1anne Staples. Panorama Educativo
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Ensayos sobre historia de la educación en México
ANNE STAPLES
101
en algo la autoridad del maestro. También llamaba la atención por sus "in-
novaciones tecnológicas", una especie de telégrafo y las cajillas de arena que
eran útiles indispensables, y los movimientos militarizados al formar semi-
círculos y volverse a sentar, todo hecho con gran precisión.' El sistema fun-
cionaba con alumnos avanzados que instruían grupos pequei\os, primero en
una materia, luego en otra, según las aptitudes de cada nii\o. Permitía el
aprendizaje de lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana dentro del
mismo día escolar, en vez de tener que dominar una antes de pasar a la si-
guiente, como se hacía tradicionalmente.
Un grupo de los hombres más notables en el ámbito político y religioso
se asoció para formar la Compai\ía Lancasteriana. Esta Compai\ía, a su vez,
estableció corresponsales en las capitales de provincia, siempre con el encar-
go de fundar escuelas y vigilarlas. La Compai\ía logró ol;ganizarse y tener
suficiente fuerza política para convertirse en Dirección General de Instruc-
ción Primaria para toda la República, durante la presidencia de Santa Anna
en 1842, un verdadero tributo al esfuerzo que había hecho en pro de la edu-
cación. 8 No logró fundar, ni mantener en pie, el número de escuelas que
ambicionaba, pero el avance fue notable. Las escuelas se multiplicaron como
los primeros rebaños de ovejas traídos a la Nueva España después de la
conquista, que al encontrar vírgenes los pastizales, se extendieron a una ve-
locidad jamás vista. José María Luis Mora, al recordar esa primera época
después de la Independencia, decía que "la enseñanza primaria no se perfec-
cionó gran cosa, pero se difundió asombrosamente por toda la República" .9
Habría que aclarar, sin embargo, que las escuelas no se multiplicaron
de una manera pareja. Aquí tiene cabida la historia regional, puesto que no
se puede hablar de la República en términos generales. En el sureste de
México, los pocos establecimientos educativos existentes se encontraban bá-
sicamente en Mérida, Valladolid y Oaxaca. El número de escuelas de los
ayuntamientos aumentó muy lentamente y la enseñanza lancasteriana fue
adoptada en pocos lugares. El aislamiento, más los continuos problemas po-
líticos, relegaron definitivamente el asunto educativo a un segundo plano,
con pocas excepciones. La frontera norte compartía algunas de estas carac-
terísticas. Las enormes distancias y su poco desarrollo hicieron difícil la crea-
ción de instituciones educativas, en pueblos, villas y rancherías. En el centro
hubo mayor actividad escolar. Era allí donde los corresponsales de la Com-
pañía Lancasteriana prosperaron y donde los ayuntamientos y los maestros
particulares tuvieron un campo de acción más amplio. El estado de Guana-
juato es tal vez un buen ejemplo. Había disfrutado de una vida cultural acti-
va a finales de la colonia y este recuerdo estaba todavía vivo en la memoria
de sus ciudadanos más sobresalientes. Había, por otra parte, el mismo de-
7/bid, p. 232.
8Dublán y Lozano, 1876-1904, v. vr, pp. 310-312. Decreto 2451 de 26 de oct., 1842: "Se
establece una dirección general de instrucción primaria, que se confía a la Compallfa Lancas-
teriana".
9 Mora, 1963, p. 111.
JO AGEG, caja 1824, s.f. Agradezco a Tommy Sue Montgomery el haberme facilitado
fotocopias.
los vecinos, del bolsillo del alcalde (en el caso de Jerécuaro), del cura o del
derecho de plaza pagado por los puesteros al ayuntamiento. Las escuelas sos-
tenidas por obras pías estaban en quiebra. Por ejemplo, en León había una
escuela dotada con 300 pesos anuales por Carlos 111 que no recibía sus intere-
ses desde 1802 y obviamente nunca serían puestos al corriente.U La escuela
de Acámbaro, que todavía logró preparar 30 nifios para ~m lucido examen
público en 1822, declaraba encontrarse en la mayor miseria. Parece que el
gobierno le donó el valor de unas vidrieras, con lo que logró sobrevivir otro
poco. 12 El panorama general del estado era de pobreza, de atraso, de im-
posibilidad para levantar en ese momento los establecimientos escolares ne-
cesarios.
Esa tendencia siguió durante el resto de la década. De una población de
99 070 hombre solteros, que incluía todos los niños varones y jóvenes y 97 294
mujeres solteras, que incluía a las niñas, únicamente 128 eran estudiantes,
según la memoria estatal de 1826. 13 El siguiente año se tenía noticia de unas
38 escuelas de hombres y 8 de mujeres, aumento debido probablemente a
una mejor información, y no a un gran incremento de establecimientos. 14
Una característica de esos años es la rapidez con que abrían y cerraban las
escuelas. Los espectaculares aumentos a veces eran de muy poca duración,
como lo atestiguan las continuas noticias acerca del cierre de escuelas por
falta de fondos o de maestros.
Los informes provenientes del estado de Guanajuato son típicos de los
demás estados del centro, sobre todo en cuanto a sus quejas. El gobernador
Carlos Montes de Oca informaba en 1826 que había escuelas de primeras
letras en casi todos los 30 ayuntamientos de su jurisdicción, todas, salvo la
de la capital, bajo el antiguo sistema de aprender primero a deletrear, luego
a leer y, meses o años después, a escribir. u Los lamentos, tanto en Guana-
juato como en el resto del país, eran universales en cuanto al atraso de esas
escuelas. Se condolían del poco progreso de los alumnos, de la vergonzosa
ignorancia de los maestros y de lo perjudicial que resultaba todo el sistema
educativo, mientras no hubiera un verdadero compromiso de parte del go-
bierno por promover la educación con hechos y no solamente con buenos
deseos. 16 Reconocían la necesidad de uniformar los estudios, de preferen-
cia bajo el sistema lancasteriano, y de pagar decorosamente a maestros há-
biles. Las escuelas de estos primeros años recuerdan las rudimentarias del
porfiriato con su ilustrativo título de "peor es nada".
Guanajuato tuvo la misma dificultad que otros gobiernos estatales para
comunicarse con los ayuntamientos, bajo cuya responsabilidad estaba la es-
tructura educativa. El estado tenía, según su constitución, el deber de pro-
IIJdem.
12 AGNM, Instrucción Pública, v. 85, ff. 161, 163.
13 Memoria Guanajuato, 1826, cuadro 4.
14 Memoria Guanajuato, 1827, cuadro 2.
u Memoria Guanajuato, 1826, p. 7.
16 Memoria Guanajuato, 1827, pp. 16-17.
17 /bid., cuadro 3.
18 AGNM, Instrucción Pública, v. 82 3/4, f. 58.
19 AGNM, Instrucción Pública, v. 82 3/4, f. 21.
20 AGNM, Instrucción Pública, v. 82 3/4, f. 19.
21 AGNM, Instrucción Pública, v. 82 3/4, ff. 29, 30, 32.
22 AGNM, Instrucción Pública, v. 82 3/4, ff. 45, 46.
23 AGNM, Instrucción Pública, v. 82 3/4, f. 33.
30 AGNM, Instrucción Pública, v. 85, ff. 257, 258, 267; v. 32, ff. 95-100.
JI Memoria Puebla, 1849, cuadros 3, 10.
32 AGNM, lnstruc:c:ión Pública, v. 84, f. 226.
las escuelas de su entidad "se hallan mal servidas por personas legas y extra-
nas a los conocimientos" indispensables. "Ni las juntas de instrucción llenan
su cometido ni las pensiones se cobran, ni los establecimientos mejoran. " 33
Curiosamente algunos decretos y noticias llegaban en cosa de días a los
rincones más apartados de la República mientras otros, tal vez los molestos,
tardaban mucho. El decreto de 1842 que puso a la Compaftía Lancasteriana
al frente de la instrucción .pública tardó un afio en ser publicado en Tamau-
lipas. Al querer establecer el gobernador la junta subdirectora, corresponsal
de la Compaftía, "tropezó no solamente con una falta absoluta de sujetos
propios sino con una tenaz resistencia de varios individuos que, o estaban
al tanto de los despilfarros hechos con los fondos destinados a la instruc-
ción, o no querían ponerse en choque con los que en otros tiempos tuvieron
complicidad en tales despilfarros". Esto fue especialmente cierto en Ciudad
Victoria. La educación había sufrido un sistemático desvío de sus fondos
a otros objetivos y el problema era "la notoria responsabilidad de personas
con influjo poco provechoso a los intereses públicos". Había que perseguir
a esta gente, la más poderosa de la comunidad, para restituir los fondos.
Los individuos que hubieran podido formar una junta menos comprometida,
o más honrada, eran "incapaces e ineptos" .34 El cuadro que se pintaba de
Tamaulipas era desolador; no había establecimientos educativos ni siquiera
mediocres en un territorio despoblado, aislado, árido y estéril de recursos.
El resultado de tal negligencia eran escuelas muy rudimentarias o escuelas
particulares. Para regresar al ejemplo de Sinaloa, donde el presidente Santa
Anna ponía y quitaba gobernadores a su antojo, y con tanta rapidez que
ninguno se daba fácilmente a la tarea de organizar las escuelas, éstas eran
atendidas por maestros "que no podían enseftar lo que ellos mismos no sa-
bían", según una crítica de la época. Cuando mucho, decía la misma fuente,
los niftos aprendían "a balbucir las palabras y escribir malamente sin reglas".
La única escuela funcional y la mejor organizada de la entidad era la soste-
nida por el obispo de la diócesis. 35
En Coahuila la educación primaria también estaba abandonada. El "fu-
nesto atraso, la completa paralización de los pocos establecimientos que hay' 1 ,
se debía al notable descuido de la junta de vigilancia instalada en Saltillo
a mediados de 1843. No se había levantado un padrón de escuelas, no sa-
bían cuántos escolapios había, ni con qué fondos contaban. 36 La legislatura
del estado decretó la creación de una escuela militar en Coahuila el 18 de
agosto de 1843 que hubiera facilitado la instrucción primaria, junto con las
artes marciales, pero parece no haber prosperado este intento. Como en otras
escuelas hubieran aprendido doctrina cristiana, urbanidad, honor (no men-
cionado como tal en otros currícula), lectura, escritura y aritmética en su
37 El observador judicial, v. IV, pp. 150-154. Decreto 18 ago., 1843. "Escuela Militar de
Coahuila".
38 Memoria Coahuila, 1874, p. 9.
39 Memoria Chihuahua, 1830, p. 9
40 /bid, cuadro l.
41 AGNM, Gobernación, paquete 1854, primera sección, s.f. Informe de Ángel Frías, 19
ago., 1854.
calculó que había 1 310 escuelas en toda la República con 59 744 alumnos. 44
Sin embargo otro documento de la época afirma que Baranda calculaba la
población total en un cuarto de millón de estudiantes, 4' aun así un número
increíblemente bajo para un país como el México del siglo pasado, con siete
millones de habitantes.
En resumidas cuentas, el desarrollar, manejar y vigilar de cerca el sistema
escolar requería una dedicación y un conocimiento más allá de las posibilida-
des reales del país. Juntas indolentes, compuestas por personas con motivos
mezquinos o ignorantes, y maestros analfabetos que buscaban únicamente
el escaso sueldo que se acostumbraba pagar fueron la nota sobresaliente en
esas primeras cinco décadas de independencia. Los pocos recursos no siem-
pre se destinaban al uso previsto. Hemos señalado (ver nota 26) cómo cada
rebelión distraía fondos; en Guanajuato con la conflagración de la Sierra
Gorda, 46 o el levantamiento de Guadalajara; las guerras de intervención
norteamericana y francesa y todos los pronunciamientos de la época. Había
problemas regionales que también obligaban el desvío de los fondos desti-
nados a educación, a veces por la extrema pobreza de ciertas zonas. En un
pueblo nombrado Palmar, del municipio de Tepeaca, Puebla, por ejemplo,
se perdió la totalidad de las cosechas durante dos años consecutivos y en
1840 quedaron limitados sus habitantes a comer huesos de algodón y semillas
de pirul. Sus escasos fondos municipales se tuvieron que dedicar por entero
a la compra de maíz. 47 Otro pueblo, ahora del Estado de México, padecía
tanta sed que destinó la mitad de sus fondos para escuelas, a la construcción
de una cañería. 48 Casos parecidos eran comunes. La recaudación de fondos
era aún más problemática que verlos utilizados correctamente. Los departa-
mentos tenían la obligación de cobrar un real mensual por familia para la
instrucción pública, pero únicamente en los lugares donde los fondos pro-
pios no alcanzaran. 49 Con el fin de evitar este nuevo impuesto, bastante im-
popular, informaban los gobiernos que las escuelas de sus entidades estaban
suficientemente dotadas y que era innecesaria la contribución. Desde luego
que esta actitud en nada mejoraba la calidad de la educación. Morelia, por
44 Memoria, 1844, cuadro s.n. "Estado que manifiestan las escuelas de primeras letras
sostenidas por los conventos de religiosos y número de discípulos que cada una ha tenido en
el ailo de 1843"; y cuadro s.n. "Resumen o estado general de la educación primaria en toda
la República, formado por el que remitió la Compailía Lancasteriana, y agregándose las noti-
cias que se tienen en el ministerio."
4:; Memoria comisión permanente, 1845. "Según los cálculos del Excmo. Sr. ministro de
Instrucción Pública, pueden llegar a S 000 las escuelas en la República; y a 250 000 los nii'tos
que en ellas se educan."
46 Lanuza, 1924, p. 154. " ... la situación se complicaba todavía más con la insurrec-
ción de los pueblos de la Sierra de Xichú, y esto hizo que el gobernador Arellano empleara
una considerable parte de los fondos de Instrucción Pública en material de guerra para combatir
a los alzados ... ".
47 AGNM, Instrucción Pública, v, 85, f. 118.
4 8 AGNM, Instrucción Pública, v, 85, ff. 189, 190.
49 Dublán y Lozano, 1876-1904, v. IV, p. 311. Artículo 9 del decreto 2451. (ver nola 8.)
ejemplo, alegó en 1845 que sus escuelas tenían más de diez aftos "de estar
bien sistematizadas y reglamentadas por disposiciones det antiguo estado,
conforme a los métodos de Bell y Lancaster" y no necesitaban de la contri-
bución. so Guanajuato, en la misma fecha, también consideró debidamente
organizadas y dotadas sus escuelas.s• Los lamentos se guardaban para otros
momentos políticamente más convenientes.
nar; deseaba colocarse en la capital o fuera de ella y afirmaba poder dar lec-
ciones de letra española o inglesa (dos de los estilos caligráficos) "y con la
más correcta ortografía" .54
Muchos maestros particulares ofrecían sus servicios mediante anuncios
de aviso en el periódico. Algunos hacían alarde de sus apellidos extranjeros
o de sus anteriores residencias. Un señor León de Pontelli, pintor de retra-
tos y profesor de delinear, sldecía recién llegado de París. 55 Otros con me-
nos pretensione& sólo mencionaban los estipendios moderados que cobra-
ban para subsistir. Algunos más, como el profesor Eduardo Turreau de
Linares, pretendían adecuar la enseñanza a la edad y a los conocimientos
previos de los niños. Todos tenían la ventaja de trabajar dentro de un siste-
ma pedagógico más abierto, más a su propio gusto y genio, al no formar
parte de una institución establecida. 56
En las casas señoriales los ayos se importaban. Los apellidos franceses
se apreciaban, pues venían de un país culto y católico. Pero los franceses
no tenían el monopolio. El ex conde de Regla trajo en 1832 un joven bachi-
ller graduado en Cambridge para instruir a sus hijos. Diez años después este
antiguo preceptor privado ofrecía clases al público, de siete idiomas moder-
nos y antiguos en el Colegio Francés. Lo recomendaban los notables del
momento, José María Tornel Mendivil, José Gómez de la Cortina, José
Urbano Fonseca, Luis Varela, José N. de Betancourt, G. Eguiarte, Pedro
Diez de Bonilla y B. Olmedo, casi todos los miembros de la Compañía Lan-
casteriana. 51
La historia de un joven francés, de la década de los treinta, reúne todos
los elementos característicos de esta clase de personajes de sus relaciones con
la sociedad mexicana. Su importancia no debe subestimarse pues desempe-
ñaba en esos años el papel que corresponde hoy en día a los colegios particu-
lares, y era la única alternativa al envío de los hijos al extranjero, práctica
conocida en la colonia y cada día más frecuente en el siglo x1x. 58 Fanny
Calderón de la Barca nos transmite la opinión de sus amistades de que el
mandar fuera a los hijos era la única forma de procurarles una cultura es-
merada, aunque todos lamentaban el tener que hacerlo. 59
Mathieu de Fossey, convencido de que ganarse la vida en Francia iba
a ser imposible, decidió venir a México a principios de 1830. Puso una escuela
escuela, 62 y en 1842 abrió otra para niftos de cuatro a doce aftos de edad,
donde aprendían a leer, escribir, contar, historia sagrada, doctrina cristiana,
moral, buenas costumbres, civilización y urbanidad, gramática castellana,
caligrafía, lógica, retórica y dibujo. 63 Desde 1827 sus alumnos daban demos-
traciones públicas en el Sagrario de la Iglesia Metropolitana. Hacían discur-
sos sobre la religión, la importancia de acostumbrarse desde los primeros
aftos a la virtud, a la piedad y al culto a Dios. También recitaban diálogos
sobre el Símbolo de los Apóstoles, el Padre Nuestro, sobre la inocencia, las
malas compaftías y los malos libros. 64 El aprender y retener en la memoria
y recitar largos trozos de texto era una parte importante de este tipo de edu-
cación y era común a todas las escuelas primarias de la época.
Los maestros mexicanos, disgustados con el éxito o con las falsas pro-
mesas de los extranjeros que llegaban a dar clase y cobraban lo que querían,
protestaron ante el ayuntamiento de la ciudad de México en 1832 por medio
de Agustín Buenrostro. No recomendó este experimentado maestro que se
limitara el trabajo de los extranjeros porque incluso la ayuda de los hombres
y mujeres apenas alfabetizados era necesaria para sacar de su ignorancia a
los niftos de la gran urbe. Denunció más bien su presencia en suelo mexicano
como uno de los múltiples problemas que la República tendría que resolver.
"Los extranjeros han planteado sus academias de escritura, recogiendo mu-
chos de ellos el fruto de la semilla cultivada por los mexicanos, quienes ven
correr presurosos a sus paisanos en pos de las quince o treinta lecciones ...
Por la apatía de algunos comisionados, hemos visto establecerse a cuantos
han querido; puestos sus carteles; abiertos pupilajes y repartiendo impresos
pomposos con grandes ofrecimientos, que causan irrisión y deprimen al ver-
dadero mérito", con lo que Buenrostro se refería, desde luego, al mérito de
los maestros mexicanos. 65 Quince aftos depués el ministro José María La-
fragua recomendó el mismo cuidado: en los establecimientos particulares de
instrucción "se han introducido en gran parte la charlatanería de algunos
aventureros, que con el cebo de la ganancia prometen cosas irrealizables".
Lamentaba que "aventureros que no tienen de qué vivir, se hagan directores
de la inocencia". 66 Sin embargo, como no hubo un esfuerzo sostenido y
productivo por preparar y mejorar la vida material de los maestros mexica-
nos, los extranjeros siguieron gozando de gran fama y de los mejores sueldos:
En los documentos de la época abundan las denuncias en contra de los
maestros intolerablemente malos. Uno, que suscitó reproches violentos, fue
el maestro titulado de una escuela lancasteriana de Oaxaca, Gumersindo Mar-
tínez. El visitador, Luis Fernández del Campo, lo calificó de inútil, de tener
79 Siglo XIX, 23, mar., 1842. Las cuentas de la Escuela Nacional de Agricultura mencio-
nan que el 16 de julio de 1857 "no hubo suficiente pan para la comida", no se sabe si por des-
cuido, escasez de pan o por falta de dinero. BINAH, vol. 275 s.f.
80 Siglo XIX, 1, abr., 1842.
81 Idem., 1, abr., 1842. El calendario escolar se cambiaba con cierta frecuencia. En 1854
se decretó que el afio escolar corriera desde el primero de enero hasta el 15 de noviembre, con
el fin de evitar ese tipo de conflicto con las festividades de fin de afio. AGNM, Instrucción
Pública, v. 65, f. 62. Este asunto de los días de asueto fue otro de los muchos pleitos de José
Maria Luis Mora. Decía "de los 365 días del afio, en vacaciones, asueto, asistencias a fiestas
o funciones religiosas, actos literarios, procesiones o entierros, se empleaban más de 200 días
al afio". Mora, 1949, pp. 85, 86. Guadalupe Victoria procuró reducir las vacaciones a jueves
y viernes santos, Corpus Christi, y el 12 de diciembre, además de las festividades civiles del
16 de septiembre, 4 de octubre y 5 de febrero.
Muchas otras instituciones intentaron resolver el problema al incorporar a sus reglamen-
tos internos los días de descanso. En 1851, el reglamento de la Universidad de Mérida, en su
artículo 19, especificaba que el afio escolar correría desde el 19 de oct., hasta el 1 de sept., del
siguiente afio y que no habría más días de asueto que domingos y fiestas dobles, semana y me-
dia entre 25 de dic. y 1 ene., los dos días de Carnestolendas y los tres últimos de Semana Santa.
AGNM, Instrucción Pública, v. 88, f. 103. El prospectus del Instituto de Educación Comercial
y Preparatoria, en 1853, anunció que "considerando cuán perjudicial es para los progresos de
la niflez la costumbre de las vacaciones, he resuelto (el director) no darles en ninguna época
del afio". Ordóflez, 1945, v. 1, p. 78.
a las futuras madres del país se consideraba indispensable. Los políticos más
progresistas tenían como meta preparar a la mujer "para educar a sus hijos,
ser compafiera del marido, no aburrirse en tertulias cuando hablan de cosas
serias, y saber conservar o agrandar la fortuna del marido". Esto siempre
y cuando comprendiera en primer lugar que, por muy racional e inteligente
que fuera, su talento siempre era menor, por definición, que el de los hom-
bres. Debido a esta innata inferioridad, los hombres nunca tendrían que temer
su competencia porque:
la observación, igualmente que la experiencia, prueban claramente que nunca
en ninguna carrera abierta al talento las mujeres igualarán a los hombres. Como
su constitución es tan débil, las vivas emociones que excitan en ellas sentimien-
tos diferentes por su naturaleza, hace su espíritu tan dependiente de su corazón,
que no pueden tener esta "atención continua" que llama Buffón el "genio". Dios
sabiament-e se las ha negado cuando su objeto al crearlas ha sido el que sean
compafteras del hombre y eduquen a sus hijos. 82
Vencido con esta lógica el peligro que representaba educar a las nifias,
se procuraba fundar el mayor número posible de escuelas. Inlcuso hubo un
débil intento por abrirles las puertas de las escuelas superiores, siempre con
el fin de beneficiar a los hombres con la presencia de mujeres más cultas
y mejor preparadas para el papel que deberían desempefiar. Proporcionar
a las nifias el entrenamiento necesario para alcanzar este grado de madurez
requería más que clases de música, baile o bordado. Habría que evitar, decía
un temerario articulista, los perniciosos errores del pasado y no considerar
como único fin de la mujer su función reproductora. 83
Si las mujeres eran educadas para ser ante todo madres de familia, algu-
nas se especializaban en ayudarlas durante su alumbramiento. En 1842 se
decretó que las parteras podrían presentarse a examen en las escuelas de
medicina, aun sin haber cursado las materias de obstetricia, para obtener
su título. Después de cierto plazo, se les exigiría aprobar por lo menos dos
cursos aparte del examen, que se llevaba a cabo en espafiol. 84 Esta circuns-
tancia es importante pues mientras los libros de texto y los exámenes fueran
en latín, se dificultaba sobremanera la difusión de estos conocimientos entre
el pueblo y también entre muchos aspirantes a la carrera de medicina. Hasta
donde sabemos, sólo los títulos de partera y de maestra de primeras letras
eran accesibles a las mujeres de la época.
cas, cuyo mayor o menor número dependían de las. bondades del erario. Siem-
pre se procuraba dotar primero a los muchachos, pues su instrucción tenía
prioridad tanto dentro de la familia como dentro de las miras del gobierno.
Sólo cuando alcanzaba el dinero, se abría un establecimiento para niftas. Salvo
en lugares muy apartados, se llevaba a cabo una rigurosa segregación de los
sexos en los planteles, y si compartían el mismo edificio, cada uno tenía su
propia puerta de entrada. Las "amigas" tenían prohibido recibir niftos pe-
queftos, aunque de hecho lo hacían. 87 Ninguna escuela de educación supe-
rior, hasta la década de los aftos cincuenta, admitía niftas, por lo que la única
posibilidad para continuar los estudios eran los maestros particulares.
Los ayuntamientos sostenían algunas escuelas y la iglesia otras. Alrede-
dor de 1830 había un total de 58 conventos de monjas en la República. Si
se hubiera obedecido la real cédula de 1817 (o las anteriores sobre el mismo
tema) cada convento habría tenido una escuela pública y gratuita. De he-
cho, en Puebla sólo cinco conventos tenían escuelas: Jesús María, San José
de Gracia, las Vírgenes, Nuestra Seftora de Guadalupe y la Enseftanza de
Nuestra Seftora de los Gozos; en ellas recibían instrucción apenas unas 122
niftas, algunas de gracia y otras pensionistas. 88 Guadalajara tenía dos escue-
las conventuales a las que se agregaban otras seis públicas para niftas, ane-
xas a otros establecimientos eclesiásticos. 89 El arzobispado de México, a
pesar de su enorme extensión territorial, sólo contaba con tres, con una asis-
tencia diaria de más de mil niftas. 90 La más emprendedora y de mayor éxito
era la Nueva Enseftanza, cuyas profesas destinaban casi todos sus recursos
a la escuela. Ofrecían lecciones gratuitas para "leer, escribir, coser lienzo
fino, bordar y otras curiosidades mujeriles, juntamente con los principios
esenciales de nuestra santa religión, de doctrina cristiana y de sana moral".
El convento fue fundado para educar niftas indígenas; poco después de la
Independencia recibía niftas pobres, sin distinción de raza. Encaminaba a
sus pupilas a ser madres de familia o domésticas cristianas. El convento
buscó el subsidio del gobierno para entrenar "las sirvientas útiles que tanto
escasean en las casas para los oficios de cocina, lavado de ropa y aseo de
recámaras" .91 En suma se puede afirmar que existían pocas oportunidades
educativas para las muchachas y ni la iglesia ni los gobiernos nacional y re-
gionales cumplieron su obligación educativa. Esta falta de instrucción for-
mal fue comentada por más de un viajero. Salvo el misal, las mujeres no
leían. Pocas veces seguían en la "amiga" cumplidos los diez aftos de edad
y a los catorce terminaban hasta sus clases de bordado y de música. A partir
de esa edad sus obligaciones se reducían a "comulgar regularmente, asistir
a la iglesia, bordar y cantar un poco" .92 Aunque supieran leer, no lo ha-
cían y cuando escribían era con faltas de ortografía. A medida que avanza-
ba el siglo, se cerraban los horizontes. Durante el imperio, al importar el
modelo francés de escuela conventual, se pensó que no hacía falta ninguna
educación humanista o literaria, lo importante eran los buenos consejos y
los modelos virtuosos. "La instrucción debe ser exclusivamente moral y re-
ligiosa ... la práctica de la abnegación y los sacrificios personales, así como
fortificar los instintos de bondad y combatir los vicios." Algunos propagan-
distas insistían en que la mujer no necesitaba ciencia, la virtud no residía
en sus secretos, "ni en el fárrago de una erudición tan indigesta como inú-
til".
Por el contrario, el conocimiento era peligroso, pues transformaba su
modestia natural en "desenvoltura y orgullo". Podía perder la habilidad de
sonrojarse y "la niña que no siente matizadas sus mejillas por el pudor, da
indicios de costumbres ásperas y duras y de malas inclinaciones" .93 En toda
la provincia mexicana las condiciones de vida eran duras, y tal vez más que
en ninguna otra en la frontera norte, donde se recrudecieron, precisamente
en estos años, los ataques de los indios bárbaros. Aislados, en un clima hos-
til, en constante peligro de ataques en los que había que manejar armas para
salvar la propia vida, se procuraba educar a las niñas como si fueran a pasar
la vida enclaustradas y sin ningún sobresalto. Pocas veces un modelo educa-
tivo ha sido tan poco adecuado al ambiente y ha fomentado maneras de ser
tan contradictorias a la realidad.
No sabemos a ciencia cierta qué tan difundida estaba la cultura formal
entre la población femenina, sobre todo en provincia. Los datos disponibles
están dispersos, pero testifican que el número de niñas con cierta prepara-
ción académica era mucho menor que el de niños. Un informe redactado
23 años después de erigir a Guerrero en estado, señalaba que en poblaciones
pequeñas donde apenas tres o cuatro individuos sabían leer y escribir, ningu-
no de ellos era mujer, pero en lugares más poblados, el municipio de Huitzuco
por ejemplo, de 4 230 habitantes, 227 hombres y 27 mujeres eran alfabetos.
Taxco, con 11 143 habitantes, tenía 477 hombres y 85 mujeres instruidos en
las primeras letras. Iguala, más chico, con 5 535 habitantes, sólo contaba
con 137 hombres y 6 mujeres que decían saber leer y escribir. Esta cifra ex-
cesivamente baja, aseguraba el informe, era errónea. En todo el distrito 'de
Hidalgo, estado de Guerrero, que comprendía seis municipios, menos del
diez por ciento de los poquísimos que sabían leer y escribir eran mujeres. 94
No sabemos si esta proporción era privativa de una zona muy poco desarro-
llada o general con respecto a toda la República, pero sí es evidente que al-
gunas mujeres estaban relacionadas con los establecimientos educativos. A,ño
con año, un número cada vez mayor dedicaba su vida a la enseñanza y para
ellas esta carrera se consideraba un medio honorable de sostenerse. Posi-
blemente algunas de estas mujeres hubieran entrado a la vida religiosa en
93 Gazeta de Monterrey, 6, may., 1866 en Ordóflez, 1942, v. 1, pp. 118, 120, 121.
94 Memoria Guerrero, 1872, pp. 85, 93.
otros tiempos; en el siglo XIX, la docencia era una alternativa más acorde
con los tiempos. 95
V. LA CULTURA UNIVERSITARIA
95 Algunas niñas se graduaron del Liceo de Niñas de Guadalajara, por ejemplo, con sus
títulos de preceptoras. Las seis más aplicadas recibieron sus títulos en 1865. Exámenes, 1866,
p. 29 en AGNM, Biblioteca, Col. Mise. 210.
96 Anna, 1978, pp. 84, 85.
Monterrey y Puebla cobraban 120, Yucatán 125 (aunque en 1844 decía aceptar
hasta 85, debido a los problemas económicos de la península), Guadalajara
140 y el seminario de México 145, siendo el más caro. Esta diversidad en
el monto de la colegiatura puede reflejar diferencias en el costo de la vida
en distintas regiones del país. De los demás, no se tenían noticias al tiempo
de hacer las estadísticas de 1844. 97 Sabemos que el nuevo seminario estable-
cido en Culiacán fue mal acogido y terminó por cerrar sus puertas al poco
tiempo. Se estableció formalmente en 1837 y se abrió a principios de octu-
bre de 1838. Ese día, sólo se presentaron tres colegiales y un capense. Más
adelante estudiaban ahí 31 colegiales y 15 capenses; todos aprobaron el curso
de latín, materia bastante exótica para esas áridas regiones. El examen pú-
blico, poco usual en el norte, atrajo como espectadores, según la usanza de
la época, al gobernador del departamento, a las autoridades y a los princi-
pales vecinos. 98 Tales exámenes siempre gozaban de una nutrida asistencia
en una sociedad huérfana de diversiones.
Una década más tarde se intentó establecer un seminario en Colima. El
intento no fue bien recibido pues "nació en medio de contradicciones y bur-
las ... " y la sociedad ridiculizó al rector y sus labores docentes. Se decía
que tal obra era inútil; que sus maestros eran incompetentes; que era un pre-
texto para aprovechar una herencia y "algunos pretendieron exigir su clau-
sura porque sería en Colima un centro de fanatismo". ¿Qué problemas no
habría que el ayuntamiento y el cura parroquial estuvieron de acuerdo en
cerrarlo? No hubo necesidad, pues ningún padre de familia inscribió a su
hijo y la obra cayó por su propio peso. 99 Una segunda fundación al año
siguiente no corrió con mejor suerte. Cuarenta alumnos se presentaron, pero
el edificio donde se hospedaban quedó reducido a escombros por un temblor
que hubo ese mismo año. A partir de 1849 empezó una vida más constante,
hasta sufrir las consecuencias de la guerra de Reforma y perder todos sus
bienes. 100
Un punto en el cual había que insistir es la semejanza de vida entre los
seminarios conciliares, institutos, colegios y universidades. Los internados
de estos establecimientos se parecían mucho; con todo y el intento por se-
cularizar algunos aspectos de la vida pública, las devociones particulares
seguían siendo factor de primerísima importancia en la formación moral de
los jóvenes y de la sociedad en general. No se concebía aún que hubiera un
estudiante, ni ninguna persona de sociedad, privada de la benéfica práctica
de las devociones, misas y comuniones frecuentes. A nivel de educación pri-
maria, la recitación del catecismo religioso de Ripalda no sólo era sancionada
por la costumbre, sino impuesta por ley so pena de clausurar cualquier es-
cuela en la que no se dedicara por lo menos una media hora al iniciarse las
97 Memoria, 1845, "cuadro estadístico de los colegios nacionales de la República Mexi-
cana en el primer semestre de 1844".
98 AGNM, Instrucción Pública, v. 82 1/4, f. 259.
99 Brambilia, 1966, pp. 25, 26.
100 /bid., p. 27.
clases y otra media hora por las tardes a aprender de memoria este catecis-
mo y, de ser posible, también el de Fleuri sobre la historia de la lglesia. 101
Durante toda la primera mitad del siglo XIX la educación primaria manejada
por el Estado, el clero secular o por cualquier otra corporación, seglar o ecle-
siástica, daba enseftanza religiosa. Lo mismo sucedía a nivel de estudios supe-
riores. En 1844 se hizo un intento, con resultados mixtos, de reunir una infor-
mación fidedigna sobre la enseftanza impartida en todos los colegios. Durante
la segunda presidencia de Santa Anna, se agrupó a todos los colegios, uni-
versidades e institutos literarios bajo la denominación de colegios naciona-
les, y en todos se daba instrucción religiosa a los alumnos. 102 No había ni
siquiera un asomo de lo que llamaríamos educación laica. Era unánime el
acuerdo de proveer al alumno de sólidas bases morales y sobre todo de habi-
tuarlo a las prácticas religiosas. En el Colegio de San Ildefonso de México
los alumnos aprendían los catecismos de Ripalda y de Fleuri y algunas veces
hacían uso del de Pouget. Pocas veces se menciona éste de Pouget entre los
libros de texto, pero tenía en común con todos los demás su presentación
en forma de catecismo, tan adaptado a la mentalidad de la época. En asun-
tos de religión lo importante era aprender los textos de memoria, y la forma
de hacerlo más fácilmente era por medio de una serie de preguntas y res-
puestas. En el Colegio de San Juan de Letrán en la capital, al cuarto para
las siete de la maftana los niftos concurrían a la capilla para las oraciones
de rigor y la lectura de la Instrucción de la juventud. Este recogimiento no
duraba arriba de quince minutos, pero por la noche se hacía la lectura del
día correspondiente del Alfo cristiano y diariamente oían misa. Una vez al
mes comulgaban todos. Los de San Gregorio oían misa diariamente, comul-
gaban una vez al mes (esto era regla general en todos los colegios), y llevaban
cátedras sabatinas de religión. Todos los colegios tenían algún acto religioso
por la noche, frecuentes funciones de iglesia y explicaciones diarias del cate-
cismo o de las Escrituras, hasta en los que tenían más tintes liberales, como
el Instituto Literario de Zacatecas. 103 El de Querétaro, antiguo colegio je-
suita, conservaba incluso después de las leyes de Reforma su marcado sabor
clerical·. Los alumnos de leyes y los teólogos, antes de entrar a cátedra reci-
taban y explicaban un versículo bíblico. Todas las noches el rector o el maestro
de aposento, que vigilaba los dormitorios, explicaba alguno de los misterios
de la fe. 104 La lista de ejercicios piadosos resulta parecida en los seminarios
conciliares. El catecismo de Ripalda es común en todos. En Chiapas leían
el Tratado de piedad cristiana de Gobinet; en Guadalajara, había cátedras
de religión, ejercicios espirituales y frecuentes pláticas sobre la Biblia. En
el seminario de México, media hora de prédicas espirituales seguían a la misa
dominguera y había lecciones diarias en el refectorio y en los dormitorios.
101 Dublán y Lozano, 1876-1904, v. IV, pp. 351, 3S2 citado en Vázquez, 1975, p. 48.
102Jbid., V. IV, p. 630.
I03 Memoria, 184S, "cuadro estadístico de los colegios nacionales de la República en 1844".
104 De la Isla, 1963, p. 2S.
lOS Memorias, 184S, "cuadro estadístico de los seminarios conciliares de la República Me-
xicana, en el primer semestre de ... 1844".
106 El Te/qrrqo, 27, jun., 1833, "Parte no oficial. Interior, estado de Oaxaca".
tiJ7 Herrejón, 1978, p. 26.
las letras y la literatura sino todo lo que cabía dentro del campo humanista,
todo lo relativo al conocimiento humano y divino. 108 Se intentaba ofrecer
un panorama más amplio del saber contemporáneo que el repetido tradi-
cionalmente en los seminarios conciliares, universidades y colegios mayores,
cuyas directrices habían salido hace trescientos años del Concilio de Trento.
Este deseo de crear un nuevo tipo de educación superior se manifestó
tímidamente. Un examen de los libros de texto de los seminarios, colegios,
universidades e institutos no nos revela una diferencia radical en cuanto a
su contenido. Un mayor acercamiento a las últimas novedades de cada curso,
sobre todo en materias como la física, dependía de lo bien informado y de
los gustos personales de cada catedrático.
Tanto en los seminarios como en los colegios se encuentran ejemplos
de buenos o de anticuados textos. Sería aventurado etiquetar como retrógrada
o de nivel bajo la enseñanza de los seminarios. El de Michoacán, dirigido
por el culto Clemente de Jesús Munguía, era tal vez el mejor establecimiento
de educación superior humanista en su momento. Es obvio el esfuerzo por
parte de los institutos y colegios por hacer más accesible la educación superior,
gracias a cátedras en lengua vernácula y a la eliminación de cursos propios
para la carrera sacerdotal, como teología escolástica y moral, sustituidos por
matemáticas o cursos generales de filosofía.
El asunto del latín es importante. Parece que todos los cursos ofrecidos
en los seminarios conciliares, salvo los de derecho patrio, matemáticas, y
la lengua y gramática castellanas, se llevaban en latín hasta bien entrado el
siglo xx. Ser latinista seguía siendo requisito para poder cursar las otras
materias. En cambio, los colegios e institutos enseñaban latín durante un
año o dos, pero todos los cursos se llevaban en español. Una de las muchas
preocupaciones de las personas encargadas de la educación era la enseñanza
del latín. Sin haber perdido su prestigio como instrumento indispensable
para cualquier persona culta, tenía cada vez menos atractivo para los jóvenes.
A medida que la vida se secularizaba, disminuía la necesidad del latín, y puesto
que menos muchachos se dedicaban a la vida religiosa, el número de los que
lo dominaban se reducía. También es de notar que los escritos legales y los
cursos y textos universitarios ya estaban casi todos en lengua castellana, aun-
que seguía siendo obligatorio aprender los rudimentos del latín en todos los
colegios. Los textos conocidos por el nombre de su autor y consagrados por
años de uso, eran el Antonio de Nebrija y el Juan de Iriarte. En 1843 una
comisión los revisó junto con otros libros de texto y los encontró totalmente
inadecuados. El Nebrija tenía la enorme desventaja, según el criterio de la
época, de enseñar el latín con un texto escrito en el mismo idioma, de modo
que había que poderlo leer antes de empezar su estudio. La comisión consi-
deró que esto hacía la enseñanza "necesariamente oscura y enredosa". El
lriarte no salía mejor librado pues estaba escrito en verso; para hacerlo rimar,
el autor había embrollado las reglas gramaticales con lo que resultaban más
108Jdem.
gramática latina gratis, fue atacado con el argumento de que el latín no ayu-
daba a progresar a las naciones y era mejor algún idioma vivo. De todas
maneras se estableció la cátedra de latín en 1827. 113 En Chiapas se produjo
la misma queja; resultaba una pérdida de tiempo estudiar "su gramática
cuando no saben la propia, en reglas que no entienden y con un mal método
de enseñanza" .1 14 Muchos articulistas de los periódicos mencionan este mis-
mo tema. Los menos propugnaban por eliminarlo. Ignacio Ramírez pedía
retirarlo totalmente, por no ser indispensable. 115 Todos notaban su decaden-
cia y la necesidad de reformar su enseñanza; Sin embargo, poco se hizo y
los colegios siguieron con el Nebrija o el Iriarte durante todo el periodo.
El tema de los libros de texto nos permite atisbar los adelantos científi-
cos y pedagógicos o la resistencia a ellos. De acuerdo con la costumbre de
la época de comparar a México con Europa, el atraso de aquél se juzgaba
de siglos. Por ejemplo, hacía tiempo que en Europa se enseñaba la filosofía
como una disciplina aparte de la lógica, la retórica y temas similares. En
México, al contrario, imperaba todavía la práctica medieval de agrupar bajo
su nombre prácticamente todo el saber: "Dios, e! hombre y el universo eran
el objeto de la filosofía". Abarcaban las ciencias morales y las exactas, es
decir, se enseñaba también física y matemáticas. Un aprendizaje superficial
era el obvio inconveniente de dar tal instrucción enciclopédica en un solo
curso, con un solo texto, aunque durara tres años. No obstante, tal sistema
siguió gozando de aceptación en los círculos intelectuales más avanzados.
Años atrás, cuando Carlos III ordenó que Las instituciones filosóficas de
Fran~ois Jacquier sirviera de texto para los cursos de filosofía en todos los
colegios de la Nueva España, se consideró como un adelanto. Comprendía,
aparte de temas filosóficos propiamente dichos, algo de aritmética, álgebra
y física y parecía romper con el viejo molde escolástico. 116 Alzate lo juzgó
"una ráfaga de luz que disipará las tinieblas que antes ofuscaban el juicio
de los jóvenes destinados a instruirse en la filosofía". Esta obra, junto con
una escrita en 1781 por Juan Benito de Gamarra y Dávalos, criollo mexicano
educado en Europa, fueron los dos primeros libros elementales de filosofía
moderna que hubo en la Nueva España. La Elemento de Gamarra fue bien
recibida por la Universidad y otros colegios de provincia como auxiliar en
la preparación de lecciones y exámenes, y difundió conocimientos más con-
temporáneos sobre las ciencias naturales. 117
Para la cuarta década del siglo x1x, el Jacquier, ya pasado de moda, era
usado en todos los colegios. En 1843 se consideró que dicho texto y los de
Altieri y de Benito Bails deberían ser desterrados de las aulas, puesto que
no tomaban en cuenta ningún descubrimiento ni avance de la ciencia desde
la fecha de su publicación y era insostenible seguir enseñando un conocí-
113 Castrejón Díaz, 1976, v. 11, p. 58.
!!4Jbid., p. 415.
liS Díaz y de Ovando, 1972, v. 11, p. 8.
116 Sánchez, 1931, p. 137.
m Miranda, 1962, p. 41.
miento con medio siglo de atraso. 118 El Jacquier resultaba ya tan anticuado
que los profesores lo complementaban con una selección de otros autores.
Llegó a formarse un manual impreso que los alumnos manejaban para repasar
sus clases antes de los exámenes. Para 1853 ya iba en su quinta edición. 119
Al discutir la Constitución mexicana de 1857 se pidió que el gobierno tuviera
la obligación de revisar los libros de texto para evitar "que una ciencia como
la física se enseñe por el Jacquier" . 120 A pesar de su mala fama, era el texto
oficial en muchos establecimientos, incluso de reciente creación. Se usaba
en el colegio de Saltillo, en el establecimiento literario de Córdoba, y en otras
venerables instituciones como San Gregorio, de la capital y el colegio de San
Ignacio y San Francisco Javier, de Querétaro. 121 En el seminario conciliar
de México se usaban ejemplares del Jacquier en latín, francés y español, y
los alumnos habían tenido la laudable costumbre de consultar otros autores
para la misma materia. En 1793, el arzobispo Manuel de Omaña y Sotomayor
cortó de raíz esta curiosidad intelectual &1 mandar "que no se permita a los
filósofos que estudien otros autores más que el Jacquier: pues aún los tres
años de filosofía son muy corto tiempo para instruirse en él, mucho menos
para estudiar en varios autores" .1 22
La media docena de autores usados comúnmente, casi todos anticuados
y de difícil comprensión, propiciaba el atraso en los estudios superiores, que
la centralización y la uniformidad buscaban evitar. Muchos textos eran pé-
simas traducciones de obras antiguas, defectuosas aun en su original. Había,
por ejemplo, el texto latino de metafísica de Bouvier que en los colegios e
institutos se explicaba en español. Se estudiaba en el seminario conciliar de
Guadalajara, en el de Morelia, en el de Durango, en el Colegio de San Juan
de Letrán en México, en San Gregorio, en el Guadalupe Josefino de San
Luis Potosí y en la Purísima Concepción de Guanajuato. Por mucho que
se esmeraran los estudiantes de estos pesados libros, es dudoso que lograran
una verdadera comprensión de las materias. Ellos mismos lo admitían, al
repetir esta cantaleta en que se mofaban de sí mismos.
Todo el Nebrija aprendimos
Jacquier, Altieri, o Goudin
¡Y aún dicen que ni el latín
ni la física sabemosf1 2l
Lo que era sin duda el mejor establecimiento científico del país, el Cole-
gio de Minería, dotado de cátedras técnicas, arrastraba el peso de los textos
ban Tamez preparó para su curso una Historia de la filosofía que se usó du-
rante más de 20 años, 126 y como este ejemplo podríamos dar un catálogo
de catecismos civiles, religiosos, políticos, historias, gramáticas, textos ma-
temáticos y técnicos, creados a lo largo del siglo. Algunos de los peores
escritos no llegaron a las escuelas gracias a la censura del ministro de Ins-
trucción Pública. Proliferaron tanto como los proyectos legislativos, que
también formaron y forman hoy en día amplias bibliotecas; el redactarlos
parece haber sido y sigue siendo una especie de pasatiempo nacional. En 1864
Joaquín Noriega pretendió que sus Lecciones morales y sociales, compues-
tas en verso, fueran obligatorias en todas las escuelas de primera enseñanza
del Segundo Imperio. 127 Su principal inconveniente era que estaba plagado
de errores de ortografía, prosodia y sintaxis. Estas fallas eran comunes hasta
en los documentos oficiales. José María Bassoco, encargado de revisar el
texto, recordaba que la misma acta de aceptación del imperio, hecha en Mi-
ramar, "un modelo de caligrafía y un ejemplo del grado de perfección a que
puede llegar el dibujo de la pluma", tenía errores de ortografía. Efectiva-
mente, la finalidad de las escuelas había sido siempre lograr una bella cali-
grafía, aunque el alumno no supiera en qué orden poner las letras.
Los libros de texto, de todos los tamaños y temas, eran de una variedad
que desconocemos hoy en día. Algunos eran eruditos, aun para la escuela
primaria, y otros, como los de Nuevo León, procuraban interesar al alumno
mediante dibujos y métodos visuales. El primer plan de instrucción pública
de este estado (1826) pedía el uso de estampas con explicaciones, sobre todo
para ayudar a aprender los principales sucesos históricos. Tal como los fa-
bricantes de cereales procesados hoy día, la legislatura quería animar al niño
a coleccionar las estampas, y que tuviera su propio juego cada escuela, sala
de sociedad, aula de labor, refectorio de casas de beneficencia, todos los es-
tablecimientos públicos, la sala del congreso estatal, hasta las cárceles. Es
el primer estado que se muestra preocupado por dotar a las escuelas de ma-
pas y globos terráqueos. Incluso se sugirió hacer un rompecabezas con un
mapa de México para que los niños lo armaran y aprendieran geografía. 128
Las imprentas locales desempeñaron un papel determinante en la multi-
plicación de libros de texto escritos por profesores de provincia. Algunas
estaban destinadas, a la vez, a facilitar las prácticas de los aprendices de li-
notipista. En Toluca los señores Orozco y Carrillo regalaron una imprenta
al Instituto Literario que en 1850 empezó a producir silabarios, gramáticas
castellanas, catecismos religiosos y aritmética para las escuelas públicas. 129
130 AGNM, Instrucción Pública, v. 84, ff. 49, 54, 61-65, 68, 70, 75. Heredia Correa con-
sideró que, la imprenta en Michoacán, hacia importantes trabajos desde los años treinta del
siglo pasado.
131 Siglo XIX, 1, ene., 1842.
logros y de sus fracasos. Es obvia la importancia que tenía el tema para los
gobernantes de una sociedad que aspiraba a ser nueva, pero que no lo era.
Luchaban contra la inestabilidad política y económica y contra la falta de
recursos humanos preparados para la tarea educativa. Y sin embargo, su vi-
sión de una sociedad que llenara mejor las necesidades humanas les llevó
a sentar las bases de lo que serían después los nuevos intentos de la República
Restaurada y del Porfiriato. Los frutos de sus esfuerzos se conocerían al for-
marse la sociedad moderna del siglo xx.
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