Ansiedad-Angustia-Estres - 3 Conceptos A Diferenciar
Ansiedad-Angustia-Estres - 3 Conceptos A Diferenciar
Ansiedad-Angustia-Estres - 3 Conceptos A Diferenciar
Introducción
Desde las primeras décadas del siglo XX, existe un interés por la ansiedad en la
literatura psicológica al considerarla una respuesta emocional paradigmática que ha
ayudado a la investigación básica en el ámbito de las emociones. Dichas
investigaciones se han desarrollado a lo largo de la historia con dos problemas
fundamentales: la ambigüedad conceptual del constructo de ansiedad y las dificultades
metodológicas para abordarlo. Estos problemas dieron lugar a que las distintas
corrientes psicológicas (psicodinámica, humanista, existencial, conductista,
psicométrica y, las más recientes, cognitiva y cognitivo-conductual) se ocuparan del
abordaje de la ansiedad y de las similitudes y diferencias con otros conceptos, dada la
gran confusión terminológica con la angustia, el estrés, temor, miedo, tensión, arousal,
entre otros. Esta confusión conceptual ha sido objeto de diversos estudios (Ansorena,
Cobo y Romero, 1983; Bermúdez y Luna, 1980; Borkovek, Weerts y Berstein, 1977;
Casado, 1994; Cattell, 1973; Lazarus, 1966; Miguel-Tobal, 1985). Sin embargo, en la
práctica actual dichos términos se siguen utilizando indistintamente.
Ansiedad
Introducción
Existe una gran confusión con el término ansiedad, pues bajo el mismo se han
englobado diversos conceptos en el campo de la Psicología. Los problemas de
ambigüedad conceptual y operativa para su abordaje dificultan el desarrollo de
definiciones unánimes desde los distintos enfoques, a lo que se suma el problema de
las numerosas etiquetas (reacción emocional, respuesta, experiencia interna, rasgo de
personalidad, estado, síntoma, etc.) que ha recibido. En esta línea, la filosofía
existencial considera que la ansiedad es una respuesta de carácter humano que está
dirigida hacia la amenaza que sufren los valores morales, y que aparece cuando el
sistema de valores que da sentido a la vida del ser humano se ve amenazado de
muerte. Los psiquiatras existencialistas dan una importancia notoria al hecho de que la
ansiedad es una característica ontológica del hombre. Dicha corriente filosófica
mantiene que no es una actitud entre otras muchas, como pueden serlo el placer o la
tristeza. Sin embargo, desde el punto de vista psicopatológico, el concepto de ansiedad
no siempre ha sido usado de forma homogénea. Como sugiere Lewis (1980), varias
palabras latinas contienen la raíz indogermánica angh y, a pesar de ello, el término
que ha prevalecido en toda la cultura occidental para definir a ese sentimiento de
inquietud, que se acompaña de una clara constricción en la zona epigástrica y
dificultades respiratorias, es el de ansiedad, debido a la influencia de Freud, quien la
introduce como palabra técnica en la psicopatología. Este autor define la ansiedad
como un estado afectivo desagradable, caracterizado por la aprensión y una
combinación de sentimientos y pensamientos molestos para el individuo. La ansiedad
se concibe como el resultado de la percepción (consciente o inconsciente) por parte del
individuo de una situación de peligro, que se traduce en ciertos estímulos sexuales o
agresivos y da lugar a la anticipación del ego (Freud, 1964); Freud identifica elementos
fenomenológicos y fisiológicos en sus estudios sobre la ansiedad, defendiendo que las
distintas formas de neurosis están determinadas por la intensidad y el carácter que
presentan a raíz de la experiencia traumática y en función de la etapa de desarrollo
psicosexual en la que se encuentre el individuo. Según esto, la ansiedad es una
característica esencial de la neurosis, una respuesta no realista ante la situación que es
temida por el sujeto y que implica poco o ningún miedo real. Dicha ansiedad neurótica
es entendida por los psicoanalistas como una señal de peligro procedente de los
impulsos reprimidos del individuo, que se origina a raíz de las transformaciones
producidas sobre la própia ansiedad objetiva.
Enfoque psicoanalítico
Enfoque conductual
Frente a las teorías dinámicas, aparece un nuevo modelo que trata de acercar el
término hacia lo experimental y operativo. El conductismo parte de una concepción
ambientalista, donde la ansiedad es entendida como un impulso (drive) que provoca la
conducta del organismo. Desde esta perspectiva, Hull (1921, 1943, 1952)
conceptualiza la ansiedad como un impulso motivacional responsable de la capacidad
del individuo para responder ante una estimulación determinada. Esta escuela utiliza
en el estudio de la respuesta de ansiedad los términos de miedo y temor
frecuentemente. Así, desde las teorías del aprendizaje, la ansiedad se relaciona con un
conjunto de estímulos condicionados o incondicionados que elicitan a la misma en
forma de respuesta emocional; además, ésta se concibe como un estímulo
discriminativo, considerando que la ansiedad conductual está mantenida a partir de
una relación funcional con un refuerzo obtenido en el pasado. Todo ello indica que se
puede entender el escenario en el que se aprende la conducta de ansiedad a través del
aprendizaje por observación y el proceso de modelado.
Enfoque cognitivo
Enfoque cognitivo-conductual
La angustia
Introducción
La Filosofía afirma que sólo a partir de sus propios postulados se puede explicar
el contenido histórico y el concepto de angustia. Según aseguran los filósofos, ninguna
otra ciencia ha conseguido ocuparse tan íntimamente de aquello que es primordial en
el hombre y para el mismo y, por consiguiente, de la angustia en sí misma. Existe una
angustia existencial, procedente de la misma entidad del individuo sano, del hecho
mismo de vivir y convivir, angustia controlable y capaz de dinamizar aspectos creativos
de la persona, facilitando el rendimiento y la motivación para la realización de
proyectos (Kierkegaard, 1844); este autor considera que el origen de la angustia que
el individuo experimenta se encuentra en la posibilidad de ocurrencia del fallo, es
decir, en la posibilidad de no acertar, de no tomar la decisión correcta, de no alcanzar
la meta final perseguida. Para Kierkegaard, la nada en su sentido más general no
significa muerte, como puede significar para otros pensadores, ya que eso para él no
existe. Un pensador existencial nunca podría centrarse en esa nada, la nada no se
percibe como una idea abstracta, sino como la posibilidad de no acertar el uso de la
libertad del individuo, de que las posibilidades no actúen de forma adecuada. Otro
filósofo de la época, Heidegger, piensa que la angustia está formada por un doble
carácter; por un lado, la considera como un fenómeno de hundimiento de los puntos
de apoyo y, por otro, como una máxima quietud que deja al individuo que la sufre
clavado y fijo en ese nuevo vacío. Mientras Kierkegaard habla de la angustia como un
presentimiento propio de la nada o como la nada sumergida en la propia existencia del
individuo, es Nietzsche quien habla de ella como el miedo a la muerte, considerándola
la enfermedad de Europa.
Enfoque filosófico
Enfoque científico-natural
Enfoque psicoanalítico
Desde una óptica dinámica, las normas sociales han llevado al ser humano a
reprimir su libido por no encontrar un cauce apropiado, provocando la represión que da
lugar al nacimiento de la angustia en el individuo; el psicoanálisis considera que es
necesario un tratamiento para que se produzca una adecuada liberación de la misma.
Para Freud, la angustia es el resultado de una excitación no liberada a nivel sexual, de
manera que se manifiesta una tensión física de carácter sexual bastante marcada en el
individuo, llevándole a una neurosis de angustia, por lo que es necesaria una
elaboración psíquica. A raíz de esto, Freud desarrolla tres teorías de la angustia: la
primera como una manifestación de la libido reprimida, la segunda como
representación de la experiencia del nacimiento y la tercera en la que considera a la
ansiedad como una respuesta al aumento de la tensión afectiva. La primera teoría de
Freud aparece en 1905, y nos viene a decir que la libido se convierte en angustia,
tanto en el niño como en la persona adulta, en el instante en el que no puede alcanzar
su satisfacción, indicando que ésta al principio aparece en el niño únicamente ante la
ausencia de la persona amada. Más tarde, en la década de los años treinta, cuando
Freud escribe "Introducción al Psicoanálisis", distingue entre una angustia real y una
angustia neurótica. En su segunda teoría de la angustia, le da a ésta una función del
yo cuando se presenta una señal de falta de placer que moviliza todas las energías
presentes para luchar contra las pulsiones procedentes del ello. Aquí, se afirma que el
yo es la sede de la angustia, rechazando la idea que defiende que la energía de la
moción reprimida es transformada en angustia de inmediato. Freud añade que el
origen de la angustia estaba en el propio exceso, y a esto se le encuentra un modelo
análogo en la Biología, concediendo a la misma un valor más destacado (Freud, 1971);
este autor determina que sus pacientes muestran distintos tipos de neurosis y que
éstas se presentan como distintos mecanismos de defensa frente a la angustia que
manifiestan, pero ésta no es consecuencia en sí de la neurosis, sino que es entendida
como causa, apareciendo ante estímulos que no pueden integrarse entre sí. Por último,
la angustia anticipa y reacciona ante el peligro simultáneamente, llevando al individuo
a la neurosis de angustia, haciéndole sentir como perturbado; además, tiene como
característica principal la indeterminación y la ausencia del objeto, presentándose
como una señal, síntoma y defensa.
Enfoque clásico
Enfoque conductista
Enfoque psico-biológico
El estrés
Introducción
El estrés supone un hecho habitual de la vida del ser humano, ya que cualquier
individuo, con mayor o menor frecuencia, lo ha experimentado en algún momento de
su existencia. El más mínimo cambio al que se expone una persona es susceptible de
provocárselo. Tener estrés es estar sometido a una gran presión, sentirse frustrado,
aburrido, encontrarse en situaciones en las que no es fácil el control de las mismas,
tener problemas conyugales, etc. El origen del término estrés se encuentra en el
vocablo distres, que significa en inglés antiguo "pena o aflicción"; con el uso frecuente
se ha perdido la primera sílaba. El vocablo ya era usado en física por Selye, aludiendo
a la fuerza que actúa sobre un objeto, produciendo la destrucción del mismo al superar
una determinada magnitud; para este autor, el estrés es una respuesta inespecífica del
organismo ante una diversidad de exigencias. Se trata de un proceso adaptativo y de
emergencia, siendo imprescindible para la supervivencia de la persona; éste no se
considera una emoción en sí mismo, sino que es el agente generador de las
emociones. En todo caso, el estrés es una relación entre la persona y el ambiente, en
la que el sujeto percibe en que medida las demandas ambientales constituyen un
peligro para su bienestar, si exceden o igualan sus recursos para enfrentarse a ellas
(Lazarus y Folkman, 1984). Por ejemplo, cuando los individuos imaginan cómo puede
ser un hecho estresante, la primera asociación que establecen es negativa, es decir,
resulta más común pensar en algo que cause daño, en la muerte reciente de algún ser
querido, en la pérdida de trabajo, en la enfermedad, en una mala experiencia. No
obstante, una situación o hecho positivo igualmente causa estrés como, por ejemplo el
cambiar de casa o lugar de residencia, el ascender en el trabajo y tener más
responsabilidades, o enamorarse, que puede llegar a provocar el mismo estrés que
cuando un individuo rompe una larga relación de valor afectivo para él. Bajo esta
perspectiva, los autores barajan diversos datos, unos se relacionan más con la rama
de la fisiología y otros, en cambio, con la Psicología, siendo esta última la que engloba
un mayor número de manifestaciones en el sujeto, dado que los individuos responden
a cualquier demanda del entorno, incluyendo las de naturaleza psicosocial. Si el
sentimiento de carácter negativo aparece de forma constante en el sujeto y no es
tratado adecuadamente, puede conducir a un bajo rendimiento en la vida cotidiana,
debilitando la salud (Olga y Terry, 1997). Casi todas las personas han oído hablar del
estrés, pues es éste un término que utilizan por igual profesionales de la salud y
profanos en la materia. En general, cuando los individuos hablan de él se refieren a la
tensión que se experimenta en la sociedad actual. La Psicología, la Psicopatología y la
medicina psicosomática han empleado el término de estrés, en ocasiones, con excesiva
libertad y falta de rigor científico. No se trata de la dificultad que puede suponer su
traducción a otros idiomas, ya que para los anglosajones no está muy claro aún el
significado del concepto en sí; para unos es sinónimo de sobresalto, para otros hace
referencia a malestar y, para la mayoría, un generador de tensión para el sujeto. No
obstante, en todos estos casos, el estrés es entendido como algo negativo, perjudicial
o nocivo para el ser humano, ya que produce dolores de cabeza, indigestión, resfriados
frecuentes, dolor de cuello y espalda e infelicidad en las relaciones personales más
cercanas (Olga y Terry, 1997); además, el estrés puede incapacitar al individuo en el
ámbito laboral, provocar crisis nerviosas recurrentes, depresión, ansiedad o incluso dar
lugar a la muerte por un ataque al corazón. En cambio, otras personas lo perciben
como algo positivo para sus vidas, describiéndolo como una experiencia placentera,
divertida y estimulante, sintiéndose más capaces de hacer frente a las demandas del
entorno de forma libre, exponiéndose a situaciones de riesgo con la confianza de
superarlas con éxito. La vivencia del estrés como positivo o negativo va a depender de
la valoración que realiza el individuo de las demandas de la situación y de sus propias
capacidades para hacer frente a las mismas. Según esto, el ser humano se enfrenta
continuamente a las modificaciones que va sufriendo el ambiente, percibiendo y
reinterpretando las mismas con objeto de poner en marcha conductas en función de
dicha interpretación. Hay ocasiones en las que la demanda del ambiente es excesiva
para el individuo, por lo que su repertorio conductual para hacer frente a la situación
generadora de estrés es insuficiente, al igual que cuando se enfrenta a una situación
nueva para él (Olga y Terry, 1997).
Los investigadores no han conseguido crear aún una definición que satisfaga a
todos; de hecho, el estrés se puede conceptualizar desde tres claras y grandes
perspectivas teóricas (Cohen et al., 1982; Elliot y Eisdorfer, 1982); existen definiciones
en las que se considera como un estímulo, otras que están centradas en la respuesta
producida en el organismo y, en tercer lugar, las definiciones de tipo interactivo o
transaccional. Miller (1997) define el estrés como cualquier estimulación vigorosa,
extrema o inusual que, ante la presencia de una amenaza, causa algún cambio
significativo en la conducta; asimismo, Basowitz, Persky, Korchin y Grinker (1955)
conceptualizan el mismo como aquellos estímulos con mayor probabilidad de producir
trastornos. A modo de ejemplo, se mencionan las condiciones generadas dentro del
organismo como el hambre o la apetencia sexual, convertidos en estados hormonales y
estímulos que son originados a partir de características neurológicas determinadas
(White, 1959). Por lo tanto, se entiende el estrés como estímulo cuando un suceso da
lugar a una alteración en los procesos homeostáticos (Burchfield, 1979). Appley y
Trumbull (1977) hacen uso del término para describir aquellas situaciones novedosas,
de carácter cambiante, intensas, inesperadas o repentinas, incluyendo aquellas que
superan los límites de la tolerabilidad, así como el déficit estimular, la ausencia de
estimulación o la fatiga producida por ambientes aburridos; sin embargo, McGrath
(1970) considera que este punto de vista no explica las diferencias individuales que se
presentan ante una misma situación. Además, se mantiene una concepción del ser
humano como mero sufridor pasivo de las condiciones ambientales (Blanco, 1986;
Cox, 1978). Por otra parte, la aparición de determinadas respuestas evidencia que el
organismo ha sufrido un estado de tensión recientemente, por lo tanto, el estrés es
una conducta que aparece cuando las demandas del entorno superan la capacidad del
individuo para afrontarlas (Kals, 1978). Este planteamiento dio lugar a que se
conceptualizara el estrés como aquella respuesta no específica del organismo ante
cualquier demanda (Selye, 1980). A raíz de ello, las definiciones basadas en la
situación predominan en las investigaciones sociológicas, mientras que otras disciplinas
asumen definiciones de corte biológico (Novaco y Vaus, 1985). Se ha señalado que
esta segunda visión no ha conseguido asentarse dado que aquellas situaciones que
causan un patrón determinado de respuestas como, por ejemplo, taquicardia, aumento
de la presión sanguínea y otras, serían las situaciones que generarían estrés, pero
existe una variabilidad enorme de situaciones que no están vinculadas al estrés y sin
embargo provocan el mismo patrón fisiológico de respuesta, como por ejemplo hacer
ejercicio físico o la pasión amorosa (Blanco, 1986; McGrath, 1970). Con objeto de
superar la controversia establecida a raíz de los dos planteamientos anteriores, surge
el estrés como interacción entre el organismo y el ambiente que lo rodea; ésta
perspectiva transaccional permite controlar una serie de variables intermedias entre
sujeto y entorno, siendo defendida por varios autores (Cox, 1978; Folkman, 1984;
Lazarus y Folkman, 1986; McGrath, 1970; Mechanic, 1976). Folkman (1984) dice que
el estrés no pertenece a la persona o al entorno, ni tampoco es un estímulo o una
respuesta, más bien se trata de una relación dinámica, particular y bidireccional entre
el sujeto y el entorno, actuando uno sobre el otro. Por su parte Lazarus (1981) afirma
que los seres humanos no son víctimas del estrés, sino que su forma de apreciar los
acontecimientos estresantes (interpretación primaria) y sus propios recursos y
posibilidades de afrontamiento (interpretación secundaria) determinan la naturaleza
del mismo; el afrontamiento se concibe como un esfuerzo conductual y cognitivo
dirigido a reducir las exigencias internas y/o externas causadas por las transacciones
estresantes (Lazarus y Folkman, 1984). Así, Turcotte (1986) afirma que el estrés es el
resultado de las transacciones entre la persona y su entorno, considerando que el
origen del estrés puede ser positivo (oportunidad) o negativo (obligación), el resultado
es la ruptura de la homeostasis psicológica o fisiológica, desencadenando emociones y
movilizando las energías del organismo. Por todo ello, un estímulo se considera
estresante cuando tiene la capacidad de poner en marcha una respuesta fisiológica de
estrés en el individuo, mientras que una respuesta recibe el apelativo de estrés cuando
es producida por una demanda del ambiente, un daño determinado o una amenaza;
esto implica estímulos, respuestas y los procesos psicológicos que median entre ellos.
El estrés psicológico es aquel que establece una relación entre el individuo y el
ambiente; por lo tanto, la Psicología se centra en el estudio de las causas que
provocan este estado en diferentes sujetos a través del análisis del afrontamiento
individual y la evaluación cognitiva que conlleva. El afrontamiento le sirve al sujeto
para controlar las demandas que evalúa como estresantes y todas las emociones que
generan, mientras que la evaluación cognitiva determina hasta que punto una relación
individuo-ambiente es estresante. Por su parte, las demandas que recibe el individuo
pueden proceder del ambiente físico que le rodea como, por ejemplo, el frío y el calor
extremos, pero mayormente procederán del ambiente social en el que está más
inmerso, denominándose estrés psicosocial del individuo. Las demanda que, por su
particular intensidad, novedad e indeseabilidad, requieren una respuesta esforzada
(Campas, 1987) o de afrontamiento (Cohen, Kamark y Mermelstein, 1983; Lazarus y
Folkman, 1984) son las que realmente se consideran estresantes. Entonces, el estrés
es una fuerza que induce malestar o tensión tanto sobre la salud física como sobre la
emocional (Lewen y Kennedy, 1986). Por último, es necesario resaltar que en
numerosos estudios experimentales se ha mostrado que los efectos fisiológicos,
psicológicos y conductuales de los estresores dependen, en gran medida, de procesos
cognitivos, apareciendo inmediatamente cambios orgánicos generalizados, lo que hace
que se aumente el nivel de activación fisiológica (Anisman, Kokkinidis y Sklar, 1985).
Además, la persistencia de esta reacción más allá de los recursos de afrontamiento del
sujeto provoca una serie de respuestas desadaptativas en los sistemas orgánicos y
psíquicos (Martínez-Sánchez y García, 1993). Por ello, en la actualidad el término se
utiliza para describir un proceso psicológico originado ante una exigencia al organismo,
frente a la cuál éste no tiene información para proporcionarle una respuesta adecuada,
activando un mecanismo de emergencia consistente en una activación psico-fisiológica
que recoge más y mejor información, procesándola e interpretándola más rápida y
eficientemente, lo que permite al organismo mostrar una respuesta adecuada a la
demanda (Fernández-Abascal, 1995). Recientemente, el estrés se aborda desde una
perspectiva psicosocial, considerando que las condiciones sociales (apoyo social,
aspecto socioeconómico, estatus marital, rol laboral, etc.) pueden estar implicadas en
el origen de las experiencias estresantes, ya que las situaciones sociales son capaces
de causar altos niveles de estrés, repercutiendo negativamente en la salud, calidad de
vida y longevidad (Cockerham, 2001); desde esta perspectiva, la experiencia del
estrés es entendida como una consecuencia inevitable de la organización social, y no
tanto como antecedentes anormales de un trastorno, según se ha mantenido en la
Psicología y la Medicina (Sandín, 2003). Éste autor realiza un estudio sobre la
naturaleza y el origen de los estresores a partir de un análisis basado en el papel de
los factores sociales, poniendo de manifiesto tres formas de estrés (estrés vital, estrés
de rol y estrés provocado por contrariedades cotidianas), pudiendo contribuir todas
ellas a predecir las perturbaciones de salud asociadas al estrés; según esto, el estrés
experimentado por el individuo es el producto de la interrelación entre tales categorías
de estresores, dependiendo en gran medida de los recursos personales y sociales
(estrategias y recursos de afrontamiento y apoyo social) que poseen las personas para
hacer frente a los efectos del estrés. Hoy en día el término estrés hace referencia a
una sobrecarga emocional que experimenta el individuo, vinculada a una exigencia
desproporcionada del ambiente, y que se manifiesta en un estado de nerviosismo
porque requiere un sobreesfuerzo por parte del individuo, poniéndole en riesgo de
enfermar. En definitiva, el estrés es la respuesta fisiológica y psicológica del cuerpo
ante un estímulo (estresor), que puede ser un evento, objeto o persona.
Aproximaciones teóricas
Enfoque físico
Enfoque médico
Enfoque fisiológico
Enfoque biológico
Enfoque cognitivista
Enfoque bio-psico-social
Finalmente, hay que decir que el estrés integra tres componentes: el psíquico,
el social y el biológico, y es a raíz de esto cuando el concepto queda entendido con una
magnitud bio-psico-social. Existe una multitud de estudios que han puesto de
manifiesto como la falta de recursos del individuo para controlar las demandas sociales
y psicológicas puede dar lugar al desarrollo de enfermedades cardiovasculares,
hipertensión, asma, jaquecas, úlcera péptica, dolores musculares, depresión y otros
problemas de salud, así como la presencia de conductas de enfermedad (Cockerham,
2001; Mechanic, 1976; Siegrist, Siegrist y Weber, 1986; Turner, Wheaton y Lloyd,
1995). La personalidad está cada vez más implicada en el estrés, imponiéndose, hoy
día, el modelo de estrés entendido como una transacción entre el individuo y el
ambiente. Dicho enfoque define el estrés como una relación entre la persona y el
entorno, el cual es percibido por el individuo como algo impuesto que excede sus
recursos, poniendo en peligro su bienestar (Lazarus y Folkman, 1984). Los individuos
perciben de forma distinta la amenaza que representan las situaciones estresantes,
haciendo uso de varias habilidades, recursos y capacidades, tanto personales como
sociales, a fin de controlar esas situaciones potencialmente estresantes (Aneshensel,
1992; Brown y Harris, 1989; Cockerham, 2001; Kessler, 1997; Lazarus y Folkman,
1984; Mechanic, 1978; Miller, 1997; Pearlin, 1989; Mullan y Whitlatch, 1995; Sandín,
1999; Thoits, 1983, 1995; Turner y Marino, 1994; Wheaton, 1985). Dentro del modelo
transaccional el término es visto como un producto, siendo el resultado de la
interacción entre diferentes factores que, presuntamente, juegan un papel causal. Esta
definición conduce, por tanto, a afirmar que determinados factores individuales como
las características predisposicionales, las motivaciones, las actitudes y la propia
experiencia, son claves para determinar la percepción y la valoración que hacen los
sujetos de las demandas de distintas situaciones; esto acarrea los distintos estilos de
afrontamiento de cada individuo. Tanto las demandas del entorno como las
apreciaciones cognitivas, los esfuerzos de afrontamiento y las respuestas emocionales,
están interrelacionadas de forma recíproca, de manera que cada una ellas afecta a las
otras. Por lo tanto, a corto plazo se influye en la respuesta emocional y, a largo plazo,
en la propia salud del individuo.
Hoy en día, el estudio del estrés cobra un enorme interés desde el marco social
y el enfoque de los sucesos vitales, posibilitando el estudio epidemiológico de grupos
sociales y niveles de riesgo y estableciendo estrategias de afrontamiento y prevención
selectiva, lo cual supone una orientación social de la salud distinta a la antigua
concepción médica (Sandín, 1999). Existe un tipo de estrés social crónico, en el que
los estresores están asociados a los principales roles sociales, como las dificultades en
el trabajo, problemas de pareja o desajustes en las relaciones padres-hijos. Pearlin
(1989) distingue los siguientes tipos de estresores crónicos: estresores por sobrecarga
de roles, conflictos interpersonales en conjuntos de roles, conflictos entre roles,
cautividad de rol, por reestructuración de rol (evolución del propio rol); a estos se
añaden otras condiciones como la de ser pobre, residir en zonas con elevada
delincuencia, padecer enfermedades crónicas graves, entre otras. En esta línea, la
literatura científica ofrece una gama amplia de estudios que ponen en evidencia los
efectos negativos del estrés crónico sobre la salud, considerando al mismo como la
forma de estrés psicosocial más perjudicial para la salud de las personas (Boekaerts y
Röder, 1999; Cockerham, 2001; Fernández-Montalvo y Piñol, 2000; Matud, García y
Matud, 2002; Moreno-Jiménez, González y Garrosa, 1999; Sandín, 1999; Trujillo,
Oviedo-Joekes y Vargas, 2001). Otro tipo de estrés que ha sido investigado
recientemente es el estrés diario (Sandín, 1999; Santed, Sandín, Chorot y Olmedo,
2000, 2001), encontrándose éste en un camino intermédio entre el estrés reciente
(estrés por sucesos vitales) y el estrés crónico; el estrés diario se refiere a las
contrariedades o sucesos menores que están determinados situacionalmente o son
repetitivos, debido a la permanencia en el mismo contexto con demandas consistentes
o porque las estrategias de afrontamiento son ineficaces.
Conclusiones
- Los orígenes del estrés se remontan a la Física, aunque con el transcurso del tiempo
éste ha sido abordado desde un modelo bio-psico-social integrador en el que el
enfoque psicológico aportó definiciones del estrés como estímulo, como respuesta y/o
como interacción entre ambos.
Referencias
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