciencia política en universidades
públicas y privadas (Bejarano y Wills, 2005: 116).
Pero en otros países, principalmente de Centroamérica, la ciencia polí-
tica como disciplina académica continúa siendo prácticamente inexistente
en las universidades públicas (p.e. Panamá) y sólo se mantiene como carrera
en algunas privadas (p.e. en El Salvador). A partir de 1983 en Argentina se
recupera en poco tiempo el impulso que fue truncado por la dictadura. En
la Universidad de Buenos Aires en 1984 se presenta el Informe Strasser para
la creación de la carrera de ciencia política en la Facultad de Derecho. En
Uruguay igualmente, apoyados en centros de investigación privados creados
en la década de 1970, dado que los militares habían irrumpido violentamente
en la Universidad, en 1985 se crea el Instituto de Ciencia Política dentro de
la Facultad de Ciencias Sociales, separando así las cátedras que se ofrecían en
las facultades de Derecho y Economía y en 1991 se crea la Revista Uruguaya
de Ciencia Política (Garcé, 2005: 236).
En 1990 Lechner señalaba que en Chile existía una doble paradoja: fuer-
te desarrollo del análisis político con un bajo grado de institucionalización
de la disciplina (en Fernández, 2005: 63). Una afirmación que contrasta con
el hecho de que en los ochenta se crean más instituciones favorables a su de-
sarrollo, en 1981 se crea el Instituto de Ciencia Política en la Universidad
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8 Todos los cuadros se ubican al final del presente documento, en la sección de Anexo
(N. del E.).
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A manera de conclusión
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Bibliografía
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Una breve introducción histórica
Anexo
Cuadro 1
Revistas Asociación
Programas Programas Programas
País Académicas 2 2 2 de Ciencia
Licenciatura Maestría Doctorado
1 Política3
Argentina 12 33 27 15 Si
Bolivia 0 4 2 0 Si
Brasil 20 18 13 6 Si
Chile 16 11 16 1 Si
Colombia 9 15 6 0 Si
Costa Rica 3 1 1 1 No
Cuba 0 0 1.7 1 No
Ecuador 2 2 1 1 No
El Salvador 0 0 1 0 No
Guatemala 0 3 3 0 No
Honduras 0 0 1 0 No
México 26 43 9 4 Si
Panamá 0 0 0 0 Si
Perú 2 2 2.5 0 No
Puerto Rico 1 1 0 0 No
República
0 2 4 0 No
Dominicana
Uruguay 1 1.5 .75 0.5 Si
Venezuela 10 9 11 4 Si
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Cuadro 2
Revistas Latinoamericanas de Ciencia Política Indexadas
Cuadro 3
Asociaciones de politólogos en América Latina
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Una breve introducción histórica
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