Tema#7 Formacion Ideologica

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA DEFENSA


UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL POLITÉCNICA
DE LA FUERZA ARMADA NACIONAL
U.N.E.F.A. NUCLEO PTO. CABELLO

Profesora:
Estudiante:
CLAUDIA ALBUJAR
Nayrexis Sánchez
C.I: 28.379.837
Cinu- Enfermería

Puerto cabellos, Mayo de 2021


El pensamiento Humanista y Social Latinoamericano.
El pensamiento Humanista y Social Latinoamericano.

Como bien sabemos la herencia legada por el colonialismo a nuestras naciones


ha sido generalizada durante años privando a los hombres de todo el continente no sólo
a la educación espiritual de sus derechos y deberes esenciales, sino también a muchos
de estos a vivir con cierta impotencia ante tales realidades y eso es precisamente el
resultado de la estrecha visión de los gobiernos americanos que se han conformado con
servir a los colonizadores y no a servir a los pueblos. Por eso muchos pensadores y
grandes héroes al analizar la realidad social latinoamericana consideraban a la
educación como una necesidad para el ejercicio de la vida pública vista en dos
direcciones, la primera, en la educación que ha de tener el gobernante para orientar los
destinos de su nación y la segunda, en la visión que ha de tener el gobierno para
potenciar en los ciudadanos una vida con templanza, sabiduría, y valores morales
legítimos.

Actualmente no se aleja mucho del pasado pues uno de los principales retos que
el pensamiento latinoamericano tiene ante sí, es el de saber superar los obstáculos que le
plantea el dominio de los medios de comunicación por parte de aquellos que consideran
que sí viven en el mejor de los mundos posibles. No se trata simplemente de denunciar
la falta de posibilidades, las censuras disfrazadas, etc., y las escasas vías de expresión de
aquellos que piensa con cabeza propia. La tarea consiste en lograr espacios, claro está,
pero no esperar de manera pasiva a que sean “democráticamente” situados. Hay que
saber conquistarlos por la vía que sea, por ejemplo a través de los estudios como una
expresión necesaria del proceso de emancipación mental que precedió al movimiento
independentista.

De ello nace el pensamiento humanista y social latinoamericano, es la reflexión


de una sociedad sobre sí misma que apunte principalmente hacia un trabajo de unidad
autóctono y productivo en el que prevalezca el desarrollo integral del ser humano en
armonía con el medio ambiente, donde la libertad económica en la disposición y
usufructo de los recursos sea permitida siempre y cuando no atente contra el buen vivir
de las mayorías y la conservación de la madre tierra, éstas deben ser las premisas que
rijan las decisiones políticas, económicas, sociales y morales del mundo nuevo, ha de
ser el filtro de cada ley, proyecto económico o inversión, y la praxis cotidiana de los
ciudadanos.

Antecedentes.
En el contexto histórico el estudio del socialismo se inicia a partir de la
Revolución Francesa en 1789. Por lo general, hay la impresión de que todo socialismo o
cualquiera de sus visos es marxismo. Los socialistas modernos han sido todos marxistas
de alguna manera, pero ha habido socialistas antes y después de Marx que han
participado de estas ideas de una u otra manera. Es un error concebir socialismo como
igual a marxismo. Marxismo es simplemente una de las tantas formas del socialismo.
El Pensamiento Humanista en Simón Bolívar, Simón Rodríguez y José
Martí.
Pensamiento humanista de Simón Bolívar.

El Humanismo es un término que se utiliza comúnmente para indicar toda


tendencia de pensamiento que afirme la centralidad, el valor, la dignidad del ser
humano, o que muestre una preocupación o interés primario por la vida y la posición del
ser humano en el mundo. El humanismo plantea transformar la práctica de la
representatividad, dando la mayor importancia a la consulta popular, el plebiscito y la
elección directa de los candidatos.

El humanismo Bolivariano es socialista por que plantea una ruptura


epistemológica con toda expresión de las sociedades basadas en la explotación y
promueve la instauración de un sistema libre de toda forma de alienación y desigualdad
social.

El socialismo es el sistema que coloca lo humano por encima del capital; es,
según el Amauta peruano José Carlos Mariátegui, “la realización de un inmenso ideal
humano”. Es humanista por cuanto su preocupación y razón de ser es el hombre y su
desarrollo integral con equidad, participación democrática y realización personal. Abre
una variedad de temas de fundamental importancia como: Reivindicación del papel del
hombre, del indigenismo, de las mayorías nacionales como sujeto fundamental del
proceso revolucionario, para que este importante conglomerado social, pueda alcanzar
sus derechos humanos, respeto político, social y constitucional. Lo cual incluye respeto
a sus costumbres, lengua, territorio, memoria histórica, ajuste de cuenta con la injusticia
y un importante paso hacia la integración nacional. También incluye el humanismo
bolivariano la reivindicación de la mujer, niños, adolescentes y ancianos abandonados
por la lógica inclemente del capital. La democratización de la comunicación mediante
las radios comunitarias alternativas y la prensa alternativa, es parte importante de esta
humanización y abre una mayor posibilidad de conocimiento y comprensión de lo
político-social para el hombre común.

Si bien en Simón Bolívar podemos encontrar un pensamiento ético consagrado


en la aspiración de la independencia y la libertad continental, no es éste precisamente un
sistema de normas y principios coherentemente fundamentado y articulado es
sencillamente un torrente de ideas que van emanando en sus escritos y discurso y que
fueron madurando en su vida cotidiana dejando para la posteridad lecciones morales
concretas que lo ha inmortalizado para siempre.

Nuestro Libertador consideraba la justicia como la virtud esencial, siendo ésta el


establecimiento de un nuevo orden que ha de tener en su base el reconocimiento de la
igualdad de derechos de todos los seres humanos, la oportunidad y la condición externa
para una buena vida.
Bolívar sugería una educación revolucionaria; una educación para el futuro de
Venezuela. No tenía como propósito el mantener una situación existente, sino que
pretendía una transformación en forma radical. Se educaría con el objetivo de construir
la noción de patria americana y no para mantener la idea de España como patria; no se
buscaría el conservar una estructura político administrativa caduca, sino justamente,
para destruirla y construir una adecuada; no para la idea de una ficticia paz y armonía.
Buscó innovaciones en Educación Superior, en formar escuelas donde las niñas
pudieran formarse al igual que los varones, buscó la promoción de la educación popular,
de la integración social en las escuelas y hasta llegó a enviar becarios a Europa.

Pensamiento humanista de Simón Rodríguez

Simón Rodríguez representa el pensamiento ilustrado latinoamericano. La


coherencia interna de sus planteamientos como maestro colonial y como maestro
republicano lo ubica dentro de los grandes pedagogos del siglo XIX. Consideró la
educación social como el mecanismo a través del cual las Repúblicas podrían llegar a
consolidarse y a la sociabilidad como el fin social de la escuela, en la medida en que el
primer deber de un republicano era saber sus obligaciones sociales. Planteó la primera
escuela como el fundamento del saber y el medio a través del cual los pueblos lograrían
la civilización. Propuso la inclusión social a través de la ‘escuela para todos’, la
formación para el trabajo y la adquisición de nuevos hábitos que posibilitaran las
relaciones sociales propias de un sistema republicano

Para él, la Educación debe tener una función vital y social-humanista, donde se
respeten los deberes y derechos de todos los seres humanos. Rodríguez proponía
educación para todos: para los pardos, para los pobres; también una educación para
preparar artesanos y hombres útiles, es decir, humanizar a las personas mediante la
educación para que puedan vivir dignamente. Buscaba una educación holista que
preparara a las personas para la vida y de ese modo poder cambiar su situación social,
moral, humana.

Es importante resaltar que el contexto, social, cultural, político, económico,


ideológico y humanista que le correspondió accionar a Simón Rodríguez, era sin duda
alguna adversa a un pensamiento liberador, al concepto de igualdad, educación general,
al pensamiento crítico, creador. Le correspondió vivir en sociedades que pretendían ser
estáticas.

Rodríguez quería que la educación, en Venezuela y América, se impartiera con


calidad, en torno al desarrollo personal de los individuos, su capacidad de comprender y
analizar la sociedad en la que viven, su desarrollo humano y personal en el contexto del
desarrollo social y comunitario inspirado en principios y valores como la igualdad, la
equidad, libertad, emancipación social y humana. Una educación que permita a cada
uno desarrollar a plenitud sus talentos y construirse como persona y ciudadano solidario
y productivo. Que le enseñe a ser, a convivir, a aprender y a trabajar. En fin, una
educación que le enseñe a cada individuo crecer y desarrollarse como persona y a
preocuparse por su entorno social, que le enseñe los valores y principios de su sociedad.
Formar individuos que enfrenten al mundo valiéndose de sus destrezas y habilidades.
Formar personas pensantes que no se valgan solo de la memoria y por último que se les
enseñe a trabajar y a valorar su trabajo. Es partidario de combinar la educación con el
trabajo, promoviendo la creación de escuelas técnicas y agrícolas, que posibiliten
formar recursos humanos que sean capaces de “colonizar el continente con sus propios
habitantes” para evitar así la emigración indiscriminada del exterior, especialmente de
Europa.

Pensamiento humanista de José Martí

José Martí fue un hombre humanista y se evidencia en su ideario pedagógico


donde el “Educar para la vida” se hace vigente en estos momentos cruciales y la
educación juega una importante función en la formación del hombre nuevo, asimismo,
enfatiza “el verdadero objeto de enseñanza es preparar al hombre para que pueda vivir
por si decorosamente, sin perder la gracia y la generosidad del espíritu, y sin poner en
peligro con su egoísmo o servidumbre la dignidad y fuerza de la patria”, él explica los
conceptos básicos como la creencia en el hombre, las posibilidades del mejoramiento
humano.

“La naturaleza es todo lo que existe, en toda forma, espíritus y cuerpos”,


escribió Martí en un apunte sin fecha. No sabemos si persistió en esta idea, pero es
constante en toda su obra una concepción de la Naturaleza como realidad, por así
decirlo, magistral. En ella está la inspiración, el ejemplo, la sabiduría, lo cual sólo es
posible si, como dice el apunte, ella incluye tanto “el misterioso mundo íntimo” como
“el maravilloso mundo externo” y si “la naturaleza observable es la única fuente
filosófica”. El verso óptimo será “el verso natural”. La religión futura, la religión
“natural”, de la que por cierto también hablara San Pablo (Romanos, 2, 14-16). Siendo
así, el humanismo martiano resulta una especie original de “naturalismo” en cuanto la
Naturaleza es su paradigma. Una Naturaleza integradora de lo visible y lo invisible, en
que “todo, como el diamante, antes que luz es carbón”, en que la armonía, la justicia y
la belleza son hijas del sacrificio, idea madre de su humanismo y de su poesía, la de sus
versos y la de su acción histórica.

Su humanismo “natural” es, simultáneamente, un humanismo “a lo divino”. Este


humanismo es el que está en el Evangelio. La humanidad de Dios se llama Jesucristo.
Por eso Martí dijo ser “pura y simplemente cristiano”, entendiendo por ello el
sufrimiento redentor: dar su sangre “por la sangre de los demás”. Pero tiene también
una visión humanista de la naturaleza física, porque desde temprano (antes de leer a
Emerson, ya desde su periodismo mexicano) percibió la analogía entre los hechos
físicos y los que llamó “hechos del espíritu”, y porque, como se verifica en sus últimos
Diarios, la naturaleza patria que lo recibía en el combate redentor, llegó a ser para él un
libro tan abierto, sabio y elocuente como piadoso.

Volviendo a lo que podemos llamar el humanismo europeo de Martí, en cuanto a


incorporación y disfrute, se pone de manifiesto en textos como su elogio de Cecilio
Acosta, donde revela un enciclopedismo a la altura del prócer venezolano. En años de
helenismos ornamentales, a propósito de la poesía de Francisco Sellen, puso el acento
en lo griego esencial; y si repasamos su olvidada traducción juvenil de Anacreonte
sentiremos el sabor de un vino que no supieron destilar en español, respetando el zumo
primigenio, ni Meléndez Valdés ni… Quevedo. Del tránsito de la Edad Media al
Renacimiento su figura tutelar fue Dante, que ilumina sus Versos libres y todo lo
secretamente auroral de su prosa mayor, desde el “Prólogo a El poema del Niágara” de
Juan Antonio Pérez Bonalde. Lo que él retiene de la herencia humanística europea es lo
que puede continuar y crecer en América: el Eros universal, la integración de lo
dionisíaco y lo apolíneo, las semillas de libertad. Lo que rechaza es la retórica, la
preceptiva, el neoclasicismo.

Durante toda su vida Martí libró una tenaz batalla íntima y pública contra el
odio. Como todas sus convicciones, esta de la necesidad de combatir el odio se movió
en dos planos conexos: el de la espiritualidad de la conducta y el de la eficacia política.
Su primera y definitiva victoria sobre el odio la obtuvo en el presidio político, donde
descubrió que la “reacción” del odio, por legítimo que sea, es una forma profunda de
esclavitud, una ganancia del enemigo, un lastre para la verdadera “acción”
revolucionaria, que debe partir de una raíz de libertad interior. Allí comprendió que
también los flageladores de las canteras de San Lázaro, en cuantas víctimas
inconscientes de un sistema embrutecedor, merecían piedad. Comparando a aquellos
esbirros con sus propios padres y con las virtudes del “sobrio y espiritual pueblo de
España”, distinguió nítidamente entre el régimen colonial y el pueblo español. De ahí
surgió la concepción de la guerra sin odio, porque, además, el odio “no construye”, su
obra es siempre “reaccionaria”, los que odian “son la ralea”, hay que aprender a “domar
el odio”. Dos hechos le daban la razón en la historia inmediata: el odio a España, la
hispanofobia, había nutrido subjetivamente el anexionismo, en la isla y en la
emigración; las animadversiones internas entre los regionalismos, entre militaristas y
civilistas, entre los jefes, entre aldamistas y quesaditas, habían minado desde adentro la
guerra del 68. Pero lo que Martí llamó la “fórmula del amor triunfante”, va mucho más
allá de una rectificación o superación política. Se trata de un amor cognoscitivo (“el
amor es quien ve”) y del amor como sol de la vida, el que hay que conquistar, no solo
políticamente, “con todos, y para el bien de todos”.

La aspiración a una cultura o una religión que las integre todas resulta evidente
en Martí, pero sin nada que ver con la globalización sin rostro que hoy nos amenaza. Ni
siquiera en la estrategia política de la América del Sur frente a la del Norte, y aunque
ello implicara disentir de una tesis bolivariana, fue partidario Martí de sacrificar el
“ansia del gobierno local y con la gente de la casa propia”. Perder la individualidad de
las culturas sería perder la cultura misma. En “La Exposición de París” vio algo más que
un espectáculo vistoso, sintió y nos hace sentir una visión profética de la fraternidad, de
la armonía de los pueblos del mundo, cada uno con sus modos nacidos de sí propio. No
la globalización sino la coralidad de las culturas. En cuanto a lo que muchas veces llamó
“la religión venidera”, partiendo del hecho de que todas las religiones, por reveladas que
sean para sus fieles, se manifiestan y actúan en la historia, la concibió como aquel punto
futuro en que el hombre llegue a ser capaz de ir a lo esencial e innato de su apetencia
trascendente. Esa religión venidera, sin perder la pluralidad de sus manifestaciones
culturales, saldaría sus deudas con la razón y con la libertad: una “razón nueva”, tan
rigurosa como abierta a lo desconocido, negada a convertirse en el renovado fanatismo
de una ciencia dogmática y amoral; una libertad cuyos límites estuvieran únicamente en
el respeto a “la dignidad plena del hombre”. No presenta Martí estas ideas como
utopías, ni siquiera como esperanzas realizables, sino como resultado de las leyes del
espíritu y la historia. Su inspiración, diríamos hoy, tercermundista, está limpia del
resentimiento del colonizado o del perteneciente a un mundo “periférico”. No podía
desconocer esa situación quien llevaba en el cuerpo las marcas de la esclavitud. Su obra
y su vida, sin embargo, fueron una dádiva libre a todos los hombres.

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