La Narración, El Arte de Contar La Historia
La Narración, El Arte de Contar La Historia
La Narración, El Arte de Contar La Historia
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Mayo 2008
Año X, Vol. 4
¡Cuéntame tu historia! Con esta frase me saludó un día un amigo al que hacía mucho tiempo
no veía. Nos sentamos en un estadero cercano, y, efectivamente, ambos nos contamos la historia
comprendida en el periplo de ausencia. Al final, después de departir una rica cena, nos
despedimos con la sensación de que “nos pusimos al día” con los sucesos de nuestras vidas: nos
habíamos “contado la historia”.
En ese sentido, la evolución del periodismo moderno señala un nuevo derrotero. Si bien los
géneros están demarcados con fronteras cada vez más difusas, lo que hoy en realidad es
importante, tanto para el lector como para el medio, es que “la historia” sea bien narrada. Para
ello, debe tener ingredientes diversos que van desde los hechos en sí, los detalles de los mismos,
los personajes que lo protagonizan, el tiempo – espacio y, por supuesto, la estética.
Sin este último ingrediente que antes parecía un camino reservado a los literatos, el periodismo
de hoy sería tan insípido que los lectores se alejarían aún más de los medios impresos.
Ya en 1966 Tom Wolf hablaba de la necesidad de darle un giro al periodismo tradicional y
argumentaba que entonces, la creatividad, la estética y las pretenciosas formas narrativas estaban
solamente reservadas para los que hacían literatura, es decir, para los novelistas, quienes entre
otras cosas, miraban con desdén el trabajo diario y exigente del periodista raso. En su libro El
nuevo periodismo Tom Wolf señala:
“El escenario estaba estrictamente reservado a los novelistas, gente que escribía novelas,
y gente que rendía pleitesía a La Novela. No había sitio para el periodista, a menos que
asumiese el papel de aspirante-a-escritor o de simple cortesano de los grandes. No existía
el periodista literario que trabajase para revistas populares o diarios. Si un periodista
aspiraba al rango literario... mejor que tuviese el sentido común y el valor de abandonar la
prensa popular e intentar subir a primera división”.
Desde ese tiempo, hace ya más de 40 años, existía la inquietud de los periodistas en
Norteamérica de presentar a los lectores una propuesta distinta. Paulatinamente el fenómeno,
que lo analizaremos en detalle en el capítulo pertinente al Periodismo Literario, se hizo extensivo
al mundo entero y poco a poco una pléyade de periodistas empezaron a darle el revolcón a la
noticia tradicional.
Recordemos que la información hace medio siglo era terreno abonado solamente para el
periodismo objetivo, ese mismo en que la voz del periodista quedaba sepultada bajo las cifras,
datos, testimonios y nombres que contenía un artículo determinado. Tanto así, que la estructura
narrativa de las agencias de prensa, que en la Segunda Guerra Mundial asignaron a periodistas
de diversas nacionalidades a cubrir el conflicto –lo que sirvió de material a las salas de redacción
de todo el mundo—se convirtió a la postre en la “regla de oro” para una correcta redacción
noticiosa.
A ROMPER EL ESQUEMA
Seguidamente todos los estudiantes de periodismo y los colegas en ejercicio, se han sumergido
en la efectiva estructura de la “pirámide invertida”, que ciertamente muestra un camino llano y
directo para el abordaje de un tema. Incluso hoy, no existe una manera más recurrente y eficaz
para redactar una noticia. Lo que nadie sabía entonces, hace 50 años, es que la tan cacareada
Aldea Global iba, literalmente, a glo-ba-li-zar-se, por cuenta de la tecnología.
Cuando el hombre pisó la luna, pudimos contemplar tal hazaña pegados a nuestros enormes
televisores en blanco y negro que más parecían unos ataúdes con patas. Esas imágenes
marcarían una época en el periodismo: se empezó a “mostrar” el hecho. Años después, la
televisión a color, el uso del satélite para optimizar la señal y permitir más canales, la innovación
de los formatos radiales y la aparición del Internet, hicieron que el mundo deseara una
información siempre más ágil, dinámica, vivaz y representativa.
¿Y la pirámide invertida qué? Esta pregunta se sigue respondiendo en los diarios modernos
gracias a la evolución del género primario del periodismo: la noticia. Esta, como era concebida
hace diez lustros, ha sufrido modificaciones considerables en la prensa escrita, a partir de la
premisa de que la información del periódico, cuando ve la luz, ya es vieja y conocida por todos.
¿Entonces qué hacemos? ¿Quién podrá salvarnos? La nueva forma de enfocar los hechos, la
búsqueda del ángulo nuevo, la creatividad en las entradas, el manejo de la estructura narrativa
como en la literatura, la investigación y vincular hechos que los otros medios no trataron,
subsanaron el problema. Lo que no se sabía, era que años más tarde, esos mismos medios, iban
a tener que enfrentarse, incluso, con ellos mismos: la versión en la Web de los periódicos, siempre
va un paso más adelante que la impresa, y por supuesto, que la narración es diferente. La
primera es más directa, desprovista de intencionalidad estética, es práctica, breve y tiene
hipervínculos que permiten que el lector se traslade, con solo un clic, a otros subtemas
relacionados con lo que está leyendo.
Tomás Eloy Martínez, el reconocido escritor y periodista, autor entre otros, del libro “Santa
Evita”, también dio respuestas a esos interrogantes durante su conferencia pronunciada ante la
Asamblea de la SIP, el 26 de octubre de 1997 en Guadalajara, México, al señalar, abriendo su
intervención, que solo había una fórmula para que la prensa sobreviviera a los embates de la
televisión, la radio y el Internet: la narración. Así lo expresó el escritor en esa ocasión:
“Los seres humanos perdemos la vida buscando cosas que ya hemos encontrado. Todas
las mañanas, en cualquier latitud, los editores de periódicos llegan a sus oficinas
preguntándose cómo van a contar la historia que sus lectores han visto y oído decenas de
veces en la televisión o en la radio, ese mismo día. Con qué palabras narrar, por ejemplo,
la desesperación de una madre a la que todos han visto llorar en vivo delante de las
cámaras? Cómo seducir, usando un arma tan insuficiente como el lenguaje, a personas
que han experimentado con la vista y con el oído todas las complejidades de un hecho
real? Ese duelo entre la inteligencia y los sentidos ha sido resuelto hace varios siglos por las
novelas, que todavía están vendiendo millones de ejemplares a pesar de que algunos
teóricos decretaron, hace dos o tres décadas, que la novela había muerto para siempre.
También el periodismo ha resuelto el problema a través de la narración, pero a los editores
les cuesta aceptar que esa es la respuesta a lo que están buscando desde hace tanto
tiempo.
Y como para que las exposición no se quedara sólo en lo teórico, en lo conceptual o en las
percepciones e inferencias de un escritor y periodista preocupado por la estética y la narratividad,
Tomás Eloy Martínez ejemplarizó con la edición dominical del The New York Times, que
coincidencialmente, en su edición y en primera plana, mostraba historias importantes e
interesantes, enlazadas por un mismo hilo conductor: todas ellas estaban escritas con el estilo
único que otorga la narrativa moderna. Así explico el escritor lo encontrado en ese importante
diario:
“En The New York Times del domingo 28 de septiembre, cuatro de los seis artículos de
la primera página compartían un rasgo llamativo: cuando daban una noticia, los cuatro la
contaban a través de la experiencia de un individuo en particular, un personaje
paradigmático que reflejaba, por sí solo, todas las facetas de esa noticia. Lo que buscaban
aquellos artículos era que el lector identificara un destino ajeno con su propio destino. Que
el lector se dijera: a mí también puede pasarme esto. Cuando leemos que hubo cien mil
víctimas en un maremoto de Bangla Desh, el dato nos asombra pero no nos conmueve. Si
leyéramos, en cambio, la tragedia de una mujer que ha quedado sola en el mundo después
del maremoto y siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que
hay que saber sobre ese maremoto y todo lo que hay que saber sobre el azar y sobre las
desgracias involuntarias y repentinas…”
La narración es el gran reto del periodista moderno y no solo en el estrecho campo de la
prensa escrita: la televisión y la radio ponen en juego, cada una con sus armas, las técnicas
narrativas apropiadas para ganar adeptos, llevar fácil al público, ejemplarizar, crear conciencia,
subir el rating, ganar prestigio y credibilidad. En otras palabras, los medios están viviendo hoy una
guerra sin cuartel promovida por lo mediático, por lo masivo, lo instantáneo por el cómo, cuándo
y por dónde, transmitiré el mensaje.
Hoy el periodista que quiere perdurar en la memoria colectiva, debe ser aquel que sepa
enfrentar estos nuevos retos. Que al ser testigo de un hecho, o conocedor de alguna situación,
piense si, efectivamente, esa situación puede ser contada de una manera distinta.
La representación, el arte de dibujar con palabras un hecho, de exponer a los ojos del lector
una situación mostrándosela a él como si la estuviera viviendo, es una de las fórmulas que sí
funcionan en el periodismo del siglo XXI. Y ésta se da a la par con la creación de escenas en los
momentos cumbre de la historia. Una buena narración debe comenzar, siempre, son una escena
suficientemente representativa. En cine, cuando transcurren 10 minutos de la película y el
espectador “siente que no pasa nada”, empieza a moverse en el asiento, a comprar papitas, a
besar a la novia…o a abandonar la sala. El cine acostumbra a quien lo ve, a atraparlo con una
escena sugestiva en los momentos iniciales. Una escena tan explícita, que es el referente para
toda la historia.
Así nosotros, en la búsqueda de la modernidad y priorizando la narración en los textos,
debemos cambiar el repertorio trajinado y repetitivo, monolítico y a veces insufrible, de los
párrafos tradicionales. Estos, que deberían terminar en el cesto de la basura, deben ser
reemplazados por escenas: representaciones de un hecho que hagan vibrar desde donde estén, a
los lectores y logren que éstos se identifique con un personaje o una situación determinada. Que
se conmuevan. Que se alegren. En fin, que vibren gracias a la narración.
Pero creer que todo puede ser narrado es también un riesgo. El periodista deberá evaluar qué
sucesos pueden ser pasados por una óptica diferente y cuáles deberán seguir inmodificables
porque se correría el riesgo de “verse forzado” o, lo que es peor, que el periodista termine
haciendo el ridículo. Muchas veces leemos historias que intentaron tocar la fibra del lector, y lo
único que consiguieron fue una carcajada de éste, o terminar la publicación abandonada en una
banca de parque. Hay riesgos: caer en lo melodramático, en el amarillismo o en lo infantil.
EL ROSTRO DE LA NOTICIA
El redactor cuando enfrenta el tema debe preguntarse si es posible enfocarlo de una manera
distinta y novedosa. Evaluar el proyecto, repensar el inicio y el final. Imaginar su estructura, sus
nexos y la aparición de los personajes. ¿Es coherente? ¿Es creíble? ¿Sigue siendo apegado a los
hechos? ¿Hay elementos nuevos que juegan con la estética? Las respuestas a estas preguntas sin
duda ayudarán a buscar una salida o a tomar la decisión correcta. Al respecto, Tomás Eloy
Martínez, en la conferencia antes citada, señala:
“La gran respuesta del periodismo escrito contemporáneo al desafío de los medios
audiovisuales es descubrir, donde antes había sólo un hecho, al ser humano que está detrás
de ese hecho, a la persona de carne y hueso afectada por los vientos de la realidad. La
noticia ha dejado de ser objetiva para volverse individual. O mejor dicho: las noticias mejor
contadas son aquellas que revelan, a través de la experiencia de una sola persona, todo lo
que hace falta saber. Eso no siempre se puede hacer, por supuesto.
Hay que investigar primero cuál es el personaje paradigmático de que podría reflejar,
como un prisma, las cambiantes luces de la realidad. No se trata de narrar por narrar.
Algunos jóvenes periodistas creen, a veces, que narrar es imaginar o inventar, sin advertir
que el periodismo es un oficio extremadamente sensible, donde la más ligera falsedad, la
más ligera desviación, puede hacer pedazos la confianza que se fue creando en el lector
durante años.
No todos los reporteros saben narrar y, lo que es más importante todavía, no todas las
noticias se prestan a ser narradas. Pero antes de rechazar el desafío, un periodista de raza
debe preguntarse primero si se puede hacer y, luego, si conviene o no hacerlo. (…) Sin
embargo, no hay nada peor que una noticia en la que el reportero se finge novelista y lo
hace mal.”
Sería atrevido, por no decir estúpido, que un periodista tratara de aplicar técnicas avanzadas
de narración al hecho de que el Alcalde instaló las sesiones ordinarias del Concejo Municipal,
mientras que un incendio de voraces proporciones, en un parque industrial, lo trató como una
simple noticia de crónica roja con un inventario de muertos, heridos y pérdidas materiales.
Recordemos no dejar el sentido común en la cama, cuando vamos a trabajar en la sala de
redacción.
La narración moderna es dúctil, maleable, dinámica y se transforma a cada día. Por ello, el
periodista que no quiere morir en el intento, deberá estar a la altura de estas nuevas técnicas que
han tocado ya todos los frentes, temas y secciones, dentro de un medio impreso. Son las mismas
técnicas que deberemos emplear para el desarrollo de estructuras más complejas que la
mencionada noticia. Las mismas que marcarán la diferencia en la elaboración de una entrevista,
un perfil, una crónica o un reportaje. Porque en el denominado género del periodismo literario,
esta técnica narrativa, es su razón de ser.
“El huracán fue muy fuerte”, dice un periodista en una frase. ¿Qué tan fuerte?, se preguntará
el lector. ¿Tan fuerte que despeinó a la señora? ¿Qué levantó las hojas del diario que estaba
leyendo? ¿O que arrastró barcos, lanchas y yates anclados en el puerto hasta las mismas calles
de la ciudad?
No hay que dar rodeos explicativos tratando de definir una situación compleja: sencillamente
muestre al lector lo sucedido, la magnitud del hecho y póngalo en relevancia con el interés
humano. La señora que perdió su casa, el joven que salvó a dos niñas, el gato encontrado debajo
de los escombros, la evacuación de la zona de riesgo, los destrozos, víctimas y milagros deben ser
mostrados en escenas, no en párrafos tan interminables como una lista de mercado. Recree
personajes y situaciones en consonancia con el hecho. Que se escuchen sus voces. Que salgan a
flote sus sentimientos. Que interactúen con el lector gracias a la voz del autor. La vieja frase de
que el buen periodista no es el que dice que está lloviendo, sino que hace sentir al lector que se
está mojando, es hoy más válida que nunca. Recuerde que una escena bien representada dentro
de cualquier género periodístico, vale más que decenas de párrafos oscuros y pesados.
Este ejercicio tan simple, como de cuadrar o bosquejar los momentos específicos de la historia,
esos mismos que tienen más carga dramática, más importancia, son lo que al final terminarán
siendo la tabla salvadora de la narración, pero sin que saturemos lo contado. Se parte de la
jerarquización de la noticia y de dar respuesta a interrogantes básicos sobre el hecho cubierto por
el periodista. ¿Cómo es el objeto? ¿A qué se parece? ¿Qué representa? ¿Cuáles son las causas y
consecuencias? ¿Cómo lo ven los demás? ¿Cuál es su papel en la sociedad? ¿Es positivo,
negativo o no afecta en nada? ¿Qué es lo más llamativo de la historia? En fin, puedo hacer
tantos interrogantes de acuerdo a la complejidad del hecho, pero lo importante es que sepa
utilizar las respuestas y acomodarlas en la narración.
Hace algún tiempo, leí en un diario de la región una noticia sobre cuatrocientas familias
desplazadas que llegaban desde el sur del departamento de Bolívar, hasta la histórica Cartagena
de Indias. El artículo, que me pareció preocupante por el éxodo repetitivo del campo a la ciudad
de manera forzada, no era más que un hecho global que hablaba de “…cuatrocientas familias
desplazadas por la violencia, reubicadas en las afueras de Cartagena…”. La noticia, toda
desarrollada en ese estilo piramidal, no me mostraba el rostro de un niño que sufriera las
penurias del desplazamiento, o del abuelo cansado y muerto en vida porque todo lo que tenía, lo
había dejado en el pueblo donde vivió 70 años y un día fue sacado de allí sin más posesiones
que lo que llevaba puesto.
En resumen, la noticia contaba los rasgos generales del hecho con las medidas que las
autoridades locales iban a tomar para enfrentar la emergencia, pero las víctimas no tenían rostro:
eran solo una cifra.
Distinta hubiera resultado si, a una sola familia (abuelos, padres, hijos y nieto) el periodista
hubiera abordado, convivido durante unas horas, escuchado sus historias, su drama y sus
expectativas. Con toda seguridad que el mismo drama, necesidades y angustias de la familia
focalizada, serían en gran medida las de las otras 399. La diferencia: con ésta técnica se logró
representar el hecho, sus causas y consecuencias. Las víctimas no eran un simple número, sino
personas de carne y hueso, como nosotros, con necesidades insalvables.
Para Tom Wolf la búsqueda de la estética en el simple reportero debería ser una obligación,
como aditamento de lujo para que cualquier historia, aún no inmensamente relevante, pudiera ser
leída con complacencia, partiendo desde una perspectiva diferente: meterse dentro de la piel de
los personajes, tal como lo advierte en las líneas siguientes:
“Los escritores de revistas, como los primeros novelistas, aprendieron a base de tanteo
algo que desde entonces ha sido demostrado en los estudios académicos: esto es, que el
diálogo realista capta al lector de forma más completa que cualquier otro procedimiento
individual. Al mismo tiempo afirma y sitúa al personaje con mayor rapidez y eficacia que
cualquier otro procedimiento individual. El tercer procedimiento era el, por llamarlo así,
«el punto de vista en tercera persona», la técnica de presentar cada escena al lector a través
de los ojos de un personaje particular, para dar al lector la sensación de estar metido en la
piel del personaje y de experimentar la realidad emotiva de la escena tal como él la está
experimentando. Los periodistas habían empleado con frecuencia el punto de vista en
primera persona —«Yo estaba allí»— igual que habían hecho autobiógrafos, memorialistas
y novelistas.
Esto significa una grave limitación para el periodista, sin embargo, ya que sólo puede
meter al lector en la piel de un único personaje —él mismo— un punto de vista que a
menudo se revela ajeno a la narración e irritante para el lector. Según esto, ¿cómo puede
un periodista, que escribe no-ficción, penetrar con exactitud en los pensamientos de otra
persona?
La respuesta se reveló maravillosamente simple: entrevistarle sobre sus pensamientos y
emociones junto con todo lo demás.”