Unidad 3 - Buscón - Cabo Aseguinolaza
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Unidad 3 - Buscón - Cabo Aseguinolaza
si, por ejemplo, en la Francia del siglo XVII —donde tuvo una presencia
de primer orden— el Buscón fue modulado, por una parte, como una
aportación a la tradición del roman comique y, por otro, como apoyo a los
modos de representación de la delincuencia en la literatura de proyec-
ción popular1, en la España de la tercera década de ese mismo siglo la
obra de Quevedo se inserta en un medio muy afectado por la publica-
ción de los Guzmanes, claro, pero también de los Quijotes.
Conviene, en este sentido, recordar algunas cuestiones fundamenta-
les. La primera es que la prosa de las primeras décadas del seiscientos
está dominada por el experimentalismo y la innovación permanente. Es
una literatura proteica, muy receptiva a un entorno de ebullición y
emergencia constante de propuestas formales, y habría que decir que
también ideológicas. Pocas cosas menos concordantes entre sí, por
ejemplo, que los distintos relatos picarescos de la primera mitad del si-
glo, agrupados, por cierto, en torno a dos momentos cronológicos rela-
tivamente definidos: el lapso que va de 1599 a 1605 y el entorno del
año 1620. Probablemente lo que más llame la atención sea la extraordi-
naria ductibilidad de las formas y su propensión a la hibridación, a par-
tir muchas veces de tradiciones procedentes del siglo XVI, pero
redefinidas ahora en un contexto muy diferente. Es algo perceptible en
las múltiples facetas del diálogo o en las revisiones del elemento acaso
más identificado con la propia idea de ficción narrativa en sus orígenes
y desde luego con la gran mayoría de sus plasmaciones en la literatura
española de los siglos XVI y XVII: el viaje2. Y son aspectos que suelen
perderse de vista ante la predisposición homogeneizadora de la historia
literaria, que prima determinadas líneas de continuidad y subordina a
ellas lo demás.
En segundo lugar, debe tomarse nota de un fenómeno, conectado
con el anterior, que se produce con una intensidad peculiar en la España
de los tres primeros decenios del XVII, aunque sus raíces remiten evi-
dentemente al siglo anterior. A ello parece acogerse el denominado Ave-
llaneda en su prólogo, donde se apunta al trasfondo quinientista,
prolongado en el siglo siguiente, de continuaciones de la Celestina, de la
Diana o de la Arcadia, a las que podrían haberse añadido la del Lazarillo
o los distintos Amadises y su descendencia:
Sólo digo que nadie se espante de que salga de distinto autor esta segun-
da parte, pues no es nuevo proseguir una historia diferentes sujetos […] No
me murmure nadie de que se permitan impresiones de semejantes libros,
pues éste no enseña a ser deshonesto, sino a no ser loco; y, permitiéndose
tantas Celestinas, que ya andan madre y hija por las plazas, bien se puede per-
mitir por los campos un don Quijote y un Sancho Panza, a quienes jamás se
1
Para consideraciones muy significativas sobre el género de recepción del Buscón en
la Francia del siglo XVII, resultan de gran interés los trabajos de Chartier, 1992, así como
2002.
2
Ver al respecto el esclarecedor trabajo de Profeti, 1996.
les conoció vicio, antes bien, buenos deseos de desagraviar huérfanas y des-
hacer tuertos, etc.3.
Me refiero, como es evidente, a la proliferación de los llamados apó-
crifos, de las continuaciones alógrafas y, sobre todo, su inserción en un
juego extraordinariamente rico próximo a lo que Genette ha situado
bajo la advocación de la metalepsis, en cuyo marco creo que puede re-
sultar productivo insertar también algunas de las referencias intertex-
tuales más interesantes. Se trata, en efecto, de la transgresión de los
supuestos límites de la ficción narrativa por distintas vías.
En ciertos casos, la transgresión consiste en prolongar más allá de los
términos previstos inicialmente un determinado mundo ficcional. Otras
veces nos encontramos con la introducción como personaje del autor de
una determinada obra o del comentario en la ficción de otras ficciones.
También puede ser que se traiga a una obra un personaje de otra para
integrarlo en la acción narrativa o que, directamente, se proclame la vin-
culación familiar, más o menos estricta, de un cierto personaje con otro,
de una obra previa, que le sirve como referencia identificativa. Todo es-
to, y mucho más, sucede, insisto, con una intensidad muy particular, en
la prosa narrativa de los veinte primeros años del siglo XVII. A todos se
nos ocurren los ejemplos para cada caso: el Quijote y el Guzmán apócri-
fos, así como las respectivas segundas partes, La pícara Justina, el Guitón,
La hija de Celestina… Y es un fenómeno que no debería disociarse de la
facilidad y naturalidad tan llamativa con que fluye la corriente intertex-
tual —entre el préstamo y el plagio, la réplica y el aprovechamiento— de
unas obras a otras. Algo que sin duda depende directamente de una ló-
gica tipográfica y editorial específica, como las variantes y los ciclos, o
sus parodias, dependen de determinados círculos de difusión oral o co-
mo, en otro orden de cosas, los llamados spin-off de las actuales series
televisivas dependen de las características de un determinado mercado
audiovisual.
Y como última observación preliminar vale la pena recordar las con-
sideraciones de Anthony Close sobre la profunda revitalización y reno-
vación de lo cómico a partir sobre todo del Guzmán de 1599, asociadas
a la subida al trono de Felipe III4. Hay que recordar que con Felipe II la
Corte, independientemente de su localización, había dejado de funcio-
nar como centro literario, y que recobraría su importancia con su suce-
sor, especialmente tras el traslado definitivo a Madrid en 1606, cuando
la noción de Corte se vincula ya muy característicamente al desarrollo
de una literatura de referente urbano y protoburgués. Entonces adquie-
re sentido pleno, en efecto, el rótulo de «imperio de los signos» que, to-
mado de Roland Barthes, le aplica Jacques Beyrie, de modo paralelo a
la conversión de la Corte en un espacio discursivo característico, como
ha sabido ver Pedro Ruiz Pérez5. Destaca Close, en este mismo sentido,
3
Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo, ed. Gómez Canseco, pp. 197 y 201.
4
Close, 2007.
8
Cacho, 2003.
9
Todas las referencias al Buscón remiten a la siguiente edición: Quevedo, La vida del
Buscón, ed. Cabo Aseguinolaza, Barcelona, Crítica, 1993. Se indicará la página entre
paréntesis tras la cita.
10
Rodríguez Mansilla, 2004-2005. Sólo una nota adicional: frente a lo que sucede
con claridad en los preliminares de la princeps de los Sueños (Barcelona, 1627) o en los
Desvelos soñolientos (Zaragoza, 1627), que edita el propio Duport, en la edición zarago-
zana del Buscón nada apunta a que la obra hubiese circulado o fuese conocida previa-
mente a su publicación impresa.
dición crítica, con notable ascendiente, ha llevado a cerrar los ojos ante
la evidente localización de una parte decisiva de la acción en Madrid.
No es de extrañar, pues, que los defensores de una fecha temprana para
la obra hayan tenido, como en otros casos, serias dificultades para dar
cuenta de esta mención al rucio de la Mancha, y sobre todo de la Corte
en Madrid, lo que ha provocado toda una serie de explicaciones, algunas
de ellas innegablemente ingeniosas.
Lo cierto es que la referencia al Quijote parece fuera de duda, y no
sólo por la mención de la comarca manchega, sino, en especial, por el
empleo del término rucio como adjetivo sustantivado para referirse al ju-
mento. En efecto, como han mostrado Carlos Romero o Francisco Rico
en trabajos muy recientes11, el uso en la primera parte quijotesca del ad-
jetivo rucio, que se refiere al color grisáceo o entrecano del pelaje, como
denominación nominal para el asno de Sancho robado en Sierra More-
na —y no de cualquier asno o jumento en general— resulta muy llamati-
vo por lo inusual y específico y, sin duda, hubo de atraer la atención de
los lectores contemporáneos. De hecho, la referencia de Quevedo pare-
ce que se dirige en particular al pasaje añadido al capítulo XXX de la
primera parte en la edición revisada de 1605 para justificar la reapari-
ción del asno, en donde, junto al añadido anterior y complementario del
capítulo XXIII, se extrema la emotividad del escudero hacia su animal y
se reitera el apelativo de rucio para referirse a él. Allí, recordémoslo, se
hacía aparecer de nuevo a Ginés de Pasamonte, presentándolo el narra-
dor, antes de que Sancho lo pudiese identificar, como «un hombre ca-
ballero sobre un jumento», mientras que en el Buscón nos dice Pablos
que «iba caballero en el rucio de la Mancha». Ginés va disfrazado de gi-
tano, y, en efecto, el contraste entre la expresión ir caballero y la humil-
dad de la montura no es algo que pasase desapercibido en los textos de
la época, como de hecho se aprecia de inmediato en el propio Buscón a
través de los comentarios de don Toribio.
Las circunstancias en que esto sucede en el primer Quijote son algo
más que curiosas, y desde luego muy contadas (cinco ocasiones en to-
tal); pero lo de verdad relevante es que la forma de denominar Sancho
a su montura se hizo pronto popular, como lo muestra el uso generali-
zado de la forma rucio para llamar al asno de Sancho en el Quijote apó-
crifo de 1614 y también en la segunda parte cervantina de 1615. Este
es el contexto en el que adquiere sentido la sorprendente forma en que
Pablos denomina a su jumento. Y no estaría de más considerar a esta
luz otros episodios del Quijote de Avellaneda que presentan concomi-
tancias con ciertos pasajes del Buscón.
Por poner un ejemplo, otro caso que he podido documentar de va-
rios empleos de rucio siguiendo la pauta sustantivadora del Quijote —con
el sentido de burro, asno o jumento— se halla en boca de Coriolín, un gra-
cioso rústico, en la jornada segunda de la comedia de Tirso La mujer que
manda en casa, que remite, en opinión de su editora Dawn L. Smith, al
11
Véase Romero Muñoz, 2007. De forma paralela, Francisco Rico (en prensa).
12
Tirso de Molina, La mujer que manda en casa. Aunque no se considera esta comedia
en particular, para la intensa presencia del Quijote en Tirso, con algunas referencias inte-
resantes a su cronología, ver De Armas, 2007.
13
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, dir. F. Rico, vol. 2, p. 1160.
14
Quevedo, Un Heráclito cristiano, p. 526n. También Quevedo, Poesía varia, p. 127n.
cautivo (I, 42) o los que Sancho advierte que ha de ejecutar el propio
don Quijote (II, 7), que también, como Pablos, alberga «pensamientos
de caballero» o, más precisamente, «caballerescos» (II, 6)16. Sabida es la
ambigüedad de esta clase de expresiones en el Buscón y la importancia
que adquieren en el diseño de la trayectoria del personaje. Pero desde
luego interesa apreciar no sólo la pretensión social que entrañan, cosa
que ha solido hacer la crítica, sino que tal pretensión se presenta de
acuerdo con una pauta que contribuyó a crear el Quijote, entendido
como una obra en la que se mostraba un deseo social y estamental en
último término cómico.
Las huellas del Quijote en la literatura contemporánea son, por su-
puesto numerosas, y no siempre fáciles de percibir, entre otras cosas
porque sólo a veces el linaje quijotesco está hecho de referencias direc-
tas. En el Buscón creo que las hay, como también otras de carácter indi-
recto. Es decir, se reconoce en él la presencia, a mi juicio muy clara, de
textos del segundo decenio del XVII cuya vinculación con el Quijote re-
sulta obvia y que, en algún caso, contribuyen a acuñar la imagen cómica
a la que me acabo de referir.
Es revelador, en este sentido, que el episodio de Ostende —tan ma-
nido por quienes se han empeñado en datar tempranamente el Buscón—
no sea ni mucho menos exclusivo de la obra quevediana y de hecho for-
me parte de obras bien posteriores a los hechos históricos vinculados a
la plaza fuerte, como por ejemplo El criticón17, acreditando la pervivencia
literaria de la fama del sitio durante bastantes años y, de paso, que el
Buscón no ha de ser abordado necesariamente como si se tratase de un
relato noticiero. Puede ser también que las apariciones de Ostende en
la literatura del siglo XVII, sobre todo cuando se ponen en boca de sol-
dados más o menos fanfarrones, no sean ajenas entre sí. No es irrelevan-
te al caso que la mención al sitio de la plaza flamenca se atribuya al
personaje Antonio de Bracamonte en el Quijote apócrifo, de 1614, ya que
seguramente Quevedo apuntase a esta obra con propósito burlesco al
15
Real Academia Española, Banco de datos (corde) [en línea]. Corpus diacrónico del
español. <http://www.rae.es> [12 de enero de 2008]. En la primera parte del Guzmán
aparece pensamientos cuatro veces, incluida la dedicatoria a Francisco de Rojas; de ellas,
tres junto a adjetivos como bajos o viles y en asociación al nacimiento oscuro, con un
carácter defensivo y condenatorio. Y cinco veces en la segunda parte del Guzmán, tres en
un sentido general, pero una de las apariciones, bajos pensamientos, se vincula, como en la
primera parte, a la connotación de «humilde linaje» y otra remite a la fórmula altos pensa-
mientos, en boca de don Luis de Castro, que se los atribuye a sí mismo en el contexto de
un intercambio de relatos amorosos entre caballeros en la residencia del Embajador de
España. En el Guzmán apócrifo se insiste también en la asociación entre linaje oscuro,
vida libre y «viles pensamientos», del mismo modo que se señalan los «monstruosos pen-
samientos y bestiales pretensiones» del ambicioso. Luján de Sayavedra, Segunda parte de
la vida del pícaro Guzmán de Alfarache, pp. 127 y 475. En el Quijote la voz pensamientos, en
distintas acepciones, supera el centenar de ocurrencias entre las dos partes.
16
En las dos variantes de la expresión «pensamientos de caballero» / «pensamientos
caballerescos», el Buscón y la segunda parte del Quijote registran las únicas ocurrencias
anteriores a 1626 recogidas en el corde.
18
Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo, p. 412.
19
Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo, p. 411.
20
Últimamente Rosa Navarro ha considerado también este pasaje de Avellaneda,
pero para fijar una fecha ad quem del Buscón, suponiendo que hubo de ser el Quijote apó-
crifo el que tomó la referencia de Quevedo, y no al revés. De manera más detallada,
siguiendo parcialmente las observaciones de Luis Gómez Canseco en su edición, Alfonso
Martín Jiménez abunda en la misma línea, tratando de mostrar que Quevedo se habría
inspirado en diversos pasajes de la autobiografía manuscrita de Jerónimo de Pasamonte,
de modo que éste, embozado tras el seudónimo de Avellaneda, le habría replicado a tra-
vés de la figura de Bracamonte. Sin embargo, resulta mucho más plausible, a mi juicio,
aceptar una apropiación degradante del episodio de Bracamonte por parte del Buscón
que lo contrario, a no ser que se parta de la presuposición de que la obra de Quevedo ha
de ser anterior a su viaje a Italia. No se trataría, en efecto, de nada que deba sorprender
en quien lo hizo con otras muchas obras que definían el panorama de la ficción narrativa
de su época (Alemán, Martí, Cervantes o incluso Salas Barbadillo). Tampoco parece
verosímil que si el autor del apócrifo trató de desmentir a Quevedo, como sugieren
Navarro o Martín Jiménez, lo hiciese de manera tan implícita y empeñándose en repetir
lo que evidentemente resultaría ya ridículo a la luz del Buscón: Ostende, amago de mos-
trar los balazos, croquis, propuesta desatinada para el sitio… Ver Navarro Durán, 2006,
p. 205; y Martín Jiménez, 2008.
21
Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo, p. 403.
22
Le dice Sancho a don Quijote, mientras sostiene un guijarro con el que pretende
golpear a Bracamonte: «¿Cómo quiere que aprenda yo a vencer gigantes? Y aunque este
pícaro no lo es, bien sabe vuesa merced que en la barba del ruin se enseña el barbero»
(Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo, p. 405).
25
Millé y Giménez, 1918, p. 11.
26
Auñón era, en efecto, un señorío alcarreño conocido, como el muy próximo de
Uceda, por la acogida a moriscos granadinos a partir de 1570. El decreto de expulsión de
1609 excluía, por cierto, a los moriscos antiguos. Consúltese García López, 1992.
27
Salas Barbadillo, Obras, vol. 2, p. 93.
algún beneficio. Claro que, como otras veces, Quevedo exacerba el pro-
cedimiento: en lugar de un mercader, se trata en su caso de la mujer de
un carcelero, apellidada Moráez por si hubiese duda, el pretendido pa-
riente común no es siquiera de la Montaña sino de Auñón, y quien se
ofrece a servir de coartada es nada menos que Pablos. Eso sí, recién salido
del calabozo donde terminó su aprendizaje como caballero chanflón.
La obra de que se trata es El caballero puntual (1614, con aprobación
de 1613). Un título cervantino, por cierto: cuando don Quijote, tras su
derrota en duelo singular, accede a satisfacer lo que tuviese a bien man-
darle el caballero de la Blanca Luna, dice que «como no le pidiese cosa
que fuese en perjuicio de Dulcinea, todo lo demás cumpliría como ca-
ballero puntual y verdadero». Parece, en efecto, plausible que Salas to-
mase su título de este pasaje, en el que el protagonista cervantino
declara enfáticamente su presunta condición. Al fin y al cabo, el perso-
naje de Salas, un trasunto quijotesco en buena medida, aspira ridícula-
mente a pasar por caballero puntual y verdadero también, pero en su
caso en la Corte, tomando buena nota de que el caballero manchego ha-
bía evitado cuidadosamente hacer de Madrid escenario de sus andan-
zas28. El consejo que acabamos de recordar forma parte, no en vano, de
una correspondencia simulada entre nada menos que don Quijote —re-
bautizado como «el Caballero de las Aldeas»—, y el protagonista —ahora
denominado «Caballero aventurero de la Corte»—, en la que éste trata
de enseñarle al manchego, pretendido caballero rural y campestre, las
dificultades parangonables a las suyas que arrostra como no menos pre-
tendido caballero urbano. Monomanía frente a monomanía, ligadas a la
imputación de sendas imposturas; y todo un indicio de cómo era enten-
dido en determinados círculos contemporáneos el personaje cervantino.
Un poco después, y quizá a la altura de la composición del Buscón, en la
Guía y avisos de forasteros que vienen a la Corte (1620) se recogía la novela
de un labrador recién llegado a Madrid que es engañado por un falso
caballero, animando sus pretensiones de adquirir un estatus nobiliario,
que incluyen paseos en coche. Y dice el narrador que el caballero esta-
fador era un «segundo don Quijote», precisamente por sus «aventuras
soñadas»29. Lo mismo, esto es, que el personaje de Salas Barbadillo.
28
Canavaggio, 2006, pp. 79-81, comenta la recepción del Quijote por parte de Salas.
Añádase que Salas parece haber conocido la segunda parte antes de su publicación, y no
sólo por el título de su novela: en la respuesta de don Juan de Toledo al supuesto don
Quijote se alude al episodio de los leones de la segunda parte (Canavaggio, 2006, p. 86),
como ya notó Sánchez, 1926.
29
Liñán y Verdugo, 1980, p. 219. Nótese que en más de una ocasión se ha relacio-
nado esta obra con la figura de Alonso Remón, cuya faceta como dramaturgo es aludida
por Pablos de un modo ciertamente muy próximo a como lo hace Cervantes en su prólo-
go a las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (1615), esto es, en pasado y asociándola a
Lope de modo estrecho. Sobre las conexiones de Remón con la Guía, ver Fernández
Nieto, 1974, pp. 64 y ss.
33
Salas Barbadillo, Obras, vol. 2, p. 81.
34
Salas Barbadillo, Obras, vol. 2, p. 75.
Resulta significativo, en este sentido, que los ecos que ahora consi-
deramos se vinculan con una secuencia muy precisa, que va desde el ca-
pítulo II, 3 al III, 7, a la que generalmente se había prestado mucha
menos atención en cuanto a sus deudas intertextuales, frente a los capí-
tulos iniciales y finales de la obra. También parece pertinente, respecto
al sentido del fluir intertextual, que cada uno de los pasajes que hemos
ido viendo remita siempre a un intertexto precedente tan preciso como
revelador respecto al medio literario e ideológico en el que Quevedo si-
túa su narración, mientras que se hace imposible afirmar, en sentido
contrario, que el Buscón haya dejado una misma huella en varios textos
diferentes anteriores a la vuelta de Quevedo de Italia, algo que sería de
esperar en una obra a la que se le suele atribuir una circulación manus-
crita profusa desde 1604 o 1605.
A través de Avellaneda, Salas Barbadillo o Liñán y Verdugo, tendría-
mos un Buscón situado en la estela del Quijote y en diálogo, en concreto,
con la modalidad tan determinada de lo cómico que se aprecia en mu-
chos de estos autores que acusan recibo de la invención cervantina. Es
decir, la vinculación de lo cómico a la ejemplaridad moral y a la represen-
tación de la ficción social de determinados personajes gobernados por
una obsesión, en forma por ejemplo de «pensamientos de caballero».
Subyace en todo ello la dilogía de dos de los sentidos posibles de caba-
llero: ‘caballero andante’ y ‘miembro de la nobleza’. Esta dilogía, que per-
mite equiparar los ensueños caballerescos de don Quijote con la
impostura social del arribista urbano en la Corte, está en la base de la
obra de Salas. Y se confirma en otras muestras de la primera recepción
cervantina, como es el caso del Entremés famoso de los invencibles hechos de
don Quijote de la Mancha, compuesto por Francisco de Ávila después de
1615, en donde las veleidades caballerescas de don Quijote se asocian es-
trechamente a los tópicos sobre el mal caballero y las señas distintivas de
su comportamiento, también presentes en el Buscón. Así, a la pregunta del
ventero acerca de cuáles son las obligaciones del caballero, responde el
don Quijote entremesil que «a muchas cosas», aunque enseguida precisa
Sancho que, en realidad, sus compromisos se reducen «a no pagar jamás
lo que debiere, / a gastar, mal gastado, el mayorazgo; / a jugar, a putear,
a darse a vicios, / y no emplearse nunca en buenas obras»35.
Seguramente este es uno de los núcleos significativos del Buscón y
sus «pensamientos de caballero», aunque, por supuesto, la actitud de
Quevedo ante una línea narrativa que se venía consolidando desde años
antes no es acomodaticia y está dotada de la intensidad e inconformis-
mo que le son propios. De hecho, aun incidiendo sobre aspectos comu-
nes, la comicidad de Salas, mucho más burguesa, y la de Quevedo, de
mentalidad profundamente aristocrática, tienen un tono radicalmente
distinto. Pero hay elementos de primer orden en el Buscón que se expli-
can mucho mejor al situarlos bajo la perspectiva de la recepción del Qui-
jote por parte de la ficción de los primeros decenios del XVII en el
35
Ver Mata Induráin, 2007, p. 310.
ámbito del Madrid cortesano. Y, claro, eso nos llevaría a un Buscón pos-
terior a 1614 o 1615 y acaso también a la vuelta definitiva de Quevedo
tras sus años en Italia, en el entorno del cambio de reinado en 162136.
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36
Algunas otras consideraciones sobre la fecha del Buscón se pueden ver en la revi-
sión de mi edición de 1993 que está en prensa (Galaxia Gutenberg, Barcelona).