Tema 3-1
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Tema 3-1
LA PRIMERA
VERDAD DE LA IGLESIA
TEMA 3 / PARTE 1
22 PROPUESTA FORMATIVA
PARA GRUPOS DE JÓVENES
1_ ORACIÓN INICIAL
Oración del Papa Francisco para el Jubileo de la Misericordia:
Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del Cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión por los que se encuentran
en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado,
amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,
a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
2_ MOTIVACIÓN
De la bula Misericordiae Vultus del Papa Francisco:
«La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evan-
gelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa
de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin
excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva
evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo
entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la
credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia.
Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las
personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
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La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón
y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la
Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parro-
quias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que
haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia».
Este año tenemos una meta, que es exigente. Llegar a Cracovia es una meta física, pero la
misericordia es la verdadera meta. Nuestro objetivo final es dejarnos abrazar por la miseri-
cordia de Dios y comprometernos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo
es con nosotros en Jesucristo.
a. Escuchamos
«En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo.
Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come
con ellos.
Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que
me toca de la fortuna.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano,
y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino
por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y
tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar
cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los
cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros
de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me
pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.
Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Su hijo
le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados: Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un
anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos
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PARA GRUPOS DE JÓVENES
un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo
hemos encontrado. Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la músi-
ca y el baile, y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó:
Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado
con salud.
El padre le dijo: Hijo tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrar-
te, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos
encontrado» (Lucas 15,1-32).
b. Meditamos
A continuación vas a encontrar unas pequeñas reflexiones con unas preguntas para
poder adentrarte aún más en el texto. Ve despacio, no hace falta que las recorras todas,
sino procura quedarte en aquello que más te llame la atención.
i. Encontramos una primera “salida en falso”. Un intento de salir de sí mismo que hace
el hijo pequeño. No es algo de lo que acusarle en principio. El deseo de salir está ins-
pirado por Dios. Pero este deseo le vuelve contra su propio padre, contra sus raíces,
contra todo lo que le rodea y, al final, contra sí mismo. ¿No era necesario “salir” para
ser feliz? ¿Pero “salir de dónde”? ¿Qué tipo de “salidas” me propone mi entorno? ¿Hay
alguna que de verdad me hace feliz?
ii. Ante esta “salida en falso” podemos ver una respuesta inútil. El hombre que le dio
trabajo a este chico no le resolvió nada. Le llevó hasta la más terrible humillación, porque
cuidaba cerdos (el animal “impuro” por excelencia para los judíos): sin embargo era tan
amarga su situación, que “tenía ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que
comían los cerdos”. Este chico tiene tanta hambre que ha perdido no sólo su condición
de “hijo” sino su “condición humana”. Parece que no es digno más que del alimento del
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animal “impuro”. Nadie le daba de comer. Nuestra respuesta al hambre de los hermanos
es muchas veces inútil también. Porque no hay un verdadero encuentro de corazón a
corazón. Faltan respuestas humanas a las preguntas del corazón. Nuestros problemas
verdaderos están más allá de lo práctico. No podemos dar a una pregunta “humana”
una respuesta “técnica”. ¿Qué respuestas he recibido en mi vida que de verdad me
hayan servido? ¿Qué respuestas he sido capaz de dar yo a otros? ¿Dónde residen los
mayores sufrimientos y los más graves interrogantes de la vida?
iii. El momento clave es “entrando en sí mismo”. El joven del que Jesús nos habla tuvo
un día, a una hora, un encuentro consigo mismo: “¿Qué haré? Iré a mi padre…” Esta
es otra salida. Pero esta va mejor encaminada. Es una salida desde su corazón. De
verdad que necesita del amor que le dio la vida. No se pone en marcha contra nada ni
contra nadie. Pero tampoco va a ir a ver a su padre para hacerle un favor a su padre.
Le necesita. Desea encontrar a su padre. Tiene un hambre distinta. Para ser quien tiene
que ser, para encontrar la “salida verdadera” debe partir del amor primero y principal
que conoce: el de su padre. ¿Y quién conoce ese amor hoy en día? Jesús habla del
amor que comparten Dios Padre y Él, pero ¿conozco yo ese amor? ¿Quién me lo ha
enseñado? ¿O quién me lo puede enseñar? ¿Alguna vez he buscado ser instrumento
de ese amor para alguien que lo necesitaba?
iv. En ese momento se produce la salida redentora del padre. No se pudo conformar
con haberle dado la vida, la identidad y la esperanza de tener un futuro. En ese mismo
momento se produce una nueva y definitiva “salida” del padre hacia su hijo pródigo.
Esta es la salida de Cristo por nosotros. Esta es la verdadera salida de hermano mayor
hacia el hermano necesitado. Jesús es el abrazo con el padre que Él mismo describe
en la parábola que nos ha contado. ¿Existe ese abrazo hoy en día? ¿Es Jesús también
hoy el “rostro de la misericordia”? ¿Dónde lo es? ¿y dónde más hace falta que lo sea?
¿Hoy, para mí, este abrazo es actual? ¿Lo añoro, lo espero, lo pido?
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vi. Éste epílogo de la parábola deja una pregunta abierta. La “no salida” del hijo mayor
produce una nueva “salida de amor” del padre. El hijo mayor se ha convertido en hijo
menor. La “no salida” se torna más grave y dolorosa que la “salida en falso”. Y el padre
le urge con firmeza y con ternura: “deberías alegrarte”. Afirma la belleza de su identi-
dad, de su vida, de su historia: “todo lo mío es tuyo; tú siempre estás conmigo”, pero
así también deja entrever la gran diferencia que hay entre padre e hijo. “Siempre estás
conmigo… pero no te alegras como yo… no te alegras conmigo”. ¿Cuándo hemos sen-
tido una alegría como esta? ¿Somos partícipes de la fiesta de la misericordia de Dios,
cuando alguien resucita cerca de nosotros, o reencuentra el camino perdido? ¿no nos
motiva esto a “salir” a buscar a nuestros hermanos y amigos?
c. Oramos
Debemos responder a Dios. Debemos tomar las riendas de nuestra vida, rescatada
de múltiples esclavitudes por su amor, y decirle cuál es nuestra respuesta. “Amor con
amor se paga”. Dialoguemos en silencio un tiempo con Él. Hablemos de la historia de
nuestra vida, de nuestra consciencia o inconsciencia. De nuestras “salidas”. ¿De qué
“salidas” nuestras estamos más orgullosos? ¿Y de cuáles estamos más avergonzados?
¿Por qué?
d. Contemplamos
El silencio pide más silencio. Mirar a Jesús nos exige en algún momento callar. Seguir
mirando su corazón abierto por amor a nosotros. Como si se tratara de una inmensa
presa que se resquebraja y está a punto de liberar miles y miles de metros cúbicos de
agua, así el corazón de Jesús está lleno de ternura, para perdonarte, de luz para orien-
tarte, de fuerza para levantarte. Deja que tu corazón lata al ritmo del suyo. Deja que tu
respiración se acompase con tu oración. Descansa en Cristo. Piensa en Cristo. Sonríele
y deja que te alumbre Él a ti con su sonrisa.
e. Actuamos
No te puedes ir de aquí sin despedirte bien de Él. Pídele especialmente ayuda para
mejorar en una o dos cosas. Anota en el móvil o en estas hojas aquello que más te ha
tocado de cuanto has compartido en tu conversación con Cristo. Puedes dedicarle
varios días a rezar sobre esto, pero no te conformes con “pensar sobre ello más veces”.
No se trata de pensar, sino de rezar y actuar. Puedes rezar sobre esto más días, con-
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versando con Cristo, y anotando nuevas luces que recibas de Él. ¿Hacia dónde apunta?
¿A quiénes debes abrirles el corazón? ¿Qué “salidas” debes desterrar de tu vida? ¿y
cuáles son más “urgentes?.
“Parece como si tuviera usted que llegar por caminos racionales hasta los confines de la
ratio [la razón] y, por tanto, hasta las puertas del misterio. Quizá pueda ayudarle en eso
Newman, aunque su punto de partida sea completamente distinto... Habrá quedado claro
que yo no le conté mi propio camino pensando que fuera el camino. Estoy firmemente
convencida de que hay tantos caminos a Roma como cabezas... y corazones. Quizá haya
dejado lo intelectual en mal lugar en la representación de mi camino. En los largos años
de preparación, seguro que influyó mucho. Pero conscientemente fue decisivo el suceder
real -no el ´sentimiento´- de la mano de la imagen concreta del cristianismo en testigos
elocuentes: Agustín, Francisco, Teresa. ¿Cómo describirle en pocas palabras el cuadro de
ese ´suceder real´? En un mundo infinito completamente nuevo que se abre al empezar a
vivir hacia dentro en lugar de hacia fuera. Todas las realidades con las que se tenía que ver
hasta el momento se hacen transparentes, y se hacen perceptibles las fuerzas que llevan y
mueven auténticamente. ¡Qué irrelevantes se ven los conflictos en los que se estaba metido
antes! ¡Y qué plenitud de vida, con dolores y dichas que el mundo terreno no conoce y no
puede concebir; abarca un solo día, aparentemente vacío, de la insignificante existencia
humana! Y qué raro se siente uno viviendo como una de ellas entre personas que sólo ven
la superficie, sin que noten ni se imaginen que uno lleva todo eso otro consigo. ¿Está pen-
sando ahora que estoy loca con estas cosas tan misteriosas? No lo tome a mal; si quiere,
volveré con mucho gusto a pisar el suelo de la ratio, en donde usted se siente más en casa.
No se me ha olvidado del todo cómo se usa, incluso la aprecio -con sus limitaciones- mu-
cho más que antes”
(carta a su amigo, el filósofo Roman Ingarden, del 8-noviembre-1927).
“No hace falta dar, en el curso de la vida, con una justificación de la experiencia religiosa.
Pero sí que hace falta decidirse por Dios o contra Él. Esto es lo que se nos exige: decidirnos
sin certificado de garantía. Esta es la gran osadía de la fe. El itinerario que va de la fe a la
visión, no al revés. Quien es demasiado orgulloso para pasar por esa portezuela no entra.
Pero el que pasa, consigue ya en esta vida una claridad cada vez mayor y experimenta lo
justificado del credo ut intelligam [creo para entender]. También yo creo que en esto hay
poco que hacer con construcciones o fantasías: donde se carece de experiencia propia
hay que atenerse al testimonio de homines religiosi [hombres religiosos]. Ahí sí que no hay
carencias. Para mi manera de sentir, los más impresionantes son los místicos españoles,
Teresa y Juan de la Cruz”
(carta del 20-noviembre-1927).
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