Tema#7 Formacion Ideologica
Tema#7 Formacion Ideologica
Tema#7 Formacion Ideologica
Profesora:
Estudiante:
CLAUDIA ALBUJAR
Nayrexis Sánchez
C.I: 28.379.837
Cinu- Enfermería
Actualmente no se aleja mucho del pasado pues uno de los principales retos que
el pensamiento latinoamericano tiene ante sí, es el de saber superar los obstáculos que le
plantea el dominio de los medios de comunicación por parte de aquellos que consideran
que sí viven en el mejor de los mundos posibles. No se trata simplemente de denunciar
la falta de posibilidades, las censuras disfrazadas, etc., y las escasas vías de expresión de
aquellos que piensa con cabeza propia. La tarea consiste en lograr espacios, claro está,
pero no esperar de manera pasiva a que sean “democráticamente” situados. Hay que
saber conquistarlos por la vía que sea, por ejemplo a través de los estudios como una
expresión necesaria del proceso de emancipación mental que precedió al movimiento
independentista.
Antecedentes.
En el contexto histórico el estudio del socialismo se inicia a partir de la
Revolución Francesa en 1789. Por lo general, hay la impresión de que todo socialismo o
cualquiera de sus visos es marxismo. Los socialistas modernos han sido todos marxistas
de alguna manera, pero ha habido socialistas antes y después de Marx que han
participado de estas ideas de una u otra manera. Es un error concebir socialismo como
igual a marxismo. Marxismo es simplemente una de las tantas formas del socialismo.
El Pensamiento Humanista en Simón Bolívar, Simón Rodríguez y José
Martí.
Pensamiento humanista de Simón Bolívar.
El socialismo es el sistema que coloca lo humano por encima del capital; es,
según el Amauta peruano José Carlos Mariátegui, “la realización de un inmenso ideal
humano”. Es humanista por cuanto su preocupación y razón de ser es el hombre y su
desarrollo integral con equidad, participación democrática y realización personal. Abre
una variedad de temas de fundamental importancia como: Reivindicación del papel del
hombre, del indigenismo, de las mayorías nacionales como sujeto fundamental del
proceso revolucionario, para que este importante conglomerado social, pueda alcanzar
sus derechos humanos, respeto político, social y constitucional. Lo cual incluye respeto
a sus costumbres, lengua, territorio, memoria histórica, ajuste de cuenta con la injusticia
y un importante paso hacia la integración nacional. También incluye el humanismo
bolivariano la reivindicación de la mujer, niños, adolescentes y ancianos abandonados
por la lógica inclemente del capital. La democratización de la comunicación mediante
las radios comunitarias alternativas y la prensa alternativa, es parte importante de esta
humanización y abre una mayor posibilidad de conocimiento y comprensión de lo
político-social para el hombre común.
Para él, la Educación debe tener una función vital y social-humanista, donde se
respeten los deberes y derechos de todos los seres humanos. Rodríguez proponía
educación para todos: para los pardos, para los pobres; también una educación para
preparar artesanos y hombres útiles, es decir, humanizar a las personas mediante la
educación para que puedan vivir dignamente. Buscaba una educación holista que
preparara a las personas para la vida y de ese modo poder cambiar su situación social,
moral, humana.
Durante toda su vida Martí libró una tenaz batalla íntima y pública contra el
odio. Como todas sus convicciones, esta de la necesidad de combatir el odio se movió
en dos planos conexos: el de la espiritualidad de la conducta y el de la eficacia política.
Su primera y definitiva victoria sobre el odio la obtuvo en el presidio político, donde
descubrió que la “reacción” del odio, por legítimo que sea, es una forma profunda de
esclavitud, una ganancia del enemigo, un lastre para la verdadera “acción”
revolucionaria, que debe partir de una raíz de libertad interior. Allí comprendió que
también los flageladores de las canteras de San Lázaro, en cuantas víctimas
inconscientes de un sistema embrutecedor, merecían piedad. Comparando a aquellos
esbirros con sus propios padres y con las virtudes del “sobrio y espiritual pueblo de
España”, distinguió nítidamente entre el régimen colonial y el pueblo español. De ahí
surgió la concepción de la guerra sin odio, porque, además, el odio “no construye”, su
obra es siempre “reaccionaria”, los que odian “son la ralea”, hay que aprender a “domar
el odio”. Dos hechos le daban la razón en la historia inmediata: el odio a España, la
hispanofobia, había nutrido subjetivamente el anexionismo, en la isla y en la
emigración; las animadversiones internas entre los regionalismos, entre militaristas y
civilistas, entre los jefes, entre aldamistas y quesaditas, habían minado desde adentro la
guerra del 68. Pero lo que Martí llamó la “fórmula del amor triunfante”, va mucho más
allá de una rectificación o superación política. Se trata de un amor cognoscitivo (“el
amor es quien ve”) y del amor como sol de la vida, el que hay que conquistar, no solo
políticamente, “con todos, y para el bien de todos”.
La aspiración a una cultura o una religión que las integre todas resulta evidente
en Martí, pero sin nada que ver con la globalización sin rostro que hoy nos amenaza. Ni
siquiera en la estrategia política de la América del Sur frente a la del Norte, y aunque
ello implicara disentir de una tesis bolivariana, fue partidario Martí de sacrificar el
“ansia del gobierno local y con la gente de la casa propia”. Perder la individualidad de
las culturas sería perder la cultura misma. En “La Exposición de París” vio algo más que
un espectáculo vistoso, sintió y nos hace sentir una visión profética de la fraternidad, de
la armonía de los pueblos del mundo, cada uno con sus modos nacidos de sí propio. No
la globalización sino la coralidad de las culturas. En cuanto a lo que muchas veces llamó
“la religión venidera”, partiendo del hecho de que todas las religiones, por reveladas que
sean para sus fieles, se manifiestan y actúan en la historia, la concibió como aquel punto
futuro en que el hombre llegue a ser capaz de ir a lo esencial e innato de su apetencia
trascendente. Esa religión venidera, sin perder la pluralidad de sus manifestaciones
culturales, saldaría sus deudas con la razón y con la libertad: una “razón nueva”, tan
rigurosa como abierta a lo desconocido, negada a convertirse en el renovado fanatismo
de una ciencia dogmática y amoral; una libertad cuyos límites estuvieran únicamente en
el respeto a “la dignidad plena del hombre”. No presenta Martí estas ideas como
utopías, ni siquiera como esperanzas realizables, sino como resultado de las leyes del
espíritu y la historia. Su inspiración, diríamos hoy, tercermundista, está limpia del
resentimiento del colonizado o del perteneciente a un mundo “periférico”. No podía
desconocer esa situación quien llevaba en el cuerpo las marcas de la esclavitud. Su obra
y su vida, sin embargo, fueron una dádiva libre a todos los hombres.