Madre de Lázaro

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Los «trabajos» de la madre de Lázaro (1554)

Enrique Rodríguez Cepeda

Cuando cuenta Lázaro su vida «y cuyo hijo fue» el protagonista de la famosa obrilla,
de no más años que ocho, habla de la muerte de su padre y, añade, que «mi viuda madre,
como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos», definiéndose
el mismo como «huérfano».
Pues, Antona Pérez tiene que cambiar de vida cuando queda viuda y tiene que
plantearse el sacar adelante a su hijo Lázaro, ahora huérfano. El cambio del pueblo a
la ciudad es necesario, y dramático para los dos, pero también es la solución más
verosímil para el difícil futuro de ambos. En la ciudad ella empieza una nueva vida,
«alquiló una casilla y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes y lavaba ropa».
La madre de Lázaro, así, demuestra independencia y decisiones dignas de alabar; tiene
proyectos, quiere luchar y es trabajadora. Pero nada nos cuenta Lázaro de mejorar o
esperar una vida sentimental más completa dentro del mundo de cristianos viejos o de
sirvientes de aldea conocidos. Para Antona, como viuda de ladrón y madre de huérfano,
no es fácil ver la oportunidad de ver su vida nivelada; lo mejor es marginarse y sobrevi-
vir, como desplazada, la ocasión, todavía mujer joven, que le ofrece un personaje de
otra sangre y raza; por esto la promiscuidad y la «conversación (con) el Zaide».
En esta época, la vida de las viudas y de los huérfanos, aparte de ser numerosos y
de necesaria atención, no tenía -como ha acontecido siempre- ni buen fin ni fácil
arreglo. La pobre de Antona, por causa de relacionarse con el Zaide y tener otro hijo
con él (otro ladrón a quien «azotaron y pringaron»), provoca al muchacho: «a mi madre
pusieron pena por justicia (...), y cumplió la sentencia». Como la madre de Lázaro tenía
más luces que las que ofrece la prostitución y el picoteo, «por evitar peligro y quitarse
de malas lenguas, se fue a servir (...) (al) mesón de La Solana». Por lo tanto, Antona
no es la típica «moza de mesón» que no sabe evitar peligros y que se enzarza en el
callejeo y las esquinas; no es la víctima de sus desgracias; está dispuesta a luchar y a
moverse; por esto intenta alejarse de los tópicos sociales, de la embestida del posible
rigor moral y del orden establecido por la costumbre. Su actitud más parece de protesta
por la promesa oficial de que disfrutan viudas y huérfanos. El gobierno y Antona se
lavan las manos con las leyes de turno y como hay que salir adelante en la vida, el
mocito tiene que buscar un trabajo y su madre tiene que ayudarle a encontrarlo. Así
entrega su hijo a un ciego «para adestralle (...), y que le rogaba me tratase bien y mirase
por mi, pues era huérfano». En La Solana Lázaro ha pasado cuatro años, creciendo y

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observando la vida de su modelo materno; como dice Francisco Rico1, «doce cumplidos
al arrimo de Antona Pérez», para nosotros la verdadera protagonista de la niñez de
Lázaro, suma protectora que deja a nuestro héroe «como niño dormido» hasta que lo
despierte el ciego, de manera física, quien lo admitió «no por mozo sino por hijo». Esta
manera tan brusca de incorporarse Lázaro a su verdadero personaje de huérfano (sin
madre ahora) con un nuevo padre-ciego (antes había admitido, por fuerza, a su padrastro
morisco el Zaide) define su profunda fisura genética, la fatal tradición de su figura,
recién abandonado por su verdadera madre, ahora viuda y perseguida. No hay personaje
novelesco hasta que Lázaro siente la soledad en que le ha dejado su creadora; Lázaro
no es nadie al apartarse de la prehistoria de su sangre. De manera especial tenía Lázaro
incorporada su madre a su persona, quien había planteado el comportamiento de su yo;
ya ha dicho la crítica que cuando ésta desaparece comienza el verdadero «caso» y las
aventuras del joven sirviente. Por ello, Claudio Guillen2 se da cuenta inmediatamente
de que la vida que cuenta Lázaro es más importante que el personaje mismo. Sin la
referencia de su madre, sin el lazo familiar, Lázaro no puede ni sabe reaccionar como
persona completa e independiente; por esto se ha considerado «el centro de gravedad
de la obra» (Rico, 22), la víctima de unas circunstancias y de un entorno vital. Cuando
la madre le despide («ambos llorando»), tiene que admitir las palabras de rigor: «válete
por ti», «criado te he» y «no te veré más», todo lo tópico que se quiera pero para Lázaro,
entonces perplejo, es lo más dramático que ha oído nunca. Sin otro tipo de reacción
habla el muchacho: «así me fui para mi amo». La literatura es así, como «si fuera
verdad (...)»lo narrado y acontecido. El ambiente y la situación se logran con maestría;
el resto de la confesión de Lázaro, la epístola fantasma, es el enfrentamiento de uno
mismo contra «uno solo». Así se ha quedado Lázaro cuando su madre lo entrega, solo.
Aunque la literatura tenga sus herramientas de trabajo y se nutra de todo orden de
trucos, mentiras, folclore o falsa heroicidad, los padres siempre quieren lo mejor para
sus hijos; ahora, el ciego y el lector pueden pensar otra cosa. La noción de que todas
las madres son iguales es también literatura y es, además, un tópico creer que lo que
queremos todos los padres es «ver», y frecuentar diariamente la figura del hijo. En esta
ocasión la madre (y el hijo) saben que no se volverán a ver nunca. En literatura el texto
manda3.

Véase Problemas del Lazarillo, Madrid, Cátedra, 1988, 21. Siempre citamos por la edición en La
novela picaresca española, Barcelona, Planeta, 1967, 2 ed.,1970.
La idea aparece en «La disposición temporal del Lazarillo de Tormes», Hispanic Review, XXV,
1957; reproducido en El primer siglo de oro, Barcelona, Crítica, 1988.
Parece ser que Lázaro ha heredado los genes, la dureza y la entereza de la madre, orgullosos ambos
de que «este oficio le hubiese mamado en la leche». Por esto no creemos en los genes similares de las
demás de madres en novelas llamadas de picaros; ni podríamos clasificar en el mismo plano lo que
dijo hace años Gonzalo Sobejano: «Antona Pérez era una infeliz, la madre de Guzman (...) una mujer
bandera» en «De la intención y valor del Guzmán de Alfarache», en Forma literaria y sensibilidad
social, Madrid, Gredos, 1967, 13; las separaba algo fundamental y clave en orden a la verosimilitud:
«Lázaro era fruto de legítimo matrimonio», mientras que Guzman «fue engendrado en un acto de
traición»; en cincuenta años había cambiado la función social de la mujer; el dinero había creado

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Como fuere, la epístola de Lázaro no se prohibió durante el gobierno del Emperador


Carlos, en el último momento de su reinado, sino durante la regencia de Juana de
Austria y tuvo sus verdaderos efectos a lo largo del reinado de Felipe II y después.
Este documento, la cláusula 28 del Testamento de Carlos V, que comentó Fernández
Álvarez4, indica la dramática e insistente preocupación de viudas y huérfanos en la
época de la escritura de la epístola lazarilla:

Testamento de Carlos V

Y señalamente le encomienda la protección y amparo de las viudas,


huérfanos, pobres y miserables personas, para que no permita que
sean vexados o presos, ni en manera alguna maltratados de las
personas ricas y poderosas, a lo cual los reyes tienen gran obliga-
ción.

Testamento de Felipe II

Y que de todo corazón ame la justicia y haya en su proteción y


amparo las viudas, huérfanos, pobres y miserables personas, para
no permitir que sean vexados ni oppressos, ni en manera alguna
maltratados de las personas ricas y poderosas, lo cual es propio
oficio de reyes.

El anónimo autor conocía estos pareceres oficiales y los menciona y representa en


la novela de manera intencionada y como fondo de su sociología. Por esto nada tiene
que ver este Lázaro que «paga por sus padres» de 1550 con los «hijos secretos» sin
geneología, que zahiere, bautiza y apadrina el padre de Guzmán en el capítulo II de la
primera parte de su historia, a finales del siglo XVI. Lázaro no puede jugar, como
Guzmán, a que tiene dos padres y «es medio de cada uno». Lázaro sabe muy bien de
quién es hijo; su problema está en la separación de sus genes, en la entrega que hacen
de él a un ciego; no es el hijo que pinta Alemán como «bastardo justiciero»5. Sin su
referencia directa, sin su madre ni su padre, es un huérfano que no pertenece a sí mismo;
pertenece a los amos que lo van a utilizar como cosa, no como persona; por esto dirá
del ciego que «ansí (...) éste me dio la vida (...), y adiestró en la carrera del vivir».
Esta es la nueva disposición ética a la que se tiene que adaptar Lázaro para sobre-
vivir, actitud que le «despertó de la simpleza en que, como niño, dormido estaba». Ya
se ha dicho por la crítica que el ciego le hace «ver» a Lázaro el personaje que va a
representar en esta vida -novela-, visión que para el muchacho es la inversión al

otras posibilidades.
4 Testamentos de la casa de Austria (testamentos de Carlos V y Felipe II), Madrid, Editora Nacional,
1982, 5 vols (pág. XV del primero).
5 Veáse Michel de Cavillac, Picaras y mercaderes en el «Guzmán de Alfarache», Granada, 1994, 11.

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«sueño» en que ha vivido y en donde su madre lo mantuvo envuelto. La agresividad


novelesca del contraste abarca las dos concepciones del mundo: la de su madre que lo
abandona y la del ciego que lo adopta. Así la existencia del huérfano nunca queda vacía
ni al descubierto, apoyándose siempre en el pasado, en el mundo folclórico y en latentes
vestigios del último medievo; conjunto de causas y efectos que han desaparecido en
la rebelde inmersión capitalista de Guzmán de Alfarache6.
Lázaro, pues, va a vivir como literatura lo que acontece en torno a él, y va a contar
en su epístola «las cosas tan señaladas» que lo han formado. Cuando don Américo
Castro caracterizaba las posibilidades del género en el Lazarillo7, aislaba el «yo» de
Lázaro y lo anulaba, asegurando que «no existe en la expresión de lo que acontezca a
la persona, sino de cómo ésta se encuentra existiendo en lo que acontece» (parecer que
fue muy bien recordado, luego, por Claudio Guillen).
Esto destruye la falacia de la idea anticrítica del narrador y de la ingenuidad del
«yo» que pretende contar lo que es escritura. Las vivencias que sugiere el orden social
son puro aparato folclórico. El poder del texto viene de la forma de la escritura, no de
los detalles del entorno, aunque el padre de Lázaro aparezca con todo el aparejo crítico
de cómo se desploma y cómo va a morir al servicio de nada «en la de los Gelves»; lo
mismo decimos de la viuda madre, de la que sabemos vida y hechos hasta que decide
entregar su hijo al ciego no por librarse de él y seguir su propia historia (que en verdad
no tiene) sino por dejar pasar la vida de su hijo a un primer plano y realizarse la
verdadera escritura de novela; lo demás había sido adorno y sociología, ambos necesa-
rios para el verdadero efecto y verosimilitud literaria del huérfano, un marginado de
doce años en busca de identidad. Por esto se puede decir que casi de la nada surge la
forma y manera existencial de Lázaro, un personaje incapaz de obrar fuera de lo
literario y de la función artística, en donde unos recuerdos, una confesión y un medio
milagro son, nada más, el marco de un esqueleto de vértebras complicadas por la
escritura. Por esto el personaje de Lázaro es solamente un producto cultural con una
referencia histórica conflictiva y con una referencia a la realidad social llena de pistas
de «despiste». Podríamos decir que toda la ilusión de Lázaro es participar de la litera-
tura, de la imprenta del momento y de sus lectores, de ahí la necesidad de llamar la
atención significativamente con «novedades» y cosas no conocidas que se van a contar.
Creemos también que, para la prohibición de lo que cuenta Lázaro, se tuvieron en
cuenta todos esos comportamientos marginales de los padres del dolido huérfano: por
una parte el comportamiento sexual de Antona Pérez, algo censurable para los que

Aquí acomoda el comentario de M. Cavillac (libro citado, 90) sobre «las raíces mendicantes de
Lázaro», que provienen «de la literatura del Remedio de pobres tal como lo había reelaborado, entre
1579 y 1587 (el reformador catalán) Miguel Giginta».
De la edad conflictiva, Taurus, Madrid, 1963, 223. Para los elementos folclóricos de la famosa
epístola véase F. Lázaro Carreter, «Construcción y sentido del Lazarillo de Tormes», en Abaco,
Madrid, Castalia, 1969,46-47.

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trabajaban con el Santo Oficio de 1556 a 15808 pero, más o menos, permitido para los
que vivían en torno a La Solana; por otra parte vemos lo mismo en el pecado venial del
padre cuando roba en el molino unos puñados de harina. Como fuere, ningún comporta-
miento de éstos debería haber acarreado los efectos dramáticos que ocasionaron en ellos
mismos y en su hijo; por esto la escritura, lo novelesco y el tipo de justicia adminis-
trada, porque se han superado los límites de la realidad y han aparecido la imitación
y la verosimilitud del arte. Parece ser, además, que el caso de «simple fornicación» de
Antona, cuando se componía la epístola biográfica, no era tan grave al principio de la
segunda mitad del siglo XVI; el mismo hecho parece complicarse después de la
prohibición y en 1559, al conocerse y editarse varias veces el complejo Lazarillo;
agrabándose entonces los contenidos y el nuevo «índice» de prohibiciones lo va a
condenar y perseguir duramente la regencia de doña Juana. Pues, en unos años había
cambiado la dirección de la lectura de un mismo texto, y solamente por cuestiones
oficales ajenas a la comunicación literaria. Por tanto pudiéramos considerar que el
escondido autor, en principio nada más, pudo concebir su texto no cargando las tintas
sobre los «trabajos» varios de la madre del protagonista (con morbo o especial folletín,
etc.), sino más bien preparando la prehistoria de una aberración con la presencia activa,
por otra parte fundamental, de una madre joven, «viuda (...) y sin abrigo», que tiene que
obrar así y no de otra manera porque tiene un hijo, no tiene ayuda oficial y hay que
sobrevivir de alguna manera (en este caso no necesariamente con deshonestidad). El
decidirse a luchar, el no quedarse en Tejares y el multiplicar sus «trabajos» indican la
valentía genética de Lázaro y de quién es hijo. Como se dice en el Libro de Proverbios,
la madre de Lázaro decide trabajar, obrar y ser útil porque tiene que representar las
necesidades del hijo; así, con sus manos, en la ciudad empieza a salir adelante y
«alquiló una casilla (...), etc.etc». Hoy diríamos, y lo tendríamos por, casi, un compor-
tamiento modelo y ejemplar con todo el cambio que se pida de los tiempos. Repetimos
que, en los proverbios bíblicos, los consejos del sabio Salomón iban dirigidos, en
especial, a la mujer trabajadora que sabe dar valor a lo que hace y construye con sus
manos y esfuerzo; es el mejor elogio a la mujer fuerte y decidida, recuerdo de la perla
Margarita que buscan los hombres, un tópico que de alguna manera llegan a comentar
tratadistas como Luis Vives y Fray Luis de León. Por todo este camino, la viuda, en
edad de merecer y libre de su matrimonio, se aviene con «un hombre moreno (...) en
conocimiento»; de la misma manera «continuando la posada y conversación mi madre
vino a darme un negrito muy bonito9». La distancia, un posible racismo y una condición
de clases han generado unas disposiciones judiciales nuevas que han dejado a Lázaro
en la calle y en el aire; con la ruptura de los descubiertos amores de la joven Antona

Para más detalles y estadísticas del Santo oficio por esos años, consúltese B. Bennassar y J. P.
Dedieu, Inquisición española: poder político y control social, Barcelona, 1981, cap. 9, 286.
C. Guillen se refiere a ello en el libro citado El primer siglo de oro (106-7), aunque no justifica «la
conducta delictiva de la pareja», pero añade que, durante el gobierno de Carlos V, «se relajaron estas
prohibiciones».

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se vuelve a desnivelar el crecimiento del personaje literario (y el mismo futuro espera-


mos siguiera el mismo negrito que le habían dado como buen hermano). Lázaro con
todo esto se siente cómplice y pagador de los errores de sus padres. El ciego presiente
la cadena fallida de padres que ha tenido el muchacho y se lucra de ello. El perspectivis-
mo de las mentiras a que asiste en La Solana el joven sirviente le ponen en estado de
alucinación y queda maravillado por cómo le entrega su madre y recibe el ciego; el
protocolo es maravilloso y el lenguaje digno del mejor Cervantes (con todo el inchazón
que se quiera de los libros de caballerías), aunque el único afectado sea el verdadero
protagonista del relato y llegue a quedarse perplejo con las hazañas que no conocía de
su verdadero y único padre, todo un modelo de heroicidad calculada (?). Lázaro estaba
perplejo.
En fin, que el muchacho, lejos del orden literario que lo marca y define, no eligió
nada de lo que le ha sido ofrecido; mejor se hubiera quedado con su madre sin ser parte
del desfile de conjunto de amos y de héroes que le han rodeado su camino vital. Pero
él tiene que hacerle frente al hecho de ser literatura nada más y cumplir con el oficio
para el cual ha sido creado. Para justificar esta existencia, en la epístola literaria que
escribe, la aparición literaria que escribe, la aparición del ciego supone, al fin, empezar
la purga que le ha tocado tragar y el término de la fórmula mental que le ha trazado la
sociedad. En el Lazarillo la participación del ciego rompe la relación sociedad y
literatura, y se crea un nuevo frente folclórico con una nueva idea de la narrativa y del
cuento (del recuerdo); y es que ha terminado el drama familiar del muchacho, ahora
verdaderamente sin referencia directa. Por esto no cuentan sus morales ni su deforme
visión del mundo; Lázaro no pertenece a él mismo y se encuentra inmerso en un doble
proceso de crecimiento (educación) y regresión (corrupción)10. No olvidemos que casi
todas las traducciones de los dos «lazarillos» primitivos (el anónimo y el de Luna)
estaban dedicadas a la juventud, sobre todo hasta bien entrado el siglo XIX, como
vemos todavía en al edición de Paris (1833): «A la Librairie D'éducation, par G.-F. De
Grandmaison-Y-Bruno, abogado».
Pues, deja Antona, sin otro aviso ni referencia de futuro, el papel de madre de su
hijo mayor; esta límite situación es parte del fondo literario11 del desgraciado Lázaro;
así queda «obligado a abandonar el hogar familiar» desprovisto de todo recuerdo y de

10 Podemos pensar en la forzada y poco funcional sociedad que pinta detrás de la picaresca J.A.
Maravall en La literatura picaresca desde la historia social, Taurus, Madrid, 1986.
11 El posible «artificio» que pudo introducir la escritura anónima de la vida del Lazarillo llamaba la
atención en este punto y despedida; notamos al respecto el tema de la verosimilitud y distancia que
recuerda, unos años después, el preceptista Sánchez de Lima (Arte poética en romance castellano,
1580; ed. de R. Balbín Lucas, Madrid, 1944), quien, como viejo dictado platónico, comenta los
efectos del arte cuando suplen «la falta de naturaleza»; este tema de que la escritura puede sustituir y
completar lo que la humanidad puede tener de modelo o imitación, para Lima tiene que ir
acompañado de «artificio», sustantivo que en la época llenó de sospecha a la literatura de ficción e
hizo que pastores y sirvientes fueran recriminados por Vives y condenados por Malón de Chaide
(sobre Malón hay un libro nuevo e importante de Jorge Aladro, Universidad de Navarra, 1998).

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cualquier lazo sentimental12. Por otra parte, el personaje de la madre de Lázaro tuvo
que llamar la atención de tanta lectora femenina como había en la época y que venía
formando parte de la tradición y del fondo común del comportamiento de la mujer
cristiana. Por esto el variado y complicado origen y transmisión de caracteres en los
libros picaros.
Lázaro es, así, un típico producto de probeta literaria; lectores y narradores lo
apartan, durante siglos, de ser un documento radical que conjugue espejo y razón vital
de persona concreta; y clave de tanto recurso creativo y universal tampoco se puede
reducir a la muletilla del folclore o a la manoseada ideología narrativa del «yo» del
picaro. Lo más llamativo de la presentación de Lázaro, de su presencia superliteraria,
del procedimiento oculto de su significativa lectura, es lo que hace, por detrás, su
historia, el «mucho dejé de escribir, que te escribo»; el cosquilleo de su confiictiva
moral, y su comportamiento evocado con parte de ese «artificio» que decía Lima, lo
que no se ve y se presiente como creativo, el distanciamento del conflictivo entorno
que lo enmarca y define, algo que no pueden aportar aisladamente la sociología o la
tradición.
Lázaro no se busca a sí mismo, ni él intenta definirse; lo hace el «artificio», que
justifica sus actos pero que, al mismo tiempo, lo descalifica y le hace impersonal, pelota
de todos; por esto depende hasta del lector que lo observa y cree controlarlo. Pero,
aunque parezcan sociología, también los padres de Lázaro son personajes literarios; un
empleado de molino (sea para Propp todo lo repetido y tradicional que se quiera)13, que
pretende, de la forma más común (?), dadas sus características sociales, mejorar un poco
su vida, comer mej or y ayudar a los suyos; por esto no es justo -fuera del orden literario-
morir como héroe según cuenta la «lista» de su esposa viuda. En literatura todo es un
artificio de morales veniales y de juegos de espejos y sensaciones. Si Antona Pérez
nunca faltó a su esposo y lo respetó hasta el último momento que pudo, es porque seguía
manteniendo el orden literario de las cosas y la astucia de la historia contada. Los que
plantean otro sabor moral en Antona y la echan, sin más, a la calle, no aciertan en el
juicio de la «infeliz». No hace falta distorsionar más la ascendencia de Lázaro y, menos,
su dirección textual. El que el joven héroe nazca de mujer cristiana vieja y sea parte
de los posibles «hombres buenos de Castilla», no debe dejar al descubierto su persona
y sí haber sido parte oficial de las viudas y huérfanos que se repartían esos 10.000
ducados que anualmente ofrecía la corona de los Austrias. No entendemos cómo varios
críticos solamente ven en Antona el público sambenito del tema de la «denigración de

12 En los detalles de este punto no podemos compartir la posición de Víctor García de la Concha, Nueva
lectura del «Lazarillo», Madrid, 1981, 94.
13 Ver lo dicho en la nota 7 a propósito de Lázaro Carreter, quien estudió y enumeró los elementos
folclóricos del librito (luego comentado y ajustado por C. Guillen en Los silencios de Lázaro -El
primer siglo de oro, Barcelona, 1987, 85).

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la madre»14, sin darse cuenta que los tratados clásicos sobre la mujer no apuntaban a
este único camino; así, desde San Agustín y el internacional Vives hasta Santa Teresa
y Luis de León. No entiendo cómo la madre de Lázaro soporta muchas más observacio-
nes y miradas sobre su comportamiento moral que el mundo trabucado de la madre de
Guzmán, a quien se ha permitido, en sociología y en literatura, todo tipo de componenda
y tragadera, aparte de su conflicto racial. Esta buena señora, «de bandera» para muchos,
superdotada y envuelta en el mundo moderno y del triunfo, es capaz de concebir un hijo,
también «bandera», en «un acto de traición adultera» (según ha notado claramente G.
Sobejano), adulterio que, en este caso, ya no es parte del lenguaje moral notado. ¿Quiere
decir esto que la víctima Antona de 1550 estaría absuelta en 1599? Aunque habían
cambiado los pareceres, no parece ser así por la prohibición continua del libro anónimo.
Se ha dicho bien y comentado mejor (C. Guillen a propósito de M. Bataillon)15 que
«el gran maestro» de Lázaro es el ciego por la variedad de trucos y formas de vida que
presenta; pero no es de menor valía ni cuantía el trabajo de doce cariñosos (?) años que
la madre ha dedicado a su hijo en enseñanzas, enfrentamientos a la justicia, bondadosas
mentiras y lenguaje heroico; algo que Lázaro agradece y por lo que ha quedado fascina-
do; del ciego no le queda ni fascinación ni mitología, sólo golpes y dureza en el camino.
La ingenuidad que demuestra Lázaro con el ciego es porque confía en la magia de su
madre, en la ruptura y en el dicho de que está listo para vivir y obrar. Por esto creemos
que Lázaro es producto final de dos procesos diversos y opuestos de educación; el de
la sangre heredada y el de la sangre «producida» o generada por el descubrimiento y
enfrentamiento al mundo ajeno a los padres. Para Lázaro la palabra huérfano no se
olvida nunca y la asimila completamente; lo demás de «sufrir persecución por justicia»
u otras malaventuranzas no le afectan mentalmente en absoluto; el ser, sentirse y vivir
en la constante «horfandad» forma el eje de toda la «epístola hablada» que descubre
el protagonista a sus amos; aquí radica la protesta callada de su conflictiva y complicada
educación social que la crítica ha notado de deforme y esperpéntica. Si, como se afirma
en el Guzmán de 1599, «la sangre se hereda» y los hijos «purgan las culpas de los
padres», Lázaro, a quien todo afecta, no se nota culpable, a primera vista, de nada. Sin
embargo, a Alfarache sí le pesa, y le incomodó de siempre, ese pasado tan «levantisco»
que ya le atribuyen de sus progenitores; como fuere, parece adaptado a ello y no le

Más que enfrentarse a las leyes, los protagonistas familiares en torno a Lázaro comentan las
diferencias sociales que, alrededor de 1550, podían significar un enfrentamiento a la propaganda falsa
del gobierno en torno a viudas y huérfanos; véase el comentario de F. Lázaro Carreter en Los
orígenes del héroe, en Lazarillo de Tormes en la picaresca, Barcelona, Ariel, 1978, 103 y sgts.
También A. A. Parker comentó {Los picaros en la literatura, Madrid, 1971, 161-64) cómo habían
cambiado las cosas y las razones sobre la mujer en 1722, cuando se publica Molí Flanders, quien para
sobrevivir «honestamente» tiene que echar mano de todo tipo de «razones naturales» que le permitan
vivir y salir adelante; por esta medida se ha podido mantener que «la crítica que se hace de Molí
desde el punto de vista psicológico y moral más afecta a la época de Defoe que al propio arte de éste»
(163).
Ver el comentario en «La disposición temporal del Lazarillo» (libro citado en la nota 13, 50).

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molesta lo «arribista» y «logrero» de su compartamiento; le venía de madre su falsa


identidad, la práctica de ella y su preparado orientalismo. Para Lázaro las normas
sociales y morales se acaban de inventar; para Guzmán son viejísimas y están manipula-
das por todos; es el nuevo orden del sistema español, ahora poderosísimo y con dineros
para el soborno; la sociedad que rodeaba a Lázaro obligaba a soluciones desesperadas;
la de Guzmán a la corrupción. Américo Castro fija la vulnerabilidad social de los
primeros austrias así: «Lázaro se encuentra existiendo en lo que acontece», en la
«inseguridad ontológica» que habita el personaje16. Aunque lo parezca, Guzmán no es
víctima de nada ni nadie, ni sus padres fueron víctimas. Alfarache parece un muchacho
de regalada infancia preparado naturalmente para sobrevivir, sea hijo de quien fuere
o pretenda un imposible; se han borrado en él las marcas de la sangre y del comporta-
miento; buscando arraigo, no necesita cantar ni su casta ni su clase, ni repara en las
ventajas del campesino o del cristiano viejo; parece como si al final del remado de
Felipe II, el oportunismo social se había hecho carne.17
En el Guzmán la sangre no se hereda como comportamiento y moral, sino como
pura tradición; el rosario mágico de «quince dieces», que regala la madre del protago-
nista a su esposo, es un objeto tradicional que indica, nada más, el rezo en público; no
es un objeto espiritual. Obra, pues, como un viejo amuleto que representa el juego
tradicional de la familia, la idea de «no arraigo», recuerdo del símbolo y de la reliquia
que la abuela ya había regalado a su madre cuando niña. El pluralismo y las habilidades
de los padres de Alfarache, quienes se conocieron en un «bautismmo pascual» (conoci-
da parte del rito judaico), llegan hasta hacerse padrinos de hijos tenidos por ilegítimos
(los llamados «hijos secretos»)18. La desenvuelta madre de Guzmán, tan «(...) graciosa,
hermosa, discreta (...), y de mucha compostura», era «la prenda de aquel caballero»,
la «dama» que «con gran recato tenía consigo» su padre. Bonita caracterización que
Lázaro Carreter sabe observar como «la verificación sarcástica de una herencia de
hábitos»19, herencia y realidad que habían nacido en otro frente al margen de la litera-
tura. El mismo crítico notaba, en 196820, que «los precedentes» de este tipo de literatura

16 En La realidad histórica de España, México, edición de 1954, en las páginas 430, 533, 571 y 611;
véase también el comentario de C. Guillen, libro citado en la nota 13, 62.
17 M. Cavillac (libro citado en la nota 5, 155) comenta «como una alegoría de la liberación del héroe
con respecto a la alienación materna», el regreso simbólico de Guzmán «al volver el actante a Sevilla,
por la expresión: «Recogíme con mi madre»; este fantasmático plano de la «galera del re-
nacimmiento» no lo ve así B. Brancaforte en la nueva ed. del Guzmán (Madrid, Akal, 1996).
18 Siempre cito por la ed. de B. Brancaforte citada en nota 17, 85-6.
19 Estudio citado en la nota 7 y reeditado en el libro de la nota 14.
20 F. Lázaro Carreter en Para una revisión del concepto novela picaresca (libro citado en nota 14, 208-
9). E. Moreno Báez (1948), M. Herrero García (RFE, 1937) y A. A. Parker han definido los fines
religiosos de parte de la semántica picaresca. Parker, en el libro citado sobre Los picaros en la
literatura (72-4), da más detalles; para el tema autobiográfico consúltese lo dicho por F. Lázaro
Carreter (en frente de Parker) y el artículo de R. Jauss de 1957 («Ursprung und Bedeutung der Ich-
Form im Lazarillo-») comentado por Lázaro Carreter en 1968 (pero publicado en México, 1970, y
reeditado en Barcelona, Ariel, 1978, 208).

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1128 Enrique Rodríguez Cepeda

poco tenían que ver con las «vidas de santos y soldados» que algunos críticos compara-
ban, aunque el famoso Mateo Alemán hubiera escrito La Vida de San Antonio de Padua
(1605).
En la vida de Lázaro no se trata, pues, de imitar literariamente la genética de santos
o soldados, sino, más bien, tener en cuenta la verosimilitud social y espiritual de la
madre de un muchacho que vive en una tradición cristiana en conflicto con un tipo de
educación y «oficios» (trabajos) disponibles. Desde San Agustín ya tenemos comenta-
rios sobre el papel de la madre cristiana; si extendemos este pequeño texto hacia
Antona, que «es madre del cuerpo y del espíritu» de Lázaro (y de los doce primeros
años de la vida de éste), no decíamos nada nuevo. Vuelve el padre de la Iglesia a fijar
otro texto universal: «Dios escucha las lágrimas de una madre» (cito siempre por la
edición de la BAC, tomo I; antes CV, 9, 16; ahora CIII, 11, 20), que nos recuerda la
despedida de los dos (madre - hijo) «llorando» en el mesón de La Solana. Todo lo
tópico que se quiera, repito, pero de alguna manera es parte del fondo espiritual del
cristianismo. Veamos estos otros dos párrafos: «las madres desean tener junto a sí sus
hijos» (CV, 8, 65) o «el deseo de una madre (...) (es) ver a su hijo fiel»; los dos textos
se funden en la despedida de Antona: «Hijo, ya se que no te veré más».
De esta manera, el anónimo autor de la epístola de Lázaro está invirtiendo los
valores del entorno y está haciendo y convertiendo la tradición universal en algo nuevo,
con un contraste literario más agresivo y rabioso del punto de vista social y moral
vivido en torno a 155021.
Rota la referencia de los padres de Lázaro como matrimonio, éste admite el ilegíti-
mo destino que le ha ofrecido la sociedad; para San Agustín «el matrimonio es un bien»,
por esto quiere y necesita dar «noticia entera de su persona» y plantear que este huérfa-
no desafortunado es hijo legítimo de «Tomé González y Antona Pérez», y que lo
folclórico que define su persona (su «sociedad natural») es puro relleno y parte de los
repertorios al uso, de Correas, etc.22.
Cuando la madre y el hijo abandonan la aldea y se van a Salamanca es porque
quieren, los dos, formar «un caso» algo nuevo para su vida (en donde entra un nuevo
sentido de la supervivencia, del dinero, de la moral, etc.) que luego tendrán que contar
como literatura y como extraordinario. Por 1540 Luis Vives ya avisa de los males
sociales que afectan a los tiempos, de los peligros del dinero (ahora «tan copioso y
fácil»), de conocer mejor «los deberes de los maridos» y de atender la fundamental
educación de la mujer cristiana; justamente en la responsabilidad de la mujer, Vives
nota que ésta es un ser con más capacidad de cambio, transformación y adaptación que

21 El derivado paródico a estas alusiones lo comentó A. Gómez-Moriana en «La subversión del discurso
ritual», Imprevue, 1980, 2, 45.
22 José Luis Alonso-Hernández creemos que descentra el tratamiento de la madre cuando considera el
caso, «una vez viuda», desde un posible comportamiento animal; añade que «nos damos cuenta de
que se emparenta con las características atribuidas al cerdo o la cerda» o a lo promiscuo de «ser de
propiedad común», persona establera y buscadora de alimentos («Onomástica y marginalidad en la
picaresca», Imprevue, 1982,1, 212), posición que ha comentado L. Combet en un estudio de 1996.

AISO. Actas V (1999). Enrique RODRÍGUEZ CEPEDA. Los trabajos de la madre de Lázaro (
Los «trabajos» de la madre de Lázaro 1129

el hombre y que admite mayor comunicación si el «agrado (es) confirmado», pareceres


que sigue luego Fray Luis de León a quien se le recrimina, en 1583, porque ni su
persona ni su profesión pueden «dezirles a las mujeres casadas lo que deben hacer».
De alguna manera, la escritura compuesta del Lazarillo (en donde incluimos el
retrato de su madre Antona) está buscando el dictado del converso Vives, quien afirma
que no se puede dejar a la mujer en estado de ignorancia porque «los vicios femeninos
de este siglo y de los anteriores resultan de la falta de cultura»; en De anima et vita
(1538) añadirá que «lo primero de todo hase de conocer el artífice (los padres) para que
sepamos qué obras tenemos derecho a esperar de él (del hijo)»23.
En esta nueva situación cultural, de cambio y participación de la mujer, hay más
margen para definir las morales y ésta es la cara que intenta presentar Fray Luis cuando
publica La perfecta casada; por esto el humanista salmantino quiere nombrar el gusto
por «sus posesiones» que demuestra la mujer y lo que es «fructo de trabajos», o la idea
de que «mi industria añadió esto a mi casa» y «de mis sudores fructificó esta hacienda»,
ya que es cosa que «han hecho en nuestros tiempos algunas». El sabio Salomón conocía
que la mujer, en la historia antigua, soportaba el símbolo del trabajo y era la única que
sabia hilar y velar.
El asistir «así a su oficio» de huérfano le hace, a Lázaro, ser conformista a la hora
de contraer matrimonio; la ley conjugal es igual para todos, pero cada uno la explica
a su manera; por esto el espejismo que la crítica ha notado en torno al conformismo de
Lázaro que puede estar incluido en lo que escribe Fray Luis cuando comenta «el tomar
un hombre mujer», en donde se puede admitir que se tome «una moza a soldada por
el tiempo que bien le estuviesse»24, aunque, si bien se mira, el matrimonio es «como
cualquier otro negocio y oficio que se pretende salir bien con él».
Volviendo al compartimiento de Lázaro cuando sale con su madre de Tejares, hay
que notar que el muchacho pierde el habla al enfrentarse con el urbanismo de la ciudad,
en donde se nivelan, de otra manera, los estados culturales; dentro de esta patología
social del momento es donde comienza el verdadero «curriculum» del, en principio,
analfabeto muchacho de complicada oralidad25.
El caso de Guzmán es diferente; para este personaje el vicio no surge, «se apega»,
y no está dispuesto a pagar las culpas y deudas de los padres; por esto no es abandonado
por sus padres; es él quien huye de casa y lo toma como un acto de felicidad e indepen-
dencia.

23 Tomo los textos del comentario de Alain Guy, Vives humanista comprometido, Barcelona, 1997.
24 Cito siempre por la edición de E. Wallace, Chicago, 1903.
25 El estado de mudez en que vive Lázaro hasta los 12 años y esa envoltura en que lo rodea Antona «en
sueño», parecen ser razones por las que Harry Sieber (The Picaresque, Londres, 1978, 16) obra
cuando dice que «del mendigo ciego aprende la cualidad mágica de las palabras», hecho que se une
a la estudiada oralidad del Lazarillo (véase lo dicho por C. Guillen en el libro citado en la nota 2 y 9).

AISO. Actas V (1999). Enrique RODRÍGUEZ CEPEDA. Los trabajos de la madre de Lázaro (
1130 Enrique Rodríguez Cepeda

También La Pícara Justina es un caso aparte de toda literatura, el cuento «cha


carrero» que ha estudiado Antonio Rey Hazas26, parece parte de la tradición «para-
escolar» y su personaje central es una figura «lunática», como su padre, que vive atado
al dictado de su madre.
Pues, la epístola de Lázaro se escribe para ser leída y creída, mientras que las
picardías de Justina han pasado a un plano austral en donde «leer no es creer». Las
«simplezas» de Lázaro, cincuenta años después, Cervantes también las trata como
«mentiras» sin igual, como literatura.

26 Véase «Parodia de la retórica y visión crítica del mundo en La Pícara Justina», en Edad de Oro,
Madrid, 1984, y su edición de La Pícara Justina, Madrid, 1977, 2 vols.

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