Historia Periodismo 2013-06!27!478

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Historia conjetural del periodismo

Leyendo el diario de ayer Horacio Gonzlez

A Horacio Verbitsky, Mario Wainfeld, Mara Pa Lpez, Eduardo Rinesi, Florencia Saintout y Fernando Alfn

ndice Prlogo: de la inocencia del hecho a los hechos manufacturados Parte I Captulo 1. El periodismo de ideas: el parte de guerra y la oda Captulo 2. Redactores de la Ilustracin Captulo 3. El padre Castaeda: la stira gauchipoltica Captulo 4. De Angelis, la Ilustracin rosista Captulo 5. Figarillo, la irona de los intelectuales Captulo 6. Periodismo y guerra: la prensa de frac. Parte II Captulo 7. La Montaa Captulo 8. Lenin y Gramsci en la cosmovisin periodstica contempornea Captulo 9. Marx periodista Parte III Captulo 10. Los biblifagos Captulo 11. El Yo acuso de Jos Hernndez Parte IV Captulo 12. El destino como forma del lector del lector de peridicos Captulo 13. Arlt y la teora pulsional del periodismo. Captulo 14. Citizen Kane: peripecias de Crtica Captulo 15. La clase media como rgano de lectura Captulo 16. Suplementos culturales: La Prensa cegetista Parte V. Desde 1945 a Papel Prensa Captulo 17. Las tablas de la ley: en los dominios de Clarn. Captulo 18. La Nacin y el peronismo Captulo 19. Rodolfo Walsh: el investigador del ser perseguido Captulo 20. Timerman Captulo 21. Conviccin Captulo 22. Hacia Papel Prensa Captulo 23. El periodismo como profesin Captulo 24. Pgina 12

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Prlogo. De la inocencia del hecho a los hechos manufacturados Hubo alguna vez un ideal periodstico, con su profesin y estilo. Era un mundo pleno de inocencias. Descenda quizs de las antiguas crnicas, como la Cronica regnum francorum o Compendio delle croniche della citt, simples ejemplos que en todas las pocas y en cualquier tiempo que busquemos, hay monjes o scriptores que procuran que el tiempo no se escurra sin inscripciones en las hojas candorosas de la memoria. Quizs se pensaba que se poda practicar un reflejo justo y ceido de la realidad. La sociedad hablaba, actuaba, guerreaba. Y estas crnicas, que en su propio nombre llevan la ansiedad de compaginar el tiempo, parecan apenas los apndices de la mdica quimera de un narrador sorprendido, ajeno a los hechos. Es cierto que en pocas remotas el aplogo o la anales estaban a cargo de poetas y escritores ms vinculados a las corrientes culturales o a las leyendas de la poca que a los acontecimientos efectivos. Pero el periodismo vive condenado a traicionar su ideal de estar fijado cronolgicamente a los sucesos que se presentan de uno en uno, para ordenarlos segn los gneros de relato antes que a la linealidad temporal de los eventos, o en los tiempos contemporneos a volver a borrar los laboriosos lmites entre los distintos tipos de crnicas para fusionarlo todo otra vez en un nico pliego donde escritura, music-hall y comedia ligera se congregan nuevamente como si el periodismo sostenido por las tecnologas ms avanzadas, reviviese las grandes jornadas del London pavillon o los trficos diversificados del Picadilly circus. La filosofa de las dcadas recientes vino a refutar de plano la suposicin de que el periodismo sera el disciplinado registro de lo que los hombres por imprudencia o cario llaman la realidad. Pero esta es el magnfico mito social que consiste en el empeo en pensar los acontecimientos despojados de todo predicado, como si una nica cosa estuviera ocurriendo siempre bajo nuestras narices y que nos reservara el placer de nombrarla de formas absolutamente diferentes cada vez que apareciese. Para elaborar estos nombres que vestiran los grandes hechos, toda la antigedad confi en aedos, rapsodas y bardos que antes que nada eran artfices de una gran oralidad. En las pequeas fisuras de su memoria y de su canto vaticinaban la inminente poesa escrita. Sin embargo, an la idea de que hay hechos, efectivos aconteceres, iba arrastrndose silenciosamente en el lodo de aquellas lenguas que eran capaces de envolver la cada de un rayo en insomnes metforas, que tenan por objeto ms encubrir un hecho que revelarlo. Si hay algo a lo que podamos llamar sagrado, es precisamente ese acto de velamiento. El periodismo, como tantos filsofos luego percibieron, vena a desmentir esos ejercicios de cobertura. Pero para crear otros que, como bien seala con irona Georg Steiner, se llamaran ahora s de manera concisa: cobertura. Era la forma tcnica de asistir al desenvolvimiento de los hechos y narrarlos por voluntad de una agencia especfica destinada a lidiar con la complejidad del tiempo y su periodicidad: periodismo. Pero qu es un acontecimiento efectivo? Los peridicos comenzaron hace ya casi cinco siglos, con una ilusin que aun vagamente se conserva. Ser los relatores, comentaristas e informadores de un conjunto de acontecimientos dispersos, frente a los que se mantenan circunspectos, apenas sostenidos en el compromiso del testigo. Pero ni heredaron cabalmente a los antiguos relatores que posean la verdadera fe del testigo, ni dejaron muy tempranamente de despachar como trasto viejo su ingenua teora del reflejo. El testigo, en las grandes religiones mundiales, puede absorber el mximo grado de compromiso con una verdad trgica, y ser conducido por ello a un martirologio. Pero en la historia de la prensa, el testigo result ser una nocin necesaria pero tambin en

algn momento se revel apenas como un aadido. Lo que en el lenguaje de la moderna informatizacin poda ser considerado un mero adjunto. El testigo se atenuaba en la apata de reglas reservadas y distantes para seleccionar los hechos, pues si stos, en la gran tradicin del pensamiento clsico eran inesperados indicios o revelaciones, muy pronto fueron considerados una exterioridad que se constitua como efecto de una decisin o un recorte emanado de una gran maquinaria seleccionadora. Lo que, en efecto, acabaron siendo los peridicos que aun hoy leemos. Paradjicamente, los hechos tardaron mucho en surgir como concepto activo. Al principio, cuando an se estaba preparando ese concepto aparentemente nebuloso, los peridicos ensayaban estilos panfletarios, cmicos y de combate. Ser faccioso era buscar el estilo glorioso que permitiese dar va libre, acaso con las escasas prudencias que cada uno determinara para s, el viejo dictum clsico de al enemigo ni justicia. No haba reglas periodsticas o manuales de estilo. Los gneros se sucedan con una ilusin literaria que, sin dejar de tener una candidez de misal, hacan que todo empeo periodstico fuera arropado en citas de Tcito, Virgilio o Cicern. En realidad, no se conoca el concepto de gnero, que traa en s mismo una relativizacin de todos los acontecimientos, que se alojaban en celdillas previamente preparadas por el autmata central de la Prensa. Un gran molinete clasificador, que enviaba los hechos a sus celdillas que le daban sentido, poda gozar ntimamente de enviar a las secciones policiales una completa accin poltica o convertir a la seccin espectculos en un sentimiento de alarma por la marcha de la economa. Karl Kraus, el gran escritor viens, fino observador de su poca y enteramente escptico con el periodismo tal como Marx haba calificado a la religin como el corazn de una poca sin corazn deca que la prensa siempre daba la impresin de que los hechos se propagan antes de que se hagan y a menudo tambin existe la posibilidad de que los reporteros de guerra no puedan ser espectadores, pero tambin que los guerreros se conviertan en reporteros (citado por Esteban Rodrguez, en Contra la prensa). El periodismo puede ser esta incesante transmutacin, desde el usufructuar de sus gneros alguna vez instituidos noticias de guerra, de crmenes, de economa, de vida cotidiana y de producir fantsticamente, para solaz de los amantes de los totalismos mitolgicos con los cuales suelen definirse las eras histricos ms gloriosas los griegos, los romanos, los merovingios por fin el mundo contemporneo puede asistir al espectculo de los espectculos. La cada de los antiguos gneros que se haban basado en la inmediata posibilidad de la humanidad para definir la diferencia entre piedras e imgenes, para pasar a venirse ahora la era contempornea por la negacin de ese gran descubrimiento. Una piedra es una imagen, una imagen ser una piedra, tal como lo sospech Nietzsche. Pero estas citas, desde las ms remotas hasta lo que escribieron los ms mordaces filsofos modernos, derrochaban un prestigio que luego, las verdaderas pginas del peridico revelaban los alcances a veces modestos, a veces asombrosos, que estos pensamientos iban a tener. La cuestin que se jugaba en estocadas implacables o agresiones apenas contenidas en prosas que nunca dejaban de tropezar con su correspondiente cita clebre a fin de amortiguarse en la veneracin del pasado para no verse en el espejo desbocado de la destruccin permanente. Destruir sintiendo alegra, destruir sintiendo amor. Una muerte o un asesinato, pareca desprenderse as nebulosamente de alguna pgina de Quintiliano o Sneca. Toda la historia de la prensa revela la dificultad de llegar verdaderamente al hecho. No se fund la prensa y su tecnologa imprentera, en momento en que la filosofa se hallase examinando la nocin de hecho. stos conservaban el aura de sacrificio y portento que aun resonaban desde los relatos bblicos. Y en los tiempos

cercanos de un llamado renacimiento que nos complacemos ver como tiempo de raras invenciones, la prensa con la que actan los tipos mviles que prepara Gutenberg es tomada de la habitual tecnologa para aprisionar uvas y fabricar vino. Y no es vino de misa. La revolucin de Lutero o los escritos de Erasmo reciben el beneficio de este nuevo multiplicador de panes. Imprenta y Biblia se conjugan. Vino e imprenta lo hacen tambin gracias a la palabra prensa. Pero los hechos siguen siendo el milagro de que los papeles impresos surgieran con una rapidez que el mtodo anterior, utilizando perezosas plantas de madera tallada, no permita. Los otros hechos no surgan fcilmente, en su laicidad completa, porque sin duda la idea de noticia o de primicia an estaba impregnada de un innegable impulso teolgico, que sin embargo subsista en el interior de las redacciones de mediados del siglo veinte, con un solaz por el sudor de hombre y maquinarias en torno a la prensa el vino burbujeante de los pueblos que solo la agudeza de Roberto Arlt pudo de escribir en sus notas sublimes cuanto siniestras. Haba que esperar muchos aos para que un extrao filsofo que cocinaba en su casa de las montaas austracas con una cacerola que guardaba empedernidos restos de las cocciones anteriores, lanzara las nociones de hecho y estado de las cosas, como un misterioso intento de resolver el estatuto real del mundo. Todo ello, en Wittgenstein, implicaba una afirmacin realista e idealista al mismo tiempo, y tambin lgica y mstica, en extraa convivencia de lo que subyace a la percepcin y la capacidad de sta de fijar el grado de existencia de los objetos que tienen vida en cuanto se disponen a ser percibidos. No se insistira demasiado en la aparente curiosidad que implican estos pensamientos filosficos, pero ellos podran definir las peripecias conceptuales con que el periodismo intentaba poner acentos viables en su intento de darle nombres a lo que hace. Podemos acercarnos a una definicin, que de todos modos sonara cercana a lo impropio o a lo absurdo, en el sentido de que el periodismo es la historia del modo en que aparece el hecho, esa guijarro irreductible de lo real, bien oculto en actos lingsticos, consistentes en alegatos, reglas morales, apologas, creencias ideolgicas, crnicas elegantes y proclamas revolucionarias. En el primer caso de lo que aqu veremos, el peridico ingls del ejrcito de ocupacin de 1807, The Southern Star, hay ms proclamas que hechos. Un hecho es el propsito enteramente militar que da sentido a la publicacin? O bien lo es solo cuando consiste en un corpsculo inesperado y de aparente autonoma, que cuenta con una descripcin basada en la mimesis realista que intenta reconstruirlo? Tal como hara un testigo que extrae de s las palabras ms rpidas para referir un accidente del mundo, entre la lengua judicial y las penurias cotidianas. Nos parece ver en la experiencia de esta publicacin que atiende las necesidades justificatorias de una de las empresas ms notorias del proyecto colonial britnico en el siglo XIX, una encrucijada de todo el periodismo, en cuanto a la capacidad de arrogarse un comportamiento oscilante entre el telar complejo de la historia viva y un acontecimiento expurgado de los hechos mltiples que pueden diluirlo. Lo veremos en la crnica de la muerte de un marino durante una tormenta en el Ro de la Plata. Es un relato que trabajosamente surge de una masa de escritos que pertenecen al mito colonial de sus hroes martimos muertos en las grandes batallas de la poca. No est lograda, si se lo quiso hacer, la relacin entre lo alto y lo bajo: la muerte del Almirante Nelson y la de un ignoto capitn Grifflin, de la embarcacin Lancaster dedicada a la caza de lobos en las costas de Montevideo. Ya veremos qu conclusiones podemos extraer de estas cuestiones. Transcurrida ya casi una centuria de los acontecimientos que envuelven a este peridico ingls, destinado a apoyar un ejrcito invasor pero repleto de ambiciones poticas prefiguran sin duda a Kipling, consideremos otro ejercicio notable de

dramatismo narrativo cargo del peridico de Natalio Botana, que fuera juzgado de tantas maneras y a travs de tan variadas interpretaciones. Abrimos, en este caso, buscando un propicio ejemplo, la minuciosa y precisa investigacin de Sylvia Saitta sobre la historia del diario Crtica, en su libro Regueros de tinta. El hecho se transforma en noticia, o mejor, ya nace como noticia. Un ejemplo rpido. He aqu un caso que refiere un asunto policial: un concejal radical antipersonalista es asesinado en un asalto en su casa. Corre el ao 1926. Se halla este personaje cenando en su casa con su esposa y otros amigos, entre ellos uno que es el ltimo en retirare, sospechado posteriormente de ser amante de la esposa del asesinado. Un anlisis qumico indica que habra cianuro en el cuerpo del concejal asesinado mientras Crtica insiste en que la casa haba sido realmente asaltada, y otros diarios, entre ellos La Razn y La Vanguardia, de que se trataba de un crimen preparado por los supuestos amantes clandestinos a fin de cobrar la herencia que por testamento recaa en la esposa del muerto. Impuesta una segunda autopsia, un periodista del diario Crtica disfrazado de ayudante del plomero que abrira el atad, logra entrar en la morgue. La nueva investigacin indica que no haba cianuro y tiempo despus es apresado un ladrn que era el autor del crimen. Triunfo total de Crtica, cuya tapa tiene la foto del periodista con uniforme de plomero, y la reiteracin intencionada de la frase No hay cianuro, frase que luego se convierte en una muletilla del habitante porteo para significar una elucubracin que pareca verdica pero era falsa. Incluso, motiva un tango del mismo nombre. Tiempo despus se suicida el mdico que dio el primer veredicto refutado. Y en la ciudad, hay casos de suicidios, estos s con cianuro. Qu clase de hecho es este? No es menos un episodio policial que una lucha de interpretaciones que hace de la entera ciudad, un mbito escnico que sin saberlo participa activamente del hecho, convirtindolo en una teatralizacin inesperada e involuntaria, con cierta semejanza a lo que sugiere Borges en la entrada de Fergus Kilpatrik a Dubln. Nos referimos a El tema del traidor y del hroe. En este caso, el peridico no era un mero testigo de las incidencias de un crimen, sino que produca interpretaciones que se superponan con la investigacin oficial. Al punto que la noticia que dilucida finalmente el enigma, tiene como testigo a un periodista que es un intruso disfrazado y subrepticiamente introducido en la esfera reservada donde se realiza el peritaje mdico. Ya el periodista estaba preparado para ser una figura de cruce, comediante y mrtir de la imposibilidad de la filosofa de la poca, para quedarse tranquila con la mera nocin de hecho. Este y otros asuntos criminales que revelan la ntima conexin entre los pensamientos colectivos en las grandes metrpolis y la hiptesis de un peridico respecto al codicioso drama de sangre necesaria que titiritescamente anima las mentalidades urbanas, pone al testigo como protagonista. Al periodista testigo, siempre a punto de dar un salto hacia la accin y ser el mismo la noticia en la misma constitucin de ese salto, un salto frente a atades y festejado por el aullido de las redaccin, que se descubrira pronto, eran los propios pblicos encarnados fantasmalmente entre las mquinas de escribir y las rotativas. Al revs, Walsh tuvo un tipo de transmutacin bien diferente cuando relata un crimen de Estado, pero no en la esfera domstica, preferida por los maestros periodsticos del espanto. Es el investigador que surge desde el exterior el Estado o de un Diario (pero no del exterior de una redefinicin del periodista visto como ltima conciencia moral en la metrpolis impostora y criminal), el que debe deambular por la ciudad con una cdula de identidad falsa. Para ser un no-yo, la justificacin debe ser extrema; quitarse la identidad personal o es una simple falsa o un intento de edimir el mundo para que cambie sus nombres mortales que llevan al asesinato por otros que puedan ser redentores. Walsh es tambin un perseguido, como aquellas pequeas

criaturas de las que se apodera, esos hombres trotando desesperadamente por un descampado en 1956, caso que investiga. Entre el periodista de Crtica disfrazado de ayudante de plomero en la especialidad apertura de atades y Rodolfo Walsh, hay un largo trazo que une compatibilidad y hondas diferencias. El testigo concurre al escenario criminoso en nombre de annimos lectores, la sociedad, que en su ceguera debe ser iluminada con el testimonio de una gran injusticia ocurrida a sus espaldas, y todo ello corriendo riesgos necesarios. Pero detrs del periodista de Crtica hay una poder econmico-periodstico, que desafa al sentido comn y hace una apuesta de justicia que no se separa nunca de una sospecha originaria del periodismo de masas: los grandes pblicos anhelan descifrar la equivocidad de los crmenes y sobrevuela sobre ellos un deseo oculto de que se desencadena una penalidad de muerte garantida por el Estado sobre los malhechores. Compaera de este sentimiento, es la oscura admiracin por los grandes delincuentes, cuestin que la gran prensa explota desde comienzos del siglo XX. Esto ya se ha dicho mucho y tiene vigencia an. No parece aqu que haya hechos literales. Han perdido el apego a su propia letra, y originan un modo de transmitirlos que se remite a un manual de redaccin, con el que todos los diarios suelen contar, como excusa para justificar que la palabra periodstica surge de una racionalidad, una estipulacin cuantitativa, una ilusin moral, y ahora de un nmero determinado de caracteres. Pues las mquinas son los verdaderos manuales de redaccin: han conseguido el cmputo de las letras como recurso de una razn cuantitativa, un logos mecnico que subyace siempre a la escritura. Hay hechos estruendosos, que se consideran accidentes que de repente desgarran toda una trama oculta, siempre sospechada como espectral gusanera que el pblico comn est sustrado de percibir, pero que el rasgarse la tela del ocultamiento, es la vida del lector la que se ve confirmada en sus sospechas gracias al fiscal del pueblo, el periodista investigador. El hecho es entonces una revelacin de estatura bblico-periodstica. La muerte del capital Grifflin en las costas de Montevideo en el lejano 1807 y el asesinato del concejal radical antipersonalista en 1926 peridicos The Southern Star y Crtica, respectivamente, hojas voladizas de tan distintos mundos histricos nos dicen que en primer caso un hecho es un rasguido casual de la magna trama ideolgica del peridico, y en el segundo es el hecho el que atrae como un imn srdido toda la ideologa no declarada del peridico, expresada por el uso de enmascaramientos, reconstrucciones teatrales del hecho (como las que hace la misma polica) y dibujos sobre la escena de sangre tratados por eximios dibujantes que se hallan cerca del cine, la gran novela policial y la historieta. Este reiterado aspaviento perdurar con el tono astuto y trgico que Natalio Botana dar a todo su periplo en el diario Crtica desde mediados de los aos 20. All se innova radicalmente en la poltica de los epgrafes que elige el periodismo nacional para sugerir una autodescripcin prestigiosa, construyendo su leyenda tica con epigramas clebres que provienen menos de la lectura crtica de los clsicos que de perezosos diccionarios habituales de frases clebres. Dios me puso sobre la ciudad como un tbano sobre el noble caballo para picarlo y mantenerlo despierto. Scrates. Es una improbable frase, de ambigua autora. Si se consulta el libro que lvaro Abs le dedica a Botana, la frase es apcrifa, aunque en este mismo libro muy bien informado, se recuerda que en la autobiografa del hijo, Helvio Botana, se dice que era una glosa de la Apologa de Scrates. Todo poda ser. Si hubiera sido posible, Natalio Botana hubiera reescrito los ms clebres textos de la humanidad con agregados apcrifos, sustituyendo frases, adornado conceptos, extirpando partes molestas y eligiendo palabras que fueran anagramas de su propio nombre: Tbano-Botana. No se haba acabado la era de la

ingenuidad, por la cual todava una noticia poda nacer de una nervadura inagotable de hechos, de la que haba que rescatarla, ya sea que esos hechos fueran proclamas ideolgicas de ejrcitos coloniales, ya sea que fueran las ocurrencias sangrientas en la intimidad resquebrajada de una metrpolis, lo que preciaba ser sacado de su aridez narrativa de esos partes policiales de siniestra prosa administrativa y encajonada, para darle la vida que ofreca ese tbano picador. En el emblema de Crtica, la silueta aptica de una ciudad que rodea el ttulo del diario, ya anticipa que detrs de esos edificios elevados y ventanas annimas, acecha el miedo, la angustia y la conspiracin. Nietzsche no habl mucho sobre el periodismo, pero en su Nacimiento de la tragedia le dedic un sonoro cachetazo, al mencionar la tarea socrtica de demolicin del espritu trgico, por hacer la apologa del saber feliz y la virtud como superacin de la ceguera trgica, que es la que lleva a la verdadera culpa. Le pareca ese cometido de Scrates el equivalente perturbador del periodismo contemporneo. La prensa de hoy es ese socratismo: no digo una palabra ms. Contundente afirmacin de la pertenencia negativa de la prensa al mbito de la filosofa, y en este caso, al de la equiparacin de un vulgarizador de la conciencia virtuosa con la historia moderna del periodismo. No puede sernos indiferentes que Nietzsche haya escrito esta sentencia y la haya cerrado con un portazo: no digo una palabra ms. En otro pasaje de las conferencias preparatorias del libro mencionado, deja caer su desprecio sobre el hombre crtico, ajeno al placer del conocimiento, que valora abstractamente el conocimiento y cree que se peca por ignorancia. Este hombre es en el fondo un bibliotecario y un corrector y que se queda miserablemente ciego a causa del polvo de los libros y las erratas de imprenta. Lo que veremos en nuestro libro es cmo se procede cuando se construye un juicio sobre la prensa como manifestacin intelectual en relacin a estilos literarios o linajes poticos que entablan, segn las pocas, un vnculo dramtico entre periodismo y sentimientos culturales que embargan un momento especfico de la historia de los hombres. Por lo menos, podemos llamar a esto nuestra hiptesis, no mucho ms. Embargo del tiempo cultural por palabras, sentimientos y conceptos artsticos que repentinamente se tornan favoritos, alcanzados por una palabra entre despectiva y reverenciada: La Moda. Intentaremos as poner en escena la relacin entre el periodismo y las modas intelectuales, a las cuales el periodismo tributa, en silencioso e insolente acatamiento. El periodismo es traductoral, vasallo indisciplinado, sumiso inconstante a los rdenes literarios del gnero policial, la crnica deportiva, la ciencia de sobrevivir en oscuras metrpolis, el drama poltico, el parte de guerra, los barroquismo del lenguaje. De ah salen desde el Padre Castaeda hasta las aguafuertes de Arlt. Pero esa sumisin no es tal, revela el deseo siempre incontenible de romper gneros, astillarlos para que haya un solo magma de tribulacin periodstica: la vida con sus poder de desbaratarlo todo, desde lo funesto a lo glorioso. No hay una sola historia del periodismo. Desde el periodismo donde los hechos se abren paso a travs de su capacidad de vulnerar mallas ideolgicas de doctores del Imperio o de los Prncipes Nuevos, al periodismo que ya est regido por los gneros en que se ha repartido la narracin pblica, la narracin segmentada muy pronto redescubri lo que ya saban los ms antiguos profetas. Que la realidad deba ser acomodada a la estrecha vida humana, que haba descubierto que vivir no era otra cosa que ordenar en gabinetes especiales, un conjunto ininterrumpido de hechos difusos e incontrolables. Como en una biblioteca o en un bibliorato de las contaduras de un Estado, se deba simular que su homogeneidad era un smil del buen pensar burgus, del buen vivir ciudadano. Pero todo hecho poda perder su aparente similitud con otros

hechos hermanos junto a los cuales era catalogado, para fugarse hacia la hurfana eternidad de un mero y puro relato. El pensar categorial (categoras exhaustivas y excluyentes), como luego profiri la sociologa aliada al periodismo, era la piedra de toque de alma del burgus. No se deseaba lo indistinto, lo inclasificable, lo inaudito. El periodismo ingenuo no atinaba a medir bien sus fuerzas. Deseaba lo apcrifo y lleg a condenarlo en nombre de las categoras bien establecidas del alma republicana, esa enumeracin de poderes en la cual participaba como ltimo eslabn descubierto y tolerado. Lleg al concepto mximo de cuarto poder, en la poca de Randoph Hearst, pero seguramente promovido antes por Edmund Burke, que acept un cuarto poder capaz de frenar el desborde de las mentalidades polticas plebeyas, pertenecientes a los oficios mecnicos. Este nuevo poder aadido luego debi disolverse para observarse en su para-s como un Estado con lgicas propias, nuevos conceptos de dominio basados en una maquinaria econmica construida bajo smiles guerreros, y una teora literaria de variados humores, que lo obligaba a exhibir pruebas de que era hijo de la poca y a la vez deba dominarla. Era en verdad como el Tercer Estado de Siyes, algo que cobrara vida luego de deducir o extirpar de la accin prctica las veleidades de la escritura aristocrtica y el sonsonete insoportable de los misales dados por los profesionales de la lstima. Muy lejos de la sospecha de Borges, que parecera una humorada inocente: los diarios deberan salir solo cuando existieran sucesos relevantes. Pero se habra invertido la ecuacin. La salida de los diarios eran ya los sucesos relevantes. En s-mismos. Este movimiento de inversin de algo que efectivamente ocurra. Pues las antiguas sociedades humanas destinaban tiempos secuenciales especficos para expresar los eventos juzgados importantes. Tanto poda ser la acuacin de medallas o el pregonero urbano, personaje cuya decadencia va acompaando durante varios siglos los sucesivos perfeccionamientos del altavoz. El moralismo de origen puritano, conjugado en una trama mercantil que juega con inferencias sobre la soterrada emotividad de los nuevos pblicos dio origen a personajes como Pulitzer, cuyas mximas ya enfocaban la definicin del cuarto poder como una lucha contra la corrupcin, antiguo concepto que proviene de ancestrales teologas profticas. Est en el centro de las autodescripciones que hasta hoy alientan las acciones de los conglomerados periodsticos. Pero Pulitzer, que casi fue un contemporneo de Nietzsche dej un premio que en literatura obtuvo Faulkner, entre otros grandes autores norteamericanos- que sera algo ms que el socratismo que introduce pedagogas opersticas en las multitudes vidas de emociones sustitutas. Recordemos que Rodolfo Walsh, un poco en broma, para contrastar la forma spera de la historia con el arcano deseo del periodista, escribe al comienzo de Operacin masacre que l tambin hubiera deseado ganar el premio Pulitzer. Una irona. El periodismo, quera decir, era un desprendimiento de lo que ya se haba definido como tal, y sin abandonar esa palabra, haba que hacerla surgir otra vez de las catacumbas. Una crtica soterrada a la vocacin de alentar guerras para vender peridicos y criticar un sentimiento colectivo de que lo apcrifo es para el Gran Periodismo de la poca de Oro- Hearst, el propio Pulitzer, el conjunto de lo real. Solo quien se cree vstago exclusivo de la realidad, puede luego seleccionar partes que sern investigadas y condenadas por ser las verdaderamente apcrifas en el conjunto llanamente realista del que la aventura periodstica dice partir. Ese retumbante Dios me puso sobre la ciudad! El cuarto poder muy pronto descubri que solo la fuerza del apcrifo poda entregar la dignidad que pretenda, en un mundo donde saba que premiaba con el concepto de realidad moral lo que con sus propios criterios tambin eran hechos maleables, secretamente animados con lo que ellos saban

que era la verdadera fuerza apcrifa de la existencia. As se poda ser el verdadero poder entre los poderes. Esta historia intentaremos contarla. Solo puede hacerse, pensamos, de un modo conjetural. Exhumando nombres, hechos y refutaciones. Sin saber si lo que decimos, acorde con la materia que tratamos, son deducciones, sospechas o meros vislumbres de una realidad que posee cimientos ms severos que los que aqu imaginamos. En uno de los primeros peridicos argentinos, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802), de Hiplito Vieytes, no solo menciona las dificultades de su impresin por la falta de imprenta, sino hay otra dificultad conceptual que debe encarar tempranamente: es un peridico un rgano educativo? Su programa puede consistir en abrir esas infinitas escuelas de agricultura que postulaban los fisicratas? Recomienza el diccionario universal de agricultura del Abate Rozier (monografa de Matas Maggio Ramrez), lo que es un gesto pedaggico de un era en la que periodismo y didctica social iban juntos. Era antes de la separacin de gneros. Pero la fbrica de la informacin en la era digital (Florence Aubenas) volvi a intervenir sobre los gneros que se haban asentado por los aos en que Natalio Botana conduca con gesto seorial y equvoco los asuntos periodsticos del pas. Volvemos a transitar por un periodismo sin gneros, como crnicas medievales solo tomadas por un deseo infamante, convertida en rdenes de captura de disidentes. Imputaciones de locura a los personajes pblicos, coexistencia de las plumas ms vulgares y agresivas con refinados crticos literarias, viejas sociologas vencidas con odios cuya raz, como la de todo odio es inexplicable. El gnero por excelencia del periodismo se reduce a una sola cosa: destruir simblica, metonmica y semiticamente la vida de una persona. Lo veo cuando el otrora discpulo de Lvi-Strauss va a la televisin y balbucea una frase que o es ininteligible o es una amenaza, ms all de su voluntad intelectual: Eliseo Vern: hay que indignarse. Si esa frase no carpa el peso ontolgico de un drama personal, una prueba literaria o una fenomenologa del espritu, es una apuesto ms al vertedero de ingenuas atrocidades que solo habitan en nuestra pobre lengua asustada. Cmo se origin esta situacin? Ivana Costa escribe en uno prlogo muy bien realizado a la obra central de Maquiavelo personaje de nuestra hora que la Descripcin del modo en que el duque Valentino mat a Vitellozo Vitelli, Oliverotto de Fermo, el seor Pagolo y el duque de Gravina, constituye el germen de la crnica moderna, en suma, el periodismo. No contradecimos este parecer si adjuntamos a este asombroso escrito maquiaveliana otras crnicas medievales, ni si le adjuntamos como fuente tambin inspiradora del relato contemporneo, el parte de guerra del soldado, el cmputo cansino del tiempo cclico del campesino y el arte secreto del investigador folletinesco de vidas. Visto el tema maquiaveliano al revs, no como la crnica asctica pero secretamente golosa de un asesinato colectivo como pedagoga para los polticos duros que aman la paz (es Maquiavelo), tenemos innumerables testimonio del diario de montoneros Noticias (libro de Gabriela Esquivada) donde se encuentran estructuras retricas secretas que vuelven a aparecer una y otra vez en la historia. Se recuerda un ttulo que puso Walsh ante un homicidio de la triple A. Testimonio exclusivo del sobreviviente del basural: habla el fusilado. El diario Noticias sera clausurado muy pronto. Walsh haca periodismo en condiciones trgicas; las que lo obligaban a buscar las marcas literarias actuales en los antiguos rituales de su prosa. All se encumbraba. La crnica tiene infinitas fuentes, pero esencialmente surgen del misterio de un espritu turbado por la violencia, y por la locuacidad de la sangre, la otra vida de la lengua narrativa y de la literatura en general. Una cosa u otra? De esas vacilaciones surge el periodismo, pues aunque sea hecho en tramas de textos entrelazados donde las autoras

enloquecen un nico plagio o un nico Gran Inquisidor, el problema siempre es el mismo. Qu decir, que juzgar, cmo escribir, y como mantener la singularidad de la palabra escrita cuando hoy ella escapa por los senderos antes desconocidos de una violentacin simblica de las biografas polticas, ms violentas que el alma apenada con la que Maquiavelo dio sus consejos al Prncipe, que en esencia, aun permanecen ininterpretables. La relacin entre teora poltica, filosofa y televisin sin contra el concepto amorfo de redes sociales, como nueva sociologa de los no socilogos ha contado en el inmediato pasado con los excelentes trabajos de Oscar Landi y Eduardo Rinesi. No puedo dejar de decir que de ellos y de todos cuantos cit en este trabajo rpido, sin notas al pie de pginas, encontr la compaa y la inspiracin suficiente para escribir este libro que en muchos momentos, sent que tena un escurridizo macizo central, que se me escurra fatalmente entre los frgiles dedos tecleadores.

I Parte: El periodismo de ideas


Captulo 1. La Estrella del Sur: la oda y el parte de guerra No podramos decir a ciencia cierta si el parte de guerra clsico es el origen del moderno periodismo. No olvidaramos de las stiras o comedias menipeas, que incluyen desde Aristfanes a Quintiliano el gran retrico que ama a la stira como forma de alegato jurdico y llega plenamente hasta Rabelais, si es que no se la quisiera considerar fundadora de la novela moderna, y antes del periodismo. Pero no vamos a hablar aqu de casos como el de Luciano de Samosata, autor del magnfico Dilogos de las meretrices, que solo en la forja satrica puede tolerarse su grano de verdad, la crtica de los divinos desenfrenos humanos de la vida. Volvemos pues nuestra atencin hacia otra decisin del relato: los partes de guerra como obligadas escrituras, que apretadas a las sucintas humaredas que restan de las batallas, debe escribir lo que pas. Las acciones de una batalla invitaran a la objetividad, al minucioso descripcionismo, si no fuera que estn compuestas de miles de hechos dispersos, tan quebradizos y tumultuosos, que sera costoso an a una imaginacin totalizadora poder armonizarlos. En realidad la multitud y confusin de los avatares de una batalla, hacen que la victoria sea tambin una interpretacin, una creencia efmera pero de slida base emprica. Tomamos varias piezas de artillera al enemigo, que huye refugindose en las colinas distantes. La frase solo puede escribirla la crnica de un vencedor. Los hechos hormiguean, pueden facilitar un cmputo. Pero en esencia, tales hechos son resistentes al catlogo, al resumen o al axioma. El parte de guerra, sin embargo, es una perseverante y breve destreza que se ilusiona con referir lo ocurrido con puntualizaciones que no por parecer rutinariamente acumulativas, dejan de poseer un custico dramatismo. Esas piezas de artillera, ese enemigo que huye, esas colinas. El parte se anima a medir cul es la mayor cuota de mortandad y destruccin que habilita la nocin de triunfo. Escribe solo el ganador un parte de guerra? Los generales perdedores suelen sentarse al pie de un rbol y empearse en algn escrito. Algo les dice que si no la opinin de la poca, por lo menos la historia reclama explicaciones por la catstrofe, y acaso la gota de sangre de la mano que escribe no har mal en empapar levemente una hoja de abdicacin. Cuando la devastacin parece haber concluido, se podr percibir un veredicto de victoria. All surge el abstracto derecho que ella otorga entre otros el de describirla entre la multitud deshilachada de incidentes. Es el frgil derecho que crea el tiempo soberano del vencedor. All, exclusivamente sus palabras contaran la historia. Quizs el periodismo surge entre esas humaredas o hierros retorcidos, en profesional hermandad

con las secuelas de un dao y las recurrentes espesuras de los holocaustos. Y entonces, el aspecto serial del relato que escriben los guerreros, puede ofrecer la protoforma del relato grandioso, formado apenas por una mencin tras otra de innumerables peripecias que pueden agotarse en s mismas en su borroso significado. Es claro que el parte de guerra como documento arcaico, no pretende ser un gnero literario excelso, que habilita a desprenderse demasiado de los hechos. De igual manera es cierto que tal o cual pluma militar podra tomarse la licencia de alguna ornamentacin que no dejara ausente a las musas. Pero por lo general son frases de este tenor: La izquierda de los batallones 1 2 y 3 y la legin peruana, con los hsares de Junn, bajo el ilustrsimo seor general La Mar. Al centro, los granaderos y hsares de Colombia, con el seor general Miller; y en reserva los batallones Rifles, Vencedor y Bargas, de la primera divisin de Colombia, al mando del seor general Lara. As lo afirma Sucre en su parte de guerra de Ayacucho, en el ao de 1824. El parte de guerra comienza por cmputos, mencin de jefaturas y la reconstruccin genrica de miles de detalles que no pareceran poder congregarse en ninguna sinopsis posterior. Se retiene lo suficiente en el detalle y esta palabra es de notorio peso castrense, para no dejarse tentar por lo que la batalla tiene de seductoramente irregular. Haban dicho Clausewitz y sus herederos nada deseo ms que una batalla. Pero el parte de guerra, su detalle, trata de morderse la lengua para no soltar el impulso pico-trgico que lo rodea por todos lados como fruto de un oscuro deseo. Y en esa sntesis castrense de mltiples determinaciones, la obligacin apologtica del parte de guerra antiguo, se debate entre el supremo ditirambo o el austero elogio a cargo de los triunfadores, sin dejar de practicar el plano aparentemente aptico de un descripcionismo escolar, aunque con la cauta euforia de saber que guerreros autocomplacientes hablan de s mismos y sus atribuidas proezas. Bolvar supo en su momento arriesgar una observacin crtica y de profunda agudeza cuando el poeta Olmedo escribe el Canto a Junn. Era la transcripcin del parte de guerra de esa batalla al gnero de la Oda. Bolvar declara sentirse algo incmodo en verse en la batalla como general romano y percibir que los utensilios de guerra que menciona el canto potico son carros griegos, todo bajo la mirada tutelar de divinidades paganas, que ms all del gusto de cada uno, no describiran realmente los sucesos que caracterizan una guerra moderna. No es una definicin de Bolvar para que el acto de guerra abra paso al periodismo, antes que a lrica o a la alegora de los latinistas? Un fragmento pormenorizado pero trgicamente contundente del parte de guerra que enva San Martn al gobierno de Buenos Aires luego de la batalla de Maip, en 1818, dice de los ejrcitos derrotados: Su artillera toda; sus parques; sus hospitales con facultativos; su caja militar con todos sus dependientes; en una palabra, todo, todo cuanto compona el ejrcito real es muerto, prisionero o est en nuestro poder. Concluyente frase, de enjuta y celosa exactitud, que permite inferir el drama de la guerra bajo un lenguaje preciso, meticuloso, del cual pueden extraerse proyecciones de otro tipo. No en este caso una oda, no alados corceles griegos, sino un sainete patritico annimo, quizs el primer antecedente de la lengua gauchesca asociada a la pica nacional. Se trata de la poco conocida obra Detalle de la accin de Maip, tambin de 1818, (publicada con comentarios del lingista Jos Luis Moure) donde detalle nos remite a pensar tanto en un relato lacnico de lo pormenorizado por excelencia (la batalla), como el espacio castrense especfico donde se administra la cotidianeidad material y disciplinaria de un cuartel (detalles, tambin): Allasito e la Recova Dej el caballo y entr, Al tiempo que principiaban

Arriba a leer un papel Era el chasque que mandaba El general San Martn Dicindole al Director Chile se ha salvao al fin. El gnero gauchesco acompa todo el ciclo emancipador, con piezas absolutamente recordables, y se adentr hasta mucho ms de la mitad del siglo siguiente. Su intimidad con el parte de guerra es notable; lleva la confrontacin blica a las acciones paralelas del canto en que aparece la voz gaucha recreada por escritores de muy diverso origen, sobretodo urbanos, como tantas veces se ha dicho. El tema del chasqui palabra quechua es particularmente apropiado. La poesa gauchesca es un protoperiodismo que llama chasque al portador de noticias escritas por otros. Pero la palabra tiene la prosapia del mensajero del Inca. Volviendo el problema del peridico bilinge ingls que acompaa a las invasiones inglesas de 1807, veremos que se trata bien de otra cosa. Este peridico en dos idiomas, castellano e ingls, The Southern Star - La Estrella del Sur, publicado en Montevideo a la manera de un boletn publicitario de las acciones del ejrcito ingls de Whitelocke en aquel ao de 1807, es quizs una de las ms importantes experiencias periodsticas modernas que a la vez acompaan a una fuerza militar de ocupacin. Parece indudable que como peridico publicado en el Ro de la Plata, es el ms flamante e ideolgico, el ms cercano a la noticia como movimiento de los hombres, las cosas, las mercancas. En sus pginas, la guerra no es estrictamente visible. Est en el trasfondo, yace en una suave neblina que apenas permite entrever un movimiento de sombras chinescas. Aparece poco en l el choque de las armas. En algunos renglones ms, examinaremos el nico parte de guerra completo que publica en sus pginas. Pero antes conviene decir que se trata de un diario que expone credos visibles (libertad de comercio y libertad de conciencia, ambos tratados como sinnimos de vulgatas extradas del ascesis capitalista) y deja constancia del raudo movimiento del puerto de Montevideo, que con la ocupacin, ha crecido vertiginosamente. Ese movimiento incesante de barcos, en cualquier caso, aparece siendo su filosofa, su tica lenguaraz de un mercantilismo con caonazos de fondo. Pero hay un rasgo de gran inters en que el modelo del parte de guerra, sabor remoto que tiene la publicacin, opere con esos ecos distantes. Desdibujan en medio de historias que eran de pasados recientes, los hechos blicos que ahora estaban a la vista. Eran indirectamente alusivas a la guerra que en ese ao de 1807 tena lugar. Lo que se escucha de la guerra actual son sus apartados estrpitos, porque de lo que en ese presente se habla es de la historia del Almirante Nelson, al que The Southern Star considera con veneracin. Milagro del periodismo de guerra. Publicar venerables poesas elegacas, boletines completos del movimiento portuario, con historia de las victorias martimas inglesas ocurridas aos antes, complementadas por cartas escritas desde Montevideo, probablemente apcrifas, a amigos de Buenos Ayres. Se trataba de dejar que resuene la guerra que estaba en curso, aunque como una bruma lejana. Lo que el peridico vena a mostrar es que solo muy pocas veces la guerra atraviesa triunfante la maraa de afirmaciones en torno a las ventajas del descubrimiento de la prensa libre. Porque el peridico que vena a contar un guerra hablaba menos de ella y mucho ms de s mismo. Era una forma de decir que esta realmente preso a ella. El aludido, casi nico parte de guerra publicado por el peridico proviene del teniente coronel Torrens, desde el cuartel general de Montevideo, seguramente lo que hoy llamaramos un oficial de prensa de las fuerzas inglesas, que lo remite a la

redaccin de The Southern Star, originado en un envo de Whitelocke, que lo recibe a su vez del coronel Pack. Lo que el lector del diario tiene ante su vista es entonces una glosa que ha pasado por la mediacin del sistema periodstico, y del servicio de informaciones militares. Quizs el periodismo es el efecto extrao que se consolida como oficio luego de que se presenta este extraamiento sin que se pierda la ilusin de que los hechos estn engarzados en las palabras. El parte de guerra relata con la mxima ilusin de verosimilitud. As est concebida la nota que transcribimos en su ortografa e hiprboles tipogrficas: ANOCHE recivio su Excelencia el Teniente General el Sor. Juan Whitelocke, un Oficio de parte del Coronel Pack, Comandante de las tropas Bretanicas en la Colonia, participndole la importante, y agradable noticia, de que havia obtenido una completa victoria sobre el exercito Espaol, compuesto de mas de Dos Mil Hombres, baxo el mando del Coronel ELIO, fuertemente situado en el paraje llamado Sn. Pedro. El enemigo tena a su frente, y flancos bien asegurados por un ro hondo y pantanoso y defendido por SEIS CAONES. Sin embargo, las dificultades de la posicin fueron superadas por el valor de las tropas Bretanicas, las cuales unicamente consistian en Nueve Cientos y Cincuenta hombres; y lograron derrotar completamente al enemigo, cuya prdida fue de Ciento y Veinte muertos, y dexando en nuestro poder un Estandarte, y un gran numera de heridos, Seis piezas de Artillera, y cerca de Tres Cientos fusiles con una cantidad e municiones y pertrechos, y Ciento y Cinco prisioneros La nota del coronel Pack fue glosada por The Southern Star, y este acto la torna indirecta, referida ahora a hechos narrados por otro, que as aparecern un tanto borrosos bajo la forma de una noticia. La noticia es la condensacin periodsticoliteraria del parte de guerra; su lengua es indirecta libre, mero apndice militar en el newspaper aparentemente autnomo de lo que no sea una noticia, nocin que se halla en sus tiempos primordiales, imponindose en las conciencias lectoras. Es la prolongacin de la guerra resaltando, en este caso, un triunfador en inferioridad de condiciones, respecto a un derrotado que lo doblaba en nmero. Los invasores se jactan de ser ms dbiles, lo que agiganta su victoria; vieja leyenda que se halla en el inconsciente ancestral de la batalla, teniendo como mxima expresin el discurso que Shakespeare pone en boca de Enrique V, ante la inminencia de la batalla de Azincourt, haca de ello ms de seis siglos. Pero esta inferioridad, es lo que har el orgullo de escaramuzas luego clebres, como la batalla de San Lorenzo, cuya marcha conmemorativa aun se canta, a diferencia de la batalla de Salta, su coetnea, mucho ms importante y festejada en su poca, cuando corra el ao 1813. Para el lector contemporneo queda el sabor persistente de esa relacin paradjica entre una fuerza mayor ineficiente y un racional uso de recursos que eran minoritarios, en hombres e implementos. Los parajes nombrados y los personajes en caso del reporte de Pack, son vagas sombras; apenas si pervive alguno que otro nombre de la antigua toponimia de esa zona del actual Uruguay. Pero este alejamiento es precisamente, o acaso, la raz fundadora del periodismo. El lector contemporneo est leyendo algo lejano que primero tuvo primitiva forma escrita (un parte) y luego debe ser puesto en el armazn prestado por otro el periodista, que ligeramente lo sustrae de su voz original. As nace el periodismo, cmo interposicin de una glosa en la diccin originaria, que puede mantenerse en una parte sustancial o simplemente citada como algo ya ocurrido, pero que se introducir en un cribo ajeno. El periodismo comienza por ser una modelacin exterior que no imagina si esa exterioridad afectar de alguna manera la materia primigenia que modela. Nunca se pens el periodismo como

fruto directo de un hecho originario del que emana su propio comentario, su crnica inherente. O haba esta clase de hechos, o no haba periodismo. En The Southern Star la guerra es un gemido casi inaudible, apartado. No obstante todo el peridico estar dedicado a ella, que es su razn y su emblema, solo escuchamos de ella dbiles taidos. Pero planteados de una manera extremadamente sutil; diramos, propia de una inteligencia militar. Incluso, la palabra noticia tal como figura en la columna escrita en espaol en el diario, en su versin inglesa de donde es traducida; evidentemente la publicacin primero prepara sus textos en ingls y despus traduce, no siempre con precisin, corresponde a la expresin intelligence the important and gratifyng intelligence. El peridico no surge como fruto de una improvisada conciencia militar. Est condensada en l toda la historia del periodismo ingls hasta entonces. Haca ms de un siglo y medio que John Milton haba escrito la Aeropagtica: a speech the Liberty of unlicencied priting, en un escrito considerado fundador del concepto de libertad de prensa a la que sin embargo trataba como una evocacin de su Paraso perdido, donde una cauta teologa de redencin y culpa, obligaba a los hombres a pensar continuamente en la imprudencia de su accin. Pero el Cerro de Montevideo, y ms all la ciudad de Colonia desde haca tiempo una pieza fundamental de la lucha entre las cancilleras europeas, no eran el Arepago griego, ni The Southern Star era el London magazine o The Times. Sin duda, este modelo de peridico de ocupacin, no quera resignar el aspecto general que tena la prensa inglesa de entonces, y como veremos, publica antiguos extractos de la London Gazette, con el pretexto de que las autoridades de Buenos Aires lanzan proclamas antibritnicas poniendo justamente el nfasis en el expansionismo sobre los mares que signific la victoria de Trafalgar. As lo dice uno de sus annimos redactores, quien firma como Veritas, pseudnimo que ser reiterado luego muchas veces en la prensa rioplatense. Una dcada y media despus, Manuel Moreno, hermano de Mariano, firma un suelto en al Argos precisamente con el pseudnimo de Veritas aqul que sacrifica su nombre no para encubrir un hecho, sino para decir la verdad. Se puede considerar The Southern Star como peridico de una flota de desembarco y ocupacin, editado en la imprenta trada en esos mismos navos. Contiene una precisa literatura histrica, pues su arquetipo del parte de guerra corresponde obsesivamente al relato de la muerte del Vicealmirante Nelson. El episodio en la batalla de Trafagar haba ocurrido dos aos antes, pero a los redactores ingleses y montevideanos del peridico se les ocurre que rememorar esa muerte clebre, considerada de inmediato una ofrenda al panten nacional, pona un horizonte cabal de epopeya, sacrificio y triunfo para cualquier otra empresa de intervencin militar britnica en el mundo. Sobre el mbito glorioso de la tragedia de Nelson son muy conocidos los relatos del almirante Collingwood. The Southern Star dedica muchas pginas para recordarlos. Esos partes de guerra son en verdad una elega. Poseen todos sus ingredientes; tambin los del elogio fnebre: Una batalla semejante no se poda hacer sin prdida de muchos hombres. No tengo que llorar con mi nacin solamente, la muerte del comandante en xefe, perdiendo en l un hroe cuyo nombre ser inmortal, y su memoria ser conservada eternamente en su patria; pero mi corazon est despedazado con el dolor mas amargo que me causa la muerte de un amigo (..) una pesadumbre que a pesar de que amo la glorioso ocasin en que cay, acaso no da la consolacin que debe [...] Tengo tambin que llorar la prdida de aquellos oficiales excelentes, el cap. Duff del Mars, y Cooke, del Bellerophon: no se todava de ningunos otros. Tengo oido el numero, que ser grande cuando reciba las cuentas, pero haviendo seguido el viento

fuerte despus del combate, no he logrado vengan a mi poder, y entonces colegir la perdida de buques. El Royal Souvereign habiendo perdido sus palos excepto el de trinquete que qued vacilante, hizo venir a mi el Euryalus, mientras contribuia a la accion estando muy cerca de mi bordo hizo mis seales, servicio que el cap. Blackwood efectu con mucha atencin [...] Este antiguo parte es mucho ms amplio y como dijimos ocupa una gran extensin en las pginas de The Southern Star. Frente a l parece un acontecimiento diminuto y sin brillo la toma de la ciudad de Colonia por el coronel Pack. El propsito de su publicacin no deja de ser intimidatorio, pero es quizs el primer escrito que inicia la construccin mundial de la memoria pstuma de Nelson. Por eso mismo, se podra entender toda accin de la flota inglesa, aun en distantes parajes como los del Ro de la Plata, como una superposicin mstica de la Gran Batalla, un palimpsesto que como una invisible memoria de gritos y abordajes, fusilera y pequeos herosmos, sacrificios y cada del Jefe, ofreca un texto espectral a la vocacin colonial de la Nacin Inglesa. Quizs el diario haba sido motivo de las conversaciones en Londres entre el Primer Ministro Pitt, el comodoro Sir Home Popham un personaje estricto de la saga aventurera y codiciosa del dominio britnico de los mares, interesado en la fabricacin de submarinos, eximio cartgrafo nutico y telegrafista naval, y el venezolano Francisco Miranda, fascinante personaje, miembro de una masonera utpica, indistintamente combatiente al servicio de Espaa, de la Repblica Francesa (como es fama, es el nico latinoamericano con su nombre grabado en Arco de Triunfo), y de Inglaterra, con una visin que hoy consideraramos ingenua al creer que la contribucin britnica a la Independencia Hispanoamericana dejara libre de sujeciones a la regin. Reuniones como sas rpidamente las calificaramos de pirateriles. Pero tenan todos los condimentos de una tenida caballeresca donde con refinados conocimientos histricos, cartogrficos y mercantiles se diseaba el control de remotos lugares del mundo. En efecto, se piensa el mundo con depuradas palabras pero con trgicas consecuencias de violencia y conmocin. De ah surge el impulso de un diario como The Southern Star, tipo de publicacin hasta el momento no conocida en estas tierras. Habr que esperar hasta el Archivo americano, en la poca de Rosas, para ver algo as. The Southern Star era un ensayo bilingstico que buscaba un lector que aceptara esa bfida reparticin idiomtica, con su aire universalista, sus orgullosas proclamas ideolgicas y su conviccin potica. Propaganda militar, pero realizada antes de que ese concepto fuera aislado y profesionalizado por sucesivos Almirantazgos y Ejrcitos de Ocupacin. Se trataba mucho ms que la opcin por el comercio y la libertad de cultos como artes sociales de un Imperio de hombres superiores. Eran tambin hombres que venan ya con las manners adecuadas para contar una guerra. Con una nocin de hroe inmortal, que algo toma de los antiguos griegos y latinos, pero que es una muerte sacrificial no por religiones y rebeliones antiesclavistas, sino por la verificacin de una superioridad moral de hombres blancos que cumplen su deber entre los mstiles destrozados de sus embarcaciones, incomprendidos por los brbaros. En ese sentido, debemos leer la Oda de Horacio, publicada en el ltimo de sus siete nmeros antes que un perentorio aviso final diera trmino a la vida del peridico por la noticia de cesacin de hostilidades que proviene de Buenos Aires, como un saludo a la idea de herosmo clsico, puesto como almcigo del que el conquistador britnico extrae su hybris. No debe ser fruto de la ingenuidad que la Oda sea de Horacio. Ese nombre es omnipresente en la publicacin. Es el nombre del Almirante muerto, Horatio Nelson. La Oda publicada por The Southern Star, conocida como Quem virum aut heroa comienza de este modo:

Quem virum aut Heroa lyra vel tibia acri sumis celebrare, Clio? Quem divum? Cuius imago iocosa nomen recinet aut in oris umbrosis Heliconis, aut super Pindo gelidove in Haemo, unde silvae Orphea vocalem temere insecutae est La traduccin del peridico The Southern Star, por Mr. Gowland, dice: For whom shall now the golden lyre Or the shrill pipe renew the strain Wath hero shall the song inspire What deity its praises again Whose name shall Echos voice repeat Trought Helicons harmonious shades Or pierce throught cool retreat Where Orpheus charmd the listning glades Una traduccin reciente del latinista James Rumford, ms rigurosa: What man or hero by lyre or by shrill pipe are you choosing to celebrate, Clio? What god? Whose name will echo the joyful sound either in the shady slopes of Helicon or on top of Pindus or cold Haemus, where the woods rashly followed Orpheus calling En aproximativo castellano: Qu hombre o hroe por lira o cuernos estridentes eliges celebrar, Clio? Qu Dios? Su nombre sera eco de feliz resonancia en las laderas sombreadas de Helicn o en la cima del Pindo o el fro Haemus, donde del bosque Orfeo rpidamente sigue llamando En el peridico, el autor de la traduccin, es seguramente el mismo Thomas Gowland que figura como vendue master en varias publicidades del mismo diario, encabezadas por la enigmtica frase At the Theatre y donde se anuncia la venta de ropas militares de varios tonos y colores, casimires, vinos y whiskies. En toda la prensa de Buenos Aires de las dcadas posteriores, la casa rematadora e importadora Gowland es un recuadro comn de las publicidades de poca. La esfera de la publicidad puede provenir de remates y saldos de aduana y culminar en una Oda. Pasadas algunas dcadas de la extincin de The Southern Star, los Gowland seguirn siendo los maestros del remate en las publicidades de la poca: tambin aparecern en La Moda (de Alberdi) o en El Lucero (de Pedro de Angelis). Siendo Horatio Nelson el personaje central de Southern Star, esta clave profunda de la certeza inglesa de su expansin imperial empleando la energa de la oda y del comercio martirolgica la primera, sensual el segundo, no deja de hacerse presente la Oda a Whitelocke. Est cargo de una poeta montevideana que escribe en ingls; seguramente esa es su nacionalidad. Su nombre es Mara Theresa. He aqu una Ode to the soldier: respectfully addressed to gen. Whitelocke. En ella leemos:

With eyeless sockets darling flames of fire Gaze with delight upon the vanquishd foe Appeasd the vanish to the realms below, While Englands valiant sons, by Whitelocke led, Erect their standard oer the martyrd dead! Mirando banderas enrojecidas por el fuego y encabezando los estandartes de los mrtires, Whitelocke aparece en la poesa fuertemente alegrica de Mara Theresa poeta de la comunidad inglesa de Montevideo, pluma ignota pero no enteramente desdeable para una factora conquistada, amparado el militar ingls en la sombra de Moctezuma. As lo ve la poetisa. No se puede decir que la oda no tenga su destino mayor enlazado a los hroes de guerra, pero son tambin esos los aos del surgimiento de Napolen. The Southern Star lo trata con desprecio. En el artculo El catecismo de Bonaparte, tomado seguramente de la London Gazette, ataca a Napolen con estilo de doctor de sacrista por haber envilecido a los sacerdotes y al culto, pintando a esta figura poderosa como un Csar extraviado, cuando en verdad reuna en ese mismo momento las caractersticas del gran triunfador que interesaba a la filosofa Hegel lo haba visto desfilar bajo su ventana, inspeccionando las tropas de Jena en 1806, escribiendo como es fama, que vea pasar la Razn a Caballo, y el mismo Napolen se haba dado en ese mismo tiempo la acrisolada tarea de discutir con Goethe lo que le parecan algunas contradicciones del escritor cuando propone los motivos del suicidio de Werther. Las musas rioplatenses de las tropas inglesas en Montevideo y Buenos Aires no contaban con auxilios de tamaa importancia en materia de las relaciones entre la guerra y el plano ms elevado de la filosofa o la poesa del mundo. Se satisfacan con remedos, con algunas noticias homlogas la toma a principios de 1807 de Curaao, ocupndose por asalto Fort msterdam, dice el parte que se leer en Montevideo, y con el ejercicio especfico de los servicios de inteligencia, consistentes en fraguar cartas particulares enviadas desde una orilla a otra del Plata, para desmoralizar a los ciudadanos que an crean en el monopolio espaol del comercio y las conciencias. En relacin a estas cartas, son de muy buena factura, parecen verosmiles y si fueran un acto propagandstico de la oficina correspondiente de Ejrcito Ingls, o algn equivalente experimentado de los servicios secretos, su redaccin se atiene a rasgos de verosimilitud indudable. En el Plan de Operaciones de Mariano Moreno, si tal pieza hubiese tenido esa efectiva autora, tambin se considera la escritura de cartas falsas con noticias inexactas desde Buenos Aires a Montevideo. Una razn adicional para ver ese Plan no solo como recomendando acciones apcrifas, sino sindolo l mismo, aunque en el sentido ms interesante que pueda imaginarse. El firmante de las cartas de The Southern Star es un cierto supuesto caballero de nombre Anselmo Naiteiu, y la carta est dirigida a un ciudadano porteo de nombre Levnam, al que lo estruja con alentadoras proposiciones: There will be no tyranical, indigent, venal or prostituted magistrates among us. Pero no solo se trataba de la venalidad de los funcionarios de la Corona espaola. Vibraba intensamente la cuestin religiosa, a la que, al fin de cuentas, puede atribursele no poca importancia en la derrota ulterior de los regimientos britnicos. Pero el amigo Naiteau conjetura It is true, as you observe, that the people regard the faith wich the English profess as being different from their own religion; but, men of liberality and understanding know that both acknowledge essentially the same principles, and the little difference wich is observed has never been sufficient to condemn to the flames these who have not adopted the same ideas.

Quien escribe se dice tambin catlico; es el que ha comprendido, como todo hombre ilustrado, que algunas pequeas diferencias entre el catolicismo y el anglicanismo no deben hacer predominar la intolerancia, sino lo contrario, la facultad de comprenderse mutuamente y festejar lo que en el fondo sera habitar el mismo reino religioso. Estas cartas son astutamente concebidas, constituyen un modelo universal de convencimiento hacia el extrao, a quien se le promete ventaja y respeto. Cul sera el arquetipo de seduccin de las secciones literarias de los servicios secretos, sino el reducir las diferencias presentando la otra orilla de lo diferente como ms calificada para contener a la otra menuda heterogeneidad que no sabe de s que hay un salto sobre s misma que sera un acto de libertad? El tema ancestral del colonizador es del orden de la paideia. Qu es educar, un acto de exterioridad inculcadora o una confirmacin de la alteridad de las otras conciencias inconmensurables? Es superior la lengua del colonizador o ella tambin puede ser seducida y domeada por la lengua aparentemente inferior? El colonialismo epistemolgico britnico tropez alguna vez con este problema, no a travs de Kipling, obviamente, sino con el coronel T. E. Lawrence. El tipo de colonizador militar que est seguro de su cosmovisin superior puede decidir el respeto a una estetizada mimetizacin con las culturas particulares ocupadas, si cumple efectivamente, al menos, con la confiscacin real de sus fuerzas econmicas, posesiones territoriales o capacidades laborales. La expropiacin incluye un tributo que consiste en omitir el acto ltimo de incautacin moral implicada en la lengua y la cultura asaltada, acaso inspirando en los municipia civium romanorum la conquista que toma bienes palpables y se deja adormecer levemente ante la seduccin de la barbarie. Es un tema del grado ltimo del sacrificio aristocrtico. Entonces, la conquista de almas el Foreign Office en la visin de Lawrence de Arabia, tiene una fastuosa reversibilidad. El conquistador obtiene su tajada, pero una lenta accin que viene de abajo lo hipnotizar con otras lenguas que an aplastadas imbuyen sus aceites recnditos en el cuerpo del abusador. Vestir tnica, se creer otro, pensar haber abandonado la lengua en que se habr educado en algn aristocrtico colegio de Londres o ignorar comportarse como un old etonian. Algo de estos grandes resplandores se cuela en las pginas de The Southern Star, remedos pobres de un mundo mayor en guerra, pero trayendo a costas que reciban esos ecos con fervor, la invitacin a acelerar los acontecimientos hasta entonces refugiados en pensamientos ntimos de oscuros togados disconformes o peridicos agrcolas de aparente bucolismo, por ms que intentaran fisiocracias renovadoras. Virgilio y su Eneida son las fuentes preferidas de invocacin en los lemas grecolatinos de los editores de peridicos del momento. Tambin lo prefiere el Telgrafo mercantil, que se edita hacia 1801 en Buenos Aires, que se situar entre las Gergicas y Adam Smith, sin evitar un tono satrico, no tan fcilmente encubierto. Expresa un descontento intelectual con los hbitos de la colonia. Su nombre revela la existencia, haca tiempo ya, de esa palabra con dos timos griegos (tel-grafo: transmisin de signos lingsticos a distancia) que perteneca a investigaciones elctricas que ya tenan por lo menos medio siglo de experiencias; la palabra televisin es su heredera, quizs hasta su heredera ms cmoda, pues aunque ms compleja tcnicamente, no lo es lingsticamente. El Telgrafo, ruralista, virgiliano, es en verdad el primer peridico argentino, e incluso all se publica la Oda al Paran de Lavardn, ingeniosos versos de pedagoga lrica e industriosa, donde la palabra argentina est an en estado de ninfa, preparada para entrar en el idioma futuro nacional como la agricultura se dispone a agradecer al ro santo, padre de sus venturas. Ceres de confesar no se desdea / que a tu grandeza debe sus ornatos.

Cuando The Southern Star elige su apstrofe de cabecera, aparece tambin Virgilio en la Eneida: Tros rutulusve mihi nullo discrimine agetur. Ilustres versos que significan que no ha de hacerse diferencia entre pueblos, los troyanos y los rutulanos, quizs entre civilizacin y barbarie. No parece desacertado afirmar que el director de El Telgrafo Mercantil Francisco Cabello y Mesa, quien ya haba probado suerte con otros peridicos en el Per, fue el mismo director de The Southern Star cinco aos despus en Montevideo. Su agitada vida periodstica y poltica estaba fundada en la conviccin de que la independencia de las colonias espaolas se dara por la va de la ocupacin inglesa, con sus navos, su libertad de cultos y sus paos de Lancashire. No inaugura, pero s expresa Cabello y Mesa, de una manera enteramente brutal y desenfadada, lo que ceido mayormente despus al peso de la diplomacia, las maniobras de las cancilleras, los viajeros comerciales y los prestamistas financieros, se convirti en la compleja relacin entre los intereses geoeconmicos de Gran Bretaa y los distintos tratos que en un largo ciclo histrico argentino se tuvo con ellos, en toda clase de foros empresariales o culturales. El diario ingls de Montevideo, bilinge, expresaba de una manera comprimida, procesos que se desplegaran en largos ciclos nacionales a travs de mltiples mediaciones, donde ya no se trataba de hacer un 25 de mayo sin Moreno o Castelli, sostenido en los grafismos de las bayonetas de Withelocke. The Southern Star fue, pues, el artificio retrico que surga del acontecimiento blico y lo rodeaba de odas, publicidades comerciales y el incrementado tablero de entrada y salidas de barcos de toda especie, ingleses y neutrales. Si es verdadero el aserto de Guillermo Furlong, gran investigador de la historia de la imprenta colonial, los tipos con los que se imprimi el diario de la ocupacin inglesa fueron trasladados luego a Buenos Aires, para incrementar la accin de la Imprenta de los Nios Expsitos. Muchos de ellos, entonces, habrn sido los martilletes entintados que sufragarn la salida de El contrato social de Rousseau que en 1810 hace publicar Mariano Moreno, como si irrigaran con sangre de un invasor derrotado las clebres consideraciones sobre el contractualismo y la voluntad general, publicadas a fuer de inconfesa rebelda con la corona espaola. Un peridico, entonces, qu es lo que preservara para s en tanto fin principal? Caben en aquel tiempo y lugar, noticias de sucesos desprendidos de la gran armazn de hechos que proveen los estados, ejrcitos e iglesias? Veamos una noticia en The Southern: se titula Acontecimiento funesto en la versin castellana y Melancholy accident en ingls. Vale la pena transcribirla completa? Hela aqu, en la edicin de junio de 1807, siempre con la ortografa original: El Savado 20 del corriente mes un funesto acontecimiento perdi al Seor Dn. Isaac Griflin, piloto y Maestre de la fragata Lancaster, procedente de Liverpool, y un muchacho de 15 aos, uno de los ms excelentes marineros. Lleno de un zelozo empeo del adelantamiento de los intereses de su fletadores, el dia antes sali el Cap. Griflin en la lancha de la fragata Lancaster para la Isla de Flores al designio de la caza de lobos para aprovechar el azeyte y cueros de estos animales: pero la maana del sabado habindose levantado muy temprano un viento muy fuerte, determin quedarse con el muchacho en el bote para preservarse de la borrasca, entretanto los dems hombres continuaban en ocupacin en tierra. Durante el dia se aument ms el viento, llegando tal punto su violencia por la noche, que la vista de lo borrascoso de la mar, y las ondas que se quebraban impetuosamente sobre la tierra, hacian terrible el espectculo, se perdi toda esperanza de socorro por la imposibilidad de alcanzarlos estos desdichados. El bote comenz a llenarse rpidamente de agua, siendo los esfuerzos de los infelices para prevenirlo vanos; y aunque el Capitn recurri al ltimo arvitrio que le quedaba para salvarse, fixando un cordel una boya pequea que hech en la mar para

facilitarse el socorro de parte de los hombres que estaban de parte de tierra; mas el conocimiento del ningun fruto de sus diligencias hizo vacilar tristemente a su imaginacin, y sentado la proa posehido de la mayor ternura parece que esperaba el momento de someterse a la suerte fatal. [...] Sin duda han sido devorados por los Lobos marinos pues esas feroces vestias se juntaron con abundancia alrededor del lugar de aquella fatalidad, y continuaron hasta mucho despus sus rugidos espantosos. [...] No dudamos que se llorar la muerte de un hombre cuyas circunstancias le hacian acreedor de la estimacin general Este ramalazo trgico narrado con ingenua morosidad es una estampa de la muerte del marino. Mito nutrido de las visiones ms candorosas del romanticismo catastrfico el mar amenazante, las fieras al acecho, la resignada espera de la muerte. La noticia cruza repentinamente al peridico que vea la guerra como un reflejo lejano. Apenas un brillo distante desde la otra orilla. No obstante, el relato de la muerte del capitn Griflin, esperando el desenlace posedo de ternura, parece ostentar la cualidad de darle a The Southern Star una agitacin perturbadora que pone una fisura dramtica en pginas que entorpecen slidamente cualquier pensamiento de que la guerra sea otra cosa que apartados gritos de victoria y sentimientos edificantes, de nobleza petrarquiana, trados en este caso por la bella Mara Theresa, tambin poetisa de temas indostnicos. Una pequea lnea de una edicin anterior del peridico, pone la noticia del arribo del Lancaster, de Liverpool, al mando del capitn Griflin. La tragedia se avecinaba en esa lnea que traza el tipgrafo de modo ausente y profesional. Solo que se desplegara dos nmeros ms tarde, embozada en un relato de marinera pleno de melancola; el capitn sentado en su bote esperando el fin y los rugidos espantosos de las fieras devoradoras. Gran mito de los mares que aparece en la costa montevideana, con la guerra como teln de fondo, y el buque aceitero sometido a los lobos antropfagos que hacan del comercio un quimrico riesgo consumado. Qu hombre o hroe por lira estridente eliges celebrar, Clo? Contrapunto modesto, mercantil, de la muerte egregia de Nelson y las meditaciones sobre su sepulcro, que The Southern Star tambin acoge. Todava los gneros periodsticos no se han despegado de su catica unidad, presos a una matriz mezcladora, heterognea. Son gaceta oficial, libro de actas, alegatos de subido entusiasmo y crnicas que resquebrajan la superficie de los textos con abruptas reseas o detalles que ponen en la ideologa, de repente, un tajo sucinto de realidades criminales. Avisos mercantiles y noticias estn separados. Pero son tablas fijas, grabadas con rigidez y sin interrogarse por los nexos entre ellas. No adquieren aun la nocin acontecimental. La noticia no ha hecho su irrupcin abrumadora, con su halo de historicidad. La distincin entre publicidad y prosas estatales no se ha verificado. La Oda no imagina proclamarse un gnero antagnico y diferente al parte de guerra. El editorial de carcter moral ocupa sin porosidad todo el tejido de palabras, y no es fcil seguir los itinerarios, gustos y avatares cotidianos de esas sombras coloniales que transitan precarios empedrados, enfundadas en levitas y casimires importados, despojados de cualquier atisbo de intimidad. La hubo, no poda no haberla, pero apenas la entrevemos. Tampoco es posible imaginar con holgura al lector de estos peridicos en sus locales de lectura, tabernas en penumbra, establecimientos comerciales, frentes de guerra o domicilios burgueses. Qu nmero de ejemplares surga de las imprentas, quinientos, mil? No se ha escindido la accin de las personas que producen eventos desde la urdimbre social que les es propia, en relacin al boletn comercial y al propsito genrico de hacer del peridico una epopeya de la ilustracin. La Ilustracin tiene una idea de pblico recipiendario, alguien que recibe una uncin laica desde lo

alto, un novicio que no origina conocimiento, como s ser en el romanticismo, sino que lo recibe como donacin de una elite educada que desprende de s un esfuerzo dedicado a educar a los incultos o desposedos. Hubo y hay peridicos de la Ilustracin, gran evento ideolgico que realmente los ha fundado. Pero en este momento solo hay peridicos que surgen del clima moral que la Ilustracin quiso instituir, exaltndose desde su pinculo elitista. Haba el redactor de elite. Como en el rpido trasiego de las conversaciones de actualidad se dice tropa de elite significando la densa puntualidad de una mayor especialidad en el dao o la operacin, el redactor de elite tiene una ecuacin sobre el conocimiento: l lo posee; y el pueblo es el vulgus, la plebs desposeda. Nada hay de malo en ello y hay que volcarse a la tarea magna de derramar sobre l lo que no tiene. Hay que fundarlo al pueblo mansamente. La letra, la noticia, la idea, l no las tiene. Hay que hacerlo existir desde un acto fustico pero ilustrado, desde la ausencia etrea en la que yace en sus ranchos, capillas y tabernas, desde su no sabe para tornarlo figura viva que suponga la apoyatura de la cual y por la cual se habla. Quizs la mxima explicacin de este fenmeno durante todo el siglo XIX, en tono satrico, se halla en el n 18 de La Moda de Alberdi, en 1837, en el artculo Boletn cmico: un papel popular. Ya lo consideraremos. Mucho despus, la cosmovisin populista y sus publicaciones partirn de una dimensin distinta. Descubren la inmanencia del saber popular. El pueblo sabe, siempre supo, los signos de su saber son otros. Dictaminan y se expresan de otro modo que los ilustrados no lograrn nunca comprender. El Torito de los Muchachos se halla en el centro de esta experiencia en los aos rosistas. Tambin lo veremos. Pero en los inicios del periodismo, sobretodo el periodismo revolucionario, aunque tambin en el de las teoras fisiocrticas, los redactores son detentadores agraciados del saber. Escriben exclusivamente con su propia voz, y en ese acto egregio proponen un pueblo a partir del cual hablar y al mismo tiempo lo hacen nacer de su gesto virtuoso, de su instruccin emanada de la cspide. Crean lectores, pero entre sus pares. Captulo 2. Redactores de la Ilustracin Varias notas en la Gazeta de Buenos Ayres de noviembre de 1810 dan cuenta de la batalla de Suipacha y de inmediato, otra del 9 de diciembre, se refiere a los primeros trofeos tomados al enemigo. La pluma que escribe, no puede caber duda, es la de Mariano Moreno. Las acciones militares son las de la expedicin militar que conduce Gonzlez Balcarce en el Alto Per, con Castelli como representante de la Junta. Enrgico, Castelli resume batallas no como un militar, sino a travs de grandes trazos cortantes y los concisos vituperios del patriota al necio enemigo derrotado. Falta poco tiempo para que Moreno emprenda su viaje hacia Londres. Los acontecimientos son conocidos y yacen en un tiempo que fue agitado y hoy recobramos dificultosamente entre la vaguedad o la palidez de los documentos. La nota de la Gazeta, aunque titula con la fecha del da en que se escribe, posee un rasgo que nos es familiar y es propiamente periodstico. Se trata del tema de la primera vez en que se supone que ocurre algo. La de Suipacha, primera victoria efectiva de tropas patricias, que permite arrancar un estandarte que previamente haba sido jurado por los soldados comandados por el marino Crdoba, en Chuquisaca. La bandera realista que llega a Buenos Aires sera un primer trofeo, lo que le confiere un sabor inicitico a un hecho que la edicin de la Gazeta pasa a recoger con algo de lo que la jerga de todo un siglo periodstico, con palabra que tiene sus resonancias religiosas,

llam primicia. Es la primera vez de un hecho, candorosamente visto por el redactor arcaico o primigenio, que titula su nota con la mera notacin de una fecha, 7 de diciembre de 1810. No por eso deja de parecer una historia epifnica, por lo menos una crnica que hasta el momento la Gazeta no haba intentado al margen de las publicaciones de rdenes, documentos, cartas o las dudas sobre el rgimen poltico, escritas extraamente en un gnero de primera persona de alguien que no firma. Misterio. Pero no se trata aqu del terreno histrico, la batalla, que ha sido noticiada en ediciones anteriores, en los interesantes partes de Castelli. Sino que la nota de recepcin en Buenos Aires de los estandartes tomados al enemigo es la primera, entonces, que nos permite imaginar a los espectros de la plaza, gentes en movimiento, rostros difuminados que festejan el acontecimiento blico ocurrido en territorios tan distantes. De Moreno parece ser la escritura engalanada y nerviosa, pero la Gazeta es de aquellos diarios que permiten con incierto gesto concesivo que estemos siempre confundidos sobre las autoras. No es en realidad, solamente, la poca la que escribe? Al irse Moreno en su ltimo viaje, y esta es acaso una de sus ltimas notas, sigue una redaccin que preserva la retrica inflamada, de ligero sabor jacobino o pseudojacobino, los giros de escritura nunca son iguales a la real trama ideolgica de una conciencia, con el que se pintaba al despotismo espaol como parte de una hereja oscura que corroa el proyecto racional humano. No obstante, el hilo interno de la crnica, que mantiene el tono seguro de la mofa al opresor, no puede despojarse de la reconocida estilstica moreniana, con su ornato estatal y sus incisivas volutas neoclsicas. Pero aquella es casi sin duda la primera crnica de una manifestacin patritica en la ciudad luego de los recientes acontecimientos de Mayo. Se lleva el trofeo desde el Fuerte al Cabildo. All habr un acto. La bandera incautada se coloca en los balcones y frente a ellas festeja la multitud. Las escenas son borrosas, pueden lograr ser apenas intuidas. La reconstruccin escrita o visual tropieza con cierta imposibilidad escnica con la que debe lidiar el historiador. Cuando el estandarte espaol llega a la ciudad de Buenos Aires, hay festejos en la Plaza, que se llam de la Victoria, y primitivamente Plaza de Armas, del Cabildo o del Mercado, antes de desembocar dcadas despus en su nombre actual: Plaza de Mayo. Las notas de Moreno, o del pseudo-Moreno, abundan en tonos proclamativos, nfasis virtuosos y generalizaciones excelsas, pero en algunas se filtra el aroma conciso de la actualidad, el movimiento espectral de las personas reales. La actualidad blica all no es hecho pleno, sino lejana e infiltracin. Es que tambin aparecen los acontecimientos efectivos cuando la escritura densa, estatal y de cuo militar o diplomtico, deja lugar a los hechos. Hay hechos. He aqu una manifestacin en Buenos Aires, los hombres de la Junta (quines?, la nota no lo dice mal periodismo, acaso?) llevan el trofeo frente al Cabildo y all, rodeados de un inmenso pueblo (cuntos?, de qu manera?) se escuchan vivas y aclamaciones (qu se grita?, cules son las consignas?, hay jactancia, encono, agravio?). No podemos entrever ms que borrosamente la Plaza aquella, con su tajo medieval en forma de recova y las ilusorias figuras que han dibujado los grandes grabadores o pintores que la vieron tan alegre y mercantil como galante y desolada, siendo este el caso del pintor Carlos Enrique Pellegrini. Una noticia se torna as lo que permite acariciar la lejana de un pblico apenas mencionado en el fraseo del redactor oficial. En la Gazeta Ministerial, sucesora de la Gazeta de Buenos Ayres, en la edicin de febrero de 1813, se lee la noticia de la instalacin de la Asamblea de ese ao. En el curso de la noticia se deslizan algunos hechos que se hallan como casuales cautivos en el interior del relato, que los brinda al azar: la hora en que el gobierno est en el Fuerte a las 9 horas-, esperando a los miembros de la Asamblea, que pasan a su encuentro y

salen a escuchar misa en la Catedral. Hay un indefinido gento en la plaza, voces en una sordina impuesta por la sucinta y austera mencin, por la que el redactor observa las aclamaciones inocentes de un pueblo virtuoso durante la corta travesa de la comitiva. Importa ms la virginidad republicana que lo que muchas dcadas despus sera la descripcin del pueblo en reunin el sol caa a plomo sobre la Plaza de Mayo, menos salida de una estampa ulica que de movimientos espaciales, cuantitativos y corporales efectivos. Pero no faltan seales e indicios de lo que se mueve en las concreciones de lo real vivido. Segn la referida nota, luego se inaugurarn las sesiones, apenas dando una vuelta de manzana, en las instalaciones del Consulado, locus crucial de los acontecimientos de esa hora, pues tambin lo haba sido en las dos dcadas anteriores, desde los tiempos de su fundacin. En el entretejido de palabras, ciertos datos bajo la forma concreta de la hora, la circunstancia de lugar, el nombre de ciertos edificios, se refinan y logran atravesar la malla pomposa de informaciones palaciegas. El periodismo de la Gazeta de Buenos Ayres no es fcil de definir. Es la forma sumaria del periodismo contemporneo, que ha surgido estrictamente de su modelo, pero all est su esqueleto mudo, como el de Jeremy Bentham en el cofre de vidrio desde el cual vigila las reuniones de los actuales consejos directivos de una universidad britnica. En la Gazeta hay bandos de guerra, piezas doctrinarias, resoluciones oficiales, prosas de importacin, ingenuas citas de ocasin, bibliotecas rpidas de donde se deslizan las menciones egregias de un modo de escribir donde el libro citado es una materia prima indispensable, sagrada y al mismo tiempo, con aspecto de haber sido leda apenas ayer: recin saqueada. Publica all Moreno, ocupando en general todo el nmero que corresponde, los famosos escritos sobre el fusilamiento de Liniers y el Decreto de supresin de Honores, este s con una justificacin que se torna una de las mximas piezas tericas de la revolucin, envuelta hoy en un difuso y casi incomprobable anecdotario. Pero se trata all de condenar, en aras de la razn ilustrada, todo desborde ornamental que simbolice extrnsecamente el poder, para educar la mirada del vulgo en las virtudes de lo poltico como un ser general abstracto, contractual. Pero cmo se las educa, qu es la educacin, en fin, tema que con tanta ingenuidad agrarista haba trata el mismo Belgrano en su Correo de Comercio? Mirar es un acto superior de comprensin; acaso sea eso el corazn del iluminismo. Mirar es el hilo interno de la razn, nunca preparada de antemano. Pero el vulgus no desplaza de un da para otro su mirada ya implantada, con sus focos e iluminuras, no lleva de un lado para otro sus fuerzas inherentes de comprensin fijadas en smbolos, adornos y aderezos que son blasones inmviles. Pictura ut poiesis medievalizantes. Por eso las autoridades nuevas tenan que usar por un tiempo los viejos artefactos de galas del arrebol virreynal! La idea ltima de suprimir el honor, y su resultado mundanal fcil de discernir (la pompa) es la impensable desmesura de tal racionalismo, que literalmente se ilusiona con la desnuda palabra poltica. Tanto despojamiento en nombre de la virtud republicana puede tornarse una tirana de la Razn que envidiaran los dspotas engalanados. Como fuera, la pieza es excepcional, y ser difcil luego, en dos siglos de hojas periodsticas en el pas, contar alguna vez con un texto as. Quizs el escueto mensaje en la tapa del diario montonero Noticias de los aos 70, ms de un siglo despus, que es inconfundiblemente walsheano una bajada en la moderna jerga periodistil resume el apretado signo de una congoja junto al oprimido sentimiento de ser justos con un dilema evidente: El General Pern, figura central de la poltica argentina de los ltimos treinta aos, muri ayer a las 13,15 horas. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardar en volverse tolerable. Ms all de la lucha poltica que lo envolvi, la Argentina llora a un lder excepcional. Esta prosa periodstica equivale a

una supresin de honores, acto fenomenolgico esencial, que deja al texto en estado esqueltico y hablando tambin, aunque apenas con un escorzo referido a la idea misma de noticia: es muy raro que en la historia del periodismo se califique el aura sentimental que irradia una noticia, en cuanto a su vigencia en lo que define como la conciencia de millones de hombres y mujeres. Qu se dice, como al pasar, definiendo as uno de los momentos de autorreflexin ms importantes del periodismo contemporneo, luego del acto inaudito de ser despojado de honores? Que ese hecho tardar en volverse tolerable. El periodista habla por l, con su estilo despellejado, pero est la conciencia multitudinaria por un lado y un sentimiento intolerable que se trata por su envs, segn el tiempo que pase hasta ser aminorado u olvidado. Brillan como seuelos tpicos y engaadores, unas aparentes descripciones y la magia oscura de las agujas del reloj con su dictamen: 13,15 horas. La hora en que ocurren los sucesos, para Walsh, son sntomas iniciticos de una investigacin o de un dolor. Esto es: el intento de fijarlos en calendarios para tratar con austero pudor las tragedias. Estoicismo. Con la Gazeta de Buenos Ayres, en esa maraa de dictmenes, arengas y advertencias, asoman los hechos, aunque desde una cauta penumbra narrativa. No es periodismo fctico, que busca lo asombroso e irreductible de una realidad; no hay un concepto de informacin de eventos dispersos a los que les faltara la compaa del juicio interpretativo, sino que los hechos son oscuras gemas emergentes del manto de proclamas que los alberga. Apartando la maleza de enunciados urgentes escritos a veces en prosa abogadil, a veces con tonos de militancia enrgica que no son ligeros, surgen acciones, crnicas de la ciudad, sucesos que recobran su dramatismo implcito. En todos los semblantes dice el cronista que llamamos Moreno en la nota sobre la llegada de los trofeos de Suipacha a la Plaza de Mayo se vea escrito un lenguaje mudo, pero expresivo de los tiernos sentimientos. Y ms adelante: Por la noche, iluminaciones, msicas y canciones patriticas llenaron de alegra y contento toda la ciudad, guardndose la bandera en la sala principal del ayuntamiento. La batalla haba ocurrido muy lejos, en territorios que no pertenecen hoy a la actual configuracin territorial del pas. Pero tambin est lejos en el tiempo, para nosotros, esa muchedumbre que fue desde el Fuerte al Cabildo en procesin patritica. Quienes componan las muchedumbres populares de aquel tiempo, es siempre una discusin abierta. Una victoria militar lejana siempre atrae al pueblo, que entre muchas otras cosas, sabe ser buen partiquino de la gloria que marginalmente puede alcanzarlo. Nombres lejanos, provenientes de lenguas indgenas, nombran esas batallas y lugares: Suipacha, Tupiza, Cotagaita, Chuquisaca. La letra del himno, poco despus, los recoge en versos que hoy ya no se cantan pero que perduraron en la imaginacin pblica hasta varios aos despus de los hechos. Incluso porque antes, el himno vena prefigurndose en este periodismo gaceteril, a travs de bardos de ocasin o inesperados escritores que, soldados o no, representaban el modo en que una periferia cultural como la de entonces, poda conservar ms tibias que el centro de Occidente a las joyas del pensamiento potico de la Antigedad. El cronista de la Gazeta, en tanto, no se equivoca al prestar atencin a las banderas, medallas y condecoraciones. Sobre estos temas gira en gran parte el pensamiento de esos repentinos magistrados, y aquellos sumarsimos escritos de guerra estn entre las incipientes expresiones de lo que ser el aparato evocativo y honorfico del Estado. En el escrito de Moreno sigue una interesante reflexin sobre las banderas. Las tropas que resistan a Buenos Aires estaban formadas por batallones realistas en los que deba haber una seccin de marinera. Los comandaba un marino espaol, el capitn de fragata Jos de Crdoba, cuya insignia es una bandera salpicada de calaveras, que tambin fue tomada aunque no lleg a Buenos Aires. Haba sido despedazada antes. El

escrito de Moreno se cierra as con una irona presuntuosa: Es sensible que no nos hubiesen conservado y remitido la bandera de las calaveras; distinguiramos en ellas, seguramente, la de muchos de nuestros rivales, y es regular que ocupase el centro la de Crdoba. Entonces, el mismo escritor que consumir tantos rodeos expresivos, como veremos, al explicar el fusilamiento de Liniers, puede ser el mismo que hace esta mofa tan airada como un poco grosera sobre un capitn vencido? Lo cierto es que el mencionado Crdoba escribe unas cartas que son incautadas por el ejrcito de Balcarce y Castelli. El marino Crdoba haba dirigido una nota a Balcarce, que lo ha derrotado, ponindose a su disposicin. ramos amigos, fuimos enemigos, y ahora volvemos a la amistad, escribe Crdoba. No deja de aludir a la gratuidad de una guerra entre soldados de la misma religin, costumbres, idioma y Rey. Castelli, el duro emisario poltico de la Junta de Buenos Aires, que vive un tiempo de claros triunfos militares, condena al capitn de fragata Crdoba mucho ms por decirse dispuesto a combatir a la Junta victoriosa que por haber peleado contra ella. Se ofrece como soldado para atacar a los realistas de La Paz, a los que antes estaba unido. Este nudo de la revolucin no era fcil de desatarse, pues haba que buscar arduos argumentos polticos en otros textos, otras formas de escritura, otro periodismo que enfocase a dspotas y tiranos, que forjara herosmos y odas glorificantes, como la que merece el propio Balcarce, mientras la vaca expresin FernandoVII queda inscripta en todas las banderas, como ensayando proclamar lo que todas las pocas sienten como un vrtigo extrao, la lucha por interpretar en un sentido literal y otros que le fueran contrapuestos, a lo que en esencia son las mismas mscaras. Como de alguna manera ocurri tambin en los descampados de Ezeiza el da del retorno mucho despus de estos acontecimientos del Alto Per de un exilado general. El periodismo poco es al margen de lo opresivo de este dilema, pues su dilucidacin es deseable pero en algn momento se visualiza como imposible. Entonces, el alma del historiador, cuya fuerza es la elucidacin, se refugia en la del periodista, que sabe que los acontecimientos parciales y las astillas fugaces que se le brindan para difundir, no exigen rigor hermenutico sino una opinin que solo descansa en el uso no problemtico de los nombres que da una coyuntura. Y sin embargo, el parte de guerra y las odas no seran tales si de los nombres comunes no se extrajese la magna conflagracin. En el relato de Moreno o del pseudoMoreno, la bandera realista ser destinada a la sala del Cabildo donde estaba el retrato de Fernando VII, en nombre del cual actuaba la Junta y tambin los generales del Alto Per que la resistan. Esos tiempos de la revolucin son simblicamente complejos, pues se homenajea a quien se ha derrotado y se derrota a quienes se les sustrae banderas que servirn de alabanza a los mismos derrotados. Fernando VII es el nombre que sobra; ms que una mscara pero tambin menos que ella. No poda extirparse y simultneamente estaba dems. El principal problema poltico del acertijo revolucionario, que es definir con un nombre preciso lo que se quera y en nombre de qu se actuaba, se hallaba en una zona de penumbras y sustituido por una reflexin sobre trofeos, banderas y honores. No cabe duda que el capitn de fragata Crdoba representa una parte de este vastsimo drama, pues puede decirse que la revolucin es verdadera, pero sus nombres son simulados o postizos. Solo hay un raro periodismo en una revolucin que hacen escritores que apenas tocan al pasar este enigma fundamental que los partes de guerra encubren y las odas dejan apenas entrever. Moreno cultiva el tema desde todos los extremos complementarios que puedan imaginarse. Suprime honores en un texto tambin publicado en la Gazeta pero en otros los quiere entregar en exceso. Es enemigo de banderas que no debe injuriar,

aunque las llama banderas del despotismo. Y si las toma victorioso, las pone al pie del monarca que los quiere ver vencidos. Si realmente escribi el Plan de operaciones, all sirve a la posteridad una reflexin completa sobre el uso tctico de galardones, distintivos y sellos de gloria que entrega un Estado que no cree demasiado en ellos. Pero la calavera de un enemigo era un hecho tan drstico como la manifestacin en la Plaza en esa jornada de triunfo. No se equivoca el cronista al percibir un lenguaje mudo en el gento patritico. Era una revolucin y a al mismo tiempo tena que luchar por una manera de decirlo. No se lee en una de las cartas que Castelli manda a Buenos Aires, comentando la cuestin del capitn Crdoba, que la lucha parecera ser entre vasallos de un mismo Monarca? No obstante, el caso del capitn Crdoba reviste gran inters, por sus documentos de rendicin, publicados en la Gazeta. Son reveladores de un desgarramiento humano en las conciencias polticas, que no pueden resolverse fcilmente con el epteto de acomodaticio o traidor. La Gazeta de Buenos Ayres tiene su revulsivo inters porque es un rgano de prensa que debe convertir en legtimas, a medidas revolucionarias de envergadura que estn en status nascendi, y por tanto, debe pugnar por hacer ms slida su propia legitimidad que surge siempre en estado de querella. En sus reflexiones del 6 de diciembre de 1810, leemos un raro artculo del cual vacilaramos hoy en decir quien lo ha escrito, as como rebajar su importancia en virtud de las atormentadas acciones que luego se desarrollaran por el mismo asunto, a saber: se trata, eminentemente, de la cuestin del federalismo o cuestin anfictinica. El articulista cita a Jefferson, quien haba trazado un idlico panorama de las formas de resolucin de conflictos entre las tribus indgenas de Norte de Amrica, con una mezcla de federalismo y patriarcalismo. Lo compara tambin a los cantones suizos con una dieta general que respetaba que cada cantn eventualmente se atuviese a formas democrticas, o bien aristocrticas. Este raro artculo, escrito en primera persona (por quin?) condena el espritu anfictinico, dando ejemplos provocativos de una imposibilidad, adelantndose muchos aos con esta condena al Congreso que luego citar Bolvar admitiendo la suave y entusiasta comparacin entre el istmo de Paran y el de Corinto. Se tratara de las imposibilidades geogrficas que haran intil al federalismo sin que eso suponga volver al Rey. Fijarse en la grave razn de las distancias geogrficas lleva a preguntarse: qu hacer con Filipinas, o quin conciliara nuestros movimientos si no tenemos con Mxico ms relaciones que con Rusia y Tartaria? Los congresos anfictinicos de la Antigedad, prosigue el ignoto escritor, editorialista de la Gazeta, solo se referan al ordenamiento del culto de Delfos, a fin de unirse solo en trminos del ejercicio de lo sagrado. El articulista no parece entonces ver otra salida que una mnima fraternidad entre las provincias que estn imbricadas en el proceso de emancipacin, y que al mismo evite la disensin interior. Quin escribi estos extraos prrafos, que motivarn luego guerras civiles y estruendosos fracasos polticos? Al leerlos, se tiene el mismo sentimiento de provisoriedad reflexiva y frgil autora que alberga el lector futuro de estos textos, sentimientos no diferentes que tendra el espectro que los ha escrito. Son tiempos cuya sabidura est esparcida en lecturas que no parecen ms que pellizcos de raciocinios apenas insinuados. Podramos quizs llamar periodismo a ese sentimiento de incerteza sobre autores, teoras y formas de pensamiento inacabadas, que como todo horizonte que traza un presente quebradizo, se somete fcil a la burla de los prximos captulos duros e inesperados de toda historia. Cobra especial inters el texto moreniano sobre el fusilamiento de Liniers y sus compaeros. El escrito est publicado en la Gazeta en Octubre de 1810. Sus justificaciones son extraas volutas, las ms llamativas que se hayan escrito en la

historia del periodismo nacional. El mejor modo de justificar la violencia propia es adjudicrsela a los otros. Y la mejor forma de culparlos es definir que ellos mismos estn humillados y sumergidos en su propia culpa. Esta tarea, no por sofstica, deja de ser revolucionaria. Pero es difcil tarea. Constituye uno de los recursos ltimos del periodismo, quizs nunca abandonado, de tornar justificable la muerte del enemigo dando una autoconciencia compungida de su crimen. Moreno escribe bajo la tensin por excelencia de un peridico revolucionario: dar por necesario un ajusticiamiento. Tal cosa, afirma, es ocurrencia no debera gustarle a nadie. Explica entonces el fusilamiento de Liniers y los dems conspiradores de Crdoba en un escrito que posee increbles arabescos. Se percibe que la pluma de Moreno hace aqu su acostumbrado trabajo con todos los matices de la nfula escritural de esos tiempos tempestuosos, lo que demuestra que un tenue barroco judicial no ha desaparecida de la prosa ilustrada. Aun hoy nos sorprenden los vuelcos y retorcimientos del texto. En l late un ultimsimo rango respecto a la condicin humana, a la que lleva a su ncleo interno de tragedia. Es lo insoluble de la historia, de aquellos que debieron tomar la difcil determinacin de fusilar a un hroe del perodo histrico inmediatamente anterior. Asombroso momento: se afirma que no se hubiera querido hacer lo que efectivamente se hizo. Pieza dursima con la pepita de oro de una condolencia ntima, insalvable. No poda fundarse el periodismo revolucionario con un texto as de doliente. Trmulo, escalofriante y sutilmente cristiano. Si el periodismo se inicia all, incluso si siempre est inicindose all, en ese pavoroso punto, debe ocultar las razones y formas de ese inicio. Hay periodismo, dirase, cuando ese ocultamiento se hace posible, dejando ver apenas alguna pobre brizna de lo aterrador de una historia. En el manifiesto de la Junta hasta se insina que tal vez sean los propios fusilados los que hubieran debido colaborar para volver el tiempo atrs. Es que se dice que hay una sacralidad de los reos. Cierto es que esta expresin alude a que entre ellos hay un sacerdote. Pero la idea de sacralidad de la vctima tiene alas ms largas. Los tiempos antiguos han dicho tales cosas en los remotos orgenes del derecho; pero no es fcil decirlo en la prensa. Tan radicalizado como lo parece, el texto moreniano es una reflexin inusitada sobre una orden militar que antes haba incluido advertencias efectivas para evitar un comportamiento sordo a la voz de la razn. La argucia fundamental de un escrito as encarado cuya raz compone la tragedia de cmo escribir una decisin de ndole tan terminante, es la de abandonar definitivamente la idea de que algo pueda ser explicado por razones superiores a las que son inherentes a lo que es dado revelar en un escrito. Lo explicable est en el texto y un texto puede tropezar con lo que lo hace ms interesante: percibir obstculos en su propia explicacin. Un texto todo texto- se imposibilita de decir lo que posee ms all de lo que atina a colocar como obstculo suyo, que a l solo pertenece. Explicar unas muertes siempre implica un obstculo en un escrito. Lo sabe el periodista? Claro que no se puede decir que el escrito un Manifiesto firmado por los miembros de la Junta no contenga un ramillete explcito de razones. Pero el sujeto que escribe nos referimos al sujeto de la escritura, ese colectivo que es la historia sin ms, que posee la facultad de decir lo necesario a travs de un escritor identificable o annimo, debe volver sobre los ajusticiados la culpa y a un tiempo sumirlos en una extraa sacralidad. El castigo ser entre nosotros un consiguiente necesario al delito y el carcter sagrado del delincuente no har ms que aumentar lo expectable del escarmiento. Haba un sacerdote, volvemos a decir, que fue dispensado a ltimo momento de la pena capital. Pero el prrafo tiene muy amplios alcances.

La dificultad mayor, la que debe ser en efecto conjurada, es la de producir una violencia determinada y despojarse de la deuda que ella nos deja. Afectar lo sagrado, o declarar sagrada a la vctima necesaria, es el resguardo profundo de las culturas escritas. Nunca se dir que lo ms difcil de escribir no sea la inocencia del victimario: no nos ha sido posible, dice el artculo de Moreno, conservar la existencia de los conspiradores. Solo una razn suficiente esto es, una Patria puede escribir estos prrafos. La decisin de fusilar se esfuma del orden poltico gubernamental; es como si la orden de fuego, la podran haber dado, y deseado, los mismos condenados. Como si tambin ellos la hubieran escrito, como si ellos fueran la Junta que los condenaba, como si ellos hubieran implorado por ser los autores del manifiesto que justificaba su condena. En estos trminos absolutamente paradojales es que se poda reconocer que se trataba de personas que haban prestado, en el tiempo inmediatamente anterior, importantes servicios. Uno era un hroe reconocido, y por su actuacin ostensible, se haba convertido en la mxima autoridad del Ro de la Plata. Ellos declararon insurgente y revolucionaria a la Junta y se hizo un crimen declararse por su causa. Pero el fusilamiento no demostraba todo lo que el escrito deseaba argumentar sobre ella? Culpaban a la Junta, la Junta debe fusilarlos. Ese fusilamiento fundaba lo mismo que se deseaba desmentir, que los conspiradores no hubieran querido hacer lo que hicieron. Y esto que no poda ser dicho se lo afirmaba en la encaracolada disposicin del bando revolucionario. Llamar a los ciudadanos para fijarse quienes eran los rprobos, se hace para conferirles otro carcter y hablar por ellos. Y en nombre de ellos decir lo que deban elegir: por el antiguo goce de empleos distinguidos, o por una larga serie de grandes beneficios deban preferir la prdida de su propia existencia, al horrendo proyecto de ser agentes de las calamidades y ruinas de estos pueblos. El manifiesto revolucionario casi obtiene su radiante circularidad en afirmar sin osar decirlo literalmente que ellos mismos deban escribir su propia orden de fusilamiento. Pero el texto adquiere un sbito sujeto colectivo que dice hemos decretado el sacrificio de estas vctimas a la salud de tantos millares de inocentes, para luego sustentar una tesis de escarmiento por el terror. Todo lo cual le da un rango estatal, una confesin del poder pblico que al mismo tiempo asegura la legitimidad del acto pues su forma ltima, podra ser una orden firmada por los conspiradores en su propio castigo. Qu periodismo es ste? Qu piensa el que lo ha redactado? La forma vulgar de la imputacin al enemigo, no suele contener un anuncio del justiciero, afirmando que no hubieran querido hacer lo que hicieron. Pero aqu el tema es el propio suplicio de quien ordena el sacrificio. Nada alcanz a suspender el golpe, que quisiramos haber aliviado. Todo esto se publica en un peridico, donde interviene vigorosamente alguien al que se llama fundador del periodismo argentino. Pero pueden ser estas justificaciones de arduas hechos histricos, una actividad que se esperase de la intencin habitual del periodismo? Ni era fcil demostrarlo, ni deja de ser este ncleo vigoroso del periodismo jacobino momentneo, es cierto, la de lamentar cometer un hecho de sangre que sin embargo es casto. Se escucha en el escrito la salva del fusilamiento y al mismo tiempo las vacilaciones de los que tomaron la decisin, y porque no el grito de los ajusticiados. La pieza que leemos en la Gazeta es una sentencia a la vez proclama, que atestigua una razn jacobinista drsticamente virtuosa pero condolida en su intimidad por los sacrificios que hace. Sacrifica sacrificndose. Pero infundida del argumento jurdico por excelencia, sin quiebra ni desazn: los conspiradores formaron un sistema decidido a dar por tierra la obra que deban respetar. Nada excepcional, solo que la frase ha salido

de una decisin militar que envi rdenes a los fusiles revolucionarios, que eran la tautologa inevitable del texto. Haba fusiles porque haba texto, los fusilados no pudieron respetar el halo sagrado de la revolucin y la revolucin no pudo respetar la sacralidad de ellos. El halo jurdico del texto hace pensar tambin en la tenue sombra que acompaa a todo redactor de peridicos, pues lo sigue a todos lados un tipo de argumentacin forense, juridizando la poltica, pues todo pensamiento contrario al dictamen de fuerza oficial se torna delito. Dice el bando de la Junta: Para desacreditar a la Junta se le llen de imprecaciones, se le imput el ignominioso carcter de insurgente y revolucionaria, se hizo un crimen de Estado declararse por su causa, se interes contra ella la religin misma, queriendo el prelado forzar a los ministros a que profanasen los plpitos, y los confesionarios; y lograron poner terror a los habitantes. [...] Juraron odio eterno a nuestra memoria; substrajeron las provincias a nuestra dependencia, y lograron conmover los pueblos del Per, ponindolos en armas bajo la obediencia del virrey de Lima y a la direccin de sus gobernadores. Ciudadanos! Antes de entrar a la graduacin de tan graves crmenes, fijaos en la calidad de los sujetos que los cometieron! No eran stos, hombres extranjeros a nuestro pas. Todos ellos o por las leyes de nacimiento, o por el antiguo goce de empleos distinguidos, o por una larga serie de grandes beneficios deban preferir la prdida de su propia existencia, al horrendo proyecto de ser agentes de las calamidades y ruinas de estos pueblos. Los tiempos del escrito, sin embargo, prevn un captulo posterior de felicidad pblica luego del terror. Corramos el teln. Es que los textos hablan a su pesar. No quisieran decir lo que han dicho, y exponen su desencanto luego de decir que se hizo lo que no se quera hacer o lo que las mismas vctimas hubieran deseado. Pero habiendo pasajes que no quieren ser escritos, cuando se presentan con la destreza suficiente, consiguen hacer escuchar los rasguidos trmulos de la pluma revolucionaria. Correr el teln es una frase ya preparada, hecha de madera balsa, vuela ante nosotros levemente y la usamos cuando queremos: sobre todo con decidida impotencia, porque nadie puede declarar porque s terminada una poca, y siempre tenemos derecho a pensar que lo mejor es que los males se acaben. Entre esas dos estaciones se mover luego la accin del periodismo. Pensar en correr el teln, acusar a los dems de estar viviendo en el pasado, y sospechar continuamente que es imposible el cese de cualquier cosa, que incluso esa frase ya pertenece a la tradicin escptica, aunque quiera ponerse vestiduras de sensatez. Qu es mejor, El Correo de Comercio de Belgrano, peridico de informaciones econmicas cuya salida, aunque viene de algunos aos antes, coincide con los episodios de la Revolucin de Mayo? En el Correo hay varios artculos titulado Educacin, pero de un sentido y tono totalmente diferente al de Moreno. La circunstancia de este peridico, que se halla entre los precursores del periodismo argentino, es muy otra que la de la Gazeta moreniana. Poco despus de sucedidos los hechos del 25 de Mayo de 1810, la edicin del Correo sigue tratando los precios de mercaderas y las llegadas de buques a Buenos Aires. El historiador interesado en la curva de precios de la poca, a la manera de un Pierre Vilar, puede encontrar all, por ejemplo, el impertrrito precio del kilo de yerba el mismo da decisivo en que se debaten las atribuciones del Virrey en el Cabildo. Son dos visiones del redactor de la Ilustracin: uno escribe sobre un discreto sentimiento de culpa en torno a un fusilamiento ejemplar; el otro, sin pensar en su destino de batalla y autor de partes de guerra, impone un sentido de la educacin y del intercambio comercial libre como un canto pacfico a la riqueza de las naciones. Pero el redactor de la Ilustracin est seguro de los que hace; un halo de racionalidad lumnica asiste a los hechos violentos. En ese mundo sin necios, locos o

posesos, vctimas y victimarios son seres racionales dotados de libertad de decisin. Si la justicia es algo, solo podra ser la facultad del vencido o del conspirador de aceptar l mismo dar la orden fusilamiento que lo comprende. No slo eso, tambin concordar con ella. Lo fatdico es tambin lo racional. El periodismo de la Ilustracin delinea las primeras insinuaciones del derecho a ser otro, del derecho del otro, pero le otorga tal transparencia natural que el redactor ilustrado imagina que l hace su tarea de crear vctimas contrarrevolucionarias, porque ellas tambin lo piden, son la cara invertida de la misma Ilustracin, su sacrificio necesario, su inherente maldicin. Muchos aos despus, cuando Sarmiento acusara a Rosas de robar el don de lengua, apareceran problemas que en este texto del fusilamiento son inexistentes. No hay aqu descalificados, brbaros o carentes de distincin embarcados en la tarea de presentarse como cultos. El drama ocurre entre hombres cultos y la lengua por la que corre la justificacin de un fusilamiento dirigida a un lector que debe juzgar, a un lector que es el tribunal de la historia es el primer texto de la nacin argentina que tropieza con el tema de la sancin armada de un crimen poltico, y debe encontrar un argumento para que el sacrificio de las vctimas sirva a la razn mayor de la salud de tantos millares de inocentes. Qu se lee en cambio en otro viejo peridico de la poca revolucionaria, llamado El Redactor de la Asamblea? Ha salido, durante los aos 1813 y 1814, con cierta periodicidad. Se publican all las notas de las deliberaciones que tiene en Buenos Aires la que se llam Asamblea del ao XIII. El representante por Mendoza, Bernardo Monteagudo es su principal redactor, pero toda la idea del peridico concebido como un Diario de Sesiones, es que lo ocurrido en las discusiones debe quedar fijado en la letra, por medio de una accin de redaccin. Todo el peridico se llama El Redactor. La ilusin de la poltica es que lo conversado, lo que emana de la voz de los representantes, queda fijado. Es la voz ungida entonces por la cualidad de la representacin. Verbo investido de algo beatfico, que debe ser inscripto en su solemne sostn periodstico, que le da sancin verdadera, existencia colectiva en actos pblicos de lectura. En las brumas de sus orgenes, los peridicos contemporneos reconocen varios estilos de redaccin. Ya calculamos que una de esas vas es la escritura del parte de guerra, pero tambin las minutas de asamblea, los libros de actas, los comunicados militares, los decretos fulminantes, las rdenes de fusilamiento. La nocin de que todo evento pblico o privado nace, por as decirlo, con un periodista al lado, queda ausente de los inicios del periodismo, pues lo que est es el Estado. El Estado bajo alguna de sus formas: ejrcitos, secretaras de asuntos internos o externos, cannicos inquisidores, pendolistas al servicio de la ocasin, polticos exaltados contra el despotismo. Pero es el Estado Periodista, que en suma tensin debe confiar sus introspecciones severas al Redactor revolucionario. Solo tardamente aparecen las empresas comerciales periodsticas basadas en el precio de los avisos. En el remoto mundo de las noticias, informes y crnicas, no haba periodistas ni redactores ni redaccin, esa suerte de fbrica que apunta a hacer objetos seriales con ingenuos escritos. Es lo que le toca de cientificismo a la profesin periodstica. Motivo para ejercer el montaje de los textos, accin que comienza en el siglo XVIII y mantienen la misma divisin de trabajo con lo que luego se llamar artculo, o materia, y con lo que ms luego se llamar producto. La objetivacin irreductible de un peridico, lo que no podra subyugarse a otra cosa, de todas maneras tropieza evocativamente con el lenguaje industrial. Quizs un cuadro de Brueghel o Jeronimus Bosch, y hasta un tableaux de Turner, en su momento podan ocupar con sus imgenes la crnica de una fiesta, el relato de una pesadilla o el arte de refinar sentimientos en la contemplacin de un

paisaje. A su manera visual, son peridicos de la vida cotidiana y de la posibilidad de pensar el paisaje como un brote esencial del estado de nimo. No es posible desdear la idea de aviso, reclamo, publicidad. Es la forma del llamado primerizo, el rclame, ncleo anticipado del periodismo con su explcito o sofocado instinto para ejercer la realidad un llamado. El primero que dijo venid a m no saba que tambin pronunciaba frases sobre un reconocido acto social. Ese llamado es la necesidad de infundirse de algo desconocido para hacerlo propio, porque su saber de s haba sido contemplado por una excepcin, una centella rara, el acceso a la iluminacin. El Iluminismo y el iluminado no son lo mismo, pero reclaman su derecho a diseminar destellos. Una aceptacin de deidades que en el amasarse lento de las civilizaciones, no se equipararon, hasta mucho tiempo despus, con formas de consumo, de salvacin de enfermedades y penas por la falta de dinero. Los avisos estn siempre, y en este caso no debe haber demorado, mientras se iba fusionando con materias humilladas, la idea de que el corazn de la experiencia periodstica es su financiamiento a travs de advices, palabra en la cual late una indiferenciacin entre noticia y aviso; y luego, de publicidad: advertising. Un intermediario laico que no fuera un pastor, un capitn o un primer ministro se precisaba. Era necesario producir el traslado de algo necesario de avisarse o noticiarse, hacia un horizonte numeroso y annimo de personas que precisaban enterarse. Lo precisaban porque haban descubierto un sentimiento inusual, que vena de la conciencia y del ambiente social. De ambos lados, se reconoca al individuo que se fundaba quizs con ello que precisaba saber las ocurrencias del mundo. Tambin el concepto de mundo surge aqu. Junto con el principio individuationis. Y ambos surgen del moderno periodismo. Es exterior o interior a la trama del mundo ese personaje que vino a llamarse periodista, o redactor de peridicos? Una vieja pieza muy conocida de Macedonio Fernndez, no obstante, bromea con la idea de que siempre hay un periodista en el interior de cada evento, aun uno que implique la inversin irreverente de lo real: Yo ca, fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza sali a recibir el golpe yndose al suelo. Ca; fue en ese momento que me encontr en el suelo. Ninguna persona haba. Estaba yo! Y yo. Y yo dicen los reporteros. No hay Ilustracin sin peridicos y viceversa. Hacen al encanto del peridico la idea de la lectura como acto civil y compartido; la fe en la razn, que permite asociar las estructuras geomtricas atribuidas sin ms a todo pensamiento, a lo que pueda subsistir de sentimiento csmico; cierta disociacin de los hechos que permite el peridico con sus secciones, en principio tan slo insinuadas: economa y moral, consejos cientficos, deportes, vida cotidiana, tragedias pblicas. Todo a modo de una enciclopedia ms rpida, no cuidadosamente alfabetizada sino sometida a cierto batiburrillo, luego convertido en armazones fijas que la era informtica est nuevamente disolviendo. Haba existido alguna vez una noticia que no tuviera en su trama interior la figura del periodista, el testigo que vea los hechos, los relataba y de alguna manera los fundaba? La gran corriente de ideas que capt pero a regaadientes este sistema de intermediaciones fue la Ilustracin. Se precisaba saber, juzgar con criterio propio y en mayora de edad. Alguien tena que decirlo desde el interior de los hechos. El sapere aude es tambin una consigna indirectamente alusiva a los peridicos, aunque en sus portadas aun se leen sentencias ciceronianas como las del Redactor de la

Asamblea de 1813, in posterum haec lex, imperantibus vestris constituir. Luego de hacer las leyes, hay que constituirlas. Es posible juzgar que la idea de Ilustracin gobierna la razn de ser de los peridicos, en los tramos largos de sus primeras apariciones, en los espacios pblicos del mundo, sobre todo los que ingresas en las reas historizadas de la revolucin. No hay ilustracin sin peridicos y viceversa. La idea de la lectura como acto civil y compartido es paralela a la fe en la razn. Permite asociar ciertas estructuras geomtricas atribuidas al pensamiento, tambin al sentimiento csmico. La disociacin de los hechos que admite el peridico con sus secciones tan solo insinuadas, separndose economa y moral, consejos cientficos, a modo de una enciclopedia ms rpida, no cuidadosamente alfabetizada sino a cierta clasificacin ilusoria, hacen al encanto del peridico de cualquier poca, mucho ms si sus diferentes reas aun no han sido estabilizadas por la gerencia de operaciones o el manual de redaccin. La Revolucin de Mayo, sus batallas, sus peridicos, sus lenguajes econmicos fisiocrticos, el dictamen de sus togados, es un captulo interior de la Ilustracin. Pueden revisarse los varios artculos titulados Educacin en el El Correo de Comercio, peridico de Belgrano, para percibir que las nociones de cambio de situacin provenan de un acto de asuncin del individuo de una condicin letrada, al admitirse como masilla presta a la alfabetizacin, que ya es una ciencia, y como sujeto de la ciencia misma, que es otro alfabeto, el de las riquezas. O sea, del cultivo agrario y moral. La Gazeta cambia todo esto, porque pierde la ingenuidad de los gneros. Moreno es quien aqu escribe. Llama educacin no al tranquilo propagarse de las ideas, pero la idea de vulgus proviene justamente del efecto material de una divulgacin. Silvana Carozzi, en su interesante estudio de las filosofas en los peridicos de Mayo, advierte entre tantos otros episodios del combate de ideas, una decisiva rareza en la forma en que Moreno escribe el nombre de Rousseau. En uno de sus largos artculos en la Gazeta es Rousseau, como figura en la portada de la traduccin de El contrato social cuya publicacin auspicia, pero antes ha escrito Ross. Era el peso ya insinuado de que en el periodismo hay lectores que aun no pueden definirse por una comprensin ms que fontica de los nombres que van ms all del idioma en que se lee? Hay un mero descuido tipogrfico, en un momento en que la oralidad es tambin un factor decisivo en el idioma, como querr demostrarlo Sarmiento en sus famosas polmicas sobre la reforma del lenguaje americano? Hay facilitacin, pensamientos en el destinatario de la lectura, despreocupacin por los nombres propios, inexactitud que introduce una pcima de irrealidad y clandestinidad en los nombres? Si hay en las protoformas del periodismo vacilaciones de escritura que pretende a un egregio momento en que se escribe sin rigurosos sostenes ortogrficos y hay un deliberado golpe de timn en la pronunciacin de los nombres extranjeros, se puede agregar que tambin el periodismo es una accin que ocurre en medio de las guerras, pero aun contrario a las guerras, nada es nada sin ellas. Por eso, bajo el ttulo Educacin dir Moreno que son lamentables las guerras pero hay que hacerlas, y una manera de contrapesarlas es organizar algo ms que un consuelo. Es organizar bibliotecas. No obstante, escribe lo que ya vimos, una tremenda justificacin del fusilamiento de Liniers, de argumentacin entre leguleya y moral, pieza nica de las publicaciones polticas argentinas salidas de sus rganos periodsticos. Al revs, cuando un medio de prensa se sabe vinculado a la necesidad de dar conocimiento de los actos de una Asamblea, le ocurre ser bastante parasitario del modelo de deliberaciones que le son caractersticas. As son los actuales diarios de sesiones, cuyos redactores nada son sin el concurso de los clsicos taqugrafos, una idea tan antigua como el telgrafo. Pero en el peridico denominado El Redactor de la

Asamblea, con su reluciente escudo nacional, hay algo ms desafiante, no la mera mimesis taquigrfica. Hay un estilo de glosa y convocatoria que solo puede emanar de la pluma de Monteagudo, pues escribir de su propia cosecha estaba justificado, por si hubiese necesidad de un pretexto, en la falta de hbiles tachygraphos. Como es Monteagudo el que mayormente ocupa esa funcin glosadora, se introduce un elemento que no haba estado ausente en las publicaciones revolucionarias anteriores, aunque ahora cobra un aspecto ms urgente: la cuestin del martirologio y las necesarias honras con que debe ser atendido. De ah el tono herldico, fundador de blasones republicanos e iconografas de gloria, que tiene la batalla de Salta como trasfondo, lo que le da a la Asamblea un aire pico y de respiracin ms sosegada en las sesiones, donde los asuntos reglamentarios son siempre arduos y esconden inevitablemente decisiones de fondo. En cambio, el rechazo de los diputados Orientales se funda en una cuestin as, arrojando una larga onda de dramatismo en las futuras relaciones entre las ex regiones del Virreynato. La Asamblea, como toda Asamblea trata de s misma, en la ocasin de darse sus reglamentos, de pensar sus contornos y alcances. Pero deja escapar resoluciones que remedan lejanas revoluciones antinobiliarias. sta es la dimensin en la que El Redactor se luce, llegando a su pico, indudablemente, en la publicacin en cuatro idiomas castellano, guaran, aymar y quechua, de la resolucin de la abolicin de todas las formas de trabajo servil y esclavo. Repasando sus pginas, comprobamos una vez ms que la historia es ms imprevisible que las escrituras y doctrinas que buscan cautivarla. Estos quedan para el lector postrero como palabras marmreas, mientras los hechos vivientes que le son contemporneos se transforman en vagas memorias. Pero por alguna grieta se filtra la realidad de una guerra, y por otro lado, las vicisitudes econmicas devenidas del fin de los monopolios, que le exigen a la Asamblea esos hombres que ahora son grises sombras de nuestra memoria tanto la anulacin de las consignaciones obligatorias del exterior hacia comerciantes americanos como una reflexin sobre la minera, que con slo agregarle hoy muy pocos condimentos ms, nos devuelve el clima de la ya mentada Ilustracin. En suma, en El Redactor de la Asamblea cunde el dramatismo de los mrtires de las batallas, que inauguran cultos laicos que hasta hoy perduran, pero tambin la ilusin a los tranquilos minerales que pueden ser extrados de la tierra para fundar la prosperidad econmica de las desvadas provincias. Con estos pensamientos ilustrados, y no slo con las resoluciones de tipo honorfico, un pas comenzaba a tener marcha patritica y escudo. Comenzaba a ser redactado, entre la Asamblea, la minera y la guerra. Es posible hacer la crnica de ciertos hechos visibles de la historia tal como aparecen en diversos testimonios o publicaciones, pero es ms necesario hacer la historia de cmo la crnica toma ciertos hechos sobre los que puede poner caprichosamente mayor o menor resonancia. Es su derecho. Es su goce ltimo por la ausencia de taqugrafos que el grabador sustituye con la ilusin de que la decisin del periodista puede diluirse o limitarse al mximo. No es as. El periodista, el vehiculizador, el montajista, cada vez que parece apegarse ms a la reproduccin de lo que enuncia una voz con sus detritus, carrasperas y derivaciones, ms se convierte en el decisionista en una poca sin decisiones. El Redactor de la Asamblea del Ao XIII, escrito en su mayor parte por Monteagudo, es una publicacin peridica, sabatina, que reproduce dictmenes, resoluciones y leyes, en donde se discute, como es obvio, el propio estatuto de la Asamblea (soberana, se da ella misma su propia entidad, de modo que toda Asamblea de esa ndole es algo as como una discusin sobre s misma), pero en la cual es posible

inferir a travs de lo que dice o de lo que deja flotar en sus omisiones, los ecos de fondo que se filtran entre las paredes: la marcha de la guerra lejana y las dificultades del comercio en pocas agitadas. Un peridico, en este caso un libro de actas entremezclado con escritos por momentos audaces, puede ser el ejemplo de cmo hay una historia del periodismo an por hacerse. La historia de cmo los hechos pierden su virginidad innombrable para ser nombrados y poder abandonar en ese factum una parte innombrada de lo que realmente son. La Asamblea de 1813 tiene una fuerte propensin a fundar una herldica nacional y su recordable lucimiento se refiere a decretar el cese de aquellos blasones que afirmaban antiguos privilegios. El tratamiento de la cuestin de la esclavitud es moderado, pero convincente; cumple en su hora con ahuyentar los fantasmas de la Inquisicin. Sus balbuceos sobre asuntos de representacin poltica son capaces de contemplar los derechos de las poblaciones indgenas, a las que libra, hacia el futuro, de los sistemas serviles de produccin. Es del cuo de Monteagudo una pieza inflamada en desagravio de los miserables indios que han sufrido destierro en su propia patria. Ms all de la prosa libertaria y pica filosficamente osada una constitucin alrededor de una ley definitiva era tan necesaria para retemplar los juramentos de 1810 como para reponer ahora, bajo otros significados, los conatos del orden y la libertad. El periodista y el alma del poltico suele coincidir muchas veces con ver el alza y el ocaso de un ciclo en perodos muy estrechos de tiempo. Los das de batalla no hacan otra cosa que confirmar que las medidas tomadas, la construccin del nuevo ordenamiento de libertades ciudadanas, podan confundirse con das de felicidad. As quedaba establecido por el prosista mayor de El Redactor, que nunca olvida, aunque conviene en dejarlo asordinado cuando corresponde, el hecho de que las batallas son fundadoras y que el peridico y las asambleas en que se renen lo elegidos por los pueblos, no es, no son meramente su resultado sino una lmina opaca que por momento tapona o quedamente deja escuchar el grito de los mrtires. Asamblea, Ciudades y Batallas resonaban con sus cnticos necesarios y dramticos, pero intercambiaban seales de rpida concrecin y familiaridad. Cada una de ellas se deba a la totalidad aun en construccin. El todo se dara armoniosamente, las normas de los asamblestas seran respaldadas por los soldados que actuaban en remotas batallas, y ellos seran uno de los nombres necesarios para crear una nacin de hroes ciudadanos. Por eso la Asamblea, est tan segura en la prosa verstil de Monteagudo que sobre los cadalsos de la tirana se levantara el nuevo gesto de romper las viejas cadenas, lo que podra especialmente verse en esa fusin entre soldado y ciudadano, de aires inconfundiblemente jacobinos, aun en su superficial fugacidad. Aires con los que se festeja la batalla de Salta. La nica exitosa en ese momento en el Alto Per, lejanas tierras que eran el contrapunto blico de esa Asamblea, que sesionaba en las inmediaciones de la Plaza de Mayo. Ya lo dijimos, en el Consulado, que haba fundado Belgrano. Las banderas obtenidas como trofeo por el que ya era no el ilustre economista sino el improvisado general Belgrano en Salta, desfilan por la ciudad, con la decorosa sencillez que distingue a los pueblos libres. Se avizora en ellas las ltimas banderas del cadhalso, de los dictadores del Per que se extinguen entre la indignacin de quienes son invitados los nuevos ciudadanos a visitar los sepulcros de esos opresores. Los trofeos cumplen el hipntico oficio de producir una visin colectiva del futuro liberado. Habitantes de las Provincias Unidas! Si caso dudis de vuestro destino, venid a ver los trofeos de nuestras armas, aqu estn, yo los he visto. El desfile popular, quizs, es el nico hecho de drstica facticidad, llamada tambin inocente o decorosa

que la prensa oficial revolucionaria se detiene a contemplar como motivo de mencin por parte de sus redactores. As lo dice el periodista Monteagudo; es el que ve en primera persona. Esta arenga testimonial del Redactor de la Asamblea, se aleja tanto del tono jurisprudencial que en gran parte la embarga, para descorrer apenas el cortinado que deja ver las otras escenas distantes, de horror y sangre, de las que sin embargo surgen los cantos ya concluyentes de felicidad. Acaso no era tiempo de dedicarse tan solo a los asuntos del orden econmico, y resguardar, por ejemplo, la libre exportacin de granos y harinas libres de todo derecho, excepto cuando se trate de exportarlos a los pases enemigos? El tratamiento de la materia econmica en El Redactor pugna por surgir entre medio de ordenamientos jurdicos y tamboriles de guerra. No obstante, el trasfondo dramtico de la guerra lo entorpece con sus sordos ruidos, impidiendo que se realce su tratamiento como la materia principal de los tiempos muy pronto advenideros, los de paz. De todos modos, el triunfo de Salta trae otras gratas realidades a la Asamblea, cuales son las de elegir ahora los representantes de esas zonas altoperuanas liberadas de la confederacin desptica, dando asimismo la facultad de sumar un diputado ms a las comunidades indgenas de cada una de las regiones. Est tan asegurada la creencia en esos acontecimientos y en el feliz trmino del proceso de completamiento de la representacin poltica, que el tribuno redactor indica una medida de ndole reverencial, que entraa hondo simbolismo: antes de que cada representante concurra Buenos Aires, debe serle presentada la lista de mrtires los muertos en la batalla de Salta que permitieron tan ptimo desenlace. Esta costumbre, ancestral, nunca ha cambiado en la tecnologa reverencial de la poltica, y acaso no ha cambiado lo que decimos, no solo de ella, sino de la vida misma. En cuanto a esta batalla fundamental, opaca crudamente la que empea en San Lorenzo un San Martn, que entonces es un militar de actuacin iniciante y secundaria, si bien observada con discplicente atencin por las hojas gubernamentales. La Gazeta ministerial muestra que el periodismo del momento goza de un sistema, aunque precario, para inscribir los hechos en cuadros previsibles de jerarquas y relevancias. En su edicin del 4 de marzo de 1812, la batalla de Salta est mencionada en la primera plana, si es para usar esta nocin aun no corriente en el periodismo incluso sta ltima palabra no existe, con tipografa excepcional, aumentada en su tamao como signo evidente de la importancia del hecho. Es el parte de guerra del general Belgrano, bajo el ttulo ostensible que no tenan un cuidado en los tipos grficos como los que ya existan en los inventados por Didot o Boldoni pero dejan leer un gesto de evaluacin traducido al propio volumen de las letras: VICTORIA DEL EJRCITO DE LA PATRIA SOBRE EL DE TRISTN. Se creera ver aqu el anuncio de que hay un proto-periodismo, que ya intuye que hay un modo de ubicar una nota espacialmente, entretejerla a travs de cierta relacin especfica con las dems, ubicarla en ciertos rangos no declarados de importancia y usar las tipografas como silenciosos comentarios de un significante. Esta ser la semilla originaria de las modernas redacciones de diarios. Por el momento es una ecuacin, nada desdeable, entre el juicio histrico sobre un hecho contemporneo y la importancia redaccional que debe drsele, medida en lo que ms de un siglo despus comenz a llamarse centimetraje, la nocin de que el periodismo es una superficie concreta y acotada que subyace a la rebelda natural con que los hechos fluyen y refluyen en una amorfa realidad. Sin embargo de repente, llama la atencin en El Redactor un largo artculo sobre la minera, que parece una pieza salida de otro orden temporal, y que sin duda no obedece a la pluma de Monteagudo. All se dice, en la edicin del sbado 1 de mayo de

1813, que hay que ocuparse ms audazmente de la explotacin minera, por haber sido realizada sta, hasta el momento, de manera escasa y temerosa del agotamiento de su materia, cuando en verdad ella es infinita. El balance que se hace en este completo artculo, uno de los ms extensos e informados que salen en El Redactor, pasa revista a la realidad de la explotacin minera en Alemania, China o Japn, concluyendo en una perspectiva para la actividad minera sumamente optimista. Indica que para lograrla son necesarios grandes capitales, una proteccin cierta e ilimitada que proporcione a los emprendedores ganancias capaces de estimularlos a correr los riesgos que traen estos trabajos. Y agrega: los capitales que salieron de las entraas de nuestras cordilleras desaparecieron del Per para ir a circular en Europa, y solo los minerales que han quedado en sus vetas tienen esa fuerza magntica capaz de hacerlos repasar el ocano. Se reclaman nuevas inversiones y conocimientos cientficos, adems de maquinarias. El azogue, necesario para las aleaciones, no solo podra provenir de Europa. Las minas de Huancavlica, en Per, quedaran por ser explotadas en el futuro, en vista de la facilidad del comercio que se prevea con Asia. Un peridico siempre de actualidad y una actualidad siempre pide ancestros y proyecciones; una actualidad es un continuo de actualidades, por eso todo diario parece escrito en el futuro. El Redactor, una pieza de origen oficial, el libro de actas de la Asamblea, que justifica sus atrevidas glosas, como sabemos, por la falta de hbiles tachygraphos, deja escuchar lejanos sonidos por debajo de los insinuantes retazos de escritura. Sonidos de batallas en los altos retazos del Territorio. Como saber togado, est la trabajosa fundacin de una ley, con sus dimensiones sociales, simblicas, numismticas; pero en sus grietas se filtran los retumbos de una guerra, enfticos con la batalla de Salta, tomados al pasar cuando se trata de la escaramuza de San Lorenzo, y silenciosos con las derrotas de Vicalpugio y Ayohuma, acontecimientos ante los cuales simplemente calla. Elige tambin ser cauteloso con las acciones por las que se recupera Montevideo. Todas las escrituras son banderas que ondulan en provisorias fluctuaciones. Todos los textos escritos, insertos con esperanza candorosa pero no sin slidas razones en su ilusorio presente, dejan entrever rumbos que nos son familiares. Batallas y explotacin minera, son las dimensiones que sostienen a la distancia, todo lo lejos o cerca que se desee, nuestros propios textos de actualidad. Aquellos argumentos que no distan mucho de los que ahora se escuchan, si es que cambiamos una o ms circunstancias y nombres. Las redacciones son siempre inacabadas, y si hay infinitud o lo que es lo mismo, inconclusin, es la de nuestro propio sentido de las asambleas. Se busca la gloria y en un acto fuerte de ambicin, se obtiene el azogue. Un poco antes de estas vicisitudes de El Redactor palabra con la que le periodismo se nombra a s mismo, el grupo morenista se haba entusiasmado con la salida de El Grito del Sud, que surga de las ostensibles y ya obvias imprentas de los Nios Expsitos, que contaba en su haber la publicacin de la Gazeta de Buenos Ayres, Mrtir o libre, de Monteagudo y el El Grito del Sud donde se prologa y discute la herencia moreniana, cuya interpretacin ni es fcil y a menos de dos aos de la muerte de su inspirador, ya recibe el efecto de las grietas que definen la accin del tiempo sobre todos los edificios conceptales e ideolgicos. Interesa, entre las publicaciones de este semanario, donde en efecto hay cierto gritero interno, la publicacin de una artculo sobre las bibliotecas pblicas bien estudiado por Alejandro Parada, pues se trata de la historia misma que adquieren los actos colectivos de lectura en el Ro de la Plata, sin cuya radiografa trmino que aun no exista es difcil calcular el peso que las letras tienen en los actos de los agentes pblicos. El artculo en cuestin permite seguir el itinerario del concepto de biblioteca pblica, tal como lo propone Parada, siguiendo el rastro de las sucesivas bibliotecas existentes en Buenos Aires desde la Colonia, movimiento que se difunde,

pasando eminentemente por el artculo Educacin de La Gazeta hasta el artculo publicado en 1812 en el El Grito del Sud rgano de la Sociedad Patritica y Literaria que por facilidad o desidia titularamos post-jacobina, titulado Idea liberal de la Biblioteca de esta Capital. Su autora pertenece al Juan Luis de Aguirre y Tejeda y es un escrito que sin duda no tiene la envergadura y el dramatismo literario de Educacin, del que Parada cuida de afirmar, quizs innecesariamente, que es atribuido a Moreno. Sin embargo, hay que admitir que el de Aguirre y Tejeda, que tambin asocia la Biblioteca a un hecho situado al nivel de la trascendencia total de la revolucin, mostrara el programa completo de la Ilustracin, tal como era posible presentarlo en ese tiempo en el Ro de la Plata. Esto es, con fuertes vetas de tradicionalismo. El articulista es verdaderamente novedoso al incluir como parte de las polticas y preocupaciones bibliotecarias, la instalacin de fbricas de papel, el surtimiento de algunas imprentas o perfeccionar el papel y preservarlo de la corrupcin. Parada seala estos prrafos sugerentes y extrae de ellos el ncleo ms fuerte de su tesis, una biblioteca como concepto una cosmovisin bibliotecaria, dice, que recobra en s misma un rasgo autoproductivo y de circulacin de cultura. En una verdadera economa de escala, la biblioteca se integra con imprentas, fbricas de papel y sus tecnologas de conservacin. Adems, no se pierde de vista un juicio moral e intelectual sobre las propias bibliotecas, a las que se ve entre el amor al saber, al que debe servir, y la vanidad de los afanes cientficos que pueden hacerla cargar con ilusos excesos. En cuanto a la opcin ilustrada respecto a la morigeracin del orgullo intelectual uno de los temas de Aguirre y Tejeda al momento de tratarse este mismo problema, es ms fascinante el tono sacrificial del artculo moreniano Educacin. En cambio, el proyecto de crear una serie fabril con epicentro en la Biblioteca a la que tambin se la ve con el adicionamiento poltico de ser americanista proyecta un largo brazo sobre la actualidad y los debates asociados a la automacin de las bibliotecas y su conversin en centros de documentacin, sin desconsiderar el arduo debate contemporneo sobre el control de la produccin del papel, que se manifiesta en los debates actuales sobre la empresa Papel Prensa. Si bien a primera vista esta situacin parece reponer a las bibliotecas en un papel central de las redes productivas, debe considerarse tambin la evidencia inversa de este hecho. Es decir, que las bibliotecas se coloquen como terminales de consulta de autmatas centrales cuya lgica productiva abstracta, subordina y anexa los sitios que eran antes bibliocntricos. Hoy, perdida esa significacin, se tornan las bibliotecas recintos culturalmente subalternos, a veces de menor importancia que un cibercaf o un locutorio, del mismo modo que el debate actualmente vigente sobre el periodismo y la comunicacin, padece de la fuerte integracin del tema de las redescubiertas retricas de combate en el mal llamado periodismo objetivo, con la cuestin del ejercicio empresarial sobre la fabricacin y el precio del papel. Podemos columbrar que este tema que ni se osara en aquellos tiempos de llamar desarrollista, hay una inclinacin organizativa y social en el supuesto jacobinismo argentino, que bien se combina con las reflexiones en torno a la autosustentacin y pureza de los sentimientos revolucionarios, cuando deben hacerse cargo de lo que consideraramos los trminos productivos de la esfera societal. Citando nuevamente el libro de Silvana Carozzi ya mencionado, podemos decir que al aparecer una idea de productividad material, se produce inevitablemente el espectculo que fisura y exige la tensin de diversos astillamientos en un cuerpo ideolgico originario. El roussonismo de Moreno es puesto en juego con diversas intervenciones de articulistas annimos, en la medida que el pensamiento del contrato social alberga demasiadas insinuaciones

adversas a la ilustracin, que por lo que vimos en el caso de la bibliotecas pblicas entonces entidades de un rango que hoy fcilmente asimilaramos al de las grandes empresas comunicacionales, se resolveran en una integracin de escapa con la autoproduccin de materia prima para las publicaciones propias. Las acusaciones de Rousseau a las ciencias y las filosofas ajenas al vivir comn autocelebratorio, se resquebrajan. Mientras, Monteagudo comienza a leer a Burke, ms que estudioso, enemigo de la Revolucin Francesa. Y la cuestin de la emancipacin del pas desprendiendo un laborioso sentido de nacin independiente respecto a las tramas polticas, jurdicas y lingsticas que ponen la porosidad del reino de Espaa en todos los flancos por los que quiere decidirse el escape hacia la independizacin, termina resolvindose en una importantsima polmica acontecida en El Grito del Sud, durante todo el ao de 1812. Polmica propia de la filosofa pedaggica, que ya estaba en los considerandos del decreto de Supresin de Honores, en relacin a lo que puede o no el pueblo comprender, y si la Ilustracin ha de tener un tinte roussoniano de un pueblo que nace ya en el entendimiento de s, o de albergar una hiptesis educativa que si privarse de exorcizar tiranos y festejar el martirologio patritico, encubra realmente el conservadurismo de las elites educadoras, libres de determinar lo que el pueblo quiere bajo el sobreentendido de no saber l lo que quiere, como si hubiese otra mscara. La mscara del jacobinos para sealar el lugar exacto donde se prepara una reaccin conservadora. Ahora, como rpidos viajeros que suprimimos la tentacin de pararnos ante toda cosa que se tenga en el camino, nos situamos frente a un periodicucho que sala en el ao 1821 en Buenos Aires, que nos interesa por retomar de otra manera, ms amena pero por momento muy grave, los temas anteriores. Se trata de El Curioso, un nombre habitual de otras publicaciones de poca en Amrica del Sur. En cierta forma, deberamos decir aqu que se trata de seguir la ruta del azogue, que es el nombre antiguo del mercurio. Ya lo vimos aparecer en el artculo sobre la minera que se lee en El Redactor de la Asamblea, en el ao XIII, pero este elemento qumico es muy popular, y sirve para usos domsticos adems de producir aleaciones en la minera, parecidas a las que hoy provoca el cianuro, en la estela de una problemtica cuestin. Tambin significando el acto de comerciar en plazas y ferias, resta en el idioma portugus el nombre de aougue que se le da a las carniceras y gallineros. El peridico El Curioso consista en ediciones de seis pequeas pginas, y no perdura durante ms que cinco nmeros. Su nombre completo: El Curioso, peridico cientfico-literario-econmico. All leeremos dos trabajos de Juan Crisstomo Lafinur, Canto fnebre a la muerte del General Belgrano y A la oracin fnebre que en la Iglesia Catedral de esta ciudad fue pronunciada por su prebendado Dr. D. Valentn Gmez, en las exequias del General D. Manuel Belgrano. Era un diario dedicado al arte honorfico frente a sepulcros clebres? No, era un extrao diario que contena artculos mdicos, culinarios, cosmticos, anlisis de los distintos tipos de gases (de papas, de maz, del cuerno del pie de caballo), fciles sonetos, y, ese el momento en que aparece nuevamente el azogue. En este caso, recomendado para matar insectos de las plantas. Tratbanse tambin las formas de fecundacin en el reino vegetal, la mensura del arco terrestre y la cura de las llagas en la garganta. No es posible saberlo con exactitud, pero Lafinur era su redactor principal; no de otra manera los dos momentos esenciales de este peridico para el hogar son sus odas belgranianas al general su amigo que haba muerto el ao anterior. Pero en El Curioso estn los primeros atisbos del trato de la vida cotidiana en el periodismo del Ro de la Plata, si exceptuamos el artculo sobre las fbricas de papel adosadas a bibliotecas, salido en El Grito del Sud. Lafinur haba dado un curso filosfico de 1819

basado en las consignas de los idologues, cuyas intervenciones no estaban totalmente exentas de algn mdico peligro. No es fcil imaginar hoy las circunstancias en que se desarrollaba el pensamiento filosfico en una estrecha ciudad en las fronteras de Occidente. El sensualismo de Condillac, de Destutt de Tracy haba sido introducido por personajes del todo interesantes, como el sacerdote Fernndez de Agero, y parece probable que Lafinur hubiera obtenido sus primeras nociones filosficas como lo sugiere Alejandro Korn en el propio ejrcito de Belgrano, donde tiene como maestro a un extrao aventurero, el titulado General Daxon Larcoisse, que estaba incorporado al Ejrcito del Norte como encargado de la Academia Militar. Este ejrcito, por otra parte llegar a contar con una imprenta ambulante, gnero periodsticomilitar que desemboca en los graves incidentes que provoca Sarmiento con su publicacin del Boletn de la campaa de Urquiza, como luego veremos. En el Colegio Unin del Sur, que haba sido el San Carlos y luego sera el Nacional Buenos Aires, Lafinur expone la doctrina sensualista, y en un momento de su exposicin es interrumpido por las mismas autoridades, que califican de materialistas las doctrinas del joven filsofo. Podemos imaginar perfectamente estas escenas en cualquier momento de la historia de la Universidad de Buenos Aires, cambiando algunos nombres y circunstancias. El peridico El Americano, de octubre de 1819, Cosme Argerich comenta la desagradable escena, pero intenta mediar entre las luces y la doctrina sagrada. Lafinur responde en el mismo peridico. Su razonamiento es curioso y sus ejemplos no dejan de provocar perplejidad: ciertos olores hacen huir a algunas personas de un sitio y atraen a otras; esto no es porque la afeccin de la pituitaria sea diferente, sino porque el alma une diversos sentimientos a una impresin idntica. Alejandro Korn expone con acierto que otra de las direcciones filosficas de la poca estaba representada por Francisco Ramos Meja, que funda un misticismo proftico en los campos del sur de la Provincia de Buenos Aires en Kaquelhuincul catequizando a un grupo de indgenas. Actuando como gran heresiarca, Ramos Meja logra impresionar al mismo Padre Castaeda, con lo que parecera ser un pantesmo oriental. Castaeda ser el fundador efectivo del periodismo satrico gauchi-poltico confesional y burlesco. Por ese tiempo haba sido enviado como proscripto a ese mismo lugar, Kakel-Huincul, que tambin era un fuerte de la remota frontera sur. En la opinin de Saldas esta mencin al pantesmo atiende estrictamente al pensamiento del fundador de la saga de los Ramos Meja, con lo que no coincide Korn. Al parecer, en Ramos Meja haba una visin de la revolucin poltica junto a una revolucin religiosa de carcter puritano, sin ritos, sin Roma, sin Iglesia y de carcter tico, sin mediacin entre Jesucristo y el creyente. Pero todo al servicio del Orden, lo que era un aspecto del culto evanglico de Ramos Meja que no le disgustaba a Castaeda, que escribir con un delicioso tremendismo y gran irona teolgica, el prximo captulo del periodismo argentino. Sin duda, hay ciertas semejanzas de estos profetismos, con el milenarismo de Antonio Conselheiro y otros hechos de ese carcter ocurridos durante todo el siglo XIX e incluso el siglo XX, mientras se fundaban estados y ejrcitos nacionales bajo filosofas del contrato social, de las modernizaciones mercantilistas o del desarrollo econmico basado en la divisin de trabajo internacional. Francisco Ramos Meja es el abuelo de Jos Mara Ramos Meja, que no deja de tener en sus exposiciones filosficas y neuropatolgicas algn dejo de estos milenarismos, pasados ahora por el cribo de una literatura positivista y esoterista que mal esconda ciertos mesianismos, como se ve en Las multitudes argentinas festejando al Profeta de Ober, llamado Resplandor del Sol, primer resistente dice contra el ejrcito de Garay, mencionando la manera extrasensorial en que las multitutdes buscan

puntos de encuentro, con actos perceptivos ocultos que pertenecen a las intuiciones mgicas de los pueblos. Como afirma Alejandro Korn en su Influencias filosficas en la evolucin nacional, viejo libro de los aos 30 del siglo XX, Destutt De Tracy o Cabanis reciban en estas tierras ocasionales admoniciones, y sus portaestandartes vernculos, como Lafinur, que muere muy joven en una cabalgata, no estaban a cubierto de riesgos por el hecho de mencionarlos. Mucho no se conoce de Lafinur como mucho no se conoce nunca del vaporoso pasado pues su breve actuacin cuenta con aquellos cursos de 1819, y antes con su decisin de integrarse al Ejrcito de Belgrano, que de algn modo era una empresa sustancialmente pedaggica, fisiocrtica, melanclicamente militar. En el canto fnebre a Belgrano de Lafinur que publica El Curioso hay lengua lgubre, rica en toques siniestros y adornada de efigies de un neoclasicismo que involuntariamente, por su motivo fnebre, se embebe de dolor gtico. Es parte de lo inaprensible de la muerte tomando motivos profundos para representarla de todas las poticas conocidas. Podemos preguntarnos donde obtuvo Lafinur esa lengua, esa nocin de muerte. La muerte parte llevndose una vida querida pero deja un recado trgico como intercambio. Se deja a s misma, como tarjeta puesta en una urna, y se constituye en el propio nombre de la muerte, ella misma, que queda entre los vivos a cambio de lo que ella al desdoblarse pavorosamente ha retirado del mundo. El modelo eximio de este canje se presenta, como innovacin radical en la poesa argentina, con Elena Bellamuerte, de Macedonio Fernndez, escrito un siglo despus que el de Lafinur. Es conocido el tema de la urna como misterio insondable del acto del recibir. Qu se recibe? Si la urna es un objeto sagrado, se convierte en un receptculo genrico de todo lo perecible para hacerlo inspiracin de ese canje esencial. Recibe la muerte como don y devuelve el gesto de atesorar una memoria desfalleciente, que desespera por perdurar. En La urna, de Banchs, el movimiento enjuto y candoroso describe el sentimiento mortuorio tambin como una permuta cuya simpleza no la exime de un ligero y burln juego metafsico: Cubre tu forma de nfora un sudario / lleva en la mano el arlequn de paja / del deseo difunto y desencaja / de ti misma el impulso pasionario. En Keats, la urna es una fra pastoral enigmtica tomando ciertas palabras de la arriesgada traduccin que hace Julio Cortzar, cuyo carcter supremo renueva la eternidad de un amor imposible, apenas en el decorado cruel de antiguas vasijas. En Browne, su Urn burial obliga a pensar quin es el propietario de los vestigios de todo lo que siendo enterrado, y de lo que pueda alguna vez exhumarse a fin de proponer una melanclica interpretacin. Y nuestro Lafinur con su Belgrano y su diarito El Curioso? Se reitera la mencin a la tumba ms que a la urna. Es en el Canto fnebre del primer nmero de El Curioso, lo que tendr ligeras variaciones, como veremos, en la segunda elega, en el nmero 4 del mismo peridico. Es lo que corresponde en una oracin fnebre. La tumba triste / por una ley precisa / es el ltimo carro de los hroes / sea: y qu resta, muerte, al triunfo impo / si el valor es difunto / que resta ya sino cambiar al punto / en sepulcro la tierra, divorciando / el tiempo y a la vida para siempre. Este canto fnebre est firmado con las iniciales L C J, inversin de las iniciales del nombre de Juan Crisstomo Lafinur. Por una rara cualidad de esta potica alegrica, el prstamo aciago (el canje de vida por muerte) recubre aqu toda la tierra al convertirla en sepulcro. El dolor corre el riesgo de hacerse menos creble con este movimiento tan absoluto, al convertir en materia sepulcral todo lo existente, lo que contrasta con la modestia del obvio impulso de asociar la tumba como el ltimo carro de los hroes. Bolvar hubiera protestado ante este tipo de composiciones tomadas de ya fijadas metforas del guerrero antiguo,

con sabor indeclinable a citas memorizadas que vulneran la Ilada, como ciertamente lo hace cuando lee estas maneras en el Canto a Junn que el poeta Olmedo le dedica. Pide Bolvar menos carros griegos y ms sentimientos relacionados con la realidad de una guerra moderna. Pero Lafinur, sin poseer la madurez de Olmedo, no deja de sostener en la elega el buen manejo del arquetipo que el ecuatoriano demuestra en la epopeya. Estamos ante un dosificado uso de los elementos del estado del arte potico tal como en una olvidada ciudad del mundo poda practicarse en ese momento, entre una melancola helnica y sufridos latinazgos. El adagio que preside las ediciones de El Curioso est tomado de Horacio otra vez The Southern Star! Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci,/ lectorem delectando pariterque monendo, lo que da: Todos los votos se los lleva el que mezcla lo til a lo agradable, deleitando al lector al mismo tiempo que le instruye. Recordemos la Gazeta de Buenos Ayres, de Moreno, con su Tcito. Tiempos de rara felicidad, son aquellos en los cuales se puede sentir lo que se desea y es lcito decirlo (Rara temporum felicitas ubi sentire quae velis et quae sentias dicere licet). El redactor de la Gazeta recurre a Tcito, con una cita que haba atravesado las clases de retrica y latn de todas las universidades medievales y modernas hasta llegar a Chuquisaca, pero sigue bastante tiempo ms agitando mentes libertarias. El propio Marx la invoca en 1842, pero cerrando con este mismo aforismo que para la Argentina fue inaugural, un artculo que escribe sobre la censura en Prusia. Por su parte, Lafinur recurre a las Odas de Horacio resulta familiar esa ocurrencia? , como si ya no fuera necesario postular esos raros tiempos, entrando as a una lectura de deleite ingenuo- la mezcla de lo til a lo agradable. Quizs El Curioso hace un pequeo gesto hacia lo que el siglo siguiente llamar divulgacin, o sea, la creacin de otro lenguaje propio de los periodistas como recobertura del lenguaje real. Y hace un pequeo guio hacia lo que luego ser La Moda, de Alberdi, Jos Mara Gutirrez, Vicente Fidel Lpez y Corvaln. Pero en este caso, los dems son sombras, la palabra de Alberdi, a sus 27 aos de edad, es impregnadora, dominante. Aquellas mezclas, que caracterizan al fin a todo el periodismo contemporneo, suponen una conclusin de los tiempos picos a travs de una sentencia que tambin es recurrente en las clases de latn de las que hoy tan astutamente nos privamos, aunque no haya sido el caso de los jvenes Moreno y Lafinur. Aunque era latn escolstico, parecindonos, hoy, no obstante, un latn vivo y efectivo. Lo que es una ilusin provocada por su ausencia en los discursos pblicos actuales. De todas maneras, la lectura de deleite de Lafinur termina definiendo un peridico cientfico-literario a travs de odas fnebres, que son el complemento inverso de una pica en la que resuena el mismo espritu con el que Moreno redacta sus bandos y comunicados. Pero repentinamente un artculo sobre la influencia del clima en los desrdenes de la economa animal est firmado con el pseudnimo de Cayo Horacio. Travesura del horaciano Lafinur. Pero una originalidad comete Lafinur, o al menos as nos parece. Espera otros tres nmeros de El Curioso para escribir un canto adicional, pero esta vez recurre a una ardua maniobra, pues se trata de una elega que vuelve a tomar el tema de la muerte de Belgrano, aunque ahora con un saludo entristecido a otra oracin fnebre, la que diera el presbtero Valentn Gmez en la Catedral. Es una oracin sobre otra oracin. Lo fnebre sobreimpreso a lo fnebre. Tiene un gran comienzo, casi echeverriano: Era la hora: el coro majestuoso / dio a la endecha una tregua; y el silencio / antiguo amigo de la tumba triste / suceda a la harmona amarga y dulce: / la urna solitaria presida / la escena que canta hoy la musa ma. Lo juzgamos, efectivamente, un inicio original pues

est presente lo que llamaramos la escena perdida. La urna cineraria en el centro de las atenciones de los que asistentes a la Catedral. [Pero estaba la urna realmente? Valentn Gmez no la menciona en su discurso fnebre.] Lafinur deja, quizs hbilmente, que la apologa de Belgrano se confunda con la oracin del sacerdote. No sabemos si se elogia a la muerte o a las propias palabras elevadas que hablan sacerdotalmente sobre el muerto. Evidentemente est el sacerdote en el plpito diciendo lo suyo, y algo del muerto sobrevuela hasta all, provocando dolor en el recinto, convertido ahora en la mismsima urna donde quedan las restos como reliquia a cambio de las virtudes del hroe que despus de revolotear sobre la nave se escapan. Aqu a la Patria en su desdicha hundida / mostraste, sealando la urna avara / y quin no fue el primero en apresurarse / para tenderle el brazo? [...] El patriotismo / dixo a la fama: un hroe se ha acabado / y en su prdida mil han asomado. El tema de la muerte que desencarna al muerto pero queda como garanta terrenal para su inmortalidad, recurrente objeto de la fijeza conmemorativa de todos los tiempos, se torna ahora un recurso vivo que perpeta la escena: alguien seala la urna, es el orador fnebre pero puede ser tambin el propio general muerto, que en un golpe de fuerza mayor, se seala a s mismo fallecido y resucitado. Estos temas, parece mentira, se hallan en el origen del periodismo argentino, por lo menos en la voluntad de sacar diarios, darlos a la luz. Lirismo en el lmite mismo del paganismo con el cristianismo que la poesa oficial catedralicia y recordemos que estamos en el mbito de lo que en ese siglo de la poltica nacional se conoci como unitarismo, puede permitirse al final de la endecha: se dirige por fin a la multitud de la que forman parte el poeta y el orador sacro de la escena de las mismas exequias que el poeta ha pincelado. Hroes de nuestro suelo / que habis volado de la gloria al templo / a la tierra dexando / sangre, gloria, virtud, fama y exemplo / ved vuestro general: corred el velo / nosotros con develo / visitaremos la urna para darle / tributo eterno de amargura y llanto. Hay urna de Belgrano. Estamos en 1821. No hay San Martn, Sarmiento o Rosas. La Argentina no es la conocemos, es la que intentamos discernir de las borrajas del pasado a travs de caprichosas intuiciones. Y est este diarito, El Curioso, que ms bien parece una descripcin real de lo que diferencia la mera curiosidad literaria, de todo aquello que se precisara para conocer realmente lo abrumador y pesaroso de una historia. Hay periodismo en ambos casos. Velo y desvelo. El tema de la urna, con esas y otras ingenuidades, habr de reiterarse. No obstante que haba dicho el prelado Valentn Gmez, ya que el tema de Lafinur, el tema de la urna, no lo ha tocado? Su pieza fnebre leda fue publicada de inmediato por la Imprenta de los Expsitos. El ttulo es: Elogio fnebre del benemrito ciudadano D. Manuel Belgrano. La hechura de la elega de Gmez es mediocre. Lafinur es quin la convierte en materia valiosa, pero en realidad no se basa en ella. El sacerdote est interesado en defender una concepcin de guerra justa. Belgrano fue un hombre fuerte que emple su valor en una guerra del agrado del Seor. Habra pues que volver con ms atencin a los pliegos olvidados de la relacin del ejrcito patriota con el clero que asume la independencia. Pasado un ao de la muerte de Belgrano, Valentn Gmez percibe la poca anterior como abominable y predica que pueda ser sepultada en los abismos del olvido. Pero la muerte de Belgrano es descripta sin lirismo ni ingenio: es solo un momento fatal en que fue borrado del libro de los vivientes. La reflexin que le provoca a Valentn Gmez ese faltante del libro de los vivos, es de orden personal y gira en torno a sus deseos ms mundanos en el momento en que se entera de esa muerte: Oh!... si al menos hubiera podido yo en aquel momento satisfacerles y consolarme con la idea de que hara yo mismo su elogio fnebre, y preconizara con mis propios

labios sus virtudes! Pero eso habra sido lisonjearme prematuramente de una satisfaccin que no saba que me estaba preparada [...] Si no tengo la gloria de desempearme en este importante asunto, tendr al menos las de satisfacer los deberes de mi gratitud; y si como orador no llego a merecer vuestros aplausos, yo me aplaudir a m mismo como ciudadano de haber honrado cuanto me ha sido posible el defensor de nuestra tierra. De todas maneras, esta oratoria cannica ofrece muchas frmulas de inters sobre la historia del discurso pblico eclesistico, que sin duda es paralelo a lo que se est tenuemente esbozando, el discurso periodstico nacional, la cosmovisin de los periodistas. El tesorero de la Catedral confiesa en primer lugar su deseo de protagonizar esa gran jornada oratoria, y no teme fracasar al menos ante s mismo. No teme que se ponga en accin sobre estos prrafos el castigo a la arrogancia. Pero un poco despus pone a su conciencia como juicio ultimsimo respecto a lo que garantiza la dignidad de la materia que tiene entre manos, base de su decisin de desempearse como retrico frente a ella. Doble arrogancia, pues. El orador romano, ciceronianamente, lo vigila y l se compara favorablemente con esas observancias clebres. Las pocas referencias al ambiente en que la homila despliega, son interesantes. el lugar en que tengo el honor de hablaros tengo el honor de hablar ante militares acreditados en la guerra debi tener presente que el cnsul Lculo lleg como general consumado habiendo salido de Roma como simple ciudadano. No solo aparece la circunstancia de lugar la Catedral recibe la concurrencia de muchos militares, sino que la apologtica de Belgrano aparece ante nuestros ojos como la fundacin de un estilo, no solo de conmemoracin de los hroes, sino de balance de la propia figura belgraniana, bajo la sombra egregia de Lculo, que atraves infinidad de generaciones argentinas. Altanera del orador sacro, disimulada por una convencional humildad. Pensar por el reverso, como Stendhal le atribua a los jesuitas. Pero hay filtraciones en las paredes del discurso de un presente que nos parece etreo e inalcanzable. Un eterno presente ya pasado, que tiene sus ruinas an activas en nuestra propia actualidad. La oracin del cura catedralicio, tesorero de esa institucin, es la de un hombre que estar drsticamente tendenciado en el unitarismo. Lo vimos en la Asamblea del XIII, lo veremos en torno a los que definen el aciago final de la vida de Dorrego, y dando un nfasis teolgico a los estudios universitarios, en la recin fundada Universidad de Buenos Aires, de la que fue rector. Casos como el de Valentn Gmez nos pone alertas frente al modo que las formas vivas de un presente desvanecido disean los frgiles tabiques de un texto, por los cuales se colaban las sombras vivas que sigilosamente lo acompaan y resquebrajan lo escrito con la fuerza de un terremoto, un naufragio, una batalla o un funeral. En los silencios de un texto, o en lo que sus pliegues inesperados ocultan, hay vidas enterradas. Lo sabe el periodismo? Pero el orador sacro hace presente la forma viva de su propia arrogancia, dejando el tema belgraniano, el motivo real de su arenga, en un plano difuso y secundario. Habra que preguntarse si esa funcin la hereda el periodismo de las dcadas posteriores y se afirma en el siglo que vendr, haciendo pasar el mediador al primer plano y poniendo la figura del periodista lo que no pasa con el preocupado autor de una Oda, como tercera persona arbitralmente imprescindible entre difusos aconteceres y annimos lectores. No obstante ser todos los mencionados personajes trgicos, esto es, desconocedores de la raz ltima de lo que hacen, la tentacin de la vida cotidiana siempre se hace presente. La vida cotidiana suele parecer lo contrario a la tragedia. Supuestamente todos concuerdan en creer que saben lo que hacen sin necesidad de pensar estableciendo una distancia reflexiva con cada hbito. Entonces, en las fstulas de

una noticia blica o de un lisonjeo potico, brotan ramalajes de vida cotidiana, de usos y costumbres que corresponden a lo que ya desde la mitad del siglo XIX se denomina sociabilidad. A cargo de tales menciones y descubrimientos se halla el cronista satirizante, figura relativamente nueva si nos fijamos en nuestros pases y pasamos por alto los ejercicios literarios que ya se tienen largamente computados en Europa.

Captulo 3. Padre Castaeda, la stira gauchipoltica El Padre Castaeda fue uno de los ms ocurrentes inventores en la historia estilstica del periodismo argentino. En un haz rabelesiano pudo fundir religin y escndalo; agitacin poltica y obediencia teolgica. Eximio cultor de la stira poltica, mantuvo un suave aire de delirio y un sentido burln de la pedagoga. Su visin general del periodismo se inspiraba en la vida teatral, quizs en una visin chacotera del auto sacramental de la Iglesia medieval. Concibiendo el periodismo como arte de simulacin, enredo y misticismo, sus ingeniosas construcciones ventrlocuas lo sitan como un revolucionario del apcrifo y de la stira extrada de una imaginaria lengua popular bruegheliana. La ciudad de Buenos Aires, esa ciudad fangosa junto al ro oscuro, perecera animarse de conspiracin y burla a la luz de la empresa periodstica del combativo fraile. En los infinitos peridicos que concibi en Buenos Aires, Santa Fe y Montevideo entre 1820 y 1832 surge a la vista el indicio de una familiaridad que no pas desapercibida a los espritus agudos. Puede decirse que la prensa de Rosas naci entre los pliegues de la sotana del padre Castaeda y que toda la literatura sagrada, poltica y periodstica que ha producido la Federacin bebe en aquellas turbias aguas de su inspiracin. Esto dice Jos Mara Ramos Meja en su formidable Rosas y su tiempo, libro que, en no poca medida pero un tanto ocultamente, se inspira tambin en el propio Castaeda, aunque su lenguaje no es una fanfarria teolgica gauchesca sino un cientificismo con rasgos de novela biolgica decadentista. No sera difcil imaginar una cuerda tendida entre el Desengaador gauchipoltico, federi-montonero... de Castaeda y Don Gerundio Pincharata o Los cueritos al sol de la socarrona prensa rosista. Pero el franciscano Castaeda no puede ser asociado sin ms a la vivaz panfletera del vilipendio y la mofa, pues a estas oscuras habilidades l le agrega un encumbrado elemento teolgico, formidablemente tratado a la manera de Garganta y Pantragruel. Tomamos esta ltima expresin del propio Ramos Meja, que lo describe con secreta simpata, pues es un personaje que conoce bien. Su abuelo Francisco Ramos Meja haba sido combatido y tratado como heresiarca blasfemo por Castaeda en oportunidad del ya mencionado destierro del fraile al Fuerte de KaquelHuincul, en el sur bonaerense, donde el extraviado Francisco ensayaba uno de los mesianismos sociales ms interesantes que se haya localizado en estas tierras, siempre de tan pocas elocuencias mesinicas, y cuando las hubo, Religin o muerte, no pasaba de encubrir aspiraciones que no nos equivocaramos mucho al suponer enteramente economicistas. El estilo mortificador de Castaeda reformula la lengua castellana dndole una materia circense y una teologa argumentada por el absurdo, al servicio de ideas antimodernas, y para el caso, anti-rivadavianas. Esto produce el fascinante contraste entre su estilo absolutamente renovador y su barroca materia ultramontana, con su airada ria, en suma, contra los filsofos de la Ilustracin, a los que ha ledo muy bien. Castaeda es seguramente un antecedente de la rara aventura intelectual de Ignacio

Braulio Anzotegui, cultor un siglo despus de una teologa bufa de ultraderecha tratada con irreverencia propia de las estilsticas de izquierda. Y si giramos el dial hacia la zona nacional-popular, la gauchipoltica subyace en Jauretche con el mismo toque satrico, pero al servicio de un frente social de salvacin y pica nacional. Entre la floresta aguerrida de sus tantas producciones, los 16 nmeros de Doa Mara Retazos de Castaeda ofrecen un opulento material de reflexin sobre la historia nacional, la historia poltica de la religin y la historia del periodismo de agitacin. Los juegos nominalistas del sacerdote de la Iglesia de Pilar no tienen nada que envidiar a las experiencias ms osadas del periodismo contemporneo. Doa Mara Retazos alude al nombre de una matrona que escribe con desparpajo asumiendo el alter ego del jocundo fraile y al mismo tiempo apunta a la forma de composicin del peridico, que incluye retazos de otras locuacidades a modo de un collage antojadizo y divertido. Esos retazos, que van desde Lavardn a Cervantes, son vitales para encarar una historia de la lectura argentina, que de tantas maneras se ha realizado, en los trabajos de Ricardo Piglia y Alejandro Parada. Doa Mara Retazos y en general la prensa castaedista es un tratado cmico sobre lo teolgico-periodstico y sobre un esencial contrapunto retrico entre Voltaire y Teresa de Jess. Pero no solo ataca a los filsofos impos. Entre muchas otras graves curiosidades, Doa Mara Retazos se ocupa no sin pertinencia de la autonoma de la Facultad de Farmacia en oportunidad de la fundacin de la Universidad de Buenos Aires y de un ms que discutible proyecto de reduccin de las comunidades indgenas. Estos libelos teolgico-polticos, pilar de una revolucin conservadora, mientras desean confirmar al hombre en el lugar de la oracin, muestran una de las vetas ms tormentosas del litigio que nunca cesa entre el deseo de dar un firme lugar a las cosas un lugar conservativo- pero con un estilo de agitacin que tiende a hacerlas extraas, emancipadas.

Captulo 4. De Angelis, la Ilustracin rosista

Pedro de ngelis, con su gran nariz guarnecida de tumefacciones como mucho despus lo describir Mansilla, haba nacido en Npoles, y dejar un fuerte sello cultural y periodstico desde 1826 hasta ms de tres dcadas despus, donde su irnico destino le deparar el perdn de Mitre luego de largas dcadas al servicio de Rosas. Tiene algo de viajero refinado y algo de obligado naturalista. Como intelectual, es exquisito, sus lecturas de Vico lo destacan en Pars instruye en esa obra al propio Michelet-, y llega a dejar su marca en Alberdi. Es una pieza escueta pero fundamental en la historia de las ideas argentinas su discusin con Echeverra, que lo despreciaba ms que lo que el napolitano lo desdeara a l. En la Buenos Aires de Rivadavia se cruza con Bonpland, cuya biografa ir a escribir. Estuvo al servicio de Rivadavia y luego de Rosas, durante dos dcadas y media. Hizo el diario ms importante de la poca, El archivo americano y el espritu de la prensa del mundo. Es un gesto medido, luego de la cada de Rosas, recibe aquella indulgencia de Mitre, pues lo era en reconocimiento de sus vastos servicios al archivismo e historia de la regin. Polgrafo, coleccionista, periodista, polemista, numismtico No es un rosista. Pero como hombre de cortesanas y como fugaz (o nominal) embajador en San Petersburgo y preceptor en Npoles del hijo del general Murat, era un hombre de pulimientos o saberes humansticos, que conviva con su predisposicin a reverenciar los poderes absolutos.

Algo de eso vio en Rosas, y debi gustarle su barroquismo escnico. Se conservan an en el Archivo Histrico Nacional los billetes que le enva Rosas a De Angelis, en la redaccin del Archivo Americano, ordenndole minucias y bagatelas, menudencias de hombre fuerte para un diario concebido con raros criterios modernos. No es fcil comprender el carcter histrico-literario de un polgrafo cortesano tan parecido a un coleccionista de guijarros. Una corte parece un mundo clasificado de gestos y reglas de etiqueta. De ngelis es hombre de squitos, diplomacia y tertulias. Es cierto que protegido por la gran consigna viqueana, Verum ipsum factum, practicara la carrera de las armas y escribir sobre las maniobras de la infantera en el Ro de la Plata. Pero es un periodista, un educador, un constitucionalista. O es todas esas cosas porque tiene un ideal de preceptor de la poca. El preceptor es un maestro que guarda varias dimensiones, que estn antes del conocimiento. Un ncleo anterior del procedimiento educativo, la relacin del humanista con el prvulo que detentar el poder, es lo que justifica al preceptor. Convierte la educacin en normas establecidas, pero esa norma tiene los lujos de una presencia en las venerables fuentes de la antigedad grecolatina. El resultado es un enciclopedismo personal. Como educador, el preceptor est en un estadio previo a la educacin, el del archivista, del coleccionador, del arquelogo de gestos de ceremonia y cultivados servilismos. De all al periodismo hay un solo paso, y casi siempre se da involuntariamente. El periodismo es la parte ms involuntaria del juego y acarreo cultural, pero es la que ms lo apretuja. De Angelis no tuvo mayores consideraciones hacia los utopistas franceses y sociologistas sansimonianos, a muchos de los cuales conoci en Pars, aprovechando ese conocimiento para responder los utopismos echeverrianos con un conocimiento directo de lo que consideraba una materia intelectual exgena para la Buenos Aires de Rosas. En sus entrecruzamientos entre filologa, arqueologa, descubrimiento de peascos ignotos en los ocanos y recopilacin de memorias del pasado, podra tener un sesgo darwiniano atribuible caprichosamente al conjunto del perodo decimonnico, donde un genrico catalogacionismo haca del naturalista un archivista y del archivista un periodista. Pero en el siglo de Darwin y Marx, De Angelis es un iluminista que conserva un amor sigilosamente declarado al mundo de los prncipes y emperadores, y cuyo modelo remoto es el derrotado Napolen. Este naturalismo proyectado hacia papeles recolectados haca las veces de una teora utpica de la historia fraguada con los elementos de una ciencia anatmica y geomtrica imaginaria. La publicacin de De ngelis sobre la isla de Pepys Historical sketch of Pepys Island in the South Atlantic Ocean, dada a luz en 1842 retoma temas utopsticos, mentalidad del aventurero que desde su escritorio se apodera de un planisferio imaginario, probablemente para su peculio de bienes exticos, y siempre con La Modalidad de un informe sobre descubrimientos, viajes y exploraciones. Es obvio que hay aqu tambin una vocacin paleontolgica, que crecientemente se alojar en el periodismo que se practicar en las dcadas posteriores, pero en este caso, como su reverso. El periodismo aparecer como una paleontologa del presente. Pero a los efectos de esta consideracin biogrfica, De ngelis explora el ro Matanzas en busca de fsiles lo que en 1841 le permite obtener piezas reconocidamente valiosas- lo que lo hace un antecesor considerable de Ameghino. La creencia en una isla misteriosa, a la manera de un gegrafo que ve la dimensin mgica de los mapas, no deja de relacionarse con la del arquelogo que revuelve en los lechos pampeanos para encontrar huesos paleolticos, smil imaginario de los mticos peascos inexplorados del Atlntico. A pesar de no soportar estas naciones nuevas por su pensamiento de cuo dinstico, sin embargo aun ese desdn lo lleva nuevamente al archivo, pues una dinasta es una genealoga que asimila gobierno y familia. No

obstante, su pensamiento dinstico es tambin geopoltico. Ve al Ro de la Plata como un retirado fragmento de un mundo mayor en conflicto. Con estos elementos, inventa el Archivo americano y el espritu de la prensa del mundo, el gran peridico rosista; papel de guerra, de polmicas y de indagacin del estado de las relaciones argentinas con el mundo, en tres idiomas. Es un paleoperiodismo como el que nunca imagin Rosas. Hace del periodismo un archivismo, lo que lejos de darle una afectacin arcaica a lo que hace, lo pone en un horizonte moderno insospechado. Con razn, Echeverra, espritu romntico que se deleita secretamente en abandonos, melancolas y fracasos, lo acusa de ser un extranjero mercenario, un enciclopedista que mutila la cultura y la historia, demostrando hasta que punto en la polmica clebre de 1847 estaba en juego el espritu del siglo XIX. O bien la historia como cuerpo orgnico en un despliegue con conciencia cultural dramtica, o bien el laboratorio extico del naturalista que diseca la historia y la torna coleccin de conos ilustres, como si fueran huesos de la imaginacin. El periplo de De ngelis en brazos de las ms diversas formas de administracin del poder porteo, desde Rivadavia, el sorprendente admirador de Jeremy Bentham, hasta Rosas, el inaudito amigo de Lord Palmerston, se asemeja tambin a una cadena de historias que solo podan ser encaradas como huesos de un esqueleto como el que hasta hoy se exhibe de Bentham que sera apto para un servicio profesional del intelectual a sueldo, que no se vera de ese modo sino como un entomlogo secretamente crtico de los poderes de turno. Su relacin con Echeverra registra el gran enfrentamiento de 1847, y hay que decir: es raro el odio que Echeverra le reserva, pero el vnculo comienza muchos aos antes, con una crtica annima del poema Elvira, que no puede provenir de otra que de la pluma de De Angelis, que lo comenta en uno de sus ms importantes peridicos: El Lucero. El autor de la crtica comienza un tanto dudoso de la opcin mtrica que realiza Echeverra por el endecaslabo, pero de inmediato menciona las recientes obras de Lord Byron, como Manfred o Deformed, transformed, para convenir que son tentativas absolutamente vlidas, y encima las llama anacrenticas lo que podra sonar excesivo en un diario rosista, o que marcha a serlo en esos finales de los aos 20. Adems, las canciones de Elvira, en este drama de amor trgico con Lisardo, que tanto recuerda a La cautiva pero sin su ambientacin ms palpable, son octoslabos, lo que movi a algunos a mencionar una posible alternativa vulgarizadora frente a la nobleza del endecaslabo, pero ste de todos modos triunfa. Esta parece ser la opinin de De Angelis, aunque no hay firma en este suelto, que se halla lindero a la pgina a las informaciones sobre la entrada de ganado a la ciudad, ya sea para el abasto o para saladeros. Si unimos todas las columnas del diario, las que refieren el distrado amor romntico en su mtrica adecuada y el movimiento de los vacunos, qu est latente, a la espera, sino El matadero? Esta crtica literaria en El Lucero no podramos afirmar que sea la primera que se publica en un diario rioplatense, pero no escapa por mucho a esa mensura. Por su despliegue bien sazonado de citas universales prestigiosas, solo poda provenir, decimos, de De Angelis, El Lucero tambin recurre a Tcito para sealar su consigna trascendente: periculosiores sunt inimicitiae juxta libertatem. Las enemistades son ms peligrosas ente los hombres libres. Si no siempre un peridico acierta en su aforismo esencial, no puede tomarse ste como un latinazgo de circunstancias, si por un instante pudiera verse en l una apreciacin pesimista sobre los hechos polticos de la primera mitad ya transcurrida del siglo XIX argentino. El Lucero es un anticipo del Archivo americano, por la importancia metdica que da a las informaciones de otros pases de la regin, pero su lgica interna son las noticias sobre el comercio de ganado segn lo registran los partes policiales. Pero en materia de partes, publicar en extenso los que provienen

de los ejrcitos de Rosas que marchan hacia Choele-Choel y hasta esa populosa ranchera que aos despus sera la ciudad de Baha Blanca. El parte de guerra tiene una asombrosa relacin con los relatos de viajeros, son matices de la percepcin territorial, con distintas figuras animadas para dar cuenta del territorio como teatro del afn humano de conocimiento o lucha. Hay un elemento crucial en la publicacin de las Colecciones de viajeros que realiza De Angelis. Tienen cierto desorden clasificatorio, tal como Fabio Wasserman ha sealado, pero acaso tal desalio no vena a desacomodar la potencia de la serie sino que le daba un resalte particular. La clasificacin del siglo XIX probablemente pertenece an a la idea de que las categoras del pensamiento no deben ser exhaustivas y excluyentes como luego lo pretendi la ciencia clasificatoria del siglo cientfico posterior. Pero todo esto se haca, quizs viquianamente, para salvar las categoras del catlogo de la naturaleza, que no ofrece fcilmente la clave de sus sucesivos captulos. Pedro de ngelis es un historiador que est cerca de Darwin, y su cruce con Rosas no es en el desierto sino en los gabinetes y laboratorios bibliogrficos que insisten en coleccionar los huesos de la guerra entre hombres como si no se tratara de la historia sino de la mirada cientfica sobre el crneo o de una frenologa de las pasiones. La pasin del archivista es quizs la cuerda ms vigorosa, aunque sigilosa, tendida en un siglo XIX que va desde los esqueleto con etiquetas pegadas encima o esas filas de tarros rotulados que se alinean en las tiendas de los herbolarios, al decir de Hegel, a la gran aventura periodstica, que concentra los esfuerzos del cronista de guerra junto a las curiosidades clasificatorias de los herbolarios. Un parte de guerra que se lee en El Lucero el 21 de mayo de 1833, firmado por el oficial Carretn por orden de Rosas, nos informa que el da fue nublado y caluroso, la artillera hizo fuego y desgraci a un artillero, llevndole los brazos el escobilln. Ciertamente, podramos hacer una historia del periodismo omitiendo la simiente ltima que al parecer lo justifica; no la pathosformel de las ideas sino la noticia en su estado originario, crudo. En un parte de guerra se la ve. Pero qu es la crudeza? Un artillero muri mientras operaba un can. La palabra escobilln, con la que se limpia el nima del can, da un toque de tecnicismo aptico a la tragedia. Es un tomo de la realidad de la guerra. El periodismo nace cuando se toma en conjunto un hecho, an sin desbrozar del conjunto superpoblado de hechos genricos, y se lo hace aparecer en algn otro momento como soberano en su especfico acontecer. Podra ocurrir una historia de ese artillero, su nombre y apellido, su previsible biografa hasta desgraciarse si es que el periodismo sabe aprovechar uno de sus lentos descubrimientos. El de que todo puede ser disgregado y volcado en una crnica biogrfica, anulando con elegancia o astucia de la razn, las generalidades de un tiempo histrico. La crudeza del hecho se animara entonces, disimulando mal su tendencia hacia la novela y la crnica biogrfica. En Rosas y su tiempo, del referido Ramos Meja iniciador de un hipntico salvajismo semiolgico, intrprete cabalstico de signos, los captulos dedicados al Padre Castaeda, De ngelis y la propaganda rosista descuellan por su altivez imaginativa y su ingeniosa teatralera. En el captulo donde analiza la prensa de la poca no solo se luce de De Angelis, sino que adems parece ser el personaje favorito de Ramos Meja. Aunque siempre junto al fraile Castaeda, su complemento y reverso. Los tiene como vstagos que demuestran su tesis predilecta, la del surgimiento de los regmenes polticos a travs de los estilos periodsticos. Merced a los lenguajes difundidos por los rganos publicitarios, artsticos e iconogrficos de un perodo histrico, se yerguen los sistemas polticos. Los estilos periodsticos, as, son germinativos, poderes que pueden modelar una poca. En Facundo, Sarmiento sostiene la misma tesis, por eso lo ve a Rosas tratando de responder a la prensa adversaria en tres

idiomas (De Angelis mediante), pero a travs de un atributo de lenguaje que no le pertenece. Por eso lo califica ladrn del don de lenguas. Para describir el carcter de aquella prensa que cuando uno la toma en sus manos todava mana fuego, Ramos Meja acude a la lengua creada por Mario, Rivera Indarte y De ngelis para delinear ste cuadro: Si trazaban un retrato, no olvidaban la fea verruga, la pstula oculta, la arruga o la cicatriz menos equvoca; si pintaban la casa del adversario habran de hacer constar tales o cuales muebles procedentes del saqueo verificado tal o cual da, de manera que resultara verosmil la bien trabajada calumnia. Pero era realmente as De Angelis? El ilustrado napolitano era visto como un inescrupuloso escriba. Ramos Meja dice que fue en El archivo americano, donde ms luci sus dotes de periodista al mismo tiempo que su blanda condicin servil [...] all estn ms hbilmente defendidas ms que en ninguna otra parte, las mayores barbaridades de Rosas. Con la solemnidad y aquel cnico aplomo a que solo lleg Rivera Indarte, con su calor pasional de ndole tan fermentescible, adaptaba con ms inteligente docilidad sus entusiasmos y calores a las necesidades del momento y a los caprichos del Restaurador [...] Ramos Meja es el que dice tener en su poder las carpetas en las que consta el intercambio de notas entre Rosas y De ngelis respecto al mejor modo de decidir el apodo que convena, el lugar donde haba que herir, el arma y el procedimiento [...] dbales hasta la ndole y el tono del editorial, en qu lengua deban escribirlo si era el Archivo americano, corto o largo, violento, rojo, clido, etc. Se estaba en la poca del periodismo, o del diarismo, como sola decirse. Las tecnologas de la imprenta, ya probadas, hacan del imprentero, linotipista, tipgrafo, del director de peridicos, poseedores de unos conocimientos y unas tcticas de las que el gobernante no poda privarse. Mariano Moreno lo ejerci l mismo como director de un peridico clebre, Sarmiento lleg a conclusiones que no haramos mal en llamar cuasi-tericas en torno a la prctica del periodismo. Rosas fue, si se quiere, tambin l, regente de peridicos y observador preocupado del giro que tomaba la prensa diaria en relacin al gobierno. Esto lo comprende Ramos Meja, con su ciencia sin nombre. Histologa de la historia, quiso llamarla l, todava cuando Ameghino no haba publicado la Filogenia, que es posterior y le confirmar su modelo cientfico. Pero es un nombre entre tantos, captado al vuelo. La avidez citadora de Ramos Meja nunca cesa, con sus maxilares glotones e incansables para desenterrar nombres de las urnas bibliogrficas del siglo, desde Charcot a Andrs Lamas, desde Lord Byron hasta Rivera Indarte y una infinidad de autores, ahora ignotos, de aqu y de all, que solo una investigacin paleontolgica de la cita podra volver a identificar. La histologa de la historia es el nombre que le da a este saber que busca desentraar los mviles ocultos que encierran ciertas acciones que parecen incomprensibles y con la cual se descubre el misterioso motor de muchas determinaciones caprichosas...escudriando la vida hasta en su ms pueriles manifestaciones. Esta es otra de las verdaderas fundaciones del periodismo argentino. Si se agrega que con este mtodo Ramos Meja pretende descender hasta el hombre privado buscando en sus idiosincrasias morales el complemento necesario del hombre pblico, no puede dejar de llamar la atencin la manera en que el pensar histrico, al buscar sus motivos en las napas invisibles de los actos humanos, da paso a un estilo que ser una va paralela a las ciencias de la cultura, y podr llamarse legtimamente con un nombre a la vez concreto y vaco: periodismo, como obsesivo fantasma paralelo al estudio supuestamente cientfico de la historia. Y an absorbido su lenguaje por metforas fisiopatolgicas, este modo no deja de recordar desde los llamados clsicos a la historia econmica y social hasta las ms recientes proclamas que invitan a

detenernos en las vidas privadas. No siendo nada efectivamente perdurable ms all de un captulo sorprendente de la historia cientfica nacional, la obra de Ramos se sostiene como un tipo especial de periodismo metafrico, entre la ficcin positivista y el estudio de casos regido por una crnica decadentista y una semiologa tan gracioso como sombra. El Rosas que aparece en el libro de Ramos Meja mantiene toda la prosapia detallista que le adjudican los historiadores, tanto los que le son como los que no le son simpticos, pero en la interpretacin de ste, su gran enemigo, del raro escritor de las multitudes argentinas, yace una de sus ocupaciones profesionales: la hermenutica disidente, graciosamente sediciosa, por la cual su escritura remite a una libertina ciencia de los signos. Llmese tambin a esto una primicia que ser perdurable en los estilos periodsticos cada vez que la pseudo-objetividad de las redacciones fue tomada por las creaciones retricas de las artes del relato. En Ramos Meja los signos van desde vsceras humanas a cuerpos descompuestas e inscripciones esotricas en las paredes de la ciudad. Son signos que se afanan en reunirse en una asamblea de jeroglficos, ideogramas del mundo animal que salen a la superficie indescifrable de las ciudades. Estas superposiciones de lo moderno con lo arcaico ya estaba en el Facundo, aunque Sarmiento es un descifrador acabado, no gusta dejar residuos en ninguna interpretacin y entrega un presente mimtico y dcil con lo que percibe de ms srdido del pasado. Ramos Meja no. Es ms periodista que Sarmiento. Le gusta dejar los signos y su interpretacin en estado inacabado. Juzgar a De Angelis es un tanto ms difcil, porque se destaca en l una voluntad de servir a los prncipes como escritor y apologista. La mixtura de ambas dimensiones puede tener su desenlace en un tipo de periodismo del orden, en un polemismo que contiene la agitacin del controversista ilustrado y la vocacin ultraconservadora de un cortesano borbnico, con vetas de masonera y que en su vida hubiera podido rozar, como parece ser el caso de De Angelis, algn reunionismo carbonario. Si en la argentina fue federal durante casi todos sus aos de residencia, su entrada al pas se produjo de la mano del unitarismo rivadaviano. En algn momento rechaza una oferta de Dorrego para dirigir uno de sus peridicos partidarios, La crnica, pues su expectativa estaba dirigida al poltico al que luego le dedicara dardos contaminados de rencor. Fue un periodista de alquiler, segn una denominacin que no le es contempornea, y que ahora pertenece a una discusin un tanto msera? Cuando asume Fernando II en Npoles ao de 1830- pudo aprovechar un indulto de este rey. No decidi su retorno, pero nunca dej de aludir a su deseo de volver a su patria. Su ojo de empresario, que tambin lo era, lo hizo luchar por mantener la exclusividad de la Imprenta del Estado, que l dirige, y por aadidura, la Imprenta de la Independencia, que a fines de los aos 30 es de su propiedad. Litiga con Hiplito Bacle, un gran litgrafo francs cuyo caso sirvi de pretexto para que la Armada de Luis Felipe de Orlens sitiara Buenos Aires, por la inscripcin exclusiva como Litgrafo del Estado. Por obvias razones, surge victorioso De Angelis, mientras Bacle eximio grabador, como lo demuestran sus publicaciones Museo Argentino y El recopilador, donde escribe Echeverra, ir a la crcel, en un conocido episodio de la historia nacional. El pleitista De Angelis era probablemente otro en los salones de Pars. El cruce fugaz de De Angelis con Michelet en Pars se hace a la luz del inters de ambos por Vico, pero tambin es necesario advertir que en el transfondo del que fue uno de los fundadores del periodismo rioplatense antecedido, cierto, por Vieytes, Moreno, Monteagudo se hallan esas tenidas, como las que ocurren chez la condesa Orloff, en donde pudo departir con Humboldt, el europeo que mejor conoce la naturaleza y la sociedad americana. Aunque, sin duda, difcilmente Humboldt se hubiera interesado por

Rosas como se interes por Bolvar. Hubiera sostenido el mismo juicio despectivo de Darwin, quien s tiene oportunidad de conversar con Rosas en un campamento vasto de la pampa. Cuando De Angelis entra ms densamente en el mundo rosista, no desiste de hacerlo con todas las insignias que ese mundo exiga. Participa activamente en el peridico El Restaurador de las Leyes, en explcito mimetismo con el nombre alegrico que se hace dar el hombre que en ese momento se halla en campaa contra los ranqueles, no sin una alianza inestable con las tribus pampas, con las que de antiguo tena trato, y de cuya lengua haba ensayado un precario diccionario. El Restaurador, al ser clausurado por los federales de Balcarce con una apresurada ley de limitaciones a la prensa, que reiteraba otras ya existentes desde mediados de los aos 20, es causal de un notorio incidente que lo excede. Las restricciones afectas a publicaciones como El Restaurador, Rayo y relmpago, Dime con quin andas, pero tendr consecuencias inesperadas en el caso de la primera, pues ese decreto inicia la sublevacin de los Restauradores cuando stos disponen colocar en las paredes de la ciudad unos carteles que rezan Se iniciara el juris para juzgar al Restaurador de las Leyes. Premeditada confusin entre el nombre del diario y el nombre del personaje. Pero esa confusin de alguna manera es posible porque hay pocas, y quizs sea la de Rosas una de ellas, en que se absorben en un solo nombre los actos de gobierno, las decisiones periodsticas y de cierto modo los estilos indumentarios. Haba otros peridicos que involucran al prolfico De Angelis, como El monitor, dedicado a publicar los partes de guerra de la campaa rosista del desierto ya vimos que El Lucero tambin lo haca y que aceptaba la consigna de ser una publicacin poltico-literaria. Desde comienzos de esos aos 30, efmeras o no, son innumerables las publicaciones polticas, cuyas protestas polticas-literarias no evitaban en la mayora de los casos la alegre facciosidad de la que brotaban. Las imprentas tambin florecen, como la de La libertad o de la Independencia ambas parecen ser las mismas, al cuidado de De Angelis de donde saldran La Moda y tambin el clebre libro de Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del Derecho. En la Imprenta Republicana se imprima El Torito de los muchachos, de Luis Prez, y mantienen actividad el peridico comercial de la colectividad inglesa, The British Packet y la Gaceta Mercantil, ya con su impronta regida por los nuevos tiempos rosistas. En la espesura de esta accin periodstica e imprentera, no es excesivo poner en su centro a la figura de De Angelis, que no dejaba de llamar la atencin por su figura extica, en sus comienzos no dominando el castellano que luego escribir con maneras eximias-, y siempre recibiendo ataques desde Montevideo o Chile. Mora, antiguo compaero de viaje de De Angelis, escribe a Florencio Varela: cuntas pequeeces bajo la peluca de aquel Floripn sin saber castellano quiere juzgar las menudencias filolgicas de este idioma! Pero De Angelis es la ilustracin rosista. No romntica, no vulgar, no acadmica. Sino archivstica, erudita, esmeradamente escrita y descendiente de la conversacin galante, fundada en el historicismo clsico de los paraninfos europeos donde exilados elegantes conviven con la realeza post-napolonica. De algunos de esos encuentros, surge una litografa de De Angelis, el nico retrato conocido, compuesto hacia el comienzo de los aos 20, por el litgrafo Kiprensky, artista afamado en Pars, proveniente de San Petersburgo, ciudad en la que De Angelis haba tenido ciertas incumbencias. En el retrato se parece levemente a Rivadavia, figura por la que viene a la Argentina y a la que con tanta sorna tratar luego. Rosas valora tanto como Sarmiento o Alberdi el papel de la prensa. Por no ser escritor, es ms apreciable y enftico este gesto, que si proviniese de escritores que son profesionales de su oficio y mantendrn luego una espectacular polmica para definirlo. De Angelis es uno de los tantos escritores de Rosas, como comprobadamente lo ser

mile Girardin en La Presse, un peridico orleanista de cuo folletinesco y agudo, que expone variados elogios al Restaurador aun en pleno conflicto con Francia. Pero tambin se expresan a favor de Rosas, sin duda dentro de su poltica de gratificar plumas amigas, The Morning Chronicle, el Daily News y Le Courrier du Havre, este ltimo en consonancia con La Presse. La guerra de Rosas no es solo a travs de Oribe, Mansilla o Pacheco, sino a travs de periodistas adictos. Esos aos rosistas y antirrosistas, no solo en el Ro de la Plata, fueron aos de luchas periodsticas, de luchas a travs de las palabras y tambin por las palabras (y las modas, colores o estilos de consignas, como lo revelan las obras de Alberdi y Sarmiento). Sarmiento, reconocible apologista de la importancia de la prensa como trinchera de mayor vala que la propia lucha militar, sola admitir que la agona del pas se haba prologado ms de lo debido por la accin de De Angelis, al que no obstante le guardaba respeto por su sapiencia, como lo haca aun ms el propio Mitre. Repasar el Archivo americano es una leccin duradera y actual de periodismo. Se trata de un periodismo de combate: pero el periodismo de combate, contrariamente a lo que suele pensarse, es el que debe estar mejor escrito, sin temor a resaltar sus hondas races culturales y su compromiso con una lucha que es actual, pero con su actualidad siempre evocativa. De qu? De las luchas del pasado que se asemejaron a ella. Este es el sentimiento que el lector de De Angelis tiene incluso hoy, cuando el periodismo de combate o se refugia en supuesta neutralidades o no esconde su vocacin injuriante bajo el pretexto de que debe expresar su razn blica. No es as en De Angelis, y el nico precio que tributa a sus vnculos de poca es la expresin salvajes unitarios como concepto nuclear de lo poltico. En el Archivo americano encontramos acaso mejor expresado que en mucho autores que despus se llamaron revisionistas, el alma esencial de una argumentacin con el irrealismo rivadaviano que por distintas razones tambin preocup a San Martn y a Sarmiento y el rechazo patritico a los cercamientos a que eran sometidos los ros argentinos por las flotas inglesas y francesas. En el primer caso, las estampas que escribe De Angelis sobre Rivadavia superan los posteriores esfuerzos de la corriente nacionalista antes mencionada, pues abunda la irona, la gracia superadora: se notaba el empeo del seor Rivadavia de deslumbrar con sus conocimientos, y era muy distinto el efecto produca: porque los hombres sensatos columbraban los cortos alcances del titulado Padre de las Luces, al ver que, entre otras cosas encargaba a una Academia de Medicina y Ciencias Exactas la formacin de una coleccin demostrativa de la geologa y las aves del pas, que nada tiene que ver con los estudios mdicos y matemticos; y para la gente sencilla era objeto de diversin y de curiosos comentarios. La tecnologa extica de una famoso reglamento, en que aquel Ministro fantstico hablaba de las partes huesosas que constituyen la pelvis, del tero, del feto y sus dependencias, y hasta de la vejiga y de la orina y del recto. Se trataba del Reglamento para la creacin de una Escuela de Partos. De Angelis no le perdona nada, y el canon ridiculizante con que pinta a Rivadavia, del no lo inicia, pero consigue trazar periodsticamente una figura deleznable en su hueca ilustracin, que ha perdurado hasta nuestros das. En el caso del Comodoro Purvis, en el Archivo americano recurre tambin a una estampa ridiculizante que revela la superioridad polmica de De Angelis y el modo en que construye decisivamente una etapa crucial del periodismo de combate, sarcstico y a la vez ilustrado, tal como se hizo hacia esa mitad del siglo XIX argentino. Purvis es el clsico marino colonial que interviene en los asuntos de las perifricas naciones. Y De Angelis: No se diga que el gobierno de Su Majestad Britnica, por el hecho de haber mediado en la convencin de paz entre la Confederacin Argentina y el Imperio de

Brasil puede reclamar un derecho que niega la ley de las naciones. No se objete que la Francia se ha hecho responsable de la independencia de la Repblica Oriental. Ni se diga que el Brasil tiene deberes que le liguen en favor de la intrusa administracin del usurpador Rivera. Aun cuando estos menguados sofismas de los salvajes unitarios no fueran tan evidentes, aunque tuviesen el carcter de razones slidas, siempre preguntaran a la Confederacin, el Estado Oriental, la Amrica, el mundo civilizado y los propios gobiernos de Francia y del Brasil, si el comodoro Purvis representa al gobierno de S. M. B., si es el Plenipotenciario del Gabinete de las Tulleras, si ha recibido alguna investidura del gobierno de S. M. el Emperador del Brasil, y si en cualquiera de estos casos, son sus instrucciones reducidas a declarar una guerra y formar alianza con los rebeldes, sin previas explicaciones ni gnero alguno de reclamos o negociaciones plausibles Polemismo elegante, filoso. Lleno de rodeos diplomticos que encubren una radical crudeza respecto a un militar ingls desatinado y arbitrario, que hace pasar sus caprichos de interventor externo por rdenes de monarquas y gobiernos aparentemente atinados As encara De Angelis sus agudas crticas, poniendo al acusado frente a su propio espejo y apelando cautamente a sus mandantes, a los que supone, o finge suponerlos, como ajenos a las tropelas de ese oficial. (Tomamos estos artculos de la recopilacin del Archivo americano, 1843-1847, que hizo Paula Ruggieri).

Captulo 5. Figarillo, la irona de los intelectuales

Ciertamente, ya en Francia exista una revista de ese mismo nombre, La mode, a la sazn dirigida por mile Girardin hacia finales de los aos 20. Pero no sera adecuado percibir tan solo desde este ngulo un mero Alberdi copiativo o tributario. No as desnudaramos la naturaleza de La Moda. El mismo Alberdi, al asumir el pseudnimo de Figarillo, declara su tributo de inspiracin proveniente de Mariano Jos de Larra, quien firma muchas de sus crnicas como Fgaro. En el n 5 de La Moda, bajo el ttulo principal de Mi nombre y mi plan, y en medio de observaciones que atacan el tradicionalismo cultural proponiendo una renovacin general en las costumbres, Alberdi se proclama con decidida gracia, hijo de Fgaro. Ser Figarillo. La cuestin del nombre es importante en Alberdi, y una de las secciones fijas de La Moda el Boletn cmico le dedica al tema una aguda reflexin. A esta altura de nuestra ilustracin el nombre es como el sello de una carta, que si no lo dice todo entero, al menos en cifra, proclama al sujeto que la escribe. Si el nombre es as, tal como una estampilla de franqueo, el acto de dar nombre solo puede ser una ocupacin irnica, pues no se le ha de nombrar al nio Telsforo o Eufrasio aunque tampoco de este modo queda resuelto el problema, pues todo nio atrae hacia sus tiernos hombros el nombre de algn campen de la humanidad. Hay pues una intranquilidad irresoluble en los nombres, hecho que es siempre signo de modernidad. Son notables estas reflexiones alberdianas. Para reforzar su peso sutil en la cultura argentina, vamos a citar un artculo periodstico de Damin Tabarosky, que ayuda decisivamente a fijar la trama de donde surge este tipo de peridicos: Habr que cruzar el Atlntico, y esperar hasta 1874, y encontrarse con La Dernire Mode, escrita y editada por completo por Mallarm, para obtener una experiencia de lectura similar. Pero en La Dernire Mode no hay ya rasgos de poltica, o tal vez s: marca la invencin de un tipo de poltica, de las que muchos como yo no hemos logrado salir an: la poltica literaria. La poesa es una operacin sobre la lengua. Saltemos de nuevo el

ocano, hasta encontrarnos en Cuba, en 1883, ao de aparicin de La Habana elegante, en la que Ramn Meza (ah, qu editor independiente se animar a publicar Mi to el empleado, magnfica novela satrica, de un antiespaolismo que envidiara Alberdi, favorita ms tarde de Mart) y Julin del Casal escriben regularmente (Del Casal tambin traduce a Baudelaire, o escribe bajo su influencia: Cmo tus manos heladas/Asanse de mi cuello,/O esparcan levantadas/las ondas de tu cabello!, sin contar sus menciones al caf habanero multiplicador del hasto, que luego va a ser retomado por Virgilio Piera en La isla en peso). Hay en esas revistas y en otras ms una interrogacin sobre la tensin entre moda y poltica, entre esttica y vida cotidiana, entre literatura y existencia, sobre la que an hay mucho para pensar, comenzando por la irona. Alberdi: Que el pblico ilustrado/No gusta escritos chicos/Sino escritazos largos (D. Tabarosky, diario Perfil. 2013) Es que La Moda es una revolucin en la publicstica argentina; postula una lengua emancipada de las decrpitas metrpolis, pero deja un resquicio abierto para una mtica joven Espaa, en la que solo encuentra la luz del reciente suicida, Mariano Jos de Larra, un eximio cronista cuyas stiras, firmadas entro otros tantos pseudnimos como Fgaro, impresionan a Alberdi por su melancola conservadora, su mordaz agresividad contra el madrileo obtuso que no entiende que el verdadero conservadurismo cultural exige un pesimismo crtico filoso y libertario. El Madrid pacato y sin conciencia de s de las crnicas de Larra, inspira a Alberdi para hacer palpitar bajo su cuo burln y su comicidad trgica, a la Buenos Aires rosista. Escribe Larra de un caf madrileo: Este deseo, pues, de saberlo todo me meti no hace dos das en cierto caf de esta corte donde suelen acogerse a matar el tiempo y el fastidio dos o tres abogados que no podran hablar sin sus anteojos puestos, un mdico que no podra curar sin su bastn en la mano, cuatro chimeneas ambulantes que no podran vivir si hubieran nacido antes del descubrimiento del tabaco: tan enlazada est su existencia con la nicociana, y varios de estos que apodan en el da con el tontsimo y chabacano nombre de lechuguinos, alias, botarates, que no acertaran a alternar en sociedad si los desnudasen de dos o tres cajas de joyas que llevan, como si fueran tiendas de alhajas, en todo el frontispicio de su persona, y si les mandasen que pensaran como racionales, que accionaran y se movieran como hombres, y, sobre todo, si les echaran un poco ms de sal en la mollera. No es difcil ver en esta descripcin el poder de los estilos literarios que desnudan crticamente los estilos de vida y costumbres que nutren el tejido de convivencias lechuguinas de las triviales burguesas en formacin. Por eso los temas de La Moda obtenidos de estos bocetos humanos que divulga Larra con corrosiva gracia son las costumbres y la sociabilidad tomada en sus manifestaciones indumentarias, cosmticas, colorsticas, capilares, visuales, galantes, todo lo que exige esa tensin entre la rizada intimidad y vida pblica para ser aprehendido como reglas de etiqueta propias del arbiter elegantorum, pero hay que decirlo, bajo los severos enunciados que intentan conformar un proyecto de moda nacional, autoctonista, americana. La absoluta novedad de La Moda consiste en el uso de la irona, la comicidad que invierte la verdadera opinin que se tiene sobre los temas, con supuestas crticas a lo que verdaderamente se piensa. La Moda aparenta ser un peridico federal que encubre una proposicin ilustrada totalmente adversa al mundo cultural rosista en la que est envuelto. Ese escorzo es la obra maestra de Alberdi. Pero tambin es el nudo irresuelto de su conciencia crtica. Sale con el emblema de Viva la Federacin! Podramos decir que se implanta la mscara de la Federacin, si ese no fuera adems un problema conceptual que persiguiera a Alberdi durante toda su vida. Y sin embargo

El tema de La Moda, por supuesto, son las moeurs, los usos, costumbres y modales que inscriben a hombres y mujeres en cierta ciudadana social que implica conocimientos especficos de convivencia. El centro existencial de esas prcticas es el saln de bailes, donde tambin hay estilos que fenecen y otros que debe imponerse. Pero no se ausenta el examen de las reglas de etiqueta, las tarjetas fnebres, la oratoria, la danza, la correspondencia, la indumentaria. Pero a diferencia del trato literal que casi todas las revistas que portan esa temtica dan a sus asuntos, aqu La Moda significa antes que nada una pregunta por el signo de los tiempos, y sobre todo, por el signo poltico que reparte la poca entre un torpe tradicionalismo y la herencia espaola es una vez ms recusada y las aventuras de una vida urbana y moderna. Pero todo lo que dice La Moda, lo dice con irona. Sabe que para hablar desde un peridico que pretende un lector popular, debe examinar la vida popular tambin con la dura poesa del sarcasmo intelectual. Y para ejemplificar que en el anlisis de la moda se encuentran las claves de la construccin de una relacin compleja pero vlida entre los intelectuales y pueblo, debe acudir a un elemento especfico: el cintillo federal. Se comienza aludiendo al estado y movimiento general de La Moda, como si fuera un parte de guerra, sealndose en cierto peridico que viene de Francia la recomendacin de usar botas puntiagudas pero con taco menos alto, pero tambin los paseos por la calle del Cabildo, donde la belleza es vista como un hecho contradictorio, lleno de dramtico garbo y su reverso, el desconsuelo, la tristeza. La conciencia se torna vaga, luchando para que la alberguen dos sentimientos escurridizos, traicioneros: la felicidad y la desgracia. As es Alberdi, un modesto anticipo de Baudelaire en una ciudad de fronteras, donde escribe frases que se acomodaran bien mucho despus, en la Pars de siglo XIX: la belleza es un torrente que precipita y derroca la belleza. Sin duda es La Moda la primer publicacin argentina completa, revista-peridico, poltica- magazine cotidiano, alegrica en todo, politizada al extremo de la invisibilidad de la poltica, encubierta en referencias a La Moda en un sentido absolutamente moderno, como destello de signos que caracterizan la idea misma de anacronismo y actualidad, como movimiento esquivo y significador de las diferencias en la individuacin, que activan el consumo. No hay moda sin peridicos. Obedecen al mismo sistema. Al modo en que se inscribe un elemento diferenciador (pactado por la industria cultural, concepto entonces inexistente, obvio), y tomado por los individuos como decisiones propias que recortan figuras endebles entregadas al cambio en la sujecin, la persistencia. El periodismo puede ser visto en su totalidad, incluso en sus secciones polticas, como un smil de comentario sobre las modas, la existencia nica de un elemento vital que fenece ante la accin del orden que posee la lgica de fagocitar lo nuevo y producir de inmediato otra novedad. Es el rgimen de un dictatum de un maestro invisible que basado en pretextos reales cmo vestirse, cmo hablar, cmo presentarse en sociedad, establece un modo discursivo donde sutilmente algo cambia para establecer la diferencia con los que meramente han quedado presos a la estructura, presos al destino de tomar el cambio mucho despus, cuando ya es masivo y los conspiradores que lo han iniciado, lo han dejado de lado en el momento justo. El peridico de la modernidad obedece, en su lenguaje y orden expositivo de imgenes y relatos, a este mismo sistema ocultamente frentico. Alberdi lo descubre de joven y nunca lo abandona del todo, an en sus escritos ms vinculados a los temas econmicos. El paralelismo entre creencia poltica y moda domina la publicacin. Una moda el cintillo federal sirve de ejemplo no inocente- est destinada a pasar al espritu pblico. All se torna realmente moda, una suerte de organizador social, una momentnea mentalidad colectiva. Todos lo desean llevar

sobre sus vestidos. La Moda es una sancin pblica, lo que hace de La Moda un signo semejante y homlogo a la poltica. El suelto es evidentemente redactado por Alberdi de una manera programtica: La Moda es una poltica popular, un dogma de los hombres libres. El mximo punto rosista, fingido o no, al que llevaba el Dogma socialista, redactado unos pocos meses antes por los jvenes del 37, entre ellos Alberdi. Aquellas lneas son quizs la sigilosa clave de lectura de la publicacin. Porque en otros artculos se pone a La Moda como indicio de una vacilante decisin. Cmo deben peinarse las damas? La Moda participa entre nosotros de una indecisin que afecta todas nuestras cosas sociales. Pero el umbral de una decisin lo provee la cuestin democrtica, como bien la haba demostrado Tocqueville. La Duquesa de Orlens se peina como una plebeya. Los demcratas de Amrica tienen ah un vlido ejemplo, que tambin se inspira en la simplicidad del peinado romano que parece haber sido inventado para la cabeza armoniosa de las porteas. Sin embargo, el peridico La Moda est sometido a permanentes esfuerzos para que se comprenda el tamao de su apuesta. Est fundando una nueva sociabilidad urbana democrtica, que se quiere la quintaesencia de lo popular, y por lo tanto es al pueblo a la razn del pueblo, como deca el Dogma Socialista a la cual se dirige. Pero esto entraa problemas. Debe explicarlos, y las proclamas persistentes de todos sus nmeros apuntan a esclarecer su programa, su mtodo. La crtica que no tarda en llegar desde el Diario de la Tarde, constituido en hoja verdaderamente rosista, de nfasis comercial, que primero haba anunciado la salida de La Moda, y que resear luego con escepticismo la polmica sobre el idioma, que poco antes se haba desatado en el Saln Literario, bajo una cida pluma que firma Un lechuguino y en la que se quiere reconocer la irona aventajada de Pedro de Angelis. Ese diario es el que lee, presuntamente en Pars, el joven Florencio Balcarce, quien de all toma la noticia del debate. Entonces escribe su carta afamada, en la que se dedica a soltar sus dudas mordaces ante la posicin en favor de la lengua nacional emancipada que antes que otros, defendan Gutirrez y Sastre, y ms moderadamente, el propio Alberdi. El Diario de la Tarde recurrir al fcil expediente de atacar a La Moda bajo consignas que reconocen de inmediato los sntomas de la Ilustracin que gobiernan al peridico, lo que obligar a Alberdi y los suyos a enfrentarse por primera vez en la historia del periodismo nacional con la pregunta sobre el pueblo y su relacin con la lectura periodstica. Quin lee lo que escribimos? Cmo escribir para el pueblo si nuestro lenguaje proviene de fuentes eruditas? Cmo no van a ser importantes estas preguntas, si muchos aos despus el propio Walsh debe enfrentarlas en una carta de un lector obrero, publicada en su propio peridico CGT de los Argentinos, donde lo que notoriamente se buscaba esa eso, el eterno ideal de llegar, de escribir, de emocionar al pueblo, y condenar a los que escriban sin tener en cuenta esta cifra cannica del periodismo popular? Entonces lo popular no lo era tanto? O era una expresin de una lite intelectual cuyo esfuerzo por popularizarse pareca irresuelto o ficticio, pero sin el cual no haba comprensin popular del conflicto histrico? Precisamente, el Diario de la Tarde en 1837 conoce el dilema y aprovecha para disolverlo con una incursin en el campo del adversario, que tambin usa la insignia y el cintillo federativo. El asunto lo proveen los hermanos alemanes Schlegel, August y Friedrich, ambos autores de la revista Athenaeum, decisivos en la construccin de la esttica del siglo XIX, y ledos a lo que parece en el Ro de la Plata, lo que es comprensible. Todo llega, por barcos, por rumores, por diarios tardos, por revistas diferidas que se desempaquetan en los puertos. Aos despus no escribir Echeverra

en el diario El Constitucional de Montevideo una buena salutacin de la insurreccin de Pars en 1848, y que se public en el peridico cuando las barricadas en las calles ya haban sido derrotadas? Pero el Diario de la Tarde acusa a La Moda de haber confundido a los dos hermanos. Difcil cuestin, el ataque es annimo, pero La Moda responde. La tarea de estos dos escritores haba calado en toda Europa a partir del cruce de siglo XVIII al siglo XIX, y desde entonces la palabra romanticismo se pone a la orden del da con su propia carga de interrogacin interna, que la hace un sujeto de la paradoja y la irona. Se dice en La Moda, precisamente, que una alusin a los volmenes de Friedrich pueden encontrarse en la librera de Marcos Sastre, publicados en Viena en 1823, mencionados en la Websminster Review de 1825, de donde La Moda los ha reproducido, junto a otras menciones que se obtiene de la Revista de los dos mundos, en su edicin parisina de diciembre de 1835, en este caso tomando una opinin de Madame Stal. Un entretejido de lecturas que mucho nos dice sobre el espacio lector en aquella portuaria ciudad lejana, que a fuer de sinceros, suele escaparse de nosotros en el intento de imaginarla cabalmente. Pero La Moda, en su respuesta, declara no ser romntica, demostrando as que el ataque annimo al que dice que es la ltima vez que responde no llega siquiera al punto en que el peridico de Alberdi ha problematizado la cuestin. No solo reconoce la posible diferencia entre los dos famosos hermanos, sino que se aparta de ellos, que solo hablaran de temas que a La Moda no le interesan. Antes que de la humanidad efectiva, ellos hablaran de la perla, de la lgrima, del ngel, de la luna, de la tumba, del pual, del veneno, del crimen, de la bruja, de la lechuza, de toda esa cfila de zarandejas La Moda hace la primera encuesta social en relacin con los lectores de un peridico. Se entiende ms, as, su separacin un tanto incomprensible de los dominios ya fijados del romanticismo. En el ya mencionado artculo del Alberdi-Figarillo, sobre la relacin entre periodismo y lectura popular titulado Un papel popular, encontramos un anticipo de un tema que recorre la historia del mundo moderno: qu lee el hombre social en sus diferentes estratos y formas de vida?, qu lee el pueblo? Debe ser tambin el primer autoexamen del periodismo en la historia nacional, si no consideramos los escritos de Mariano Moreno llamando a que un rgano gubernamental, la Gazeta, cumpla con la tarea de hacer transparentes las decisiones oficiales. Para Figarillo, es necesario escribir para el pueblo. Pero antes es necesario explorar ese campo. He aqu como describe lo que hoy llamamos encuesta: Qu mejor medio para ensayar el pueblo que el que se observa con el vino? No es decir esto que sea bueno venderlo ni tragarlo, sino probarlo. Para esto separar un poco de pueblo, har un pueblo en miniatura y lo interrogar sobre cmo quiere que se le escriba. No conocemos mejor definicin, algo irnica es cierto, de lo que muchas dcadas despus, se conoci como tcnicas de muestreo social. Comparecen en esta composicin una mujer, un pulpero, un comerciante, un artesano, un anciano letrado y un zapatero, representantes de las clases de la sociedad. Las respuestas son adversas a la circulacin de los peridicos, cada personaje dando razones especficas para tal razonamiento. Incluso el anciano letrado no desentona. Quizs no sea este personaje enteramente ficcional como los dems. Ha sido educado en las universidades de Chuquisaca y Crdoba y responde rechazando la economa poltica, el derecho pblico, la ciencia administrativa, la filosofa, la historia y la literatura, el clculo, el griego y el francs, para recomendar un abismo de ciencia legislativa, cannica y teolgica. Este personaje tiene, s, un nombre supuesto, don Hermogeniano, quien remata diciendo, en consonancia con los dems interrogados: Hombre, que les ha dado a ustedes por escribir papales pblicos! En mi tiempo los mozos no escriban;

bien que entonces no haba papeles pblicos, ellos han venido a la vanguardia de nuestras desgracias pblicas [...] Ninguna falta hacen al pblico los papeles peridicos [...] como dijo Polignac, en todo tiempo han sido y de suyo no pueden menos que serlo, un instrumento de sedicin y desorden. Qu conclusiones saca Alberdi de su encuesta burlona? Tropieza con la dura tarea de definir, l, un ironista, al pueblo. Primero lanza el dolido sarcasmo: S: el pueblo es el orculo sagrado del periodista, como del legislador y del gobernante. Faro inmortal y divino, l es nuestra gua, nuestra antorcha, nuestra musa, nuestro genio, nuestro criterio, l es todo y todo para l ha sido destinado. Pero luego se pone serio: no se trata de aquel tendero ni del zapatero, ni de don Hermogeniano. El pueblo no es el pueblo masa, el pueblo multitud, el pueblo griego ni romano, sino el pueblo representativo, el pueblo moderno de la Europa, el pueblo moderno de Europa y Amrica, el pueblo escuchado en sus rganos inteligentes y legtimos la ciencia y la virtud. Y en cuanto a sus encuestados? Ellos cuentan, s, pero debe escribirse para ellos sin que necesariamente deba contar su opinin, y menos las de los ineptos que critican a La Moda aqu Alberdi se muestra dolido con los ataque que ha recibido de los federales puros que por envidia critican al peridico de Figarillo pero si llegaran a escribir sus pobres lneas en l, seran los primeros en trompetear que no hay papel como La Moda. No otra fue la encrucijada de El Grito del Sud, pero a propsito del insigne Rousseau, que poda descubrir lo popular en lo aun no contaminado del lenguaje, pero cargaba con la carga de lo difcil de leer, que recorre como decisin e incgnita, todo el periodismo y su historia. Uno poco antes de la salida de La Moda, el pblico de Buenos Aires no extenso, no menos de mil, acaso no ms del doble o triple de eso, lee las tiradas de El Torito de los Muchachos. Monumento casi incgnito de la poesa gauchesca federal, sin que nadie posea demasiadas noticias del autor de las versificaciones plenas de ingenio y desafo que avivan sus pginas, el Torito es hasta cierto punto el contrapunto de La Moda, si nos atenemos a su federalismo hecho de pendencia lrica y alborotado ritmo provocador sin que por ello pierda el secreto lirismo de la fantasmagora gaucha-, aunque tambin puede decirse que es su complemento por la fuerza jactanciosa en que toma el rer y el llorar como costumbrismos irreverentes del vivir cotidiano. Su autor, borroso en el tiempo, se suele convenir en fijarlo en el nombre de Luis Prez, escueta silueta nominativa para una obra que no pasa inadvertida en uno de los mejores momentos del gnero nacional por excelencia. En este caso, bajo la forma real de un peridico. Sobre l hay estudios de Ricardo Rojas, que lo desdea, de Zinny, Ramos Meja, Rodrguez Molas, Soler Cas, Olga Fernndez Latour de Botas, Jorge B. Rivera y muchos otros. Prez actu bajo el pseudnimo de Juancho Barriales (Chingolo) y otros sinnmeros de nombres de la tradicin criolla. No evit ponerle el nombre El Gaucho Restaurador a otro de sus peridicos. Si su nombre se pierde en la historia, es ms ntida la tradicin poltica que defiende, el estilo con que lo hace y el fervor satrico-jactancioso que subraya como propiedad mayor del gnero, antes de adquiriera las notas definitivas que le acrecentar Hernndez con su indirecta apelacin a la prdida metafsica y a la resignacin pagana de la cual brota una nueva familia en abstractas pero no inidentificables escenas csmicas. Uno de los nmeros del Torito de los muchachos contiene una interesante polmica con la Gaceta Mercantil a propsito de la vestimenta de las mujeres, lo que interesa desde el punto de vista del cotejo con los temas que despus tomar La Moda, aunque sta usa otro gnero de stira cosmopolita y piensa en un pblico socialmente ms encumbrado que lo que imaginamos hoy que sera un lector de El Torito, si bien no deba ser mal recibido por los sectores mercantiles y propietarios urbanos y rurales que

apoyaban a Rosas. El Torito se presentaba con un lema de obertura: Para decir que viene el toro no hay que dar esos empujones, que podra traducirse como un llamado a la aceptacin de una arremetida sin pnico ni temores. La polmica con la Gaceta toma la forma de una Carta de Juancho Barriales sobre el comunicado de la Gaceta Mercantil respecto al Torito. Me han dicho que en la Gaceta Han puesto un comunicato Diciendo que en el Torito Se habla con poco recato Debe ser el escribano Cuanto menos algn gato Que solo por hacer grasa Se nos viene haciendo el ato [...] Cuando trajo la Gaceta Por pintar con el hembraje Y me dice velay tiene Para que otra vez me ataje. [...] Larga su buena patada Y dice que es federal [...] No vemos por qu estos diables El que no la hace la intenta Y han de decir herejas Mientras tengamos imprenta [...] Y habr querido embolsarnos Lo mismo que a un animal [...] Si a este lo llaman candil Ms vale dormir a oscuras Que se calle, siquiera porque el torito Le ha servido de padrino Para que no lo revuelque un mozo santafesino [...] Decir que la mujeres Se ofenden al obligarlas A decir sus pareceres A que son esas pinturas? Y que al faltarles el moo Es hacerles agravio Ellas fueron las primeras Cuando la patria empez [...] Con el pelo a la izquierda Bastantes he visto yo Que hable mucho del torito Y que a menudo le ladre

Ver si lo hago acordar Cuando pari su madre. Toda la pieza toma una cuestin del estilo social de las mujeres, en relacin al peinado, que juga volcado a la izquierda de la cabeza si son patriotas peinadas a la izquierda. Y al revs si son sarracenas. Para esto, desenvuelve un plan de ataque a la Gaceta, donde excede la apuesta colorstica en la vestimenta el moo, sin duda debe ser el moo punz en medio de altaneras de la versificacin gauchesca, que insina una suerte de duelo entre una posicin ilustrada an dentro del rosismo, y una voz que sale del la poblacin que tendra una voz genuinamente patritica demostrada en su forma de peinarse o usar los colores del atuendo, sin necesidad de recibir orientaciones de la imprenta. De alguna manera, el Torito iba ms lejos que La Alijaba, al que podramos considerar el primer peridico femenino, escrito en la misma poca por una mujer Petrona Rosende de Sierra, quizs la primer mujer periodista de la historia del pas, que proclama las virtudes del autonomismo feminil para mayores tareas pblicas y de cultura social que las que suelen figurar en la estrechez domstica a las que las confina por el espritu masculino encorazado en la habitualidad de los prejuicios dominantes. Toda la poca es de crudos debates, deliciosamente facciosos. En todo periodismo hay siempre algo de faccioso. No hace falta llegar a la escena contempornea para percibirlo. La naturaleza facciosa de una publicacin se nota ms cuando se proclama partidaria y reitera en el seno de su produccin la facciosidad evidente de esas poca poltica donde uno de los centros de atencin es la discusin de un reglamento de prensa que viene desde los tiempos de Rivadavia, y que ninguno de sus sucesores desdea en cuanto a ponerle mayores o menos intensas cortapisas a las frmulas demoledoras de ataque personas que gobiernas los estilos publicsticos. Pero no podemos dejar de observar que los intentos de superar la facciosidad dan una facciosidad de mayores alcances apenas eso como ocurre con La Moda de Alberdi, que parece en su espritu satrico ms amplia en su lengua, pues aunque es la de la opuesta a una moderada emancipacin del castellano rioplatense, lo que la torna en apariencia ms diversificada, es que ya aqu nacen secciones fijas en el peridico y la lengua que se pronuncia es la de la crnica costumbrista moderna que ataca al costumbrismo mohoso antiguo. El modelo es Mariano Jos de Larra la Espaa que se admite, casi en exclusividad y no Bartolom Hidalgo, si se adopta el fcil criterio de considerarlo fundador del gnero gauchesco, al que Luis Prez adscribe tambin como autor culto como lo seala Jorge B. Rivera pues sabr decir: Tambin en el espaol a la moderna S hablar Diciendo huevo y no gevo Y lamer por lambetear. El intelectual de la prensa que recorre un largo ciclo hasta las intervenciones de Jauretche desde mediados del 30 hasta casi comienzo de los setenta del siglo posterior, fundando la idea de que una veta culta, reformista y popular del ciclo social argentino, debe asumir la voz del gaucho con artificios de verosimilitud literario como dir mucho tiempo despus Josefina Ludmer, inspirada en Borges que hacen del escritor gauchesco un gnero igual a otros, pero quizs con mayores complicaciones al tener que crear una diccin que ni deja de ser la de un personaje social existente y que no duda tampoco en pasarlo por el cribo de un espectro salido de la imaginacin literaria de los hombres cultos de la ciudad. En La Moda estn estos ingredientes pero de otra manera. Quizs en el gacetn de Alberdi se inicia la nocin de intelectual con su espectro doliente lanzado en su

persecucin ante l y por l mismo el pueblo que aparece como destinatario mudo de la tarea de cultivarlo o como posibilidad inspiradora, en cuanto se torne pueblo moderno, ilustrado. Se inicia, en un papel llamado La Moda, el gran debate civilizatorio sobre el significado de la ilustracin, lo que el pueblo en su s-mismo ya sabe y lo que hay que traerle como alimento desde afuera. Mientras tanto, Alberdi no resigna la idea de elaborar un papel popular, es decir, un diario para el lector del pueblo, quedando la tarea de definirlo como el verdadero mbito de inters del cruce dramtico entre intelectuales y el susodicho pueblo. La esencial polmica que esto implica, recorre subrepticiamente, o no tanto, todas las pginas de La Moda. En el mismo nmero donde se lee el artculo Un papel popular, se editorializa bajo el ttulo de Aviso: el peridico que se est haciendo dista mucho de ser frvolo y de pasatiempo, dice. Pero no ha buscado sorprender con los temas que trata, el minu, los peinados, la oratoria, el cartn de visita? Debe entonces explicarse y replicar a los que lo atacan por balad, cuando en realidad lo que atacan es su sesgo intelectual. La Moda es la aplicacin del pensamiento a las necesidades serias de nuestra sociedad; ningn peridico literario haba llenado hasta ahora esta misin en nuestro pas. Lo que parece lo ms frvolo es entonces lo ms serio. Es el Buenos Aires nuevo que se levanta contra la vieja Buenos Aires. La Moda es nuestra propia sociedad que se critica a s misma. Y desafa: doblar sus pginas, aunque reducir la seccin de msica por no ser sta una necesidad semanal, pues si son buenas las composiciones su vigencia se percibe por un perodo de tiempo ms prolongado. Y declara tarea patritica el esfuerzo de leer el peridico cuanto el de los redactores de escribirlo: pacto ilustrado a fin de construir la enciclopedia nacional. Era la consumacin de los actos de la generacin, un proyecto de la ilustracin que recoga la herencia saintsimoniana y la ofreca a la poca, que era la poca de Rosas, con un postulado de autoconciencia social del todo novedoso y probablemente destinado ya a ser enrgicamente rechazado, muy poco tiempo despus, por los portadores verdaderos del cintillo punz que el peridico mismo haba declarado parte de la conciencia pblica del momento, o sea, de La Moda. Todava es el Alberdi del Fragmento preliminar, cuyo personaje interno es el propio Rosas, que visto a la luz de la encuesta hecha a tenderos y zapateros, se presenta como un personaje singular, pues encarna verdades intuitivas y no rechazara el complemento que las artes, la filosofa y la sociabilidad daran a tales razonamientos espontneos. Este prrafo que citaremos ahora bien conocidos y todo el libro alberdiano, se basan en la suposicin que por el momento est cubierta con lo que en el peridico hace de oda viva la santa federacin, esto es, la idea de que hay una formidable contradiccin en presencia del periodista figarillo: el pueblo no lee pero hay que darle a leer, y el jefe poltico ofrece su razn espontnea para una futura combinacin con la razn del pueblo, que por el momento vive como la federacin utpica- en la escritura de los intelectuales, que escriben para que lea un pueblo que dice no querer leer. As se expresa este mismo problema en el Fragmento preliminar. Es una mera suposicin intelectual, contrapunto perfecto de la razn ilustrada con el modo en que Rosas intuye verdades. Dice as: Nosotros hemos debido suponer en la persona grande y poderosa que preside nuestros destinos pblicos una fuerte intuicin de estas verdades, a la vista de su profundo instinto antiptico hacia las teoras exticas. Desnudo de las preocupaciones de una ciencia estrecha que no cultiv, es advertido desde luego por su razn espontnea, de no s qu de impotente, de ineficaz, de inconducente que exista en los medios de gobierno practicados precedentemente en nuestro pas; que estos medios importados y desnudos de toda originalidad nacional no podan tener aplicacin en una sociedad cuyas condiciones normales de existencia

diferan totalmente de aqullas a que deban su origen extico; que por tanto, un sistema propio nos era indispensable. En La Moda prosigue el tema Rosas, con una fuerte omisin de su nombre. El Rosas omitido de Alberdi es mucho ms fuerte que el Rosas literal de los rosistas. En el nmero 22 de La Moda, cuando ya se aproxima el final del Gacetn, hay una fuerte apologa de Rosas concebido e los mismos trminos elusivos pero inequvocos del Fragmento. Dice: Tambin ayer se han cumplido tres aos memorables para nuestra patria, tres aos desde el da en que el pueblo de Buenos Aires, acosado de tantos padecimientos innombrables, se arroj, l mismo, en los brazos del hombre poderoso que tan dignamente le ha conducido hasta este da. Y por fin, en el ltimo nmero, con el mismo sistema elusivo, hurtando sujetos y menciones literales, parece referirse a Rosas el editorial titulado El asesinato poltico. Aqu es el Alberdi, un hombre del orden siempre lo fue a travs de infinitos arabescos de un pensamiento cambiante, sutil en extremo, el que dice: El que atenta contra la vida del jefe supremo, delincuente cosmopolita, negarle debe un asilo el mundo entero, una lgrima de sensibilidad. Proscripto de la tierra, amenazado siempre del anatema universal, en todas partes debe alcanzarlo la cuchilla de la ley, su impura sangre ni manchar nunca el nombre de su exterminador. Solo para el asesino de la ley, muere la ley. A qu se refieren estos prrafos un tanto mazorqueros, en el peridico que reflexiona sobre cmo escribir cartas sin ceremonias ni rigidez o que dice que el universo ideal es un poema? El bloqueo francs al Ro de la Plata haba comenzado y podemos conjeturar que Alberdi alerta en este artculo sobre los riesgos de las groseras imposiciones del gobierno de Luis Felipe de Orlens, en cuyo marco podran realizarse atentados contra Rosas. El caso del litgrafo Bacle puede estar en el centro no declarado de este editorial alberdiano. Pero esta rfaga incierta de inquietudes, deja muy rpido paso a una aguafuerte donde late vigoroso el espritu de Larra. En ella Alberdi trata del Hombre hormiga, tpica figura urbana con los rasgos del vividor, del bribn de las ciudades grandes o pequeas, que emplea su astucia depredadora para su existencia picaresca. Sobrevive como tunante y enredador. Esta es la estampa que elabora el joven Alberdi, y en ella vemos la ciudad de Buenos Aires de una manera singular y nueva: Colquese un curioso en alguna altura de las calles ms concurridas: en donde haya almacenes, tiendas de ropa hecha, alguna iglesia inmediata, el despacho de algn cambista y vinos y comestibles en cada puerta; desde all sentir el hervir vividor de las gentes que van y vienen: nios, mugeres, hombres, viejos y mozos; unos corren, otros vuelan, pocos andan despacio se miran, se saludan, conversan entre s: todo movimiento y bulla cuidado con la rueda, aprtate del caballo, mira esa reja, dicen las madres a los chicos distrados en las confiteras [...] Tal es la vocinglera que se escucha! A veces escapadas de las mil bocas de aquel monstruo que se agita y revuelve en las veredas. Tenga paciencia el curioso, no le parecen los ciudadanos yentes y vivientes hormigas que van y vienen al granero? [...] Hormiga de este hormiguero es el Hombre Hormiga (que) muestra desde pequeito lo que ha de ser cuando maduro [...] entra a la escuela y all se distingue por su espritu mercantil [...] porque el Hombre Hormiga es el Hombre-azogue en el perseguir la plata [...] cmo ha de manejar el torno o la lima, l que es tan delicadito, tan endeble? Tampoco estudia porque no tiene vocacin ni le gustan los libros [...] para el Hombre Hormiga no hay invierno: se levanta con el sol, y a la changa. Recorre los almacenes y las tiendas y merceras: pide muestras, los ltimos precios y empieza su peregrinacin necesita usted guantes? l se los proporciona buenos y baratos. No le han concluido a usted los habanos l sabe donde los hay superiores [...] El Hombre Hormiga no tiene opinin poltica ni sigue ms bandera que la de remate. Donde quiera que Gowland levante su pendn, donde quiera que Arriola alza el

martillo, all est nuestro hombre, porque el remate es su morada favorita el Hombre hormiga no tiene amigos, su amigo es el peso, sus enemigos son sus semejantes, los otros hombres hormigas [...] no tiene conciencia ni moral, ni patriotismo [...] apenas habr otro ser ms intil a la sociedad, si se excepta el pulpero genovs. No sabramos decir si en este trecho excepcional se destaca una de las primeras y grandes pinturas escritas sobre la Buenos Aires de 1830, con su efervescencia mercantil, o bien el carcter sinuoso y aprovechador del pcaro urbano, con su trasfondo de muchedumbres en las veredas y merceras, o an ms, el contraste entre el personaje laboral y el hombre vivillo, el oportunista sagaz que mora entre las masas ciudadanas, mimetizado en ese hormiguero, lo que menos de un siglo despus sera festejado por vietistas y aguafuertistas de todo tipo sobre el pao de fondo de la misma ciudad problemtica y febril, sin contar que las poesas gauchescas ya tenan en cuenta ese dislocamiento (en este caso rural) del hombre improductivo que el saintsimonismo condenara pero que la literatura de la simptica truhanera popular tomara como rasgo vivo del ser social, incluso con sus aspectos sufrientes y libertarios. Estos mismos elementos, si se les suministrara una dosis de agravio terico mayor, daran en los artculos de Ingenieros en La Montaa (1897), titulados Los reptiles burgueses. Si se le diera una dosis ms visible de voluntaria ternura, desembocaran en El hombre que est solo y espera, y si se le colocaran encima las vestimentas del simulador que tanto interesara a la medicina positivista, saldra el hombre carbono y el burgus aurens, ambos surgidos del magma de las multitudes, con su destino biosocial apuntando hacia la vida imitativa, de espesura astuciosa, basada en el enriquecimiento avaricioso sin responsabilidades sociales. Pero si esto es as, habra sido Alberdi el que habra inaugurado lo que podramos llamar la ruta intelectual del azogue (palabra nunca ausente en los diarios del siglo), pues es la materia mercurial misma del amoldamiento a todas las situaciones, fingimientos y temperaturas posibles. La condena al hombre multitud, con sus saberes de sobrevivencia y bribonada, es a todas luces injusta literariamente, por no saber sacar partido de tan interesantes figuras sobre la que reposar casi entera la literatura de las dcadas posteriores, hace que concluya lamentablemente, injuriando una figura tambin sugestiva, la del pulpero genovs, notoria frmula despectiva en Figarillo, sin que tampoco salga bien parado el rematador Gowland, cuyo apellido ya vimos en el diario ingls de la ocupacin de 1807, The Shoutern Star. Ciertamente, La Moda de estos figarillos argentinos Alberdi, Juan Mara Gutirrez, Vicente Fidel Lpez, Corvaln, hijo del edecn de Rosas, luego comprometido con la conspiracin de 1839, haca un difcil equilibrio entre la Federacin y una ilustracin rousseauniana, lo que sin duda era facilitado por el nico nombre que figura, el del editor responsable, el tal Rafael J. Corvaln, al que Rosas estima hasta que poco despus este joven se compromete en la revolucin del Sur. Para derrocarlo. La Moda es uno de los ms originales peridicos de la historia del periodismo nacional. Que defiende la lectura y la escritura; que redefine lo popular por medio de la crtica a un vulgus que rechaza al periodismo; que sostiene un periodismo raro e irnico, que toma la moda como signo de las conciencias colectivas movindose histricamente; que igual se dedica a indicar cul es la mejor vestimenta para que una dama ande a caballo o las incgnitas de la mejor hora para una visita ms fashionable; que condena a Espaa por no haber dado un Tocqueville; que publica entre partituras de Rossini y Belini, las de Esnaola; que reclama que el minu ha fenecido como danza; que pide sencillez en las esquelas funerarias; que defiende el buen sainete antes que las tragedias clsicas para las cuales no hay actores preparados en Buenos Aires; que condena irnicamente los juegos de carnaval; que rechaza el estilo

acadmico en nombre de la escritura viva de un Dante o un Shakespeare; que se burla de las instituciones oratorias adocenadas; que defiende el castellano popular que se habla en las calles de la ciudad, el castellano argentino; que ve el trabajo intelectual como base de todas las dems ocupaciones, sobre todo las comerciales y econmicas; que atina a imaginar una sociedad con contrastes, para la cual solo la ilustracin solucionara esas contradicciones, haciendo con que la vocacin intelectual integre la prctica de quienes se ocupen de los capitales. Detengmonos un poco en este ltimo punto. Alberdi es un lector de Pierre Leroux, como toda su generacin, y ste es un autor sumamente sugestivo, un cristiano social, un promotor de la comunidad como lazo viviente entre los hombres. Marx lo consider dentro de los socialistas utpicos. Alberdi dice al pasar, alguna vez, la palabra socialismo en La Moda. Lo hace en su acepcin saintsimoniana, como evangelio de los industriales, sociabilidad libre y vida intelectual emancipada con reflejos en las esferas de lo popular. De ah que tiene la nocin de la sociedad con contrastes unos aos antes de que se escribiera el Manifiesto comunista, punto de ruptura con la derivacin que los utopistas le haban dado a ese concepto: la conciliacin por la va de un humanismo radical, de un socialismo moral. Alberdi es un humanista de la paz econmica, de un utopismo renovador en la vida cotidiana como forma de dotar al orden social de un signo moderno, industrial e intelectual. La moda es la forma en que un nuevo periodismo crtica de costumbres permita acompaar los grandes ncleos culturales con una interrogacin sobre s mismos, respecto a cmo abandonar prcticas anquilosadas y general un orden cosmopolita, una pax capitalista ilustrada. Cuando debe marchar a Montevideo, con la carga no poco pesada de haber animado un peridico con la consigna de Viva la Federacin, Alberdi comienza a escribir en El iniciador, un peridico montevideano influido por emigrados antirrosistas, dirigido por Andrs Lamas y Miguel Can. Vuelve a publicar all muchos de los artculos de La Moda. Figarillo est en Montevideo, lo que redobla su reflexin al respecto del atraso de las costumbres espaolas, y la disposicin espiritual que sera necesaria para pasar de la lectura del padre Feijo a la de Hegel o Leroux. Cada una de las esferas de sociabilidad espaola que se expresen ms all de la poltica la literatura, las costumbres, las artesanas, debe ser derrota y an no les lleg su 25 de Mayo. La batalla literaria sera la continuacin de la batalla poltica, y no era vlido seguir con la segunda, ya concluida, si eso introduca una confusin con las obligaciones nuevas, que surgan de la batalla contra la civilizacin colonial, esa lengua arcaica espaola que no poda pretender que perdurara el idioma del Quijote para traducir a Jeremy Bentham, ni poda aprovecharse de la convivencia con la lengua francesa, que posea el secreto revelado de la razn en sus inflexiones precisas y en su sintaxis despojadas de rizos y abusos del sufijo. Haba que distribuir mejor los hemisferios donde deban revelarse las competencias para la nueva sociabilidad, que al igual que si en las tertulias se mezclasen la dinmica cuadrilla con el anacrnico minu, en las bibliotecas mal conviviesen el padre Almeida con Lerminier y Covarrubias con Jouffroy. El Iniciador publicar el Dogma socialista el cdigo generacional echeverriano que establece el modo poltico de la sociabilidad o el modo social de lo poltico, y que incluye la magnfica palabra simblica nmero 15, redacta por Alberdi, y significar la prosecucin del raro rastro de lectura que Larra deja en el Ros de la Plata, por quien sigue su nombre, su antiespaolismo para salvar a Espaa de la Edad Media, y quien lo lee filialmente para renovar las costumbres analizndoles satricamente, con el dolor custico con que el joven ve las antiguallas de la lengua de los viejos. La crisis generacional era una crisis de costumbre y al mismo tiempo una poltica de la lengua. Y esta, casi por entero, la realidad misma de la poltica. Rosas, de

alguna manera, segua lejos o no era lo ms importante. El Iniciador sala con la consigna Bisogna riporse in via, es necesario lanzarse al camino. Virgilio y Tcito ya estaban lejos. La supresin del latn no dejaba de ser una seal evidente del peso de la Joven Italia en las propuestas que exploraban el socialismo en trminos de sociabilidad, la palabra que toda la generacin pronunciaba. El iniciador sigue a La Moda. Pero es esta ltima que da paso a un tipo de publicacin peridica que tomar su hondo indagar en los pliegues cotidianos de la accin social, y de ella se desprendern no solo las secciones de vida cotidiana de los diarios posteriores, sino las revistas solo dedicadas a tratar la cuestin de La Moda solo desde el punto de vista que le sera enteramente inherente: esto es, un saber sin historicidad, con dictadores invisibles, metonmicos con la mano oculta del mercado, a travs de mitos narrativos que no descartan los simbolismos aparentemente abstractos de los estilos existenciales, pero no revelan su secreto social. Esas variaciones sucesivas, emanadas de misteriosos poderes que operan sobre estructuras fijas que cambian sobre el eje de lo que no cambia. El espritu de La Moda pasar a La montaa, a El Mosquito, a Caras y Caretas, pero algo de ella haba ya en La alijaba. Con El Hogar y luego con Plus Ultra, se perder definitivamente la ecuacin que hace de la moda una reflexin completa sobre el movimiento de la sociedad. El propio Figarillo se pierde luego de su hazaa portea y su incursin montevideana, que la replica. En las Bases ya no lo encontramos, o lo encontramos abjurado, negado de s. Bases son una oda encubierta, por fin su composicin musical hecha de consignas, frases como ltigo, enunciados terminantes, sentencias comprimidas en el poder de un lenguaje difano, performativo y crispado. Si en La Moda se promova una razn cultivada en el mundo femenino, evitar el casamiento mercenario, el no cerrar los odos al saber desterrando la mana de no admitirse otras conversaciones que chistes insulsos, murmuraciones y modas, en Bases hay una escritura de urgencia hecha de frmulas eficaces y consignas sabiamente buriladas, hechas con breves estallidos lexicales. La Moda sabe rodear el tema de la emancipacin femenina, tema central del siglo XIX, incluso emancipar la conversaciones sobre La Moda dicho esto en el peridico del mismo nombre. Pero En Bases habr otros rumbos para el tema: En cuanto a la mujer, artfice modesto y poderoso, que, desde su rincn, hace las costumbres privadas y pblicas, organiza la familia, prepara el ciudadano y echa las bases del Estado, su instruccin no debe ser brillante. No debe consistir en talentos de ornato y lujo exterior, como la msica, el baile, la pintura, segn ha sucedido hasta aqu. Necesitamos seoras y no artistas. La mujer debe brillar con el brillo del honor, de la dignidad, de la modestia de su vida. Sus destinos son serios; no ha venido al mundo para ornar el saln, sino para hermosear la soledad fecunda del hogar. Darle apego a su casa, es salvarla; y para que la casa la atraiga, se debe hacer de ella un Edn. Bien se comprende que la conservacin de ese Edn exige una asistencia y una laboriosidad incesantes, y que una mujer laboriosa no tiene el tiempo de perderse, ni el gusto de disiparse en vanas reuniones. Mientras la mujer viva en la calle y en medio de las provocaciones, recogiendo aplausos, como actriz, en el saln, rozndose como un diputado entre esa especie de pblico que se llama la sociedad, educar los hijos a su imagen, servir a la Repblica como Lola Montes, y ser til para s misma y para su marido como una Mesalina ms o menos decente. Mientras en su peridico juvenil promova el teatro, incluso el theatrum mundi como forma existencial, en 1852 se muestra conservador, prejuicioso, corrodo por la indigencia de un pensamiento desafinado. La negacin de la condicin de actriz lo desmerece, pero sabe que ha elegido un ejemplo que le sirve a su propsito segregacionista, pues en su poca Lola Montes, con su figura polmica, expres con una

excitante coreografa personal escribi al cabo de su vida un libro de consejos de belleza y cuidado del yo femenino, una biografa entre musical y poltica, que jugaba tanto con la cortes conservadoras de Europa como con la ampliacin de la fronteras vivenciales de la condicin femenina. Poda el Alberdi maduro olvidar tanto as al Figarillo? Sus amigos, como Echeverra, al que Alberdi llama Estebancito, lo haban juzgado en 1847 de una manera condescendiente: El seor Alberdi se dio a conocer muy joven en el Ro de la Plata por la publicacin de su Introduccin a la filosofa del derecho; en La Moda, despus, bajo el seudnimo de Figarillo, nos hizo esperar a un Larra americano. Captulo 6. Periodismo y guerra: la prensa de frac

Pero no valan esas remembranzas echeverrianas, cierto que cautelosas, ante alguien como Sarmiento, que corriendo el ao 1853, el de la Gran Polmica con Alberdi, no se halla dispuesto a reconocerle nada a su melindroso pero agudo contrincante. La polmica, en esencia es sobre la prensa y las relaciones del periodismo con la guerra. Esto es, la relacin entre la batalla real y el escritor figurando sus partes de guerra. No ocurri otra polmica igual en la Argentina, salvo en los trmulos tiempos actuales, a travs de la disputa entre el Estado y los rganos de prensa que controlan el circuito del papel y de las licencias reproductoras de lo que comenz, no mucho antes, a llamarse contenidos. Pero todava entre Alberdi y Sarmiento era posible esperar una polmica sobre el rol del periodismo en la construccin de la accin social, que pusiera en un gran teatro intelectual la discusin sobre los efectos del propio periodismo. La palabra ya se empleaba desde mucho antes, conviviendo todava con la expresin diarismo. En La Moda de Alberdi, un poema annimo hay una mofa hacia los periodistas forjados en el ideal de ocultar la raz crtica que alberga la tumultuosa (pero aparentemente ritualizada) vida cotidiana. Si yendo por la calle /le ensucia algn pescado / que lleva una morena / lmpiese Ud. callado. Pocas veces, en La Moda, la crtica a la moral medrosa deja entrever algn recorte de la forma viva de una ciudad: he aqu una morena vendiendo pescado. Pero es poco lo que se filtra en la honda madeja que proponen las ironas contra el costumbrismo de cuo hispano. Pero en la pelea entre Sarmiento y Alberdi por la naturaleza de los peridicos, no vemos ya ninguna estampa, por oblicua que fuere, de los personajes o hechos de una poca. Todo estaba a la vista! Haba ocurrido la batalla de Caseros. Solo en los artculos de Sarmientos hay descripciones aterradoras, sometidas a sus espesas hiprboles, de la situacin en que estaba Palermo ya ocupado por Urquiza, con olores nauseabundos alrededor de lo que haba sido la residencia de Rosas. Alberdi, en cambio, se mantiene conceptual, polemista con el rastro del jurisconsulto que era su sostn intelectual, adems de su fina escritura impecable en estiletes irnicos bien meditados. Se trataba, pues, a propsito de la prensa, de un debate sobre el completo juicio moral que merecera la trama activa de una poca. Pero expresada en sus conceptos polticos, de escritura, de accin por la prensa y de evaluacin de las biografas paralelas de ambos contendientes en torno al epos personal. Especialmente, el papel del General y el del Periodista estn en juego. Cmo produce sus secuelas una batalla; cmo los produce una campaa de prensa? Qu destaca ms a sus autores, un dispositivo de bateras, infantera y carga a la bayoneta, que una serie de artculos obsequiosos que remiten aunque lejanamente a la metfora militar, a cierta operacin, unas maniobras, alabardas conceptuales con un puntero sealando mapas, el elogio del jefe, la oracin laica en torno a los hroes?

En suma, qu hace un intelectual periodista frente a un general en batalla? Quin es Urquiza? Alberdi afirma que no tendra porque haber rechazado a Urquiza, si este jefe era lector de los documentos que emanaban de la generacin y de los suyos mismos. Es el general Urquiza el que ha venido a nuestras creencias, no nosotros a las suyas. Se ley antes o despus de esta poca una frase semejante en el largo tiempo que la poltica de un pas se resolva en el trato entre militares de alta graduacin y militantes de distintas orientaciones ideolgicas? Se iba hacia el general, ms que el general iba a los intelectuales. Pero fue as en el caso de Alberdi y Sarmiento? Esta historia est muy documentada y escrita. Es probable que Alberdi tenga razn, pero el hecho revista entre los que normalmente denominaramos como ambiguo. Urquiza necesitaba publicistas y periodistas. Era asimismo desconfiado, y progresivamente lo ser mucho ms con Sarmiento. Cuando se afirma la relacin con Alberdi, es lgico que el momento originario del vnculo est en discusin. Quin dio el primer paso? Basta recordar tambin los aos 1943, 44, 45 y sus aledaos. La relacin entre militares y escritores polticos fueron gestos mutuos, bidireccionales. Por su parte, Lugones, un poco antes, siempre busc a un General y haba publicado algunos de sus escritos en la Biblioteca del Oficial, sin negarse a colaborar en el rgano de los nacionalistas marrausianos, La Nueva Repblica, aunque lo suyo era La Nacin, diario que por otra parte no siempre lo aprueba. Por otro lado, en las memorias de Pern sobre el golpe de 1930, hay una escueta mencin a un artculo que debera escribir Lugones en alguno de los numerosos rganos nacionalistas de la poca. El origen real de un vnculo, es cierto, siempre es el momento ms oscuro de las conciencias. Pero el gran encuentro polmico, sin duda desgarrador, de Quillotanas y Las ciento y una no solo se refieren a la aparicin del General, sino al balance de los hechos y escritos que figuraban en la memoria comn de Alberdi y Sarmiento. El toque hondo de la memoria de la generacin constituye el pathos con el que aparece la palabra nosotros. Este es el examen de Alberdi de la palabra nosotros que ha usado a propsito de Urquiza. Ese Nosotros es un imposible, es el plano expuesto de la ruptura: Digo nosotros, porque los tres redactores de esa creencia el Credo de la Asociacin de Mayo, se hallan en el campo que usted combate. Echeverra no vive, pero su espritu est con nosotros, no con Usted, y tengo de ello pruebas pstumas. Una polmica sobre los usos del periodismo, antes y a hora, lo es tambin sobre los tejidos generacionales, los pasados en comn. Pero la polmica entre Alberdi y Sarmiento es sobre traiciones, cobardas y figuras escindidas, que dicen atacar al despotismo siendo tanto o ms despticas ellas mismas. Usted escribi el Facundo contra Rosas y viene a servir contra usted por haberse puesto en oposicin con su propio libro. Pero ms que el Facundo, la cuestin es el periodismo de guerra que ejerce Sarmiento en la Campaa del Ejrcito Grande. Se lo denostaba a Urquiza como si fuera la ltima reencarnacin de Rosas, tal como a ste lo haba visto en el Facundo reproducirse en los rostros del Dr. Francia y de Facundo Quiroga. Alberdi ser el truchimn, el cobarde, el doctorcito o simplemente el abogado, mencin que se hace con desprecio, porque en el sistema de hipstasis de Sarmiento, Alberdi es Urquiza. Y ha descubierto que el Urquiza de 1852 tambin es Rosas. Cuando Sarmiento le dice a Alberdi hablole de prensa y de guerra tambin est insinuando que el combate no ha terminado. Que la prensa es la otra manera de la guerra. En verdad, su forma sobresaliente. Por eso la tarea no ha concluido; es la misma ahora que antes de Caseros. Alberdi, conociendo a Sarmiento, haba anunciado que solo tratara a ste a travs de sus escritos. Para Sarmiento no hay problemas ni necesidad de advertencias. Atacar directamente la persona moral de Alberdi. No procurar los sobrios eptetos que Alberdi

sopesa y usa con cuidado, aunque sin disimular su enojo. Sarmiento es sangriento cuando lo amonesta, porque ha atacado a Urquiza y Alberdi se ve en la necesidad de responderle. Las quillotanas de Alberdi y Las ciento y una de Sarmiento significan, en 1853, un debate con conciencia de s mismo: es decir, un debate que para muchos contemporneos es profundamente molesto por lo brutal de las acusaciones, a poco de cado Rosas. Los verdaderos debates ocurren en torno a los grandes acontecimientos. Y cuando se dan de manera recia, obligan a afilar los ornatos ms denigrantes, lo que hace que los dems hombres miren y piensen hasta esto hemos llegado. Por eso es fundante la idea de que son los contornos drsticos de una polmica los que fijan los alcances de la cuestin intelectual en una nacin. Para eso, en el debate se examinan las retricas generales que deben emplearse en el precisamente en el seno mismo de un debate. Es un debate sobre la prensa, el periodismo, las escrituras, la retrica de una sociedad en guerra. El primero de la historia nacional que tiene esta envergadura, que luego, en situaciones parecidas, difcilmente se repetira en su grave alcance intelectual y moral. Se discute el papel de los rdenes cognoscitivos del periodismo y el ejercicio de las escrituras pblicas. Y aunque las cartas que escriben Sarmiento y Alberdi en Chile son piezas fundamentales de un debate constitucional, principalmente salen a luz los eminentes vnculos entre la guerra y la prensa, entre los escritores y los jefes militares. De tal modo, este cruce dramtico implica el mutuo juicio sobre la propia figura de los polemistas, las responsabilidades polticas que justifican el periodismo de agitacin y la posibilidad de que reconocidas obras literarias sean sometidas a una crtica literaria que no sera otra cosa que el duro juicio de la historia. Dicho de otra manera, el tema fundamental es cundo termina una guerra. No se hace otra cosa que debatir en secreto sobre esta consigna, siempre. Para Alberdi es evidente que la guerra ha terminado. Desconocer que ha empezado una poca enteramente nueva para la Repblica Argentina, despus y con motivo de la cada de Rosas, es desconocer lo que ha sido ese hombre, confundir las cosas ms opuestas y dar prueba de un escepticismo sin altura. Cul ser la conclusin de este aserto? Que no era ms necesaria una prensa de guerra a la manera cmo la concibe Sarmiento, que sigue con ella ahora como si no se hubieran acabado los tiempos del tirano. No hay un verdadero Rosas? Finge un Rosas aparente. Alberdi convierte a Sarmiento en el nostlgico de aquellos picos combates contra Rosas. Aora sus tiempos de soldado, de aquellas nobles escrituras contra el tirano, las primeras, sin duda, bastante mitologizadas. Alberdi criticar a Sarmiento con argumentos de un sabor semejante al que ste emplea con l. Si no se quiere comenzar a debatir la constitucin hasta que se acaben los caudillos (lo que le atribuye a Sarmiento), tampoco es posible comenzar los tiempos nuevos con un gobernante que derrot a Rosas y simplemente ir a imitarlo (lo que le atribuye Sarmiento a Alberdi). El realista Alberdi proclama: Dad garantas al caudillo, respetad al gaucho, si queris garantas para todos. Esto lo que lo lleva a su crtica trascendental a la prensa de guerra, que antes era antirrosista y ahora antiurquicista. La venenosa prensa que cuestiona que se haya triunfado contra Rosas con su mismo color rojo. Alberdi responde: pero con el color azul se trabaja para restablecerlo. Quin es la continuidad de quin? Esta frmula gobierna la gran polmica. Para Alberdi, fue atacado el que acababa de dar libertad a la Repblica Argentina, con las mismas armas con que antes se combata al que la ensangrent y encaden por veinte aos. Sarmiento escribe pginas de grave imputacin contra Urquiza, que vive en Palermo entre cadveres sacrificados del ejrcito vencido. Alberdi espantado por estas descripciones, considera que el escritor de guerra como el periodista Sarmiento penosamente conseguir impartir llamados a la paz de un da para otro. Ese escritor no

vacilar en emplear las mismas palabras que se usaron a propsito de Cuitio y la mazorca matadores insignes, contra el propio Urquiza. Se trata de escritores que asemejan a caudillos de la pluma, producto natural de la Amrica despoblada. Alberdi da vuelta el mote sarmientino contra los caudillos y el desierto; nada era ms fcil, entonces y despus, que invertir el enunciado de civilizacin o barbarie. Es la prensa que sigue en guerra contra Urquiza como lo estuvo contra Rosas. Quin es el caudillo de esa prensa? Sarmiento es su caudillo. Son el espectculo de gauchos disfrazados con levita para fingir acuidad en los salones. Las pginas de Alberdi contra tal personaje, el gaucho simulando ser escritor, tiene un pigmento irnico, sobrio pero contundente: los gauchos de la prensa son el nuevo peligro, tan amenazador como lo fueron los gauchos del desierto. Si para Sarmiento, Urquiza heredaba a Rosas, para Alberdi Sarmiento era el Cuitio de la prensa. Recordemos que en La Moda, Alberdi haba comparado el cintillo punz con una figura de La Moda, que individualiza y a la vez crea una muchedumbre que se mueve en torno a identificaciones comunes. En la carta de Yungay a Urquiza, de octubre de 1852, antes de la polmica con Alberdi, pero provocndola definitivamente, Sarmiento opta por darle a la discusin un objeto a su manera: aquel objeto, el cintillo punz. Comprueba que Urquiza decide mantenerlo, se empea en volver atrs y que los nobles ciudadanos recojan del fango el odiado, el despreciado, el innoble trapo colorado que haban pisoteado el 4 de febrero, como prueba de que eran libres ya. Alberdi no tiene la misma visin de esta cuestin colorstica, que a su temperamento prctico y sociolgico no poda parecerle pertinente: Este color representaba el sistema federal. Adoptado el sistema poda ser tan esencial la abolicin del smbolo? Federales en uno y otro campo era el color comn de vencedores y vencidos; si con l haba tiranizado Rosas, con l se haba destruido a esto estaba reducido el cintillo, despojado ya por Urquiza del lema de muerte que le haba puesto Rosas". No era el cauto Viva la Federacin, que La Moda tena como insignia? La explicacin alberdiana es portadora en s mismo de un indisimulable dramatismo: los smbolos no pueden tenerse como esenciales en la definicin de la accin social. As habla un socilogo, que no era el mismo que haba escrito La Moda. All, es cierto que detrs de sus crticas al costumbrismo conservador, lata un sociologismo modernizante. Pero aqu es un Alberdi solo sociolgico. Es Sarmiento el que vive de los smbolos. Haba escrito en el Facundo que la cinta colorada era la materializacin del terror, como respondindole al anterior Alberdi de La Moda. Otras jornadas de la historia nacional muy distantes supieron tambin contener este mismo debate entre la cinta y la estructura material. Se trataba de los enemigos vistiendo las mismas casacas y marchando con los mismos himnos. Se trataba pues de la cuestin de los smbolos, mudas herldicas que si pudieran pensar, si pudieran hablar!, deberan saber aconsejar a los pobres combatientes que no fijaran su ideal en ningn trozo fijo de la realidad al que le confiaran la vida del talismn o del mito. Sea la mscara de Fernando VII, la mscara de Rosas o la mscara de Pern. Ya Alberdi se haba apartado de su oficio ms fino, el juzgar un elemento as de simblico, poniendo en primer plano las fuerzas colectivas de un ciclo histrico antes que en la aparente contundencia que brindan los smbolos de identificacin en las pecheras. En cambio, Sarmiento: La cinta de Rosas era el despotismo, era la mazorca, era la barbarie, era la humillacin, era todo. En estas ajustadas premisas, como sabemos, reposaba el Facundo. Y no haba tambin Urquiza introducido en la Buenos Aires a la que entra vencedor el epteto sucio de salvajes unitarios? Conclusin. Nadie se enga desde ese da. Es en la Carta de Yungay, escrita por Sarmiento al

mismo Urquiza, que consigue decirle: Aquella medida tan insignificante al parecer, fue traducida por el instinto popular en su verdadero sentido: la continuacin de la arbitrariedad antigua a nombre de la Constitucin ahora, como antes haba a nombre de la Federacin. Era tan importante el emblema colorstico? Para el temperamento dramtico de Sarmiento s. Para el de Alberdi, analista del orden social como hecho macizo, productor de efectos duraderos y mbito de un sentido colectivo basado en intereses y no en alegoras, no. Ya no era el Alberdi de La Moda. De algn modo, haba abandonado el periodismo. Pero tambin era Alberdi amigo de las frmulas basadas en eptomes breves e ingeniosos. Devolver entonces: En el ejrcito grande Ud. emprendi dos campaas: una ostensible contra Rosas. Otra latente contra Urquiza, una contra el obstculo presente, otra contra el obstculo futuro. Su arma contra Rosas fue el Boletn, su espada contra Urquiza fue el diario de la Campaa el Diario era la refutacin del Boletn, y por eso Rosas lo hall bueno cuando ley el manuscrito cado en sus manos antes de la batalla del 3 de febrero. Sarmiento es pues el periodista que se vale de esas armas para considerarse superior a las acciones del Ejrcito en el cual supuestamente milita. Quizs haya un estilo polmico del siglo XIX que no podamos sino atribuirle a esa centuria y que no sera propio de ninguna otra. Difcil asegurarlo, pero no se podra desdear el peso de una irona que acta con distintos grados de refinada crueldad. El buen polemista juega con lo que su enemigo no sabe de s mismo, y lo que no sabe es siempre hasta qu punto puede ser objeto de burla gracias a sus hbitos de oscura recurrencias. En una gran polmica, se trata de dejarse en evidencia todo hecho que aparentemente insignificante y fuera de la cuestin esencial, a fin de degradar al que est en el foco de la crtica. As lo hace Marx en El 18 Brumario cotejando el to con el sobrino y el reciclamiento de los hechos histricos segn las variantes de la tragedia y la comedia, para denostar en el parecido o la repeticin la forma actual zaherida. Abundan en Sarmiento y Alberdi estas construcciones, que sin duda componen un artificio polmico de garantizado poder demoledor. Alberdi le dice a Sarmiento que su Campaa es un libelo de acusacin, no un testimonio histrico. Es un arma de guerra, como Ud. mismo la ha calificado, lanzada en apoyo de la revolucin del 11 de septiembre y escrita para prepararla. Esto es, periodismo arbitrario, blico. Se lo dice tan solo a Sarmiento, que no concibe el fulgor de un ejrcito o una asonada sin que sea moldeada y ms aun, forjado por la prensa o la escritura. Resta el sorprendente detalle de que el manuscrito de la Campaa del Ejrcito Grande, como aqu nos enteramos, fue capturado por Rosas, en una escena que no dista mucho de las que antes Sarmiento haba escrito en el Facundo, imaginando a Rosas en su despacho leyendo su arma de guerra, el libro letal, despachurrado luego de recorrer otros agrupamientos de lectores, ranchos de la pampa, concentraciones militares. Vase esta gran mordacidad alberdiana: Si Rosas hubiera triunfado de Urquiza, su Campaa estara inserta en el Archivo Americano, es decir, el peridico oficial de Rosas, dirigido por Pedro de Angelis. Sarmiento, equiparado al principal publicista y periodista de Rosas. La discusin tiene su matriz en el dilema inmemorial entre las armas y las letras, tal como aparece en documentos histricos de todas las fases de la civilizacin, y que nos legan los siglos ms recientes en la voz del Quijote. Alberdi a Sarmiento: Qu iba Usted a hacer al ejrcito? Qu llevaba Usted? Su pluma; usted no era
soldado. La pluma en el ejrcito no es un arma.

Lo que propone Alberdi parece obvio. Ya estara concluido el debate si se tratara apenas de saber que un soldado no es un escritor, al menos en la prctica especfica del arte militar, y cuando realmente lo ejerce. Quiere ridiculizar a un Sarmiento que

atropella realidades en nombre del arte potico del conspirador. La pluma es un arma pero cunto puede la pluma del periodista? El problema que se quiere plantear, entretanto, no tiene solucin fcil. Todo ejrcito tiene su diario, boletn o publicacin afn. Recurdese The Southtern Star, La Estrella del Sur, refinado proyecto del ejrcito de ocupacin para presentar con amenidad el libre comercio, la tolerancia religiosa y la situacin del mundo luego de la derrota de la flota espaola en Trafalgar. La Gazeta de Buenos Ayres es en gran medida un peridico de guerra, y all se publican meditaciones sobre la cuestin militar, tan elocuentes como las frases morenistas los pueblos compran a precio muy subido la gloria de las armas o ya conocis que hablamos de los delincuentes autores de la conspiracin de Crdoba, cuya existencia no nos ha sido posible conservar, la primera referida la fundacin de la biblioteca en tiempos blicos, y la segundo al fusilamiento de Liniers. Pero la discusin de Alberdi con Sarmiento trata de otra cosa. No de darle a la marcha de los eventos blicos un mero rgano de propaganda, difusin y entusiasmo militante, sino de encuadrarlos en figuras explcitas de direccin, el peridico como organizador colectivo. Sarmiento, periodista, habra escrito boletines para moldear los acontecimientos militares. Para sustituir por va de la prensa el fantasmal estado mayor de ese ejrcito en campaa! Y al propio general en jefe, al que considera ineficaz ante los requerimientos de la guerra moderna! Sabedor de esa creencia sarmientina sobre los textos prefigurando realidades militares y sucesos histricos, Alberdi cree refutarla con una irona al alcance de la mano: Con diez aos de publicaciones nunca pudo usted precipitar una (provincia) contra Rosas y ltimamente con 500 pginas no ha conseguido quitar una sola al general Urquiza. Es decir, no es cierto que papeles, libros voluminosos, artculos en los diarios, conmuevan las arquitecturas de la realidad. Pero Sarmiento insiste en ver un Urquiza totalmente desasido de la idea intelectual de la comprensin de los hechos. Sarmiento haba contado en su Campaa que ante ese Urquiza que solo se regodeaba con sus propios pensamientos, a l le haba costado menos hablar con Cobden, Thiers, Guizot, Montt o el Emperador del Brasil. Podramos coincidir que los recursos de la publicidad en un ejrcito cumplen con ciertos fines parecidos a los que Sarmiento le atribuye a su Boletn? Distrae los ocios del campamento, pone en movimiento a la poblacin, anima al soldado, asusta a Rosas, etc. No lo cree as Alberdi, pues siempre dirigindose al interpelado como si lo tuviera enfrente, usted era en el ejrcito un simple teniente coronel, no tena intimidad con Urquiza decir que el Boletn y no un cuerpo de 30 mil hombres es los que pone en movimiento a la poblacin era una impertinencia que deba naturalmente enfadar al general en jefe. Urquiza responder tambin a este escrito por medio de su secretario, de un modo similar en que no dejaran de hacerlo conjetura Alberdi, un San Martn o un Napolen. Respecto a los prodigios que dice Ud. que hace la imprenta asustando al enemigo, hace muchos aos que las prensan chillan en Chile y en otras partes y hasta ahora D. Juan Manuel de Rosas no se ha asustado El cuadro de este intercambio polmico resulta ser apasionante. Vemos desfilar viejos artificios de la explicacin histrica cuando se debate sobre los poderes en razn de si fuera ms apropiada la vida intelectual para destronarlos el periodismo, que la intervencin a las armas. Sin embargo, como recuerda Alberdi, Sarmiento lea en las noches de campamento manuales franceses de estrategia. Aplicados esos manuales, siempre se produjo la derrota de sus importadores en esta Amrica desierta. Estas estocadas alberdianas tienen la anticipada lucidez que puede introducir matices decisivos en las polmicas que cclicamente se apoderan de la vida nacional en cuanto al saber que le sera ms adecuado, si el extrado de ajenas experiencias o el que se sita en los pliegues de lo propio. Cuando a la maana siguiente vea usted gauchos y no

soldados europeos exclamaba barbarie, atraso, rudeza. Este s es todava el Alberdi de La Moda. Muchos escritores posteriores a este debate hubieran deseado poseer las imgenes de Alberdi para retratar al sempiterno conflicto entre el realista social y el utopista desenraizado. Los gauchos no deben ser ciudadanos a la inglesa en la guerra, afirma Alberdi, un tanto distante de las Bases que ha escrito en esos mismo das, en las que alaba la condicin del maquinista ingls de las libertades y el comercio. Pero aqu criticar el saber importado, defendiendo al gaucho militar que ha chicoteado a nuestras brillantes reputaciones militares; el gaucho Lpez se burl de Viamonte, Facundo Quiroga, caudillo sin lectura o saber militar derrot a Pedernera, Pringles, Alvarado, etc.. Pero no haba hecho razonamientos semejantes Sarmiento en el Facundo, por ejemplo, en el captulo Guerra social, Chacn? Sin embargo, esta discusin con Urquiza y su otro rostro alberdiano, no se sostiene solo en un Sarmiento alienado de las realidades de la propia naturaleza social y territorial del pas, con escritos que se adjudican la supremaca de la comprensin histrica, militar y no sin un visible deseo de inferiorizar a Urquiza. Sarmiento haba anunciado la perdicin de Urquiza en esa carta que le escribe. Hay algo de fanatismo en este ideal sarmientino de la presencia del escrito infamante ante los ojos del injuriado. Le dice a Urquiza, en la Carta de Yungay: su rol accidental ha pasado. Termidoriano como Tallien, sofoc a su compaero y cmplice Rosas, el Robespierre argentino; jefe de las tropas pretorianas, se sublev contra el tirano al que haba sostenido. Sarmiento es el testigo de cargo contra Urquiza; se entiende as porque se lanza contra Alberdi, luego, con una saa que ni pierde el grado casi diablico que lo posee, ni deja de entrar en zonas de penumbra y carroa pasmosas. Y de inmediato, renglones adelante, el testigo de cargo se dirige al imputado: Por qu mat, general, a Chilavert al da siguiente de la batalla, despus de la conversacin que tuvieran?. Le habla a un asesino, el que era el vencedor de Rosas. Alberdi escribe porque no soporta esas inculpaciones, que de todos modos se generalizaron luego, creando una larga onda de reprobaciones por la notoria arbitrariedad de la orden de fusilar a Chilavert. Pero Alberdi escribe sobre escritos, propone el clsico tema de las armas y las letras. Sarmiento an imagina en cambio que Urquiza leer esta frase de su cosecha, que en algo recuerda al teatral comienzo de Facundo. Acaso la sombra sangrienta de este infeliz se le presente, general, a ofrecerle sus servicios y preguntarle: porque me hizo matar, siendo prisionero de guerra, militar de lnea, sin ningn crimen aunque se me tachasen debilidades? He servido a Rosas en la artillera, pero no en la mazorca, no en las expoliaciones Quin sabe general, si ahora le pesa haber sacrificado un artillero! En los sitios estos pueden ms que los caballos. Estamos siempre dentro del Facundo. Es la voz de los muertos de Sarmiento contra la parsimonia estudiosa y lcida de Alberdi. Voy a estudiar sus escritos. Los escritos de este Sarmiento que contina cargando en las espaldas de Urquiza los degollados de Pago Largo, India muerta, Vences, Palermo? Los cuenta, pone los nmeros y dice que no eran salvajes unitarios, bandidos o traidores. Meramente argentinos. Usted es desde Artigas, Quiroga y Rosas el que ms prisioneros ha degollado. Luego de estas graves invectivas, en las que presenta a Urquiza como un maestro del horror equivalente a Rosas, pasa a otros temas con demasiada facilidad. Los escritos de Sarmiento, que Alberdi va a estudiar, son estudiables solo si a los temas de la organizacin poltica y econmica, o bien de la guerra y de la prensa, se les interpone una reflexin sobre el polemismo atroz de Sarmiento, el ncleo vivo de su escritura: el escarnio puesto a la vista de los condenados (Alberdi, Urquiza) mientras

marchan al patbulo erguido en los mismos textos leyendo pasmados sus propios autos de fe. Alberdi estudia textos, Sarmiento escucha las voces de los degollados. Odo fino, funda as una literatura, aunque no una forma de justicia que sea ecunime para todos los inmolados. Y funda el debate sobre los deberes y estilos posibles para una prensa democrtica. El pobre Alberdi, que sale a defender a Urquiza argumenta con precisin de jurisconsulto, lo que ser otro motivo de las chacotas de Sarmiento. Urquiza hizo las batallas son estado mayor, rondines y jefes de da, proclama Alberdi, es la guerra americana, que alguna vez Sarmiento elogi en Bolvar, ni ms ni menos que en el Facundo. Pero a esta defensa de las condiciones del medio, le agregar Alberdi un similar desprendimiento de los ttulos o herldicas del saber? Este ser un tema muy caro a Sarmiento. Por eso esta disputa lo es tambin en un sentido eminente, sobre lo que arroja esta pregunta: quin est en condiciones de debatir?, cmo es que alguna vez una disputa se hace genuina?, quines son los habilitados para ello? Una polmica exigira primero averiguar quin gana el derecho a polemizar. Sucednea del duelo caballeresco y la reparacin por las armas, una polmica entre escritores debe primero examinarse a s misma, buscar los equivalentes escritos de la accin de los padrinos, de las primeras luces del alba, de la zona boscosa alrededor, de la orden de caminar doce pasos, de la arremolinada confusin de las conciencias en el momento de hacer el disparos frente a frente o derramar la primera sangre reparadora que los escribas de la situacin traspondrn en prosa burocrtica en las actas del duelo. Podemos llamar a esto, asimismo, el drama del periodismo contemporneo. Se polemiza para saber qu derechos tiene el polemista de usar la palabra. Se polemiza para retirarle al otro el uso de la palabra. En las polmicas ms radicalizadas siempre est en juego la materia real de la polmica y su materia autocomprensiva: qu ttulos simblicos originarios hacen a un polemista ms legtimo que otro. Se polemiza entonces por el orden mismo de la polmica. Se puede hacer periodismo, desde entonces, comprendiendo o no comprendiendo esto. La mordacidad de Sarmiento es la del detallista sublime en su maledicencia; ese es el aliento ntimo de sus cartas, destinada a afectar a Alberdi en su honor. El periodismo argentino se parece ms a esta polmica en cualquier poca, que a lo que habitualmente se llama objetividad periodstica. Solo que se diverge en cuanto se enmascara o no esta fragua de ataques de alto refinamiento destructivo. Sea el argumento ad hominem, o el cuadro estadstica que en el fondo deja lado un desprecio por quien lo hizo. Nietzsche afirmaba que el comienzo de la filosofa y del periodismo era la pregunta por el quin. Sarmiento mentar asuntos pblicos y privados de la vida de Alberdi con un fervor mortfero que resultar insaciable. Cundo para Sarmiento? No consigue hacerlo nunca, toma del cuello al oponente y no lo largo an asfixiado, mientras que Alberdi haba proclama un motivo mucho ms modesto. Lo sabemos. Examinar los escritos de Sarmiento, lo que a ste igualmente lo ha enfurecido al punto de responder con graves acusaciones. Puede ser cobarde un escrito? S, si lo ponemos al resguardo del reino de las metforas. Pero otra cosa es la cobarda personal. Sarmiento no habla de escrito, habla de conductas. Y arroja: El 20 de abril fui de los primeros que me present con mi rifle al lugar del combate, por la misma razn que Alberdi se fug de Montevideo, a saber: porque cada uno es dueo de su pellejo: y en Caseros estuve en donde se habra guardado muy bien el conservador utriusque. El detalle refinado de ensaamiento lo aporta entonces la acusacin de cobarda junto a la observacin sobre su mala letra, seguido del pavoroso insulto que contiene la

expresin conservador utriusque, tomada del antiguo derecho cannico, alusiva a la duplicidad de un conocimiento, o el ejercicio de una accin. Como modelo polmico, estaramos ante una furia desatada que organiza grandes escenas de interpelacin despectiva, extrayendo sus insultos de un alegre torneo, alegremente despiadado alrededor del baldn ms malvolo, que pueden ser hechos fastuosos o pormenores banales, siempre acudiendo a un uso desbocado del latn. No sera ste, verdaderamente, un estrato subyacente del neoltico ignominioso (pero con alcurnia para la perjurio) que funda el periodismo moderno, con sus destellos ostensibles en la Argentina del siglo XIX, XX y XXI? En cambio, l, Alberdi examina los escritos. Ser implacable con el Facundo, un libro que desde su misma aparicin haca ya siete aos, haba despertado numerosas crticas. Aberdi subir la apuesta. Usted lo escribi contra Rosas... Y ahora serva contra el propio Sarmiento. Haba criticado al liberalismo destituido de sentido prctico que ahora volva de la mano del propio Sarmiento. Y su interpretacin de Quiroga como personificacin, el espejo fiel de la Repblica Argentina? Esa personificacin era la mayor desgracia a la que se poda someter un pas. Alberdi llama exageracin al gesto de Sarmiento en torno a la representacin de la que se inviste a Quiroga, tipo nacional que surge de la revolucin, el desierto, el pasado colonial. Por qu no condenarlo en toda su extensin, como verdaderamente est tentado a hacer pero no hace? Porque siendo expresin del aislamiento territorial y de una escasez industrial, haba que solucionar antes el peso infausto de esta premisas y luego el peso de la cosas extinguira al caudillaje. Sospechar Alberdi, aunque no la critica frontalmente, de la idea de dos civilizaciones intempestivas en presencia seductora claro que es, y creer posible reescribirla trazando una contraposicin entre el despotismo del atraso y el despotismo del progreso: violencia contra violencia. Pondr a Sarmiento contra Sarmiento. Alberdi va tomar aspectos enteros del Facundo para poner a Sarmiento frente a su espejo invertido. No se deca en el Facundo que era posible establecer las proporciones de despotismo en nuestras llanuras segn las evocaciones que se desprenda en ellas de las soledades asiticas, de la imagen viva de Asia? Alberdi llama la atencin sobre la peculiaridad del libro, que figuran entre los comentarios ms aplicados que en todo tiempo se le hicieran, y se pregunta si los unitarios, el partido hostil al caudillaje, habra intentado restablecer un gobierno que tuviese algo de asitico. En ese caso coincidira con el suelo en que se aplicara antes que con las reglas del gobierno representativo ingls o norteamericano, que nada tenan que ver con lo que en Facundo se describe en cuanto a las peculiaridades del terreno y de la sociedad argentina del siglo XIX. La crtica al Facundo, que sale como folletn en el diario chileno El progreso, es entonces una crtica alberdiana al periodismo que practica Sarmiento. Simple biografa, casi una novela filosfica, es excesiva la pretensin de Sarmiento en el Facundo de que un caudillo pueda cifrar toda la historia de la revolucin, no solo porque si se tratara de tomar el caudillaje como fenmeno general, es incompleta (no trata los caudillos de la prensa, el propio Sarmiento entre otros, que a la postre ser otra hipstasis de Facundo) sino tambin porque tambin equivoca el sentido de la nocin de caudillo. Lo era Bolvar, bien retratado por Sarmiento en Facundo. No lo es Quiroga, que roba y asesina; no es caudillo sino vndalo. Pero el trasfondo de la polmica son las escrituras, el periodismo. Mientras Alberdi hace pasar la acometida personal por un estudio de crtica literaria, Sarmiento va a la persona: Fue usted primero periodista que abogado? S o no? Yo s cmo se ponen remiendos en la edad madura, ante el aguijn de la necesidad, a las carreras que las veleidades del piano y de La Moda dejaron truncas. No le quito a usted nada como

abogado. Lo es usted habilsimo, y si tuviera pleitos malos, abominables, yo conozco el manipulador que sabra adobarlos como un lechoncito y pasar gato por liebre a un juez bisoo. Precisamente, al invocar a La Moda y al piano, Sarmiento lanza estiletes profundos. Alberdi no se los haba permitido l mismo de ese modo. Pero las ciento y una cuyo ttulo no en vano replica viejas sentencias de libros sagrados, significando que siempre se puede agregar un eslabn a la larga lucha por entender la vida, no quiere dejar los antiguos talismanes de pie. Escritor de periodiquines, compositor de minuetes y templador de pianos. Tal lo que le dice a Alberdi, a quien juzga como un abogado que adoba como un lechoncito sus alegatos, cobarde y falso, damisela turbada de rubor frente al pianoforte. An pesaba La Moda. A esos gravsimos insultos conduce la prosa de Sarmiento. Los argumentos alberdianos sobre la guerra, el medio social y Urquiza provendran entonces de un ganapn con el que no se hubieran aquietados sus amanerados deleites de saln. La polmica es entonces sobre el derecho a escribir, lo que incluye el derecho a polemizar. La esencia misma del periodismo de todas las pocas. Y finalmente, el derecho a interpretar y desbaratar la identidad del otro. Con qu derecho se habla? De este interrogante se desprenden dos cuestiones. Es abogado o petimetre? Esto le espeta Sarmiento. Es escritor de textos fundados en doctrina seria o un mero periodista? Esto le espeta Alberdi. Ronda uno sobre la primera alternativa y su serie de desdoblamientos; ronda el otro por la segunda. En ambos casos, se elige el segundo trmino de la opcin. Pero como se est discutiendo sobre los ttulos de cada uno en cuanto a sus respectivas trayectorias intelectuales dadoras de habilitaciones especiales para la nueva etapa que se abre en el pas, Alberdi es el verdaderamente agraviado en su persona y el que se ve obligado a exhibir sus legtimos certificados. Siempre pasa as cuando un nuevo captulo nacional borra anteriores patentes y obliga a pasarlas por un nuevo cedazo crtico. Alberdi termina sus Quillotanas escribiendo su currculum, que menta la hasta all su abundante obra. Sus races se hallan en las voces de aquella generacin que haba actuado ms de una dcada y media atrs. Pone en juego la mencin de todos los escritos de su pluma, donde reconoce influencias y revalida su lnea de trabajo. Y luego el plato fuerte. Primero, afirma que no tendra porque haber rechazado a Urquiza, si este jefe era lector de los documentos que emanaban de la generacin y de l mismo. Ya vimos que dice que era Urquiza el que se haba acercado, y no viceversa. Pero el toque profundo de la campanilla de la memoria lo reserva para el final, que es el examen de un nosotros, que como ya vimos, involucra al tro de redactores del Dogma Echeverra, Gutirrez y l, de los que columbra que en bloque estn en las antpodas de Sarmiento. Para decir esto, debe hablar por el fallecido Echeverra, y en un momento conmovedor de su escrito no sin un dejo amenazador dice tener pruebas pstumas de que el ilustre muerto lo acompaara. En la cuarta epstola de las ciento y una titulada Y sigue la danza, con el mismo tono zumbn en que Va de zambra, otra de las cartas, que menciona a un baile flamenco con intencin bufa, Sarmiento despliega la leccin de todo manual de ataque, que recomienda dejar exnime al enemigo ya derrotado. Cree ya inerme a Alberdi y llega la hora de destrozarlo con la frase jesutica perinde ac cadver!, que es el recurso obtuso de la obediencia que le sirve para declarar como cadavricas las escrituras alberdianas. Mixto de molde del pensamiento en las ms tenebrosas sacristas y frmula alqumica de supersticiosas creencias, ese perinde ac cadaver reiterado muchas veces obvio recurso del que Sarmiento nunca se priva, es el estigma cuyo poder deshonroso es extremo. La frase de Loyola en cursiva y tambin en maysculas, es casi una sesin

inquisitorial de aquellas que el propio Sarmiento volver a escribir con espanto en Conflicto y armonas. Es que Sarmiento siempre est al mximo de su potencia. Alberdi haba dicho que la multitud de frac, entre ella especialmente los periodistas, era pasible de ser vista como parte, no de la civilizacin, sino de su contrario. He aqu Sarmiento, que le responde siempre entre signos de admiracin. Y no ha habido en Valparaso un hombre de los que pertenecen a la multitud de frac que le saque los calzones a ese raqutico, jorobado de la civilizacin y le ponga polleras; pues el chirip, que es lo que lucha con el frac, le sentara mal a ese entecado que no sabe montar a caballo; abate por sus modales; saltimbanqui por sus pases magnticos; mujer por la voz; conejo por el miedo; eunuco por sus aspiraciones polticas; federal-unitario; eclctico-pantesta; periodista-abogado; conservador-demagogo; y enviado plenipotenciario de la Repblica Argentina, la viril, la noble, la grande hasta en sus desaciertos!. Parece broma escribir as sobre Alberdi, que aun le pesa haber hecho La Moda, posedo Sarmiento por una exaltacin que rebasa un adjetivo con otro an ms maledicente, como si quisiera ofrece en concurso una gua excedida, culminante y festejada de las deficiencias de un hombre. Femenil Alberdi? Eunuco, conejo miedoso, ideolgicamente incierto? De algn modo lo mata. Y se burla, antes o despus de matarlo: Siempre que Alberdi medita en una cosa baja usa la palabra alta. Son eptetos de un profundo ingenio polmico. Alberdi con ponzoa sutil; no es menor la de Sarmiento. Pero ste explcitamente hiere al hombre en su cuerpo, all donde se localizan los sntomas seeros del honor. Ciertamente, Alberdi defiende al partido de Urquiza, que sostiene el sitio a Buenos Aires, y Sarmiento a los porteos rodeados por el general Lagos. El placer irrisorio que siente Sarmiento al desgranar una variedad de desprecios contra Alberdi msico, periodista, abogado, magnetizador, para seguir el orden natural de estas adquisiciones, es abrumador. Pero de todas maneras deja algunos resquicios para confrontar cuestiones de la actualidad por la que atraviesan ambos polemistas. Ms all de su historizacin consecuente, las Quillotanas y las Ciento y una tienen una sola materia: la guerra distante, la diferentes posiciones que los dos contrincantes ocupan en ella, y la derivacin que hace nica a esta polmica: qu significa escribir en medio de una guerra, cul es la tica o la autorizacin periodstica que cada escritor concibe para as para opinar sobre esos asuntos de vida o muerte de los hombres y de las naciones. Precisamente, en uno de los raros momentos de la polmica en la que Sarmiento cede un poco en su afn demoledor, es cuando es sorprendido por un hecho indiscutible de la razn inmanente de la polmica. Debaten por la guerra lejana, que ocurre en otro pas el de ellos, pero es de sus propias biografas personales que estn hablando. Alberdi haba deseado quedar a cubierto de esta personalizacin de la querella, de su irreversible condicin de ser algo que envolva sus nombres y sus respectivas trayectorias. Sarmiento, que no deseaba hacerlo, sin embargo condesciende a aflojar su maquinaria de invectivas aunque sea para reafirmar que en lo que se est jugando hay una responsabilidad comn sin poder reprimir del todo su ojeriza contra el contendiente. Y as, diciendo que es justo que la polmica sea un ocuparse uno del otro, tal cosa se justificara en que representan los respectivos arquetipos de la situacin blica que se vive en Buenos Aires. Leamos pues a Sarmiento: Parece que, en efecto, no fuese de m de quien se ocupa exclusivamente en sus cartas. Ser que en efecto usted y yo nos ocupamos de otra cosa? Quiere que firmemos un contrato como el de Buenos Aires? Comprende usted que all mueren destrozados por la metralla sus amigos, los de los campos, y lanceados mis amigos, los de frac? All el can, Alberdi,

aqu la pluma: all la plvora, aqu la tinta. Combatamos como argentinos! Usted lealmente comme toujours! Qutese la mscara. No sea zonzo! Y glorese de haber sido desde muchacho periodista, haber logrado despus, a fuerza de estudio, ser abogadoperiodista y mediante sus Bases, que yo llamo hipotticamente el pacto, ser el periodista-diplomtico. Pero no est aqu la condescendencia que Sarmiento desea entregarle a la polmica. No puede con su genio. El prrafo es perfectamente circular y revela mucho de su espritu antojadizo. Parece llamar a una reconciliacin por la va del sentido comn apelando a las sentencias clsicas: all la guerra, aqu los banquetes. Lo que exigira un reclamo de sensatez, medir lo que se dice y atenuar la guerra que se hace a travs de las palabras en virtud del sufrimiento verdadero de la guerra a travs de los caones. Pero no. Todo en Sarmiento escapa a las proporciones de un sentido que parecera en algn momento emerger tmido, conciliante, para luego deshacerse cuando el crculo se cierra con la misma insolencia con la que comienza. De proponer que mueren en la guerra amigos de ambos y eso no los diferencia, pasa en seguida a su pathos originario, la guerra que los separa inevitablemente; y no solo eso, la sospecha prevaleciente de que se escribe antes que nada para destruir la honra de alguien. Es claro que una cosa es la guerra y otra la polmica escrita. Alberdi lo dice en las Quillotanas, y esa es quizs su tesis principal. Pero este pequeo sntoma de acercamiento, enseguida desbaratado por el retorno al tema absorbente, la imposibilidad de Alberdi segn cree Sarmiento de dejar de escribir cidamente sobre l. Escribir, escribir contra m. Es cierto que Alberdi cumple a regaadientes pero con agudeza analtica, con el pretexto que se impone de hablar de los escritos de Sarmiento. Sarmiento no pretexta nada. Escribe contra Alberdi, masacrando su bibliografa, porque tambin cree que Alberdi solo escribe contra m. Si el tema explcito de la polmica es sobre el conocimiento de la guerra en relacin a las profesiones (periodista, abogado), Sarmiento dice excluirse de la condicin del Estratega, que nace y Dios lo cra, pero no la del conocimiento del arte militar, pues l ha ledo a Jenofonte, Filipo, los romanos, prusianos y franceses, incluyendo las maniobras de Csar, Federico y Napolen, adems de haber practicado a la guerra en terreno, como teniente coronel, pues ha mandado escuadrones por lo que al no haber podido mandar ejrcitos, an ignora si est dotado para dirigir formaciones enteras de batallones, en suma, para lo que muchos aos despus, otro pensador sobre la guerra en el seno de la poltica argentina denomin leyendo los mismos textos que Sarmiento invoca, el leo de Samuel. Por las dudas, suelta una chanza. Invita a Alberdi a comprobar esas destrezas suyas, por lo que le ofrece a disciplinar en quince das al club de amigos alberdianos hacindoles hacer maniobras en una playa chilena porque para educar a soldados inteligentes se precisa poco tiempo. Este polemismo de Sarmiento, que resuelve la irreverencia en desprecio, tiene aspectos obvios la humillacin sistemtica con las armas de machaconas ironas que en su cambiante tarea demoledora deben ser de las ms letales que se escribieron en los debates argentinos, que acaban elevndose al brillo aciago de la aniquilacin en el combate escrito. No quiere discutir con un inepto un abogado como Alberdi sobre el arte militar: Yo no entrar en esta espinosa discusin con un abogado, y abogado con el derecho incuestionable a fugarse de una plaza sitiada. He discutido el punto muy largamente con el mariscal Bugeaud en Argel, y el mariscal Bugeaud gustaba de hallar un hombre de pases llanos, smil en jinetes diestros en el caballo, y de montonera gaucha de las mismas caractersticas del gum rabe. No descansa Sarmiento al encontrar en cada camino lateral y derivado de sus frases la cobarda de Alberdi, el abogado magnetizador, el periodista afeminado, con lo

cual la polmica se desliza sistemticamente hacia el tema del intelectual timorato contra el soldado sapiente. Quin es Sarmiento pues? Es lo que debe probarle a Alberdi que es, pues es sta una polmica de duelistas por el honor de sus actos, profesiones y destrezas para afrontar el riesgo. De profesin, ni periodista ni militar, aunque en estos casos luzcan sus elogiados escritos todos saben que es autor del Facundo, fue a Francia a entregrselo a Thiers, el poltico que en algn momento fue el superior del mariscal Bugeaud, y su tarea de soldado sea descripta por l mismo, sin intimidarse, como la que existe en grado necesario como para no avergonzarme de mi patria de llevar unas charreteras en los hombros, una condecoracin al pecho y una espada al cinto. Todo esto para afirmarse realmente maestro, ya no una profesin sino una eleccin moral, un destino, un acto de pureza ajeno a toda mundanidad o deseo de certificaciones. Lo dems es periodismo de alquiler o prcticas de abogado, de los que abundan en Amrica, en nmero de tres mil. Sobran. En cambio, educacionistas de su clase, poseedores de la paideia, no sobran si es que se forjan como l con la pluma, es cierto, con la espada, acptese tambin, pero sobretodo con la palabra, smil sarmientino de un ideal de excepcionalidad al que se pone por encima de todo. La polmica entre las Quillotanas y las Ciento y una, era para descubrir en medio de la guerra quin era el intelectual la palabra no exista exactamente del modo que la empleamos hoy de la poca. Y por lo tanto, quien poda fundar el periodismo del futuro. Sarmiento y Alberdi se conocan, se haban ledo, haban festejado mutuamente sus escritos y muchos aos despus de esta polmica mediaran ciertos abrazos y modestas reconciliaciones. Por el momento, luego de haber trazado brillantes frmulas refinadamente irnicas Alberdi, sin llegar a la casi excelsa criminalidad literaria sarmientina para tratar la cuestin de las potencialidades del periodismo de combate al que reprueba en su momento de periodismo de que sin embargo expresara lo peor del caudillismo, se ve obligado a quedar a la defensiva frente a Sarmiento, estratega de oraciones destructivas que forman parte de su batalln retrico que no poco le debe a su bonapartismo literario. Luego de ledos los artculos de Sarmiento que no toman forma de libro, son artculos de prensa Alberdi ensaya reponer su tesis sobre la complicidad de la prensa en las guerras civiles argentinas. A sta la cree capaz de querer pasar por fatua y elegante, vistiendo bota de potro. Cuando levanta los cargos salvajes que le hace Sarmiento en torno a la prensa asalariada, tmidamente dice que era el rgimen bajo el cual todos haban escrito. El tiempo hace su tarea sobre esta polmica en la que ahora parecen equiparados Sarmiento y Alberdi en fervor argumental y disposicin al ludibrio, pero en aquel ao de 1853, era enojosa su lectura por sus contemporneos. Solo pareca un combate de predominio intelectual que expona al peligro de que la poca se tornara un pantano literario en que cada uno se acusaba de ser la continuacin de Rosas. Sin embargo, por eso mismo es una polmica ejemplar sobre las pertinencias del periodismo y la guerra, sobre la oda y el parte de guerra, en fin. Una escisin de antiguos compaeros es el modo inevitable en que una poca se pregunta si sus distintas facciones no pasaran por ser la reiteracin diferencial de lo mismo que haban expulsado. Y el periodismo de alcurnia, asaz destructivo tambin, sera la liza de ese combate. No obstante, aun perdurar el Alberdi de La Moda en el todava ms distante El crimen de la guerra. All leemos: El honor, es el orgullo del mrito que se prueba por las armas. El caballero es un hombre de espada, que sabe batirse y matar a su adversario. El ornamento del diplomtico, es decir, del negociador de la paz de las naciones, es la espada. La etiqueta de los reyes quiere que un caballero no se mezcle con las damas en los salones de la Corte sino armado de una espada. El bigote es el signo

del guerrero, porque esconde la boca, que traiciona la dulzura del corazn. Nada ms que la supresin del bigote sera ya una conquista en favor de la paz, porque la boca, como rgano telegrfico del corazn, habla ms a los ojos que a los odos. Naturalmente el bigote es de rigor en los tiempos y bajo los gobiernos militares; es un coquetismo de guerra; un signo de amable y elegante ferocidad. En los tiempos de La Moda, se trataba de ver los rasgos estilsticos de una sociedad como un campo de batalla para la renovacin de las costumbres. En el caso del bigote una suerte de espada del rostro, la reflexin alberdiana vuelve a su pasin originaria, y en ese insignificante adminculo que no reclamara mayores preocupaciones a la filosofa, Alberdi percibe un signo blico. En las modas, lo que se renueva es un viejo conflicto cultural entre la guerra y la paz. As como alguien dijo que lautomobil cest la guerre, Alberdi proclama le moustache cest la guerre. Pilosa injusticia contra tantos embigotados pacifistas, adems de haber tantas especies de bigotes, el portento boscoso nietzscheano o el que canta el tango (a esos bigotitos de catorce lneas que en vez de bigote son un espinel...), pero indicio de un tipo de reflexin sobre los smbolos que nadie como Alberdi supo atravesar, tan imbricada con el mundo histrico. La Moda no contena avisos publicitarios. Quizs, pasadas tantas y tantas dcadas podamos conjeturar sobre la paradoja de que La Moda sea una papilla interna de la publicidad, que una no existan sin la otra, y que los achaques que vea Alberdi, siguiendo a Mariano Jos de Larra, en el costumbrismo espaol, sean hoy contestados, con todas la deficiencias que puedan imaginarse, con publicidades como la de la revista Harper's Bazaar Espaa. All se dice que esta revista piensa en moda, avalada por los ms de 140 aos de historia de la cabecera Harper's Bazaar en Estados Unidos. Es la revista de moda ms sofisticada del quiosco. Una cabecera de referencia que ofrece una mirada distinta: sofisticada, provocativa y sensual. Pensada para mujeres de hoy, cosmopolitas, con personalidad y estilo propio; cultivado e independiente. Es distinta y distinguida, la revista para las mujeres que mueven el mundo. Todas las secciones, fotografas, entrevistas y reportajes sobre moda, belleza, estilo, desfiles, modelos, diseadores, cultura y viajes con el aadido de contenidos multimedia e interactivos exclusivos para iPad. Algo del joven Alberdi hay en estas lneas triviales, esperables. Sarmiento lleg a considerarlo no un escritor, sino un vulgar afinador de pianos. Pero lo que hay es trgico. l quiso decir otra cosa: en esa cabecera de referencia que ofrece una mirada distinta, quiso ver algunas de las tantas versiones del socialismo que alberg el siglo XIX.

Parte II El periodismo de izquierda. La izquierda periodstica


Captulo 7. La Montaa No es imposible juzgar a La montaa, de Jos Ingenieros y Leopoldo Lugones (1897), como uno de los sucedneos de La Moda de Alberdi. Los saltos de poca que deban darse para encontrar el clima de 1837 sesenta aos despus, poco cuentan si se trata de observar cmo el movimiento de los estilos personales de vida vienen a combinarse con las imgenes estratificadas de la sociabilidad general. Es cierto que ahora importa mucho menos criticar las costumbres heredadas en el gran teatro de sociabilidad urbana, los salones privados y la presentacin del ser a travs de sus rasgos indumentarios; ni se trata tampoco de fundar nuevas miradas colectivas hacia las literaturas de La Moda que sepan abandonar la ceguera en cuanto a un activismo renovador, ese individualismo burgus que absorbe los caracteres modernos de un vestir

o de una lengua con inflexin preferentemente inspirada en La Moda francesa. Pero perdura la idea poltica de que la divisin social, ese tajo implacable que confirma poderes y arroja a miles de hombres a la miseria, puede comentarse tambin con los smbolos que provienen del goce mundano o de la privacin de los desesperados. En un artculo del nmero 3, enseguida llama la atencin un escrito que se impone por su nombre: La legin de los descamisados. cuando nuestros diputados valsen con vanidosas ridculas, cuando el fro organice su cortejo de suntuosas fiestas [...] entonces, cuando el fro provoque el regocijo de los de arriba, en los altos lugares resplandecientes de oro y luz, abajo, en los bajos fondos desnudos y sombros de esta misma sociedad, el mismo fri despertar un clamor de sufrimiento [...] Es la Legn de los Descamisados que murmura [...] ved estos rostros enflaquecidos y amarillos, esas manos apergaminadas y huesosas, esos ojos apagados o brillantes de fiebre, [...] esos cuerpos tsicos y descarnados que tiemblan bajo un harapo [...] huyen de las miradas, yendo a remolcar su miseria en los lugares abandonados, en los huecos y calles desiertas [...] de dnde vienen? Casi siempre de pequeas ciudades provinciales que han abandonado seducidos por el brillo de la gran ciudad; de las miserias europeas que dejaron por la Amrica de los sueos de oro [...] Deteneos burgueses! Vedlos surgir de la sombra, interrumpid vuestras fiestas y festines insolentes, y si no, guardaos, y cuando bajis a la calle no insultis ms con vuestras calientes pieles a la miseria que tiene frio. Se trata de un tpico relato anarquista evanglico de procedimiento dicotmico, el ms adecuado para la souffrance mstica, escrito por un autor probablemente desconocido, con el presumible pseudnimo de Guay Cendre, en el cual vemos La Moda como un sistema de fuertes referencias a seales existenciales contrastantes. Fro / calor; suntuoso /desnudez sombra; regocijo / miseria; oro y luz / harapos; vanidosas ridculos / rostros enflaquecidos; festines insolentes / miseria que tiene fro La montaa contempla una era vulgar y una era excelsa. La primera, es la del tiempo en que sale, el pas en que sita, la fecha del calendario habitual que la recoge. La otra es mstica e irreal, forma parte de la gran utopa revolucionaria. Y sus fechas son las del calendario espectral de la Comuna de Pars. Ingenieros dice en un artculo del nmero del 1 de mayo de 1897, esto es, correspondiente a su fecha sacramental del 12 Brumario del ao XVII de la Comuna, que hoy es 1 de mayo en la era vulgar. El otro nombre del calendario tiene la consigna de la Comuna de Pars, el gran hecho revolucionario que ocurrido un cuarto de siglo antes, an marcaba el muro divisor de las conciencias pblicas. Uno de los artculos de La montaa est firmado por Edgard Carpenter, donde se elogia la utilidad del robo, bajo la aseveracin que las grandes corporaciones de ladrones tienen sentimientos comunistas. Son afirmaciones que pertenecen a su era communard. Porque no pocos aos despus, Ingenieros en su tesis La simulacin en la lucha por la vida, negar estas tesis anarquistas con escrituras que rezan: entre los ladrones que hemos estudiado en la clnica criminolgica establecida en la Polica de Buenos Aires [...] muchsimos son los que simulan haberse dedicado al robo porque son partidarios de las ideas filosficas de Proudhon, que dijo que la propiedad es un robo; en realidad, su nico objetivo es justificar con esas ideas los actos antisociales que constituyen su mtodo de lucha por la vida. Sin embargo, este vuelco espectacular merece alguna reflexin. Ingenieros haba escrito la saga Los reptiles burgueses en La Montaa. Dijimos que haba un hilo conductor no por tenue menos sugestivo entre La Moda y La Montaa. De algn modo, la denominacin de ambas lo primero es lo transitorio de lo social, lo segundo es su forma quimrica y prometida, aluden a una utopa social. Alberdi es un reformador de costumbres como va para instituir nuevas leyes de igualdad y progreso. Ingenieros,

aunque se siente ms sucesor de Echeverra, tambin calcula o justiprecia que la crtica a ciertos usos sociales bien definidos, abre la compuerta del cambio social. Para eso, debe subirle el tono a las pullas hacia el burgus, que en Alberdi no pasan de criticar al pcaro de las multitudes, el hombre hormiga. Ingenieros puede considerarse tambin un estudioso de los caracteres sociales, ya no en el plano de las filigranas de los usos de saln y de las maneras de saludar en la calle, sino en las mscaras de fingimiento que proveen las ocupaciones burguesas: El burgus bolsista es ms puerco que el burgus intelectual, es ms avaro, ms inicuo, ms cretino, ms estpido, pero tambin ms sincero. Le satisface que se le estime por rico, que se le envidie por adiposo, que se le agasaje por potentado. No le importa que le llamen idiota o ladrn. Prefiere ser idiota millonario y no inteligente hambriento; ser ladrn estimado y no trabajador deprimido. Lgicamente, en La Moda no hubieran podido escribirse estas palabras, pero se mantiene el aire de condena a los usos sociales sostenidos en caracteres sociales que privan en la persona, tal como se exterioriza en el mundo. Ingenieros condena al burgus a travs de temas caracterolgicos, que son en definitiva temas de estilo. La construccin de arquetipos no solo no es incompatible con el juicio estilstico, sino que finalmente La Moda es una de las maneras en que se expresa la tica mundana, o la metafsica de las costumbres. Kant, ledo tanto por Alberdi como por Ingenieros, ambos al pasar, proclama el reinado de los actos realizados no por inclinacin, sino por deber moral. Sin intencionalidad, sino por necesidad intrnseca de respetar la ley. La Moda sera lo contrario a la ley moral, pero tal como la trata Alberdi, es su complemento y hasta su sustituto. Y como la trata Ingenieros, quizs tambin, pero aqu la moda es ya una lucha ente dos principios morales, el del burgus equiparado a un reptil, y el de los hombres de la sociedad nueva. La Moda son aqu caracteres universales tomados sociolgicamente por cada individuo, fundido en moldes o figurines morales. Cuando Ingenieros pasa a la criminologa, lo hace en nombre de estos principios, por los que no vamos a mostrar ninguna simpata. Pero constituyen tambin una reinterpretacin conservadora, rellena de la estopa del orden policial, de los tipos humanos a la luz de estilizaciones de manas, que tanto se parecen a las modas. Ya vimos en aquel pobre proudhoniano la sospecha de disfrazar de ideologa su inclinacin hacia el robo. Error de Ingenieros, ver los textos, los tramos de las ideologas por las que l mismo haba transitado, como una mscara simuladora; pero esa tesis sobre el ego simulador, que recorre toda la poca, tiene una dimensin reaccionaria y otro sugestiva, innovadora. No es esta ltima la que predomina, pero es la que permite estudiar precisamente las apariciones escnicas del yo desde el punto de vista de las mimetizaciones, las sugestiones altisonantes o las retricas de empaque social: precisamente, La Moda. Hay una versin de la simulacin, donde el cientfico periodista est todo lo prximo que se pueda del estril pensamiento policial, y desde luego, muy compenetrado de su visin de lo que es un delincuente. Por eso, desconsidera absolutamente lo que en el anarquismo poda haber de rebelda contra las normas de propiedad, para tomarlo apenas como un pretexto literario encaminado al beneficio personal del ladrn. No es el buen Ingenieros, periodista y cientfico, el que habla aqu. Las causas nobles seran apenas un pretexto para una utilidad obtenida con mendaces disfraces y justificaciones clebres. Es raro que se decidiera por stos pensamientos, alguien que haba publicado en La Montaa los mencionados artculos de Edward Carpenter sobre la relacin productiva entre el robo y el comunismo. Pero todos sabemos el enorme peso de las teoras, que a veces son meros chasquidos de palabras.

El ejercicio de esa pobre pero seductora ontologa de la simulacin, era una cisterna obligatoria, con su oscura potica y su axiomtico abalorio cuentista, donde pareca arrebatador y bastante chistoso arrojar all lo que parecan las sobras patolgicas del mundo. Los harapos que eran festejados en La montaa como festn de los libertarios, en la ciencia de alcalda policial en que por un tiempo se zambulle Ingenieros, los harapos del anarquista eran tapaderas del delincuente. Pero aquellos utpicos pensamientos del periodismo de La Montaa redactado durante sus 12 nmeros por Ingenieros y Lugones, socialistas revolucionarios cuando jvenes, se justificaban desde la magna decisin de computar el tiempo revolucionario desde la cada de la Comuna de Pars. Referencia en la historia francesa que pasaba por ser una referencia universal. No era muy diferente en La Moda. Comuna y moda eran objetos de una temporalidad perdida, una felicidad pura en una burbujea de tiempo destinada a fenecer gloriosamente. Aunque llega tambin a Ingenieros la hora de decir, dcadas despus, que las aspiraciones revolucionarias sern necesariamente distintas en cada pas, en cada regin, en cada municipio, adaptndose a su ambiente fsico, a sus fuentes de produccin, a su nivel de cultura y an a la particular psicologa de sus habitantes. Ya estamos en los Tiempos nuevos, sus textos de la poca de la Revolucin Rusa. De La montaa, hecha para homenajear a los comuneros, ya haban pasado veinte aos. Ya no haba un tempo profano y un tempo egregio y mitolgico. No hubo luego en la historia del periodismo argentino, pero habr que buscarlo, ninguna otra manifestacin escrita de un diario operante en esas dos fajas del tiempo. En todos los nmeros de La Montaa puede apreciarse ms plenamente la introduccin de la palabra sociologa, teida de un aire spenceriano, pero an no escindida de su troquel general el socialismo y conviviendo con un esencial inters por los procesos esotricos del conocimiento y de la mente. En este peridico, existe una seccin permanente denominada estudios sociolgicos donde conviven Daniel Deville, Enrique Ferri, Carlos Marx, Macedonio Fernndez, Jules Guesde, Paul Lafargue, Augusto Bebel, Antonio Renda, Sebastin Faure, Jean Jaurs, Aquiles Loria, Edward Carpenter, Ren Worms y los propios Ingenieros y Lugones. La afluencia extraordinaria y catica de nombres, todas bsquedas que van desde el esoterismo revolucionario a una revolucin en las conciencias, hacen de La montaa el peridico ms interesante de la historia periodstica argentina, en cuanto a la bsqueda de un ethos vital, un sntoma de vita nuova y de un activismo para el siglo que vendr sin herencias. As lo quera tambin La Moda: veremos las dificultades de la cuestin. En este simptico y sugestivo batiburrillo puede leerse la defensa de la idea de sociedad sin Estado, una interpretacin del marxismo con el agregado de las determinaciones del medio y de la raza, una originalsima crtica al idea de herencia, una interesante psicologa de la bancarrota, una ufana crtica al cooperativismo en nombre de la verdadera emancipacin obrera, una defensa de los criminales o un breve comentario sobre el tercer Congreso del Instituto Internacional de Sociologa, celebrado en la Sorbona. En ellos se insina el contorno que adquirira la sociologa del siglo posterior, una vez resueltas aquellas tensiones que, por lo menos La Montaa, no deseaba desatar pues hacan a la vigorosa extraeza de las combinaciones y perfrasis que ella misma presentaba. Pues si la palabra sociologa era tratada con suma consideracin, a la manera de una vecindad necesaria con el socialismo ambos confluyendo en el ideal cientfico, y acaso escindidos porque a la primera le tocara prolongar al segundo en el anlisis de las instituciones capitalistas o de los confines de una nueva moralidad antiburguesa , por otro lado la ambicin libertaria que preside las pginas de La Montaa le otorga a su sociologa una fulgurante actualidad que busca su sujeto en la potica de los descamisados, y en las conciencias desterradas, oscuras,

blasfemantes y sufrientes. La expresin descamisados aparece en este artculo as como tambin la expresin Fascio dei Lavoratori, que corresponde al grupo socialista que tambin se rene en la calle Cuyo 1817, probablemente uno de los locales del club Vorwrts, donde Ingenieros suele ofrecer conferencias. El nombre de este grupo, que convive en las pginas de La Montaa con otros como la Agrupacin Carlos Marx de los Corrales! nos introduce nuevamente al tema de los rezagos lingsticos, los hbitos denominativos y las aureolas ideolgicas asociadas al movimiento social. Es como si hubiera un rastro nominalista en la historia, por el cual los nombres permanecen bajo una celdilla que pareciera estarles destinada, y luego disgregan su localizacin provisoria y se convierten en emblemas de lo contrario o lo adverso, o lo enigmticamente distinto de lo que haban comenzado a significar. De este modo, si nos precavemos de suponer que movimientos de ndole ideolgica muy diversa podran quedar asociados por haberse cruzado con ellos los mismos nombres, estamos ante un tema de gran alcance, cual es el de los momentos de la civilizacin donde en un mbito relativamente marginal, se preparan como en un laboratorio de prefiguraciones histricas, los signos que luego tendrn muy diversas encarnaciones. La Montaa, en ese sentido, asumiendo la seal del socialismo libertario pero tambin vaticinando oscuramente lo otro, es el ms importante campo de pruebas de las luchas sociales del siglo que advendra, y desde ese punto de vista, el ensayo periodstico ms ligados a la ebullicin de los tiempos nuevos, y acaso solo la iguala la revista Martn Fierro en los aos 20 y Contorno en los aos 50. Por otra parte, los anuncios de la disposicin cientfica conviven con un franco saludo de Ingenieros al ocultismo y la teosofa tal como los practica Madame Blavatsky. Esta antigua ecuyre e imaginativa autora de la doctrina secreta del cuerpo mstico a la que Lugones acabara permaneciendo fiel, es una rara y extendida lectura en todo el mundo. El espritu de la ilustracin racionalista y positiva es veteado constantemente por la acechanza que ningn iluminismo dej de sentir en su interior, la atraccin por la luz oscura de las conciencias, por la poesa enconada de la reparacin moral y por la regeneracin proftica del mundo social. Llega incluso La Montaa a publicar una filpica de Flaubert contra la canalla burguesa a propsito de la censura de prensa en 1835, sin pararse a considerar que el autor de Madame Bovary fue tambin el gran enemigo de la Comuna de 1871, evento que figuraba entre las ms ntimas devociones del peridico. Mientras La Montaa, en paralelismo con su gran caldera de lenguaje, va comentando el drama de su propia clausura y los secuestros frecuentes de ejemplares a que era sometido, deja escurrir entre sus pginas una gran apuesta irresuelta que es la base justa que sigue permitiendo hoy su absoluta legibilidad. Se trata de la apuesta que lo lleva a insinuar una opcin que se va bifurcando, simultneamente interesada por el lenguaje de la ciencia social y por el protagonista social de la revuelta que habla la lengua de la imprecacin moral contra la burguesa. De algn modo, esta escisin mantena latente la unidad contradictoria de una ciencia que se desdoblaba en un espiritualismo de justicia social y en un profetismo de redentores sociales que peda dilogos precisos con el saber positivo. Tal parece haber sido la caracterstica del primer compromiso intelectual alrededor de todo lo que evoca la palabra sociologa. Y precisamente se manifestara en La montaa, en ese sentido tambin heredera de La Moda. Otros compromisos, ms adelante, insistiran en que si no se desbaratasen definitivamente esos lazos pegajosos que mantenan en un mutuo juego de espejos al esoterismo crtico y a la sociologa evolucionista, nada efectivo podra lograrse en el terreno cientfico. Sin embargo, an en La Montaa muchas veces se rompe este tenso equilibrio, como cuando en la resea de un Congreso cientfico

Latino Americano, un artculo firmado con las iniciales T. I., saluda el llamado a considerar problemas de las ciencias exactas, fsicas, naturales, mdicas, antropolgicas y sociolgicas, apenas lamentando que stos ltimos, siendo los ms importantes, hubieran sido mencionados despus que los dems. All la sociologa apareca como racional y cientfica en oposicin a la metafsica y el misonesmo burgueses. Pero para La Montaa, los estudios sociolgicos son una promesa en la que conviven varios estratos de la realidad y el lenguaje: el catastrofismo crtico del Ingenieros de Los reptiles burgueses y la apelacin lugoniana a los regimientos de la Reivindicacin hasta una resea afectuosa de una curiosa publicacin anarquista, Le Paria, Revue Echo-Manuscrit des rves AnArchiques, cuyos nmeros no tiran ms de cuarenta ejemplares manuscritos por su autor, Henry Zisly. Con gran complacencia, Ingenieros dice de l que es un anormal digno de un detendido estudio psicolgico o un travieso discpulo de Lemice Terieux, el impostor francs que tanto lo cautivara y al que poco tiempo despus hara objeto de sus teoras de la simulacin. Pues La Montaa - notoria empresa juvenil, pues ninguno de sus redactores pasa de los veinticinco aos insina o plantea in nuce todos los temas del posterior modernismo crtico, inclusive su desenlace mdico clasificatorio y su teora moral del ego impostor. Es que el modernismo trata de investirse del nombre de las ciencias sociales sin abandonar el compromiso con la renovacin del lenguaje a travs de la quiebra de la representacin burguesa, para lo cual no desdea elementos de origen esotrico, simbolistas e irnicos. De algn modo, la sociologa de La Montaa an lleva inscripta en sus banderas la razn teolgico-poltica, que se presenta en el mundo infundida de socialismo proftico laico, bajo la hermtica advertencia de que la Cosa se acerca. Es lo que se afirma en el artculo La fiesta del proletariado, firmado por Leopoldo Lugones, en La Montaa, nmero 2, fechado el 1 de mayo de 1897, correspondiente al 12 Brumario del ao XXVI de la Comuna. Encontramos en La montaa numerosas noticias sobre reuniones en el club Vorwrts. Estaba ubicado en la calle Rincn 1141. Se haba fundado en 1881, inicialmente por obreros de la cervecera Bieckert y poco despus se converta en un centro decisivo de la difusin de ideas socialistas en ligazn con la socialdemocracia alemana. En el congreso de fundacin de la Segunda Internacional en Pars, el Vorwrts de Buenos Aires fue representado por Guillermo Liebknecht, padre de Karl, quien tuviera trgico destino en 1919. En el peridico del club, denominado tambin Vorwrts, era posible percibir ciertas coincidencias con las proclamas de la Unin Cvica, en las inmediaciones del movimiento insurreccional de 1890. El acto del 1 de mayo de ese ao fue organizado principalmente por Vorwrts. Con el Club, se hallaba tambin relacionado Germn Ave Lallemant, figura fundamental del primer marxismo argentino, y director del peridico El Obrero, que junto a La vanguardia, de Juan B. Justo, preceden a La montaa. Por supuesto, ni unos ni otros estn conformes con el socialismo anarco evanglico de Ingenieros y Lugones. Ave Lallemant tiene relaciones con Kautsky, y es un agrnomo naturalista cuyo marxismo aplica en La Modalidad cientfica de las previsiones ms cautas de la socialdemocracia respecto a la etapa burguesa democrtica, que el agrnomo alemn ve encarnadas en la insurreccin de Alem en 1890, as como en la revista Agricultura vinculada al diario La Nacin, en la que escribe tpicos de su especialidad, pero interpretados con alusiones sutiles a las relaciones con la industria, la renta agraria, la racionalizacin de las tecnologas agrcolas y la propiedad de la tierra. Pero La montaa promueve los grupos socialistas que llevaba este nombre: Fascio dei Lavoratori. En el mismo diario, se informa que el Club socialista de la parroquia del Pilar calle Las Heras y Laprida daba los primeros pasos de su

agrupacin con una comida donde se presentaban algunos componentes del Orfen del Fascio dei Lavoratori, cantando el Himno Obrero. El mismo peridico informa que Jos Ingenieros daba una conferencia el 8 de mayo de 1897 en el local del Fascio dei Lavoratori, en la mencionada calle Cuyo 1817 (hoy Sarmiento.) Demasiadas veces la palabra fascio. Es que La montaa est enclavada en un cruce de caminos; de alguna forma, anuncia la gran encrucijada del siglo XX. Se equivocaba uno de sus articulistas, Macedonio Fernndez, que en La desherencia, se preguntaba al borde del siglo que comenzaba, cul sera la herencia del siglo XIX, en trminos de la discusin sobre la ciencia y el arte. El siglo que suprimir la herencia comenzar por heredar casi nada, se responda el futuro autor de No todo es vigilia la de los ojos abiertos. Es una frase que podramos repetir hoy, o corresponde ms bien un balance apesadumbrado sobre la filosofa y la ciencia, pues les cuesta trascender el mero estadio de expresin de los poderes tcnicos, sin conseguir evitar el menoscabo del acervo cultural universal? No admite autorreflexin sobre la depredacin lingstica y otorga un halo de inmunidad a autoridades fugaces que gracias a esa erosin cultural creen que pueden declararse eternas. Pero Macedonio se equivocaba tambin en su augurio a los tiempos nuevos, pues el propio peridico en el que escriba, se anunciaba aunque en sordina la bifurcacin de las vanguardias, los aires de las futuras guerras y los poderosos mitos que regiran las masacres en los campos de batalla. Captulo 8: Lenin y Gramsci en la cosmovisin periodstica contempornea Tres dcadas despus de aparecer en La montaa, en sus Cuadernos Gramsci menciona varias veces, festivamente considerados, a los Fasci. Eran agrupaciones socialistas sicilianas surgidas a fines del siglo XIX, contra las que Francesco Crispi, ministro de interior de la monarqua piamontesa, que antes haba estado vinculado a Mazzini y Garibaldi, pero hacia el ao 1894 lanza orden de persecucin acusndolos de propiciar la autonoma de Sicilia. Es probable que los miembros del Fascio socialista de Sicilia hostigados por Crespi se encontraran refugiados en Buenos Aires en la poca en que sale La Montaa. Podran imaginarse los aires sicilianos adems de ese Himno Obrero anterior a la Internacional que interpretaran aquellos miembros del Orfen de la calle Cuyo. Fasci: esta denominacin haba hecho su carrera. Circula, se disloca, es remolcada muy pronto hacia nuevos confines y mquinas de guerra. Es sabido que obtiene su fuerza de una palabra latina de varios despliegues metafricos, que mantiene lejano sabor agrcola el agrupamiento del haz y es tempranamente empleada como insignia de autoridad poltica. En Plinio, existe con el significado de trenza de junco. En Juvenal, como un rastro negro en el cielo. En Petronio, se lee non es nostrae fasciae, no eres de nuestra condicin. Fascis es un haz pequeo, un manojo. Fasciculus, ramillete, origina fascculo, empleado en ediciones de breves formatos, y de uso habitual en nuestro lenguaje. Fascis, asimismo, conduce a un grupo de varas atadas como insignia de autoridad, probablemente ya con el hacha en el centro, que llevaban los lictores ministros ante los cnsules y procnsules. Hacia 1914, en Italia, encontramos la denominacin fascio dazione indicando el grupo organizado por sindicalistas revolucionarios y anarquistas que exigen plegarse a la guerra contra Alemania y Austria, interviniendo junto a la Entente, posicin que muy pronto Mussolini comienza a defender en Il popolo dItalia. Ah comienza a pregonar la superioridad de la cuestin nacional sorbe la lucha de clases. En rpidas escenas que fueron innumerablemente relatadas, los fasci dazione revoluzionaria son la madeja de la que surgen los fasci di combattimento. Los hombres que all se renen con todo lo

difcil que ahora resulte imaginarlos pertenecen a un anaquel de ideas cuyos membretes hay que buscar en el futurismo, el sorelismo y los arditi desmovilizados de la guerra, que profesan una fe dannunziana, que no era del agrado de Mussolini. DAnnunzio haba encabezado en 1919 una columna de legionarios y arditis que anexa a Italia el puerto dlmata de Fiume. D'Annunzio no descarta un apoyo de Malatesta, aunque el anarquista que tambin impresionar a Roberto Arlt rechaza esa posibilidad. La revolucin rusa haba ocurrido dos aos antes. Fiume y Mosc son dos riberas luminosas escribe el futurista Mario Carli. Marinetti haba ido a Fiume a declararla capital futurista de Italia. Maritegui, que est imbuido del mismo espritu de La montaa, con su socialismo pico y soreliano, sin el aditamento decadentista y esotrico que se resolvera en un cientificismo anarco-biologizante, se interesa por esta experiencia corporativo-potica. Para Gramsci, DAnnunzio, el poeta de accin y de la riscossa nacionalista haba tomado la ciudad portuaria de Fiume, porque su popularidad provena de la inexistencia de un partido de masas que interpelase a las pasiones populares, tradicionalmente fuertes y dominantes. Del apoliticismo de DAnnunzio, dice Gramsci, podan esperarse todos los fines imaginables, del ms izquierdista al ms derechista. Muchos hombres, desarraigados luego de finalizada la guerra, se hallaban vidos de experiencias no impuestas por la disciplina estatal sino libre y voluntariamente escogidos por s mismos. Eran los seguidores de DAnnunzio, los que fueron a rescatar el irredento Fiume. Por otro lado, esos hombres despus de cuatro aos de guerra extensa se haban enardecido enormemente y adems, las mujeres de Fiume atraan mucho.... No es posible situar a Lugones fuera de la estela que ofrece una lejana nota dannunziana en su propia voz. La cuestin crepuscular lo persigue en nombre del poeta italiano que yace oculto en muchos de los pliegos de La Montaa, y desde luego, para el lector atento, en Los crepsculos del jardn. En cuanto a los arditi, esos hombres decididos y valientes, centinelas de la nacin organizados en los destacamentos de asalto o pelotones de guerrillas que permanecan luego de finalizados los combates de la conflagracin mundial bajo influencia del futurista Marinetti y de DAnnunzio, Gramsci deca: una organizacin estatal debilitada es como un ejrcito que ha perdido todo su vigor; entran en el campo los arditi, o sea las organizaciones armadas privadas que tienen dos objetivos: hacer uso de la ilegalidad mientras el Estado parece permanecer en la legalidad, como medio de reorganizar al mismo Estado. Y luego de esta precisa descripcin: creer que a la actividad privada ilegal se puede contraponer otra actividad similar, es decir, combatir el arditismo con el arditismo, es algo estpido.[...] El carcter de clase lleva a una diferencia fundamental: una clase que debe trabajar todos los das con horario fijo no puede tener organizaciones de asalto permanentes y especializadas como una clase que tiene amplias disponibilidades financieras y no est ligada, con todos sus miembros, a un horario fijo. Ser sta, pues, la crtica terica de Gramsci al dannunzismo. No la har el Lugones golpista, que de algn modo ser un gramsciano de derecha. Esta crtica consiste en rechazar que una cuestin clasista pueda ser vista desde una forma metodolgica de la guerra. Es apartarse del debate ideolgico si se lo considerara en la dimensin de un mtodo de guerra. Al contrario, el contenido de cada metodologa blica y de cada forma militar tiene races en las prcticas productivas, parece decir Gramsci. Eran las formas de guerra como metforas cum grano salis de la lucha social. Para todo esto estaba preparado el periodismo de La Montaa, que pasa como un aerolito distante, pero por las recnditas dimensiones del cosmos, a una distancia relativamente cercana de estos temas. Esa es su importancia crucial en la historia del papelero periodstico del pas. No estaba sin embargo involucrada ms que en

conferencias peligrosas. Pero no flotaba un aire de socialismo mstico, enraizado en metforas espiritualistas, que dcadas despus seran pesados debates con nombre y apellido de las grandes vetas ideolgicas del siglo sin herencias? Gramsci a la vista de las desavenencias posteriores entre los arditis dannunzianos y los grupos fascistas, habra pensado que en consonancia con el poeta de los Laudi (navegar es preciso, vivir no es preciso) se poda formar una especie de movimiento nacional-bolchevique como los que existan por entonces en Alemania. Robert Paris ofrece una pista para esta referencia, sin demasiadas precisiones. Pero todo es muy obvio para el movimiento intrnseco de las ideologas, que burlan a menudo y a veces extraen de sus contraposiciones un ncleo comn. Respecto al nacional-bolcheviquismo alemn, el asombrosamente obsesivo libro de Jean-Pierre Faye Los lenguajes totalitarios trae las evidencias de ese mito cultivado por publicistas y militantes de ambos sectores. En el crculo de Jnger se dice: La derecha no puede encontrarse lejos de donde est la izquierda. Lenin no observa con simpata ese proceso. En 1920 afirma que en Alemania vemos el mismo bloque contra natura entre los Centenares Negros y los Bolcheviques. Un ao despus, Hans von Hentig, nacionalista que postulaba un socialismo acorazado y arrebatador, en 1921 combate en las filas cercanas al partido comunista. Luego se refugia en la Unin Sovitica. Su Manifiesto Alemn, siempre segn Faye, puede considerase el primer programa de accin seriamente pensado de un nacional-bolcheviquismo alemn. De 1933 es el Manifiesto Nacionalbolchevique de Paetel, un colaborador de Jnger. En cierto momento, alrededor de 1923, el comunista Radek pronuncia un discurso en la Tercera Internacional alabando a un capitn de los Cuerpos Francos, Schlageter, mrtir del nacionalismo alemn y tambin motivo de una conmemoracin del flamante rector de la Universidad de Friburgo, Martn Heidegger. Tambin la figura de Ernst Niekisch debe ser considerada, de importante trayectoria en la socialdemocracia, director de la revista Resistencia hacia 1925 y luego integrante del crculo de Jnger. Ser un nacionalbolchevique, autor en 1930 del libro Decisin, que leen interesados tanto Carl Schmitt como Goebbels. Haba actuado en la Repblica de Consejos de Baviera, en 1919, a la que sin embargo, igual que los espartaquistas, no desea vincular con el modelo bolchevique. La repblica ha sido declarada por Gustav Landauer, delegado gigante anarquista, shakespeareano clebre, admirador de Danton (segn Faye). Luego de su renuncia lo reemplaza Ernst Toller, discpulo de Max Weber. En ese marco Weber da en Mnich su clebre conferencia La poltica como vocacin. El trabajador, de Ernst Jnger, lo tendr a Toller como reseista admirado. Lo considera una de las mayores realizaciones del espritu nationalbolschewistisch. Jos Aric recuerda, a su vez, algunos artculos que luego de la muerte de Jos Carlos Maritegui intentaban un balance crtico de su figura. Uno de ellos llama a Mariategui bolchevique dannunziano. La formacin de estas expresiones engarzadas en la aproximacin brusca de trminos contrapuestos debe reconocerse en el rastro del enunciado mayor de ese gnero complementario de opuestos: el socialismo nacional. En Italia, este par de conceptos embutidos en tensin, aparece en la obra de Giovanni Pscoli, autor hacia 1900 de los Poemi del Risorgimento, que de joven fue encarcelado como miembro de la Internacional. Es la voz de Gramsci la que escuchamos en este relato: Pscoli alcanz la mxima repercusin pblica en la poca de la guerra con Libia con el discurso la grande proletaria si mossa, en 1911, y hay que vincularlo con las doctrinas de Enrico Corradini, en las cuales el concepto de proletario era trasladado de las clases a las naciones. Que La gran proletaria se haya movido era una mencin a Italia como nacin proletaria, motivo constante del fascismo. En 1918, la Unione

Socialista Italiana postula el socialismo nacional que sostena una articulacin entre el concepto de lucha de clases y la patria-nacin. Se trataba de realizar la sntesis de la anttesis: clase y nacin. Gramsci cita una carta de Pscoli, en la que le dice a un amigo: en el discurso que pronunci el otro da, y que te mando purgado de muchos errores de imprenta idiotas, hay un indicio de lo que considero mi misin: introducir el pensamiento de la patria, la nacin y de la raza en el socialismo ciego y glido de Marx. Hacia inicios de ese novecento, Pscoli afirma: A huir del socialismo poltico de nuestros das me ayuda no solo el horror al despotismo de la multitud o del nmero de la mayora, sino especialmente la necesidad que yo reconozco e idolatro, de una gran poltica colonial. Y en la gran guerra: Alemania, y por lo tanto la triple alianza, tienen respecto a Francia y a Rusia un elemento de debilidad: el socialismo. Y respecto a la inmigracin italiana: Qu ferrocarriles no fueron construidos y qu montes no fueron perforados y que istmos no fueron abiertos en su mayor parte por italianos? Y su trabajo no los enriqueci ni a ellos ni a nuestra nacin, porque estaba al servicio del capital extranjero. Nosotros hemos exportado y exportamos trabajadores, hemos importado e importamos capitalistas. Afuera y adentro hemos enriquecido a los otros, siguiendo pobres. Y los que se han enriquecido a nuestras expensas nos desprecian y nos llaman pitocchi. La inmigracin italiana vista como un aspecto de la expansin italiana, una suerte de marxismo caliente, colonialista. Segn Gramsci, Pscoli quera convertirse en lder del pueblo italiano pero el carcter heroico de las nuevas generaciones se interesaba por el socialismo, as como el de las generaciones precedentes se senta atrado por la cuestin nacional: por eso su temperamento aglutinante lo lleva a tornarse propagandista de un socialismo nacional que le parece estar ms a la altura de los tiempos. Gramsci, Cuadernos. (En El Risorgimento) Gramsci es favorable a un cosmopolitismo de tipo moderno que asegure las mejores condiciones de trabajo para el inmigrante italiano, dondequiera que est. Es concesivo con la idea de nacin proletaria de Pscoli, aunque solo para reorganizar el mundo, incluso no italiano, que (el trabajador italiano) ha contribuido a crear con su trabajo. En una crtica al fascismo, Gramsci infiere que ste surge de la idea de jefe carismtico cuyo comentario est en la obra de Weber mientras que la accin del moderno prncipe, que l propugna, es la ms apropiada para organizar a las masas como cuerpo colectivo viviente y dramatizado. La idea de que el mito fascista va a resolver el problema civilizatorio aqu Gramsci comenta la idea del fascista Camilo Pellizi, al que considera un caballero probo y de agudsimo ingenio le merece la objecin de que ese fascismo de Pellizi visto en tanto comunismo libre no pasa de una ilusoria construccin utopista, sin fuerza ni agudeza social. Gramsci le preocupan estos embarullamientos de Pellizi, pues acta con el lenguaje indigesto del filsofo y encubre que sera mucho ms fcil pensar que el fascismo no es comunismo, nunca, en ningn sentido, ni concreto, ni translaticio... Esta sorda polmica acompaa oscuramente los escritos gramscianos. (En El materialismo histrico y la filosofa de Benedetto Croce.) Una carta de Gramsci desde la crcel, que cita Portantiero en Los usos de Gramsci, se refiere al proto-fascista Pscoli: me obsesiona - supongo que este es un fenmeno propio de los presos la idea de que debera hacer algo fr ewig, para la eternidad, de acuerdo con el concepto goethiano que segn recuerdo atorment mucho a nuestro Pscoli. El nombre de Georges Sorel est en el corazn borroso de estos razonamientos, adoptados por los sindicalistas revolucionarios y por esas izquierdas que buscaban un raudo intervencionismo militar contra los austracos. La nacin proletaria ser entonces el punto de confluencia de muchos sorelianos. El tema est en el trasfondo de

las preocupaciones de Gramsci. Con su severo estilo de comprobador y exgeta riguroso de hechos, considera en Literatura y vida nacional al pre-fascista Enrico Corradini, al que desestima, considerndolo autor de una obra de simple retrica ideolgica. Pero agrega: De Corradini es necesario tener en cuenta su teora de la nacin proletaria en lucha con las naciones plutocrticas y capitalistas, teora que sirvi de puente a los sindicalistas sorelianos para pasar al nacionalismo antes de la guerra de Libia (1911) y luego de ella. La teora est vinculada al hecho de la inmigracin de grandes masas de campesinos a Amrica y por consiguiente a la cuestin meridional. Tener en cuenta para Gramsci es estudiarla en el cuadro histrico, de ningn modo adoptarla, pero esa tesis le inquieta, la interroga, evita exorcizarla abruptamente con gesto apriorstico. Sorel, de este modo, poda difuminarse en Italia en una bifurcacin que inclua la tesis del mito del nacionalismo socialista y la tesis del mito del moderno prncipe. Es la atmsfera de los discursos del Astrlogo de Arlt, la miscelnea entre bolcheviquismo y fascismo bajo el repiqueteo de hombres robotizados que marchan por las metrpolis pegndose la cabeza contras las paredes de los transportes subterrneos, como los de Buenos Aires. Gramsci haba escrito en Ordine Nuovo (1919) una nota sobre Sorel: Nosotros sentimos que Georges Sorel ha permanecido siendo lo que haba sido Proudhon, es decir, un amigo desinteresado del proletariado. Por esto sus palabras no pueden dejar indiferentes a los obreros turineses... Sobre Sorel, en verdad, son suficientemente conocidos los pensamientos de Gramsci. Le cuestiona su desdn hacia el jacobinismo y los intelectuales. Justamente sern esos los agregados que har Gramsci a la teora de la voluntad colectiva, pero sobre un subsuelo soreliano de reflexin sobre el mito. Aqu tambin, sin embargo, Gramsci corrige a Sorel. El autor de Reflexiones sobre la violencia no habra comprendido la cuestin del partido, obnubilado por cierto fetichismo sindical o economista. Por otro lado, un mito no poda ser solamente destructivo, a riesgo de que su supuesto espontanesmo acabase en un mecanicismo puro, en el determinismo de un supuesto impulso vital bergsoniano. Togliatti, el primer editor de la obra gramsciana, escribe el 1 de septiembre de 1922 el artculo morto Sorel. Es una necrolgica en la que dice que Sorel haba reconocido en el soviet su sindicato, es decir, la primera realizacin del sueo de Marx de la redencin de los trabajadores por obra de s mismos, a travs de un trabajo orgnico de creacin de un nuevo tipo de asociacin humana. A su turno, Mariategui critica las ideologas chatas y cmodas del progreso, inspirndose en Unamuno y en Jorge Sorel, uno de los escritores ms agudos de la Francia pre-blica. El fascismo era visto por Maritegui como un confusionismo mental de la clase media y de Mussolini opinar que el socialismo no era en l un concepto sino una emocin, del mismo modo que el fascismo tampoco es en l un concepto sino una emocin. Se trasladaba, Mussolini, de una emocin a otra, sin variar su expresin dramtica en cada momento de esa contraposicin. Pero hacia 1925 Maritegui escribe unos prrafos singulares: El fascismo no concibe la contra-revolucin como una empresa vulgar y policial, sino como una empresa pica y heroica. Despus modificara esta errnea apreciacin. Sorel, inspirador no muy remoto de aquellos prrafos, promova una suerte de intuicionismo heroico, pensando en una praxis sindical capaz de provocar catstrofes reveladoras del estado primordial mtico de la disposicin revolucionaria. Al igual que Ernst Bloch, Sorel estaba en el centro de la discusin. Era necesario despertar las fuerzas utpicas del anticapitalismo de las poblaciones empobrecidas o campesinas para adjuntarlas a una proposicin socialista? Ese anticapitalismo yaca en camadas mentales arcaicas que podan suscitarse bajo consignas de embriaguez o xtasis artstico propias de

las vanguardias metropolitanas? En el artculo La emocin de nuestro tiempo, Maritegui afirma que bolcheviques y fascistas, con razn, no mantienen ninguna ilusin en el progreso. Sin embargo, haba socialistas y fascistas que asustados por la oscura promesa de los hechos superiores que sobrevendran, retrocedan a la crasa tranquilidad preblica, abandonando todo quijotismo de derecha y de izquierda. Sin embargo, la lucha verdadera quedaba configurada como el intento de los fascistas de regresar el Medioevo y de los bolcheviques de ir hacia la utopa. La primera, fascinante pero equivocada, y la segunda, promisoria y verdadera, eran las dos emociones de nuestro tiempo mariateguistas. Las dos alas del mundo moderno, los dos hemisferios ideolgicos de la revolucin tcnica y emocional basada en un sentimiento artstico de intranquilidad y hechizo. Era la aventura embelesada para recrear la herencia de milenarios signos utpicos y subversivos, segn se expresaba Ernst Bloch, el Schiller marxista, segn Jrgen Habermas. Esa aventura albergaba en su corazn la lucha mortal entre bolcheviques y fascistas, una vez descartados de sus propias filas los propios bolcheviques y fascistas que renegaran de esos elementos trgicos y utopsticos en nombre de una vuelta amilanada al seno de los valores burgueses. Qu tiene que ver La Montaa con todo esto, habiendo sido escrita casi ms de dos dcadas antes de estas discusiones? Pues no era el socialismo glido de Marx. No creemos equivocarnos si vemos el hilo conductor que la comunica hacia atrs con La Moda y hacia adelante con empeos periodsticos como De frente, de John William Cooke. Un lejano sabor de todas estas publicaciones, se aloja tambin como duende irredento en Amauta, de Maritegui, revista en la que estn las fuentes de la renovacin del lenguaje periodstico, sin duda en el Per pero tambin en los pases circundantes, al ser esta revista hija del vitalismo soreliano, el reformismo simblico potico de Rubn Daro y la nocin de fuerza anmica que se traslada del escritor periodista hacia la construccin del sujeto social revolucionario. Por otra parte, no apresuremos la gran cadena de hierro y herrumbre que ata a las significaciones. La montaa es antigua y moderna a la vez. Resguarda lo que podramos llamar una actitud comteana dentro de un modernismo mstico y un descubrimiento primerizo de la ciencia marxista y la fuerza magnetizadora de los hombres harapientos del mundo. No es para nada inadecuado llamarla mesinico cientfica, o mesinica con olvidados diamantes marxistas en su seno, por ms que en el caso de los rastros del pensamiento de Comte parecen haberse perdido en la memoria cultural de aquel tiempo. Sin embargo, ella es poderosa porque en cierta forma fue inaugural, y entre sus notables curiosidades, debemos recordar su idea de un poder espiritual por el cual la herencia teocrtica antigua, fundada en el nacimiento, queda reemplazada por la herencia sociocrtica. En esta sociedad, donde la sociologa positiva toma la forma del sentido mismo del gobierno social, cada uno de sus miembros est dedicado a servir al Gran Ser, unin mstica con la humanidad que reemplaza la teologa por la sociolatra. Esta asombrosa visin, que consigue igualar el conocimiento con la creencia y sta con el mito la sociedad es un objeto de conocimiento y a la vez de veneracin deja una huella secreta en el conocimiento social, muy perceptible en algunos tramos de la historia de la sociologa por el cual sta se atribua un meta-saber destinado a unir su objeto de estudio con una impulsin que le sirviera de molde moral. Convertida la sociologa en una filosofa de la historia, la cual sera sin nombres de personas y an de pueblos para poner en un plan abstracto de evidencias a los principios de la teora biolgica del hombre y las leyes fundamentales de la sociabilidad (Comte, Curso de filosofa positiva), quedaba anunciado de un modo que no podramos considerar tan vago o tan lejano, el dilema por el cual la sociologa

debera proceder ante su ansiedad por descubrir leyes generales de la actividad humana. Deberan ser stas fruto de una investigacin despojada de supuestos previos, que inestabiliza los sistemas de comprensin anteriormente forjados, o la aplicacin de un sistema encadenado lgicamente cuya esencia cientfica estipula tambin los comportamientos deseados en el colectivo moral? Comte queda ligado sacerdotalmente a esta ltima posibilidad, que las sociologas posteriores se dedicaron a desdear o a relativizar. Durkheim, que quizs pensaba que l haba venido a ocupar el lugar de Comte como portador privilegiado de la palabra sociologa, no ahorraba reparos: queda muy poco del detalle de la doctrina comteana; es una filosofa ms que una ciencia, indiferente a los hechos y especificidades de la investigacin especializada. Es curioso que el nico lector argentino de Durkheim, en la fecha de publicacin de La Montaa, con la cual colabora, era Macedonio Fernndez. No sospechara de qu modo, a travs de otras lecturas, como la de William James o la de Schopenhauer, desarmara todo el aparato de las herencias y solidaridades mecnicas durkheimianas. De todos modos, la conviccin de que nuestra vida personal y nuestra vida social no pueden radicalmente diferir, su diferencia no es ms que magnitud y duracin, jams de principio, y que el individuo no es todava un rgano del Gran Ser, pero aspira a serlo por sus servicios como ser distinto; su independencia relativa no se refiere sino a esta primera vida durante la cual permanece inmediatamente sometido al orden universal, a la vez material, vital y social; incorporado al Ser Supremo llega a serle verdaderamente inseparable, dejan fuertes sealizaciones en el estilo sociolgico posterior. Es que con Comte llegamos a una doctrina de raz esotrica sobre la fusin de las almas transubstanciadas y socialmente divinizadas en una eternidad mstica a la que Comte llama existencias subjetivas perpetuas. Esto es, la eternidad del alma cientfica de la sociedad segn se interpreta en Sistema de poltica positiva. No se puede decir que este rasgo estilstico comteano, que sin duda exacerba su componente mstico y su sociologa mesinica, rebajado a proporciones convenientemente laicizadas, no sea un rasgo remanente que se carga como fantasma en el peridico La Montaa. Cierto que explcito en muy pocos casos, como en el notorio inters por una metempsicosis materialista. Corresponde a lo que en Amauta se llama emocin de nuestro tiempo, mixto de audacia heroica y examen estilstico del espacio simblico (la moda), pero en este caso bajo la influencia de un autor que casi se est leyendo, por esa poca, por primera vez en castellano: Simmel. En La Montaa de septiembre de 1897 se lee un artculo de Ingenieros que cuestiona el monopolio de la ciencia por parte de los sabios oficiales, por lo que defiende el Ocultismo y la Teosofa que han dado a conocer fenmenos de indiscutible realidad que estn en contradiccin con las pretendidas leyes de tales sabios autorizados. Ingenieros se muestra confiado que la ciencia por fin incorporar esos estudios hermticos. Es evidente que esta actitud acompaa con persistencia las actitudes del llamado positivismo en la Argentina. En el nmero uno del mismo peridico, acaso de un modo programtico, se publicaba el poema Metempsicosis de Rubn Daro (Yo fui un soldado que durmi en el lecho/de Cleopatra la reina. Su blancura/y su mirada astral y omnipotente/ eso fue todo), un fragmento de Gabriel Tarde, el socilogo que poda ser considerado en las antpodas del cosismo fctico de Durkheim, defendiendo el animismo (El animismo es, por consiguiente, una consecuencia necesaria de la voluntad de vivir) y en el nmero 3 de La Montaa, en fin, un breve comentario del mismo Ingenieros titulado Retrospeccin, adjudicndole al proletariado una tradicin de luchas que se conjuga en el sentido mismo del ser proletario y que, como tal tradicin, no rebaja la accin sino que la constituye.

Las tradiciones no producen desfallecimiento en los espritus elevados, son como la morfina, el coito, el insomnio o el alcohol, cuanto ms se los usa mayor es el deseo y la necesidad de su repeticin. Ingenieros escriba eso a propsito del 1 de mayo de 1897, fecha del calendario vulgar que corresponda al 12 Brumario del ao 26 tomado respecto a la cada de la Comuna de Pars en 1871, acontecimiento bajo cuya impresin est la publicacin lo que lleva a Ingenieros a decir: Celebremos y recordemos. En el recuerdo est el ejemplo. Y un buen ejemplo es un presagio de redencin. Podemos percibir aqu todo los elementos de la celebracin sagrada y de la comunin de almas en una historia redentora, cuyo captulo actual lo cumpla el proletariado industrial, que no vacilaba en llamar a su auxilio este esoterismo revolucionario fundado en el recuerdo de las luchas pasadas a modo de una metempsicosis animista y revolucionaria, que se revela en la experiencia argentina del diario La Montaa, llegando en su mismo confn comteano, a las tres plegarias positivistas cotidianas cuya duracin es de dos horas diarias, con diversos ornamentos recomendados ms a la noche que a la maana, acompaadas de canto y poesa, y por la seal de la cruz cristiana substituida por la seal positivista. Los ritos imaginados por Comte como recordatorio de su amada Clotilde De Vaux, no se constituirn como ritos privados sino que pertenecern a la Religin de la Humanidad. Tales ritos se componan de oraciones en horas fijas, lectura cotidiana de la correspondencia, dilogos secretos, cultivo de los recuerdos, instauracin de un altar, peregrinacin semanal al cementerio, etc.. El altar consista en el silln en que se sentaba Clotilde. An pude verse en la casa museo, Maison de Clotilde deVaux, 5 rue Payenne Paris, segn lo comenta Raquel Capurro, Auguste Comte, actualidad de una herencia. Estas ciencias ocultas, a las que Arlt se rebela pero tambin se subleva pardicamente contra ellas en sus novelas, son la imposibilidad del modernismo argentino de volcar este excedente mstico en la gran literatura renacentista cosmopolita que precedi a Gramsci, explicando y sosteniendo su intento de reagruparla en el contenido voluntarista del prncipe moderno nacional-popular. Son estas atmsferas comteanas las que no sin dilemas, acentan o matizan diversas perspectivas ideolgicas proclamadas por Saint-Simon. Y no sin recoger tambin los ecos de muchos otros autores colindantes. Estas mismas atmsferas las encontramos luego en la primera floracin, la primera con esa nitidez, del pensamiento social en la Argentina. Porque cuando la generacin de 1837 escribe el documento denominado Dogma socialista es evidente que est tomando en sta palabra los ecos de Saint-Simon, que de ningn modo hay que dejar de considerar un adelantado fundador de la sociologa, tal como lo sugiri Durkheim, y a la vez un fuerte anticipador de temas que Marx muy pronto dispondra sobre un alambique hegeliano. El saintsimonismo imagin sociedades que tuviesen una meta activista, sin la cual no podran concebirse y no habra vida poltica. La produccin industrial es esa meta comn y la industria su principio de cohesin social. Si esa industria lleva a una produccin donde se procede a cada uno segn sus necesidades y de cada uno segn su capacidad, la unin social que as se forja corresponde a un ideal cristiano asociativo y cooperativo. Cada obrero junto a su taller ser tambin una sentencia que traduce el sentimiento de unidad que se abre como un eco fiel hacia los sentimientos de orden religioso. Estos se presentan esencialmente como un lazo pedaggico de masas capaz de verter en lenguaje llano las verdades de la ciencia. La religin se presta as a mantener el orden social. Religin que en primer lugar puede ser la religin de Newton y despus el Nuevo Cristianismo que menos que un proyecto de espiritualizar la cuestin revolucionaria consiste en recentralizar el mundo del hombre en el macrocosmos para que la utopa acceda a la dimensin religiosa, como afirma Miguel Abensour.

Sin embargo, en La Moda, en aquellos aos del joven alberdiano, se haba escrito mucho antes, bajo el ttulo San-Simon: Declaramos que no somos Sansimonianos pero lo considera un hombre extraordinario. No entr en la revolucin francesa, porque su pensamiento iba ms adelante de la revolucin; y elogia lo que ha producido este osado y poderoso reformista de nuestro siglo, que quien sabe si no acaba tomando su nombre. Foucault, muchos aos despus, dir una frase parecida: el siglo prximo, deber llamarse deleuziano. Pero los tiempos son morosos o ignorantes de que le destinan tales profecas amistosas, y verdaderamente, las rechazan por inocentes. Junto al nacimiento de la sociedad del mundo industrial, Saint-Simon contempla el surgir de una ciencia nueva, la ciencia fsico-poltica, que incorpora la poltica al conjunto de las ciencias positivas, como dice Dominique Dammame. Sin embargo, hay en el saintsimonismo una tendencia constante a alumbrar una ciencia del orden psquico, para lo cual insiste en no ver diferencias entre dos rdenes de cosas, el fsico y el moral. El sistema as creado puede ser estudiado, en la interconexin de sus elementos, tal como puede estudiarse la ley de gravedad y tal como sta surge como principio general de todo lo que puede saberse del comportamiento de los cuerpos en su medio. La gravedad universal puede ser considerada como la ley nica a la cual est sometido el universo. Por lo que, el sistema debe garantizar el estudio de las leyes de la naturaleza como una invitacin a descubrir las leyes de la sociedad, por las cuales el sistema moral, religioso y poltico puede provenir de las grandes mutaciones cientficas como stas de las convulsiones sociales largamente amasadas en la historia. Una sociedad confiada a la capacidad de gobierno de los cientficos positivos, que surgen de la cada de los sistemas metafsicos y de la teologa, sustituidos por la industria, llave maestra que toma el gobierno de todos los asuntos mundanos, es lo que propone el Comte de Saint Simon, horizontes que seran prolongados y precisados por Comte, no sin conflictos con el maestro. El nuevo poder de cientficos, propietarios e industriales, hace que la poltica se convierta en ciencia de la produccin y que la sociedad misma descanse en un movimiento casi de naturaleza autorregulatoria, que garantiza la sociedad industrial, basamento de esa trama asociativa en la que cada uno no obtiene ms beneficios que los esfuerzos que all entrega. Este sistema industrial y cientfico resguarda y provoca una libertad asociacionista, donde cada parte est ligada al conjunto, sin vestigios de la libertad metafsica, ajena al mundo productivo. La cultura de la poltica ser confiada a una clase especial de entendidos que impondr silencio a los charlatanes, y que junto a los artistas que infundirn entusiasmo a la sociedad, los especialistas (savants) que la estudian y la mejoran, y los jefes industriales que sostienen la industria y el trabajo, deben protagonizar una empresa de la misma naturaleza que la fundacin del Cristianismo, que tiene por objeto mejorar la suerte de la ltima clase de la sociedad y por meta general hacer felices a todos los hombres, sea cual sea su rango y condicin. As lo expresa Saint Simon en El nuevo cristianismo. Sobre esta fantasmagrica visin sobrevuela la sociologa, sin que la palabra asome con nitidez, apenas embozada tras los contornos de una filosofa social. Pero es desde aqu que queda marcado un destino que la llama a laborar a partir de gigantescos esfuerzos por darle al mundo tecno-industrial un mbito de creencias morales beneficientes. La sociologa futura, desde su primer rostro saintisimonista, se hallar as entrelazada con todos los procesos polticos que desearon crear nuevos focos de carisma a partir de la produccin material entendida como alma del progreso social. Esos nuevos carismas o creencias en un armazn social orgnico, podan ser marxistas en la prefiguracin de una edad de oro donde el perfeccionamiento social

tendra el signo final de la socializacin de los bienes , bonapartistas como se puede afirmar a partir de la simpata que siente Napolen III por la obra de Saint-Simon , durkheimianas como se desprende del tema por el cual Durkheim ve lo social en las categoras de la vida religiosa, invirtiendo pero conservando ese mismo tema de SaintSimon , rotarianas segn la punzante observacin de Gramsci respecto de que el Rotary Club es un saintsimonismo de derecha o puede encontrarse en los jvenes remotos de un pas apenas naciente, autores de un Cdigo o creencia social, en 1837, despus llamado Dogma socialista, que en una oscura ciudad sudamericana gobernada por un jefe social que no poda de modo alguno ser tomado por un industrialista mstico saintsimoniano, jvenes que lanzaran un manifiesto que conservara gran presencia en la posterior lectura argentina, a diferencia de la que no haba conseguido tener en el momento de su publicacin. La montaa es hija avanzado de ellos y de la Comuna de Pars, pero aquellos jvenes predecesores, ya polticos maduros, llegaron a rechazar luego a esa radical experiencia parisina tanto como lo hizo su fiero adversario de entonces, el Brigadier General Juan Manuel de Rosas. Jos Ingenieros les atribuye a esos jvenes de la generacin de 1837 la insignia y blasn de ser los saintsimonianos argentinos, en un sentido aprobatorio, que no es el que tena cuando ser co-director de La Montaa. Los juzga con estima indeclinable pero no deja de hacer algunos reparos que se dirigen hacia la grcil juvenilia del grupo, con sus devaneos jactanciosos, no siempre fundados en actitudes enteramente responsables. Pero su exgesis de algunos escritos de Esteban Echeverra, a quien considera precursor de la sociologa argentina, sobretodo de la estremecedora Ojeada retrospectiva, conserva intacto su inters en lo que se refiere a las condiciones, si no de persecucin y censura, por lo menos de tensiones polticas que rodean y fundan la escritura de ese y de cualquier otro texto filosfico-poltico, casi a la manera en la que dcadas despus Leo Strauss considerara el problema de las escrituras bajo acosamiento. Echeverra haba estudiado varios aos en Pars, de 1826 a 1830, y ahora, respecto a ese mundo tan lejano, que los aos transcurridos nos invitan a pensar como irrecuperables para cualquiera que quiera estudiarlos y no apenas intuirlos precavidamente. Debemos aplicar la esforzada prueba del historiador aficionado, que siente que esos aos son un bulto amorfo y perdido que se oponen a ser interrogados y que con algo de ingenuidad frente los arquetipos, podemos recrear quizs sobre el trasfondo de cualquier otra vida contempornea, aquellas que destinan un nmero dado de aos para estudiar y perfilar sus pasiones intelectuales en un mundo cultural lejano y aventajado. Llegar Echeverra a Pars poco despus de la muerte de Saint-Simon, pero no es seguro que haya asistido a alguna de las numerosas conferencias con las que sus discpulos queran prolongar el legado. Es la Pars de Comte, Lerminier, Lammenais y Pierre Leroux, y sobretodo estos dos ltimos dejan una fuerte marca en sus ideas, de lo cual es testigo el Dogma, que segn el mordaz Groussac, salvo solecismos y errores ortogrficos, en todo es vasallo de aquellos autores europeos. Podramos extender esta calificacin despectiva de este contempornea de La montaa, que no lo trata mal, a todo lo que los prvulos Lugones e Ingenieros hacen? Y ms que un colofn, un susto respeto al conjunto de la cultura nacional no ser ella tambin un mimetismo siquiera bien encubierto? La Montaa, Martn Fierro en los aos 20, Contorno treinta aos despus, son las publicaciones que eligi el tren de la crtica actual an en sus gustos e interpretaciones ms dispares para construir un inters rememorativo: en apariencia, esas publicaciones encarnaban un trfico adecuado a la hora que cada una viva.

Siempre se jug mucho con el pasado de lo fue moderno, lo moderno rememorado, lo moderno como seal trgica del pensamiento futuro de un anticuario. Lo difcil es obtenerlo sin ceder a la boga o a la popularidad, porque lo moderno es lo que se nota despus, o no se nota nunca. Ojal ahora alguien pudiese hacer una porcin de actos parecidos a los de esas tres publicaciones, que por s solas, pueden explicar un siglo entero de la publicstica argentina, y verdadera trama interna, confesional, de lo que son sus otros lenguajes, veremos cuales, que hablaron los peridicos de masas argentinos. Recordarlas significa un difcil trato con nuestras propias preguntas sobre el pasado literario nacional y tambin sobre el periodismo, su semejante, su hipcrita lectoescritor. Pues a cada paso debemos descubrir si somos apenas conmemorativos de textos irrepetibles o si tenerlos otra vez ante los ojos implica construir una nueva distancia operante, reflexiva y crtica, lo que equivale a decir, respecto a ellos, una nueva contemporaneidad. La Montaa es un peridico sacrlego y peligroso, escrito en nombre del santo harapo de la redencin, evocando la conmocin y el andrajo de los tiempos. Envuelta en el calendario y en las brumas de la Comuna de Pars, salida de la imaginacin en grado adolescente y rango volcnico de Lugones e Ingenieros, defensora de los locos perseguidos hay una poesa en francs de Thodore Jean, que los ve ametrallados por el general Gallifet y de los saberes ocultos, que luego Ingenieros abandonara y Lugones ampliara con dramtico y oscuro ingenio, La Montaa es un texto colectivo impresionante, donde se producen variadas fusiones de resonancia csmica. Fusin de la historia del socialismo y de la poesa simbolista, fusin entre la metempsicosis sugerida por Rubn Daro y el anarco-socialismo poltico y literario de un Deville o un Ferri, fusin de la persona del que ser autor de El hombre mediocre con el que ser autor de Lunario sentimental, y como en un fogonazo aadido, del que ser autor de Papeles de Recienvenido. Una fusin destinada a disolverse rpidamente, pero que anunciaba la forma destrozada del futuro argentino, aunque no de su literatura ms incitante (no obstante s, parte de su periodismo). Fusin, tambin, de idiomas; alma plurilinge que busca la revolucin (la Cosa se acerca, vimos que escribe Lugones el 1 de mayo de l897, ms de cien aos hace) buceando en la confraternidad de las lenguas, bajo la promesa siempre anunciada y siempre incumplida, de que invirtiendo el signo bablico, cuando todas ellas se renan nuevamente, acontecer el gran trastrocamiento. Peridico a la vez militante y filosfico, mstico y cientfico, panfletario y abismado, cosmopolita y lugareo, traductor y originario, absorto y anarquista; socialista y animista; pocas veces un conjunto de fuerzas tan entrecruzadas suelen elegir un locus comn, una insigne reunin auspiciada por la palabra del socialismo y los sones de la revolucin. Se pude comprender acabadamente que un buen tiempo despus surgiera el Astrlogo de Arlt, pues es la misma idea de modernidad destrozada, de periodismo implacable y de mezcla de todo ello en una ensalada que ni Dios la entienda. Contorno, casi seis dcadas despus de la aventura lugoniana-ingenieriana, esas vidas paralelas que no pudieron ser, tiene mucho de La Montaa. Aquella tiene como atmsfera implacable su adivinanza impulsiva sobre el rostro de los tiempos nuevos. La publicacin que se discuta en el bufete de abogado de Ismael Vias, en la avenida Diagonal Norte de la Buenos Aires de mitad del siglo XX, aun gobernada por el peronismo (que posee en trminos plebeyos algunas de las mixturas de La Montaa, ms su teora militar prusiana) evidenciaba su carcter a travs del balance crtico de las obras, signos y biografas del pasado. A diferencia de La Montaa, que se despeda del pasado con despreocupadas alabanzas a un futuro sin lastres ni legados. La desherencia, se llamaba precisamente el artculo del joven Macedonio Fernndez, que ya apreciamos

como visin tan interesante como equivocada, publicado en esa Montaa jacobina, libertaria, socialista. Contorno, en cambio, debe proceder en primer lugar a rescates gobernados por el deseo de ver la literatura como una restitucin de lo desfigurado o incomprendido. Restitucin como la que surge de la combativa consideracin a la que son sometidos Arlt y Martnez Estrada que no puede realizarse sin acudir a ciertos garfios y cintarazos, en artculos cuya intencionalidad es descoser, talar, rasgar, menear, aporrear, contundir, pero sin perder el espoln de provocacin elegante o el destello pendenciero, herencia del vitalismo, la fenomenologa y el sartrismo, tan bien estudiados por Mara Pa Lpez. Las abjuraciones de Contorno al andamiaje completo de un pas que hay que rehacer con el nico estilete de la gran crtica literaria-poltica, encierran el drama mayor de la crtica despus de la publicacin de Martn Fierro en los aos 20. La revista de los Vias, Rozitchner, Masotta, Sebreli, Jitrik y Correas (y Rodolfo Kusch), tena un inters que podra definirse como el de la elaboracin de una tica literaria y filosfica para tiempos convulsionados, pero en la Martn Fierro de Mndez, Girondo y Borges, ese propsito apareca suavizado por un modernismo de diablura y avant-garde, que sin embargo apuntaba a redisear la lengua nacional con nuevos maridajes entre la metfora, la ciudad elctrica y la leyenda nacional. Contorno deja que pese con mayor vigor el llamado del enconado momento poltico argentino con su escolta de violencia y promesa, y busca una tica intelectual sin las frescas insolencias estetizantes con que los martinfierristas interpretan su autonoma intelectual frente al hipopotmico pblico. Martn Fierro tambin acude a un desdn iluminado nunca completo, nunca enteramente convincente- hacia los clamores obispales de las academias, y el exmontaista Lugones milita entre sus objetos ms ironizados. Pero La Montaa, que es un peridico bilinge, dos dcadas antes, publicando en castellano ciertos trechos de El Capital seguramente por primera vez en el pas, no se detena con excesivo entusiasmo siquiera en los antecedentes echeverrianos del socialismo domstico, al que Ingenieros trata con una distancia que resulta llamativa, visto su giro posterior hacia la generacin del 37. En cambio, Contorno, nombre en el que pesa menos la idea de perfil que la de contorsin, siempre esgrime tonos graves, urgentes, y est en trance, esto es, en situacin. Encuentra ya desplegada ante s la lengua argentina de conjetura, admonicin y culpa, por lo que debe realizar otro juego: rehacerla dando otros nombres, otros motivos, otra inflexin, dicho esto con palabra contornista. Por momentos apela Contorno al recuerdo martinfierrista para sentirse valindose de sus propias fuerzas generacionales, pero se vuelca con mayor decisin al examen de lo que vendra a ser el escritor nacional munido de una filosofa vitalista, donde lenguaje y cuerpo, poltica y existencia, ficcin y riesgo personal, ensaystica agonal y juego de pseudnimos con las identidades, se integran en un sinuoso domin de superposiciones y encastres. Como en todo modernismo, las firmas de lo que luego sern las ciencias universitarias y establecidas hacen pi en Contorno escriben lo que sin duda son sus primeros artculos Halpern Donghi y Eliseo Vern pero el sino de la revista es expresar la inestabilidad de la historia en el pensamiento y lo irrepetible de ese drama permanente y nuevo cada vez del dolido intelectual argentino y su literatura exilada. El heterogneo yacimiento de Contorno vive ahora en la ruina de los tiempos, postulando el tiempo como profeca y tambin haciendo del tiempo una divina mordacidad. Es cierto que cada acto presente ignora su ventura y consecuencias. Luego, quienes no fueron sus contemporneos sern los que inauguren un intento de comprenderlos como necesarios e ntegros. Ser contemporneo implica ser portador de una necesaria cuota de omisin e inadvertencia. Ahora, esas revistas nos parecen como

escrituras imperiosas, irreversibles, mineralizadas. Ha desaparecido todo lo que las rodeaba, la atmsfera impalpable que denominamos una poca, compuesta de inasibles sentimientos que sin embargo estn all como una fuerza fsica. Por eso, si a partir de esos escritos, antes casuales, podemos recomponer todo un ambiente, es como si pasaran a ser obligatorios, nico lazo posible con una historia perdida o irredimible. Los interrogamos y sentimos que sin ellos no existira nuestra memoria, siempre desafiada a suponer que dnde hay letra hubo algo ms: vida no entumecida. Es el aqu espacio-temporal de David Vias, punto primordial del teatro de la palabra, de la pronunciacin y del tono, del cual surge la contorsin, el sorbo, el espasmo, el epicuresmo con el que la literatura y la conversacin buscan saberse en un presente del mundo, fugaz, pero deseadamente inmortal. Vias empleaba un sucedneo de una de las frases con que Arlt termina uno de los volmenes de la historia de Erdosain: sabe que usted se parece a Po Baroja, a Cambaceres, a Mansilla, etc.? Pero en el estropajo, en la mofa de las conciencias arltianas, lo que le pregunta Erdosain al Astrlogo es: Sabe que usted se parece a Lenin?. Pronunciada ya esta palabra, adentrmonos en el problema del periodismo para Lenin sabiendo de los semblantes parecidos. La Montaa no haba entrado, con todo, en la gran discusin en la que se embarca Lenin muy poco tiempo despus. Poda hacerlo? Esto nos interesa examinar ahora. Qu es y para qu sirve un peridico? Es formidable el conjunto de recursos retricos que pone en juego Lenin para definir al peridico como organizador colectivo. La nocin es nueva, no obstante flotar en el aire. Uno de los grandes temas de Qu hacer es si el peridico precede al partido o viceversa. Se trata de reunir y organizar dice Lenin. Todos hablan de eso. Nos sorprenden estas palabras? Pero la cuestin es tener una idea de cmo hacerlo. Cmo se unen distintos comits barriales en fuerza de carcter ms amplio? Cmo se unen las organizaciones de las distintas ciudades? He aqu la respuesta de Lenin, que trascribimos de algunos fragmentos selectos del Qu hacer: Y yo contino insistiendo en que este nexo real slo puede empezar a establecerse con un peridico central que sea, para toda Rusia, la nica empresa regular que haga el balance de toda la actividad en sus aspectos ms variados, impulsando con ello a la gente a seguir infatigablemente hacia delante, por todos los numerosos caminos llevan a la revolucin, lo mismo que todos los caminos llevan a Roma. Si deseamos la unificacin no slo de palabra es necesario que cada crculo local dedique inmediatamente, por ejemplo, una cuarta parte de sus fuerzas a un trabajo activo para la obra comn. Y el peridico le muestra enseguida, los contornos generales, las proporciones y el carcter de la obra; le muestra qu lagunas son las que ms se dejan sentir en toda la actividad general de Rusia; dnde no hay agitacin, dnde son dbiles los vnculos, qu ruedecitas del inmenso mecanismo general podra un crculo determinado arreglar o sustituir por otras mejores. Un crculo que an no haya trabajado y que slo busque trabajo podra empezar ya, no con los mtodos primitivos del artesano en su pequeo taller aislado, que no conoce ni el desarrollo de la industria anterior a l ni el estado general de los mtodos vigentes de produccin industrial, sino como colaborador de una vasta empresa que refleja todo el empuje revolucionario general contra la autocracia. Y cuanto ms perfecta sea la preparacin de cada ruedecita, cuanto mayor cantidad de trabajadores sueltos participen en la obra comn tanto ms tupida ser nuestra red y tanta menos confusin provocarn en las filas comunes inevitables descalabros [...]. El vnculo efectivo empezara ya a establecerlo la mera difusin del peridico [...] Este peridico sera una partcula de un enorme fuelle de fragua que avivase cada chispa de la lucha de clases y de la indignacin del pueblo, convirtindola en un gran

incendio. En torno a esta labor, de por s muy anodina y muy pequea an, pero regular y comn en el pleno sentido de la palabra, se concentrara sistemticamente y se instruira el ejrcito permanente de luchadores probados. No tardaramos en ver subir por los andamios de este edificio comn de organizacin y destacarse de entre nuestros revolucionarios a los Zhelibov socialdemcratas; de entre nuestros obreros, a los Bebel rusos, que se pondran a la cabeza del ejrcito movilizado y levantaran a todo el pueblo para acabar con la ignominia y la maldicin de Rusia.[...] Si Iskra escribe Nadiezhdin saliese de su esfera del literaturismo, vera que esto (hechos como la carta de un obrero en el nmero 7 de Iskra, etc.) son sntomas demostrativos de que pronto, muy pronto, comenzar el asalto, y hablar ahora (sic!) de una organizacin cuyos hilos arranquen de un peridico central para toda Rusia es fomentar ideas y labor de gabinete. Fjense en esta confusin inimaginable: por una parte, terrorismo excitante y organizacin de los obreros medios a la par con la idea de que es ms fcil reunirse en torno a algo ms concreto, por ejemplo, de peridicos locales, y, por otra parte, hablar ahora de una organizacin para toda Rusia significa dar ideas de gabinete, es decir (empleando un lenguaje ms franco y sencillo), ahora ya es tarde! Y para fundar a vasta escala peridicos locales no es tarde, respetabilsimo L. Nadiezhdin? Comparen con eso el punto de vista y la tctica de Iskra: el terrorismo excitante es una tontera; hablar de organizar precisamente a los obreros medios y de fundar a vasta escala peridicos locales significa abril de par en par las puertas al economismo. Es preciso hablar de una organizacin de revolucionarios nica para toda Rusia, y no ser tarde hablar de ella hasta el momento en que empiece el asalto de verdad, y no sobre el papel [...] Precisamente correr menor riesgo de que lo pille desprevenido la revolucin quien coloca en el ngulo principal de todo su programa, de toda su tctica, de toda su labor de organizacin la agitacin poltica entre todo el pueblo, como hace Iskra. Los que se dedican en toda Rusia a trenzar los hilos de la organizacin que arranque de un peridico central para todo el pas, lejos de que los pillen desprevenidos los sucesos de la primavera, nos han ofrecido la posibilidad de pronosticarlos. Tampoco los han pillado desprevenidos las manifestaciones descritas en los nmeros 13 y 14 de Iskra; por el contrario, han tomado parte en ellas, con viva conciencia de que su deber era acudir en ayuda del ascenso espontneo de la multitud, contribuyendo al mismo tiempo, por medio de su peridico, a que todos los camaradas rusos conozcan estas manifestaciones y utilicen su experiencia. [...] Hemos llegado, pues, a la ltima razn que nos obliga a hacer particular hincapi en el plan de una organizacin formada en torno a un peridico central para toda Rusia, mediante la labor conjunta en este peridico comn. Slo una organizacin semejante asegurara la flexibilidad indispensable a la organizacin socialdemcrata combativa, es decir, la capacidad de adaptarse en el acto a las condiciones de lucha ms variadas y cambiantes con rapidez; Y esta labor es inconcebible en la Rusia actual sin un peridico central para toda Rusia que aparezca muy a menudo. La organizacin que se forme por s misma en torno a este peridico, la organizacin de sus colaboradores (en la acepcin ms amplia del trmino, es decir, de todos los que trabajan en torno a l) estar precisamente dispuesta a todo, desde salvar el honor, el prestigio y la continuidad del partido en los momentos de mayor depresin revolucionaria, hasta prepara la insurreccin armada de todo el pueblo, fijar fecha para su comienzo y llevarla a la prctica. La teora periodstica de Lenin es la nica que qued en pie en el siglo que pas, tomada por la gran prensa no antes de ser pasada por un cribo gramsciano. Y siendo el campo del Qu hacer pregunta crucial de la poltica de todos los tiempos, tan clebre

como su complemento, la expresin El prncipe, un lugar donde ser verificaban las teoras orgnicas del peridico como conciencia social organizada, puede considerarse hija de una gran paradoja la animadversin que las modalidades surgidas del monopolismo empresarial del periodismo contemporneo, que brota adems de las normativas de un manual de escrituras, se yerga contra los dos padres que desde las izquierda del siglo adelantaron los conceptos fundamentales de lo que sera la revolucin periodstica del siglo XX como directora de almas. Leer a Lenin hoy no es como leer a Ingenieros. Ambos han perdido ese ncar protector que es la poca en la que como moluscos se insertan. Pero a Ingenieros, los estudios que lo toman como motivo de consideracin historiogrfica, no sienten, no pueden sentir lo mismo que al leerse un prrafo de Lenin. ste est enclaustrado en su estalactita anacrnica, pero al mismo tiempo parece vivo. No puede entenderse la escritura de Lenin sin el agrio polemismo del que no puede nunca sustraerse. En este sentido se parece un poco a Sarmiento. Sus escritos yacen en un campo de espinas. Cuando se enzarzan en polmicas, aparece un sibilino acento pardico, donde desfilan nombres hacia un patbulo de papel: todo entre mofas, pitidos, calculados menosprecios y supremos entrecomillados donde se aprietan derrumbadas las frases del otro, el que es motivo del superior desdn del polemista. Seguir el curso sinuoso de estas polmicas, hoy, no es fcil con los innumerables textos de Lenin. Es que todos ellos son tericos, altamente argumentados, pero hay que trajinar por el bosque entrecortado de los numerosos escarnios hacia las flotillas y el zarzal de partiquinos que se cruzan en su camino. Ora se burla de Martinov, ora de Nadiezhdin. Nombres mencheviques, seguramente, fantasmales nombres mencheviques, que no han pasado a la gran historia, atropellados por la cortadera leniniana. Ya se ocuparn otros de ellos; seguramente es la discusin entre constructores que ven sus andamios apostando a una vigencia futura y los liquidacionistas, con esos u otros nombres. Discusin que es eterna. Lenin, en los prrafos que un poco al azar transcribimos del Qu hacer (pedimos al lector que vuelva a repasarlos, as hablamos con ms presupuestos comunes), pone al peridico en el centro de la cuestin revolucionaria, como organizador colectivo, ya lo sabemos, pero tambin un modismo semejante al que un contemporneo suyo con el que bajo ningn otro aspecto tiene nada que ver, Durkheim, que perciba la solidaridad orgnica como fuente superior del ser colectivo, ya construido como una representacin imaginaria emanada de la divisin del trabajo. Es cierto que este tema durkheimiano del colectivo moral e intelectual entendido como una voluntad representativa, no contractual, sino cognoscitiva, opera mucho ms en la obra de Gramsci, como tantas veces fue notado. Es la herencia de Renan, Sorel cuntos estudiantes incautos, pues ser estudiante es al fin ser de la mejor manera, un ser deliciosamente incauto, han dicho estas frases, voluntad nacional y popular, representacin colectiva, cuestin moral e intelectual sin saber y mejor no saberlo que se inscriban en un remoto problema que ni siquiera naci en la Francia del siglo XIX, cul era el de cmo se crea una instancia asociativa superior que haga de un hombre, un smbolo! La defensa de Lenin del influjo intelectual exterior a la conciencia emprica, artesanal y economicista de la clase obrera, le hubo de costar innumerables crticas. Todas ellas, o casi todas, enteramente justas. Cmo desmerecer as la autorreflexin laboral, el estadio inicitico de la prctica material, que puede cargar en su inmanencia los sntomas de su autorreconocimiento? Lenin es drstico con el populismo vulgar, que lleva a cierto voluntarismo terrorista que lo incomoda, ms que nada por no tener la cualidad del pensamiento crtico, autosustentado en sus propios andamiajes conceptales, en la alta filosofa del concepto, transformadas por Marx y tambin por Clausewitz, en juegos de contraposiciones que involucraban fuerzas reales de la

historia, no del papel, pero que exigan el trabajo del concepto. En dnde? En los papeles peridicos, que pasaban a ser fuerzas materiales organizativas. Cuando Lenin dice un peridico central para toda Rusia, est diciendo dos cosas: El Capital de Marx y De la Guerra de Clausewitz. Y sin quererlo, bastante de la Fenomenologa del Espritu. La teora periodstica de Lenin es una teora filosfica de la conciencia colectiva, y seguramente conceba la escritura del peridico, sobretodo de Iskra, del modo en que l mismo escriba. Era una escritura no sobre la dialctica, sino una dialctica en s misma. Una mayutica dialcticamente encarnada. Aparecan los adversarios con su nombre tomados como motivo de ridiculizacin, como figuras de la anttesis histrica. Hablaban. Lenin los citaba, los dejaba hablar. Y luego caa sobre ellos como si fueran malas configuraciones del concepto, castigados por destruir el pensamiento, con lo poco idealista filosfico que pretenda ser Lenin. Era antes el partido o el peridico? Podemos decir: el peridico era lo previo. Pero Lenin nunca lo dice claramente, pues hubiera significado esfumar el partido o diluirlo en una hiptesis de escritura intelectual. Lenin, como Marx, se indignaba con quienes despreciaban el movimiento intelectual, con el pretexto de que haba que esclarecer progresivamente a las masas con idiomas sometidos a papillas divulgadoras o bien largarse al asalto ya. Relase el prrafo que citamos: all cae a plomo sobre los que los critican por promover el literaturismo o las polticas de gabinete, es decir, considerar al comit de redaccin el mbito primigenio de comprensin de la historia, el estado mayor intelectual del giro de los tiempos. Por cierto, ni Marx ni Lenin despreciaban la hiptesis divulgativa, que finalmente tomara cuenta de toda la realidad periodstica del siglo XX y por consecuencia, de todo el lenguaje poltico de un largo ciclo histrico. Marx prepar una edicin francesa del Capital para distribuir en quioscos de Pars, pero no era una escritura para que la digirieran las masas, sino un ordenamiento diferente de los captulos, con el comprensible razonamiento de que la historia social de Inglaterra, tema de los captulos sobre la Gran Industria y la Maquinaria, era ms atractiva que los fundamentales enunciados abstractos sobre el fetichismo de la mercanca, con el que empieza el trabajo. Incluso es de Marx una idea sobre el recorrido del acto lectural. Su razonamiento es dialctico, pues propone que se ofensa y escribe filosficamente desde el final concreto situado de los hechos su consumacin ya elaborada hacia las partes iniciales del proceso histrico, donde estn en germen los actos, apenas figurados in nuce. Mientras que se lee al revs, dentro de los procedimiento reales de la historia, que van desde lo an no prefigurado hacia las diversas sntesis que se muestran como posible conclusin en cada momento histrico. Divulgar, para Marx y para Lenin, era combinar el modo de leer segn los hechos del presente, tal como se van desplegando (periodismo), con la teora directora de la comprensin histrico, que ya los da por concluidos (teora crtica o filosofa del presente). No fueron as las cosas en la prensa habitual escrita incluso por quienes hubieron de leer estas reflexiones de estos notorios maestros de la filosofa de la praxis. La crtica de Lenin es a los que creen en el activismo fragmentario que toma en cuenta una hiprbola tctica consistente en correr detrs del ltimo hecho ocurrido, que habitualmente es el que consagra la prensa diaria en la hechura de sus titulares de cabecera. En cambio, el peridico general, colectivo, organizador de las piezas moleculares de la historia, recogedor de todas sus determinaciones, son los que estaran mejor prevenidos que los apresurados que por medio de la espontaneidad dramtica de la fortuna y la voluntad, desfilan tras los acontecimientos portentosos pero disgregados. Quines entonces tendran razn? Los que se dedican en toda Rusia a trenzar los hilos de la organizacin que arranque de un peridico central para todo el

pas, lejos de que los pillen desprevenidos los sucesos de la primavera, nos han ofrecido la posibilidad de pronosticarlos. El peridico es el hilo de la historia, la plomada, el andamio del partido, a estar de la metfora arquitectnica de Lenin, que esclarece hasta cierto punto las cosas. No sabemos bien si el peridico es el partido o el partido es el peridico, en el ltimo acto de transubstanciacin dialctica del alma mstica de la revolucin. En Gramsci no es exactamente as, en primer lugar porque el partido no se fusiona en forma fantasmal con el peridico. Pero hay una semejanza inaudita: se fusiona, s, con el libro y la memoria de la lectura de los libros. Por eso es posible decir que en Gramsci tampoco sabemos si el partido es un libro o el libro es un partido. Cmo as? La cuestin periodstica tiene bastante que ver con ello. Tambin en Gramsci el problema es despertar el inters de las masas, que no es sino una sincdoque de los lectores. Estn atomizados y solo una fuerza catrtica puede ser transformadora, es decir, condensar una dimensin econmica en otra poltica y a las masas en lectores (y viceversa). La figura viviente de esa conversin dramtica de elementos desintegrados es el Prncipe como mito de lectura, como mito viviente. Lenin no acepta la catarsis como frmula de conversin de las conciencias. Es menos griego, no italiano sino eslavo. Habla de condensacin, que no deja de ser una frmula de destilacin o compendio tcnico. (Hay que ver si la dialctica de la tradicin hegeliana supera los elementos mticos o tcnicos de destilacin de una situacin en otra, tal como se ofrecen en los textos leninianos y gramscianos respectivamente). En ambos casos, los peridicos son plasmas retricos de todas estas posibilidades de deslizamiento del sentido de un rea material a otra. Toda esa transferencia catrtica, est en realidad en la urdimbre interna del lenguaje, que opera con figuraciones mticas que van rotando de nombre. El Partido es el Moderno Prncipe, que a su vez es un libro, y a su vez est inserto en el habla popular sometida a catarsis, que a su vez puede plasmarse en los textos de los peridicos populares. Todas estas estaciones de un via crucis es la vibrante complejizacin a la que Gramsci somete la idea de Lenin sobre el texto periodstico como organizador colectivo, anticipo, fusin, sombra amalgamable o smil del partido. Qu subyace en el interior de estas nervaduras del lenguaje? Sabemos ya: un mito. Cul? Sera fcil decir el del Prncipe, puesto que Gramsci as lo dice. Pero es mejor respuesta la de que el mito es precisamente el modo de circulacin, yuxtaposicin y conversin de todos los entes vivos disponibles en una energa intervinculante, que genera creencias y fisuras en esas mismas creencias. As se produce el proceso del conocimiento, manteniendo los obstculos, transformando preconceptos en conceptos y adquiriendo otros conceptos previos que sirven como ocultos pretextos para hacer de los hechos, interpretaciones que quedan ligadas a formas fijas del lenguaje, pero se mueven lentamente en otras direcciones de apertura. Esa es la dimensin moral e intelectual que supone un engarce fijo antepredicativo, ese tejido vital implcito que est antes de los conceptos que catalogan el mundo. Y una disposicin que se constituye en un sentido comn como gran campo de conocimientos que yacen ignorados, en uso fetichista, con esquemas rpidos de respuesta que no obstante son cliss heredados que se clausuran a cualquier revisin. Pero a veces sufren inesperados actos de exploracin que pueden romper el magma ya calcificado. El periodismo, en Gramsci, es el campo de este litigio de la conciencia entre lo fijo de la lengua y la lengua flotante que constituye libremente sus leyendas activistas. Es el lugar donde un mito se reconvierte permanentemente a travs de su clula irreductible, que puede ser una frase proverbial, o un prncipe. En la catarsis gramsciana, una frase es un prncipe, y viceversa. Tanto como lo econmica se torna poltico, y viceversa. Queda el misterio mayor de ese transe: la elevacin de los planos

de conocimiento a partir de la filosofa de los no filsofos hacia el pensamiento como praxis de s mismo, como su propio mito de accin. Hay una relacin tpicamente gramsciana: la de la lotera con el pensamiento. La lotera es una de las tramas internas del periodismo, ms all que sea un seccin fija de todos los diarios. No podra haber, quizs, un ncleo enraizado en la cosmovisin popular tan extendido como la nocin de lotera. Hemos considerado hasta ahora el periodismo en cuanto produce una relacin entre el parte de guerra y la oda, en cuanto da lugar a un redactor ilustrado que se pone como mediador de la oratoria parlamentaria o la oratoria fnebre, la hoja de combate que se dispone a laborar en torno a distintas escalas de la calumnia, el periodiqun que juzga todo su mundo cultural a partir de las apariencias inocentes de La Moda, etc. Veamos ahora el poder del discurso de la lotera, que con el horscopo, la tabla de posiciones de las distintas competencias deportivas y el horario de salida llegada de los barcos y aviones, son gneros que cimentan el trajn periodstico durante siglos. Ya muchos se han inspirado en la nota gramsciana titulada La religin, la lotera y el opio de la miseria. Ah realiza un montaje mitolgico y a la vez textual entre Croce, Balzac, Marx con su crtica a la filosofa del derecho y Pascal, adems de Vctor Cousin y Baudelaire. Cmo logra este reticulado? Es el moderno prncipe como instrumento lectural que encontramos nuevamente aqu, mediante un sistema de pasadizos y frases entrelazadas en los pasillos de los refraneros populares y la alta filosofa. La urdimbre asombrosa que logra Gramsci al intervincular en una tela de araa insaciable un tema como la lotera a mltiples dimensiones filosficas y populares (todas basadas en fragmentos de textos) es una obra maestra de lo que luego se tornara una cosmovisin periodstica que sin embargo no siempre lograra tal nivel de entretejidos sobre una nica sombra temtica. El proyecto principesco de Gramsci comienza con una evocacin filolgica, a la que sigue otra y otra y otra. El prncipe o es barroco ni melanclico, sino que he ledo para poder leer. No tiene lmites esta visin del prncipe como lector fractal (como lo hubiera dicho Nicols Rosa). De qu se trata? Veamos estos desplazamientos. Benedetto Croce busca el origen de la expresin pas de Jauja y la encuentra en un cuento de Balzac, en el que alude a la lotera como opio de la miseria, que a su vez puede ser vinculada con la expresin opio de los pueblos que Marx le destina a la religin, en su crtica a la filosofa del derecho de Hegel. A su vez Victor Cousin descubre en 1843 las versiones ms ajustadas de los pensamientos de Pascal, donde se comenta el tema teolgico de la apuesta, que tiene algo de voltaireano y ya haba sido comentado por Heine en la frase quizs el Padre Eterno nos depare alguna sorpresa despus de la muerte. Pero esta ristra de relaciones no termina aqu. Es un programa de trabajo, una ruta de investigacin. Es de algn modo una fundacin. De qu? Del periodismo contemporneo en casi todas sus vetas. Lo que sigue en Gramsci, entonces, son indicaciones para su propio gobierno intelectual, su propia accin reflexiva e investigativa. Ver adems si Baudelaire se ha inspirado para el ttulo de su libro Los Parasos Artificiales (y tambin para su desarrollo) en la expresin opio del pueblo. La frmula podra haberle llegado indirectamente de las lecturas polticas y periodsticas. No me parece probable (ms no debe ser excluido) que existiese ya antes del libro de Balzac alguna expresin mediante la cual el opio y los dems estupefacientes y narcticos eran presentados como medio para gozar de un paraso artificial. (Es preciso recordar, por otro lado, que Baudelaire particip hasta 1848 en alguna actividad prctica, fue director de semanarios polticos y tom parte activa en los acontecimientos parisinos de 1848). Jules Lachelier, filsofo francs (sobre el

mismo, consultar el prefacio de G. de Ruggiero al volumen del mismo Lachelier sobre Psicologia e metafisica, Bari, Laterza, 1925), ha escrito una nota (agura, dice De Ruggiero) sobre el pari de Pascal, publicada en el volumen Du fondement de l'induction (Pars, Alcan, en la Bibliothque de philosophie contemporaine). La objecin principal a la formulacin del problema religioso dada por Pascal en el pari es aquella de la lealtad intelectual hacia s mismo. Me parece que toda la concepcin del pari, segn recuerdo, est ms prxima a la moral jesuita que a la jansenista, es demasiado mercantil, etc. Es impresionante la barroca carga de citaciones que pone en juego Gramsci para situar la genealoga de un tema: la lotera y su estrecha conexin con la religin. Pero subyace aqu otra ntima relacin con el periodismo. Seguimos copiando a Gramsci: los premiados muestran que han sido elegidos, que lograron una gracia particular de un Santo o de la Virgen. Se podra establecer una comparacin entre la concepcin activista de la gracia entre los protestantes, que ha dado la forma moral al espritu de empresa capitalista, y la concepcin pasiva y holgazana de la gracia propia de la gente comn catlica. Subrayar la funcin que tiene Irlanda en la accin tendiente a revigorizar las loteras en los pases anglosajones y las protestas de los peridicos que representan el espritu de la Reforma, como el Manchester Guardian. . Subyace en estas breves lneas una teora del periodismo y de la religin. Si los protestantes descreen de los juegos de azar, no es lo mismo con los catlicos, sobre todo los irlandeses. Los primeros dan curso al espritu capitalista, pero en ese lugar, los segundos colocan el azar, o en el mejor de los casos, la apuesta pascaliana. (Aunque Gramsci duda si es ms jansenista que jesutica.) Esa concepcin pasiva de la gracia abre la puerta, a su vez, a un tema a analizar: el papel de los pases con catolicismo activo en contra de las loteras, en contrario al peridico Manchester Guardian, fundado hace casi dos siglos por un comerciante de algodn en la tradicin liberal protestante la cristiana unitarista, en la cual se destac el norteamericano Ralph Waldo Emerson, de fuerte influencia en Latinoamrica. Se podra decir que los peridicos, a los que en captulos anteriores vimos nacidos en la vecindad con los partes de guerra (y sus odas) ahora podemos considerarlos tambin hijos del gran debate sobre las loteras, esto es: la perseverante averiguacin si la gracia que nos toca en la vida proviene de una bsqueda personal en las acciones reales del mundo o en un plcido camino de entrega a misteriosos dioses que nos bendicen con los favores del azar. Pero quizs tambin importe observar el lado azaroso o de apuesta en el mtodo filolgico de Gramsci. Con l traza los contornos de una poca. Siempre en torno a un problema de desciframiento metafrico (el opio del pueblo) que contendra en su esencia el desarrollo completo de obras de Pascal, Balzac, Marx y Baudelaire. Cmo formula clasificatoria se parece a las de su contemporneo Aby Warburg, que las llama frmulas de lo pattico. En cada obra habra encerrada una hebra emotiva secreta, apenas activada, que es una promesa de investigacin, como todo en Gramsci, que solo escribe notas dispersas, provisorias, en estado de borrador. No podra ser de otra manera. Cuando dice ver esto, ver aquello, ya establece potencialmente una relacin con el conocimiento que queda en la trama voltil de una duda. Conocer en Gramsci es una mnima noticia que equivale a un vaticinio futuro, a una confianza en que alguien lo har. Alguien estudiar lo que l indica que deber verse. La humanidad, acaso, en su desconocido avatar eventual, lo har. Todos los hilos patticos de esta trama, se pueden reunir ocasionalmente por una accin catrtica en la accin del moderno prncipe. Este pierde su carcter exclusivo de metfora partidaria para convertirse en un texto, un procedimiento o un peridico. Precisamente, los estilos periodsticos, los modos de agrupar con secciones de todo tipo

la casticidad mundana y textual, son grandes puzzles (y esta modalidad de juegos es incluida adems por muchos peridicos en sus zonas de entretenimiento), que tienen en estado de promesa la posibilidad de conjuncin. Es muy difcil resolver en una unidad sin fisuras toda complejidad de regiones y accidentes de un peridico, que tienen un parecido con la dificultad de representacin que el oficio de la elaboracin de mapamundis desde el siglo XV en adelante muestra crecientemente. El tema del moderno prncipe como aglutinador mtico de elementos dispersos, a la manera de un libro viviente, es el ideal de un peridico contemporneo. Y quizs, el oscuro sentimiento de continuidad entre noticia, escritura y vida que da lugar a su fundacin. Captulo 9. Marx periodista Marx se ocup mucho de la prensa, tema de incesantes debates en la Dieta de Prusia hacia 1840, en cuanto a la crucial cuestin de la censura. Es que fue un periodista, un fundador de peridicos, adems de todo lo conocido de su obra. Y deja pginas de gran originalidad en torno a la funcin del peridico, que se pueden entender como una filosofa viva de la prensa, no exenta de actualidad. En un artculo que los especialistas conocen bien, firmado por Un renano, realiza un interesante balance de las proposiciones de censura sobre la prensa en el Estado de Prusia. Filosficamente, la censura es una crtica, y sus nomas no pueden sustraerse a esa misma crtica que ellas proclaman. El problema es que la ley de censura defiende la investigacin seria de la verdad, pero en medio de innumerables restricciones en materia religiosa, cientfica, etc. Hay una misteriosa dialctica en el censor, que este joven Marx se complace en caracterizar, con el tono de comicidad paradojal que tienen todos sus primeros escritos. La censura erige al censor suplantando a Dios, en juez de los corazones. Prohbe las manifestaciones injuriosas y los juicios lesivos al honor acerca de tales o cuales personas, pero nos expone diariamente a los juicios lesivos al honor e injuriosos para el censor [...] No quiere que se sospeche de las Instituciones del Estado pero la censura parte de las sospechas que el estado inspira. [...] Se exige modestia y se parte de la enorme inmodestia de convertir a algunos servidores del Estado en espas de los corazones, en depositarios de la sabidura total, en filsofos, telogos, polticos, en el Apolo dlfico. [...] Tambin el censor es acusador, defensor y juez en una sola persona, a quien se encarga de administrar el espritu [...] La censura podra tener un carcter provisoriamente leal si se la sometiese a los tribunales ordinarios, cosa, por lo dems, imposible mientras no existan leyes objetivas sobre la censura. [...] Pero el peor recurso de todos es someter a la censura a otra censura [...] a un alto tribunal de censura. En la misma relacin elevada a un escaln ms alto (pero) si el Estado coactivo quisiera ser leal, desaparecera. Interesante cuestin. Por qu desaparecera el Estado? Estamos ante un llamativo momento de la presentacin de Marx de su teora ms profunda. Es que cada instancia de la censura precisara a su vez ser censurada, con lo cual se crea un resto de ilegalidad ascendente en la que cada funcionario deseara que la censura comenzase cada vez en un estrato ms alto, para que la esfera de la ilegalidad est cada vez ms arriba, generando la ilusin de que ha desaparecido. Pero en verdad flota vagamente sobre todos. Como en los juegos de Chesterton, todos son censores y nadie quiere serlo: una verdadera teora del Estado basado en la impostura, que luego dara tantos frutos al concebirse El 18 Brumario de Napolen III, un escrito para un peridico antiesclavista norteamericano, el New York Daily Tribune, en 1852, que a la vez que implica una teora de la representacin fantasmtica, llamada bonapartismo, es un artculo que pasa muy bien como representacin del oficio periodstico de Marx. Como en el artculo

sobre la censura, los grupos polticos, solo con reconocerse a s mismos, desapareceran y deberan buscar otra forma ms elevada o concreta de unidad. La censura prosigue Marx en sus artculos firmados como Un renano, ejerce en la persona del censor una libertad de prensa ilimitada. Las tachaduras del censor son para la prensa algo as como lo que las lneas rectas, los kuas, de los chinos son para el pensamiento. Los kuas del censor son categoras de la literatura De modo que el censor a su modo combate a favor de lo que es la esencia del hombre, la libertad, al ejercer por lo menos l su libertad no coaccionada para suprimir la de los otros. Qu tiene mayor derecho, la libertad de prensa o la libertad de censurar la prensa? La prensa censurada es una realidad asombrosa, porque no es que sea un inconveniente, sino que dentro de ella, lo nico bueno que existe es lo que tiene de prensa libre dentro de la prensa censurada. La censura acta como el acto de negacin del espritu libre. No hay censura buena, si por caso se extendiese el razonamiento dialctico, en el sentido de que ella hara surgir como rplica la prensa libertaria. Pero sucede algo curioso: a la prensa del gobierno, a su vez, alguien est llamado a censurarla. Y ese alguien es la prensa del pueblo. Esto lleva a Marx a reconocer un tipo de censura vlida, si se pudiese usar esta expresin. Sera la crtica. El tribunal que la prensa misma hace brotar de su propia entraa. Pero tiene que ser un tipo de crtica no secreta, ejercindosela y a la vez soportndosela. Si es desptico cortar el pelo a un hombre libre en contra de su voluntad, la censura corta diariamente tiras de carne a individuos espirituales y slo declara sanos a los cuerpos sin corazn, a los cuerpos que no palpitan ni reaccionan, a los cuerpos devotos. Como sea, la censura tiene la capacidad de leer en disfavor para generar un favor: convierte escritos malos en buenos. Sera buena entonces? No, pero a veces la libertad de prensa quita a todo escrito lo imponente que habra en l. Marx aprobara dialcticamente la censura en tanto crtica? No, tampoco. Pero la libertad de prensa es el espritu del Estado que puede transportarse a cada choza como gas natural. Esta tesis hegeliana de la libertad en el estado, que por ese tiempo cultiva Marx, lo lleva a pensar en un tipo de liberalismo humanista elevado, que impida que el Estado escuche su propia voz. Y en cuanto al pueblo, la censura es escandalosa porque el pueblo se acostumbra a pensar que los escritos ilegales son libres y la libertad es ilegal, lo que corroe la vida del Estado. Hoy podramos decir que este debate de Marx con algunos diputados de la Dieta Renana, demasiado infundido de las tesis sobre la espiritualidad moral del Estado, no ha perdido el distante sabor de actualidad que podemos conferirle a todo escrito salido de la inspiracin aguzada de este muchacho de poco ms de veinte aos. Aparece el tema de la libertad de prensa equiparado a la libertad industrial, tal como lo plantea un diputado de la Dieta. Marx se enfrenta a la cuestin, nuevamente, de un modo hegeliano. Piensa que a primera vista es extrao comparar la libertad industrial o de empresa con la liberta de prensa. Hoy pesa la tendencia de acusar a los empresarios de encubrir una en la otra: la libertad de accin empresaria con los dones espirituales de la libertad de palabra. Marx tiene un matiz ms sutil en relacin a esta ltima opinin. No hay porqu rechazarla. Claro, es Marx. Ser Marx. He aqu el tipo de ejemplificacin que emplea, que nunca desaparecer de su obra, y que explica la larga influencia que ha ejercido: la leve sorna donde exhibe su curiosidad cultural universalista y los destellos de irona que componen un retablo terico vivaz con una ejemplificacin fulminante y desenvuelta. Si Rembrandt pinta a la Virgen bajo el ropaje de una campesina holandesa Por qu nuestro orador [el diputado prusiano con el cual debate] no puede pintar a la libertad bajo la forma que le es habitual y con que est familiarizado?. El problema exista. El problema era el de todo lo que despus se considerara el problema del marxismo. La manera en que una

categora moral puede ser homloga necesariamente, una consecuencia de una relacin entre los smbolos y las fuerzas de la produccin. Pero Marx no concibe aqu un marxismo que reduce uno de los planos el artstico, el del orden del discurso a lo que podra ser el fundamento de todas las libertades, la libertad empresarial. No es un liberal, sino un libertario. Por lo tanto, hacer de la defensa de la libertad de prensa una libertad industrial, es defenderla matndola. Invirtiendo la crtica habitual de que al defenderse cierta libertad de prensa solo se trata de la libertad del propietario empresarial de la prensa, Marx pasa a invertir el problema. La industria no es solo una cuestin de maquinarias sino de prcticas de pensamientos y de conciencia. Acaso el lenguaje de la palabra es el nico en el que habla el pensamiento? Acaso el mecnico no habla un lenguaje muy claro para mi odo en la mquina de vapor, el fabricante de camas un lenguaje muy inteligible para mi espada y no se hace el cocinero entender muy bien en mi estmago?. Sin duda el lector familiarizado con el joven Marx vuelve a alegrar su dicha lectora con estos prrafos que conservan cierta elegancia bufa, sin desconsiderar el pliegue terico que se sin esfuerzo se avizora en ella. Marx, difcil imaginarlo a sus 25 aos, escribe como gran polemista infinito. No parece terminar nunca su tarea que est regentada por ironismos hasta cierto punto crueles, no sin garbo, y la predisposicin de pegar como con un taco de billar, el golpe maestro que convertir todo en teora. Pero una teora viva, en la que siguen latiendo todos los pasos de tragedia y comedia que se atravesaron para llegar a ella. El tema que verdaderamente lo acucia es lo que se debate en la Dieta renana: si hay libertad de empresa, porque debe estar inhibida la libertad de la conciencia autorreflexiva? As lo dice, invirtiendo los trminos habituales por los que se causa a los empresarios de la prensa de confundir la libertad de escribir en ella con el libremercado empresarial. Primero, establece que en la industria hay tambin ideas. Hay lenguaje moral e intelectual en el acto de fabricar sillas y mesas, hacer un armario ya es pensar. Si todo esto est permitido y es equivalente a la libertad de prensa, no resulta contradictorio que se halle vedado el que hable a mi espritu por medio de la tinta de imprenta? El argumento parece de un materialismo falaz, pero es una suprema irona, pues en verdad Marx no piensa que sean semejantes las libertades, la de la produccin en el mercado y la de la escritura periodstica. Porque al cabo, hablando sin recursos mordaces, la primera libertad de la prensa consiste en no ser una industria. Cmo es as? Hondo problema, pues implica la cuestin de lo que despus se llamara filosofa de la praxis, tema capaz de diferenciar entre prcticas productivas y produccin intelectual, reservando en primer trmino una esfera real de autonoma a los escritos filosficos y por lo tanto, a las prcticas periodsticas de escritura. Pero en segundo trmino, subyace el problema general de la prctica con la que lidia Marx: Es el mismo espritu que construye los sistemas filosficos en el cerebro de los filsofos y el que tiende los ferrocarriles por las manos de los obreros. Cuando David Strauss, discpulo de Hegel, publica La vida de Jess, en 1836, tratando de extraer un Jess histrico en la maraa narrativa de los evangelios, se produce un debate en Alemania respecto a si la prensa debe publicar artculos religiosos de origen filosfico, y ante esa duda proscriptiva, la misma filosofa se aparta de participar con sus escritos en los peridicos. Esta pregunta se extiende a otra: deben los peridicos de un Estado cristiano publicar artculos filosficos sobre la poltica? La respuesta es s, con ms razn si se convierte la religin en teora del derecho del Estado, lo que le permite vivir a la religin una suerte de vida filosfica. Y cul debe ser entonces el lenguaje en que se traten estos temas de la poltica y la religin, esto es, la filosofa crtica convertida en armas de la crtica? Es posible pensar que este Marx en su plena juventud productiva, afirma que todos los problemas

periodsticos son problemas de la articulacin filosofa-poltica-religin, a travs de la prctica crtica, y que sta ocurre en el lenguaje. Ya haba dicho que la escritura en la prensa en tanto libertad prctica, no era una fuerza productiva, aunque los procesos intelectuales tengan tanto derivaciones tcnicas como filosficas. En este caso afirma con plenitud que el lenguaje no es un producto de conceptos con contenidos propios, pero al ser el lenguaje no una expresin autnoma del espritu, los filsofos deben hablar con expresiones de la vida real, que sacan al lenguaje de su esfera autnoma. He all una de las vetas de la teora periodstica de Marx. Es el Marx de la Neue Rheinische Zeitung, diario del cual escribe Engels: La constitucin que rega en la redaccin del peridico se reduca simplemente a la dictadura de Marx. Un gran peridico diario, que ha de salir a una hora fija, no puede defender consecuentemente sus puntos de vista con otro rgimen que no sea ste. Pero lo abandonan los financistas y suscriptores, y sufre los procesos de la censura. sta es vista por Marx como una suerte de oscuro factor dialctico ejerciendo las negatividad sobre el peridico de la burguesa progresista renana, a la que le ve un nimo paradojal por la va de esa anttesis. Marx se revela ahora como un sarcstico analista de los estilos periodsticos. De la Gaceta de Colonia hace un agudo anlisis de su primara plana donde hay una divisin de trabajo entre dos redactores Shucking y Dunont, el primero en la parte inferior, el otro en la superior. Dunont se ocupa de la salvacin de los principios de todos los naufragios, para lo cual usa todos los recursos elegacos, cantos de cisne y lrica sumible, entre el ditirambo y la tempestad. A l se le deben casi todos los hexmetros involuntarios que tanto abundan en La Gaceta de Colonia. En cuanto a Shucking, escribe una serie de dilogos llenos de fantasas doctrinarias y doctrinarismo fantstico. En uno de esos dilogos, alguien incita: Seor profesor usted siempre hizo un poco de Mefisto Marx concluye que el autor quiere sacar de la galera un Mefistfeles y se queda con un Wagner. No deja que pasen por alto estos distingos entre diferentes interpretaciones del drama de Fausto, pero tambin no le pasan inadvertidos las caractersticas de los distintos peridicos en la Inglaterra en la poca del surgimiento y madurez de la working class. He aqu un anlisis que hace de algunos de sus peridicos hacia 1869: El Morning advertiser es propiedad comn de los licenced virtuallers, es decir, de las tabernas que adems de cerveza, tambin pueden vender aguardiente. Es por lo dems, un rgno de los pietistas ingleses y de los sporting characters, es decir, de la gente que hace negocio con las carreras de caballo, las apuestas, el boxeo, etc. El redacor de esta hoja, el seor Garnt, empleado antes como estengrafo de los peridicos, un hombre sin la menor formacin literaria, ha tenido el honor de ser incluido en las soires privadas de Palmerston. Desde entonces adora al truly English minister, al que haba denunciado como agente ruso al estallar la guerra rusa. Adems, los devotos patronos de este peridico de aguardiente se hallan bajo las rdenes del conde de Shaftesbury, y ste es el yerno de los law church men, que injertan el Sanctus Spiritus en el espritu profano del buen Advertiser. En cuanto al Morning Chronicle, otro diario liberal, lo percibe con cambios respecto a su propio pasado liberal. Durante medio siglo el gran rgano del partido Whig y no mal rival del Times, apag su estrella desde la guerra de Crimea, sostenida por el partido liberal del ministro Aberdeen. Intent vivir del sensacionalismo, tomando partido por el envenenador Palmer [un mdico que envenen con estricnina a sus cinco hijos]. Luego se vendi a la embajada francesa, que sinti bien pronto haber tirado el dinero. Se arroj entonces en el antibonapartismo, aunque con el mismo xito. Por fin dio con el comprador largamente buscado en los seores Yancey y Mann, los agentes de la Confederacin del Sur en Londres.

Vemos aqu un Marx sumamente agudo para juzgar a la prensa, que se sita como escritura entre la filosofa y la poltica, o si se pudiera decirlo apelando a alguna dosis del mismo sarcasmo que Marx invoca como parte del modo reversible y oscuro de la dialctica, entre la taberna y la filosofa abstracta. La cuestin que suscita el peridico es lograr un lenguaje situado, que evoque a la gran filosofa, que permite la lectura de masas sin disolver en lenguaje en tecnologas de divulgacin, que critique lo que ya se llamaba sensacionalismo y que como peripecia del lenguaje, no ponga a ste en la crucial situacin de postular su propia autonoma, sino que contenga como gran interioridad de su praxis, los elementos que lo vinculan a lo real: el hacerse mundo de la filosofa, es de algn modo el peridico, con su capacidad de hacer de cada noticia un hecho articulado al mundo histrico como lo singular se vincula a lo universal, y destilar de ese vnculo una pedagoga de masas basado en el fantasma que recorre el mundo. Esta frase tambin se refiere al vrtigo histrico que debe recorrer la conciencia del lector de peridicos del siglo XIX. No obstante, la idea sobre el lenguaje de Marx solo trata la relacin de intelectuales y pueblo (o de redactores de diario y lectores) sin categorizar ese vnculo de un modo filosficamente novedoso. Le tocar a Gramsci esa tarea, casi siete dcadas despus. Es sabido que en Gramsci las relaciones entre los intelectuales y el pueblo-nacin deben ser estudiadas teniendo en cuenta la lengua escrita y usada por los intelectuales en sus relaciones, y tambin el aspecto de la funcin cumplida por los intelectuales italianos en la Cosmpolis medieval por el hecho de que el Papado tena su sede en Italia (el uso del latn como lengua docta est ligado al cosmopolitismo catlico). El latn literario y el latn vulgar se convierten as tanto en un examen de las relaciones de la Iglesia con su lengua como de las relaciones del peridico con sus lectores. Puesto que del latn vulgar surgen los dialectos neolatinos no slo en Italia sino en toda el rea europea romanizada dice el autor de los Quaderni, el latn literario se cristaliza en el latn de los doctos, de los intelectuales, en el llamado latn medio que no puede ser de ningn modo comparado con una lengua hablada, nacional, histricamente viviente, aunque tampoco debe confundirse con una jerga o una lengua artificial como el esperanto. Cuando observa que de todos modos hay una separacin entre el pueblo y los intelectuales, entre el pueblo y la cultura, pues los libros religiosos estn escritos en latn medio, de modo que tambin las discusiones religiosas se le escapan al pueblo, no deja de ser que la religin sea el elemento cultural prevaleciente: el pueblo ve los ritos y siente las prdicas exhortativas, pero no puede seguir las discusiones y los desarrollos ideolgicos que son el monopolio de una casta. Todos estos problemas se trasladarn, como si fueran una estructura mvil, a la cuestin de los peridicos contemporneos, e incluso, o muy especialmente, a los peridicos revolucionarios. El surgimiento del periodismo, como es obvio, va en la corredera que acompaa el surgimiento de las naciones, la quiebra del universo escrito del latn, y los primeros escorzos de una literatura o un epos nacional. La nocin misma de pueblo es contempornea de los escritos en lengua latina vulgar. Ejemplo de Gramsci: el juramento de Estrasburgo (despus de la batalla de Fontaneto entre los sucesores de Carlomagno) ha perdurado porque los soldados no podan jurar en una lengua desconocida sin quitarle validez al juramento. Tambin en Italia las primeras huellas de lengua vulgar se encuentran en juramentos y declaraciones de testimonios del pueblo para establecer la propiedad de los fondos de los conventos. Nuevamente, juramente y periodismo no son lo mismo, pero tienen el aroma de lengua proto-nacional y conversacional que ir al encuentro de los peridicos, que a la vez

surgan de la revolucin en el arte de la impresin con tipos mviles. Pero nadie podr decir qu se albergaba en los sueos recnditos del copista medieval. Copiamos los siguientes prrafos de Gramsci. Desde el 600 despus de Cristo, presumiblemente el pueblo no entendi ms el latn de los doctos, hasta el 1250, cuando comienza el florecimiento del latn vulgar, es decir: durante ms de 600 aos, el pueblo no poda leer los libros y tena vedada la participacin en el mundo de la cultura. El esplendor de las Comunas favoreci el desarrollo del latn vulgar y la hegemona intelectual de Florencia le dio unidad y cre as un latn vulgar ilustre. Pero qu es este vulgar ilustre? Es el florentino elaborado por los intelectuales de la vieja tradicin: es florentino por su vocabulario y tambin por su fontica, pero es un latn por su sintaxis. Por otra parte, la victoria de la lengua vulgar sobre el latn no era fcil: los doctos italianos, exceptuados los poetas y artistas en general, escriban para la Europa cristiana y no para Italia, eran una concentracin de intelectuales cosmopolitas y no nacionales. La cada de las Comunas y el advenimiento del Principado, la creacin de una casta de gobierno separada del pueblo, hace cristalizar este latn vulgar, del mismo modo que haba cristalizado el latn literario. El italiano fue nuevamente una lengua escrita y no hablada, de los doctos y no de la nacin. Hubo en Italia dos lenguas doctas, el latn y el italiano, y este ltimo acab por tener supremaca con su triunfo completo en el siglo XIX al separarse los intelectuales laicos de los eclesisticos (los eclesisticos an hoy continan escribiendo libros en latn, pero actualmente tambin el Vaticano usa cada vez ms el italiano cuando trata de cuestiones italianas y poco a poco acabar por hacer lo mismo para los otros pases, coherentemente con su poltica actual de las nacionalidades). Es Gramsci el que sigue hablando, y no nos podemos privar de evocar sucintamente la evolucin de este problema hasta los tiempos recientes en relacin al uso del latn en las grandes ceremonias y misas de la Iglesia. Es fcil obtener de aqu conclusiones sobre la creacin de comunidades vitales sobre la bases del vulgus, la plebs, el elemento social urbano que no posee la facultad erudita de la lengua de la nobleza, de los sacerdotes o los vates de la corte. Por lo tanto, parece importante fijar el siguiente punto: la cristalizacin del latn vulgar ilustre no puede ser separada de la tradicin del latn medio y representa un fenmeno anlogo. Despus de un breve parntesis (libertades comunales) en que se produjo un florecimiento de intelectuales surgidos de las clases populares (burguesas), hubo una reabsorcin de la funcin intelectual en la casta tradicional, en la que los elementos singulares eran de origen popular, si bien prevaleca en ellos el carcter de casta sobre el origen. Estamos glosando, como cualquier lector memorioso percibir, a varios trechos de la obra gramsciana. En el interior de estas pinceladas sobre el drama de la construccin nacional de un idioma, frente al cual parecen insignificantes pero no carentes de significacin las polmicas de Andrs Bello y Sarmiento, o las de Alberdi y Juan Mara Gutirrez, o las de Borges y Arlt, podemos seguir el rastro de cmo se constituye la instancia periodstica. Ah donde se disuelve el idioma docto, pero al mismo tiempo sabe detener la disgregacin del gran archipilago del latn eclesial y literario, para ya convertido en idiomas nacionales, para que no olvide a travs de un manotn circense, algo siniestro, que consistente en encomiar la lengua residual creada no por el pueblo sino por los gerentes de un supuesto saber autoatribuido sobre el final del proceso de digresin casi fsica y lexical del idioma. En ese ltimo confn aparecera el periodismo popular, pero no el heredero de las transformaciones histricas del lenguaje sino el triturado por las grandes maquinarias de inteleccin que preparan los operadores de lo que desde la mitad del siglo XX fue denominado industria cultural.

Cuando Gramsci indica que hacia el siglo XV no fue un estrato de la poblacin el que, al llegar al poder, cre sus intelectuales sino un organismo tradicionalmente selectico como la Iglesia la que asimil individuos particulares en sus cuadros, se percibe la envergadura del problema, porque esa asimilacin llevaba a construir una lengua colectiva intermediaria en la que se encontraran el estrato bajo de la poblacin que muchas veces guardaba como tesoro las viejas locuciones que el mundo social encumbrado consideraba agrietadas por el uso con la capacidad innovadora de los doctos que regan las instituciones eclesiales, militares, dinsticas, comerciales, para juzgar la cuestin del a inteligibilidad y de la orden transmitida como forma de cohesin social. Era necesario un lenguaje disciplinador no escindido de ciertos usos cultos pero pasado por cribos de especialistas pedaggicos en divulgacin de saberes y al mismo tiempo cuidar de reductos especficos que fueran cartijas idiomticas atemporales donde se preservaran las antiguas flexiones y acsticas del latn originario. De estas breves consideraciones que extraemos de este mundo gramsciano de idas, se conforma una tarea intelectual vigente aun hoy quizs ms hoy que en los tiempos pasados de analizar la retrica nacional de los siglos donde surge la imprenta y enseguida los peridicos. Para Gramsci esto se complementara con pregunta: cul fue el rea exacta de la difusin del toscano?. Para nosotros, se tratara en cambio de reflexionar como se constituy una lengua nacional despus de de la cada de Rosas, desde el contrapunto que establecen los cultismos de Pedro de ngelis y Echeverra cuyas diferencias idiomticas hoy veramos insignificantes con las polmicas sobre el idioma nacional que constituye Borges separndose simultneamente del hispanismo acadmico y de lo que llama el idioma de la ganza, no sin congratularse con los folletos lenguaraces de Vicente Rossi, ese matrero criollo genovs de vocacin charra. Todas estas polmicas terminan refugindose en las tensiones interiores del suplemento cultural del diario Crtica, hacia los aos 30. Aspectos de los estudios de Gramsci se sabe: escribe en la crcel con escasa bibliografa pero agudo instinto de bsqueda, en Venecia se introdujo el italiano ya elaborado por los doctos sobre el esquema latino y nunca tuvo entrada el florentino originario. El hecho de que le veneciano siguiera siendo la lengua nacional, antes que el romano o el napolitano influido por el florentino al calor del crecimiento del comercio, permite inferir que toda la literatura y el periodismo tenan tanto que tomar una opcin idiomtica no por incierta menos contundente, y a la vez fijar con sus propia accin la estabilidad siempre vacilante de una lengua. Llamemos a esto profunda creacin de inestabilidad lingstica en los hechos profesionales y fcticos que rodean a cualquier empeo periodstico. Cuando Gramsci dice, alrededor de los aos 30, que todava no existe una historia de la lengua italiana propiamente dicha y la gramtica histrica an no est elaborada, podemos enseguida contrastarlo con la aventura periodstica del diario Crtica. No existe aqu ni existir una historia de la lengua argentina, pero si existe el sucedneo de esa historia, que son las polmicas sobre el punto que ya han sostenido Borges con los hispanistas del Instituto de Filologa Hispnica, y por aadidura, aunque en un sentido no tan semejante, las novelas y reflexiones de Arlt sobre la relacin entre idioma nacional y tecnologa, caso bajo un impuso marinettiano. Insiste Gramsci que para la lengua francesa existen estamos hablando de las primeras dcadas del siglo XX las historias de Brunot y la de Littr, pero lo esencial es que sin una historia de la lengua no hay historia del periodismo. Y ambas son historias conjeturales. En el sentido que las mviles contextualizaciones sobre la nacin y el horizonte vulgar que se va estratificando en el uso vulgar de la lengua, son los pilares

fundadores de cualquier proyecto periodstico. En verdad, no hay proyecto periodstico que no est trabajando y siendo trabajado desde el interior de una lengua nacional permanentemente quebradiza. Porque se le ofrecen incisiones constantemente, y ella misma ejerce su libertad de incisin sobre todas sus opciones de lectura. La lucha dialectal que implica cualquier rgano periodstico en su existencia es decisiva en el veredicto final sobre las luchas sociales en los que esos mismos rganos se encuentran involucrados. Acontecimientos como las alianzas entre cultura clsica, religin cristiana y combates retricos entre distintos niveles del latn y las surgentes lenguas nacionales, lo que incluye la latinizacin del los brbaros (aclara Gramsci: con la formacin de un estrato de intelectuales germnicos que escriban en latn), son formas evolutivas del latn en medio de guerras y luchas escolsticas que son la larga antesala milenaria que nos permite estudiar la fundacin de los peridicos modernos. De ah, damos un pasito ms hacia lo que podramos considerar la fundacin gramsciana de la idea de peridico. Esto es, del fundamento filolgico ltimo que tiene la escritura periodstica como tensin insoportable entre las creencias populares sobre el azar y la alta filosofa. No es entremezcla. Es capacidad de los ncleos condensados del lenguaje para operar sobre metforas, acciones eufemsticas y advertencias con claves emanadas de acuerdos sigilosos que subyacen a la lengua pblica, a ser interpretados por el lector que debe poner en juego mltiples planos de comprensin, entre lo metafrico y lo cmico, lo serio y lo tcito. Hgase la prueba con la lectura continua de los editoriales del diario La Nacin, desde su fundacin por Bartolom Mitre hasta las mordaces intervenciones de Carlos Pagni. Pero Gramsci ve el peridico moderno y social relacionado ntimamente a la creacin de un nuevo grupo intelectual que toma crticamente la actividad que existe todas las prcticas sociales. Se acta en el campo de las visiones del mundo, no siendo ste un estado fcil para arribar. En la Argentina, diarios como La Nacin, La Razn, Crtica, Clarn, transitan su existencia en torno a una organizacin de la visin del mundo que se componen de pautas de redaccin, recursos retricos que van desde ironas con distintas facilidades de desciframiento hasta retricas ya disueltas en el costumbrismo lector, que muchos aos despus, los estudiosos del tema han denominado pactos de lectura. Quines son los periodistas? Son mbitos donde desaguan vocaciones artsticas que provienen de la literatura (fracasadamente o no), de la filosofa del arte. Los lmites no pueden estar claros, salvo en los casos en que se constituye un tipo de periodista que forja su intermediacin con claves fijas que cubren un campo de lectores que fueron atrados y ejercen libremente su distraccin alrededor de u sentido comn previamente pactado. Pero he aqu volvemos a Gramsci que los periodistas, que pretenden ser literatos, filsofos y artistas, pretenden tambin ser los verdaderos intelectuales. Pero cmo entra aqu la educacin tcnica, una parte importante de la cual son las equiparaciones efectivas entre la redaccin de un peridico y una fbrica? Hay un ejemplo de tan formidable interrelacin de saberes? Gramsci ofrece uno, el de su peridico semanal Ordine Nuovo. Cmo se define Ordine Nuovo? Gramsci lo ve como un ensayo de nuevo intelectualismo, en el sentido de un nuevo papel del intelectual, abierto a la lengua nacional y popular sin resignar el estudio de sus fuentes histricas ni hacer una apologa banal de la divulgacin autoerigindose en guardin de la inteligibilidad popular. Siendo as el modo de ser del nuevo intelectual ya no puede consistir en la elocuencia, motora exterior y momentnea de los afectos y de las pasiones, sino en su participacin activa en la vida prctica, como constructor, organizador, persuasivo

permanentemente no como simple orador y, sin embargo, superior al espritu matemtico abstracto; a partir de la tcnica-trabajo llega a la tcnica-ciencia y a la concepcin humanista histrica, sin la cual se es especialista y no se llega a ser dirigente (especialista + poltico). Preguntamos ahora nosotros, emergiendo como lo hicimos en otras ocasiones, del interior del magma gramsciano. Tiene razn aqu Gramsci? Ya se la dimos en abundancia. Pero anotemos aqu nuestra duda sobre el intelectual orgnico munido de artefactos tcnicos conjugados con la tradicin humanstica. Pero la frmula alqumica de este conjugado no es conocida. Es el tema mismo de un debate poltico persistente, para el cual, la propia tradicin humanstica la del propio Gramsci pesa ms que los modos en que hoy se han desarrollado en torno al periodista especialista. Es cierto que Gramsci le agrega la condicin poltica, pero en las actuales condiciones del periodismo electrnico que tiene como bandera la llamada sociedad del conocimiento, no pueden sino acentuarse los componentes humansticos, de escritura, oratoria no televisible y literaturicidad de la profesin periodstica, nicas formas de resistencia frente a un periodismo de intervencin en las nervaduras dramticas del lenguaje de la nacin a travs de tecnologas escnicas provenientes de la imagen pasada por revoluciones de montaje, produccin teatral de la emisin periodstica e investigaciones de impactos pulsionales sobre los secretos de Estado o de las clases gubernativas. Por eso la lucha que seala Gramsci por la cual la funcin intelectual [...], se desarrolla en direccin al dominio, es su lucha por la asimilacin y la conquista ideolgica de los intelectuales tradicionales, asimilacin y conquista que es tanto ms rpida y eficaz cuanto ms rpidamente elabora el grupo dado, en forma simultnea, sus propios intelectuales orgnicos. Hoy nos parece ser al revs. El intelectual conserva una fuerza clsica que el intelectual especializado y conviviente con las tecnologas de la sociedad del conocimiento aun no solo no ha logrado, sino que vive en medio del agrietamiento de aquella lengua comn que demor tantos siglos en ser amasada, desde Carlomagno hasta precisamente Ordine Nuovo. El periodismo contemporneo es producto de esa crisis general del lenguaje de la humanidad. Gramsci se cie a una utopa socialista democrtica y culturalista que deba acompaar al moderno prncipe, es decir, al pensamiento aglutinante de la diversidad: una especializacin tcnicocultural, que junto a la expansin de los niveles educativos escolares, perfecciones cada ms las ms altas cualidades intelectuales Es decir: dar a la cultura y a la tcnica superior una estructura democrtica. Gramsci reconoce los inconvenientes: se crea de ese modo la posibilidad de vastas crisis de desocupacin en los estratos medios intelectuales, como ocurre efectivamente en todas las sociedades modernas. Pero ahora habra que agregar que ese proletariado periodstico son operadores reticulares y tecnolgicos de nuevas luchas por las escrituras que se desarrollan en inusitados soportes de informacin, lo que por un lado permite interesantes formas de circulacin, y por otro, deja por primera en la historia de la civilizacin en estado de efmera la prctica del lenguaje.

Parte III Periodismo y nacin:


Captulo 10. Los biblifagos

Si Marx coqueteaba con la dialctica del censor de peridicos y vacilaba en poner al lenguaje como derivado de la industria productiva de diarios o como una esfera autnoma, Gramsci se preparaba para intervenir en el debate sobre qu diarios poda publicar la izquierda de un pas, para los lectores del cuerpo cultural de la nacin. No se va a encontrar en Marx este rasgo de semiologa serial que luce acabadamente en Gramsci cuando juzga el papel de la noticia policial en un peridico. Lase esto: Es fcil observar que la crnicas policial en los grandes diarios se redacta como una incacabale Mil y una noches, que concibe con rasgos de novela por entregas. Existe la misma variedad de esquemas sentimentales y de motivos: la tragedia, el drama frentico, la intriga ingeniosa e inteligente, la farsa. El Corriere della Sera no publica novelas por entrega pero su pgina policial tiene todas sus caractersticas, con el agregado siempre presente de que se trata de verdaderas. Sirve esta pequea pieza gramsciana para reflexionar, luego, sobre las peripecias del diario Crtica de Botana. Es decir, no una teora del lenguaje al servicio de la pedagoga comunista, sino una pedagoga comunista inmensa en la voluntad lectural de la nacin popular. De lo mucho que dijo sobre el tema, con los innumerables puntos de vista que agit en sus infinitos escritos y reseas, resta tambin el perfil que deba atribursele al peridico concreto, con sus secciones y estilos. Haba que hacer, es evidente, una historia del periodismo, no conjetural, sino dgase as, cientfica, acaso sociolgica. Haba que reflexionar sobre los ejemplares concretos de una o dos semanas de diarios concretos, tomar series, un corpus, como lo dira hoy cualquier investigador, desde el cual se pudiera decir cul era el tiraje, el personal empleado, las finanzas, las fuentes publicitarias. Extender ese anlisis desde los grandes diarios nacionales hasta los peridicos parroquiales, partir de un nico evento noticiado, de caractersticas generales de fuerte capacidad d conmocin, y ver como se ramifica en el tratamiento de los distintos pardicos, divergentes en sus intereses y estilos. Ver si en Italia poda tener mayor repercusin de peridicos tipo revista semanal, que resumen lo acontecido en el perodo de siete das para el lector que no frecuenta diariamente la lectura de diarios. Por lo tanto, debera verse que influencia tena en Italia la experiencia de publicaciones como Times Sunday u Observer. No ve mal Gramsci que este tipo de semanario pueda publicarse en zonas como Npoles, Palermo, etc., que no poseen suficientes condiciones para publicaciones diarias. No abandona su inters por la construccin de titulares. Anodinos o pedantes y grandilocuentes? Actitud demaggico-comercial o educativo didctica? Es un arte, el de la titulacin, en permanente estado de observacin. Gramsci prefiere el titular que agita la curiosidad del lector sin afectacin. Con escorzos conmocionales y despojado de pedantera. He aqu un debate que desde los aos de comienzos de la dcada del 30 en que se escriben estas meditaciones periodsticas ya sale Crtica en la Argentina, y se ha producido la entera experiencia de Hearst en Estados Unidos, que ni ha perdido actualidad ni ha cambiado en sus trminos. La ecuacin titular-texto ha obedecido a innumerables peripecias, en donde el exceso catastrfico del primero podra contrastar con la inocuidad del segundo, as como el abuso del sarcasmo en la prensa satrica ofusca permanentemente el escrito, lo que es su admisible propsito si se logra efectivamente una titulacin que con su carga irnica pueda tanto emparentar el periodismo con la publicidad como con los distintos sobreentendidos en el plano del habla popular. Gramsci tambin propone reflexionar sobre el tipo y la calidad de los cronistas. La crnica, obviamente, es la fuente nutricia de un periodismo de segundo grado. Se escribe como poniendo una pelcula exterior a lo que ya escribi otro de una manera un

tanto lineal, hasta mecnica. Pero el cronista de Gramsci un contemporneo de Arlt debe analizar la vida orgnica de una ciudad. Cuando Gramsci emplea la palabra orgnica cuidado. Puede arruinar sus geniales argumentos. La toma, en efecto, de Durkheim, as como te dantos otros De Man, Sorel, Lenin, De Santis, Croce, Carducci, en una enumeracin heterognea, dispersa e incompleta, pudiendo significar una totalidad hegemnica de caractersticas mticas esto es, prcticas pero demasiado cerrada sobre un concepto como el de modernidad que parecer un siglo despus. La vida orgnica de una ciudad, entendemos nosotros, no es aquella que se refiere solo a una sociologa urbana que concibe la ciudad como una gran fbrica cultural-industrial. Como una industria cultural. Tal como lo entrevi dcadas despus el sociologismo francs, que habl de medios colectivos de consumo vivienda, circuitos de distribucin, transportes para entender una ciudad, Gramsci piensa una ciudad como un conjunto de nervosidades administrativo-tcnicas-culturales. Nada contra eso. Pero la palabra cronista queda un poco desmerecida por su propensin orgnica, como ocurre del mismo modo con la palabra intelectual, a la que le dio tantos significados aun hoy prestos para nuevos debates. Se equivoca cuando dice que las funciones de un diario deben ser equiparadas a los dirigentes con funciones poltico administrativas? Qu sugestivo! Es como si Gramsci hubiera apreciado el destino del periodismo a siete dcadas de su muerte. El diario como esquema imaginario de una forma de gobierno, atado por un simulacro de estructuras homlogas. Se tratara de escapar del dilettantismo. Pero no es mejor un profesionalismo de distinta ndole, con lgicas literarias y poticas autnomas, que la equiparacin entre periodismo y organismo de poder? Gramsci no vivi hacia el final del siglo XX, uno de cuyos problemas ms significativos es el modo en que las redes periodsticas que se expanden por todos los rubros de la revolucin comunicacional ya no es apenas el avioncito y la radio de Natalio Botana, mantiene una hiptesis latente que es su potencial posibilidad de ser el doble espectral de cualquier gobierno, incluyendo dominarlo o derribarlo. Pero Gramsci insiste, no sin inters, en el tipo de cronista orgnico, que se sita sobre la ciudad como un tbano, que refiere la urbs como un conglomerado experiencia de vidas precarias y limitadas en sus posibilidades de subsistencia. La vida urbana productiva y su aureola cultural es el motivo del cronista orgnico. Arlt? No creemos que Gramsci piense en un tipo de crnica existencial y sarcstica, dolida por pobres criaturas a las que se piensa redimir por un humor intenso que se disfraza de cinismo combatiente. De todas maneras, Arlt puede ser nuestro Gramsci titiritesco, clonesco, agrio denunciante que encubre de autoritarismo mordaz su descontento vital. Estos temas no son los de Gramsci. Sin embargo, con este introito gramsciano, autor que abandonamos ahora para retomarlo quizs en otros momentos de esta exposicin, queremos sealar la ausencia de estudio especfico de un recurso general, en de la refutacin irnica enigmtica, multvoca de interpretaciones aunque con razn sospechada de insultante gnero al que no pondremos nombre, que nos permitir ingresar con breves pinceladas en la historia conjetural del diario La nacin. La pieza que cumple con los requisitos que esbozamos se denomina los Biblifagos (extracto de una bibliografa americana), escrita por Bartolom Mitre en julio de 1881 en La nacin. Inspiramos las apreciaciones que haremos a continuacin del muy buen libro de Roberto Madero, El origen de la historia, en el que consta una interesante interpretacin del debate de Mitre y Lpez sobre cmo escribir la historia, debate metodolgico, heurstico y epistemolgico que quizs sea el ms importante de ese carcter que se haya verificado en la Argentina. La

Nacin, quizs hasta hoy, vive de esta pieza compleja e irnica, un aguafuerte cuyo significante se halla aparentemente vaco. El encuentro polmico que sostienen Bartolom Mitre y Vicente Lpez es a propsito de la publicacin, por parte del primero, de la Historia de Belgrano, Lpez decide responder. Y lo har con largueza, entregados l y el otro a la larga batalla. En los aos 1881 y 1882 tuvo lugar esta apasionante polmica entre los historiadores ms importantes del momento, con obras reconocidas y filiaciones clsicas, sostenidas por trayectorias densas y palpables. En cuanto a la participacin de Mitre, deja una larga onda en cuando a la teora periodstica que sustentara la trayectoria de La nacin: documentalismo de fuente cierta, pero lanzado al ruedo como autoconciencia de una clase dominante y Lpez y Mitre intercambiaron ms de 800 pginas de varios volmenes para refutarse metdica y filosficamente, hasta el punto de la extenuacin. Las de Mitre salan en muchos casos anticipadamente en La nacin y otros diarios del continente. Estaban en cuestin el uso de los documentos y archivos tanto como la designacin del valor de verdad en los hechos de la historia. Las Comprobaciones de Mitre y la Refutacin a las Comprobaciones de Vicente Fidel Lpez fueron largamente estudiadas por numerosas autores, pues estn en el corazn mismo de la fundacin de las corrientes historiogrficas argentinas, y despus, de los alcances del periodismo en relacin a un sector social que se halla en los umbrales de su consagracin como aristocracia retratada nacional. En la Historia de la literatura argentina, escrita por Ricardo Rojas de forma previsiblemente cannica, se lee que para Mitre se trataba de que fluya de los mismos documentos, sin propsito concebido, la unidad de la accin, la verdad de los caracteres, el inters dramtico, el movimiento, el colorido de los cuadros y se desprenda de su masa concreta el espritu filosfico o moral del libro mismo El escrito de Ricardo Rojas sobre la polmica contribuy decisivamente a ponerle un punto final, con conclusiones favorables a la historia cientfica de Mitre, mientras que supona que no dejara descendencia el estilo de Lpez. Quienes deseaban parecrsele, en realidad, deban ir a la novela. Este pareca el destino de Lpez tambin gran cronista y que intenta una novela, que en la cita que escoge Rojas para caracterizar su postura, indica: No s si esta manera de hacer la historia por medio del colorido local y de la resurreccin dramtica de los tiempos sobre los que se escribe, parecer todava entre nosotros aventurada y extraa por lo mucho que se desva del mtodo y de las formas que otros han seguido. Resurreccin dramtica de los acontecimientos pasados, a la Michelet, es entonces la frase de Vicente Fidel Lpez, hijo del autor de Himno Nacional. Si stos eran los anuncios de cada forma de trabajo historiogrfico, se podra afirmar que se trataba de un debate sobre el lugar del documento en el arte de la escritura, la explicacin y la recreacin de lo vivido. Qu tendran que ver con la fase mayor de asentamiento de las grandes corrientes periodsticas en el pas? Para Mitre, haba una prioridad documental pero no niega la reconstruccin dramtica ni deja de recoger el auxilio de la oralidad. Para Lpez, el esfuerzo reconstructivo parta de una visin filosfica que dejaba lugar tanto a una materia narrativa obtenida en las potencias de la historia oral como a la posibilidad de referir los hechos ucrnicamente, esto es, como hubieran podido ocurrir y no cmo efectivamente ocurrieron. Sin embargo, en el mismo tiempo del debate, casi inmediatamente, se cuela otra importantsima polmica sobre el escrito incaico Ollantay, una poesa dramtica sobre la corte de los Incas. Vicente Fidel Lpez sugiere que es una obra que ha sido escrita

despus y no antes de la conquista siguiendo la opinin dominante de la poca, aunque dndole una espectacular raigambre helnica, proveniente de su tesis sobre el origen de los pueblos incaicos. En cuanto a Mitre, en su propio escrito sobre Ollantay mencionara de una manera un tanto displicente el trabajo de Lpez. Sobreviene la respuesta de ste. Lpez desplegar vastos conocimientos del idioma quechua y con un irritado desprecio hacia los elementos filolgicos que exhibe Mitre, hace derivar la polmica al terreno de las traducciones y atributos lingsticos de las lenguas arcaicas americanas, sobre las que no deja dudas de que es gran especialista. En cuanto al gran desacuerdo sobre el tratamiento de los documentos de la historia, podemos observar que las diferencias no parecen tan decisivas, tal como en el caso de Ollantay. All la tesis de la escritura post-colombina del drama es defendida, con matices, por los dos contrincantes. Pero es evidente que Lpez citando a Macaulay, aunque hubiera sido ms propicio Michelet, prefiere organizar una memoria histrica de fuente primigenia con las consignas literarias de lo que l llama resurreccin dramtica. Interseccin no inhabitual entre romanticismo histrico y filologa positiva, el pensamiento de Lpez resuelve como literato la incerteza de su teora del conocimiento, o como l prefiere llamarla, de su filosofa de la historia. Precisamente, alguien como Ricardo Levene, poco proclive a apartarse del legado de Mitre, recuerda la clebre polmica de los dos patricios a partir del modo en que el autor de Historia de Belgrano resuelve el problema de filosofa de la historia planteado por Lpez. Mitre reclamaba que no poda haber historia filosfica si todava no haba historia en concreto y la documentacin an se estaba coleccionando. Al decirse documentacin se estaba invocando un estilo de poner en juego la verdad, para luego desplegar el arte de la recreacin del pasado. La seguridad del documento en relacin a la probanza cientfica habilita al ramillete de potencialidades del relato histrico, pero stas no son simultneas al documento ni eventualmente lo sustituyen. Mitre, como bien lo seala Rojas, no rechazaba la tradicin oral como podra suponerse de los trminos de esta polmica. Es que al postular Lpez un privilegio para la memoria atesorada a travs de ciertos poseedores del halo de la voz primigenia o genealgica, pareca ponerse en situacin superior. Era el hijo del autor del himno, y aunque los gracejos del siglo posterior consagraran otra chanza arrojada en el rostro de cualquier privilegiado a partir de una fuerte interpelacin plebeya -hijo de Mitre-, todo lo cual se deba al triunfo cultural del militar historiador al haber creado un ostensible linaje intelectual y periodstico, Lpez era en aquel momento el odo que de nio haba escuchado a los conmilitones de su padre en el hogar familiar, parte de la escogida fragua del discurso de la revolucin. Mitre, en cambio, posea fuentes familiares rsticas, que en ese momento opone con ufano penacho ciudadano a la aristocracia porteista de Lpez. El padre de Bartolom, Ambrosio Mitre, haba sido soldado raso de la revolucin, aunque interesado en las doctrinas de Monteagudo; sin embargo, el padre de su esposa era el general Nicols de Vedia. Ah s hereda Mitre l lo seala la memoria de los hechos liberacionistas. Era va indirecta. Pero la acompaa con la noticia de que posee el sable de Las Heras y el bastn de Rondeau, respectivamente legados por sus propios dueos, como si ambos, segn el excesivo Rojas, hubieran intuido en aquel escritor de novelitas romnticas exilado en el Alto Per, el futuro historia de la Independencia. Lpez desea en cambio trascender los archivos en el punto que le interesa: ve que stos carecen de memorias personales, anunciando con ello cual es el tono biogrfico que le quiere dar a su historia. Una ampliacin al estilo de un gran folletn romntico un Ollantay de la Historia Nacional, para trazar una herldica comunitaria ampliada sobre la base de un tejido de engarces memorsticos salidos de aquellas voces

selectas. Esas voces eran esfuerzos autobiogrficos que solicitaban, con cierta sacralidad laica, el poder de un relato que confiaba de expandir hacia un enjambre nacional ms amplio una historia bsicamente familiar. A esta crucial polmica argentina la guarnecen tambin otros textos decisivos, bien estudiados por Roberto Madero, que bajo la perspectiva de Roger Chartier, redefine la polmica no en relacin a cmo la tom la crtica posterior a la Rojas, sino como surge del drama inmediato relacionado con el sustento material en donde aparecen: diario, revistas. Pensando precisamente en la polmica con Mitre, Lpez lanza dos escritos magnficos sobre hechos cotidianos que rodean a las campaas militares de San Martn y a la semana de Mayo. Se trata de La loca de la guardia y La gran semana de 1810, donde frente a los grandes frescos de Mitre esos textos intentan presentar el teatro histrico con los atributos de una ficcin dirigida a relevar lo que hoy llamaramos los climas de poca. Nos anticipamos un poco, apenas, al decir que en esta polmica estn las dos vetas centrales del diarismo argentino: la presuntamente objetivista y croniquismo fantasiosos pero munido de elementos documentales y lecciones morales. Para Lpez, este tipo de crnica no era tanto una mera ficcin histrica con las libertades del novelista lindando con Walter Scott, segn reprueba Rojas, quien por otra parte trat tambin la cuestin Ollantay, dejando una adaptacin del drama, sino un relato que problematiza la idea misma de documento, sobretodo en La gran semana, donde cartas apcrifas encontradas supuestamente en el bal de una criada, no hacen sino traer a la superficie del relato los nudos reales de las azarosas tribulaciones del momento. Nada diferente al periodismo de la poca de un Walsh. Por lo tanto, no se trataba en Lpez de desmerecer el documento o el archivo. Como tampoco no pareca ser Mitre el candidato ideal para la acusacin de cientificista del papelero mohoso. La polmica tena en verdad aspectos que lindaban con la filosofa de la escritura cuntos grados de imaginacin ficcional deberan permitirse para despertar al archivo?, y con el auxilio de la imaginacin trgica cunto se puede apartar el historiador del dictamen de archivo cuando es necesario dar dimensin vital a los acontecimientos? Todas estas preguntan pasan de inmediato y hasta hoy a la historia del periodismo nacional. La actualidad de la polmica, as, no puede disimularse. A los meros archivistas, el discpulo ms trascendente de Lpez J. M. Ramos Meja los llam ropavejeros de la historia para alertar que era necesario una apelacin casi shakespeareana para darle animacin a los legajos empaquetados por la rstica memoria de las instituciones. Se deba entrar al archivo como a un templo impdico, a un saln de contorsionistas lujuriosos que flecharan al investigador con su ojo de alegres patlogos de las vidas. As lo hace Ramos Meja cuando estudia la prensa rosista, comandada por el espectro del fraile Castaeda y la nada desdeable erudicin de un simptico cortesano, el ya considerado Pedro de Angelis. Sin duda, sera impropio ligar el debate exclusivamente a una historia despojada del archivo con memoria viva y escritura dramtica o a una historia documentada que sin embargo no se priva del asalto auxiliador de la memoria. Lpez era un fillogo menos positivista que romntico, erudito de la memoria de su clase porteista y enemigo de las versiones populares de la revolucin. Su revolucionarismo, sin embargo, se vincula con la profunda novedad de su estilo capaz de recrear ahora las funciones reveladoras del archivo. Quizs la manera pica de Mitre posea una cercana mayor a las necesidades del Estado y de su Archivo creador inherente de clasificaciones analticas por el solo hecho de existir y la de Lpez se expona muy fcilmente a quedar presa de la cultura de un porteo de la burguesa colonial,

demasiado cerca del odio a Montevideo y a los caudillos federales. As lo expone Ricardo Rojas. Cierto. Pero hoy podramos modificar este juicio, si aceptamos pasar por alto el pellejo clasista y linajudo que reviste la historia de Lpez. Estaba munido Lpez de un arte mayor de archivo, que en su lmite, no precisaba de papeles sino de un punto de partida inexcusable en la imaginacin histrica. La asombrosa antigedad de este atributo no puede estar ausente, precisamente porque de faltar, el archivo no revelara sus secretos, sus propios olvidos y la inevitable prdida por secula seculorum de algn documento fundamental. La imaginacin crtica y lo que resta del archivo hay que mirar el archivo por lo que falta es el enlace que busca el alma historiadora. Lpez, el cajetilla, el padre del duelista muerto, el hijo de unos versos del himno sobre las tumbas del incario que el mismo Rojas resaltara, tena en sus manos una materia revulsiva que siempre sera perifrica en el oficio del historiador. Pero el documento que se halla en el centro, siempre exige interpretaciones perifricas. Quin escribi Ollantay? sera la pregunta de extramuros para cualquier documento. Son tantas las respuestas disponibles hasta hoy, que esa pregunta se torna si queremos nuevamente dar otro toque de actualidad a este vital encontronazo- en una pregunta walsheana. En un libro de los que suelen catalogarse como olvidados, Combates por la historia, Lucien Febvre haba practicado una severa crtica a los volmenes de Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, y los posteriores de Toynbee, Estudio de la historia. Hacia el promediar de los aos 60, an se reciban los ecos del fervor con el que se haban ledo ambos ensayos histricos. En la Argentina, personas de dismil orientacin ideolgica, los citaban con entusiasmo. Un encumbrado intelectual de poca, Ernesto Quesada, de simpatas bismarckianas, haba sido amigo personal de Spengler. Por su parte, el diario La Nacin dedicaba especial atencin a la obra de Toynbee y a los comentarios sobre ella. Pero los dos historiadores y ensayistas, el alemn y el ingls, interesaban naturalmente por los grandes panoramas histricos que ofrecan, por la idea de que toda forma histrica apareca y declinaba bajo los mismos ritmos, casi equiparables a los ciclos biolgicos, pero sobre todo en el caso de Spengler, por la audacia de sus comparaciones. Estaban precisamente en el cruce entre la historia y el periodismo, entre la academia y el lector genrico de temas histricos, entre la investigacin rigurosa y los granes cuadros imaginativos no exentos de pintoresquismo. Puede recordarse una comparacin spengleriana entre la msica contrapuntstica y la invencin del cheque en los intercambios financieros. Todo lo cual pona ante un punto mayor de desafo a la historia tradicional, incapaz de crear grandes metforas culturales y solicitar audaces cotejos de hechos de apariencia antagnica, no por su significado especfico sino por el contraste de su forma. A su vez, Lucien Febvre recuerda algunos ejemplos del estilo spengleriano: la relacin entre la geometra euclidiana y las ciudades griegas, entre el telfono y el sistema bancario de crdito. No era el periodismo de las dcadas posteriores lo que estaba anunciando, como su facultad de trazar sucintos cuadros accesibles de comprensin histrica, que a la vez no perdieran una perspicacia comparativista que hiciera olvidar que el periodismo simula catalogar hechos pero quiere gozas del derecho de cotejar burlonamente todo con todo? Cuando apareci Foucault, muchos percibieron un aire familiar en los pases mgicos que contena Las palabras y las cosas, por ejemplo, entre el sistema dinerario y las clasificaciones botnicas. Entonces tambin haba hecho Spengler una historia epistemolgica? Entonces tambin Foucault produca en tanto innovador de las perspectivas universitarias del pensamiento histrico, el famoso salto hacia el periodismo, no porque se hicieran notas sobre sino sobre todo porque se tornaba en una

frmula inherente al pensamiento periodstico? Un periodista analizaba un cuadro y poda decir con todo sentido que una poca entera con todos sus utensilios morales e intelectuales, poda cortarse en dos, un antes y despus, luego de la aparicin de una obra de arte, tal como Artaud ya lo haba establecido con Los cuervos de Van Gogh. Pero lo que Febvre quera proponer es una gran perplejidad respecto al modo en que Spengler (y Toynbee) haban interesado al denominado gran pblico y tambin a los especialistas. Esos grandes frescos narrativos, repletos de ingenio y seduccin, rebosaban por el lado de una filosofa de la historia atractiva pero falaz. Era la filosofa de la historia que haba escrito un profeta vanidoso, amigo de las espectacularidades, que coquete con el nazismo y luego se apart contrariado, incomprendido. No resida ah el alma de la historia hecha por los historiadores. El modelo de Febvre es otro: autor de un gran estudio sobre Rabelais, Problemas de la incredulidad en el siglo XVI, Febvre hace de la historia una materia conceptual, donde el tiempo, su objeto, es casi anulado en nombre del tiempo del concepto y el tiempo de la conciencia religiosa de los hombres. Es un tiempo a retropelo del periodismo. Otro libro de historia semejante, que no poda ser ledo sin que le abrieran definitivamente los ojos a cualquier estudiante historia, tal como lo recuerda Halpern Donghi en Son memorias es la gran investigacin de Fernand Braudel, El mediterrneo y el mundo mediterrneo en la poca de Felipe II. En efecto, en sus memorias de historiador, Halpern Donghi menciona la fuerte y duradera impresin que para todo el que decidiera abrazar la carrera de historiador signific la salida de ese libro. An hasta hoy, Jacques Rancire lo toma como objeto de reflexin en cuanto a la percepcin de la materia histrica, entre el tiempo de las cosas y el tiempo de las vidas. El libro de Braudel tambin retrata cabalmente cierta contraposicin entre el sesgo temporal de los libros de la nueva historia donde es el tiempo el que resiste a ser tomado por objeto y se convierte en un sujeto inasible de los actos, los pensamientos y los objetos, y el periodismo, cuyo objeto real e ineluctable es una cifra de tiempo declarada de antemano. Es lgico que la gran corriente de ideas de la historiografa francesa, cuyo numen trgico podra ser Marc Bloch, fusilado por los nazis en 1944 y autor de un impresionante testamento de historiador, que se lea con fervor tambin en todas las carreras de historia de las universidades latinoamericanas, se viera desafiada por ensayos como los de Spengler y Toynbee, que sin dejar de exhibir una gran erudicin, tenan el gesto caracterstico de los escritores que saben enlazar repentinamente con una gran corriente de pensamientos oscuros, el malestar en la cultura, lo que en este caso significara la bsqueda de satisfacciones ms primitivas que las que provee el complejo mundo civilizatorio y tecnolgico. Pero sabiendo que ese primitivismo (una filosofa de la historia que simula grandeza intelectual, accesible pero ficticia) no es sino una adecuacin en nivel superior a los mismos inconvenientes civilizatorios que se quieren superar. Era la intromisin ya irreversible de los criterios del tiempo periodstico en los del tiempo como fluido que estaba dentro, afuera y en ltima instancia se haca inhallable, en la tarea del historiador. Ciertos libros se lanzan con coberturas tomadas de la tradicin intelectual, pero vendran a sustituir los verdaderos combates por el conocimiento, con pobres analgsicos decadentistas, sibilinos o moralizantes. Esta es la esencia de la crtica de Febvre a Spengler y Toynbee en el terreno del debate de los historiadores. Hacerse o no periodistas? Karl Kraus deca en Contra los periodistas que con frecuencia el historicista no es sino un periodista vuelto al revs (frase compilada por Esteban Rodrguez en Contra la prensa), aserto que quizs atienda a la fcil divulgacin de los grandes esquemas evolutivos de la historia de los periodistashistoriadores por parte de los historiadores periodistas.

No parece que podamos establecer semejante mordacidad en el debate entre Mitre y Lpez; por el contrario, es un genuino combate por la historia, que no sin razn puede considerarse que contiene una parte esencial del camino fundador de la historiografa argentina. Y del periodismo moderno nacional. Una constatacin del ya citado Spengler en Decadencia de Occidente (asimismo citado por E. Rodrguez) respecto a que la plvora y la prensa se inventan ambas en el alto gtico y con el mismo propsito y metforas intercambiables (la campaa de prensa como preparacin para la guerra por otros medios), ayuda a considerar el peso que hoy siguen teniendo las que mantuvieron Sarmiento y Alberdi luego de la cada de Rosas, pero no exactamente esta que aqu mentamos, la de Mitre con Lpez. Esta tiene, y mucho, de las formas del duelo, de las cuales es metfora y fundamento, por lo menos en lo que se refiere a las confrontaciones intelectuales en la que cada contendiente tiene conciencia de su esgrima y sabe cotejarla con lo que la concisin de las expresiones obliga a denominar el campo del honor. Aunque no es el honor una forma exquisita de apropiacin no tanto de la memoria, sino de algunos de sus trozos escogidos, caprichosos, palabras sueltas que se toman simulando el azar de haberlas barajado? En Lpez, operan los recuerdos de la casa paterna, por donde desfilan las voces de la revolucin. En el patio solariego, el lo dijo, lo escuch, se refieren a dichos de toda la generacin revolucionaria que form los sucesivos gobiernos de dos dcadas, desde el mismsimo 1810. Vicente Fidel Lpez hace acudir a su memoria ya que al parecer dicta sus escritos, llevado por las garantas de su erudicin y su urgencia de polemista una advertencia en torno a las reglas por las que dos caballeros que se encuentran frente a frente, reglas que por el momento presume que se ha violado: con gritos destemplados o ataques inmotivados son insoportables la verdad y la justicia misma. Es que Lpez cree que Mitre fue el que provoc la polmica, aunque dicindose l el provocado. Ve en el general-historiador un acto que viola las reglas de urbanidad que recomienda el por entonces muy consultado Lord Chesterfield, autor de un manual de virtudes para el hombre de mundo, pasadas por el cribo de la astucia. En un artculo en una revista chilena, Mitre escriba que Lpez consideraba la historia con tendencias filosficas y no con arreglo a un sistema metdico de comprobacin. Lpez, segn Mitre, dira a cada paso lo que los documentos en los que se basa no solo no autorizan, sino que admiten interpretacin claramente contraria. Pero en cuando a los referidos a San Martn, todo lo que se refiere a l es falso. Tales faltas de etiqueta sern respondidas en largos captulos que adquieren una minuciosidad que se atiene a detalles que parecen un tanto fastidiosos, aunque en el terreno de los duelistas, todo signo es elocuente, nunca hay neutralidad en la naturaleza que rodea al duelo pues precisamente llamamos honor al significado agresivo que puede encerrar cualquier sucedido que pasara en cualquier otro caso como un evento ordinario y usual. En los lances de honor cualquier hecho tiene la misin de despertar el fantasma dormido de la incerteza del ser en el mundo, su creencia de que todo puede afectarlo y que el reconocimiento de su virtud siempre es escaso. Las perspectivas historiogrficas que se hallan en confrontacin en la justa Mitre-Lpez aparecen en digresiones ocasionales, en medio del esfuerzo de cada escritor por confirmar datos, precisiones y minucias, siendo cada una de ellas un golpe de guante en el rostro del adversario, no obstante que se hallan al servicio de sostener un prestigio profesional y de deslizar en cada caso la cosmovisin historiadora que los enfrenta. Lpez mantiene el concepto de animacin histrica, que consiste en trazar un gran perfil de los sucesos con rasgos hondos que acenten el gesto y la fisonoma del

conjunto. No considera Lpez que sea este el procedimiento de Mitre, al que ridiculiza por su detallismo intil, al considerar el tamao o las formas de las orejas los remiendos que tenan sus botas determinar por medida el largo de de las piernas de cada soldado Pero adems Lpez desestima que los cien mil documentos de Mitre le sirvan para sostener interpretaciones ms generales, no solo en lo atinente al ataque ingls de 1807 contra el convento de Santo Domingo, en las calles Belgrano y Defensa, sino el vasto drama que significaba la opcin de 1819, de proseguir la marcha libertadora del Ejrcito de los Andes hasta Per, el solio de los Virreyes, o retornar hacia Buenos Aires, donde parecan inconfundibles signos de debilidad, desorden e indefensin frente a proyectos militares espaoles, en la lejana, es cierto, pero que se crean de inevitable cumplimiento. Dos cuestiones de naturaleza distinta, para las cuales Lpez reserva distintas dosis de su irona de combatiente intelectual. Sobre la batalla contra el destacamento 71 de la brigada inglesa frente a la Iglesia de Santo Domingo, a propsito de la cual Mitre y Lpez se trenzan en una irrisoria disputa topogrfica y de tctica militar, ste ltimo dice: Resulta, pues, segn el irrefutable testimonio del general ingls, que la columna que sali de la plaza por la calle Defensa fue a forzar las puertas del templo de Santo Domingo que miraban al Fuerte, y que hoy mismo estn mirando todava al seor Mitre, que vive al Norte Un buen periodista, querra decir Lpez, hubiera descifrado el evento con mayor pericia que el slido historiador. Por cierto, no faltaban lances de irona en esta polmica, que hoy puede parecernos, ms que una pugna por sobresaltar unos hechos sobre otros y unos mtodos con preferencia sobre los dems, sobre todo una confrontacin entre estilos de polemizar que caracterizan muy vivazmente ese final del siglo XIX. Y sobre los derroteros que tomar la prensa argentina hasta hoy: el diario La Nacin expresa la ilusin del triunfo de Mitre en la gran contienda, aunque sin que se noten las campaas de prensa gracias al invento que ella comparte con la plvora en aquella poca gtica. Pero en el centro conceptual de la polmica est lo que solemos llamar documento, esto es, el ente real que si sita en una coordenada de tiempo con su plegaria dirigida a los interpretadores pero con su consistencia material que nunca podra omitirse como prueba de facticidad originaria respecto a los hechos. Podra haber aparecido Mitre como el cultor de ese documentalismo de respaldo, la posesin de los papales del pasado que a espaldas del investigador garantizan el grano de verdad de las cosas. Pero Lpez no va a dejarse arrastrar en una opinin generalizada que lo deja muy desguarnecido. l tambin estima a los documentos, y no solo eso, sino que no est en condiciones de dar fe sobre los de Mitre: Estamos por recordar aquel famoso archivo y rara biblioteca de un lord que figura en un romance ingls, ocupados por cientos de miles de volmenes extraordinarios y antiqusimos, cuyas vidrieras nunca se haban abierto, cuyas riquezas eran el asombro y la envidia de todos los coleccionistas sobre cuyo valor se echaron los herederos como sobre la ms rica parte de la herencia, cuando muri; y que abiertos al fin, resultaron ser preciosas imitaciones en madera, que no haban servido para otra cosa que para satisfacer el amor propio y el genio burln del propio dueo. Y no satisfecho con este burln desmerecimiento del famoso archivo de Mitre con sus miles de documentos, Lpez dispone en dos columnas paralelas los relatos de Mayo existentes en los dos libros el suyo, Historia de la Revolucin Argentina, y el de Mitre, dos aos posterior, Historia de Belgrano y surgen efectivamente tramos muy semejantes de redaccin y enfoque. Esas similitudes ponen el debate en una zona incmoda: El seor Mitre nos hizo saber que l tiene por tradicin oral el espritu de

los discursos de Castelli y de Passo y que muchos pormenores interesantes fueron tomados de boca de don Nicols Rodrguez Pea y del general don Nicols de Vedia. Aqu s se introduce la lanceta al rojo vivo que el ncleo de la discusin: Cmo se saben las cosas? La tradicin oral es ahora lo que esgrime Mitre, recurso que al parecer contrapona, con cierto desdn, a lo muy notoriamente caracterizaba el estilo de Lpez. Pero tal situacin no puede ser ajustada a lo hecho ni mucho menos podra corroborarse. Es que todo fluira y se refugiara, en materia de tradicin oral, en la vieja casona de los Lpez: Entre los hombres que figuraron desde 1806 a 1828, el general don Nicols de Vedia era uno de los que mantuvo con nuestro padre una amistad tan cordial y tan ntima que era raro que pasara de un da sin que lo visemos en nuestra casa, y varios de sus hijos mayores eran ahijados de Vicente Lpez. Pero poda ser el general de Vedia, padre de la esposa de Mitre, el almcigo de esos desvados recuerdos; hechos difusos verbalizables por ancianos, cual aoranzas imprecisas, que emanaban de las escenas no menos sacras que neblinosas de la gesta de Mayo? No lo ve as Lpez. De modo que el general de Vedia, padre poltico de nuestro contendor, dice Lpez con cierto talante despectivo, no podra, entre otras cosas, tener en su memoria la difcil textura judicial de los debates de Mayo del 10, donde se trataban frmulas jurdicas que cuando Mitre repite sugiriendo Lpez, obviamente, que las toma de su libro anterior sin declararlo las convierte en muy genricas frmulas polticas. Surge a travs del ejercicio polmico de Lpez la idea, apenas insinuada, nunca sealada con el peso de una acusacin en regla, pero claramente preparada para que el lector pronuncie en sordina la palabra plagio, que est agazapada en estas pginas para tomarla por fin como el no tan inverosmil nombre del procedimiento literario completo de Mitre. La refutacin de Vicente Fidel Lpez ayuda al lector a formarse el duro juicio por medio de la compulsa que ha realizado, como desenfadado hombre de mundo, resolviendo con un estilete irnico lo que podra ser motivo para un pistoletazo a doce pasos. He aqu los dos libros y los dos sistemas histricos frente a frente. Hasta 1876, el archivo del seor Mitre estaba mudo y yerto como una momia en sus armarios. Nada le haba proporcionado sobre el perodo ms clebre de la Historia Argentina y sobre otros muchos no menos importantes, en que le demostramos que ha cosechado la fruta del cercado ajeno como el zagal de Garcilaso, y que la historia de la Revolucin Argentina le ha servido no pocas veces para galvanizar los esqueletos de la necrpolis de su archivo, y comprender la fisonoma viva y animada con que los hombres y las ideas determinaron el gran movimiento histrico y poltico del mundo. Sera largo y fastidioso seguir el pedregoso camino de esta polmica, que nos obsesiona al punto de no ser la primera vez que la tratamos, de forma diversa a la que lo hicimos antes por respeto a los pocos lectores que hubiera podido leerla en sus otras versiones. Sin embargo desbrozada en sus nudos conceptuales profundos, sigue siendo fundamental para la conjuncin diramos que institucional entre escritura de la historia y los actos herldicos sobre los cuales se seguira disputando la idea misma de nacin argentina. Pero en todo momento cuidamos de agregar: tambin de los estilos periodsticos. Vicente Fidel Lpez no fund un diario y la explicacin quizs se encuentro en los prrafos que escribi su dilecto discpulo, Jos Mara Ramos Meja, que convirti la herldica interpretativa del maestro en una burlona saga de metforas sobre la sociedad vista como una colonia de plipos, hidras y simuladores. As, vea los peridicos como anillos que colonizaban su entorno para engrosar la personalidad digestiva de lo que sera la cabeza de la Medusa. El peridico es una mquina biolgica que ha suprimido las interesantes torpezas del corazn humano. Es que es un fenmeno industrial, inconsciente de las ponzoas

que transmite, pues no es l, sino como si fuera un protozoario de funciones preestablecidas y mecnicas. Una oscura conciencia premodulada. Todo contribuye como en una biologa emponzoada al hechizo de la personalidad, que vive de grandes actos de sugestin llamados publicidad. En estas condiciones, la genealoga que surge de los Lpez desde el himno nacional hasta la escena del duelo mortal de Lucio Vicente, pasando por la vibrante obra reaccionaria pero de gran sutileza de Vicente Fidel, no poda tolerar el modo en que Ramos Meja define el peridico: el peridico llama todos los das distinguido a un individuo mediocre, elocuente o talentoso a un indigente, acabando por crear a el cerebro de sus lectores una vaga idea de distincin y de fuerza la frmula popular de la sugestin se encierra en la frmula el chocolate Perau es el mejor de los chocolates. No poda provenir de ah el peridico de la nacin que se llamase como la nacin misma. Mitre funda La Nacin segn una leyenda conocida: El 15 de noviembre de 1869 le haba escrito a su amigo Wenceslao Paunero, ministro argentino en Ro de Janeiro: Sabr usted que voy a hacerme impresor para resolver el difcil problema de la vida. Aqu me tiene usted en el punto en que me hallaba en Valparaso cuando usted era mi tenedor de libros. Qu bien me vendra ahora para mi nueva imprenta! Despus de tantos aos de trabajos, victorias y gobiernos, mi posicin pecuniaria es la siguiente: durante cinco meses al ao gozo sueldo como senador, el que me basta para llenar el presupuesto durante el perodo de sesiones, mes a mes. En el resto del ao gozo un sueldo de 78 pesos. No dirn que he sido un hombre costoso para mi pas. No contando con ms recursos que stos, y con la casa presente del pueblo, apelo al trabajo de la pluma y de los tipos y monto una imprenta con un diario, que inaugurar el 1 de enero, sobre la base de La Nacin Argentina, que comprar por medio de una sociedad ordinaria por acciones. Entre diez amigos he levantado el capital necesario, que son 800.000 pesos moneda corriente. En fin, tengo energas para trabajar, no siento ninguna amargura por volver a empezar mi carrera, volviendo a ser en mi pas lo que era en la emigracin. Veta irnica, protesta protocolar de pobreza no dicha en serio, nadie la creera, lenguaje de empresario, sin duda un ascetismo verosmil, pero ascetismo del gran hombre que se ve de ese elocuente modo a s mismo. Y luego, refulge la palabra capital y amigos, la venenosa composicin que el capitalismo de la tica protestante tantas veces quiso dejar de lado. Sin embargo, no estn ausentes en los orgenes de La Nacin los rasgos de una lengua crptica, fabricada con metforas biolgicas, que actan como si fuera el latn medio que hubiera de ser superado para fundar las lenguas nacionales, que, gramscianamente, son el hogar existencial de la prensa contempornea. En julio de 1881 su diario ha sido fundado ya haca casi veinte aos, Mitre escribe el artculo que ya mencionamos, Los biblifagos, en una aparente refutacin convertida en adivinanza, pero en verdad encubriendo una profunda ofensa, a lo que ya ve venir del ataque de Lpez, el hombre que no dejara un diario de guardaespaldas. Tomamos del mencionado libro de Roberto Madero los aspectos que nos parecen ms relevantes de este artculo profundamente involucrado en la polmica con Lpez, pues es la primera reaccin despreciativa y encriptada de Mitre, concebida como una parbola pseudocientfica sobre animales dainos al cuerpo general de la cultura del biblifilo. El artculo Los biblifagos es una pieza sibilina, desacostumbrada incluso si tomamos la historia completa del diario, y a la que su fundador recurre a travs de una ardua construccin burlona y custica, que en todo momento niega sus verdaderas fuentes, de modo que es difcil calificar su sentido y nivel profundo de agresividad. Es por un lado grata de leer, porque parece surgir de la

ingenuidad de un cientfico enciclopedista de hecho, abundan las citas de DAlembert y a cada paso le asalta al lector la tentacin de imaginar que un escrito de una sana erudicin no exenta de gracia candorosa, encierre un fatdico y resentido taque contra un adversario historiogrfico. Roberto Madero da abundantes pruebas de que es as, y son todas aceptables. Pero es cierto que solo puede determinarse su calidad agresiva pro el lugar en donde est puesto en el diario la seccin literaria, habitualmente reservada a crticas historiogrficas, y por salir inmediatamente despus de aparecido el libro de Vicente Fidel Lpez cuestionando la Historia de Belgrano de Mitre. Mitre compara en su burln escrito las selvas a las bibliotecas. Menciona toda clase de sabios un exceso erudito incluso poco frecuente en la prensa de la poca, que atacan desde distintos ngulos el problema, los misterios del mundo tenebroso de la polilla. La ciencia todava no ha establecido el verdadero inters de estos insectos, no limitados a devastar hojas de rboles, sino hojas de libros y de productos industriales domsticos. Los libros apolillados son un nuevo sector a ser enfocado por el especialista cientfico, tal como sucede respecto a los insectos del queso y del chocolate. De modo que este tema de cruce ente los estudios de la naturaleza y los estudios bibliogrficos deben contar con nuevas preocupaciones conceptuales, propias de un museo de la vida orgnica. Algunas polillas prefieren el amargo de ajenjo, que Plinio aconseja como preservativo de los manuscritos de donde sin duda tom Iriarte la ida de la tinta corrosiva en su fbula del Ratn y el Erudito. Los excrementos de la polilla merecen tambin un tratamiento aparentemente serio: la de algunas polillas tienen el color de la sustancia lanar con que se alimentan, otras los tienen color permanente negro. Qu otra cosa son estas polillas que bandidos de las bibliotecas? No obstante, DAlembert llega a absolverlas, indicando otras culpabilidades, en este caso de los colepteros. Esto introduce el tema no solo de la clase de insectos que en cada regin se tornan ms peligrosos para los libros (atrados por el engrudo de la encuadernacin, siempre y cuando no se tome la precaucin de esparcir ciertas sales minerales en aquel adhesivo) sino en el hecho darwinista que entre los depredadores de libros se entremezclan otros bichos que devoran a los ms nocivos. Entonces el interior de un libro, todo el mundo del libro, es en el fondo una lucha bacteriolgica semejante a un mundo de antropfagos que se devoran a s mismos. La polilla, pues, se convierte en distribuidora eminente de los conocimientos humanos. En la generalidad de los casos inhibe el conocimiento con sus diminutas mandbulas, y eso mucho ms en las latitudes apolilladas. Llega a ser peor en otros terruos, como en Brasil, donde el cupim devora todo lo que encuentra a su alcance, no solo el libro que lo acoge, sino la biblioteca entera, el maderamen, y el edificio mismo en que estn todo ello situado. En Par hubo que arrojar una biblioteca al mar. Hay problemas con la importacin de maderas. En Chile, segn informes del entendido bibligrafo Barros Arana, ha aparecido recientemente en la las bibliotecas una nueva polilla importada en las maderas de Australia. Y en el Ro de la Plata? Las especies ya son cosmopolitas. (Mitre las enumera). Un insecto conocido como reloj de muerto, perfora los libros de tapa a tapa, con sistematicidad de minutero, dejando un agujero diminuto y continuo por el cual se puede atravesar un hilo y levantar toda una coleccin al mismo tiempo. Caso ms extraordinario siempre dentro del cosmopolitismo rioplatense es el de una oruga que adems de roer las pginas de los libros hace capullos para construir dentro de ellos su propia morada. Ciertas cucarachas golosas buscan la parte oleaginosa del libro, que se encuentra en cierto tipo de tintas, y su gula la lleva a morir gozosa y embriagada de ese apetitivo

alimento como Ricardo III en el tonel de malvasa. Mitre dice que esas cucarachas le devoraron cierta vez una coleccin completa de la Gaceta mercantil. Por lo menos el atacante daino ataca los seres familiares a su especie. Remedios? Los hay. Una mquina neumtica parece el ms adecuado, pues una hora despus de generar el vaco alrededor de un libro, se hallan sus habitantes dainos muertos alrededor. Tradicionalmente, se puede recurrir a la vaporizacin a la benzina, al cido fnico, la coloquinda, la cuasia, el cloroformo, trementina, jugo de nuez verde, cido piroliginoso, etc. Pero no hay nada mejor que el aire y la luz y las manos limpias antes de tomar los libros. Otro remedio ms: aumentar el nmero de lectores, que se ornaran otros tantos combatientes contra los biblifagos. Uno de los animalitos depredadores, una polilla con alas, se parece a un animal doblemente barbado con pico de becacina. Roberto Madero relaciona las observaciones sobre la Gaceta Mercantil, salida durante el ciclo rosista, el pico de becacina y la mquina neumtica, con alusiones mordaces contra Vicente Fidel Lpez, cuyo padre era federal y su nariz aguilea, agregndose la provocadora forma de anunciar alrededor de su obra y su figura, un vaco neumtico. Madero est interesado en estudiar la polmica que origina distintos estilos histricos en la Argentina, tal como se dinamiza al calor de su presencia en los diarios, diferencindola del momento en que se convierte, en ambos polemistas, y contundentes e inagotables volmenes impresos. Pero podemos proseguir sacando punta a este formidable panfleto mitrista. Hay algo parecido en su obra? No parece ser as. Incluso en el clsico escrito humorstico para ironizar contra un adversario, ste queda retratado con delineamientos ms especficos, mientras que aqu cuesta recrear la figura de Lpez entre tantas razonamientos de apariencia cientfica. El escrito en realidad posee una gracia sostenida en el abuso de comparaciones eruditas y solemnes, obtenidas de egregios manuales, en comparacin con la cuestin aparentemente banal que trata. La risa condescendiente con el escrito aparece igualmente, aunque no se perciba de antemano que encierra una alegora sangrienta contra el eruditismo de Lpez, remarcado antes que ocultado pudorosamente por su exhibicin de la destreza memorstica que sostiene todos sus escritos. La equiparacin entre los insectos biblifagos y el ratn de biblioteca que Marx, dcadas antes haba visto con aprobacin, como una necesaria advertencia emanada del mundo salvaje del olvido, aquella crtica roedora de los ratones, parece tan trivial como exagerada. Pero Mitre la propone en trminos de un escrito cuyo inters es el absurdo cmico de acumular casos de una cotidianeidad ilgica. La vida amenazada por roedores de libros de nombres en latn y con cientficos locos buscando ejemplificaciones, a cual ms extempornea. Los nombres cientficos enlazan en una rueda delirante de comprobaciones pseudo rigurosas que lo son solo por la forma severa del escrito, que sin embargo contiene una sorprendente comicidad interna, y una lgica basada en el non-sense que lo hace hoy muy legible. La Nacin no ser un diario satrico. Lo prohiba el famoso umbral o acpite que lo autodefina: tribuna de doctrina. En la interpretacin de Ricardo Sidicaro, autor de un fundamental estudio sobre la historia del diario (La poltica vista desde arriba, las ideas polticas del diario La Nacin) se trataba de dar un paso esencial en la conduccin del diario, en la primera dcada del siglo XX. Que no dio el General sino sus sucesores, en el sentido de retirarlo de las posiciones particularistas y las opiniones de faccin, para dedicarlo a una paideia mayor. La educacin misma de las clases gobernantes, de un modo trans-partidario, con la elocuencia viva de un sofista refinado que jugaba con eficiencia a ponerse por encima de las camarillas tales o cuales, para llamarles la atencin sobre los largos intereses comunes que herencia de

vieja data para los linajes criollos que haban triunfad sobre las polticas punz del pasado, era menester resguardar al margen de voluntarismos y vanidades constreidas. Mitre no desdeaba el frangote y la chirinada, y el diario doctrinario corre muchas veces la suerte de su jefe derrotado en sucesivos intentos golpistas. Abatido en 1874, en la localidad de La Verde su ejrcito, que adems de soldados irregulares era compuesto por las casi mil lanzas de Catriel, Mitre asiste a un momentneo ocaso de su carrera poltica y al cierre de La Nacin dictado por Avellaneda, el presidente al que el director de la tribuna de doctrina acusaba de fraude. La estrella ascendente de Roca comienza en ese ciclo de batallas antimitristas, relacionadas con este episodio pero en la provincia de Mendoza. Un ao y medio despus La Nacin puede reabrir con gran xito, aumentando su tiraje, pero la paciencia de Avellaneda dura poco ante la beligerancia de sus editoriales. Vuelve a cerrar el diario. En la revolucin del 90, puesto que hacia parte de la alianza con Alem, fue nuevamente clausurado, luego de la derrota de El Parque, aunque con la asuncin de Pellegrini vuelve otra vez a publicarse. El presidente Roca, posteriormente, volvi a clausurarlo esta vez por un da por sus editoriales adversos a la poltica econmica, que La nacin vea muy complaciente con intereses extranjeros. Segn una cita de Cucoresse que trae Sidicaro, La nacin se expresaba as: contra la hydra financiera a cuya cabeza se hallaba el banquero Morgan. El peregrino destino poltico del mitrismo no despreciaba el trabajo con distintas alas de su partido Nacional lo que motiv la humorada de Tulio Halpern Donghi en Una nacin para el desierto, al considerarlo algo as como un antecedente del estilo de Pern, ni tampoco las coaliciones un tanto imprevisibles con factores provincianos de alguna manera con Lpez Jordn y con electores socialistas, a los que suma los de su partido nacionalista para darle en 1903 una primera victoria electoral al reciente Partido Socialista en la figura de Alfredo Palacios. Como era habitual en las guerras del fines del siglo XIX, no desde alianzas con numerosas tribus pampas, pero mereci que en el famoso manifiesto de Felipe Varela interesante y bravo caudillo catamarqueo apareciera la figura entera de Mitre, casi por primera vez, en una adversa sinopsis histrica que se puede considerar el fraseo inicitico de lo que dcadas despus se llam revisionismo histrico del interior. Deca: Argentinos! El pabelln de mayo que radiante de gloria flame victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavn cay fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyuty, Curuz y Curupayty. Nuestra Nacin, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeada en ms de cien millones y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el brbaro capricho de aquel mismo porteo, que despus de la derrota de Cepeda lagrimeando jur respetarla. Mitre es compleja figura. Concibi el Estado como militar, historiador y periodista, y en cada una uno de esos campos quiso fijar una herldica de alcances nacionales. Dentro de todo lo que signific el sentimiento porteista, la ideologa mercantil y cultural del Puerto, fue ms amplio e interesante que Alsina y menos brillante que Vicente Fidel Lpez. En su correspondencia no figuran rdenes sanguinarias, que como escritor cientfico, no cultivaba o sofocaba con gestos que no se condecan con el Sarmiento que gustaba escucharse a s mismo lanzando anatemas virulentos y crueles. Pensando que el Estado son celebraciones establecidas, escrituras de mausoleo y volmenes documentados de hroes que actan en un

Parnaso preconcebido y jerrquico, su caso es uno de los que, arquetpicamente cabran en libros que en cierto momento de nuestros tiempos acadmicos, determinaban la invencin nacional como un cruce de planos volitivos en la llamada construccin de la nacin. Se ubicaban as la fijacin de celebridades, la construccin de mapas, la fundacin de peridicos, el establecimiento de museos y observatorios, el ordenamiento de censos, los trazados pedaggicos axiomticos, dando tanta importancia al ejrcito de lnea como a lo que ciertos autores llamaron comunidades imaginadas, lo que Mitre (en muchos casos no menos que Sarmiento) cumpli acabadamente con su tarea de historiador y traductor, que no puede desdearse, sobretodo la primera. All resiste esforzadamente el inteligente y decisivo ataque de Vicente Fidel Lpez, que no lo fue tal el de Vlez Sarsfield, lo que no hizo ms que dejar en pie su vigorosa munumenta historiae argentinorum, y un gramo de Taine o Fustel de Coulanges no le impidieron dejar traslucir una ltima luz romntica en lo que crey que era su modo positivista, causalista, de estudiar los hechos que muchas veces impresionaban por el modo mejor que se les escapaban de las manos, que por el modo en que los encasillaba en conceptos previos. En el fuerte encadenamiento de smbolos que origina su figura pues aun entre nosotros el vocablo mitrismo tiene atraccin y suele ser comprendido en medio de urgentes eficacias polticas de actualidad, se presta a mltiples interpretaciones, siendo que an en su propio tiempo, esta variedad de significados ya estaba en accin. Puede recordarse el prefacio a su traduccin de la Divina Comedia, que en algn momento origin la burla de sus crticos ms perseverantes, y no se hallar ah sino una inteligente consideracin de la tarea del traductor, es cierto que sin la audacia burlona con la que despus Borges emprendi esas mismas tareas, pero con una rara erudicin y sensibilidad para comprender la compleja urdimbre de los idiomas histricos. Aunque no parece compatible la dedicacin asumida ante el fraseo de Dante as como sus no desdeables tesis sobre la traduccin con las frases dantescas, con el discurso que pronunci Mitre a propsito de la aciaga guerra que llev a Estero Bellaco, Tuyuty, Curuz y Curupayty, en la frase de Varela. En seis meses en Asuncin, el librecambio flameando en nuestras banderas, demasas y desatinos muy evidentes para el hombre que se enfrent como traductor a estos melanclicos y fundantes pasajes: Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura, ch la diritta via era smarrita. Ahi quanto a dir qual era cosa dura esta selva selvaggia e aspra e forte che nel pensier rinova la paura! Si hay mitrismo es porque hay periodismo escrito bajo las vicisitudes que le imprimi La Nacin, que a lo largo de su ciclo extenso ha cumplido con diversos papeles en torno a una oligarqua docta que hace mediar el capitalismo del dinero por una capitalismo de las palabras, ese tono alico de los editoriales que estudia Sidicaro, que de todas maneras estn un poco al margen de la otra cuerda sarcstica y torvamente risuea hoy desaparecida que expona Mitre en Los biblifagos. Sidicaro toma la opcin de averiguar la condicin burguesa del diario en lo especfico de lo que un diario es: sus opciones de escritura en lo que es la prctica inherente al periodismo, reconociendo su singularidad en la produccin y difusin de ideas sobre la cuestin social. Esta suerte de sociologa de los estilos de la clase que practica Sidicaro podra no convencer a quienes buscar estudiar la inmanencia de un peridico a travs de sus

marginalias, sueltos y notas sugestivamente basadas en implcitos o metforas de la vida cotidiana. Siempre hay esos juegos en un diario donde una nota de turf sirve de apcope a la rapidez con la que se realiza un desfalco financiero, ms o menos cmo hizo Marx en el anlisis del Morning Chronicle o el Morning Advertiser, dedicado entre otras cosas al amarillismo boxstico, esto es, a una dislocacin colorstica para el lado de la grieta existencial de cierto bajo fondo, por cierto no exento de simptica picaresca, con lo que poda extraerse como deduccin respecto al gran cuadro histrico que se defina en el gran ring entre los partidos polticos tradicionales de Inglaterra. Pero si en algn momento estuve tentado a dar soltura a esta opinin, debo decir ahora luego de muchos aos de reflexin sobre la vita socialis, pienso muy adecuada la posibilidad de tomar la memoria de un diario o la publicacin de alguna sociedad empresarial, basados en la historia dura de su letra, como si efectivamente un juego referencialista, lejos de ser una escritura especfica de clase demasiado literal, dejara al descubierto el modo en que una clase habla en la irreductible identidad de su fraseo argumental. Recuerdo a mi aorado amigo Vias, que se aplicaba a esfuerzos parecidos de raz genealgica, pero tomando un diario desde sus espumaradas marginales, esos avisos fnebres, esos avisos en la lengua de la prostitucin, esos anuncios de casamiento para ir adentrndose poco a poco en los rasgos de escritura editorializables, que no estaban en el editorial sino en adjetivos aparentemente casuales, juicios implcitos sobre figuras adversas al diario en los que bastaba indicar un rasgo de indumentaria, una palabra de resonancias lejanamente zoolgicas o un adjetivo enrarecido por una refinada perfidia. Vias haca eso, pues para l leer La nacin en plena era de Facebook era el constante subrayado del cabalista fascinado por la alquimia de las palabras burguesas puestas en un alambique donde rechinaba en su fondo el viejo Mitre de las guerras paraguayas y tambin el traduttore de la Divina Comedia. Y qu subrayaba Vias? En primer lugar el discordancia entre los avisos fnebres, la cristiana muerte, y los avisos de prostitucin, antes de que estos fueran abolidos recientemente. Gruesas columnas del diario La nacin contrastaban entre s prostitucin y cristianismo. David haca ese anlisis, un poco a la manera seria que hubiese hecho de las veces de una inversin carnavalesca de lo que por s ya era preocupadamente risueo en Los siete locos: hacer la revolucin regentando prostbulos; o bien, llamar al mundo a vivir en un estatuto de moralidad y padrenuestro, mientras en el secreto de las cuentas del rosario se dejaban escapar intervalos con avisos con leoncitas ansiosas que te esperan sobre un acolchado en revoltijo. Este mtodo viesco, hecho contra una ventana del ya una vez ms decadente bar La Paz, con medio brazo afuera bronceado por el sol de los camioneros, no solo permita el estudio de un contraste que recordaba las comedias sobre la hipocresa burguesa de un Jos Gonzlez Castillo, sino las genealogas patricias que se entrecruzaban en el obituario en este pas, que de tan joven, al decir de Borges, sostena muy abigarrados deseos de conmemorar. David fue una vez al programa de televisin en el canal de cable TN del Grupo Clarn, en un programa a cargo de Morales Sol, un alico periodista cuyos editoriales de La nacin de esta turbada poca presente, son un cntico perseverante a doctos veredictos de desprecios, que una aristocracia de ensayistas ms encumbrados evitara decirlos con tanta indisimulada repulsin. Dijo entonces Vias aquello mismo que iba murmurando en los bares mientras subrayaba La Nacin ya que fue acaso el ltimo de sus grandes adversarios lectores, y todo pareci terminar bien, con un Morales Sol musitando entre dientes bueno, aqu hay democracia. Antes de llegar la hora de que este programa saliera al aire, pues era pregrabado, recibi una comunicacin, como la recibieron otras personas presentes en la sesin entre otras yo mismo, que estaba sentado al lado de David diciendo que no se

emitira por problemas tcnicos, pues desapercibidamente las cmaras no consiguieron grabarlo. La excusa no era caballeresca, sobretodo surgiendo de plumas que suelen acusar de censura con una facilidad que supera a lo que las ms aejas culturas elaboraron como la intocabilidad sacra de los seres y sus perecederas ideas. En todo caso, el verdadero censor, no el censor inconfeso, acta con menos pretextos y no se refugia detrs de la supuesta deficiencia de las mquinas. No fue Morales aqu un poco biblifago, pero no de la especie tan graciosamente disparatada que propona el general Mitre? Pero, volviendo al mtodo de Ricardo Sidicaro, que sin duda registra el benfico roce con las tesis de una analtica cultural de la sociedad a la manera de Pierre Bourdieu, nos parece fructfera la reflexin genealgica sobre los editoriales, literalmente considerados, pues se presupone que son escrituras que surgen de la tensin social pero, segn el modo en que Sidicaro estudia estos y otros editoriales de revistas institucionales, no surge una mmesis transparente con el inters social en primera instancia todo editorial emanara de una perspectiva burguesa sino que su verdadero motivo es producir otro acontecimiento, digamos as, que es el de crear una distancia diferenciadora que haga viable la prctica de lectura, para un lector que no quisiera chocarse meramente con la contundencia sin revestimientos de un diario burgus. As lo leemos en una de las ejemplificaciones que brinda Sidicaro: En sus notas de viaje en la poca de Centenario, Georges Clemenceau escribi que a los propietarios de La nacin les pareca adecuado compararlos con los de la publicacin francesa Le Temps. De este diario, el poltico socialista Jean Jaurs haba dado una breve, terminante y reduccionista definicin: es la burguesa hecha diario. Coincidimos aqu con Sidicaro: declaraciones como sta, con gran poder explicativo concluyen en una generalizacin inocua. Y no atienden a casos como los que Sidicaro ve en las distintas pocas de La Nacin. No es subsumiendo a La Nacin, en una hipottica burguesa compacta que podran explicarse sus ideas polticas durante esta etapa analizada. En tanto productor y difusor de ideas sobre la cuestin social, el matutino se colocaba en posiciones sensiblemente ms avanzadas que los sectores empresariales. Coincida en cambio con los polticos e intelectuales ms abiertos a las concepciones consensuales y modernas de regulacin del conflicto social. La incorporacin de Honorio Pueyrredn al radicalismo, que ofreca las garantas de quien provena de estirpes patricias, y el festejo que pona el crecimiento del caudal electoral del partido socialista, eran climas o pulsaciones caractersticas en la primera decena del siglo XX, tal como las atraviesa La Nacin. Aceptamos pues dilucidar la perspectiva de La Nacin no como una viga homognea tendida a lo largo de la historia nacional, sino como un conjunto de segmentos vacilantes entre una concesin, a la manera de Joaqun V. Gonzlez, hacia las posibilidades organizativas de los sindicatos, y una tentacin de sentirse concernida en el aireamiento institucional que propona la Ley Senz Pea. Paul Groussac, un poco antes de estas exploraciones y prospecciones del mitrismo, haba participado del interesante y docto diario Sud Amrica. All s no haba dreyfussistas como de alguna manera, s lo era Clemenceau, que instiga la publicacin del clebre Yo acuso de Zola en LAurore. En cuanto a Groussac, que evidentemente tiene una visin nietzscheana de la palabra en tanto metfora desgastada, escribe una vez la palabra yrigoyenista para decir que l lo fue. Cundo? Es preciso poner este chinchorro de la historia argentina en un plano anterior al que a la postre sera el ms conocido. Se refiere a Bernardo de Yrigoyen, sobre quien pesaba cierto halo postrosista, y militaba en el partido autonomista de Alsina. Groussac forma parte del diario yrigoyenista, en la acepcin que le damos: pero Sud Amrica se escinde ante la formacin de la Unin Cvica, donde pesa Mitre y no don Bernardo. Explica Groussac:

como tengo dicho anteriormente, Delfn Gallo y yo ramos yrigoyenistas. Votada en reunin de accionistas la actitud juarista del diario, Gallo y yo nos retiramos, y tan amigos como siempre. Bernardo de Yrigoyen, en la polmica interna que se sucede en el diario Sud Amrica, los partidarios de ste (entre los que se cuenta Groussac) estn en minora frente a los seguidores de Jurez Celman. Deben abandonar el diario, en un mbito polmico que se da entre caballeros. La separacin no implica dao, prdida de prestigio o cese de relaciones. Son eventos de la vida profesional o mundana de los que la poltica parecera mera descendencia, que no consiguen poner en juego el honor ni lesionarlo en ese mundo de pactos profundos que habilitan la disidencia, siempre imaginada como circunstancial. Evidentemente, poco tiempo despus a La Nacin no le ocurriran esta clase de escisiones, por un lado, por su opcin de ejercer un cierto bonapartismo periodstico por encima de las diversas corrientes del patriciado poltico, aunque desde luego, no es juarista, como explcitamente lo ser El liberal, que anuncia su apoyo a Jurez Celman desde un notorio recuadro en su primera plana. Dicho aunque sea al pasar, en el diario El liberal se publican Los amores de Giacumina y Marianela, una stira escrita en una lengua inventada con efectos pseudorrealistas basados en el cocoliche, tanto para satirizar la poca, como para agregarle al gnero folletinesco la demostracin de que toda lengua surge de un maravilloso artificialismo y de un burlesque que tiene una gran fuerza regenerativa de los lenguajes aparentemente naturales, aunque en este caso, no puede disimularse que son crticas implcitas hacia la deformacin lingstica inmigratoria, lo que quizs calzaba tambin con la campaa presidencial de Jurez Celman, que el diario sostena. (Literatura popular inmigratoria, estudio preliminar de Angela Di Tulio e Ilaria Magnani). Habindose dicho que coincidimos con la tesis de Sidicaro respecto a que el diario burgus posee mediaciones que son inherentes a la misma trama del periodismo (escribir burguesamente pero con los utensilios de un lenguaje que no evita una alteridad y diversidad respecto a una nocin lineal de intereses sociales), resta ahora seguir las mutaciones que va sufriendo el diario en los diversos perodos histricos que le toca atravesar. Con el yrigoyenismo, pesa en sus pginas la grvida acusacin de demagogia, pues mira desde una idea arquetpica de republicanismo fuertemente ritualizado. Sidicaro aclara: an no se haba inventado la nocin de populismo. No obstante comienza confiando en las soluciones democrticas contra los abusos de la demagogia. Pero pronto aparecen las descalificaciones, no al sufragio universal, sino a quienes lo practican entregndolo mayoritariamente al caudillo radical. La Nacin habla y hablar casi siempre con una lengua especfica, de carcter oblicuo y con fuerte poder vejatorio, aunque se empleen adjetivos tenues, repletos de sobreentendidos pero engalanados de cautas pcimas civilizadas: si dice palabra excesivo es para poner en peligro al personaje a la que se la dedica; si insina cierta posibilidad de desorden ser un llamado a la intervencin disciplinadora; si postula una opacidad en la escena pblica, sugerir manejos inconfesables, si es que esta misma palabra no surge directamente, como dcadas despus emergieron crispacin y otras, que evitaban hablar de locura o enajenacin pero trabajaban desde el interior del idioma como sustitutos civiles del pozo ciego de un anhelado alzamiento. Los desplazamientos del lenguaje son la habilidad suprema de los editorialistas de La Nacin, que redondean una buena faena en torno a lo que lingistas como Chomsky llamaron tacit knowledge. Sidicaro ve a La Nacin en los ltimos tiempos del primer gobierno de Yrigoyen cuidando de no trasgredir la idea de un ejrcito profesionalista mientras que la lengua oficial de los radicales os a la caracterizacin de pueblo de uniforme, lo que hubiera sido una plataforma para llamar a un golpe precisamente institucionalista.

Un golpe contra lo que desde ya, en los pliegues internos de la lengua radical, el diario ya consideraba precisamente en los mismos trminos de lo que a lo lago de los aos ser su fundamental oxmoron, el Estado golpista, un poco a la manera en que el 18 Brumario proclamaba en Napolen III el inefable autor de un golpe todos los das. Pero viene Marceo T. de Alvear, y confirmando las tesis de Sidicaro que aqu estamos acompaando, el diario cesa en su veta amenazadora y muestra tambin otras de las vetas que impiden clasificarlo en el nmero de los peridicos de los que puede esperarse apenas un arquetipo inmvil de Orden Conservador. Es el tiempo en el que el diario sugiere perspectivas industrialistas, abandono de la dedicacin nacional exclusivamente a la produccin agropecuaria y ciertos tipos de invencin social pblica, que de alguna manera anuncian lo que en la dcada posterior fue el bien estudiado movimiento impulsado por los socialistas conservadores al servicio del general Justo, de polticas vinculadas a las Juntas Reguladoras de toda la actividad econmica (apud Milcades Pea, Murmis y Portantiero). Hasta el punto en que Ricardo Sidicaro considera a La Nacin precursora de intervencionismo econmico del Estado durante el alvearismo. En la enorme construccin de un territorio intelectual repleto de estas sutiles paradojas, La Nacin acoge en sus pginas lo que podramos considerar los verbetes casi completos de un diccionario, que por provisorio que fuese, cumplira en sentirse husped genuino de las firmas ms notorias de la poca, y no necesariamente de las del horizonte clsico, adverso a las innovaciones literarias. Escriben all Lenidas Barletta, Martnez Estrada, Borges aunque este menudea en sus colaboraciones hacia los aos 60, y no dejan de estar presentes algunas notas de Arlt y Gonzlez Tun, y por el lado nacionalista, en sus variadas expresiones, de Carlos Ibarguren, Ernesto Palacio, Manuel Glvez, Hugo Wast, as como no faltan un Marechal y un Roberto Mariani, sin dejarse de mencionar en estas mezcolanzas de boedos y floridas, a un Ral Scalabrini Ortiz, que luego del xito de su Hombre que est solo y espera, decide suicidarse para la gran prensa, a la que juzga penetrada de la trama arcnida de los intereses britnicos en el Ro de la Plata, fundando entonces sus propios peridicos, primero Seales, y luego el neutralista Reconquista en los tiempos de la segunda guerra mundial. Dos menciones especficas son imprescindibles para sendos colaboradores notorios de La Nacin: Jos Mart y Leopoldo Lugones. En cuanto a Mart, haba sido nombrado cnsul argentino en Nueva York, muestra de apoyo de la elite portea a su tarea independentista (aunque un inslito Groussac viajar a Nueva York, entre otras cosas, a pedirle que decline en esos esfuerzos, pues Cuba no es estrictamente colonia de Espaa y fuera de se, su destino sera el de ser succionada por los Estados Unidos). Mart se torna corresponsal de La Nacin desde los inicios de los aos 80. Mart es un gran cronista de los eventos sociales y polticos de Nueva York, donde se destaca una viva descripcin del asesinato de presidente Garfield, con un duro retrato de su asesino, Charles Guiteau. Hay un aire de Roberto Arlt, sin embargo, en esta crnica sobre los ltimos momentos de un condenado. Mart ya haba escrito su famosa crnica sobre el homenaje que los obreros alemanes le hacen a Marx recientemente fallecido en un local neoyorkino (es uno de los grandes artculos sobre la memoria de Marx, al que Mart respeta aunque se aparta de lo que percibe como los inevitables llamados a la violencia que del pensamiento de Marx se desprenderan), lo que lo lleva a otro artculo sobre obreros y capitalistas escrito en un sensible y enrgico tono humanista, con tintes dramticos en lo que respecta a la descripcin de la vida proletaria. Todo esto lleva a que el director de La Nacin, en este momento uno de los hijos de Mitre, ejerza un tipo de censura amable al escrito, que sale publicado parcialmente. Bartolom Mitre y Vedia sugiere extirpar las

partes que podran significar la posibilidad de malquistarse con los Estados Unidos. De las varias colaboraciones de Mart con La Nacin, hay una que es necesario alojar en los compartimentos de poca para ser comprendida como parte de la obra de este humanista que tena rasgos evidentes de santidad poltica: uno de los artculos comenta favorablemente la expedicin del general Roca al desierto, lo que desentona con el propsito esencial de la obra martiana, que en escritos como Nuestra Amrica, postula una amalgama histrica y etnopoltica entre el proceso universal de la cultura y las herencias americanistas tanto criollas como indigenistas, donde haba criticado a quienes nacidos en Amrica, se avergenzan, porque llevan delantal indio. Otro importante colaborador, como se sabe, es Leopoldo Lugones. Segn Mara Pa Lpez (en Lugones, entre la aventura y la cruzada) durante el ao 1923 Lugones escribe en La Nacin una serie de artculos titulados agresivamente El fracaso ideolgico, La ilusin constitucional, Estado de fuerza, Progresismo y realidad; en 1924 El finalismo progresista, La crisis mayoritaria, La quimera finalista, La iniquidad dionisaca. El tema, agrega la autora, es una fundamentacin insistente y dicotmica para ponerle punto final a la democracia. Retomando el escrito de Sidicaro, veamos ahora el discurso que corona aquellos otros mencionados, la clebre alocucin en Ayacucho del ao 24, mientras llegan los navos argentinos a puerto peruano: son las palabras conocidas, hora de la espada, ejrcito como ltima aristocracia La Nacin publica la crnica del acto, como aos antes haba publicado casi exactos y admirativos comentarios de los discursos de El Payador en la dcada precedente. Pero ahora omite los llamados ms virulentos a sustituir el parlamento por la aristocracia militar. Lugones protesta ante su diario por haber suprimido la parte ms contundente de su ideario. El discurso llamaba a la accin ante formaciones militares de varios pases y el diario no se anima a acercarse tanto al abismo golpista, ese magno hecho regenerativo segn entenda Lugones. La Nacin escribe entonces que es necesario dudar de los gobiernos que actan espada en mano. El texto lugoniano se publicar en El Hogar, La Fronda, fundada por Francisco Uriburu cuyo correlato era la Liga Republicana como grupo de accin directa, y La Nueva Repblica, de los hermanos Irazusta. Fue el nacionalismo redentista inspirado por Maurras, que coincida con Lugones pero no as en ciertas acciones antiestatistas y no antisemitas sostenidas por ste, en el cual se hallaban, s, escritores como Ernesto Palacio, fina prosa historiadora del hispanismo de derecha, que luego fuera diputado peornista y bastante antes, amigo del sorelismo, como Maritegui, como Gramsci. En ese mismo momento, La poca, de Eduardo Colom, que sostena posiciones yrigoyenistas, responda con un curioso pero no inefectivo argumento a la crtica hacia el personalismo, advirtindole a La Nacin sobre su propio personalismo cuyo afluente inaugural era la excluyente figura de Mitre. La poca cumplir un papel esencial el 17 de Octubre de 1945, influyendo decisivamente en aquellos acontecimientos a favor de prisionero coronel, con la primera plana del diario exhibiendo como de hbito una antigua caricatura de tintes empticos de Hiplito Yrigoyen. Sidicaro trae a colacin la campaa de La Nacin durante el ltimo ao de gobierno de Yrigoyen, donde se aceptaba la corrosin de las instituciones parlamentarias y la desatencin que sufran las fuerzas militares. De algn modo, eran fuertes concesiones tanto a la lnea de editorial de La Fronda como de Crtica, que hace de su sede de periodstica un comit de lucha contra el yrigoyenismo, como bien se lo recuerda algunos de los episodios del golpe que narra el capitn Pern en su informe sobre los acontecimientos, escritura vivaz completa y atravesado por un humor a veces grave, a veces chispeante. Noticias editoriales sobre el supuesto desorden imperante en el Ejrcito y una nueva poltica diciplinadora que

extravasase las posibilidades del gobierno, fueron acogidas por las pginas del matutino de Mitre, la mayora de las cuales suscriptas por militares disconformes con el ya dbil gobierno de Yrigoyen. Cuando renuncia Dellepiane, el ministro de guerra del Presidente radical, el diario no detiene su tarea demolicionista, sino que humilla con indesmentido ensaamiento al militar institucionalista que se retiraba. El da posterior del golpe, segn recoge el libro de Sidicaro, La Nacin sale con el siguiente dictamen en que s mismo es todo un estilo y una profeca, todo lo fugaz que se quiera en trminos de periodismo, pero revela el impulso acerado que repentinamente une a toda una redaccin en torno a un objetivo poltico que est lejos de ser una noticia sino una estrategia integral del propio rgano de prensa: Ayer, en un movimiento popular, verdadera apoteosis civil, Buenos Aires ha enterrado para siempre el rgimen instaurado por el Sr. Yrigoyen. Habra que estudiar muy profundamente la cadencia, sintaxis y estructura de este acto de habla periodstico como luego hicieron lingistas como Austin o Searle, pues se fusiona en lo popular que l mismo ha delineado como sujeto activo de una conmocin y apela al concepto apotetico, figura sumamente lejana a la del golpe de Estado, para reemplazar con los dioses bajos de las asonadas a los dioses aparentemente encumbrado de los acontecimiento de la historia que glorifican con jbilo a las Altas Deidades de la historia. Muy poco despus, La Nacin se pone a trabajar por el retorno a la democracia, la crtica al corporativismo y la postulacin de algunas medidas estatistas ante la debilidad institucional de los mercados desmantelados por la crisis econmica que se estaba atravesando. El diario que en su tribuna doctrinal haca flamear la bandera democrtica, haba abierto una prudente compuerta para que entrara, con vigor rebosante pero no con la vocinglera del panfletarismo vodevilesco de Crtica o los diarios nacionalistas, la alteracin institucional justificada con audacia paradojal, o bien con la frmula sibilina de los grandes seores: puesto que el gobierno de Yrigoyen desprecia las instituciones, esto es, l mismo es golpista, nosotros tenemos que dar el verdadero golpe, pero para reponer las instituciones. Si se contina el hilo de esta tesis, el diario golpista pero compungido, pues apenas toca estas cspides de desprecio institucional, retoma su prosa seorial diciendo que golpistas eran los otros y que su accin fue para hacer cicatrizar los desgarrones de demagogia y seguir con la tarea democrtica, que en sus vaivenes puede admitir ciertos rasgos de economa estatal y el reverdecimiento del viejo debate contra la voz interna, nunca inaudible de los Golpes de Estado, ese nacionalismo regenerativo y heroico que conoce bien, pues quienes escriben en La Fronda, Crisol o Criterio, no pocas veces son tambin articulistas de La Nacin. Estos aspectos paradojales de La Nacin estn en su origen, aunque en los prximos ciclos histricos los veremos desdibujarse. Hay algo que no se puede pasar por alto, mucho antes de los eventos que estamos rpidamente rememorando, cuando La Nacin tiraba dos o tres mil ejemplares por suscripcin, antes de los trescientos mil cantidad igual sostena el poder de Crtica, que gozaba en los tiempos de su sibilina participacin en el golpismo de los aos 30. Se trata de la acogida que da al caso Dreyfuss, verdadero punto de tensin y revelacin de subterrneas fuerzas sociales en la historia francesa de finales del siglo XIX. mile Zola, uno de los escritores ms difundidos de la poca, haba escrito el Yo acuso. A la vez, era uno de los articulistas que de tanto en tanto visitaba las pginas de La Nacin. All se publican las notas de Mes Haines, los artculos de Zola sobre sus canon pictrico y literario, donde el naturalismo se sita de pleno alrededor de la obra de Manet que a su vez lo homenajea a Zola con un gran retrato y que es un pequeo breviario moral de acusaciones contra

la necedad de su tiempo, el oscurantismo del arte hermtico o las tendencias literarias que dejaban escapar su inters por el posiblemente derrotado barroco. La Biblioteca La Nacin por lo dems, no fue omisa a la hora de publicar las conocidas novelas zolianas. El Yo acuso, as, tiene va libre para salir en las pginas de La Nacin casi en simultaneidad con su publicacin en Pars. No se ignoran ciertas tramas comunes, entre el decadentismo, el dandysmo y la concepcin estetizante de las redacciones del momento, que unen a travs de ciertos personajes el mundillo cultural de La Nacin con las escenas mayores del drama parisino, en pocas del affaire Dreyfuss. Charles de Soussens, un suizo errante en los cenculos porteos, amigo de Jos Ingenieros pero atento a sus relaciones con Vctor Hugo o Emilio Zola, es uno de los vnculos posibles por los cuales en la La Nacin donde Soussens est siempre a punto de trabajar y a punto de ser echado, se conforma un estado de nimo enteramente favorable al partido que toma el autor de Germinal contra el oficial judo injustamente acusado de espionaje. El Yo acuso, publicado en LAurore ocupando varias pginas tiene una especial participacin de Clemenceau, que impulsa su publicacin. Como Clemenceau est involucrado en esta historia en su visita a la Argentina emite la opinin de diario burgus, suscribiendo la opinin de Jean Jaurs sobre Le Temps estara bien trazar un aguafuerte ms afilado de su trayectoria para darle ms espesura a la su certeza sobre el carcter burgus de ciertos diarios, lo que Sidicaro, tambin con razn, intenta no desmentir pero pasar por el cedazo de las mltiples variaciones y matices paradjicos que abrigan las publicaciones que sin dejar de ser burguesas, no pierden de vista el campo movedizo y multvoco de posibilidades que se refugian en esa amplsima denominacin. Veamos lo que escribe Patrice Vermeren sobre la relacin de Grousssac con Clemenceau dos forjadores de peridicos: Groussac recuerda que Clmenceau estudiante no tema a desafiar el poder imperial hasta perder su inscripcin en la Universidad; pas una excelente tesis de doctorado de medicina sobre la Generacin de los elementos anatmicos que le vali, para su segunda edicin, un prefacio de Robin. Que despus de una estada en los Estados Unidos y de la traduccin de Stuart Mill, vuelve, tras la cada del Segundo Imperio, y es elegido diputado a la Asamblea Nacional e intendente de Montmartre, hacindose sospechado de conciliacin con los Comuneros; que es el jefe de la extrema izquierda en la Cmara as como est a la cabeza de su peridico La Justice y que tuvo estas palabras con relacin al drama reaccionario de Sardou, el 29 de enero de 1891: La revolucin es un bloque del cual nada se puede desprender ni rechazar. Que su retorno a la poltica sigue Vermeren, en su escrito publicado en el libro Grousssac, la lengua emigrada queda barnizado a nuevo por el affaire Dreyfus es l quien puso el ttulo fulminante de Yo acuso, a la Carta al Presidente de la Repblica firmada por mile Zola y publicada en LAurore, del 13 de enero de 1898. Es el resultado de su eleccin, esta vez como senador, del departamento rojo del Var. Pero que, sin embargo, cuando Clemenceau accede por fin al poder, a los 65 aos, como Ministro del Interior en 1906, es para mantener la apuesta radical a raya, en nombre del radicalismo, y fustigar, contra la demagogia de Jaurs, al colectivismo, en nombre del individualismo, oponiendo, el hombre que hay que reformar, a la sociedad que tendran que transformar el realismo y la utopa. No tuvo acaso Clemenceau el coraje de enfrentar a los huelguistas cuando descenda del tren en Lens, en un gesto que, para Groussac, evoca la Vida de los Hombres Ilustres de Plutarco: un verdadero ejemplo de la virilidad moderna? De la prctica poltica de Clmenceau que lo lleva a usar el ejrcito para romper las huelgas o para mantener

el orden al precio de derramar sangre, a perseguir en justicia y poner en prisin a sindicalistas y socialistas, a revocar a los funcionarios en lucha, y tambin a maniobrar en el secreto y la intriga hasta merecer el apodo de primer poli de Francia cavando la fosa entre el movimiento obrero y el gobierno, Groussac no retiene ms que el herosmo de haber resistido tanto a los colectivistas como a la derecha, habiendo pagado con su puesto esta obstinacin, por la voluntad de los mudos del Serrallo, los radicales. Pero decimos nosotros, de alguna manera, en esta descripcin surge el antiguo communard que toma esas banderas cuando joven, el socialista que no desprecia descalificar a lo diarios burgueses y sentirse a veces prximo a Jaurs, y el hombre de gobierno, que como todo hombre de gobierno, tiene en su conciencia varios planos de significacin, uno de los cuales es la pugna secreta que se establece la estra anterior a todas, en aquellos tiempos en que fue militante comunista. No ha pasado la misma cosa con Groussac, gran publicista conservador desde siempre, creador en la Argentina del gran peridico Le Courier Franais du Plata, journal du matin, politique, littraire et commercial fundado en 1894, donde publica sus viajes por Amrica y sus sutiles crticas musicales, aceptando para esa gran empresa la colaboracin de industrial francs Clodomiro Hileret, un utopsta del azcar, un capitalista del realismo mgico azucarero (si podemos llamarlo as), que fund el Ingenio Santa Ana, demolido por Ongana, y que traz gran parte de la historia social tucumana, como cuenta el escritor tucumano Eduardo Rosenzvaig en su novela El sexo del azcar. Entre Groussac y los ingenios de azcar hay una ntima relacin. El gran polgrafo francs conservador, precisaba de la industria conservadora de la azcar. Groussac fue el gran antidreyfusista argentino as como La Nacin pudo posar de diario momentneamente dreyfusista. Cmo as? El caso Dreyfus tena mayor gravedad en Francia que en la Argentina. Esto es obvio: reproduciendo las posiciones de Zola, fuertemente acusatorias hacia un sector elitista del ejrcito francs, no juzgaba La Nacin que poda afectar aspectos de la estabilidad poltica argentina. La revolucin del Parque ya haba ocurrido e iniciaba Roca su segundo perodo gubernativo, acentuando polticas reconciliatorias y de construccin territorial del Estado. Quizs esa atmsfera polticamente insinuante que sus contemporneos podran sentir con Roca, hacan del caso Dreyfus en tema que poda publicarse en una ciudad lejana, en trminos aparentemente inconexos de lo que pasaba en pars. La Carta de Zola es un gran documento, cuidadoso y meditado con precisin, que hiere no sin cautela pero con el estilete mordaz del escritor que conoce los secretos de la lengua poltica. Est dirigida al presidente francs Flix Faure, y desplegando una vernica plena de irona, lo acucia con una pregunta fatal. Est dispuesto mantener sobre l la mancha de un escarnio? Lo toca el cieno, cuando parece mostrarse seguro en los actos protocolares. Consentir que se absuelva a un culpable y se condene a un inocente? Qu tal crimen se haya verificado en su propia presidencia? Cul es el inters de Zola en esta situacin de vergenza? Es mi deber: no quiero ser cmplice. Todas las noches me desvelara el espectro del inocente que expa a lo lejos cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido. Se trata de un grito en medio de un silencio desolador. Un gesto individual que se dirige hacia la humanidad, no hacia un presidente que la historia recordar con recelo. Esta actitud de Zola acaso sea el origen de una de las formas profundas del periodismo que se expone a la intemperie de una opinin disidente, intentando despertar a una poca dormida, lo que puede ser una eleccin ticamente desgarradora, aunque sostenida por muchos polticos, Clemenceau, entre otros, y no sin respaldo en sectores de la prensa. La Operacin masacre, de Walsh, accin periodstica de talante parecido al de Zola, contaba con ms investigacin en las penumbras no es

que Zola no haya hurgado en los pliegues secreto de la institucin militar, pero con muy poco, por no decir casi nulo respaldo en la prensa, aunque hubiese una opinin soterrada y clandestina que poco a poco incorpora la voz walsheana desde sus primitivas tinieblas. Cuando Zola pregunta, parece cauto y respetuoso, pero el presidente tiembla: Por eso me dirijo a vos gritando la verdad con toda la fuerza de mi rebelin de hombre honrado. Estoy convencido de que ignoris lo que ocurre. Y a quin denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos culpables sino al primer magistrado del pas?. Y el documento zoliano, a partir de aqu enhebra nombres, hechos y situaciones. Parece, y es, una pieza periodstica. Pero tiene, para los tiempos del periodismo contemporneo, un valor inaugural. Denuncia la conspiracin contra el oficial judo y llama a otra investigacin en forma no sa que l como intelectual est desplegando ahora donde se devele un tema lleno de intrigas novelescas, complacindose con recursos de folletn, papeles robados, cartas annimas, citas misteriosas en lugares desiertos, mujeres enmascaradas. Y luego de esta descripcin que no lucira mal en su literatura llamada naturalista pero llena de bocetos extrados de una atmsfera sombra, da el nombre del responsable de llevar a Dreyfus a la inculpacin falsa. El culpable de la trama ya ha dado su nombre, el general Paty de Clam, obtiene una descripcin casi arltiana, un sucinto brochazo fantasmagrico: a todos los maneja y hasta los hipnotiza, porque se ocupa tambin de ciencias ocultas, y conversa con los espritus. Para autor de Nan, pues el desdichado se arranca la carne y proclama con alaridos su inocencia, todo le parece una instruccin del proceso que se hace como una crnica del siglo XV, en el misterio, con una terrible complicacin de expedientes, todo basado en una sospecha infantil, en la nota sospechosa, imbcil, que no era solamente una traicin vulgar, era tambin un estpido engao, porque los famosos secretos vendidos eran tan intiles que apenas tenan valor. El escritor traza este retrato gtico de un error judicial inquisitorial porque dice Francia est en juego. Francia como hija de un error judicial impuesto como verdad santa, cuando se trata de traiciones monstruosas, degradacin pblica y goce de ver al culpable sobre su roca de infamia devorado por los remordimientos... Al estudiar Zola el acta del consejo de guerra percibe que todo es peor que un mal folletn romntico. Tantos atropellos judiciales se justifican por la invencin de un documento secreto, documento que, dice Zola, no existe, lo niego con todas mis fuerzas. Los que fabricaron esa mentira, conmueven el espritu francs y se ocultan detrs de una legtima emocin; hacen enmudecer las bocas, angustiando los corazones y pervirtiendo las almas. No conozco en la historia un crimen cvico de tal magnitud! Hacia dnde apunta esta refundacin del periodismo intelectual redentista? A salvar la memoria de la Nacin. Igual que Renan en Que es una nacin, aunque ste deca que el olvido del crimen antepasado era mejor que la vocacin historiadora de revolver papeles. Igual que Walsh en Operacin Masacre, pero este para fusionarse finalmente con la condicin del perseguido, que escribe sobre lo mismo que va a arruinarlo, contra la orden de captura que leo contra m en todos los peridicos que abro, conforme a la frase escptica pero sacrificial de Walter Benjamin, gran observador de la lgica de los peridicos del siglo XIX y XX. mile Zola acta en cambio con gran certeza de ser la primera voz literaria de Francia, dejando un artculo periodstico cuya extensin es un manifiesto moral contra las tramoyas judiciales vergonzosas ocurridas en el interior del Ejrcito. Los generales, peritos y adjutores son mencionados con un gesto de desprecio, nombre por nombre. El Estado Mayor estaba complotado y esconda las pruebas, hasta el punto que algunos

militares que llegaban recin al Estado Mayor, se sumaban a la mentira y asuman la oscura responsabilidad de la farsa. Este general nuevo debi sentir el combate librado entre su conciencia de hombre y todo lo que supona el buen nombre militar. Pero luego acab por comprometerse, y desde entonces, echando sobre s los crmenes de los otros, se hace tan culpable como ellos; es ms culpable an, porque fue rbitro de la justicia y no fue justo. Comprended esto!. Se percibe un Zola retratando a Francia revolvindose en sus tripas, sabiendo los ltimos hombres que podan ser honestos que caan en el mismo pozo de la mendacidad harapienta. Especula: Debi haber un momento psicolgico de angustia suprema entre todos los que intervinieron en el asunto; pero es preciso notar que, habiendo llegado al ministerio el general Billot, despus de la sentencia dictada contra Dreyfus, no estaba comprometido en el error y poda esclarecer la verdad sin desmentirse. Pero no se atrevi, temiendo acaso el juicio de la opinin pblica y la responsabilidad en que haban incurrido los generales Boisdeffre y Gonse y todo el Estado Mayor. Hace un ao que los generales Billot, Boisdeffre y Gonse, conociendo la inocencia de Dreyfus, guardan para s esta espantosa verdad. Y duermen tranquilos, y tienen mujer e hijos que los aman! Cuando el Yo acuso entra en el territorio de los desgarramientos morales secretos, est en la cuerda ms tensa de su llamado redentista. Qu se quiere redimir en medio de esa suprema angustia psicolgica de aquellas marionetas, que vestan el uniforme militar de la nacin? Muchos queran sincerarse. No podan. Algunos militares acusadores son considerados locos o tendientes al suicidio. Nada extrao en esta novelera folletinesca, como Zola la califica. Un militar honesto es acusado de estar pago por los judos, suprema condena desmentida por el hecho de que l mismo es antisemita. Se cre una situacin por la que el consejo de Guerra no poda tolerar la inocencia de Dreyfus pues el mismo consejo automticamente sera culpable. Por lo que el gobierno debera realizar un barrido en esta cueva jesutica. Es el albergue de intrigas, chismes y dilapidaciones que se ha convertido el sagrado asilo donde se decide la suerte de la patria. Se han agitado all la demencia y la estupidez, maquinaciones locas, prcticas de baja polica, costumbres inquisitoriales; el placer de algunos tiranos que pisotean la nacin, ahogando en su garganta el grito de verdad y de justicia bajo el pretexto, falso y sacrlego, de razn de estado. Por lo tanto, es un crimen envenenar a los pequeos y a los humildes, exasperando las pasiones de reaccin y de intolerancia, y cubrindose con el antisemitismo, de cuyo mal morir sin duda la Francia libre, si no sabe curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios moderno, mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de justicia. En el sistema de tajantes afirmaciones que deja caer Zola, quin sabe lo que est escribiendo, erigindose en heredero de la tradicin humanstica francesa, y anticipando gestos que mucho despus se llamaran sartreanos, caen a pico las frases es un crimen ms, un crimen que subleva la conciencia universal. Decididamente, los tribunales militares tienen una idea muy extraa de la justicia [...] Cuanto ms duramente se oprime la verdad, ms fuerza toma, y la explosin ser terrible. Veremos cmo se prepara el ms ruidoso de los desastres. Y sigue una larga lista de oficiales de alta graduacin, peritos calgrafos, oficiales de prensa del ejrcito por organizar las campaas de L'clair y en L'Echo de Pars, que son acusados de haber protagonizado una de las mayores iniquidades del siglo. En cuanto a los posibles delitos difamacin en el que l mismo hubiera podido incurrir, voluntariamente se pone a disposicin de los Tribunales El acto que realizo aqu, no es ms que un medio revolucionario de activar la explosin de la verdad y de la justicia, es uno de los ltimos prrafos que lee

el Presidente Francs de este documento periodstico-judicial que aun hoy sigue siendo un modelo de accin que, por esa poca, le dio una forma literaria y de intervencin pblica a lo que flotaba en el aire bajo la forma del insinuante concepto el compromiso de los intelectuales. Captulo 11. El Yo acuso de Jos Hernndez Conocido muy ampliamente, por sus resonancias y autora, la Vida del Chacho. Rasgos biogrficos del general D. Vicente Pealoza es un opsculo que publica Jos Hernndez en 1863, que parece anteriormente como artculos en el diario de Paran El Argentino, muy poco despus de conocida la noticia del asesinato en Olta del caudillo y militar riojano. Hernndez escribe un gran panfleto, una suerte de maldicin y advertencia, con la serena furia de un anatema y el temblor indudable que lo posee por siquiera sospechar, tmidamente, que est escribiendo uno de los mximos textos de execracin de la historia argentina. Cmo interpretar lo que se lee en una de las partes ms frvidas del escrito, la que se titula La poltica del pual? Se sabe como comienza: Los salvajes unitarios estn de fiesta. La expresin estaba en desuso? Es lgico suponer que, a diez aos de la cada del gobierno de Rosas, nadie escriba de ese modo en el mbito de la documentacin pblica argentina. O por lo menos, no se lo haca de esa manera desenfadada, con la vibracin augusta de una gran proclama o de una plegaria ensangrentada. Si Zola fue tachado de naturalista, este texto de Hernndez que lo antecede por lo menos en dos dcadas, se hace sobre la base de una acusacin basada en la sangre sacrificial. No es un texto judicial, es un anatema. Todo, la retahla de frases, la respiracin del panfleto, el ordenamiento tipogrfico y el pensamiento que lo insufla, est al servicio de la creacin de una conmocin y un desvelo. Todava no ha sido escrito el Martn Fierro. Ah se anuncia? Los perodos internos de la escritura obedecen a un traqueteo sentencioso, esa fiesta de los salvajes unitarios est en lugar que despus ocupar un sosegado aqu me pongo a cantar. El inicio del panfleto es inflamado, agita la vindicta. El inicio del poema nacional mete todo aquello adentro, como una estopa oculta, en el interior del canto que tiene un doble fondo donde el sollozo pausado apenas deja entrever el escalofro. Ser as? La autora de este trascendental folleto sobre el martirologio de Pealoza, supera al que, con intencin semejante, pero dedicado a los mrtires de la otra trinchera, escribi Echeverra bajo el ttulo de Ojeada retrospectiva. En Hernndez tambin est en cuestin el fusilamiento de Dorrego: No se haga ilusiones el General Urquiza: su cabeza est en ofrenda para el sangriento festn en que el partido unitario vive desde 1828, desde el brbaro asesinato del Coronel Dorrego. Con lo cual, los infaustos acontecimientos de Navarro seguan impresos en la memoria nacional como si de parecer sometidos a un aquietado estrago, pudieran ahora resurgir en cada ciclo histrico para decir que el tiempo no haba pasado. Y que ms all de las apariencias, todas las sangres estaban frescas. Dos grandes recursos sostienen al escrito hernandiano. Uno es la maldicin que brota sin trabas ni matices del espritu del escritor. Maldice y clama por venganza. No es as en mile Zola, aunque en entrelneas late un tono jacobino de la libertad aplastada no tanto por las botas militaristas, sino por la necedad cultural de la plana mayor de un Ejrcito. Hernndez retoma una vez ms la paradoja que largas dcadas despus, pasado

ya un siglo, segua dictando exclamaciones de horror a las facciones polticas argentinas, que primero pasaban por ser partidos historiogrficos que surgan de documentaciones que se haban querido aquietar: El partido que invoca la ilustracin, la decencia, el progreso acaba con sus enemigos cosindolos a pualadas. La metfora de la costurera suena a siniestra, es decir, coloca a todo el escrito como un canto lgubre, un lamento que relame un interior sigilo de justicia vengativa. Es posible seguir preguntndose si el manojo de ideas que yacen en el legado nacional, y su vocacin resurgente en cada recodo de la vida cvica argentina, se hacen por cierto tipo de periodismo de agitacin, o este surge desde las grietas no suturadas donde crmenes antiguos se revuelven por no ser olvidados. Comprobamos por este artculo de Hernndez que el sentimiento de horror que haba paralizado a la sociedad de entonces, an no se haba desvanecido, y bastaba un hecho de sangre que apenas precisaba ser notorio y por cierto, lo era y mucho el asesinato de Pealoza, para que resurgiera la batiente de indignacin, nunca enteramente descuidada. De todas maneras es necesario preguntarse cual es el alimento suplementario que recibe la pluma de Hernndez para redactar un epitafio combatiente, con grandiosas frases en hilada, a modo de un libelo con aspecto de salmo vengador. El periodismo argentino haba practicado demasiado ese gnero. Pero ahora apareca bajo la forma de gran prosa de diario de panfletera afiatada en su angustia. En efecto, estamos ante un panfleto que ocupa exactamente el lugar de la promesa, la vindicta y a sed de reparacin por la sangre. Paso a paso, como el escribiente de un juzgado que anota frase por frase. Por mero acto administrativo, y que a su vez poseyera la furia como don de cada trazo escrito y anunciara como don un inmediato resarcimiento, en letana, Hernndez comprueba: El partido federal tiene un nuevo mrtir. El partido unitario tiene un crimen ms que escribir en las pginas de sus horrendos crmenes. El General Pealoza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el Viriato argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a pualadas en su propio lecho, degollado, y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeo de su asesino, el brbaro Sarmiento. [...]. Es una maldicin. Lo de Zola ser una elegante execracin de la clase poltica y militar. Sorprende la comparacin con Viriato, el hroe lusitano contra las invasiones romanas, dos siglos antes de Cristo. Pero ahora est el general Urquiza. De l, sospecha inaccin frente al crimen, lo prefiere presentar como condescendiente ante quienes seguramente se atrevern a escarmentarlo con la misma violencia. Urquiza ya es el personaje dudoso ante la memoria federal, pues no se lo ve reaccionar adecuadamente ante los que desde 1852 lo vienen acechando. Este escrito de Hernndez debe leerse en las entrelneas del debate entre Sarmiento y Alberdi. No es Alberdi, que se basa en los escritos de Sarmiento y tiene el cuidado de atacar el Facundo con argumentos sociolgicos. Porque Hernndez la emprende tambin contra el Facundo de manera ms desenfadada y terminante. Cuando en su folleto entra en el captulo Rasgos biogrficos del General D. ngel V. Pealoza que mal oculta el propsito de ser la medalla invertida del correspondiente escrito de Sarmiento sobre Quiroga, se propone como contrafigura de la escritura del Facundo, que se le ocurre venal. No hacemos mal en cotejar con Zola. Hernndez se inscribir en el gnero gauchesco, que de alguna manera uno de sus prlogos hace recaer el origen del pensamiento popular sensible al paisaje y a elaborar el dolor de un modo de rezo laico, en una milenaria manera de imbuirse de la religiosidad de los humillados. Lo remonta a la cultura persa. Zola tiene

detrs la cultura, laica tambin, pero mucho ms precisa de la Revolucin Francesa y de sus espolones de verdad basado en el jacobinismo del ciudadano burgus capaz de exponerse por la salvacin pblica republicana. Hernndez an es un federal que no es renuente al acto de tomar las armas y echarse por los senderos de los perseguidos. Acusa a Sarmiento de escritor asalariado, contrario al que escribe por sus ideales. Este es uno de los ms constantes asuntos de la publicstica moderna. Lo cierto es que grandes libros de la historia literaria fueron sustentados con peculios de oscuro origen, aunque el tema del Facundo es otro: la absoluta disparidad entre su origen en la prensa folletinesca y su propsito inmediatista vinculado a las luchas polticas, conviviendo con su actual carcter de escritura fundadora. No revistaba en este tipo de menciones en la poca en que Hernndez escribe su fortsimo libelo, pero es cierto que debemos poner a ste en la saga facndica: no se le escapa al futuro autor del Martn Fierro que al decirle brbaro a Sarmiento est interviniendo en forma inmanente en el tronco genealgico de las escrituras conmocionantes que sacudieron la lectura nacional por enlazar la letra y la sangre. Hilvanar la sangre de Dorrego a la de Pealoza, genealoga que tendr amplia evocacin posterior, despierta un sentimiento unvoco ante lo que la historia arroja de su vientre: un propsito homogneo, un nico rostro agresivo, un mensaje siniestro, la preparacin cclica planes asesinos. El propio Hernndez usa el concepto: este es el tronco genealgico de todas las desgracias que hasta ahora vienen afligiendo a nuestra patria. Este modo de reflexin sobre los lineamientos subyacentes de la historia, propia de la episteme panfletaria o de las herldicas moralizantes, tiene un fuerte arraigo popular, acaso inamovible. No pueden recordarse momentos de luchas civiles no hay momento sin ellas, solo nos referimos a los que se hacen ms visibles, en que no est a luz el viso interpretativo inmediato del rastro de sangre. Gran periodista, Hernndez halla la expresin: tronco genealgico. Como una suerte de cepo litrgico, este arduo concepto puede hallarse, no se tenga duda, en muchas de las posteriores construcciones del Martn Fierro en cuanto a las desgracias de su personaje. La idea de una desgracia genealgica est artsticamente presente en el canto martinfierresco, desde la ruptura de la escena adamtica hasta los males de los que ni recurrindose a los santos se pueden evitar. La herida de Pealoza, por otra parte, tiene un sentido tambin genealgico, acaso mstico, pues abre y cierra su vida de combatiente con el ms estrictamente mitolgico instrumento de guerra, la lanza. He aqu lo que escribir Hernndez, con aires que nos es difcil omitir que ya se han respirado en el Facundo. En medio de las guerras de Quiroga con Lamadrid, al promediar los aos 20, en una de sus batallas, dice Hernndez que: recibi Pealoza en un costado una grave herida de lanza, que puso en mucho cuidado su vida, y sobre el campo de batalla fue hecho Capitn. Debemos hacer notar que sta no es la nica herida que el general Pealoza ha recibido en su vida de combatiente: la segunda es la que le han abierto sus brbaros asesinos. Haga el lector de cotejar esta sonoridad del denuncista impresionado por la sangre pura que reclama justicia, con el relato de Zola, donde hay intriga y secreto en los papales de Estado. De estas dos vetas, la denuncia de sacrificio por la sangre y la crtica al Estado que acta a espaldas de la ley, sale el periodista Walsh. Y con esos materiales traza el oficio ineluctable del escritor. No cesa en la publicstica argentina, de ese siglo y del que vendr, el sigiloso gesto evocativo de la pasin cristiana. Los lanzazos son relatados como remotos actos bblicos y se encierra una vida entre dos erosiones en el cuerpo, la ltima, el degello. Sucinto resumen, rpido pantallazo de lo que Facundo desarrolla mejor pero no sin impulsos de profunda semejanza. Pero algo ms le interesa a Hernndez junto a las

llagas del cuerpo del Chacho es demostrar la falsedad de los papeles con los que el gobierno y el director de Guerra: Sarmiento quieren referirse al asesinato, atenuando su barbarismo. Aqu tal vez hay un costado Zola, cuyos lanzazos son los de los generales acobardados fingiendo caligrafas apcrifas en sus despachos siniestros. No le falta razn a Hernndez en lo que podramos considerar el primer acto de un periodista que toma a su cargo mostrar una tergiversacin de hechos efectivamente ocurrido a travs de documentacin oficial manipulada: fechas cambiadas, sucesos narrados de forma equvoca, deliberadas confusiones que ocultan el modo en que se desarrollaron realmente las acciones contra Pealoza. No habra de faltar en el decurso de la historia nacional posterior, la tentacin que no se podra considerar mal justificada, de ver en este Hernndez el ms fuerte antecedente de lo que en otra poca donde haban cambiado los personajes, los conceptos pero no los hechos oscuros de violencia estatal, se llamara con un nombre que posteriormente se hiciera tambin dudoso, de periodismo de investigacin. Pero el siglo XIX no precisa de este nombre pues estn lejos an los umbrales refundadores de una prensa industrial que precisaba sumergir en un plano ms ntimo y sofocado, la figura del periodista sacrificial. ste se caracteriza por escribir con un sello e insignia propios, es parte de los hechos que narra y tiene como principal motivo de reflexin la dialctica de las armas y las letras. An no estaba designada la divisin de trabajo que se origina con el periodismo de masas, simultneo con las elaboraciones colectivas del consumo y el gusto, la noticia como alimento matutino del burgus y la prensa como plegaria niveladora del pnico silencioso de las vidas metropolitanas, tal como lo haba entrevisto Hegel, aunque para que su sentencia fuera cumplida se precisaba de la concepcin serial del periodismo. Es decir, adquira un lenguaje autnomo, pronto se haran manuales de redaccin y aparecera una divisin de trabajo que al cabo de una visin del insumo de materia prima que significaba la fbrica de noticias desglosadas en crnicas, reportajes, gacetillas, necrolgicas, publicidades explcitas y encubiertas, etc., podra volverse al arquetipo que haba dado nacimiento al espritu burgus: la investigacin policial, y antes, la investigacin cientfica. Al concebirse la nocin de investigacin periodstica, se llegaba tarde a lo que ya haba sido un captulo anterior que los conocimientos del Estado haban atravesado, pero no el periodismo que se dedicaba a construir tribunas de opinin, de denuncia y frmulas que no podan dejar de ser poltico-ideolgicas. Pero no estbamos todava en un estadio al que llegar no sera ni tan fcil, ni se lo hara tan rpido. Por el momento, Jos Hernndez escribe pginas deliberadamente escalofriantes, donde mezcla la denuncia indignada y trata de escribir no sobre esa indignacin sino escribir indignadamente, con una arguciosa revisin del papelera disponible, el intercambio de cartas entre los militares y polticos que tramaron el asesinato. El Estado se muestra indulgente consigo mismo. Nunca escribira una pgina como la que Hernndez brinda ahora: No se haga ilusiones el General Urquiza: su cabeza est en ofrenda para el sangriento festn que el partido unitario vive desde 1828, desde el brbaro asesinato del Coronel Dorrego. No se haga ilusiones el General Urquiza con las amorosas palabras del general Mitre: Represntese el cadver del General Pealoza degollado en su propia sangre, en medio de su familia despus de haber encanecido en servicio de la patria, despus de haber perdonado la vida a sus enemigos ms encarnizados... Sin duda queda seoreando el escrito un aire premonitorio, una sentenciosidad martnfierresca apenas bisbiseada. Urquiza es asesinado pocos aos despus, pero lo que llama la atencin es la escena que Hernndez le invita a representarse al jefe distante y sospechado. Es una requisitoria intencionada y espeluznante: Pealoza degollado en su propia sangre en medio de su familia despus de haber encanecido en

servicio de la patria Es sin duda una contra escena del Martn Fierro futuro y a la vez el complemento de muchas otras situaciones de este poema donde se lee el caso de quien manda a alguien al hoyo. No hay resistencia en ese rancho de Olta, donde el Chacho est reunido con su familia. Pealoza no tiene oportunidad de encarar a la partida. De ah que Hernndez se vea obligado a probar con los documentos de ellos mismos- como fue el asesinato. En el Martn Fierro la justicia ser siempre cmplice, no hay jueces o periodistas que lancen la verdad o la escriban en la prensa, aunque s maldiciones, es cierto que menos portentosas. No las maldiciones de la vindicta oscura, que un siglo despus las militancias polticas todava invocaban sobre todo aquel episodio en que Pealoza devuelve prisioneros mientras los generales de Mitre no pueden hacerlo, a todos haban matado-, sino los que surgen de la callada blasfemia del estaqueado. Hernndez introdujo luego muchos cambios en este documento raro y virulento, suavizando muchos adjetivos y situaciones. Un estudio de Mara Celina Ortale sobre la Vida del Chacho, coteja las primeras ediciones con la edicin de 1875, a la que Hernndez le introduce numerosos cambios, todos ellos bajo una consigna de suavizar acusaciones. Entre tantas otras modificaciones de mitigan las execraciones, los brbaros asesinos se convierten en crueles asesinos, con lo que queda excluido el elemento interno que constitua la furia viva del texto, el concepto de brbaros a travs del cual discuta con Sarmiento y miraba por el revs a su Facundo. El general Vicente Pealoza, el Viriato argentino, tal como surge de la vibrante y rpida historia que cuenta Hernndez, comienza actuando en las filas de Facundo Quiroga; luego de que este caudillo, que lo protege y lo llama Chachito, fuera asesinado en Barranca Yaco, los senderos de Pealoza sufren variadas bifurcaciones en las guerra de guerrillas entre esa suerte de condados feudalizados que eran las provincias argentinas, con vertiginosos seoros de unitarios o federales, que hacen que en determinado momento Chacho reviste en las filas de Lavalle. Al ser muerto ese legendario militar unitario, Chacho comienza a conquistar, segn Hernndez, muchos ttulos a la gloria. Resiste a los ejrcitos centrales de Oribe, el padre Aldao y Benavdez, en actos que son los episodios ms distinguidos de nuestra guerra civil y en el que el Coronel Pealoza hizo prodigios de actividad y de arrojo conquistando entonces toda la fama y el prestigio que ms tarde le ha valido el ser cosido a pualadas en el mismo teatro de sus hazaas, y por el mismo partido que entonces defenda con tanta bravura. Cmo entender esta paradoja? Es cierto que Hernndez tambin amortigua luego la expresin el mismo partido que entonces defenda con tanta bravura, hacindola ms indeterminada. Pero todo su alegato, que surge como extrado de dcadas anteriores, y que hace recaer la fuerza de la condena en los salvajes unitarios, al menoscabarse con una reescritura que lo mitiga en su frenes Sarmiento no hizo eso con el Facundo, consigue apenas dejar en primer plano un mbito penumbroso de las luchas civiles argentinas. Los salvajes unitarios son salvajes contra alguien que haba revistado en sus filas. El Chacho, como Urquiza, son caudillos de provincias que superponen distintas divisas, que pasan por su aversin matizada a Rosas, coqueteo con el federalismo interiorano y alianzas varias que no desechan vnculos con partidarios del llamado unitarismo, que demuestra as contener en su seno distintas vetas expresivas y un tipo de escisin que dependiendo de las pocas se atiene ms a la contraposicin de pertenencias a un poder central o a un poder local, que a ninguna otra cuestin ideolgica presentada con el auxilio de los argumentos que sean. Con Sarmiento, Hernndez mantuvo distintos tipos de relaciones, pero en un sentido general, hay una voz alberdiana en el corazn de las crticas del autor del

Martn Fierro al autor del Facundo. Cuando el diario La Tribuna, de los hermanos Varela, le reprocha los cambios que hace en la edicin de 1875 de la Vida del Chacho, se suscita una polmica en la que Hernndez tiene oportunidad de afilar algunos dardos que prefiere dirigir a Sarmiento en vez de a los editores de ese diario eran los hijos de Florencio Varela, diarista fundamental de las dcadas unitarias anteriores, plenas de antirrosismo. Unos de su vstagos, que editaban La tribuna donde Mansilla publicar en folletn Una excursin a los indios ranqueles, sera ministro de Sarmiento. Hernndez segua considerando sus ataques, aunque ya morigerados, con esas dctiles jabalinas de pulido fino con un traqueteo inquisidor antisarmientino. Le dice a Sarmiento: Fnjase muerto, y oir la opinin de la posteridad respecto de Usted. Qu odio no ha sentido en su alma? [...] Qu injuria no ha brotado de sus labios [...] De qu ciudadano ha hablado bien en su vida? [...] Si no queran or la condenacin, Sr. Sarmiento por qu mataron? Jos Hernndez responde desde el peridico La Libertad, en lo que consiste en una defensa de su relacin con Chacho Pealoza, la cual le reprochan. Pero cmo hay que interpretar cabalmente la transfiguracin del escrito de Hernndez? No pierde su tono execrador ni su actitud antisarmientina, pero es evidente que haba percibido ya autor del Martn Fierro que su mquina de injurias no condeca con su nueva situacin en el horizonte poltico y cultural de la Repblica. De todas maneras, su panfleto es uno de los documentos ms palpitantes de la escritura maledicente, inculpatoria y redentora del siglo XIX, y con extraos reflejos comprobables hasta la segunda mitad del siglo XX. En el libro de Tulio Halpern Donghi, Jos Hernndez y sus mundos, se plantean diversas incgnitas en torno a la interpretacin de esta figura tan crucial en la construccin de los signos documentales profundos de la discusin argentina. Muy adelantado ese libro, cuando estamos quizs en lo que es mejor decisivo captulo Nacimiento y metamorfosis del Martn Fierro, se vuelve a tratar la transmutacin de Hernndez, de periodista del montn (pero cabe ese calificativo deliberadamente descuidado?) en poeta nacional. Halpern llama a eso metamorfosis, que segn la doctrina antigua es palabra esencial. All reside el secreto de los cambios, o mejor dicho, all encontramos la idea de cambio como algo que nunca desmerece su secreto. Halpern parece rondar sobre esta idea durante todo el libro. Si dice que entre el periodista de Paran o Corrientes y el autor del poema nacional ocurri en esa metamorfosis, una sbita revelacin par ms adelante decir sbita eclosin o innovacin sbita, es para alentarse con una tarea que implica un fuerte desafo. Ni ms ni menos que tratar de entender las fuentes de la creacin potica seamos o no crticos literarios o de cualquier otro orden-, en relacin a lo que se quiere designar al decir periodismo, es decir, las creencias, las opiniones sociales, las escrituras de urgencia que desean incidir en la vida colectiva. Son los aludidos mundos que se ciernen sobre el intelectual y en los que este opera. Sin embargo, es acertado que Halpern, sin que esa sea su manera habitual de encarara las cosas, vea una eclosin de carcter entre los estilos de un periodista y de trinchera o profesional (o casi) y el autor de una potica argentina de las ms afortunadas. Tulio Halpern Donghi pronuncia con comodidad las palabras enigma y misterio desacostumbradas en l, que le parecen adecuadas para interrogarse porqu un periodista que no sobresala del resto de los cultores de un gnero de combate en la prensa de la mitad del siglo XIX, se convirti en el autor del Martn Fierro. Son preguntas que valen para un Walsh y muchos otros, pero especialmente para un Walsh. El tema suscita la inquietud de todos los que en el complejo legado de las teoras del arte, se han preguntado por la relacin entre el surgimiento sbito de una obra (sbito es habitual palabra halperiniana), y los escritos anteriores del mismo autor que la

preanunciaran, e incluso los tramos de su vida que a modo de oscuro vaticinio, los habran preparado en las penumbras de la conciencia del propio interesado. En Hernndez los hay, pero por qu solo en Hernndez? No es esa una marca del recorrido biogrfico de un artista en plena metamorfosis. Pero algo ms: podra ser el periodismo tan diferente al clima emocional en que se escribe el Martn Fierro? Las cosas no son tan sencillamente as, admitira tambin Halpern. Aunque no desea seguir el fcil camino que supondra buscar vinculaciones literales entre la trayectoria poltica inicial de Hernndez, su prdiga prosa periodstica y la existencia del Martn Fierro. Estamos ante un intento de preguntarse por la poesa, por una poesa (ese manantial de poesa, esa potica que no osa decir su nombre, esa misteriosa isla que es M. F., ese monumento secreto de una literatura soterrada), que simultneamente no elige que sea la explicacin sobre la excepcionalidad del Martn Fierro. No vale que diga es mi incompetencia para aquilatar valores poticosla que me veda tomar este camino de anlisis, porque ya lo ha hecho y aunque no le agrede deja el mito de una revelacin sbita para explicar sugestivamente algo que muchos otros especialistas en Hernndez han explicado campechanamente. Sin duda, la trinchera periodstica jordanista mucho tena del infortunio gaucho, bastaba acentuar un sentimiento existencial de lamento y despojo. El inters del libro de Halpern quizs se basa en el modo intenso en que plantea este problema, pero imposible de resolver en los trminos en que el mismo historiador los considera. Por momentos parece haber una respuesta. Martn Fierro sera un decisivo punto de inflexin respecto a un aspecto de la biografa de Hernndez, en su momento lpez-jordanista, cuando recae en una marginalidad que parece sin remedio, lo que le permitira ver desde all, en una fugaz teidura trgica, al conjunto de las vidas arrojadas al escurridero, otorgndoles as un voz para la queja inolvidable. Pero no permite tambin esto religar de una manera ms simple el periodismo a la escritura nacional, en su forma ms profunda? S, pero Halpern da tambin la interesante visin de que hay un abismo entre el periodismo del siglo XIX y la aparicin de los versos ms significativos para el lector colectivo desde aquellos tiempos y quizs hasta hoy. Muy adelantado el libro, cuando estamos quizs en lo que es su mejor (o su decisivo) captulo Nacimiento y metamorfosis del Martn Fierro, vuelve a tratar la transmutacin de Hernndez, de periodista del montn en alguien que sufre su metamorfosis, como un algo de Martnez Estrada que reposa en Halpern, con notas apenas amortiguadas pero no indistinguibles. Pero no hay una va regia en esa metamorfosis, entre el periodista de denuncia y el creador de Martn Fierro. As, escapa de la cita de honor que l mismo haba bosquejado. En cambio, ofrece muy interesantes observaciones sobre la identificacin del poeta y su portavoz, en las que lucen menciones a la identidad del destino de uno y otro, esa desventuras de Fierro que ofrecen la cifra de la Hernndez, que sin ser ninguna novedad, ponen la cuestin en trminos de una revelacin mutua de ambas trayectorias. Nuevamente, Martnez Estrada ya haba valorado esta cuestin en su grado ms eminente. Nada muy distante de un parcialmente invisible Borges, hundido en lo casi indecible del texto halperiniano, aunque en el momento crucial, en la cuestin del destino es ms declarada su presencia que la de Martnez Estrada, a quin se lo ve como un autor dudoso, menos cuando juzga profundamente la poesa gauchesca con su reconocido ingenio, que cuando sombrea su texto con apelaciones al inconsciente colectivo. Pero no es Muerte y transfiguracin de Martn Fierro de Martnez Estrada dnde estn las mejores respuestas a lo que Halpern no consigue palpar enteramente con su postulacin de una metamorfosis de vidas y de textos?

No pasa Halpern de una doctrina del alter ego concepto que escribe varias veces para elaborar la identificacin y el distanciamiento entre Fierro y Hernndez. Ni supera en mucho las antevisiones que suelen sucederse cuando un crtico no muy preparado (emplea aqu y all inseguros conceptos como fuerza expresiva), cree que en la trama de un personaje se proyecta la propia perplejidad del autor en torno a su propia conciencia moral. No decimos que esto no ocurra, pero quizs fuese necesaria la fuerza expresiva, otra vez, de un Martnez Estrada para poner ese modo moral de la pareja Fierro-Hernndez en la realidad de un texto considerado como alegora de la vida, no tanto por la va del subconsciente, sino de lo que parece hoy hablando de Martnez Estrada, ms una apuesta al texto cono sinnimo de vida. Halpern, lgicamente, no cree ni tiene porque creer en esto, pero su maestra de historiador social y su memorable construccin del tiempo en el relato -lo que todos le reconocemos-, no encuentra aqu las respuestas para el misterio con el que deliberadamente quiso tropezar. Obtiene apenas una hiptesis de estilizacin de las relaciones entre un escrito y el mundo histrico al que pertenece, cuando precisamente ste se halla ya desapareciendo. Entonces, Hernndez adquiere un prestigio que por otra va no obtendra. Se apropia de la sabidura de la pampa, destilada de la experiencia histrica, para exhibir un alter ego del que pudiese, en muchos sentidos, tomar distancia. Mientras, se le confera la potestad de ser encarnacin de la campaa y de una raza extinguida., a ser vista con nostalgia. Estilizacin es concepto halperiniano. As estudia la historia, como un conjunto de conocimientos que los propios protagonistas de un hecho o de una obra, emplean luego para referirla a fin de modificarla para un uso histrico derivado, ya no la ontolgica realidad primariamente ocurrida sino la interpretacin favorecida y benevolente, a fin de que ella sea lo histrico y no aquello verdaderamente informulado que siempre preanuncia la historia sin conseguir nunca estabilizarla. Lo que se propone Halpern, lo sabemos, es darle las palabras de un relato a sta ltima, la historia donde el tiempo es un objeto bruto, anterior al nombre. Tarea que emprende y en el camino sospecha imposible; por eso se queja y al mismo tiempo subtiende (palabra suya) prdigas estilizaciones (dem). Sin embargo, la estilizacin poco ayuda, en este caso, para acercarnos al tema de porqu el vulgar periodista Hernndez se convirti en un numen potico, tanto l como su alter ego. Aun aceptando que hay aqu un misterio, Halpern no se anim a estilizarlo, como s hicieron Borges y Martnez Estrada. En su lugar, ofrece el balbuceo de una historia social de la campaa argentina, pero insuficiente para explicar como l mismo lo dice un acontecimiento potico de la envergadura del Martn Fierro. Por cierto, el gran inters de estas pinceladas de Halpern sobre la paradoja y los destinos entre un autor y su alter ego ficcional, reside en primer lugar en su delicada perspicacia, sostenida por una escritura fuertemente singularizada. Ella contiene el drama de la estilizacin fracasada. Pierde a menudo su propio alter ego escritural, obligando a volver los ojos hacia el comienzo del pargrafo o la oracin, a fin de recuperar sujetos o predicados, aspectos sintcticos y dems rdenes expositivos que se quiebran un tanto demonacamente ante el lector, evaporando el sostn comprensivo. Aunque no de una manera desinteresada. Lo que lleva a comprender que todo en Halpern es una reflexin sobre el alter ego: esto es, sobre si hay una vida moral efectiva, una alteridad capaz de dar juicios veraces sobre la historia, frente a los hechos efectivamente ocurridos en un enredado ser fctico. En el fracaso de mostrar cmo opera la metamorfosis, el eximio relato de las aventuras periodsticas de Hernndez suena como otro libro dentro del libro, por insuficiencia de los nexos lgicos prometidos para aclarar la metamorfosis hernandiana.

Yerra al no dar mayor importancia al escrito de Hernndez sobre el Chacho Pealoza, que sufrir decisivas alteraciones en la senda del adecuacionismo de Hernndez a su situacin de hombre ahora integrado a un orden posible, pero la ausencia de una reflexin ms radical sobre esos mudanzas como tambin sobre lo que salva ese texto hernandista el uso de la maldicin, el vaticinio sobre Urquiza hubiera establecido un paralelismo ms interesante sobre su vida periodstica y la escritura de Fierro. Como Halpern labora en su imaginacin con la idea del paralelismo un tanto plutarquiano, teme llegar hasta las ltimas consecuencias de este envo, posible causante de la esfumatura de su investigacin histrico social sobre el periodismo de poca, asaz interesante. Dbito del historiador con un mundo retrico que sin duda lo hubiese auxiliado ms all de su voluntad de desprenderse de los hbitos del crtico literario. El viejo tema del arte y su relacin con el mundo social, una vez ms, no poda discernirse solamente con las armas del historiador social, siquiera fuese uno de los ms sugestivos de entre ellos. Estilizar, para Halpern, es mitificar. Pero si esa estilizacin no la comete el mero vivir histrico, sino un autor de relevancia absoluta, se convierte en pensamientos filosficos de un orden renovado. Entonces la historia ejercer ah la denuncia del mito? Ser pobre tarea. Frente a eso es preferible el Halpern que recuerda a ese extrao hombre y escritor que fue Alejandro Losada, como lo hace con gran calidad en el prlogo de Jos Hernndez y sus mundos, dando una versin mucho ms emotiva y veraz del enigma, resistente a toda estilizacin, que en este caso aludir a alguien que le suministr importantes papeles olvidados de la actuacin anterior de Hernndez, pero roza el misterio del alter ego, el que no pudo escribir sobre el tema. Dgase, sin ms, y entretanto, que Jos Hernndez y sus mundos, es a contraluz una importantsima historia de una de las etapas del periodismo argentino, adems de mostrar el drama frente a la crtica literaria de su propio autor. Supusimos que el Yo acuso de Zola tomado con inters por el diario La Nacin tiene algo en su sutil forma despectiva frente a la mentira poltica que ya la poderosa invectiva de Hernndez contena como si el gnero casi ciceroniano tuviera ms vibracin en el escrito de un periodista federal sobre las crueles guerras civiles de su pas, enfocando en este caso no a un presidente Flix Faure sino a un Presidente Mitre y a un gobernador Sarmiento. Proust era tambin partidario del oficial Dreyfus. Era un dreyfussard. Pero de l no podra decirse que era un periodista, y poco o nada en su obra superior, aparece el problema del periodismo. Su idea de la temporalidad es antiperiodstica. En Proust esto se expresa en meditaciones de aflictiva sutileza, como su observacin sobre el uso de la palabra dreyfusista: Las palabras dreyfusista o antidreyfusista ya no tenan sentido, decan ahora los mismos que se quedaran estupefactos e indignados si les dijeran que probablemente dentro de unos siglos, y quizs menos, las palabra boche no tendra ms valor que el significado de curiosidad de las palabras sansculotte o chouen bleu. Se quiere decir aqu que hablar o mencionar los nombres que sean, est sometido no solo al trabajo del tiempo y la prdida de intensidad vital de los lxicos, sino que toda palabra est destinada a la arqueologa o a los yacimientos ruinosos de la lengua. Veremos que no ocurre lo mismo con otro interesante investigador de la lengua nacional si idioma materno es el francs, y que tiene severas posiciones contra Dreyfus, pues sigue atentamente, con su alma profundamente conservadora, desde la Argentina. Se trata de Paul Groussac, raro caso, que siempre parece a punto de descubrir la temporalidad a travs de una memoria repentinamente quebrada por algn dato exterior, pero se remite en la tierra que lo acoge a ser el ms interesante de los conservadores, aunque con una agudeza en la que no era fcil igualarlo. Le gustaba la prensa tanto como hacer revistas

y lanzar libros de historia que hoy sin dificultad pondramos cerca de la nueva historia o de la historia de la mentalidad, si tales cosas suelen ser recordadas ahora. Cuando en 1885 es nombrado director de la Biblioteca Nacional en pleno perodo roquista, el diario El Nacional, a la sazn uno de los ms importantes de la historia periodstica argentina: diario antirroquista, ser all donde Vicente Fidel Lpez inaugura sus escarceos contra Mitre, publica unas notas annimas pero muy bien informadas en contra de su nombramiento. Detrs del hecho, est sin duda la indignacin de Sarmiento, a quien tampoco Groussac quera, como lo muestra la magnfica y severa estampa que le dedica luego de su muerte. Habr algo ms: la increble discusin con Rodin, en Pars, sobre la estatua de Sarmiento emplazada hoy frente al Monumento de los Espaoles. No implicaba esa discusin sobre la fidelidad con la que acoga el bronce el rostro de Sarmiento, una sutil manera de ejercer un dictamen superior sobre la sobrevida pblica de un ilustre pero problemtico difunto? Pues bien, qu le reprocha El Nacional a Groussac? Dicta nuestra protesta un sentimiento de argentinismo, algo ms grande an: un sentimiento de americanismo que se exalta ante una irritante injusticia de que se pospongan nuestros hombres los extranjeros, cuando en realidad no valen ms stos que aquellos, si es que no valen menos, pues en materias bibliogrficas tenemos eruditos que poco tendran que envidiar a los ms renombrados que de fuera puedan venirnos. Los maestros del flujo inmigratorio, los augures de la Argentina que expresaba la Constitucin que ellos mismos haba escrito para todos los hombres del mundo que quieran habitar nuestro suelo, ensayaban un encubierto aire de xenofobia que no se quera tal ante un hombre que nunca ces de considerarse un francs emigrado, pero dedic su vida a pensar la circunstancia argentina con una originalidad mortificada, una irritacin reaccionaria cuyo distante ascetismo lo llevaba a descubrir el oscuro revs de la trama histrica nacional. Por supuesto, la crtica no pretenda ser hostil a los extranjeros pues daba el ejemplo de Burmeister, Gould o Waldorp, sabios europeos al frente de institutos cientficos argentinos y el mismo Groussac dirigiendo la Inspeccin Nacional de Escuelas. Pero tambin la Biblioteca Nacional? No, all no. Pero adems el annimo comentarista insinuaba que en Groussac exista el obstculo de su partidismo poltico fue primero seguidor de Bernardo de Yrigoyen, en ese momento gobernador de la provincia de Buenos Aires, en nombre de la rama de la Unin Cvica tolerada por Roca, luego un pellegrinista y ms grave an, que sostena un naturalismo literario. El diario menciona reprobatoriamente a mile Zola, y bajo su influjo, quien lo recibiera y Groussac sera uno de sus crticos entusiastas se arriesgara a promover una versin pornogrfica de la literatura. Este curioso y equivocado escrito por lo menos en punto a sus juicios literarios, pues Groussac siempre reprob a Zola se convierte en un alegato sarmientino al General Roca para que no efecte el nombramiento. Los amigos polticos de Groussac sostienen su apetencia, quizs bajo la no infundada sospecha de que en el rechazo al francs se ocultaba la candidatura de eruditos como Calixto Oyuela. El escrito de El Nacional menciona tambin a Estanislao Zeballos, hombre mitrista ms no roquista, cronista sin embargo del diario La Prensa, tambin clausurado en oportunidad de la insurreccin de Mitre contra Avellaneda. Zeballos es autor del clebre Viaje al pas de los araucanos. En cuanto a Oyuela, era un hispanista, un crtico que pagaba su tributo a la capitana literaria de Menndez y Pelayo y que con el correr de las dcadas sera presidente de la Academia Argentina de Letras. Era evidente que la eleccin de Groussac, para los intelectuales del roquismo, mantena una tmida cuerda antihispanista que permita considerar que an no haba muerto la cida advertencia de la generacin del 37 contra la lengua del colonizador. Groussac

no gustaba de mile Zola prefiere, lo dice bien claro, a Alphonse Daudet, pero representaba el ideal francs de la literatura que sonaba con distintos matices desde Echeverra hasta el gesto de renuncia de Juan Mara Gutirrez como miembro correspondiente de la Real Academia Espaola, una dcada antes de los acontecimientos aqu referidos en torno a la direccin de la Biblioteca Nacional. Pero otra curiosidad se enlaza a sta: cuando un connacional de Groussac, Lucien Abeille, principiado recin el siglo, en su Idioma nacional de los argentinos ensaya una defensa del castellano basada en la circunstancia del singular trasfondo anmico argentino y esto tambin con apoyo del inquieto Carlos Pellegrini, Groussac se expedir terminante en contra del patriotismo lingstico. Solo que en este parecer coincide con el anticriollismo de Ernesto Quesada, el bismarckiano argentino que en su versacin y trabajos portaba en s mismo el significado simblico de una biblioteca nacional en las sombras. Todo este debate ocurre mientras sale el peridico La Montaa, que ya comentamos. Jos Ingenieros y Lugones miran de lejos el cruce entre estos caballeros, y no se equivocan al pensar que el encuentro en las sombras de estos cuchilleros del espritu, algo significa para el derrotero de la cultura nacional que ellos mismos debern considerar muy pronto, cuando ni Roca ni Groussac sean fantasmas literarios y lejanas voces polticas, sino maestro literarios y polticos del pensamiento conservador en gran estilo de toda una generacin. Paul Groussac, adems, era un adversario de Marcelino Menndez y Pelayo, su contemporneo director de la Biblioteca Nacional de Espaa y orientador de la crtica literaria hispanista, mbito intelectual del que Oyuela formaba parte. Groussac, con su libro Une nigme littraire. Le Don Quichotte dAvellaneda, publicado en1903, se enred un tanto desafortunadamente en una polmica con Menndez Pelayo, de la que no sali indemne. Pero est claro que se quera, por la va de una erudicin cervantina presentada por un francs desafiando a reconocidas autoridades espaolas proseguir con el ms perseverante duelo que encontr la clase intelectual argentina para rozar los ndices de su identidad colectiva: presentar un desvo respecto a la literatura espaola y al encarar la hiptesis cosmopolita, no poder evitar el itinerario del simbolismo o el naturalismo francs. El periodismo, el ensayismo, el revisterismo crtico que hizo Groussac como gran memorialista nacional, se abona a una larga y quizs irresoluble meditacin: por qu no penetra en los pases de habla espaola esta nocin, al parecer tan sencilla y elemental: que la historia, la filosofa y an esta pobre literatura son especialidades intelectuales, tan difciles por lo menos como las del abogado o el mdico, y que no es lcito entrarse por estos mundo como en campo sin dueo o predio del comn?. Era posible mantener este programa en la Argentina? Lo era en el periodismo, que Groussac tambin practica, pero no menciona para mantener su divertido desprecio al campo cultural nacional al que contribuye de manera decisivita. Quizs este supuesto rigor nunca ocurri ni ocurrir esta distribucin de terrenos firmemente acotados de la labor intelectual o cientfica, y que eso fue as en gran medida porque una sospecha invisible recorre siempre los artilugios del conocimiento. Es la sospecha de que si se delimitaran profesionalmente las reas del saber, el saber mismo adquirira formidables lenguajes especficos pero se desplomara en su momento ms virtuoso, el que pertenece al punctum esencial que irradia su aventura. All no valen los gneros ni las categorizaciones. Si desea ser sorprendente ante la vida, eso siempre equivale a anonadar los lmites y tabiques disciplinarios. Groussac quizs no pens ni dese esto, pero afanoso catalogador tambin, se debati entre el punto etreo donde todo se condensa por nica vez, y el rbol bien archivado y apuntalado de conocimientos. Pero

esa irresolucin de las cosas no es finalmente una Biblioteca? Groussac encarn como pocos, quizs sin llegar al extremo borgeano, aunque lo anticipa, este corazn perturbado de las bibliotecas. Sin embargo, cuando demuestra en su anlisis de El Plan de Operaciones que una cultura nacional debe basarse en la depuracin filolgica de los documentos, encuentra la cumbre de su perspectiva sobre los saberes: stos deben ser purificados a la manera de una catarsis documental, para que las instituciones cognoscitivas se enracen en la crtica, el expurgo y la necesaria condena a la falsa. Pero si este procedimiento, desde luego aceptable en todo momento, creyese contar con sus atributos de verdad sin poseerlos enteramente? Si se hubiese dejado ganar por la ideologa sin percibirlo, aquello mismo de lo que acusara a los ensayistas? Si a fuer de alisar las crines del mito nacional heroico crease una filologa universalista sin pasiones? En suma: la crtica a la via scelerata del jacobinismo poda aplicarse a la hermenutica nacional? Como Zola quiso reencaminar la historia francesa defendiendo al oficial judo Dreyfus injustamente acusado casi en el mismo sentido en que Hannah Arendt tratar este mismo tema en Los orgenes del totalitarismo, Groussac tiene una versin de esta modernidad intelectual fundadora de cuerpos nacionales, solo si se emancipaban de los desrdenes que introducan artistas naturalistas que actuaban en el periodismo de acusacin (Zola) y si se acuda a modelos de citacin rigurosos. Se llegaba a la mayora de edad reconociendo estrictamente los dbitos y legados correspondientes. Haba que condenar a Dreyfus. Pero con Mariano Moreno, ser condescendientes. Por eso para Groussac era relevante comenzar su evaluacin de la historia nacional en un doble aspecto: criticando la va desatinada los fusilamientos jacobinos , como as tambin el arte scelerato de la cita sin aquellas protecciones adecuadas del rigor clsico que pedan los laboratorios intelectuales bien temperados. El problema de Groussac fillogo es el sustento veritativo de lo que se escribe y de quin lo escribe. Moreno haba firmado la orden de la Junta de fusilar a Liniers y tal hecho no era admisible para Groussac, pues surga una nacin con la inmolacin de un hroe en desgracia. Groussac casi escribe un Yo acuso contra Moreno, pero sabe que debe respetarlo e indica que as lo hace: en trminos de periodista. Los fusilamientos no solo eran inaceptables, sino polticamente crueles y absurdos. Pero la figura de Moreno reclamaba comprensin y disculpas, y Groussac las concede. Como intelectual, Moreno posee la incierta modalidad de arrebatar rpidamente los frutos del saber. Eso se justificaba por su talento natural obligado a cultivarse en medio de las urgencias de una ardua revolucin. Repitamos: Groussac peda rigor en los pases de habla espaola, especulaba con una crtica textual como plataforma de una emancipacin intelectual, pero no institua una polica contra plagiarios sino la irona del refutador que escarnece a los presumidos doctores rioplatenses a los que finalmente adulaba despus de la golpiza: Groussac era un fino estilista del desprecio pedaggico, (el arte de injuriar), pero no dejaba de cuidar su delicado tinglado de pontfice cultural establecido en el primer piso del oscuro edificio de la calle Mxico la Biblioteca Nacional casquivana atalaya en la que viva con su familia. Administraba sabiamente el espritu de su crtica, sacudiendo la inadvertida vanidad de los improvisadores hombres aventurados, y sin duda, tiernamente necios, pero nunca le impidi una salida elegante a ningn letrado que sancionaba con su acre veredicto. Finalmente era indulgente y l mismo los rescataba. Puede verse su gran medalln sobre Alem. El taciturno jefe radical citaba a Renan sin referencias directas, por mera e imprecisa proximidad con los ambientes obligados a mentarlo asiduamente. Pero Groussac es condescendiente y cuando habla con el fundador del radicalismo, lleva la conversacin hacia zonas polticas donde ese trgico jefe civil se sentira ms cmodo

y l tambin. Pero Moreno nuestro Moreno enigmtico y decidido es un hombre que acta en la tempestad. Lcido, s. Pero no trasciende el mundo de un periodismo de trinchera, como lo es el de las hojas que por miles invaden Pars en ocasin de la intervencin jacobina en la Revolucin Francesa. El programa rigorista de Groussac luego ser evidentemente tomado por Borges, pero disponindolo bajo los efectos de una gran maniobra. Borges fue un fantico de la cita tomada como perla fresca, recin rescatada de los mares. Pero su idea de que en cada cita hubiera el desliz de la atribucin errnea, el deliberado espejismo sobre el tiempo o la precisin engaosa, muestra de qu modo se apoyaba en Groussac en su arte de injuriar y luego lo pona de cabeza, para ir de la enciclopedia al apcrifo y no, como en el imperceptible francs, desmontar el apcrifo para construir, en legitimiste, la nueva Enciclopedia suramericana. Por eso el periodismo para Borges tiene un grado de inters e incgnita mucho mayor que en Groussac. Que Groussac no cree en el poder del apcrifo lo demuestra su reserva frente al sabido corrimiento verificable en la clebre citacin de Sarmiento: aquella frase de Volnay, las ideas no se matan, que fue americanizada por Sarmiento otorgndosela a Fortoul. La palabra americanizacin, que es expresin groussaquiana, tiene aqu un aire mordaz. Groussac no cree en ese traslado. Al gracioso (o deliberado) descuido en la cita, no lo ve como un rasgo de desvo creativo sino de precariedad en el viaje de los conocimientos. Aos despus, sobre ese desvo descubierto por el director de la Biblioteca Nacional, pondra Ricardo Piglia una de las vetas de su novela Respiracin artificial. En ella, sin embargo, no hay una visin cordial de Groussac. Se extrema lo que en Borges es una lejana insinuacin para hacer de Groussac un blanco de befas, en especial a travs del Pierre Menard, inspirado sin duda en esa resbalada, por cierto grave, que comete Groussac en el mencionado Un enigme littraire y como resultado del cual recibe un gran vapuleo argumental de Menndez y Pelayo, que lo deja en ridculo respecto al supuesto descubrimiento del autor del falso Quijote. Un personaje de Respiracin artificial llama a Groussac erudito pedante y fraudulento. Pero Groussac parece mejor un hombre que promueve estilos involuntariamente emancipadores, en la autoafirmacin de los textos de la cultura argentina. No se equivoca al postular la necesaria fundacin cultural precisamente en la crtica de textos. Pero no parece imaginar la existencia de un modelo adecuado, salvo sus propias obras y hasta cierto punto las de Alberdi, Wilde o Juan Mara Gutirrez, escaso elenco, levemente melanclico. Sobre todo si se tiene en cuenta que intimid a Lugones o a Rubn Daro con severas admoniciones o adustos correctivos. No fue finalmente un periodista y el periodismo nacional poco le debe, no sea su importante Le Courier du Plata simultneamente escriba en La Nacin, siempre en contra de la indolencia del citador nacional. La percibe Groussac especialmente en Jos Mara Ramos Meja, pues en la desmesura y voracidad del autor de Las multitudes argentinas, cree ver los demonios de una incuria espontanesta, y quizs de un intil tono churrigueresco. Groussac, al prologar La locura en la historia, la formidable y despatarrada recensin que hace Ramos Meja de un tema que dcadas despus arrebatar los fervores de las nuevas historiografas, dedica prrafos de cida crtica al libro que prologa. Ramos se recostaba sobre lecturas heterclitas, Moreau de Tours, el ms interesante Max Nordau o Paul de Saint Victor, y a partir de ellas arrojaba parrafadas repletas de mpetu expositivo y de hedonismo literario, pero desposedas de todo rigor. Groussac hace observaciones interesantes sobre los errores de Ramos Meja, atacando su concepto de locura hereditaria, pero ni el frentico ensayista se inmuta pues publica en su libro el prlogo que lo ataca ni deja de advertirse un tejido ltimo que poco a poco surgir alrededor de

una discordancia nunca muy bien explicitada. Se trataba de la crtica groussaquiana al fusilamiento de Liniers y la implcita respuesta que da Ramos Meja en Las multitudes argentinas, reponiendo el lugar que tena que ese episodio en la memoria portea. Ese fusilamiento era necesario, pues estaba en juego la revolucin, que hubiera fracasado sin esa medida extrema. Liniers, hombre de pocas luces, hubiera podido ser el primer caudillo revolucionario, pero prefiri la causa del Rey. Ramos meja as respondo. No hay aires cientificistas ni lo habita el rigor del historiador en lo que escribe. Es simplemente uno de los primeros grandes ensayistas argentinos. No advierte Groussac que esa falta de aires cientficos en la exposicin de Ramos cientficos, ya que no positivistas, pues no es Groussac alguien que los deseara de esa ltima manera, no poda afectar las bases de un pensamiento intempestivo e inclasificable, a pesar de su biologizacin positivista de la historia, a tono con las alegoras biolgicosociales que nunca cuesta trabajo encontrar en los horizontes intelectuales de aquellos tiempos. Sin embargo, en el autor de La locura en la historia, esas maneras pertenecen mejor a una extraa saga simbolista, casi esotrica y rabelesiana a la vez. No obstante, podemos decir hoy que con sus exmenes sobre la prensa rabelesiana de Castaeda, vista como antecedente de la Federacin Rosista, Ramos Meja posee un mtodo genealgico que por lo menos en el estudio de los flujos periodsticos del pas tienen ms importancia que todo lo que escribi Groussac. Quizs Ramos inaugura la verdadera crtica social del estudio del periodismo en la Argentina. No se le ocurre a Groussac que esas escrituras grrulas pero dadivosas, eran gajes del duelista de las ideas marca retrica nacional que despus nunca se perdera, y que no haca necesario alertar sobre el peligro de locura anidado en la propia obra de Ramos que trataba sobre el tema que l mismo encarnaba: la locura en la historia. Enemigo del periodismo como ndice democratizacin vana, el elitista Ramos Meja (hay un estudio de Oscar Tern al respecto), con su capacidad simbolista de asociar objetos heterogneos, descubre sus potencialidades mucho ms que si fuera un mediocre partidario del periodismo, aun el mejor, cualquiera que sea el que se hiciera entonces. En cambio se le debe a Groussac la formulacin previa al enigma borgiano del Escritor argentino y la tradicin. Cree Groussac que hay un barroquismo hedonista en el cientificismo argentino. Mucho ms como eco del simbolismo francs, que de la ciencia de Darwin. Es el equivalente al mundo pre-surrealista de Rubn Daro en Los raros. Libro que sin embargo Groussac desmerece al considerarlo enfermo de seguidismo por la cultura francesa. As como en el otro polo, percibe que sera igualmente incorrecto acriollar la prosa o el verso para simular ancestros que no se tienen. Ya est formulado el tema que algunas dcadas despus toma la forma que le dar Borges en aquel escrito mencionado antes.

IV Parte. El periodismo como juguete ficcional


Captulo 12. Borges: el destino con forma de lector de peridicos

Al contrario de la hiptesis gramsciana del peridico como conciencia laica colectiva, con elementos religiosos secularizados (no as la famosa metfora religiosa de Hegel, el peridico es la plegaria matutina del burgus), Borges considerar, en

algunos de sus cuentos, al peridico como un inocente vaticinio de la tragedia de los nombres, o de la tragedia de ser nombrados. Es sabida su actuacin en la Revista Multicolor de Crtica, el diario de Natalio Botana, uno de los antecedentes de Clarn en cuanto a la creacin de un sentido comn popular sin exigencias en la lengua, pero con un imaginativo tratamiento de crimen, las injurias y las abyecciones. Se trat en cambio de que cuenten con una literatura erudita de gran poder sugestivo, en alianza con el misterio inexplicable del entretenimiento popular. En ese cruce, Borges publica en el suplemento de ese diario sus cuentos de la Historia universal de la infamia, que primero haba visto la luz en la Editorial Tor, que en su papilla traductoral poda tanto asesinar, aunque publicndolas, todas la joyas de la literatura y la filosofa, como respetar ese encuentro entre una supuesta celebracin vulgar de la infamia y una interpretacin basada en lo ms finos arabescos del espritu. Muchos testigos afirman que en Crtica Borges sinti la atraccin del trabajo en un peridico, a pesar de sus numerosas humoradas sobre el trabajo periodstico, la ltima de las cuales se refiere al dilogo del general Galtieri con un periodista que le pregunta qu hacer ante el avance de los buques ingleses. Usted que hara, retruca el general, con otra pregunta. Yo, dice el periodista, alistara tropas y lanzara el contraataque. Cuando Borges comenta este dilogo (aproximado) con otro periodista que le pregunta su opinin sobre la guerra, dice que Galtieri determin las acciones blicas porque sigui las indicaciones de un periodista. Este tropo borgeano va un poco ms all de ser un chiste gracioso, de refinada irona. Los diarios en Borges son la letra perecible, intil pero capaz de encerrar en una frase el acto de borrar los nombres mutuos y la jerarqua de los interlocutores. Se da as lugar al encuentro de un ritual de habla aparentemente vaco en el cual de repente se aloja lo extemporneo, lo eterno o lo infame. Sustrada la materia del dilogo, sus inflexiones contextuales, queda una osatura retrica por la cual eran los propios medios los que daban las rdenes de guerra. Sin embargo, en Borges el peridico real-literario es el anunciador involuntario de un destino. Observamos en Emma Zunz el estado de esta situacin. La protagonista acude a la lectura del diario La Prensa, para informarse del barco sueco Nordstjrnan, que zarpara esa noche desde el dique 3, hacia Malme. En castellano, el nombre del buque significa Estrella del Norte. Por un lado, esto revela cul es la bsqueda nominalista de Borges. La utilizacin obsesiva de la transposicin alegrica, acto al que atribuye siempre dimensin intuitiva, acaso cercana a la magia, y la confrontacin entre significantes vacos que originan una tercera realidad apcrifa, cuya fuerza reveladora es desconocida o tiene la trivialidad de un cuadro noticioso expuesto en el trajn del un peridico. Si el periodismo presupone una cuestin relacionada con la posibilidad de creer, he aqu el inters que han debido despertar en Macedonio y Borges. En ambos existe la pregunta sobre si es posible creer o si es posible la voluntaria suspensin de las creencias. De esto mismo tratan los diarios, y sus estructuras informativas no seran ms que un intento de desfigurar con una objetividad engaosa la voluptuosidad de lo inesperado. Este gran tema, no es descabellado suponer que es una sobrevivencia de Macedonio Fernndez en Borges. Es la creencia la que precisa ser justificada, no el origen de una accin o una certeza. La creencia es siempre incompleta pero debe tener un rasgo imposible en reserva: no podramos creer que no existe algo que efectivamente se muestre irrealizable o inadmisible. Hay que creer en que la increencia tambin pueda suceder. La creencia entonces es lo que aparece como reclamando algo anterior, que sera una mnima cuota de inmortalidad. Cuota insignificante, unos minutos verdaderos para darle forma de verdad a todo lo dicho, a todas las creencias, que por s solas no se sostienen. Es el tema que trata Macedonio en su escrito Una imposibilidad de creer. No

se podra creer que eso que no existe (dilogo luego de la muerte) realmente no exista. Pero basta postularlo como problema para percibir que no existe. De todas maneras, estas formulaciones msticas de Macedonio son casi imperceptibles en los juegos y acertijos de Borges. Cuando Emma dispara sobre Aarn Loewenthal, Borges encuentra la solucin para la creencia, inserta en el mismo trfico del relato de apariencia policial: la boca de la cara la injuri en espaol y en idish. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompi a ladrar, y una efusin de brusca sangre man de los labios obscenos y manch la barba y la ropa. Este asesinato est narrado de modo a que el lector le crea a Emma, que no se conduela con el empresario, y para eso son esenciales esos labios obscenos; y luego, la injuria que se mezclaba con una efusin de brusca sangre. Borges ya haba utilizado esa imagen en el tema de El traidor y del hroe, solo que en este ltimo caso, hay dos efusiones de brusca sangre, pues se trata del desdoblamiento espectral del alma de Kilpatrick. El delicado trmite irnico, apelando a una frmula reiterada, revela hasta qu punto la teora de la personalidad escindida origina soluciones de escritura en Borges que son pseudo-literales y producen un efecto de humor. Pero la frmula inquietante de Borges para liberar la narracin con un hecho insignificante, recae o se expresa en Emma Zunz en la consulta a un diario: Emma ley en La Prensa que el Nordsjrnan, de Malm, zarpara esa noche del dique 3. La lectura del diario acta como un eslabn del destino, aportando un dato extraordinario con un significado especial para el que lo lee. Solo para el que lo lee, el nico capaz de descifrar un significado personal en una noticia balad. No es as el incierto y oculto mecanismo de los diarios, llammoslo as, sus efectos y posibilidades de lectura? En El jardn de senderos que se bifurcan ocurre algo parecido. El jefe del espa Yu Tsun est en vano esperando noticias nuestras en su rida oficina de Berln, examinando infinitamente peridicos. Se trata de pasar una informacin confidencial en medio de la guerra, sobre un desembarco ingls en 1916, y Yu Tsun imagina cmo hacerlo. En medio de una persecucin desesperada, deber matar a un ciudadano ingls (que estudia chino; as como Yu Tsin es un chino que ensea ingls), y comete el crimen contra Stephen Albert. Precisamente, el nombre de la localidad en que se hara la invasin tena el nombre de Albert, y el jefe de Berln descifrara correctamente la noticia de la misteriosa muerte de Stephen Albert en las afueras de Londres por un desconocido profesor chino. En las posibilidades combinatorias de esos tiempos, se hallan Yu Tsun y Stephen Albert protagonizando distintas opciones. En una de ellos uno de los futuros posibles- Yu Tsun es el enemigo de Stephen Albert- y luego de peripecias metafsicas sobre el tiempo que el lector borgeano conoce bien, Yu Tsun dispara con sumo cuidado sobre Albert, en un momento en que este le da la espalda Y aunque Yu Tsun ha sido condenado a morir ahorcado, su jefe de Berln haba ledo en el diario la extraa noticia de que un sabio sinlogo, Stephen Albert, haba sido asesinado por un desconocido. La ciudad de Albert es bombardeada por Alemania, deteniendo el desembarco ingls por unos das. Su jefe concluye Yu Tsun no sabe (nadie puede saber) mi innumerable contricin y cansancio. Todo el frgil hilo que desencadena las simetras y oposiciones asimtricas del tiempo, dependa de una noticia de peridico ledo con claves que solo un lector posee. Ese es el modelo de lector de los peridicos contemporneos? Las circunstancias de este cuento obedecen, como muchas otras construcciones borgeanas, a la accin de un embutimiento. Se embute un relato del tiempo circular, esas series complementarias o los instantes autnomos, en ciertas circunstancias histricas bien conocidas. Hay que considerar el episodio narrado por Borges, menos

una especulacin sobre la refutacin del tiempo y las ironas del destino, que un artificio que puede agregrsele a la historia realmente acontecida, como si fuera efectivamente un libro de Liddell Hart comentado por Hayden White, como opina Balderston. Los hechos histricos, que acontecen en una mnada diaria, dejan perplejo a Borges. Es la temporalidad del peridico, del cotidiano, del diario, que tiene un valor efmero y torpe, pero puede proporcionar una ancladura necesaria en el sistema heterclito del tiempo y su carcter refutable e irrefutable. Es el tiempo su propio traidor y hroe. Como en el pensamiento salvaje de Lvi-Strauss, donde el tiempo es un sistema mltiple de series entrecruzadas seguro hay otras formas mejores de decirlo que sin perder su significacin inmediata en Borges hay fechas y nombres exactos o probables que le dan una aparente irrealidad a las estructuras figuradas en trminos de entrelazamientos quismticos. Sin imprescindibles. Pero estn verdaderamente al servicio de otra cosa; quizs, de demostrar la banalidad del tiempo y lo irrisorio de todo horizonte contemporneo. De l no podemos escapar (no pudo escapar Borges) pero siempre es posible entrar a partir de ellos, como por una escotilla burlona, a un fondo donde se descubre el funcionamiento retrico de lo real efectivo. Pero no hacen eso mismo los diarios con su ceguera inevitable para el tiempo en que se escriben, aunque no para el trastiempo intil en que el investigador los consulta mucho despus? En La muerte y la brjula los peridicos se hacen presentes a travs de otra consideracin irnica. Luego de que Treviranus se asombrara de que Lnnrot buscara indicios de los asesinatos de los telogos en tratados hebreos antiguos, de inmediato se pasa a un comentario sobre lo que dijeron los diarios de la tarde sobre las desapariciones de algunos asistentes al congreso talmdico. As: La cruz de la espada las contrast con la admirable disciplina y el orden del ltimo Congreso Eremtico; Ernst Palast, en El mrtir, reprob las demoras intolerables de un pogrom clandestino y frugal, que ha necesitado tres meses para liquidar a tres judos; la Yidische Zeitung rechaz la hiptesis morbosa de un complot antisemita, aunque muchos espritus penetrantes no admiten otra solucin del triple misterio Aqu el eco secundario que produce la historia que se est desarrollando, que es sobre la reversibilidad de la conciencia y los signos equvocos que hay que sembrar para activarla, puede seguirse en los peridicos nacionalistas y de la comunidad juda, tal como podan parodiarse en los aos 40 en cualquier lugar del mundo, y por supuesto, en la Argentina. Todo en Borges es alegora hasta que se menciona algn elemento que encubre apenas como la capa de un nombre a otro nombre, no enteramente oculto. Es as que ese elemento, puede ser una fecha especfica del calendario como una partcula irreductible del tiempo, que desva un tema, pero es un desvo necesario. O puede ser un conjunto de formas humorescas, desde luego pardicas, que despistan an ms la atencin de lo que realmente sucede. Entonces aparecen los peridicos, donde nada de lo que ocurre puede ser captado, pero son superficies necesarias para el gran contrapunto entre el mundo vulgar y los espectros complementarios del destino que juegan la baraja de su nombre en los gajes de una historia eterna, de un proyecto refutador del tiempo banal, pero dejndolo ridculamente en pie. De apariencia pedestre, el mero acto de leerlos pone bajo otra significacin a los peridicos, si se los considera como poseedores de indicaciones y seales hermenuticas. Son tambin el pensamiento de los Servicios de Informaciones. Los modos de lectura con los que juega Borges a travs de la hermenutica del peridico, podrn notarse con esos mismos alcances respecto al papel que cumple la noticia que aparece en el diario Yidische Zaitung dentro a la trama de La muerte y la brjula: aunque el diario ni saba dnde estaba situado en relacin al drama entre Red Scarlach y Eric Lnnrot, era cierto que no se trataba de un complot antisemita. Pero Borges habla

con por lo menos- dos lenguas. La de las superficies del calendario y las ignoradas rutas del tiempo que se refuta, pero sale con ms espesura mtica de ese intento a la vez refutado. Cercano a la negacin de la negacin que impulsaron otras notorias filosofas, en Borges el periodismo es una voz que debe estar siempre presente para refutarla, pero se la hace existir solo si hay un tono risueo y escptico al hablar de ella. Red Scarlach prepara su venganza contra Lnnrot a medida que se va enterando por los diarios hacia dnde va el razonamiento deductivo del detective. Captulo 13. Arlt y una teora pulsional del periodismo Sin duda, Borges est en el interior del diario Crtica y Crtica en el interior del texto de Borges. No es nuevo lo que aqu se dice. Ya Jorge B. Rivera destac el eco simultneo que el periodismo produce en la escritura de Borges, tal como sta subyace en esa extraa primera decisin un oscuro deseo- que lleva a fundar un diario. Ya vimos que el peridico es una entidad cabalstica en Borges. Pero Borges es absolutamente mundanal aunque hable de La Flor de Coleridge, ponindolo todo en medio de una formidable reflexin sobre el pantesmo y el plagio, y Arlt es absolutamente lrico mientras intenta contrastar la veracidad asombrada de un mundo srdido y deshecho con lo que hubiera sido un ensueo pequeo-burgus que pudiera haberlo resguardado. El prlogo de Los lanzallamas, de 1931, tantas veces citado es una teora pulsional del periodismo, esto es, de la escritura urgente, acosada por el tiempo y destruida por el deseo de ser ledo no por los hallazgos de estilo sino por la brutalidad lingstica que refulge porque est en el lugar del imposible refinamiento, bellamente intil. La teora de lector de Arlt es la de Natalio Botana, y de manera explcita, lo que Borges encubre. Dice Arlt: Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exiga soledad y recogimiento. Escrib siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligacin de la columna cotidiana. No es una apologa de los desfavorable de las redacciones colectivas, llenas de humo y maldiciones? La columna es una metfora esencial del periodismo moderno. Tomado de la arquitectura ms antigua, es un trmino para mencionar que en ltima instancia la escritura de un diario tiene una medida que lo iguala al descubrimiento de los rdenes de construccin jnicos o dricos, o al descubrimiento de la perspectiva. La escritura periodstica es tiempo y espacio de un modo dramticamente prefijado. De ese pensamiento cnico de Arlt (me hubiera gustado el recogimiento), surge la agarradera que lo ata al estrpito del mundo. Su smil es la sala de redaccin y su desmesurada consigna es la de la escritura como desahogo de un desesperado, pero cuya desesperacin no es psquica sino teatral. Elige la escena de escritura. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. He all todo. Acaba de escribir lo que superaba la tesis periodstica de los Mitre, los Varela, los Gainza Paz, de los Sarmiento y Alberdi. Escribir sobre la bobina de papel sustitua el procedimiento racional y metdico que iba del original (en ese momento tipografiado en papel) y el pasaje por el linotipista y la accin de la plancha entintada sobre esa misma bobina incesante que ya vena escrita. Era la pesadilla del escritor de diarios como apcope de la metodologa del novelista. En La Flor de Coleridge el que suea una rosa no espera despus encontrarla en la vida real. Arlt plantea un problema superior: la vida real es puerca y el verdadero lirismo es suprimir toda mediacin tcnica entre la pulsin de la escritura y su inmediata expresin en el

texto ya impreso. No hay secuencias de tiempo entre escribir y publicar. Gran mito de la cultura occidental, respecto a si es posible suprimir la mediacin tcnica, que el Arlt realista no acepta (su apologa de la lengua que rechaza la academia en pos de los modos tecnolgicos del habla o de la guerra: radio y ametralladora) pero el Arlt surrealista s adopta. Es lo mismo. Hay una pulsin semejante en desear suprimir todo lo que no sea la angustia del escritor fusionado con la tcnica, como avisar que sta es la que conduce el fenmeno automtico de la escritura. Todo lo que sigue en ese discutido y tan alabado prlogo es problemtico: a la manera de Arlt. Es decir, inspirador para pensar porqu no deberamos hacer lo mismo que l y seguir admirndolo de igual manera. Copiamos a continuacin la casi totalidad de lo que Arlt considera su mtodo artstico existencial, y que sin duda es un memorable manifiesto artstico modernista, repleto de desafos insoportables, de tristezas crebles pero arrogantes y ciertos errores de apreciacin, que no disminuyen su importancia en cuanto a que representa de algn modo el alma pulsional esa misteriosa fuerza biolgica, metfora del impulso vital, que gobierna industrias escriturales como la que exhibi el diario Crtica. All escribi poco Arlt; su diario fue finalmente El mundo, un competidor de Crtica que lo replicaba sin el atrevimiento del gran plagiario pero con la tmida audacia del calcgrafo. El gran prlogo reza as: Orgullosamente afirmo que escribir, para m, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. [...] Pasando a otra cosa: se dice de m que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendra dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes nicamente leen correctos miembros de su familia. Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad. Me atrae ardientemente la belleza. Cuntas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panormicos lienzos! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Despus, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provena del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un seor que se desayuna ms o menos aromticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes. Pero James Joyce es ingls. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de l. El da que James Joyce est al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarn un nuevo dolo a quien no leern sino media docena de iniciados. [...] De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra ma a la seccin de crtica literaria de los peridicos. Con qu objeto? Para que un seor enftico entre el estorbo de dos llamadas telefnicas escriba para satisfaccin de las personas honorables. [...] El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandbula. S, un libro tras otro, y que los eunucos bufen. [...] Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la Underwood, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caa a uno la cabeza de fatiga, pero. Si dijimos que en la historia del periodismo siempre hay una razn que busca su ltima justificacin en la guerra o en la poesa, aqu tenemos la literatura en su valor de

grado inestimable, surgiendo la epopeya humana fusionada a la gran maquinaria periodstica. La lengua fusionada con las rotativas. El procedimiento impreso con el conjunto del bullir vital de una ciudad. Confundiendo, quizs deliberadamente, la columna diaria obligatoria con las columnas de la sociedad. Pero la contraposicin entre el escritor con rentas y comodidades frente al que escribe en el interior de una sociedad quebrada, pertenece a unas de las tantas figuraciones ensoadas que equivoca el rumbo de sus justificaciones. Por ellas se cuela un injusto tratamiento a las escrituras que buscan lazos con vanguardias antiguas o modernas, privilegiando textos cuya verosimilitud recae sobre el examen mismo de la potencial inmanente del lenguaje. Arlt no es diferente a nada de eso, pero lo disfraza con una suerte de brutalidad lrica, un sueo imposible de participar en la vida holgada al margen del dolor y del pavor de una criminalidad que por fuerza, haba que poner a cargo de tahres escapados de religiosidades chabacanas y tortuosas. La simpata por el acto truculento no le exiga menos tratamiento de las volutas de la lengua que a ese Joyce del cual desconfiaba. Su crtica al supuesto buen gusto del petulante literato o el lector engredo que lee en otros idiomas, es tan aceptable como injustamente sobrecargada. Asimismo su desprecio a la crtica y a los seores honorables puede justificarse dentro del imperio futurista que le hizo preferir la Underwood a las personas que escriben bien y nadie lee, en una apologa a la turbulencia del nido oscuro donde yacen las metforas y simbolismos partidos que una vida entierra en su ltima conciencia indecible. En Arlt todo ello brotaba por medio de un proceso de rehacimiento de metforas que ciertamente estaban ms cerca de Dostoievski que de Joyce, pero su ideal de conjugar escritura con procesos tcnicos de impresin, tecnologa con poesa, radios y ametralladoras con los usos reales del lenguaje no le impeda ser un escritor inasible, encerrado en una comicidad sombra y en un juego de parodias que expona una conciencia perturbaba en el acto de salvarse por la escritura. A su manera, era tambin as en Joyce. El periodismo de Botana surge de cuestiones parecidas a sta. La necesidad intelectual y la abominacin amarga de la vida que ese intelectualismo promueve y sustrae. Las loas al maquinismo tienen una rara expresin en el poema de Ral Gonzlez Tun dedicado a la gran rotativa Hoe Superspeed. La estrenaba Crtica en el nuevo edificio de la Avenida de Mayo, un magnfico ejemplar arquitectnico art-dec que formaba parte del proyecto de un diario que reflejara, y ms que eso, quisiera ser la misma ciudad y todas sus voces. Este edificio que hoy subsiste, con su geomtrico encanto opaco y sus caritides indiferentes ante la indolencia de los viandantes, dedicado ahora a tareas de administracin policial. En el Poema a la Hoe, extraa pieza mencionada tanto por Saitta como por Abs, Tun dice El diario ha florecido en grandes plantas de hierro / La Hoe es el corazn de Buenos Aires / La Hoe es el corazn del tiempo / La Hoe es el domingo del maquinismo, una cancin de acero, fiesta de los tornillos aceitados, alegra de la velocidad. Redas ligeras, tuercas como ideas / en el gran cerebro de acero [...] Crtica, crtica, crtica / Recin venidos al mundo somos los hombres nuevos Ral Gonzlez Tun ofrece al orbe maquinstico, a la fbrica periodstica, un tributo excelso, muy subido, que contrasta con lo que en esos mismo aos resuenan, de su famosa autora, en homenajes a los humillados de las ciudades: A pesar de la sala sucia y oscura / de gentes y de lmparas luminosa / si quiere ver la vida color de rosa / eche veinte centavos en la ranura. Aquel poema que le canta al acero y a las tuercas pensantes, tiene aires marinettianos, cuyas ideas dividen a Buenos Aires, lo que se acenta cuando el futurista italiano elige esta ciudad de la Hoe como una de las capitales donde derramar su verbo

en el que manifestaba que un coche de carreras con su cap adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automvil rugiente, que parece correr sobre la rfaga, es ms bello que la Victoria de Samotracia. La metfora de la mquina impresora con nombre de dios arcaico e implacable, sera el corazn de Buenos Aires, donde moran los hombres nuevos y estalla el grito de los vendedores: Crtica! La relacin de Borges con Crtica en 1935 ser diferente. Consiste en acentuar con sutiles intervenciones de escritura que parecen apenas ser vicarias de un material apenas traducido y refritado, algunas noticias asombrosas de un vasto nmero de prodigios y sufrimientos, convirtindolos en piezas magistrales regidas por la geometra interna de un relato que escapa a los gneros consabidos. Sin embargo, parece respetarlos burlonamente. Nada poda esperar de mejor el Suplemento Multicolor de Crtica, que Borges integraba y codiriga, que este ensayo sostenido distradamente la fenomenologa del crimen, y hasta con una metafsica de la lealtad y la venganza, que se disfrazaba gozosamente de folletinesca. Historias de malhechores, criminales, estafadores, pacientes hroes diluidos en el tiempo, casos remotos de magia. Todos, elementos conspicuos del gran folletn que luego Borges intent descalificar o simular una descalificacin atribuyndoles una sustancia barroca, cuando eran solamente glosas sostenidas en el humor escptico y en la risa oculta de quien juega con remedar el cine en la reescritura de casos policiales. Aquellos mismos que Crtica animaba con sus dibujantes y reconstrucciones, por otra va. Botana no se haba equivocado al elegir a Borges, que ya haba insinuado una cuerda que iba del humor grave, a un lirismo que mal esconda una metafsica de lo popular, y de un folletinismo de alta cultura que no dejaba escapar su cuerda desmesurada, su estetizacin de la truculencia. Bien ech el ojo el director de Crtica. Lo que mucho despus se llam realismo mgico hubiera sido una invencin borgeana si no fuera por un meditado juego con la anulacin del tiempo que aquella tendencia literaria, tambin invocadora el barroquismo, no tena. En los captulos iniciales de este libro hablbamos de los partes de guerra como lo que quizs fueran los cercados lingsticos que permitan, en su produccin y su temtica implcita, hacer un peridico. Aceptbamos tambin que el fusilamiento, tragedia pblica que nutre el siglo XIX argentino, tambin condensa en medio de neblinas, amaneceres y fusiles vacilantes, lo que el periodismo de la hora tena como mbito de sangre para probar su capacidad explicativa, su prosa verosmil para justificar un acto de eliminar unas vidas. Ahora estamos en 1930 y ya es el momento de mencionar la nota de Roberto Arlt sobre el fusilamiento del anarquista Di Giovanni. Quizs es la mxima crnica conocida sobre este acto de ultimar, ocurrido en la entonces Penitenciara Nacional de la calle Las Heras. En el artculo, que forma parte de las Aguafuertes, hay una descripcin del ambiente donde la conciencia del periodista se funde con la desolacin del srdido escenario de la penitenciara. El estilo comparatista de Arlt es absolutamente original. Del contexto trgico, extrae equivalencias cotidianas, escenas triviales. Corren a ver morir, pero parecen personas que no quieren perder el tranva. Contrastan el ruido de culatas con otras acciones banales y otros rasgos fantasmagricos notados al pasar sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Contrapuntos enjutos, dibujados como al pasar, pero con rabia ntima que puede sospecharse. La silla donde se sentar el fusilado es como de comedor en medio del prado. Aqu est condensada toda la literatura de Arlt, y casi tambin todo el sentimiento oculto que emerge de las fisuras de Los siete locos. Una compungida impugnacin de s mismo: todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir. Decir buscar deja un sabor de culpa en los testigos.

Una como silla de comedor en medio del prado. Otra vez, es un hecho de sangre, pero Arlt da una acuarela dolorida que lo oculta tras un manto de romanticismo. Pero luego vuelve la rudeza. Un ring de la muerte, lmparas cuya luz castiga la oscuridad. La lectura de sentencia, puesta por Arlt como frases destrozadas, previsibles, un idioma de hierro calcinado, destrozado por frases de metal fragmentado. Es la muerte hecha frase rota. La descripcin de Di Giovanni es la de muchos rostros de Los siete locos: un rostro que parece embadurnado de aceite rojo, unos ojos terribles barnizados de fiebre, mandbula prominente, frente huida hacia las sienes como de las panteras, labios finos y extraordinariamente rojos, mejillas rojas, ojos renegrido por efecto de la luz los labios parecen llagas pulimentadas, se entreabren lentamente y la llaga, ms roja que un pimiento. Los rostros en Arlt salen de las materias y formas amenazantes de la naturaleza industrializada. Aceites rojos, mejillas rojas, labios rojos, llagas rojas, y la luz de efectos siniestros, acompaada de un zoomorfismo espectral. Es un acto teatral producido por tramoyistas teatrales sin experiencia. El condenado camina como un pato. La muerte y el ridculo es la suma arltiana para llega a una custica penuria. La risa de los espectadores acompaa este espectculo que deja imgenes que sera fcil despojar de su carcter siniestro. Si se las podra desear campechanas, infundidas del placer de la vida diaria! Di Giovanni luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Se concurre para ver morir un hombre que parece un campesino preparando afablemente el mate de la maana. Fuerte imagen arltiana, que cubre de un acto calmoso la forma siniestra real que envuelve. Es la pcima de Los siete locos. Los cuidados que el Estado toma ante la tragedia son detalles inverosmiles de tan mezquinos, salidos de un alma planificada para el crimen pero a travs de ingenuos detalles, no por eso menos mseros. Es otra imagen donde Arlt pone a la muerte como un simple engao que encubre una cita casi pastoral con gestos que adquieren una ingenuidad trgica. Es la metodologa Arlt. Lo demonaco como pliegue trasero o mscara de la imposibilidad del redentor. El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. El pasaje escnico del cuerpo fusilado al del hombre que toma mate, quizs puedan sealarse como un desplazamiento de antifaces siempre presenten en Arlt. Un desplazamiento, digamos, de la realidad cndida a la ontologa periodstica, la cosmovisin que emerge de esa fbrica donde habita el gran Moloch sacrificial de las redacciones periodsticas. Cuando Erdosain, en la fantasmagrica escena de la muerte de la Bizca, piensa Qu cosa rara! Hace un momento estaba viva, y ahora no est, reproduce en forma de microscopa la novela entera. Es el mismo sentimiento ante el cuerpo de Di Giovanni. El pasaje de la vida a la muerte, dulce, arbitrario y criminal. Lleno de inocencia, descompromiso y hasta lirismo. Pero enseguida Arlt contrasta los mundo de vida, la lebenswelt en que se realiza cada cosa: es la vida carcomida por dentro, sacrificada ante Moloch. Esta oscura deidad devoradora exige vctimas inocentes y culpables al mismo tiempo. No puede el hombre hacer su pasaje de conciencia conciencia crtica entre su percepcin de la culpa y el castigo, pues ambas cosas son lo mismo para el dios del fuego, la gran maquinaria que debilita a las almas y las pone frente a su cruz remendada. La particularidad de estas escenas folletinizadas es que las ve un comentador, un periodista. Se ven desde la redaccin de un diario, lugar desde el cual se produce el acto

de devorar seres humanos bajo la forma inocente de la palabra noticia. No deja de presentarse un ligero estremecimiento cuando hacia el final de Los lanzallamas encontramos esto. Se trata de los ltimos momentos de Erdosain en la casa de un testigo, antes de emprender su viaje suicida final: Detalle extrao en esa ltima etapa de su vida: Erdosain se neg rotundamente a leer los sensacionales titulares y noticias que, profusamente ilustradas, ocupaban las pginas segunda y tercera de casi todos los diarios de la maana y de la tarde. De la maana a la noche, los cronistas policiales trabajaban amarrados a la mquina de escribir. El da sbado casi todos los diarios de la tarde se convirtieron en lbumes de fotografas macabras. Los reporteros cenaron viandas fras, escribiendo entre bocado y bocado nuevos pormenores de la tragedia. La fotografa de Erdosain campeaba en todas las pginas, con las leyendas ms retumbantes que pudiera inventar la imaginacin humana. Erdosain se negaba rotundamente, no slo a leer, sino a mirar esas hojas de escndalo. El productor de alimento para los diarios del momento Crtica, sobre todo, y El mundo se negaba a leerlos. Actitud que escuchamos en todo momento, del que no quiere enterarse. Es posible? Podemos no escuchar radios, leer peridicos o ver televisin, pero a nuestro pesar, somos seres enterados. Erdosain, adems lo saba todo: era un asesino, el motivo de estas crnicas que nunca comprenderan el alma redentora del hombre ingenuamente cruel. Pero no haba ms crueldad en esas Redacciones? Los reporteros cenaron viandas fras, escribiendo entre bocado y bocado nuevos pormenores de la tragedia. La fotografa de Erdosain campeaba en todas las pginas, con las leyendas ms retumbantes que pudiera inventar la imaginacin humana. No cualquiera escribe esto, Roberto Arlt conoca las redacciones, esos templos escpticos, llenos de abdicadores, renegados y herticos. Pero el final de Los lanzallamas es tambin una profunda meditacin, sarcstica y dolida, sobre el periodismo. Sigue el autor: Simultneamente, en los subsuelos de casi todos los diarios de la ciudad. Los crisoles del plomo desplazan en la atmsfera nublada, que se aclara junto a las lmparas del techo, curvas de aire recalentado a cincuenta grados. Silban las mechas verticales de las fresadoras mordiendo pginas de plomo. Una lluvia de asteriscos de plata golpea las gafas de los operarios. Hombres sudorosos voltean semicirculares planchas, las colocan sobre burros metlicos y rebajan con buriles las rebabas. Altas como mquinas de transatlnticos, las rotativas ponen en el taller el sordo ruido del mar chocando en un rompeolas. Vertiginosos deslizamientos de sbanas de papel entre rodillos negros. Olor de tinta y grasa. Pasan hombres con hedor de cido sulfrico. Ha quedado abierta la puerta del taller de fotograbado; de all escapan ramalazos de luz violcea. Se est cerrando la edicin de medianoche. El Secretario, en mangas de camisa y un cigarrillo apagado colgando del vrtice de los labios, de pie junto a una mesa de hierro seala a un operario de blusa azul en qu punto de la rama debe colocar la composicin. Silban velados en nubes de vapor blanco los equipos de prensas, al estampar los cartones de las matrices. El Secretario va y viene por el pasadizo que dejan las mesas cargadas de plateadas columnas de plomo. En un rincn repiquetea dbilmente la campanilla del telfono No es posible encontrar en alguno de los tantos relatos sobre lo que son las redacciones de antes y de hoy, un estampa aguafuertista de la estatura que transcribimos. La descripcin arltiana del subsuelo expresin sin duda dostoiesvskiana, es superior a la poesa sobre la mquina Hoe de Gonzlez Tun. Lo humano convertido en maquinaria, la mquina viviendo a travs de luces ultravioletas, vasto ensueo de fusin entre hombres y mquinas, planchas que estampan los tipgrafos, que no sabemos si ellos mismos son de plomo o una figura

que se recorta sobre el plomo compuesto por asteriscos de plata o burro metlicos que rebajan con buriles las rebabas. Haba sonado la campanilla del telfono en ese averno que Arlt contrasta pero equipara con el oleaje del mar. Para usted, Secretario grita un hombre. Rpidamente, el Secretario se acerca. Se pega al telfono. S, con el Secretario. Oigo Hable Ms fuerte, que no se oye nada Eh? Eh? Se mat Erdosain? Diga. Oigo S S S Oigo Un momento Antes de Moreno? Tren Tren nmero. Un momento el Secretario anota en la pared el nmero 119. Siga Oigo Un momento Diga Pare la mquina Diga S S Va en seguida. El Capataz le hace una seal al Jefe de Mquinas. Este aprieta un botn marrn. El ruido del oleaje merma en el taller. Resbala despacio la sbana de papel. La rotativa se detiene. Silencio mecnico. El Secretario se acerca rpidamente al escritorio del taller y escribe en un trozo de papel cualquiera: En el tren de las nueve y cuarenta y cinco se suicid el feroz asesino Erdosain. Le alcanza el ttulo a un chico, diciendo: En primera pgina, a todo lo ancho. Escribe rpidamente en otro trozo de papel sucio: En momentos de cerrarse esta edicin, nuestro corresponsal en Moreno nos informa telefnicamente el Secretario se detiene, enciende la colilla y contina que el feroz asesino de la nia Mara Pintos y cmplice del agitador y falsificador Alberto Lezin, cuya detencin se espera de un momento a otro, se suicid de un balazo en el corazn en el tren elctrico nmero 119, poco antes de llegar a Moreno. Se carece por completo de detalles. Al lugar del hecho se han trasladado los empleados superiores de investigaciones de la Capital y Provincia, as como el juez del crimen de La Plata. En nuestra edicin de maana daremos amplios detalles del fin de este trgico criminal, cuya detencin no poda demorar. El Secretario tacha las palabras cuya detencin no poda demorar y punto y aparte agrega: Esperase con este hecho que la investigacin para aclarar los entretelones de la terrible banda de Temperley entrar en un franco camino de xito. En nuestra edicin de maana daremos amplios detalles. Le entrega el papel al hombre vestido de azul, dicindole: Negra, cuerpo doce, sangrado. El Secretario toma el telfono interno: Hola! Quin est ah? Es usted? Vea: tome inmediatamente un fotgrafo y vyase a Moreno. Erdosain se suicid. Lleve a Walter. Hganles reportajes a los guardas y maquinistas del tren, a los pasajeros que viajaban en ese coche 119 Ah! Oiga, oiga Saquen fotografas del vagn, del maquinista, del guarda. En seguida S, tomen un auto si es necesario Y muchas fotografas. Cuelga el tubo y enciende la colilla que le cuelga del vrtice de los labios. Con el sombrero tumbado hacia las cejas y un pauelo de nudo torcido sobre el nervudo cuello, se acerca indolente, arrastrando los pies y escupiendo por el colmillo, el Jefe de Revendedores. Con los tres nicos dedos de su mano izquierda se rasca la barba que le flanquea la cicatriz de una tremenda cuchillada en la mejilla derecha. Despus tasca saliva, y al tiempo de apoyar los codos sobre una mesa metlica, del mismo modo que lo hara en el mostrador de una cantina, pregunta con voz enronquecida: Se mat Erdosain?

El Secretario lo envuelve en una rpida sonrisa. S. El otro vapulea un instante larvas de ideas y termina su rumiar con estas palabras: Macanudo. Maana tiramos cincuenta mil ejemplares ms Arlt, el aguafuertista lleva el relato de lo que ocurre en el corazn tcnico y humano de un diario, a un paroxismo de fantasas robotizantes de la condicin laboral del periodista. Erdosain es visto por primera vez en el relato de Arlt desde una Redaccin, la cueva hirviente de hechiceros linotipistas, templo de telfonos que repiquetean y dilogos sobre la condicin humana que han sido despojados de todo lo que no sea armazn tecnolgica y descarnada de un decir. El drama de Erdosain obtiene otra versin del lado del secretario de redaccin del peridico, que acta como un ave de presa, envuelto en sus monoslabos y en su juicio inquisitorial que si alguna vez convierte en misericordia, no ser en ese momento, donde acta con la rapacidad de quien debe vender la mayor cantidad de ejemplares de la edicin. El mundo de la redaccin es de rdenes rpidas. La conciencia de las personas, meditando sobre su propia criminalidad, no puede obtener un juicio ms singular y profundo. La redaccin es un tribunal en primera instancia sin apelacin. Hombres rudos que copian el lenguaje policial hablan un idioma de catalogaciones criminales y sadismo empeoso, mucho ms que tolerado, recomendado como floritura artstica. La traduccin de una novela al clima de una redaccin, que forma parte de la misma novela, es un ejercicio tremebundo de tica aplicada. Erdosain es un asesino que viaja en nuestra conciencia. No sabemos en verdad si Arlt escribe esta novela como novelista o como redactor afiebrado de esa redaccin periodstica, entre bobinas entintadas y el ruido de un sordo mar partido en el rompeolas. La novela de Arlt contiene varios relatores pero al final se destaca un periodista, que repasa toda la novela desde los mecanismos de un diario: los titulares, los diarios que leen los personajes (como el Astrlogo, que los frecuenta con insistencia), las fotografas que se toman al cadver de Erdosain, y principalmente, el nombre real de los personajes, que en el transcurso de la novela no aparecen o apenas lo hacen al pasar. Mara Pintos, la bizca; Alberto Lezin, el Astrlogo. Es como si en esos dos mundos, el del nombre civil, y el del nombre astral, se jugara y comprimiera la historia de estos desdichados, que son los que Arlt pone a prueba en su religiosidad periodstica, a fin de extraer de s y de esas rotativas Hoe, un veredicto que fuera condolido, incluso con el propio lenguaje de la urgencia de la redaccin; hagan reportajes al maquinista, al guarda de tren!. Los ignotos testigos tenan que hablar, sin saberlo eran los portadores magnos de la verosimilitud de un hecho: las inocentes criaturas contaban lo que sus ojos cuales haban visto de un drama mayor, quizs sin comprenderlo pero ejerciendo a pleno el gesto candoroso del asombro vulgar. El Redactor que Los siete locos resume en con voz periodstica el final de Erdosain. Escribe como Arlt. Por eso no sabemos si este redactor es el mismo novelista, o si el novelista tiene una escisin en su cuerpo, como uno de aquellos tajos que los personajes de Arlt tienen en el cuello: escisin entre escribir desde afuera o desde el interior de la voz de Erdosain. En esta escena hay tambin un diario: De pronto, el asesino, separando la espalda del asiento, sin apartar los ojos de las tinieblas, llev la mano al bolsillo. En su rostro se diseaba una contraccin muscular de fiera voluntad. La seora, desde el otro asiento, lo mir espantada. Su esposo, con la cara cubierta por el diario que lea, no vio nada. La escena fue rapidsima. Erdosain llev el revlver al pecho y apret el disparador, doblndose

con el estampido, simultneamente, hacia la izquierda. Su cabeza golpe en el pasamano del asiento. La seora se desvaneci. El hombre dej caer el diario y se lanz corriendo por el pasillo del vagn. Cuando encontr al revisador de boletos, an tiritaba de espanto. Dos pasajeros del otro coche se sumaron a los hombres plidos, y en grupo se dirigieron hacia el vagn donde estaba el suicida.[...] Se encontr en su bolsillo una tarjeta con su nombre y cierta insignificante cantidad de dinero. La sorpresa de la polica, as como de los viajeros, al constatar que aquel joven delicado y plido era el feroz asesino Erdosain, no es para ser descripta. Fue fotografiado ciento cincuenta y tres veces en el espacio de seis horas. El nmero de curiosos aumentaba constantemente. Todos se detenan frente al cadver, y la primera palabra que pronunciaba era: Pero es posible que ste sea Erdosain? Se trata de un momento de la novela, su colofn escrito por otro, y al mismo tiempo un relato ms objetivo de lo ocurrido. Vuelve a aparecer lo que podramos llamar la cuestin o el enigma del periodismo. Como Antonio Conselheiro, el hombre que levant a los yagunzos del noroeste del Brasil. Irrumpe al final de un relato que se publica apenas iniciado el siglo XX, el chasirette con su trabajosa mquina de fotografiar. El cuerpo desaparece pero los periodistas son testigos, en especial el que escribe esta gran tragedia brasilea, Euclides Da Cunha, monumento de la historia social de ese pas. La descarnada crnica policial hace las veces de oda belicista en los peridicos de la era de Botana. Los balbuceos algo siniestros del Jefe de Redaccin se parecen al del oficial de la Prisin de Las Heras que lee la condenada de Di Giovanni. Un destino se monta sobre otro. Hablar, en Arlt, es una fuerza entrecortada cuando todo est dicho en base a prosas estatales, reglamentarias e informaciones que pedir un periodista: tren 119, antes de Moreno. El momento donde el discurso delirante era una ficcin que se sostiene por s, antes de que el periodismo revele la estructura sumaria de la realidad, con los nombres propios, la hora, el nmero de los verdaderos documentos de identidad, las secuencias administrativas que corresponden a las frecuencias del servicio ferroviario. Erdosain era un personaje clebre en la prensa, segn la novela escrita por una suerte de periodista con infinitos recursos novelsticos, que se desdobla en mltiples mscaras que van desde la piedad a la manera de una graciosa hybris, hasta el Secretario de Redaccin con un cigarrillo oblicuo entre sus labios y un nudo corredizo ladeado como corbata. Cmo no se iba a asombrar la gente, cuando el terrible asesino irrumpa en un simple viaje de tren, suicidndose? Un diario cay al suelo. Pero todo estaba fundado en una historia sostenida desde las sombras por la redaccin de un diario. El trema esencial de los diarios es un asesino anda entre nosotros. Ya en tiempos de la Internacional, Marx haba comentado un caso que sorprenda y aterrorizaba a todo Londres, el de Jack el destripador. El marxismo tambin nace entre el olor a tinta de los peridicos. La crnica del fusilamiento de Di Giovanni es una de las ms complejas y doloridas que se haya escrito en la historia del periodismo argentino. Condena los hechos, pero lo hace en forma de sarcasmo y humor negro. Alguien ha ido a ver la escena lgubre con zapatos de baile de quin se trataba? As termina la nota: Veo cuatro muchachos plidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razn, lvarez de ltima hora, Enrique Gonzlez Tun, de Crtica y Gmez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se rean. Pienso que a la entrada de la penitenciara debera ponerse un cartel que rezara:

Est prohibido rerse. Est prohibido concurrir con zapatos de baile. Estas frases quizs desean ser una dolorida reprobacin, una manifestacin de que hay que condenar, a pesar de que no exista el bien ni el mal. Muchos aos despus, Borges, al asistir a una de las sesiones del Juicio a la Junta de Comandantes, dijo descreer de los bsicos atributos que conducen a una conciencia hacia las ideas del bien y del mal. Pero afirm que sin embargo haba que condenar. No estaba hablando ni estaba hablando Arlt de cosas tan diferentes a lo que pugna por abrirse como una flor y nunca vemos acabadamente: la moral como vecina dramtica de lo amoral. He ah la filosofa esquiva que trata de justificar una Redaccin, un cuerpo colectivo que se llama con ese ingenuo nombre casi domstico y donde en un espacio breve de tiempo se lanzan ttulos, volantas, opiniones y ideologismos constructivistas en donde se juega tanto un juicio que anula personas, como aniquila posibilidades o desorbita las biografas reinventndolas con la fuerza chamuscada de una liblula en el minuto final ante las lmparas que oscilan en el recinto redaccional. Captulo 14. Citizen Kane: peripecias de Crtica Borges escribi unas breves pginas sobe Ciudadano Kane, esta gran obra cinematogrfica de 1941: Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontnea camaradera, son esencialmente horrorosos; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad. Es extrao que una frase de este cuo pueda escribirse. Se trata de invertir precisamente todo lo que sabemos que est relacionado con un momento festivo; el aire necesario de ligereza, una exhibicin de destrezas inocuas, el frgil clculo de los que pueda durar una conversacin con un desconocido. Pero Borges le agrega una tilde de su cosecha personal, sobre todo en lo que se referira a escritores y periodistas. Esos ambientes son horrorosos. Es lo que dice! Lo que quizs trataba de significar este comentario cinematogrfico de Borges, salido en la revista Sur, es que un mundo de reuniones especficamente escenogrficas, exige de los actores en este caso mayoritariamente periodistas un cierto nfasis de hipocresa y fatuidad empalagosa. Y que nada muy distinto es una reunin en la vida real, donde se hace ausente la conciencia de que la suma de apariencias y simulaciones puede llegar a un punto horroroso de congestin. Pero por qu sera Ciudadano Kane el primer film que muestra esta circunstancia en que toda acto de festejo con figuras que se mueven de un lado para otro, con sus manos distradas teniendo una copa en mano o no sabindola donde dejar, tendra que ser un evento repulsivo? Puede suponerse que la conversacin borgeana se elude a grandes conglomerados que son portadores de una necesaria banalidad y que en un lugar as no podran mostrar en su mximo esplendor el secreto estilo irnico que el propio Borges utiliza para desarmar toda conversacin al mismo tiempo que participa en ella. Si se comparan las cenas de Bioy y Borges y los salones de fiestas galantes, se puede imaginar a la manera de un contraste sutil, qu quiere decir Borges cuando percibe una aglomeracin de conversadores festivos que ponen sobre s mismos un manto de frases amorfas y obligatorias. Lo otro, son dos comensales rindose con fina crueldad del mundo. Natalio Botana perteneci a ese mundo donde el ficticio tono igualitario de una fiesta era una suerte de reunin de bacchantes, la forma leve y pblica de una rutinaria orga. Era un magnate formado desde un submundo social donde florecen los ambiciosos e imaginativos truhanes que no dejan de conservar un hlito de lirismo en

toda su vida. Botana perteneci a esa clase de hombres para los que es necesario ser testigo arrogante de un mundo gemebundo. Aunque para ellos ese testimonio deba contar con un garante moral que al mismo tiempo tena que ser refundado: el pueblo. Refundarlo a travs del periodismo. La idea de pueblo de Botana contena fuertes aderezos. Una fruicin por el crimen, por el folletn surgido del teatro arcaico de la sangre y la tarea siempre inconclusa de la limpieza moral que alguien deberan realizar en nombre de una ciudad amordazada y prisionera del mal. Nunca hasta ese momento haba sido pensado el periodismo como una emanacin del mundo policial, transformado en las odas de una nueva guerra contra lo que poda llamarse indistintamente inmoralidad, podredumbre o corrupcin, forma orgnica de descomposicin de las sociedades, que el periodismo vena quijotescamente a combatir. Botana consider que tena que aliarse a un partido poltico para seguir cincelando su idea de un pueblo amenazado y que haba que despertar para su rescate. Ese partido era el Partido Socialista Independiente, de Antonio de Tomasso. De Tomasso haba separado su camino del Parido Socialista de Justo, para fundar otra lnea partidaria que sin abandonar la palabra socialismo, la vinculara a un juego de vocablos o actos que por entonces no solan asociarse entre s: democracia nacional, desarrollo econmico, alianzas sociales, patriotismo de elite, asociacin con jefes militares y empresarios liberales y conservadores a fin de dar una ya refutada mscara sacrificial la propia palabra socialismo al conjunto mayor del juego gubernamental de las burguesas. Esta relacin entre diario y partido es propia de las edades ms facciosas del periodismo, pero es un aejo tema que nos remontara a los rganos polticos y su expresin escrita, para definir si era el partido el que llevaba mayormente el peso de la significacin y entonces la expresin publicstica sera su apndice, o era el peridico el que haca del partido un segundo trmino complementario sometido as a un progresivo amortiguamiento. Es ahora, sin duda, en plena era de los medios electrnicos, donde los conglomerados comunicacionales ya han aligerado de una manera casi irreversible el peso de los partidos polticos en el mundo social. Ni los precisan ni terminan de derruirlos, y a la vez intentan darles camino de accin, ofreciendo tramos completos de los procedimientos de ataque que les faltan. La alianza de Botana con De Tomasso est regida como lo comenta Sylvia Satta en su estudio sobre Crtica, el libro Regueros de tinta, por una irreversible vacilacin interna. Crtica realiza las campaas electorales de De Tomasso pero ste no puede pretender que el peridico sea su organizador colectivo, pues al contrario, l y no la fuerza partidaria se torna el elemento primordial de la ecuacin. Crtica est por encima de ese partido, que apenas es uno de sus espolones, pues ella misma es una organizacidad de trozos dismiles que intentan reinventar una dramaturgia urbana, desde el turf hasta la investigacin de asesinatos sangrientos, desde la llegada de Marinetti hasta la condena del hijo de Lugones, como una entelequia punitiva que al duplicar el mundo real nos convence a todos que lo real es la duplicacin que ella hace con sus hiprboles. Esas reconstrucciones de crmenes y lenguajes panfletarios pueden pasar como el nuevo orden de objetividad vaudevilles que de los peridicos. El antiguo tronco del socialismo de Juan B. Justo, del cual se ha separado De Tomasso, se pregunta sobre el trgico paso que sus adherentes secesionistas han dado, en direccin a un lenguaje desacostumbrado parla la hiptesis ilustrada y educacional del socialismo: Crtica es un diario donde el lenguaje sucumbe ante una coloquialidad salvaje; es el diario que entona las baladas de los subsuelos criminales del lenguaje, materia prima narrativa del folletn que admite los divinos altibajos que van de lo siniestro hasta lo sublime.

Crtica es un gran ensayo involuntario para indagar la lengua viva de su pbico, su sentina infernal y su sentimentalismo lacrimoso, plaidero. Es obvio que va por all una de las crticas que los partidarios de Juan B. Justo le dirigen a los escisionistas de De Tomasso. Se les dice traidores. Aceptaban modificar el lenguaje de la II Internacional por las crnicas de crmenes sanguinarios en cuartos cerrados. No mucho tiempo despus se dara la polmica entre Roberto Arlt y Rodolfo Ghioldi, en el diario Orientacin, del Partido Comunista. Lgicamente, los comunistas rechazan un consenso con las fuerzas conservadoras por lo menos hasta esos aos, pero sospechaban desvos innecesarios cuando Arlt les deca que una obrera textil no puede separarse de sueo: un beso de Rodolfo Valentino. En qu lugar de la conciencia proletaria poner la lectura del folletn? Pero los socialistas de De Tomasso no esgrimen problemas idiomticos, no ven una cuestin en la lengua. Simplemente, aceptan los nuevos ingenios salidos de la imaginacin truculenta y vivaz de Botana, al precio de figurar como una fuerza novedosa y triunfante en las pginas de su diario. Dos textos muy distantes entre s en el estilo y en el tiempo nos permiten establecer el drama de Crtica: entre la lengua popular que lo lleva a organizar un sistema de ddivas y consuelos de los pobres, y lo que hay de agravio en el escrito que alguien escribe con intento conciliador, pero aquellos a lo que el texto se dirige creen necesario refutarlo como si hubiera sido un ultraje. El primer texto proviene de los tiempos en que Crtica se traslada al magnfico edificio de avenida de Mayo al 1300. Un editorial que se dirige al lector arguye que Crtica adopta la propia lengua natal de usted, confiada en comunicar as sus palabras, la fuerza expresiva de un verdadero saludo fraternal. rgano de Buenos Aires, intrprete de la ciudad cosmopolita. Crtica tiene acostumbrado el odo a todos los acentos extranjeros, ha advertido muchas veces entre los rumores de la nueva Babel, los ms humildes, los del valor annimo, los de la queja o la protesta que nadie escucha [...] Por sobre todas la diferencias de raza, de lengua o nacionalidad, es usted para nosotros particularmente una cosa sagrada: un lector de Crtica (...) acredita usted su derecho a nuestro inters por los problemas materiales o espirituales que lo acosan. Quisiramos que este saludo fuera como el cordial y estrecho apretn de manos que reafirma una vieja amistad cultivada en la charla cotidiana de nuestras ediciones. Y que usted contara con esta amistad en el futuro. Que si alguna vez necesitara un consejo leal o una ayuda de amigo, viniera a Crtica como a un hogar comn [...] Lector y diario formamos en suma una sola cosa: una inmensa entidad periodstica que vive del pueblo y para el pueblo y en la cual colaboran miles y miles de hombres. La saludamos algo que tambin es suyo. Este escrito editorial contiene una sobreactuacin respecto de la habitual hiptesis de mancomunin que imaginan los diarios con sus lectores. Equiparar las ediciones del diario a una larga conversacin amistosa, no debera sonar extrao aunque apenas algo melifluo, pero se trata de algo ms. De crear un mito, un rgano que fusiona intereses comunes entre la Babel y el Pueblo, espectacular potaje que solidifica una mnada que en esta impenetrable solidez, nunca haba existido del mismo modo en el periodismo argentino. Lector y diario formamos una sola cosa: una entidad periodstica que vive del pueblo y para el pueblo No fue habitual ni antes ni despus ver escrita esta frases en las publicaciones peridicas del pas. La fusin mstica lector y diario es la mxima hiptesis sacramental del periodismo que el poco pudor de Botana consigue sacar a luz. La idea de Ekklesia Periodstica como un poder orgnico en donde todos participan sin que pueda registrarse la disparidad doble que significa la diferencia entre redactor y escritor, y de inmediato, la predisposicin del diario a convertirse en una central de ayuda ante protestas que

nadie escucha, sealan la diferencia de Crtica entre el tradicional enfoque del lector amigo y la idea de amistad evanglica y algo martinfierresca, con apretn de manos franco, y la proclama de ayuda entre problemas materiales y espirituales, lo que se realizaba entregando en muchos casos mquinas de coser, o publicando noticias de caos desgraciados ante los cuales se impona la reaccin inmediata de una colecta solidaria. No es imposible ver aqu, tornasolados y en filigrana, bajo los decires de un periodismo conservador, alarmista, con vetas amarillistas y a un tiempo vanguardistas, muchos de los elementos interpelativos que despus conformaron el peronismo. Eran los conservadores nacionales con una evocacin interna de la palabra socialismo despojada de su vibracin ms audaz el internacionalismo, para marchar hacia la cuestin nacional en una bsqueda que finalmente desemboca en el receptculo propicio, el peronismo. El amarillismo periodstico era un paso necesario, aunque el peronismo no fue amarillista. La prensa amarilla pone la sangre antes del cuerpo y el cuerpo antes de de la conflictiva trama del presente. Desequilibrando el pensamiento colectivo, el amarillismo rompe los nexos entre lo particular y lo universal, entre lo singular y lo general, para recortar hechos que poseen una peculiaridad ltima: su facultad de ser exaltados como prueba de la carnicera humana, la teratologa sin autocontencin pudorosa y el drama amoroso como ordala que puede ocurrir en srdidos hoteles de los arrabales o en mansiones acaudaladas que hasta el momento revelaban absoluta normalidad. Quizs la Historia universal de la infamia, de Borges, publicada primeramente en el suplemento cultural de Crtica, puede unir esos dos mundos, el de la literatura ironista, con modelos del enigma gtico (con arquetipos de herosmo ancestral y con aventuras sobre transmutaciones de identidad por parte de hombres siniestros), y el del crimen reconstruido por los periodistas como si ese acto judicial hubiera sido expropiado a los jueces por la imaginera del diario Crtica. Pero a pesar de que el peronismo no hizo subir a la esfera pblica los relatos de bandidos espeluznantes y ambiciosos truhanes que enmascaraban su personalidad fatdica bajo ropajes bienhechores, algo del conservadorismo nacional y la fusin mstica entre empresa periodstica y lector en nombre de la asistencia social al desheredado, permanecera a lo largo de ese tiempo. Los ingredientes estaban; apenas faltaban los dolos de la gesta y el sello doctrinario que ya no provendra de una empresa periodstica sino del mismo Estado. El otro texto al que nos referimos ms arriba es una carta que Salvadora Medina de Onrubia le escribe a Evita. (En este caso la tomamos del libro de lvaro Abs, El tbano, vida, pasin y muerte de Natalio Botana, el creador de Crtica.) Salvadora la escribe en 1947, con el diario declinando. Botana haba muerto en un accidente automovilstico en 1941 y la fuerte vitalidad del diario desfalleca. Sus momentos de gloria haban sido las cruzadas contra Yrigoyen, pues practic la primera gran campaa golpista de un diario masivo con ms efectividad que la revista El Quijote en el caso de Jurez Celman, sigui con toques escandalosos la llegada de Marinetti a Buenos Aires, en 1926, y luego de su jornada golpista precedida antes por un breve perodo de apoyo aYrigoyen, se dedica a fulminar al comisario Lugones, jefe de Orden Pblico de Uriburu, hijo del gran poeta Leopoldo, al que tampoco se le ahorraban denuestos. No fue indiferente a los exilados espaoles que llegaban al pas luego de la cada de la Repblica, y organiz en su residencia de Don Torcuato las reuniones culturales que con suavsimos toques de bacanal romana y fruicin por la lectura, reunan a David Alfaro Siqueiros con Blanca Lux Brum y el general Justo, y segn Abs, con la familia Guevara Lynch, que traa a un jovencito de

nombre Ernesto que en improbables retozos por el parque podra cruzarse con el pintor mejicano comunista acusado aos despus de querer asesinar a Trotsky, y que bastante tiempo antes estaba preparando su Ejercicio plstico en una de las paredes subterrneas del palacete suburbano de Botana. Es probable que Neruda y Garca Lorca hubieran visitado ese reducto utpico de un magnate impulsado por el desenfreno que criticaba (y festejaba) en las urbes, y el placer sibartico de atraer a su mansin de nuevo rico a los espritus creativos del momento. Rivaliz en esto con Victoria Ocampo. Siqueiros, por su parte, public algunos manifiestos artsticos en Crtica, explorando las lianas que vinculan el arte poltico con la revolucin social, lo que de todos modos, no es el tema de Ejercicio plstico, un fresco destinado a producir efectos ilusionistas en el espectador. Pero vayamos al escrito de Salvadora Medina de Onrubia, quin haba sido militante anarquista, periodista en La protesta, que habl sobre atades de obreros muertos en la Semana Trgica, activista de la libertad de Simn Radowitzky, autora de obras de teatro que no han sido olvidadas en la memoria teatral de la ciudad, como La solucin, de 1921, una fatdica fantasmagora ertica, o Las descentradas, un drama sentimental en el que bordea una locura trgica, y que en 1947 se halla en la direccin de Crtica, pero acechada por el numeroso clan Botana, al que se le ha agregado Ral Damonte Taborda, esposo de una hija de Botana y Salvadora. Este Ral tiene una compleja relacin con el peronismo y de su matrimonio ha salido un vstago que se har renombrable en los aos sesenta bajo en nombre de Copi, con sus dibujos, novelas y dramaturgias fundadas en un surrealismo de cmicas catstrofes, ardua maldad y despojamientos estilsticos que dejan la crueldad como un cmico y doloroso teatro del absurdo. De algn modo, Copi subvierte con dolorosas parodias las ya suaves subversiones del teatro de su madre. He aqu el escrito de Salvadora, cuando el peronismo le reclama una prueba de fidelidad ante los ataques que recibe Eva Pern retornada recin de Europa: Un cmulo de circunstancias convergentes ha actualizado estas lneas que hace tiempo yo deba, ms que a nadie, a m misma. Fueron pequeos escrpulos sin base ni coordinacin real, unidos a la incapacidad que conoce toda la gente de diarios para exterorizar sentimientos propios y hablar en primera persona: cosa, en cambio, grata a los poetas. Desde el instante mismo en que la palabra de Crtica se hizo pregn diario por calles argentinas y sali a llevar su mensaje a todos los mbitos del pas, y empez a cruzar fronteras y a afirmarse como instrumento de opinin popular, yo saba con el instinto seguro que da la fe en un ideal, que ese triunfo del diario no era vano. Y que Crtica no era como los dems diarios, propiedad de una familia y su rgano de enriquecimiento o vanidad personal, sino un instrumento de servicio social, que perteneca al pueblo y era su alma de lucha y su voz de defensa. El pueblo mismo, que en su tremendo instinto no yerra jams, lo saba tambin, e hizo del nuestro su diario. [...] No en vano que a Crtica y solo a Crtica se deba el renovamiento total de la prensa argentina; no en vano Crtica abri para el pueblo, para el trabajador explotado, para el ser desvalido, para la joven madre desamparada, para el enfermo y anciano abandonado, para todos los sacrificados y triturados por la enorme mquina de la gran ciudad, el camino de su reivindicacin y les dio la seguridad de que en su clamor sera escuchado. (...) Cuando he defendido las reivindicaciones femeninas aun trabajando por el derecho al voto que es su aspecto menor y externo yo saba que por lo que luchaba por lo que significa, en la vida moral y espiritual de la humanidad, la cooperacin de una mujer en la cosa pblica, en el servicio social, en el manejo de masas y en la planificacin del porvenir [...] Es por eso que cada da, al tomar, cuando no he podido evitarlo algunos de esos

diarios que se dicen de lucha de oposicin e izquierda, y que son calcos exactos de lo que fueron para m los diarios del rgimen y de la derecha, siento como en carne propia lo que se hace a una mujer que ha consagrado su juventud y su vida, como la consagr yo, y en la medida de sus fuerzas, a un ideal de servicio social. As, cada da configuro, no en su defensa, que la mujer que lucha no necesita defensas porque las lleva en s, sino en su homenaje, las palabras de condenacin que por m nunca dije. Esto es lo que torna ms cruel el accidente periodstico de hoy, que agrego al precio de mi peaje. No es Evita Duarte, es simplemente una mujer argentina que en este momento es smbolo y embajadora ante el mundo de toda la argentina, la vejada. Lo que a ella roce y toca, roza y toca a todas nuestras mujeres que son la argentina misma que ella representa. [...] Evita ha pasado ya de la rbita donde esas ofensas llegan y como mujer de lucha lo sabe, como sabe tambin que en este momento es smbolo de la femineidad argentina. La belleza de Evita, su indudable don de gentes, su segura habilidad diplomtica, su ms innegable fervor social, su generosidad sin lmites, hasta sus vestidos y sus peinados, son un poco calidad de todas las mujeres argentinas. Evita: nunca me haba acercado a ti. Te he visto desde lejos, en tu lucha, primero humilde y silenciosa: luego tenaz, fuerte, marcada de fervor [...] Se de tu capacidad de dar y comprender. S tambin que a nadie sirve la experiencia, ni la cosecha espiritual ajena. Pero hoy que ests lejos, que alguna voz de mujer debe alzarse en tu homenaje y en tu defensa; ten la ma, que por ensueos trabajos e ideales, y tambin por tiempo, lucha y dolor puede ser para ti una voz maternal [...] Sabe Evita que la jornada de servicio es corta y preciosa y que el derecho a servir exige y demanda las facultades ntegras de cada saber [...] no ests sola, ni en el sentido del poder material, ni en el otro, el espiritual, que quien sirve con amor y desinters a un gran ideal de superacin, es a la vez, servicio. Al parecer, este magnfico escrito no satisfizo al gobierno, que sigui presionando al diario hasta incautarlo, sin que nunca haya sido devuelto a sus propietarios, como ocurri con La Prensa y otros. Un halo de locura trgica de apoder de Salvadora, quien fallece en 1971, dejando sobre esta familia un extrao recuerdo que pertenece tanto a la historia del periodismo como a la de la literatura, del anarquismo de cuo evanglico como del peronismo que emerge en la voz resquebrajada de los momentos ltimos, agonales, de Evita. No se entiende porque al gobierno de Pern no hubo de gustarle la misiva de Salvadora. Su planteo es un ornato exacto, en prosa delicadamente evanescente, con cadencia de misal, de lo que es una vocacin que opera desde el estado con un lenguaje salvfico y de ayuda social. Salvadora mide su historia y la recorta sobre el espectro de la otra. Convierte a Evita en un arquetipo de mujer argentina, y al otorgar ese don, como antigua anarquista que haba hablado en un acto que recuerda una foto famosa, subida en las ventanas del Colegio Otto Krause (que estn iguales ahora que en 1914), es capaz de dejar un testimonio csmico esa palabra la usa que une dos vidas que por momentos se ponen a la par. Crtica aparece as como un antecedente del peronismo, un peronismo mejorado y a la vez libre para comentar crmenes que secretamente son exaltados, un uso interpretativo semejante de la palabra pueblo como ltimo juez de las ddivas que cristianamente interpretadas, son instrumentos de recomposicin de la vida Dnde el Estado y el Diario son enormes represas que contienen el llanto o proponen el consuelo. Te he visto desde lejos alguna voz de mujer debe alzarse en tu homenaje, ten la ma no ests sola Dirigindose en primera persona coloquial a Evita, con rpidos cambios al impersonal sabe Evita que la jornada de servicio es corta, el cristianismo anrquico de Salvadora emite sin duda una pieza fundamental,

como lo haba sido la que le dirige a Uriburu, cuando la apresan en 1930. No difieren entre s. En esta ltima, Salvadora se considera el smil alegrico de la Patria: Soy, en este momento, como un smbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidad. En este innoble rincn donde su fantasa conspiradora me ha encerrado, me siento ms grande y ms fuerte que Ud., que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nacin, dedica sus heroicas energas de militar argentino a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar una mujer ante los ojos de sus hijos... y eso que tengo la vaga sospecha de que Ud. debi salir de algn hogar y debi tambin tener una madre. No son muchas las piezas de este tenor en la historia argentina. Debemos recordar, sin embargo, la carta de la hija del General Valle al general Aramburu. Lo ms significativo es que en la Carta a Evita, se atribuye a sta lo que ya se haba atribuido a ella. As dice la carta de 1930: Gral. Uriburu, acabo de enterarme del petitorio presentado al gobierno provisional pidiendo magnanimidad para m. Agradezco a mis compaeros de letras su leal y humanitario gesto; reconozco el valor moral que han demostrado en este momento de cobarda colectiva al atreverse por mi piedad a desafiar sus tonantes iras de Jpiter domstico. Pero no autorizo el piadoso pedido... Magnanimidad implica perdn de una falta. Y yo ni recuerdo faltas ni necesito magnanimidades. Seor general Uriburu, yo s sufrir. S sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensae conmigo si eso le hace sentirse ms general y ms presidente. Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo creo, hay una que se llama karma, no es un explosivo, es una ley cclica. Esta creencia me hace ver el momento por que pasa mi pas como una cosa inevitable, fatal, pero necesaria para despertar en los argentinos un sentido de moral cvica dormido en ello. Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual ms y no la ms dura de las que mi destino es una larga cadena. Soporto con todo mi valor la mayor injuria y la mayor vergenza con que puede azotarse a una mujer pura y me siento por ello como ennoblecida y dignificada.. Pero yo s bien que ante los verdaderos hombres y ante todos los seres dignos de mi pas y del mundo, en este inverosmil asunto de los dos, el degradado y envilecido es Ud. y que usted, por enceguecido que est, debe saber eso tan bien como yo. General Uriburu, gurdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta como, desde este rincn de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio En esta ltima pieza tambin luce magnfico el prrafo en el que Salvadora se considera: Soy en mi carne la Argentina misma. Hay alguna diferencia con lo que escribe 17 aos despus sobre Evita?No es Evita Duarte, es simplemente una mujer argentina que en este momento es smbolo y embajadora ante el mundo de toda la argentina, la vejada. Lo que a ella roce y toca, roza y toca a todas nuestras mujeres que son la argentina misma que ella representa. [...] Evita ha pasado ya de la rbita donde esas ofensas llegan y como mujer de lucha lo sabe, como sabe tambin que en este momento es smbolo de la femineidad argentina. La belleza de Evita, su indudable don de gentes, su segura habilidad diplomtica, su ms innegable fervor social, su generosidad sin lmites, hasta sus vestidos y sus peinados, son un poco calidad de todas las mujeres argentinas. Evita: nunca me haba acercado a ti. Te he visto desde lejos, en tu lucha, primero humilde y silenciosa: luego tenaz, fuerte, marcada de fervor Estas dos cartas, que tomamos del libro de Abs, nos dejan ante una dramtica reflexin. No creemos que sea un exceso genealgico imaginar que Crtica anticipa, desde el socialismo conservador y la concordancia nacional, algunos de los rasgos dolientes del peronismo el pueblo como alma que se fusiona colectivamente con el

organismo que los solicita, lo defiende y lo interpreta, habiendo que descartar en este caso el amarillismo de este peridico, consiste en el cultivo de una criminologa folletinesca, que el peronismo no tuvo como oda ni como cantoral propiciatorio. Al contrario, traz su destino junto a un obrerismo que exclua todo relato amenazador a la armona familiar y la expulsin de los demonios seductores de la vida bohemia y decadentista. La conversin de Discpolo desde el credo maldito de los dioses ausentes a la redencin por la va de las viviendas populares en compactos monoblocks. Crtica fue uno de los organismos de prensa pioneros de las trasmisiones de radio en simultaneidad con La Nacin y a pesar de las protestas de otros diarios que entendan que las noticias eran privilegio de los diarios, sigui el formidable crecimiento de la radiofona, que comenz leyendo noticias de los diarios y reconstruyendo a modo de radioteatro sus noticias policiales. Hacia el final de los aos 20, ya transmitidas precariamente las peleas de DempseyFirpo y algunos partidos en Uruguay de la seleccin argentina, ocurre un episodio fundamental: Macedonio Fernndez lee su Teora de la novela por radio, jugando con la idea de un pblico ausente, que reemplazara la clsica sala de conferencias. La metafsica de la vanguardia argentina segua con su hilo invisible de travesura y refutacin del realismo, las peripecias paralelas de las investigaciones tecnolgicas. Crtica posea tambin un avin propio, demostrando su inters por la noticia que ya pugnaba por superar la era del privilegio de la exclusiva escritura, para tornarse un simulacro de la novedad transmitida con la voz, un experimento de autenticidad noticiaria, que en la poca el filsofo fenomenolgico Carlos Astrada percibe como una revolucin que retoma un arcasmo necesario la voz, para abrir la conciencia a la verosimilitud de los acontecimientos. Nada de estos pensamientos filosficos dejaban de pasar por la mente insaciable de Natalio Botana. Crtica piensa el periodismo con el avin, como el ltimo Alberdi lo haba pensado con la extensin de los cables submarinos. En un caso era la guerra. En el otro, se lo imaginaba como misionero universal de paz. Captulo 15. La clase media como rgano de lectura No es posible definir la clase media por descarte, como usualmente se lo ha hecho: fijar las posiciones sociales duras, productivas, los fuertes propietarios y los no propietarios absolutamente desguarnecidos, el pensar de ese amplio colchn espumoso que se sita, entrometido, en el medio. Pero no son entrometidos, son una gama de pensamientos que tienen mucho de almohadilla que se presiona con el pulgar y sale entintado con restos de secretos familiares y genealogas que se forman en el trasiego moral de una simulacin. Los estudios sobre simulacin de los grandes positivistas argentinos son estudios sobre la clase media y la clase media es una gesta donde se nutre la supuesta ciencia que la estudia. Pero no hay ciencia veritativa que la estudie, lo que hay son corrientes de pensamiento que se originan en su seno que producen las chispas de una lengua y muchas veces de una jerga, que a veces se sita menos antes las puertas del saber universal ante que en el interior de la autocomprensin misma de la clase media como desdicha de la estatificacin social, alienacin necesariamente no sabida y transformada en crimen secreto o convocatoria callejera con inconfundibles aromas de golpe de estado. Los trayectos intelectuales y las simbologas pesadas o llanas, simplistas o prejuiciosas, espesas o manieristas que adopta, son materia de sus estudios y lo que permite, estudindolas, estudiar a la clase media misma. El ncleo persistente y surgido de una entraa duradera, nos permite verla como un conjunto de prejuicios que

definiramos con actos de pensamientos realmente existentes pero que surgen ya cancelados. Cuando hay un intento vanguardista, sea en los artstico o en lo poltico, es habitual sugerir que est sostenido en una fraccin destacada de esa clase, que pasa por distinciones profesionales y cierto rechazo de su ser pequeo-burgus, que en s mismo puede convertirse en una radicalizacin pequeo-burguesa, por ms que tenga consecuencias estruendosas en el cuerpo social entero. Se suele afirmar que las clases medias se caracterizan menos por la produccin que por el consumo, pero ni la produccin deja de estar mediada por el lenguaje ni el consumo se evade de las consignas productivas. El concepto vacilante de industria cultural, justamente criticado, no hace sino presentar una rpida e inconcluyente sutura en estos campos que aun entrechocan entre s. No es posible evitar en las designaciones de clase el estudio de los estilos, y muchas veces se encontrar en ellos la abreviatura dramtica de lo que es una posicin irreversible en el plano del conocimiento o de las actividades de la prctica. Si perduran las antiguas clases sociales, los estilos lo recorren todo desordenando estamentos, separaciones o divergencias explcitas en cuanto a los intereses de cada sector. Las clase media es la metfora de un estilo, pero siempre en la confusin de un borramiento o una fuga, manifestndose a veces en una conciencia de clase que en su amorfidad puede ser la ltima que aun resta en la historia de las sociedades contemporneas, o en una frase dicha al pasar como modismo que seala dones y pertenencias. No se equivocan los que llamaron buscadores de signos prestigiosos (banales, prefabricados por industrias culturales) a los hombres de la clase media, en algunos casos para sealarles el infortunio de un espritu minusvlido que ejerce la pequea propiedad como un secreto rencoroso vanse los grandes escritos de Nicols Casullo al respecto-, y en otros para apiadarse de pequeos personajes que viven con imagineras desatinadas su triste condicin de empleados de rusticas oficinas fatigados por deseos incumplidos. La condena de hablar permanentemente de estos deseos convertidos en sueos irrealizables que pueden resolverse en una inocente criminalidad, es el jugo ltimo de personajes como Erdosain, salido de las pginas arltianas de Los siete locos. La clase media, as podra ser no solo una manera de asesinar, sino una manera de leer. Es lgico que se piense en primer lugar en formas de comportamiento poltico-cultural, como en la discusin de fines de los aos 50 entre Cooke y los ex integrantes del grupo Forja. Si Forja haba condenado a las clases medias porteas por mirar a ultramar, ser europestas o colonizadas, Cooke devuelve el sambenito casi dos dcadas despus, diciendo en su correspondencia de la poca, que esas mesocracias se haban convertido al desarrollismo, con lo que ya no era vlida la crtica de Forja, pues Forja misma se revelaba fatalmente producto del sector nacional-populista que habitaba esas mismas clases medias. En una reflexin de David Vias sobre la revista Plus ultra, se pueden seguir los aspectos de desenvoltura y diferenciacin que se podan establecer entre las clases medias lectoras de Caras y Caretas vinculada luego de su fundacin a La Nacin y lo que sera durante la dcada del 20 la revista Plus ultra, a su vez nacida como suplemento de aquella dirigida por Pellicer y Fray Mocho. Se puede seguir con el itinerario de una revista los tropiezos de la clase media para constituir una figura estable de sus pensamientos y pasiones? Vias lo intenta, para evitar la conclusin ostensible que clase media es un pensamiento vaco, un concepto sin sentido que lo nico que atrapa es la imposibilidad de ser definido por ninguna ontologa social, como no sea aquella que se constituye como falta de realidad tangible, carencia de espesura histrica. Vias ve en Plus ultra lo opuesto del sainete, pues ya propone incluso signos apropiados para el Barrio Norte, escapando del clima yrigoyenista de Caras y Caretas

para pasar al alvearismo seorial que habita en Plus ultra. Regmenes de clase y estilo de lectura, emblemas habitacionales, Barrio Norte y Caballito? Su nombre remita, dice Vias, a la divisa monrquica espaola fue subrayando as un valor agregado sobrentendido como linaje. Especialista en interiores que ofertan el presunto prestigio de dormitorios y comedores apelando al rango destacado y a la ms fina originalidad, distincin y belleza, Plus Ultra operaba la ritualizacin de las virtudes domsticas proyectadas, incluso, al confort de los autos Packard y Studebaker, con una simbiosis social: si usted, lector de nuestra revista, ostenta en su hogar un leo de Sotomayor o un bargueo del siglo XVII, con slo exhibirlos participa del halo iluminador que emiten esas propiedades. La gran tradicin liberal siempre haba ejecutado semejante estratagema: en Amalia, se sabe, la protagonista de Mrmol se legitima por su parecido con cierta princesa austraca; en los aos del intendente Noel, Plus Ultra se finga una caja de bombones decorada por las emanaciones provenientes del 21 Avenue des Champs Elyses. Pero hay algo ms. Plus ultra es la tradicin de la gentry argentina que est en repliegue y busca defenderse del terror rojo con incipientes simpatas hacia el fascismo y las polticas de Vaticano. No se priva de coquetear con el alvearismo hasta despearse de lleno en el interior del golpe uriburista. Una tapa de Plus Ultra muestra a Victoria Ocampo, mujer libre. No rehye un guio al fascismo es sabido su amistad con Drieu de la Rochelle pero se recupera con sus crticas modernistas en materia de arquitectura, criticando la saturacin mobiliaria de los smbolos domsticos que propone Plus ultra, que luego sern insignia de las clases medias, para adoptar el vanguardismo de la Bauhaus y una crtica cinematogrfica que desdea el comentario sobre las star para fijarse en los aspectos en que el cine se torna un arte eisensteniano. Al pasarse de Plus Ultra a Sur, por ms que subsistan parecidos en ese entrems entre las aristocracias reaccionarias y las clases medias anhelantes, todo medido por un sentido del gusto en el que triunfa su rpida condicin de emblema de vida social y proteccin espectral de las situaciones de clase, se verifica algo que Vias de alguna manera saluda: Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera es reemplazado por el americanismo vinculado con la incidencia sobre la Ocampo de 1930 por parte de Waldo Frank. El lenguaje de lo elegantes, selectos, exclusivos y suntuoso, ser heredado luego por revistas que toman personalidades modelo en ambientes abstractos que resumen publicitariamentre un ideal de vida que se torna ficcin visual y en hedonismo entontecido para el ilusionismo social padeciente de las clases medias. Estas solo son concretas como abstraccin, y solo son consumistas como ejericio preocupado de autodefensa contra el miedo abismal que lo social siempre introduce. Concluir Vias: Si se admite que la primera etapa de Sur es una zona de pasaje entre 1930-1931, corresponde preguntar si el parentesco ms significativo entre Plus Ultra y Sur (adems de la carta tan soberana de Giraldes a Larbaud publicada en el nmero inaugural de 1931) es la fascinacin por Mussolini. O no son signos de equvoca continuidad el entusiasmo de la directora del primer Sur por la arquitectura oficial promovida por el Duce, as como la conferencia pronunciada por la Ocampo de acuerdo con la explcita invitacin del Instituto Interuniversitario Fascista de Cultura titulada Supremaca del alma y la sangre? Es que no hay poca que no explique lo que cada intrprete juzgar que determina a sus habitantes encapsulados en ella. Lo encapsulable ese recinto fantasmagrico llamado clase media, que es una lengua, un ejercicio simblico y la fagocitacin de todo ello creado para ser recibido en el museo conceptual de esos hombres intermediarios, que son aventureros sin aventura, habitantes sin verdadera nocin del habitar, hablantes donde se ausenta la nocin de origen salvaje del habla,

agresivos que han extravieso el temblor existencial que significa un insulto para alojar el insulto, propietarios que desde el comienzo lo han pedido todo menos el sentido de invertir en ladrillo, frase que a los aldeanos ficticios de la cultura los hace reales nativos del secreto de las humilladas cuentas bancarias. Su cuota de asombra est bien significado por el invento asombroso del subrayado en negrita del diario Clarn, que significa no una importancia resaltante en la frase, sino la gnesis del miedo y el escndalo que anilla en los subterrneos de lo escrito. En Victoria Ocampo estn aquellas explicaciones de poca. Pero Vias concede. Ella escapa. La nocin de escape es una meditacin agria sobre la vida, el sentimiento de no estar bien en ningn lado, un aristocratismo desclasado, una finura sin sentido, la vida alta sin consuelo, excepto el del testimonio literario y los restos de cultura universal de vanguardia que una riqueza perifrica deseaba congregar en sus casas no burguesas. Un artculo de Victoria Ocampo en el diario La nacin hacia comienzos de los 70 comenta el film Lawrence de Arabia, protagonizado por Peter OToole. Sur haba publicado este escrito hacia los aos 40, escrito excepcional por cierto, que adicionalmente tena como propsito contrastar la idea de aventura militar estetizado de un ejrcito espiritual que combata por la patria de los otros, y poda contraponerse al bismarkismo del Pern militar. Seala los errores del film; su lejana del modelo de escritura y sufrimiento de Lawrence, que su literatura lleva a un refinamiento sdico que ninguna cinematografa podra igualar. Era el Lawrence para la clase media, ya pasado por el existencialismo. A Victoria Ocampo todava le pareca sugestiva la crtica a la clase media desde una estetizacin o estilizacin del espritu mstico que destilaba una nacin perifrica en cuyo centro podra estar su propio fracaso literario, que los dueos de La Nacin, que sin embargo no usaba negritas para subrayar el acoso que las zonas de un texto muestras metonmicamente respecto a un mundo burgus que est desajustado por alteraciones innominables, aunque no perciba cabalmente el drama de las ltimas aristocracias argentinas. Que si combatan al peronismo, era con dolos literarios que por fin se decidan a no poseer propiedades, y en ese ahuecamiento de lo social propietario, lo vean por el reverso la idea misma de lo nacional. Captulo 16. Suplementos culturales: La Prensa cegestista El Suplemento Cultural del diario La Prensa expropiado en su momento por el gobierno peronista nos propone un conjunto de problemas y cuestiones cuya significacin crtica no puede ignorarse. Este suplemento fue dirigido por una gran figura de la cultura argentina, el poeta Israel Zeitlin (Csar Tiempo) que despus formara en las filas de desarrollismo. Es un suplemento que consigue sostenerse en un idioma propio, que es el de la cultura social universal. Cul sera la novedad? Es que el peronismo haba creado una lengua inmanente, propiamente suya, que actuaba como doctrina envolvente, significando una segunda lengua comunitaria asociativa en el interior o en el reborde la de lengua nacional usual. Por lo tanto, el suplemento cultural de La Prensa, inserto en un diario casi centenario que en ese momento estaba dirigido por la CGT peronista, tena una concepcin exgena a la lengua estatal, que predominaba entre los movilizados por los granes aparatos sindicales del peronismo de Estado. Es decir, la lengua del suplemento era la que corresponda al horizonte general de la cultura clsica, muy escasamente veteada por las inscripciones que el lenguaje del peronismo incorporaba. Tema crucial cuya excepcionalidad es muy bien estudiada en un reciente libro compilado por Claudio Panella y Raanan Rein, quienes destacan el apoyo de de intelectuales judos argentinos, tales como el equipo responsable del suplemento cultural de La Prensa, ya bajo control de la CGT, que adems de Zeitlin (Cesar

Tiempo) eran una sugestiva lista integrada por Bernardo Ezequiel Koremblit, Len Benars y Julia Prilusky Farny. Pero en cuanto al modo cultural del peronismo que de desprenda de la liturgia estatalista para explorar los senderos ms amplios del debate contemporneo, debe mencionarse el caso de Julio Csar Avanza, miembro del grupo Forja, que durante los primeros aos del gobierno de Mercante en la Provincia de Buenos Aires, publica revistas enfocadas en la actualidad cultural, dndole importancia a los lenguajes alternativos en la literatura y las artes, que no surgan de los cuadros sinpticos diseados por los recalcados trminos de la doctrina oficial. Es que tal doctrina, empotrada en una pastoral masiva de cerrados movimientos pedaggicos, haba desdibujado cuando no clausurado las anteriores lenguas artsticosociales y estticas avanzadas. Pero en el suplemento de La Prensa subsistan. Nos referimos a los realismos lrico-sociales de la herencia del grupo Boedo, de la cual es suficiente pronunciar el nombre de Elas Castelnuovo, a un anarquismo que retomaba significaciones muy anteriores de la expresin descamisados, a una potica que no costaba trabajo entrever en el cruce de caminos entre Neruda y Vallejo, al propio nacionalismo catlico estetizante en la doble vertiente de Castellani y Anzotegui, a un latinoamericanismo que no disimulaba su inters por el muralismo mexicano, y a la curiosidad de un nacionalismo que en la evolucin de las cosas, escribira su pgina ms trgica al lado, luego, de la Revolucin Cubana. El Suplemento cultural de La Prensa, sin embargo, bajo el dominio de la CGT fue la experiencia cultural ms alta desde el punto de una incorporacin completa y vida, naturalmente heterognea, de todas las corrientes de la inquietud cultural de la poca. Era la vida paralela a la cultura que en aqul momento provena del Estado y sus emisiones simblicas bien conocidas. Plantea acabadamente el tema de una fisura sorprendente y repleta de provocaciones tericas en el andamiaje retrico del peronismo de poca. Como un planeta desorbitado, con palabras que no giraban sobre los ejes previsibles, las del Suplemento nos sugieren un problema permanente en la configuracin de las lenguas culturales en los momentos de fuerte direccionalidad de la sociedad en torno a una doctrina oficial movilizadora. Ya dijimos que el peronismo gener actos doctrinales de fuerte poder pedaggico, difcil de pensarlos como ajenos a cualquier poro de lo social que se imagine, por su ostensible vocacin totalista. Lengua saturadora y pregnante, fue la diccin colectiva que cruz la poca y pervivi ms all de ella. Tena el sesgo de retricas unnimes y formas sentimentales fijas. Csar Tiempo logr evitarlas a veces, contonearlas otras, citarlas en lo mnimamente imprescindible, para poner el Suplemento en un orbe novedoso. As, disputaba directamente el horizonte crtico con los hombres y mujeres de Sur o con los especialistas en Kleist y en Yeats. Pero al mismo tiempo que las evitaba con generosidad y sutileza, naca tambin all otra experiencia, que no lleg a desarrollarse plenamente, para preparar la epifana de un material ausente que otras pocas posteriores tambin apenas llegaron a palpar, o a extraar, que era la gran fusin del ms importante movimiento de movilizacin social de la poca, con las visiones intelectuales y artsticas que provena del llamado vanguardista, tanto el que renovaba el realismo social, como el que se expresaba bajo el acucio del surrealismo o de los ms variados simbolismos. Siempre se dijo que en rea de la cultura, los peridicos permitan suplementos de izquierda mientras que su cuerpo real se beneficiaba con esa esfera emancipada pero para poder fijar sus efectivas posiciones en la zona real que corresponda. Es antigua la expresin cuerpo del diario. Supone una constelacin que obedece a la imagen de cuerpo humano, que considerado en forma etrea tiene distintos miembros, emite toda clase de gestos y es capaz de lanzarse a interpretar sus sueos desmembrados en lo que con mucha o poca vulgaridad suelen denominarse restos

diurnos. Los cierto es que este suplemento de La Prensa no hubiera sido posible con sus rebordes vanguardistas, sus apelaciones a la cultura contempornea y la alusin a la filosofas de la poca, si luego de su expropiacin no hubiese estado bajo la direccin de la CGT, entidad que adems no pareca tener enteramente su aparato de difusin bajo la influencia de la Subsecretara de Informaciones, cuyo principal responsable era Ral Apold, antiguo cronista del diario radical La poca. Esta publicacin expresaba la vertiente yrigoyenista y estaba dirigido por el Eduardo Colom. En el cabezal de su tapa poda encontrarse la clsica efigie de aquel ex presidente. Este diario jugar un papel fundamental el 17 de octubre de 1945; la edicin que anuncia la liberacin de Pern circulaba por la plaza llena, hecha antorcha y profeca. Apold, luego de sucesivos avatares de un itinerario personal en los fuelles del peronismo estatal, culmina su carrera de coordinador general del sistema periodstico, radiofnico y cinematogrfico del peronismo, con poderes sobre las cuotas de papel, la modulacin masiva de las consignas oficiales y el desvanecimiento o tachadura infamante sobre todo personaje que cayera en desgracia dentro de las filas oficiales o se destacara dentro de las de la oposicin. Len Bouch, a quien veremos luego actuar en el diario Clarn, ocup ese puesto en un breve tiempo antes del derrocamiento de 1955. De todas maneras, pese a lo que con verosimilitud suele comentarse sobre su disgusto, Apold no pudo impedir que se filmara Las aguas bajan turbias, el magnfico film de Hugo del Carril cuyo guin fue escrito en la crcel de Villa Devoto, entre este clebre artista del peronismo asociado a su blasn musical mayor, la grabacin oficial de la marcha peronista, y el novelista comunista Alfredo Varela, preso entonces en aquella penitenciaria. La idea de suplementos de izquierda en cuerpos de produccin textual y grfica que surgen de las imprentas oficiales y los pliegues de mayor espesura del Estado, poco contaba en un momento en que la doctrina institucionalmente fijada como organon general del decir colectivo, no pareca desear contener porosidades que afectaran su literalidad y dura transparencia. En 1947 se prohbe una obra de Camus que estaba por venir a la Argentina, luego de un exitoso ciclo de conferencias en Brasil, como l mismo lo deja asentado en sus famosos Carnets. En cierto momento de uno de los tantos reportajes que le hacen a Pern en su exilio madrileo, contesta a una pregunta sobre el partido comunista, y segn su gracejo habilidoso para desviar cuestiones dificultosas con salidas chispeantes, responde: El partido comunista? No exista, sus diarios los hacamos nosotros en un subsuelo de la casa de Gobierno. La chanza estaba dentro del rubro que el general exilado manejaba muy bien, respecto a que el peronismo era capaz de inventar una izquierda para adosarla a un flanco oficial, en vista de que ella por s sola no cobrara vuelo. Pero aun as no es fcil desentraar este profuso anecdotario. La frase que alguna vez se le atribuy a Jacobo Timmerman, un diario debe ser conservador en poltica, derechista en economa e izquierdista en cultura, tiene un aroma peronista pero los trminos no se corresponden exactamente con un movimiento que, en su versin cannica no hizo esos juegos sino otros, practicando cierto tercerismo realista en todas aquellas dimensiones. La cultura peronista en las diversas dimensiones que habitualmente pueden considerarse en la tarea de un organismo cultural pblico artes plsticas, teatro, literatura, msica, estaba en algunos casos bajo el pesado dicterio que el ministro Ivanissevich de la cartera de Educacin se encarg de dejar claro en oportunidad de uno de los tantos debate acontecidos a propsito de los Salones Nacionales de pintura. All calific el arte abstracto y a las corrientes vanguardistas en general como manifestaciones desviadas o anormales del espritu humano, por lo que su palabra repleta de una espesa amenaza, impidi los distintos contactos que se insinuaban entre el movimiento social y las alternativas artsticas ms atrevidas o contemporneas. Una

llamativa excepcin la constituye el caso del cultsimo aristcrata Ignacio Pirovano, durante muchos aos, en el curso del primer gobierno peronista, director del Museo Nacional de Arte Decorativo y miembro de diversas comisiones estatales de cultura. Bajo su influencia solitaria de gran apreciador de las ms avanzadas manifestaciones artsticas, se llevaron a cabo experiencias fundamentales de contacto con las artes plsticas y decorativas que en la poca significaban un vvido soplo de renovacin por la va de la nueva abstraccin, los nuevos concretismos, el surrealismo y los lmites sensoriales que eran traspasados por un neo-experimentalismo del cual queda un buen testimonio en la correspondencia entre Toms Maldonado radicado entonces en Alemania y el propio Pirovano, llena de insinuaciones tan inesperadas como profundas en cuanto a los horizontes revolucionarios del arte en el mundo. Pero estos hechos eran una excepcin en un panorama artstico e intelectual sumamente disconforme con las posiciones oficiales en el arte, cuestiones que sola reflejar el diario La nacin, no sin prudencia pero con una obvia toma de partido, que acompaaba a los pintores alternativos cada vez que el arte ministerial haca su entrada en escena, aunque de tanto en tanto se filtraban en aquellas exposiciones cannicas algunas obras de Raquel Forner, Pettorutti o Berni. Del mismo modo, apreciando tcitamente el inconveniente que significaba la vida cultural cosmopolita de Buenos Aires totalmente confrontada sorda o explcitamente con el gobierno peronista Romero Brest haba renunciado a sus cargos, Borges obtena su consagracin en Francia, el joven Cortzar se retiraba aduciendo asfixias muy palpables en el clima cultural, Jos Luis Romero nucleaba en Imago mundi a los nuevos historiadores que seguan a las corrientes ms imaginativas del momento y al propio Scalabrini se le clausuraban revistas, el escritor marxista y peronista Juan Jos Hernndez Arregui, muchos aos despus consignaba que en su programa de conferencias por Radio del Estado, durante aquellos mismos aos que iban de fines de los 40 a los inicios de los 50, aparecan desde temas sociolgicos como el pensamiento de Durkheim, hasta las poticas ms exigentes, como las de Kleist o Yeats. Pero a propsito de este ltimo, el escritor de la izquierda nacional arriesga una opinin donde se pone en juego un cotejo con Borges: Borges, en lugar de la tradicin hispanoamericana a que Yeats hubiese recurrido de haber nacido en estas tierras, prefiere las antiguas literaturas germnicas. En Yeats hay un reencuentro, pese a su teora potica, entre su obra y los anhelos colectivos que laten en Irlanda oprimida y Yeats no por eso deja de ser una gloria de la poesa inglesa. En esto reside la medida del artista por encima de sus gustos y tendencias polticas. Es decir, Hernndez Arregui no desdeaba ningn universalismo pero la obra de arte deba ser una peripecia espiritual enraizada en los pliegues ltimos de una sociedad histrica concreta. No es posible, aun hoy, asegurar que esta discusin carezca de sentido, aunque cambien algunos nombres y seguramente muchos de los nfasis con los que se hubo de dar en los diversos recodos de la vida nacional. En el mencionado libro, Guillermo Korn acrecienta otros nombres a los colaboradores de La prensa transmutada en peronista: Eduardo Artesano con una historia del alambrado, Enrique Wernicke con el cuento Est lindo el maz, Bernardo Kordon con una crnica sobre remotos viajes en ferrocarril y una resea sobre el gran autor brasileo comunista Graciliano Ramos, Jorge Abelardo Ramos (con el seudnimo de Pablo Carvallo un celebrado artculo sobre Gogol Ramos tambin escribi con el nombre de Vctor Almagro en Democracia, rgano oficial del peronismo; Mario Jorge de Lellis con una plataforma de accin en torno a la poesa nacional donde sus ejemplos son el primer Borges y Ral Gonzlez Tun. Hasta Juan L Ortiz public en La Prensa su Gualeguay, todo coronado con dos cuentos de Ricardo Masetti, luego

conocido como Comandante Segundo en la guerrilla trgica de Salta, en ese momento contribuyente en el diario cegetista, con dos cuentos, El buda y La sed. No se ausentan artculos sobre Simone Weil, Mondolfo y Henri Lefebvre, lo que le permite concluir a Korn que se estaba ante una rara experiencia intelectual que permiti una indita confluencia de escritores de izquierda en ese apndice extraordinario y conflictivo que trajo el peronismo hacia sus filas, quizs inadvertidamente. Cruce de caminos en la cultura intelectual argentina, no se puede hablar seriamente del desgarramiento poltico nacional, si no se estudia, como en el libro que mencionamos, la formidable e irrepetible conjuncin de biografas, entre boedianas, borgeanas, de izquierda nacional y anticipatorios de la saga dramtica de las guerrillas procubanas, sino se estudia detenidamente este Suplemento cultural que dirigi Csar Tiempo en nombre de una de sus tensiones vitales. Su paso por el peronismo cegetista como responsable de uno de los ms raros y profundos suplementos culturales de un diario del siglo XX.

Parte V. Desde 1945 a Papel Prensa


Captulo 17. Las tablas de la ley: en los dominios de Clarn

Roberto Noble funda Clarn en 1945, pero esa fecha y ese momento, tienen una historia. La sombra cannica de Antonio de Tomasso (que junto al dirigente socialista grfico Sebastin Marotta, rodeaban de cierto modo a Botana y protegan a Salvadora), tambin rein sobre los primeros pasos de Roberto Noble. El partido que aquel dirigente socialista haba fundado, era una escisin del tronco central de socialismo de Juan B. Justo y Repetto, a quien le objetaban el internacionalismo, el macilento rumbo partidario y la indisposicin hacia las alianzas con los activistas del conservatismo que pasaban con razn de la nostalgia de Roca a ciertas circunvoluciones alrededor del General Agustn P. Justo. Noble es joven, abogado, periodista, militante estudiantil reformista. El socialismo es palabra que le gusta, poco a poco transformada en una dimensin menor en el interior de una antevisin que ya haba recalado en hiptesis de desarrollo de las fuerzas econmicas de la ganadera y el agro. Eso, como proyecto de pas. Con el Partido Socialista Independiente ser diputado antes y despus de la cada de Yrigoyen acontecimiento al que apoya. Cumplido su perodo, es interesado para participar como secretario de Gobierno en la gestin de Manuel Fresco en la Provincia de Buenos Aires. Manuel Fresco gobern la provincia de Buenos Aires con conceptos oriundos del fascismo y el corporativismo, que no eran un simple aroma lejano sino una opcin ms explcita, aunque tampoco recomend fundar partidos con esa denominacin en su territorio. Hoy quedan de aquellos aos 30 en la Provincia donde en los primeros aos del gobierno de Fresco, el joven Roberto Noble cumpli activas funciones en el mbito de las leyes laborales y educacionales, las grandes obras arquitectnicas del arquitecto italiano Salamone, innegablemente inspiradas en un expresionismo veteado de fascismo, pero muy curiosamente originales, con ciertos rasgos de luctuoso humor y locura. Y el recuerdo de un conservadorismo nacionalista con mirada puesta en la cuestin social, a la manera de las primeras encclicas papales sobre el tema, que despreciaba el voto popular y provocaba al mismo tiempo un activismo en el que el Estado se presentaba con un enftico poder arbitral. En el orden nacional, los socialistas de la concordancia, Federico Pinedo, Prebisch que provenan tambin del mismo grupo de Noble, realizaban un plan econmico que no le tema al hecho de adjuntar la economa agraria Argentina los intereses Britnicos, como a crear diversas

instituciones ligadas al control del Estado sobre las actividades de la economa nacional. Son estos temas conocidos de aquella poca difcil, donde reinaba el jeroglfico de un nacionalismo que optaba por eventos electorales fraudulentos, mientras se creaban instituciones de mediacin social, y un socialismo conservador y britanista, que no se privaba de adosarle al estado las Juntas Reguladoras. Agustn P. Justo, el general, presida este raro sistema donde subyaca, en fragmentos apenas desplegados, lo que luego sera el peronismo, una vez que del orden fascistoide se rescatasen las medidas de legislacin social, y del orden socialista conservador, las medidas regulatorias del comercio exterior. Noble no consigue ver los potenciales alcances de lo que est en juego, y decide abandonar el gobierno de Fresco, con las emblemas obtenidos de una gestin como diputado donde luca la ley de propiedad intelectual y una organizacin del rgimen de los jueces de paz, adems de sus preocupacin pedaggica como ministro provincial, que no est dems decir que se inspira tambin en ciertas reformas educativas que llevaban una lejana impronta de los estados corporativos de ultramar. Retirado a su estancia Santa Mara, en el partido de Lincoln, donde en 3.000 hectreas haca una agricultura y una ganadera modernas, adems de poseer una gran biblioteca, discos y un refinado chef de campo, va surgiendo el proyecto de un peridico. Ya haba dirigido la publicacin oficial del partido Socialista Independiente el matutino Libertad y en algn momento qued a su cargo el rgano publicstico de la alianza gobernante, que se homologaba el nombre de esa coalicin conservadora: Concordancia. Sus apologistas Luis Alberto Murry, Diego Lucero, entienden este momento inaugural como la iluminacin de un Cincinatto que repentinamente vuelve a la ciudad para encauzarla con un encargo superior a la poltica conservadora que hasta el momento haba hecho cargando el concepto de socialismo, rebajada a su mnima significacin de liberalismo social que no rechazaba la alianza con nacionalismos que reciban variados ecos de los existentes en la poca que ya marchaba a la guerra. Fue necesario comprar el ttulo de Clarn que muchos amigos le desaconsejaron por tener un timbre alusivo a la vida militar a una revista de provincias, llamada El clarn. El toque de atencin que le segua al ttulo, era defendido por Noble, en efecto, como una apelacin a las fuerzas armadas sanmartinianas para que participen en el llamado a una causa de reconstruccin argentina. Muchos de los especialistas en el arte de la diagramacin y la tipografa, pasaron de Crtica, que pareca desfallecer cuatro aos antes haba muerto Botana a Clarn. El diario de Noble no vio en Pern nada interesante, aunque no hizo una oposicin tajante ni sistemtica. Pern no haba sido parte de la Concordancia, y es un oficial de predicamento que primero es enviado a Europa y luego a Mendoza, de modo a moderar su influencia en la oficialidad joven. En sus aos iniciticos, tanto Pern como Noble haba apoyado el golpe contra Yrigoyen, pero el capitn que escribe sus memorias sobre ese evento, no es un uriburista ni deja de tener una vaga simpata por Justo. En las mencionadas memorias, que componen un escrito excepcional, menciona el episodio dramtico del cerco a Crtica, el da anterior al golpe, y su sigiloso escape del edificio de la Avenida de Mayo, con los ejemplares de la edicin incendindose y los canillitas gritando alrededor. Los elementos conceptuales de la Concordancia eran extrados del Orden Conservador y de variados afluentes nacionalistas. Estaba la curiosa presencia de los economistas del socialismo inspirado en De Tomasso, figura central en aquellos aos, pero que para la poca que ya vemos transcurrir, haba fallecido muy joven. Noble piensa en una Argentina Potencia, slogan que Pern no rechazara luego, pero el

lenguaje que el coronel percibe como ms adecuado por establecer su eje epistemolgico entre el pueblo y las fuerzas armadas, es un doctrina que llevar su nombre, su voz, su modelado chispeante, que se cuida de omitir una visin de proteccin patronal sobre los sindicatos segn la bula de Len XIII el socialismo era producto de malos patrones, sino que promueve una extensin de la afiliacin con ciertos niveles de autonoma, pero siempre en relacin al Estado y una visin menos moralista del conflicto social. Sin embargo, en su momento Pern le confiere a Noble una mdica misin, aprovechando que viaja a recibir el premio Moors Cabot en Estados Unidos. Otro episodio de la relacin lo cuenta Diego Lucero (Luis Sciutto) en su apologa de Noble. El diputado Visca, justicialista pero que en su momento actu en la gobernacin de Manuel Fresco junto a Noble, pretende ordenar el cierre de suministros de bobinas de papal a Clarn. Pern interviene y resuelve de inmediato la cuestin, parte de una tirante relacin que se mantuvo mucho tiempo. Seguir las ediciones de Clarn en esos tiempos, presupone imaginar una ergstula conspirativa Noble fue un conspirador en el 55 donde salen decisiones de redaccin que actan sobre una lnea tenue, donde el exceso de un da es reparado por un supuesto ditirambo, no sin irona, del da posterior. Un episodio ya en el ocaso del peronismo, es la decisin que toma la Secretara de Informaciones del peronismo de obligar a Clarn en ausencia de Noble, de viaje por Europa, de forzar la publicacin en el matutino de una dursima, aunque justa crtica al bombardeo sobre la Plaza. A la vuelta de Noble, se publica otro editorial ya escrito por el propio director, donde, segn Diego Lucero, se aplauda el levantamiento y se condenaba el bombardeo y a la vez, protestaba por las vctimas causadas y ordenaba una colecta que iniciara el propio diario con una suma muy importante. La colecta concluy durante el gobierno de Aramburu, de modo que la suma le fue entregada a este, alguien que no dejaba de tener bastantes relaciones con la decisin del bombardeo. Noble qued con el sentimiento de que haba quedado mal con la Marina, aunque no haba dudas sobre su vocacin golpista. Mientras Clarn intenta acercar posiciones con la Marina triunfante, en el breve interregno lonardista siguen saliendo algunas publicaciones peronistas. El laborista, de la CGT, an no ha sido clausurado. Tambin se publica De Frente, dirigido por John William Cooke, que se inicia dos aos antes de la cada y perdura apenas hasta un ao despus. El proyecto de esta revista es no perder contacto con el pblico cinematogrfico que sigue atentamente en Buenos Aires las novedades de los films donde actan grandes actrices las tapas de De Frente las invocan, como a Greta Garbo y Audrey Hepburn, por lo que la incerteza poltica que se vive en esas antesalas del golpe del Estado, se tratan en forma oblicua, indirecta, pero sin dejar de decir lo necesario. El nmero que coincide con el bombardeo a la Plaza de Mayo corresponde al que sale a luz con el retrato de Hugo del Carril, dibujado con el plumn expresionista y refinado de Alfredo Bettanin, y en el interior de la revista conviven la fuerte condena a ese hecho de sangre y las crticas de cine de Helen Ferro, que luego pasar a escribir en Clarn. De Frente se deja ganar por cierto clima existencialista en sus comentarios culturales, evidencia implcita de su crtica al sistema doctrinario monoltico del peronismo, que no permite el surgimiento de una crtica autnoma. As, se comienza con una publicacin que quiere renovar el mundo hiertico de la cultura oficial peronista. Pero ya estamos en el inicio de la dispora. Entre el eco que han dejado las bombas arrojadas sobre la ciudad, la obliga a tomar el camino de la pobreza en sus medios tcnicos para que pueda subsistir la publicacin y asumir los llamados a una incipiente resistencia que finalmente revela una verdad histrica en el lector de De

Frente, pues la publicacin se ve sbitamente confrontada con la prisin de numerosos dirigentes polticos y sindicales del peronismo. El ltimo nmero, para esta revista que quiso tomar el modelo de la afamada publicacin norteamericana Time, tiene en su tapa al retrato a plumn del preso John William Cooke, con su estampa que no por taciturna y hasta algo acicalada, dejaba de entrever un rostro firme con la comprensin de los difciles desafos polticos que se aprestaban a sobrevenir. Detrs del dibujo de ese rostro, una escena de movilizacin de masas que no quera ser nostlgica sino premonitoria otros tiempos que se esperaba que asomaran. La revista Qu, desde su ttulo encarna una voluntad de concrecin. En la apelacin gramatical el asunto parece ya ceido y en el tratamiento preciso se definen los problemas econmicos y sociales, con un lenguaje tcnico y poltico, sin aderezos ni ornamentos literarios. Ser el rgano de difusin del desarrollismo frondizista. De algn modo puede sospecharse ah el corazn profundo de lo que Clarn gustara decir, con su trato ms leve de esas mismas cuestiones y su obligacin informativa del trfico mercantil y deportivo de las metrpolis sus avisos clasificados, que heredaran los de Crtica y antes los de La Prensa, pero no lo dice por imaginar que debe diluir la formulacin de Argentina potencia en escritos protegidos por la nota de color, la crtica nunca muy profunda de espectculos, el turf y las historietas, que en algn momento comenzarn a ser escritas por autores nacionales. Pero Qu vive el drama del intelectual que acta en la orla exterior del peronismo y ahora desea potenciar el economicismo desarrollista que la revista promete ejercer en el centro de sus visos ms tericos y asimismo ms agitativos, aunque episdicamente no desdea la noticia curiosa y alguna informacin sobre el mundo cultural. El estudioso de la historia del radicalismo, David Rock, la percibe en primer lugar por su opcin visual: todas sus pginas vienen cubiertas con fotos de pozos de petrleo y cables de alta tensin. En el nmero 188, la tapa de Qu anuncia que Aramburu y Rojas son degradados por nuestro director. El director era Scalabrini Ortiz, que en la poca, junto a Jauretche y en contra de Cooke, al que la revista ataca por trotskista, sustenta decisivas expectativas en torno al desarrollismo. Este artculo de carcter irnico y dolorido es casi el final de su camino de revisin personal y balance autobiogrfico y poltico, que haba recorrido hasta el momento. Buscando en la historia del periodismo de denuncia, ensaystico o investigativo, no es fcil encontrar cualquier pieza parecida a sta, si exceptuamos quizs el escrito sobre la muerte del Chacho por parte de Jos Hernndez en el diario El Argentino de Paran, en 1863. Cul es el tema del mencionado nmero de Qu? Frondizi acaba de ascender al grado inmediato superior a Aramburu y Rojas, dejando descolocados a todos sus colaboradores, en especial Scalabrini y Jauretche, que provienen del peronismo disidente. Scalabrini decide escribir unas vidas paralelas entre l y los dos militares, lo que se convierte en uno de los ms importantes testimonios de la percepcin de una paradoja que recorre toda la historia: los autores del golpe haban recibido prdigos obsequios del rgimen, en cambio Scalabrini, que ahora defiende a los cados, haba sufrido el secuestro de revistas en las que escriba y una suerte de sistemtica proscripcin. La pieza es excepcional, atormentada, un tanto sacrificial. Los seores Pedro Eugenio Aramburu e Isaac F. Rojas fueron ascendidos al ms alto rango de sus respectivas carreras [...] yo fui, en el transcurso del gobierno de Pern, un verdadero perseguido. No tuve una sola tribuna donde exponer mis ideas durante casi diez aos Yo tena mucho ms derecho a ser enemigo del rgimen del general Pern que los seores Aramburu y Rojas. El escrito es largo y estremecedor. Scalabrini pasa revista a las realizaciones del peronismo, con sus claroscuros, y traza la historia paradojal del intelectual que ahora va a defender a los que estn en el llano,

y atacar a quienes gobiernan, que los han derrocado luego de recibir medallas de lealtad, permisos de importar automviles y toda clase de prebendas. Queda as situada una encrucijada entre el intelectual fiel a sus ideas aunque los representantes del movimiento popular no lo estimen debido a su ajenidad con la lengua oficial, y los compromisos con sectores militares golpistas a los que se intenta adular por todos los medios. Una historia violenta y timorata, sostenida por dirigentes de escaso rango para elaborar una moral altiva y acaso heroica, que quedan encerrados sin elegancia ni honra en ese juego trgico. Scalabrini lo describe sin limitaciones, en este que sera uno de los ms importantes textos del fracaso poltico de los escritores que se acercan a los movimientos sociales, y sin disminuir su tentacin siempre abierta de poner su primera persona gramatical como firma un tanto soberbia de todo cuanto asevera, simula un decreto donde: artculo 1, degrdase a Aramburu y Rojas a la simple condicin de pollos pelados. La constancia de la firma la acompaa con el nmero de su documento de identidad. El grave artculo era acompaado por una parodia desgarrada. Era un decreto humorstico, como los de las tierras de Ub Rey; pero sin desearlo, trazaba las entonces imperceptibles lneas de niebla no disipadas que conduciran, gracias tambin a tantos otros hechos, hacia cierta madrugada de 1970 en la localidad bonaerense de Timote, donde el enjuiciamiento era tambin sumario pero no mordaz y alegrico, sino de otra ndole. En la misma revista Qu un nmero despus del que Scalabrini se despide del frondizismo, un nmero diverso en el que Jauretche escribe una apologa de Frondizi a la luz de la historia argentina, titulado Frondizi, sntesis de la contradiccin argentina entre civilizacin y barbarie, hay una carta de lector de David Vias. Otra humorada. Son los primeros tiempos del gobierno Frondizi, Contorno ya saca su ltimo nmero, un balance crudo e incisivo del frondizismo en la pluma de Len Rozitchner, y Scalabrini est en los momentos finales de su vida. El joven lector Vias, en el nmero sealado, responde a una seccin de la revista que se titula La macana de la semana. Se trata de un recorte de La Nacin con una publicidad de Manufacturas Piccardo, con este texto: All por el 98 el pas vive momentos difciles bajo la presidencia de Avellaneda. Y el lector David Vias, de San Fernando, que por el solo hecho de responder el error de la publicidad perteneciente a la macana de la semana, ganara una suscripcin completa a la revista Qu, dice: Todo hace suponer que el pobre Avellaneda, muerto en 1885 no era el responsable de los momentos difciles, ms bien imputables a algunos personajes del mitrismo. [...] razn ms que suficiente para que La Nacin, el diario con mayor densidad de historiadores por pgina cuadrada, se haya hecho el distrado frente al bolazo. Por esta poca, Clarn compra una nueva rotativa, adquirida al grupo Hearst, que ya haba cesado sus actividades. La mquina corresponda a uno de los diarios del grupo, el Boston News. Gestores de fciles asociaciones metonmicas: abstenerse. Las grandes rotativas tienen su lenguaje de chirridos, ejes vertiginosos y circuladores de gran velocidad, pero son testigos mudos de los pliegos que imprimen y del enjambre de voces que alimentan. Cada secuencia maquinal es un ronquido gutural que la ciudad lectora traducir en palabras reales, que no dejan de serlo por haber pasado por todos los controles fabriles que Clarn haba aprendido muy bien: un diario moderno es un smil de una fbrica, donde el texto como materia prima va encuadrndose en distintas decisiones que lo pulen, lo tornean, lo injertan, lo desmiembran o sacrifican como muones, para luego salir la pieza labrada para los arquetipos previstos del sentido comn. Los terrenos de la calle Piedras estaban siendo preparados para la futura sede del diario, cuyos constructores seran Aslan y Ezcurra, un gran estudio de

arquitectura que construy el Estadio de Rver, remodel las Galeras Pacfico, las oficinas del ferrocarril San Martn en Puente Pacfico, e infinidad de otras que hoy perviven en la memoria urbana. Inaugurado el edificio en 1960, Noble pudo contemplar su gran obra, casi totalmente inspirada en la estructura edilicia del Miami Herald, en lo que en aquel tiempo se llam arquitectura funcional. En 1954 Arturo Frondizi haba publicado Petrleo y poltica por la editorial Raigal. El libro tiene un sesgo de marxismo un tanto esquemtico, como si un alumno recin enterado aplicase nociones de estructura y superestructura. Sus pginas estaban cubiertas de concienzudas estadsticas, pero en lo fundamental reafirmaba el autoabastecimiento petrolfero sin el auxilio de las inversiones extranjeras. An era el Frondizi del programa del partido radical firmado en 1947 en la localidad de Avellaneda. Noble se jacta de que termina predominando su opinin en contrario: desarrollo petrolfero con capitales del exterior. Este concepto ser el centro de la campaa de Clarn, con Frondizi como candidato, un Frondizi que apareca, para tal propsito, traicionando sus principios del perodo anterior. Los panegiristas de Noble presentan al director de Clarn como pionero de la frmula ms petrleo argentino y a Frondizi como un sucedneo que llega para implementarla desde el gobierno. El desarrollismo iniciaba su camino atendiendo a temas petrolferos con su secuela en la electrificacin del campo y el riego cientfico de la pampa, buscando nuevos minerales en las entraas de la tierra. Era ya el diario de mayor circulacin, vehculo de relacin de avisos de compra-venta que son el tejido ltimo que provena de su ya palpable intervinculacin con las clases propietarias, medias y populares, en la gran colmena de transacciones que protagoniza toda gran ciudad. Las agencias de Clarn se multiplican como ventosas nutritivas del palpitar mercantil en los barrios que destinan a que las grandes maquinarias de impresin deglutan junto a la modesta venta de un rastrojero o un aviso de alquiler, las mayestticas consignas de la Argentina Potencia Mundial emanadas del programa personal del estanciero Noble. En esos mismos barrios, los militantes de una ya numerosa resistencia peronista, escriban otro captulo del periodismo argentino, no menos conmovedor por su rusticidad emanada de sigilosos mimegrafos, sino tambin porque recordaban el alma publicstica de los partisanos universales en sus stanos embozados, en cuya superficie poda haber inocentes quioscos de cigarros y tiendas de utensilios para la cocina y el tocador. As circulan Resistencia Popular donde acta el padre Hernn Bentez, telogo popular, confesor de Evita, hombre sutil y partidario de acercarse a cierto sector del frondizismo, sealando ah el caso de Damonte Taborda, el problemtico miembro de la familia Botana; Palabra Argentina dirigido por Alejandro Olmos y que tena gran circulacin; El Guerrillero, nombre un tanto ostentoso por tratarse de un rgano del Comando Nacional Peronista, ligado a la familia Lagomarsino, con vnculos especficos con Cooke; Combate, Santo y Sea, y dems nombres rpidos que definen los acuerdos y diferencias de los numerosos grupos militantes que por entonces estn bajo la compleja direccin del delegado Cooke, que simultneamente entabla una decisiva y conmocionante correspondencia con Pern. La ambicin declarada de Cooke es que vuelva a circular su revista De frente, pero se encuentra con innumerables dificultades jurdicas y financieras. En la Correspondencia de Cooke con Pern, se leen numerosos comentarios sobre esta prensa clandestina y semiclandestina. Est en juego el voto en blanco en la eleccin de Constituyentes de 1957, o por el contrario, volcar el voto peronista a Frondizi. El diario nacionalista Azul y Blanco, dirigido por Marcelo Snchez Sorondo, escrito por plumas cuidadosas, adversas al peronismo, se destacaba ms especialmente por sus denuncias al frondizismo, sin problemas para ingresar a una zona xenfoba, al

llamar a Frondizi el hombre de Gubbio. Era la localidad italiana de donde provena su familia, adems de acusar a su hermano Risieri, muy pronto rector de la Universidad de Buenos Aires, de haber plagiado un libro de tica de Etienne Gilson, un afamado medievalista cristiano en aquella poca, especialista en Toms de Aquino y San Agustn. Pero el neotomismo de Gilson no pareca una fuente de inspiracin de los escritos filosficos de Risieri Frondizi, situados entre una fenomenologa humanista y una teora de los valores con algunos visos de la filosofa analtica. Ms all del tipo de periodismo que haca el nacionalismo de fines de los 50, heredero de plumas de los 30 bien animosas en su obstinacin autocrtica y bravamente despectivasLa Nueva Repblica (de los hermanos Irazusta, con Ernesto Palacio); Crisol, (de Enrique P. Oss), Bandera argentina (de Juan E. Carulla), en los tiempos frondizistas, Azul y Blanco, cuyo tiraje superaba gracias a su estilo de denuncismo mordaz ms de 100.000 ejemplares, cultivaba una fina irona neo-oligrquica y generaba un nacionalismo con ciertos guios al peronismo popular, siendo su director, el sorprendente Marcelo Snchez Sorondo, que en 1973 sera candidato a senador del peronismo, y el primer editor de Operacin Masacre de Rodolfo Walsh. En Qu, en el mismo nmero que ya comentamos con la honda pero pardica destitucin de los autores del golpe del 55 por parte de Scalabrini, hay una carta a los lectores, firmada por Ismael Vias, hermano de David, y uno de los directores de Contorno, experiencia que ya se hallaba finalizaba. Ismael le preguntaba a Qu, bajo el ttulo irnicamente scalabriniano de Supersticiones del hombre de la calle: La experiencia comn ensea que los capitales extranjeros se llevan ms de lo que traen, succionando hacia las metrpolis las ganancias. Usted mismo lo ha repetido incansablemente [...] La introduccin de grandes masas de capital extranjero, no romper la actual relacin de fuerzas, al unirse a los capitales existentes en el pas? No se convertirn esos capitales en una fuerza irresistible, como lo fueron en su oportunidad los capitales ingleses? [...] Los tcnicos de YPF aseguran que ellos pueden lograr los mismos resultados que cualquier empresa extranjera, por qu no los dejamos? Fueron justamente los hombres de Qu entre los que usted se encontraba quienes usaron ms palabras y palabras sonoras. Hoy esos mismos hombres parecen empeados en darnos soluciones de las que muchos dudamos, contradiciendo lo que escriban antes. No cree que tenemos derecho a pedir explicaciones?. Esta carta acerba, directa y punzante, obtendr una custica respuesta que no est firmada pero sin duda, es el propio Scalabrini el que habla aqu: No hemos cambiado de ideas. Consideramos que se est tratando de realizar una poltica econmica de gran desarrollo nacional. Esperemos los hechos para juzgarlos. Ya Contorno haba hecho su balance y despedida del frondizismo, visto como una interpretacin apenas peyorativa de la realidad mundial del capitalismo. Con lo cual, la izquierda quedaba nuevamente libre de compromisos con las burguesas que de tanto en tanto ofrecan programas progresistas. Hoy nos parecen sombras que viven en las entraas de mohosos papeles quienes han escrito esas notas. Pero el tema sigue vivo, tal como puede comprobar cualquier lector de peridicos aejos. Pero no solo es un tema sobre cuestiones referidas a la conveniencia o no de las inversiones extranjeras, sino qu puede responderle alguien como Scalabrini a alguien como Ismael Vias, en un intercambio que se haca apenas en la seccin cartas de lectores que suele ser el lugar de disidente tolerado o del exacerbado denuncista y que mereca una sucinta respuesta, en la que sin duda aun late el Scalabrini preocupado por el curso que tomaba la discusin petrolfera, cuyo impulso, no sin muchas renuencias de su parte, se encamina con el modo inversionista multinacional.

No obstante, Roberto Noble adjudicaba casi exclusivamente como obra de la prdica de Clarn el comienzo de la accin exportadora de hidrocarburos. Y anuncia el prximo autoabastecimiento, adems de criticar la accin de ciertas empresas extranjeras, a las que llama monoplicas, que impiden que se lleven adelante las licitaciones correspondientes a las plantas destiladoras, el evidente valor agregado de la extraccin de petrleo. Su pluma cobra aliento pico: La Patagonia se ha incorporado al quehacer nacional dndose cumplimiento al patritico anhelo del general Roca, de extender la soberana efectiva de la nacin al extremo sur. Junto con el petrleo, el gas y la petroqumica, se abren las ms amplias perspectivas en el pas. Es cierto que las historias de Noble y Frondizi son todo lo discordantes que se quiera en sus orgenes y sustentos cognoscitivos. Noble comienza en las filas de un socialismo conservador y gira hacia el economicismo de una nueva clase dirigente con intereses en la infraestructura productiva, presuponiendo el peso determinante de una patronal moderna en la creacin de una gran burguesa nacional, y Frondizi comienza en un radicalismo con fuertes matices progresistas, y un declarado economicismo que se nutra de una interpretacin muy esquemtica del marxismo. Caracteres personales diferentes, Frondizi inicia su biografa a la izquierda de Noble, y la culminara, aos despus de fallecido ste, a su derecha. Por as decirlo. Ambos se encontraron en las consigna del autoabastecimiento petrolfero, que en su momento signific para Frondizi, con su libro Petrleo y poltica, muy festejado en su poca, una crtica a los contratos que estaba dispuestos firmar Pern con una empresa de la Standard Oil, para luego cambiar de opinin en el gobierno, y disponer de una amplia serie de acuerdos de perforacin y extraccin con empresas norteamericanas. Nobles seala ste hecho. l nunca haba combatido la posibilidad de los convenios con empresas petrolferas extranjeras. Pern, por su parte, tampoco, como lo afirma claramente en su libro Del poder al exilio. Incluso cree que el golpe del 55 tiene su fundamento en el hecho de que, a pesar de que los nacionalistas que participan de l rechazan el convenio con las petrolferas norteamericanas, su derrocamiento se deba a la razn contraria, aunque con pretextos proteccionistas, pues Argentina precisaba desplegar su poltica petrolfera y haba solo un modo: el auxilio de la bienes de capital importados. En la pintura hagiogrfica de Noble que realiza Sciutto, no se ignora el sabido tpico del patrn generoso que ayuda a las almas que caen en doctrinas riesgosas pero finalmente son salvadas por el apstol, que as confirma la verdad generosa de su pliegue de conciencia, debajo de la rudeza de las rdenes terminantes que se les han escuchado. En este caso, es un pliegue con el cual Noble atiende el caso de Jos Portogalo, gran poeta, un anarquista mstico que entra en la redaccin de Clarn. La Seccin Especial de la polica sigue persiguindolo por ser un peligroso extranjero, y finalmente se extiende un orden de expulsin del pas. Qu hace Noble? Consigui primero que la orden de expulsin quedara en suspenso. Luego, movi los hilos de su influencia para que Jos Portogalo, poeta, premio Municipal de Poesa, fuera amnistiado y luego, aquel expediente que se haba diligenciado en la seccin Orden Social de la Polica Federal, fuera destruido. Estamos hablando de los aos 50. Otro caso en el orden inverso de las ideologas. Len Bouche, periodista que tom una Secretara de Estado crucial: la de informaciones en los ltimos tiempos del peronismo, fue encarcelado pero sacado de su penosa situacin por Noble, que pasando por alto su estigma de peronista maldito, le confi la direccin de los suplementos de Clarn. Bouche haba trabajado en la Editorial Haynes durante el gobierno peronista, y dirigido la revista Mundo peronista. En el suplemento de Clarn,

le toca a mediados de los aos 60, descubrir a un talentoso joven que comenzara a dibujar en ese diario llamado Carlos Loiseau, Caloi. La historia tiene entonces, las pequeas pero intensas golpeaduras del destino. No en vano se dice irona de la historia. La irona de la historia lo es quizs todo en la historia, pues es el milagro laico de la expectativa defraudada. Es un milagro revertido. El no ocurrir lo que se espera pero ocurrir otra cosa que ya fue esperada antes en vano. Toda la antigedad clsica escribi bajo el canon de la irona de la historia. Haba que descubrir ese punctum. All estaa el hecho, lo que se converta en realidad inesperada, vuelco de esperanzas y reparaciones obtenidas por los hombres inciertos mientras los justos eran humillados. El proceder de la irona de la historia supone alguien que encarne la accin que repara otra vez lo que se repar mal. Pero todo ese acto es una experiencia en manos de quien no corresponden. Esa no correspondencia de actos y personas, es una fuerza innominada de la historia que al final, es la que crea verdaderamente los nombres. Pero est la posibilidad de hacer todo esto calculadamente. En una suave proporcin que el hombre de profesin no dadivosa puede concederle a la ddiva proporcin que pude surgir de clculos del empresario que publicita su don humanitario de cuota fija, o de los hados ascticos que le confirman que el capitn de industrias es un sacerdote de la curva de precios y ganancias, se encuentran los beneficios a un nmero escueto de anarquistas perseguidos o a las familias de sus porteros, mayordomos o coadyuvantes. Pero es cierto que Noble no es solo un empresario de la fe sino un pionero de industrias, con capacidad de manejar un amplio abanico de ttulos rimbombantes. Argentina Potencia Mundial, bajo el cual recoge muchos de sus editoriales de Clarn. No obstante: posee un rasgo mstico en relacin a las mquinas. Hay zumbidos que se alzan desde las entraas de acero de esos seres inanimados, traducibles en dolor, llanto, alegra. En el trasfondo antropolgico del desarrollismo encarnando una epopeya vital, o para mejor decir, una antropomorfizacin de las grandes maquinarias. Pero tambin su telurizacin. Las mquinas tienen races de acero hundidas en la tierra. Esa fantasmagora pone el desarrollismo cuyo motor es de papel-diario, en el itinerario de una teora econmica de tipo cosmognica. Quizs el empresariado argentino salido de este mismo cuo, no tuvo en ninguna otra oportunidad, que no esa, alguna cercana con cierta lengua econmica epifnica de este cuo. Un equivalente mstico a lo que Manuel Aznar, amigo de Noble, en ese momento embajador de Espaa en Argentina, y padre del que sera reciente presidente de ese pas, dictamin como un talento, el de su amigo Noble, que adems de otros componentes ms comprensibles, posea tambin la estrella de Napolen. Los editoriales de Roberto Noble son una catequesis continua. Como economista de un desarrollismo liberal, apenas abriendo una ligera excepcin para ciertos casos especficos de tolerancia a la inflacin, pero siempre con niveles de ajuste en el gasto pblico, avizora en la irresolucin de la cuestin del peronismo una prxima accin militar que podr detener algunos de los adelantos que se adjudica l en gran parte; esos niveles de autonoma energtica y cierta estabilidad monetaria que se haba logrado. Despus de muchos circunloquios de los que habitualmente no hace gala como experimentado y tenaz editorialista, Noble llama a cerrar odos a los rumores que desliza la intriga; sacudamos la cabeza para liberarnos de la maraa confusionista. Los rumores eran el golpe. Parecera hablarse a s mismo. Y concluye: Hay una verdad republicana: salvar el orden constitucional. Corre marzo de 1962. Frondizi, el hombre que tena una difcil relacin con Clarn, con el que Noble disputaba la vocera del desarrollismo, va preso a Martn Garca. Queda el dbil

gobierno de Guido. Noble se conforma, no hubo golpe, apenas sucedi que nos hemos dado un nuevo gobierno constitucional cuya nica defensa es su propia debilidad. Trataremos de consolidarlo y salvar con l, definitivamente, el porvenir de la Repblica. Poca cosa en materia republicana cuando los fastuosos proyectos econmicos parecan salidos, en cambio, de la maquinaria arltiana de un Astrlogo de los Oleoductos. Basta comparar esta actitud economicista, que desbalancea el supuesto republicanismo vigoroso que hubiera debido acompaarla, con lo que cuenta una novela de Jorge Ass unos aos despus estamos adelantando un poco los tiempos de este relato al situar las acciones en plena redaccin de Clarn, ya en pleno gobierno de Videla. Conocamos la redaccin imaginaria que brota de Los lanzallamas de Arlt. Dos dcadas despus de la muerte de Noble, Jorge Ass se convierte en un destacado periodista de Clarn, donde firma una columna con el nombre de Oberdam Rocamora; crnicas urbanas que cultivan una maledicente picaresca con unas gotas de lirismo tenue, para el entendedor. El diario tira en pleno Mundial de Ftbol, casi un milln de ejemplares cotidianamente. Antes, As haba escrito Los reventados, donde impera lo mejor de su estilo de de dandy plebeyo, con apologas cnicas de los intrusos que asaltaban vidamente la poltica y de una jocosa comparacin entre los valores timoratos de una pobre democracia frente a los divinos aventureros que hacan del Estado un teatro vulgar que derrochaba irreverentes pantomimas. En Los reventados completa su trnsito desde la izquierda hacia un realismo poltico egocntrico y de ponzoosa jocosidad. Intenta capturar la lengua coloquial de la Buenos Aires del 70 presentando una antropologa burlona de personajes sobrevivientes. No, no podra ser Arlt. Ass enfrentaba entonces el mundo pico de la militancia poltica con una fauna picaresca que justo en ese momento estaba dispuesta a vivir de la simulacin y del fraude. Eran simpticos timadores que al costado de la carretera donde pasaban multitudes entusiastas y vociferantes proclamando sus credos, intentaban realizar sus negocios de sobrevivencia. Ese batalln de perillanes pretenda vivir de la venta de cotilln poltico en un momento de efusin social. Como mercachifles improvisados, solo mostraban el afn individualista de medrar con la historia colectiva, mientras a la distancia se escuchaban las voces picas, fundidas en un mismo ritmo con su misin histrica. Esta horma de antropologa social picaresca marcar su itinerario posterior, que no del caso comentar aqu. El reventado era alguien que Ass trataba con extrema simpata, pues eran los personajes de discurso estropeado y con conciencia utilitaria, representando el detritus que poda poner en jaque a la poltica pero al mismo tiempo adverta que la historia estaba acechada por los fantasmas mal resueltos de una equvoca exuberancia popular. Pero cuando un reventado dice: Qu me decs! Te lo imagins a Rosqueta ahora? El loco fumando importados, un buen whiscacho, en el Sheraton, para l es muy fcil ser bacn, podemos comprobar que en mundo confesional de los deseos mantiene una identidad de bon vivant, mientras que en Arlt la ensoacin de un futuro beatfico lleva a un contraste lacerado en el que resalta la erosin insuturable entre la cada y la redencin. Porque mientras en Arlt se encontraba una angustiada demonologa, la literatura de Ass marchaba hacia un intento de captar trozos vivos de un idioma realmente escuchado en las barriadas de la poca: la astucia depredadora se presentaba como una acuarela taumatrgica del popolo minuto sin angustia, despojada del embrollo de la imaginativa, torturada y farsesca antropologa criminal de los locos arltianos. Cada lnea de Arlt perteneca a una suerte de alto horno dialectal, incandescente de corazones turbios y desmesurados en los que subyaca mucho ms que una candorosa ausencia de

la moral burguesa, seguida por un astillamiento (un reviente) de la conciencia en nombre del juego particular de ventajas. Hallbamos en ella el secreto mismo de lo humano baldado por el juego de crear un despotismo de dioses falsos que festejan la muerte de la libertad como un acto esttico, espeluznante y desatinado. Pero la teatralidad de los personajes de Ass se hallaba despojada de trascendencia y caricatura. Hay en ellos un resentimiento prctico, de fines encubiertos pero realizables, y el disfraz no pertenece a una metafsica de la caricatura sino al ramillete necesario de tcticas para realizar el acto astucioso de la lucha por la vida. El punto de vista de los reventados de Ass -esos hombres destruidos por dentro que venan a representar alegricamente las fallas del orden establecido- implicaba tambin rebajar la intencin arltiana de arrastrar escorias de perdidas religiones y de despticos utopismos. Pero por otro lado enseaba que haba que bucear en un bajo fondo de anmalos bribones para trazar un fuerte juicio sobre la actualidad. El reventado exhibe su caos anmico de diversas maneras: mientras en Arlt se trata de discursos delirantes asociados a la reinvencin alqumica del mundo por lo que su lenguaje surge tambin de una fbrica de enunciaciones profetistas y extasiadas, en Ass estamos ante criaturas que solo disponen de un saber simulador, advenedizo y aprovechador. Solo podemos reconciliarnos con ellas no porque expongan la metafsica onrica de los grandes conspiradores y asesinos rituales, sino porque son desamparados sociales entrenados en el timo y la impostura de sobrevivencia. Con nuestro resentimiento, Vitaca, podemos hace una ciudad, dice Rocamora en Los reventados. Y acaso se nos hace posible recrear una sonoridad arltiana en esa frase. As como en esta otra: tenemos que estar siempre colgados de la liana, agarrados como garrapatas, tenemos que estar siempre al costado, Vitaca, prendidos. Y si alguna vez en este pas manda el Partido Comunista, nos compramos una hoz y un martillo y chau, seremos revolucionarios, es todo curro. Quizs sean frases arltianas partidas, remotos rumores de Erdosain o del Astrlogo, que no llegan a consumar su esplendor porque Ass las detiene en un cinismo unilateral que no tiene la contrapartida de la dolorida autodestruccin. Por eso, es Ass mismo quin mucho tiempo despus hablar irnicamente del conjunto de opiniones de mediados de los aos setenta, que insistan en atribuirle la responsabilidad de ser una suerte de continuador de Roberto Arlt. Lo cierto que la cuestin del Partido Comunista tiene su peso en el itinerario de Jorge Ass, y l mismo le dedicar una reflexin no exenta de agudeza en El sentido de la vida en el socialismo: No debo anticiparme al infeliz eplogo de mi actuacin de decadente intelectual mundano pero divertido. Cnico y pueril pero bien alimentado, dice Ass de su personaje de Nobles a la carta. En este ltimo relato breve, de muy buena resolucin y sutil humorismo, Ass pone a prueba su concepcin picaresca de la historia: el plebeyo de Villa Dominico crea una escenografa falsa con nobles decadentes que ofrecen sus servicios nobiliarios en una noche de ilusin y comedia. La verdadera falsedad se halla alojada en esa casta nobiliaria deteriorada, y el intelectual argentino que los convoca tiene oportunidad de reflejar en ellos su propio escepticismo y desencanto a travs de una causerie bellaca. Se trata de un Jorge Ass escudado en mscaras que actan al ras de las identidades verdaderas, presentando ahora a reventados de alto copete, en la figura de estos descendientes degradados de los salones proustianos. El sesgo autobiogrfico detrs de un embozo apenas distanciado, o la presentacin de personajes con nombres que en su retintn sonoro conducen a los nombres reales, es quizs una de los recursos ms antiguos del roman a la clef, del que Ass se revela como un cultor rpido y entusiasta. Abusa de este mtodo? Sin duda, pero ahora, a diferencia de Diario de Argentina, donde el sistema de remisiones cuenta

con una matemticas de desciframiento de traduccin casi inmediata Citrymblum, Camilin, Ernestina de Noble, Magnetto, son fcilmente descifrables, Ass emplea esta prctica para mirar con cierta melancola su propio pasado poltico, su anterior renombre literario y un perdido mundo amoroso sustituido por simulacros mundanos y desconfianzas mutuas. Entonces: esto tambin produce efectos sobre uno de los temas caractersticos de Ass, la conquista amorosa en trminos de victorias carnales relatadas con rstico lenguaje de batalla. Esta seduccin contada con una potica que hace hincapi en lucros sexuales inmediatos, deja lugar ahora a una reflexin ms atenuada, revelando el trasfondo persistente de situaciones como stas, la lrica desolacin que acontece despus que ocurren esos encuentros ganadores. En La noche del mouton el galn chasqueado medita de este modo sobre la situacin que lo llev a caer en una inesperada tela de araa del destino: En todo caso, poda buscar el 'Mabillon' de Saint Germain, donde se juntaban los insomnes y los desesperados por encontrar fragmentos de tibieza hasta que invadiera el da. Pero es en El sentido de la vida en el socialismo donde estos elementos de compensacin nostlgica (desesperacin y tibieza) aparecen con ms fuerza en la plusvala del pcaro. Se trata de una crnica bien lograda en su irona y mordacidad sobre las reuniones de especialistas mundiales, en Pars y en Mosc, con el trasfondo de la crisis del socialismo real y la cada de la Unin Sovitica. Los apuntes de Ass son chispeantes y certeros, retratando con el antiguo desenfado de Oberdam Rocamora y la risa interna de un embajador de pacotilla, el movimiento de personajes acadmicos y polticos que son fantasmales desdoblamientos de la sempiterna figura del granuja, ahora bajo el hueco prestigio de las mscaras de un ministro francs de cultura, de un infatuado presidente checo o del mismsimo Alain Touraine, bocetado con burlona pincelada. Sobre esta descripcin no pesan reclamos de pesquisa y el ansia informativa que podra encontrarse en un agente de los servicios de inteligencia, como el que se desempea en Partes de inteligencia, un relato de Ass datado en la poca alfonsinista, donde juega en el extremo de la confianza que podra dispensarle el lector en el sentido de que su personaje mantendra las adecuadas proporciones del distanciamiento literario respecto a la efectiva (o sospechosa) materia histrica que est tratando. Pero al igual que aquella novela de fines de los ochenta, en El sentido de la vida en el socialismo dedicado a Simn Lzara y Fernando Nadra estamos ante un retrato del mundo profesional donde actan las ideas, los intelectuales y los expertos en lenguajes culturales. Repleto de nombres propiciadores, este escrito trata de un modo que luce simple pero eficaz el grave problema del resquebrajamiento de los mundos histricos y el lenguaje con el cual una camada de intelectuales se refiere a l. Est en juego la palabra socialismo, y el logro del ttulo del escrito es quizs lo que mantiene la fuerza de este balance autobiogrfico donde el astuto vagabundo que pens en ser una garrapata en la historia busca ahora el propio sentido de su vida poltica. Percibe quizs que lo nico que le queda es la nostalgia, y al fin, que ese podra ser el sentido de la vida. En el socialismo y en cualquier otro sistema poltico de ideas. Hay que llegar sin embargo a Lesca, el fascista irreductible,, para percibir el intento de Ass de reunir a la vez dos propsitos vinculados al sentido de la vida. El primero, un proyecto novelstico que ingresara al drama de las ideas del siglo veinte con un personaje argentino en Pars. Se trata del fascista Carlos Lesca personaje que Ass extrajo de una realidad histrica verdaderamente acontecida en el cual esboza una vvida acuarela del mundo intelectual rioplatense que acta en los cenculos culturales y polticos parisinos, en paralelismo con la presencia all de Victoria Ocampo. Pierre Drieu La Rochelle, el mohno literato y crtico fascista dueo de una escritura acaudalada, elegante y perspicaz, quin tambin supo ser partiquino amoroso de

Victoria Ocampo, ser el vrtice que vincule ambas experiencias, pues tambin entra en tensiones con Lesca a propsito del control de la revista fascista Je suis partout. El segundo, un guio limtrofe a los lectores por el cual se invita a juzgar un relato que juega con fuego, pues es lo necesariamente arriesgado como para mostrarse en contacto con muy precisos conocimientos sobre el mundo intelectual del fascismo y del colaboracionismo francs, y lo necesariamente impersonal para que se extraiga una conclusin tajante: el desafo provocador de recordar a un fascista argentino disputando con el nervioso intelectual Robert Brasillach la direccin de una revista cultural de combate en Pars, tiene el propsito oblicuo de revisar el mundo intelectual de las derechas nacionalistas argentinas de las que el plebeyo Ass desea decir que se siente y aspirara seguramente a que se reconozca esto- enteramente ajeno. Y lo debe mostrar con el tono, el sentido y los clculos narrativos contenidos en Lesca, el fascista irreductible. Estamos ahora ante una novela de porte clsico, donde el movimiento de los personajes se realiza invocando fuertes hojas ideolgicas, que son la estopa de la que estn hechos los sueos de estos calamitosos mortales. Muy lejos de los reventados, por fin aqu no hay criaturas que se subieron como arcnidos estafadores al carro de la historia, sino que estn en ella con plenas convicciones. Pero no son criaturas de izquierda, sino trgicos personajes de la derecha europea en dnde acta un argentino que quiere demostrar desatinadamente que la literatura de Celine es inferior a la de Hugo Wast. Es quizs por esas disonancias entre el tema y el alejado tono de voz que escoge para relatarlo, que percibimos que Ass ofrece un material limtrofe, que a sus numerosos detractores les confirmara lo que le preparara el destino el encuentro con las derechas fuertes del siglo pero lo que en verdad ocurre decimos aqu nuestro parecer es que Ass se prepara con comedimiento para descartar con elegancia una de las formas de su insinuado destino. Y para decir quizs que sigue recorriendo la cornisa de una literatura estigmatizada y que justamente a travs de un tema fronterizo Lesca, el fascista que enlaza al nacionalismo argentino con los herederos de Maurras quiere mostrar una escritura madura, un trato diestro con personajes ideolgicos del siglo y conocimiento de una materia novelstica nueva. Esas tragedias de las militancias maurrasianas son paralelas y especulares a las que muestra el sentido de la vida en el socialismo. Pero son tambin numerosos y evidentes los guios de Ass en relacin a las discusiones que entabla Lesca con sus colegas fascistas de Pars. Ocurre que los maurrasianos puros no son hitleristas y se disponen a defender su versin verncula del orden jerrquico en contra de los alemanes. Ah, Lesca dice que hay que aceptar que la nica verdad es la realidad, y que es necesario estar contra Maurras para salvar a Maurras. Pero estas humoradas (innecesarias) no consiguen entorpecer lo que es una reconstruccin bien planteada del clima intelectual de la discusin en las derechas francesas y argentinas en los aos 40, lo que remite al posterior enfrentamiento y desprecio del peronismo que mantuvieron estas corrientes. En Lesca, Ass intenta la cuerda trgica. Pero aqu y all resurge el espritu jaranero, quizs irreductible, pero ya lejos de la saga del reventado, del cnico, del servis que le sirve al escritor para jugar con su ataque voluptuoso al aparato intelectual del progresismo. Adnde lleva este juego? Nosotros estamos tambin interesados en una respuesta, en la medida que estamos manteniendo aqu otro ngulo, que se quiere muy distinto del de Ass, pero que tambin desea cuestionar el cuadro de valores que normaliz el progresismo en su versin ms banal. A partir de esos valores se desdearon sin reflexin lo que aqu llamamos la cuestin del libro menemista,

textos sigilosos de la cultura argentina de los que tambin forman parte algunos de los de Jorge Ass. Pero en ste caso, importa dilucidar la relacin entre literatura y poltica de un modo ms inquieto que el que simplemente lleva a apartar de un empelln despreciativo el ciclo Ass de la literatura argentina. Sin la consideracin de este ciclo es difcil explorar de qu modo sigue siendo una cuestin del estilo esto es, de retrica e ideologas de escritura el vnculo entre los programas polticos, las ticas personales y los valores literarios que un escritor expresa. Acabamos de definir, tambin, al periodismo. El ciclo de la obra de Ass sigue ah. Pero su proyecto de crear una subjetividad novelstica perdurable el reventado como hilo interno de la historia argentina contempornea, con su voz anti intelectual poniendo a prueba, cuestionando o ridiculizando las ideologas insomnes de cada hora y una objetividad narrativa inspirada en arrasadoras chispas de coloquialidad ese flujo de palabras extrado de un habla que se quiebra entre los pliegues internos de sus tcticas astutas o maliciosas se puede considerar ahora como vulnerado. En la doble fantasmagora de un bloque de lectores situado en el andarivel progresista que lo reprueba y su encuentro con la figura del Embajador, l mismo presentndose como realizacin exquisita de la fbula del marginal que tropieza con la canallera y el divertido fingimiento de la aristocracia parisina decadente, su literatura debe cambiar hacia horizontes inesperados. Una novela histrica? Prisionero de los mismos dilemas que justificaron el arranque de su potica de la garrapata, Ass probablemente ve llegado el fin del largo perodo que va del Partido Comunista a Embajador cultural de Menem y de la antropologa literaria del reventado hasta los conspiradores fascistas que retrata como un episodio ms de la fascinacin y del fracaso argentino en Pars. Con todo, estos fascistas con los que Ass coquetea para distanciarse sin dar el brazo a torcer (esto es: sin dejar de convocarse literariamente junto al tema peligroso), tambin son presentados a travs de ese perseverante pespunte que late en sus desempeos: tambin son canallas y atorrantes, tienen algo de vividores de las ideologas, siempre al costado del camino, aunque en ste caso ese rasgo furtivo acta desde un segundo plano que no afecta el hilo trgico que los mueve. Y aqu retomamos la historia de Clarn. La lucha en el interior de la redaccin de Je suis partout se asemejan a las que ocurren en el mbito del Diario de la Argentina, la novela de Ass sobre el peridico que lo hiciera clebre y luego lo negara como una envenenada flor mal robada. Los personajes de Diario de la Argentina no son pieles translcidas pero dejan avizorar una segunda capa existencial donde los nombres reales revelan el propsito novelstico del cronista irreverente e impdico que se ve obligado a romper con perdidos lirismos (como lo muestra la apelacin al paraso perdido que tena el logrado ttulo Flores robadas en los jardines de Quilmes), sino que abren sus poros hacia un espacio trgico. Quizs en esta novela sobre Clarn, aunque teida de los dramas amorosos que salen del ltimo socavn de la picaresca de los desesperados sin rosas de cobre, tiene la irrenunciable importancia de que indirectamente capta todas las tensiones de una redaccin, como cuerpo colectivo de la poltica y la escritura, pero tambin como vertedero de vidas que provienen de sus propios detritus, o siendo ms magnnimos, de su propios fracasos polticos, tornados luego en un tipo de cinismo que quizs da la materia ntima de grandes y desventurados periodistas. As ve en esa redaccin dos trnsitos. Primero, el recorrido amplio que hace un puado de periodistas destacados hacia la conversin en periodistas con firma. Segundo, la prdida de influencia del desarrollismo entre los directivos de la Empresa Clarn.

La figura de Noble corresponda a la de un pater familiae, amigo de la caza mayor, amable visitante de la Espaa de Franco, que le deba recordar al gobernador Fresco de sus mocedades, noctmbulo que reparta personalmente la seccin clasificados de Clarn antes que saliera el cuerpo del diario, en la fila de desocupados que esperaban bajo el fro en la calle Tacuar, empresario que vea en los diarios una transfiguracin de la poltica a travs del concepto campaa periodstica como la que emprende contra Illia por haber decidido el cese de los contratos con las petrolferas multinacionales, acto que considera tpico de una decisin de un comit de barrio y desde luego que sin ese mismo desprecio, en sus ltimos aos crea un mbito de discusin con sus amigos Frondizi y Frigerio sobre la cotidianeidad poltica del pas llega a pedir paciencia ante la gestin econmica de Krieger Vasena, no siendo este el caso de los dos polticos mencionados anteriormente, y emplea bastante tiempo en demostrar que las conferas, abedules y arrayanes de las zonas fras y hmedas de la Argentina son superiores a las arboledas finlandesas, pas que visita lpiz en mano, haciendo cuentas sobre las estructuras econmicas que exigira una empresa de papel de diario en el pas. La compara, desde el punto de vista de su ideal de autoabastecimiento, con el mismo nivel que debera alcanzar la produccin de energa. Es el comienzo de Papel Prensa. Muere en 1969. Su viuda Laura Ernestina y su hija Guadalupe de otro matrimonio entablan querellas judiciales por el control de la empresa. Altos funcionarios de la misma ya eran Hctor Magnetto y Jos Aranda. Las ltimas campaas de Noble, refutando el concepto de fin de las soberanas nacionales del Ministro de Guerra del Brasil Juracy Magalhaes cuya finalidad era imponer la idea de fronteras ideolgicas, tuvo cierta repercusin en otros medios internacionales. Sus bigrafos escriben no sin orgullo que fue comentada hasta por el mismsimo peridico Le monde. Captulo 18. La Nacin y el peronismo Ocurrida la Revolucin del 30, un hecho ms en la saga de la inestabilidad argentina o de su nombre resolutivo: los golpes de Estado, La Nacin sigue ejerciendo su derecho a realizar la poltica desde arriba. Ese bonapartismo periodstico que segn Ricardo Sidicaro, los descendientes de Mitre encontraban ms rendidor que ligar el diario a una faccin especfica. Con el tiempo el diario usufructuara esta posicin irreal de faccin que no se considera faccin, de tica particularista triunfadora que se arroga el canon de la universalidad enjuiciad ora y objetiva, pero ahora se trataba de reclamarle a los autores del Golpe una rpida solucin institucional. No estuvo contra el golpe, pero est contra los idelogos del corporativismo o del abandono de la Constitucin liberal que proclaman quienes lo han dado. No obstante sigue publicando a Lugones, que insiste en que el ciclo revolucionario debe extenderse. Gambito elegante del diario: junto al artculo del autor de La Grande Argentina una advertencia de la direccin dice que no se comparten esos criterios, que solo se encuentran all en virtud de la libertad de expresin. Pareca el diario de los Mitre inclinarse hacia una salida alvearista, lo que muy pronto se ve dificultado por la insurreccin racial de Corrientes a cargo de Pomar, un teniente coronel radical filiado en el yrigoyenismo. Alvear de todas maneras es proscripto y el resultado de esas elecciones fraudulentas da origen a un largo ciclo conservador, que asimismo preocupa a La Nacin. Sin abandonar su prdica anticorporativista, ir aportando medidas de cierto control del Estado en el movimiento general de la economa, eso sin dejar de sentir la molestia de las publicaciones de Leopoldo Lugones, que mantena, hasta que hacia mediados de 1931 decide interrumpirlas.

No eran fciles las relaciones con el gobierno de Uriburu, que muy pronto clausura el diario sin el cual, puede decirse, no hubiera habido golpe de Estado: Crtica. Aprovechando esa situacin, La Nacin ensaya una sustitucin para la ausencia de Crtica en el espacio de la prensa vespertina, en el que reinaba sin discusiones. La nacin sostiene entonces, como diario de la tarde, a Noticias Grficas. Curiosidad vibrante de la poca. Los hombres de Crtica responden con Jornada, ya que el nom dorigin estaba prohibido. Entonces, La Nacin comienza a recibir las acostumbradas crticas a su camalenica facilidad de participar en desestabilizaciones y luego invocar a los dioses tutelares de la democracia regenerada, y es la publicacin emanada de Crtica donde se dice de La Nacin que ha adquirido un espritu fascista, con una estulticia que es reflejo del mitrismo. No es mal epteto, salvando muchas de las notables plumas que el diario haba acogido durante dcadas. Pero la estulticia estaba radicada en su actitud de suponer que el golpe era bueno porque intrnsecamente golpista era el yrigoyenismo, y que luego, como si no importara tal despropsito institucional, volveran las aguas al cauce democrtico normal, amparado por los demiurgos que echaban luz en las tinieblas desde los timones editoriales de La Nacin. Botana no era rival fcil. Pero en 1932 asume Justo y La Nacin reacomoda las cargas; no desdea al gobernante pero debe salir tambin a marcar algunas cuestiones que aun en un tono ms leve, a propsito de de las decisiones sobre carnes sancionadas por Inglaterra en Ottawa no dejaban por el momento de ser las mismas que estaban inscriptas en el programa antibritanista de los Scalabrini y los Irazusta; desde luego, tambin en Lisandro de la Torre. Pero enseguida se firma el pacto Roca-Runciman, que La Nacin festeja, y que ser la piedra de toque se un nuevo denuncismo y ensayismo historiogrfico adverso a la influencia inglesa en el Ro de la Plata. La Nacin encontr la tabla de salvacin en el apoyo a Federico Pinedo, ministro de Hacienda del general Justo, antiguo socialista conservador, que impuls decisiones estatales a favor de sectores ganaderos, parte de las intensas y numerosas decisiones en torno a Juntas Reguladoras que estimulaban la proteccin estatal en todas las reas donde la economa agropecuaria del pas era ms dinmica. La prdica proteccionista y proindustrialista se extiende durante todo ese tiempo, en tanto La Nacin se ve en problemas por denunciar la detencin de personas que conspiraban para entronizar un Tercer Reich en la Argentina, lo que motiva que un informa el embajador alemn a Berln vea a su vez a La Nacin como un diario comprado por un sindicato norteamericano, de orientacin juda. Segn Sidicaro, la misma actitud toma el escritor nacionalista Ramn Doll hombre no despojado de gracia literaria, de alguna manera antecedente de la irona jauretcheana- y el diario El pampero, uno de los ms reconocibles del vasto universo de publicaciones nacionalistas, retoma el mismo motto antisemita para calificar a La Nacin de rgano de capitales judos. Y crtica sobre crtica, luego advertir a La Nacin de que cualquier politizacin en el ejrcito, que tanto le preocupaba a los herederos de Mitre, no era sino una legtima reaccin para evitar que la Argentina sea sometida a la influencia norteamericana y a la vez sionista. En trminos de estos episodios no es inadecuado recordar que sometida a las suspicacias de las agencias nazis que actuaban en Amrica Latina, el diario tambin actu censurando artculos en caso muy renombrados a los que un sector de la opinin pblica los sealaba como contrarios de los necesarios resguardos de la familia catlica. Es el caso de Carlos Alberto Leumann, crtico no exento de ulica sutileza, director del suplemento dominical de La Nacin que en 1927 publicaba en ese mismo suplemento una ficcin sobre las relaciones entre Jess y Mara que la Iglesia consider herticas, consiguiendo que el diario La Nacin se disculpe de haberlas

publicado, en un ensayo de censura ex post-facto. En la laboriosa construccin de su liberalismo vinculado a las clases poseedoras de la renta agropecuaria de ms espesura y a la Iglesia, ms adelante el diario decidira ponerle cortapisas a las antes elogiadas medidas de Pinedo, pues ahora les pareca que peda demasiados esfuerzos a los productores privados mientras el Estado no autocontena sus gastos. Surge con ms fuerza el credo que rechaza cualquier intervencionismo estatal, a no ser aquel que beneficia a los agricultores con la compra de la cosecha en momentos de dificultades econmicas. Se van consolidando en el matutino que corrige, en varios grados de simpata hacia los compromisos corporativos, sus anteriores aprobaciones a las juntas reguladoras de la produccin y el comercio que el conservadorismo haba propuesto en la dcada que haba transcurrido. Temas como el gasto pblico, el aumento de empleados estatales, la presin fiscal emanada de una burocracia oficial, etc., inauguran en ese tiempo una lnea de trabajo que la caracterizar de all en adelante. Aunque su toma de posicin contra a los grupos germanfilos y su inters editorial en que se realicen elecciones no manipuladas, le atrae la atencin favorable del diario La Hora, publicacin comunista dirigida por Victorio Codovilla, histrico secretario general del Partido Comunista argentino. El golpe de 1943 cont con el apoyo del diario La Nacin, de la Unin Industrial y tambin con el de la Unin Cvica Radical, con las firmas informa Sidicaro de los jvenes dirigentes Ricardo Balbn y Oscar Alende. Pero no era fcil descifrar su signo ideolgico en la maraa de grupos en que subdivida el ejrcito, donde haba oficiales partidarios del eje, otros simplemente de interrumpir el ciclo conservador, y otros liberal-conservadores con menos pretensiones ideolgicas que econmicas, pues pensaban que un plan industrialista que retomara iniciativas anteriores, ya era una justificacin histrica elocuente para una movilizacin de tropas que en su cometido golpista, haba generados escaramuzas como la ocurrida enfrente al edificio de la Esma, con muchos conscriptos alcanzados de muerte por la resistencia de la infantera de marina. Pero el ostensible rotulo de germanfilos y aliadfilos reparta en hemisferios diferenciados la poltica militar y obligaba a cada fuerza civil a establecer distintas alianzas. Con todo, a La Nacin se le abren ciertas expectativas favorables por la intervencin en el Departamento de Trabajo y Previsin, de un coronel que hasta el momento haba actuado en activas logias que preferan ciertas penumbras conspirativas, y que ahora sala a reactivar la vieja institucin creada por los conservadores en la poca de Joaqun V. Gonzlez, que ya desde su nacimiento haba promovido armoniosas relaciones entre el capital y el trabajo. Pero los aires censores que transitaban por el gobierno militar y la demora por romper relaciones con el Eje, la preocupaban hasta tal punto que a mediados del ao 44, una colaboradora escribe una apologa de la condicin del estadista mitrista, roquista, pellegrinista, contra las deficiencias que ofrece la condicin del demagogo, temeroso de la libertad de prensa y amigo de las decisiones en gabinete cerrado que despus encubre el lenguajes estridentes y directos. No era se el credo de La Nacin, lo que desde su tribuna de doctrina haba afirmado con tanta insistencia? S pero no. Atemorizada por el mismo artculo que haba publicado, La Nacin se desdice de l, pide disculpas al presidente Farrell por lo que considera una falta de respeto y expulsa del diario a la redactora de la pieza autoincriminada. Llega incluso a elogiar el famoso discurso sobre la Defensa Nacional, que Pern da en La Plata, en la ctedra universitaria que haba sido creada anteriormente por Alfredo Palacios. Se recordar que dicho discurso hablaba en trminos novedosos de la defensa nacional, ligndola al mercado interno y al autoabastecimiento de armas, lo que en definitiva significaba la alianza clausewitziana entre soberana nacional, movilizacin social e industrializacin

autnoma. La Nacin aprueba los trminos del discurso y derrocha elogios, incluso critica a quienes se atrevieron a criticarlo. La defensa de Pern que hace La Nacin por ese discurso fundado en las antiguas doctrina de la movilizacin blico-industrial motivada poro la suspicaz interpretacin que hace el Departamento de Estado de los Estados Unidos- es ms vehemente que la que poco despus har el propio Pern en su respuesta a la mencionada organizacin del hemisferio Norte. Como es notorio, estamos siguiendo en general, apenas con unos pocos comentarios adicionales, el trabajo de investigacin sobre el diario La Nacin que ha realizado Ricardo Sidicaro. El seguimiento que realiza est recubierto de interesantes paradojas y matices, desarticulando con precisin una historia que en este y otros temas se cuenta con estereotipos, que sin ser inexactos, se tornaran tan fundamentales como abstractos. Sigamos pues el hilo de esta historia. Si bien a La Nacin no le gustaba el estmulo que el coronel Pern les daba a las organizaciones sindicales, llamaba a mayores niveles de concordia con el empresariado y se congratulaba con el clebre discurso de Pern en la Bolsa de Comercio, donde pareca insinuar que esa misma concordia se hara para conveniencia empresarial, si al mismo tiempo se aceptaban los derechos sociales, que evitaran males mayores. Pero las numerosas medidas de ndole social-progresista no conformaban a los sectores empresariales del agro y la industrial, y si bien una declaracin de Pern de que no sera candidato es saludada por La Nacin, el balance que hace hacia el ao 45 de la experiencia que abri el golpe dado dos aos atrs, no era lgicamente alentadora. La Marcha de la Constitucin y la Libertad fue apoyada entonces por el mismo diario y la Plaza san Martn llena permiti palpar momentneamente que el crecimiento de las fuerzas inspiradas en los vaivenes perspicaces del audaz coronel, haban sido detenidos. Incluso se permiti interpretar todos los acontecimientos de este breve y dramtico perodo como la reiteracin de las batallas entre los partidarios de la Constitucin y los que queran dar su propia ley a la Repblica, antes que como un conflicto bajo el modelo antagnico pueblo-oligarqua, que para ese momento ya era patrimonio natural de la discursividad de Pern. Los acontecimientos se suceden rpidamente. El 17 de Octubre ya se ha realizado. La Nacin editorializa dos das despus. Eran las recurrencias de una parte turbada de la poblacin inorgnica, que nuevamente se desbordaba en las plazas histricas y encenda teas sin objeto ninguno. Eran antorchas hechas con el diario yrigoyenista La poca convertido en cilindro de papel, el nico que apoya a Pern. Al desconcentrarse la marcha, se produce un tiroteo ante las puertas del diario Crtica, donde estaban pertrechados varios grupos antiperonistas. Cae el joven Darwin Passaponti, joven estudiante nacionalista, cuyo padre era un farmacutico anarquista de la provincia de Santa Fe. Con el peronismo en el poder, le llega a La Nacin el momento de hacer una revisin de sus anteriores programas industrialistas Pern le ha retirado la personera jurdica a la Unin Industrial y de lanzarse a criticar las restricciones para la importacin de papel, calificada como medida contra la libertad de prensa. Este tipo de accin indirecta era acompaada con clausuras directa de pequeos y medianos peridicos, como Provincias Unidas, del Partido Radical o La Vanguardia, del Partido Socialista. La articulacin de temas era conocida y ahora queda elaborado el canon: recorte a la libertad de expresin, aumento del gato pblico, corrupcin, control estatal, IAPI, retenciones fiscales sobre el agro, tendencias reeleccionistas, aunque en cierta oportunidad Pern declara no tenerlas, con lo que La Nacin ensaya nuevamente la fiscala alicada un editorial aprobatorio. Por cierto que el peronismo intenta la prensa propia, y en este caso una fuerte centralizacin en la secretara de informaciones es el nudo administrativo del cual depende una variedad de revistas y publicaciones de todo tipo, muchas de las cuales

comenzaron a darse al pblico en la Editorial Haynes. No alcanzan estas pocas lneas para dar cuenta de la capital importancia de esta editorial que sostuvo durante aos el diario El Mundo, que ve su primer ejemplar en esa fecha dirigido por Alberto Gerchunoff, aunque luego comienza otra poca con un rediseo, que presupona el fracaso del primer lanzamiento. Esa ser la sede de las Aguafuertes de Arlt, pero no ignora las contribuciones de Scalabrini y hacia los aos 60, de Quino, autor de Mafalda. Hubo de ser uno de los diarios de gran tirada de la poca, igualando muchas veces a Crtica y La Nacin, en ms de medio milln de ejemplares, y es obvio, esto ocurra especialmente los das en que sala la aguafuerte de Arlt. Haynes, vinculado en los inicios de la su carrera laboral a un empleo en los ferrocarriles ingleses, tena ese genio difcil de describir del empresario de los medios de comunicacin. Rondan por su cabeza las inversiones, los deseos de anexin de otras empresas, los negocios conexos Radio El mundo en su momento y tambin la frvida imaginacin folletines mezclada con el sentido de las economas de escala, de donde salen productos, as los llama como Antena, Sintona, Mundo argentino, Mundo deportivo, adems de la tradicional El Hogar, que afirmaba la mirada auspiciosa del burgus en el seno de su etnografa de gustos de consumo domiciliario en relacin a la recientemente surgida palabra confort, rodeado de las mejores crticas literarias que alguna vez se hubieran hecho en la argentina, a cargo de Jorge Luis Borges, una de las cuales se detiene incluso en criticar la reunin de Trotstky con Andr Breton y el muralismo mexicano Revera, para firmar el manifiesto de los artistas revolucionarios. Borges lo resea y desliza una irona sobre tal pieza relevante de la historia de la literatura contempornea. Paradjicamente, El Mundo, diario del mismo grupo, termina agonizante sus das en los aos temibles de 1972 y 1973, con su marca asociada a la concepcin periodstica y drsticamente comunicativa del ERP. Con la Editorial Haynes en problemas y envuelta en la cruel atmsfera de un remate lo que sucedera aos despus, arrasndose el magnfico edificio de Ro de Janeiro y Rivadavia, uno de los elevadsimos precios que pag la arquitectura de Buenos Aires a los enredos financieros de sus dueos o sus familias, muchas de sus revistas pasan al orbe peronista, especialmente Mundo Peronista, sucedneo de Mundo Argentino, que condensa todas las particularidades de una didctica peronista, pero pasada al mundo ya clsico de las revistas que derivan su opinin y su poder didctico a personajes de historieta, formas humorsticas ms o menos simplificadas y chascarrillos burlones de todo tipo, que son los textos de acompaamiento que recibe el mbito de la retrica formal de la revista, los artculos doctrinarios con las conocidas clases de Pern y Eva sobre conduccin poltica e historia del peronismo. La trama de Mundo Peronista se compone de una lengua total, que incorpora restos de la gauchesca, del dilogo familiar picante y politizado, como un eco de la revista El Hogar pero transfundido en los hogares peronistas donde la clula familiar debate sus posiciones frente a las elecciones, y produciendo en general la idlica sentimentalidad de que el peronismo es un domicilio lingstico completo y sin fisuras, responsable de la inauguracin de una nueva etapa histrica donde los viejos smbolos nacionales subsisten pero bajo una traduccin que alude a las clases productoras y su disciplina verbal y a las formas de diseo modernistas reelaboradas para que el cntico heroico no dejara su faz en la puerta de las reivindicaciones sociales, sino que se adentrara en ellas. As, el escudo nacional clsico, remota herencia de la revolucin francesa, era readecuado en el escudo peronista con otras lneas de diseo, no ovaladas sino con todos sus elementos laureles, manos apretando el soporte de un gorro frigio, el sol presidiendo la escena de fraternidad revolucionaria de alguna manera trastocados con un trazo que hua de la tradicional deriva circular para adquirir

cuadraturas, picos elevados, volutas enrgicas y puntiagudas, adems del referido sol convertido en una abstraccin, si se quiere atractivamente pagana. Pern se quejaba de Haynes, al que consideraba ligado a los capitales ingleses el editor era, por otra parte, ingls, y no estima al diario El Mundo, por ms que ste y sus adlteres esos otros mundos que revelaban los alcances de la mirada anexadora o colonizadora de su editor, ahora pasaban a ser parte, por la quiebra empresarial, del complejo ALEA en la calle Leandro Alem donde se editaron las revistas de Haynes ahora con sus nombres que anexaban con otro nombre la anterior anexin: Mundo Peronista, Mundo Deportivo, Mundo Infantil, Mundo Atmico, etc. La pedagoga peronista en toda su expresin, desde el cntico callejero, la payada, el idioma social del Estado, el aire desafiante de Mordisquito, y la conjuncin extrema del didactismo de la poca, combinar las sintaxis visuales y orales de la radio y el cine, con los textos de las revistas populares, donde interactan dramticamente el chascarrillo burln, la ya impuesta historieta como editorial ideolgico en las sombras y el escrito doctrinario en cuyo interior resuena un timbre de marcha social y algaraba popular que los escritos hacen pesar en s mismos bajo la forma de consignas, muchas veces muy bien logradas, y en algunos casos, con toques no tan remotos de publicidades que recuerdan las figuras enrgicas, arquetpicos pero no sin voluptuosidad, que haban descubierto tanto los publicistas del bolcheviquismo como del fascismo, aunque, debe decrselo, sin los ramalazos de la vanguardia futurista que se perciban en estos dos casos. Todos estos elementos de la sintaxis de los mundos peronistas se hallan en Democracia, el diario oficial del peronismo, encargado de enfrentar con argumentos histricopolticos ms slidos al diario La Nacin, sealando sus vnculos con los capitales internacionales. Democracia tambin sale de los talleres ALEA, y en donde Pern publica artculos con un pseudnimo que revela parte de su estilo humorstico, el chiste sobre el peso del reverso de las cosas el filsofo Descartes tena una rama familiar de apellido Pern, de ah la inversin hecha por ste recobrando el nombre del filsofo del discurso del mtodo, y tales artculos trataban de su viejo tema. Era el tema del discurso militar estratgico en vsperas de una guerra que se vea como inminente, a partir de los sucesos de Corea en 1951, y ante la cual la Argentina poda hacer valer su condicin de pas exportador de alimentos. No obstante, los artculos son derivaciones de sus viejos apuntes de estrategia militar, y no estn ausentes las figuras de sus maestros, Clausewitz, Von Schiefflen, Von der Goltz y hasta Jenofonte, autor de la Ciropedia, uno de los ms fuertes antecedentes de la razn de la guerra y la meditacin del soldado sobre el enigmtico destino. En este panorama, donde Pern suele quejarse de los propios rganos periodsticos del vasto complejo que sale de las imprentas oficiales, a los que se agregan los diarios obreros como El lder o El laborista que recin ser clausurado luego de la cada de Pern pero no por Lonardi, sino por Aramburu, y tambin La Razn, que inclina su lnea editorial hacia el apoyo del peronismo, no pueden dejar de llamar la atencin estos artculos de Descartes. Hasta comienzos del siglo XXI, el diario La Nacin sigue publicando artculos ridiculizndolos, ostensiblemente por su razonamiento militarista, que no es fascista, como apresuradamente lo califica Gambini en una de sus colaboraciones sobre este tema en La Nacin, sino, ciertamente, extrados del acervo estratgico del saber militar prusiano, cuyo norte es la fusin del estado mayor del ejrcito con un estado mayor ms difuso, no compuesto por corporaciones, sino por el estado de la movilizacin social. Y de alguna manera, este razonamiento militar tiene algo de discurso del mtodo, es el cartesianismo no asumido por el peronismo. Y en otra vuelta de tuerca ms, Mundo Peronista vuelve al nombre Mundo Argentino, cuando cae Pern. Lo dirigir ahora Ernesto Sbato, pero por poco tiempo. En un gesto que lo honra era en aquel momento

discpulo de Albert Camus, el gran escritor humanista, con un pepita interna de hombre moral preexistencialista, renuncia poco despus al comprobar que las torturas de la Revolucin Libertadora eran ms intensas en los militantes del peronismo ya resistente, que las que el peronismo haba aplicado a militantes comunistas o estudiantes socialistas. No es fcil escribir esta historia si no se atiende a la paradoja de los nombres, sus leves balanceos ante la historia y la maldita continuidad de las conductas humanas en las esferas de los poltica, que son ms duraderas que las denominaciones de los textos abrochados que salen de las imprentas, tecnologas no inocentes, pero mudas linotipias, muchas veces silenciosas sardnicamente, ante la vocinglera de las multitudes y las armas. La Nacin, por la misma poca, persista en su campaa de crtica al intervencionismo estatal, haciendo centro en los ferrocarriles ahora estatizados, sin olvidar el tema de naturaleza superior por su ndole tica: la tortura. Una comisin nombrada por el gobierno para investigar el tema, concluy con considerandos referidos a otro tema, cul era el del financiamiento de la Unin Democrtica con fondos provenientes de terceros pases. Para eso se allanaron las contaduras de diarios, por supuesto La Nacin, pero tambin Crtica, La Prensa y El Mundo, lo que merecer un editorial condenatorio de The New York Times, saliendo en auxilio de los diarios afectados por la investigacin parlamentaria, que optaron por la cautela ante una retahla de clausuras adicionales que afect tambin al diario El intransigente de Salta y a La Hora, del partido comunista. Mostrando que este debate tena un fuerte dramatismo ideolgico, y costaba encontrar argumentos unilineales incapaces de hacerse cargo de la espesura de la situacin que sera muy simplificador calificarla como una contraposicin de izquierdas y derechas, totalitarios o liberales y industrialistas o agraristas, el conocido Padre Menvielle, una pluma gil de las derechas clericales con enteros rebordes antisemitas, responda al rgano catlico Presencia que era La Nacin la que tena ideas educacionales totalitarias. Era un antecedente de lo que despus seran las movilizaciones de Laica o Libre, en torno a la habilitacin de colegios y universidades catlicas para dar certificados profesionales. El gobierno peronista lo haba hecho con algunos colegios catlicos, definiendo la potestad de entregar titulaciones al Estado exclusivamente, lo que motiva la reaccin del inquieto Menvielle. Por momento, y siempre siguiendo en el caso de La Nacin por las rutas del examen sistemtico al que la somete Ricardo Sidicaro, se opta por el estilo irnico o la alegora risuea as lo recomienda uno de los editorialistas, el editor sempiterno de la revista Nosotros, Roberto Giusti, lo que parece un implcito intento de retomar, quizs no de forma sabida o voluntaria, el estilo que sume Mitre contra Vicente Fidel Lpez, al llamarlo biblifago, esas orugas que amenazan las bibliotecas. De alguna manera se lo vea as al peronismo, por lo que se impona el lenguaje lejanamente alusivo, la voz que con su irnica mansedumbre quera sealar una intensa disconformidad. En el debate parlamentario sobre las dems cuestiones referidas a los medios de comunicacin expropiacin de La prensa, dificultades para importar papel sobresale el discurso de John William Cooke, siempre ms adelantado que sus colegas peronistas que pertenecan a los que no mucho ms tarde este joven diputado acusar de burocracias entregadas a apagar cualquier despunte revolucionario en el peronismo. Por lo tanto, su conocido discurso es revulsivo. Asume la voz de un peronismo revolucionario en su integralidad de aspectos, de una manera tan maciza, que el argumento para expropiar La Prensa brota de una conciencia poltica que se considera apta para sealar el conflicto mayor en las sociedades, segn las cosmovisiones ms difundidas de las izquierdas del siglo, la lucha entre la prensa burguesa entrelazada a las empresas del mismo signo y el

pueblo que deba declarar su emancipacin asumiendo la direccin de la lengua social, periodstica, publicstica y artstica de una nacin. Todava no haba hecho aparicin, para perfilar estos conceptos con una nocin ms precisa de las contradicciones en el interior del peronismo, la idea del hecho maldito, conocida expresin que destacaba la potencia del peronismo al mismo tiempo que sus lmites. Pero no todo eran confrontaciones en torno a la ltima ratio de la ideologa y el orden smbolo de los debates es decir, la cuestin de la propiedad, pues no sin preparacin previa, pero de aluna manera que pareca demasiado subido, el dirigente socialista Enrique Dickman se entrevista con Pern en un hecho de mltiples consecuencias. Las inmediatas, la liberacin de algunos presos ferroviarios socialistas, la reapertura de La vanguardia, lo que La Nacin interpreta como un acto de convivencia. Ya vena La Nacin, a pesar de la renuncia del jefe de editorialistas, de oponerse con energa inusual al golpe antiperonista del General Menndez en 1951. Con todo, el paso que haba dado Dickmann, sensible dirigente socialista, anunciaba lo que muchos aos ms tarde, con el peronismo en el llano, fue la opcin de muchos socialistas que reconocan en esa identidad exaltada en marchas oficiales, la ahora posibilidad de que el proletariado que permaneca inscripto en ella, prestara odos a un tipo de socialismo que su vez reconociera las realizaciones obreristas del peronismo, sobretodo deca Dickmann la llevada a cabo por la esposa del presidente, Eva Pern. Antecedente, pues, de lo que fue el evitismo posterior que paviment el trnsito de innumerables militantes socialistas y de izquierda a las ya atractivas filas de la resistencia peronista. En tanto, La Nacin prosegua con sus reacomodos, balances internos, clculos de posibilidades, opiniones que inanes de la autoproteccin y a veces el cauto entusiasmo por la morigeracin de la accin colectiva del Estado en la economa, al momento en que Pern juzga en el Congreso de la Productividad, lanzar con este concepto, producto de una crisis ostensible, un condicionamiento salarial al nivel de los necesarios aumentos del producto del conjunto del bloque laboral de la economa nacional. El diario de los Mitre tena con qu navegar en aguas difciles, lanzando matices a veces inesperados, a veces provenientes de la fragua incesante para las eficacias tcticas que no pocas veces practic el fundador. La necrolgica del fallecimiento de Eva Pern es prudente, tensa y equilibrada, yacente en el punto justo en que un opositor duro decide convocar sus respetos a una muerta que conmovi a millones de hombres y mujeres y dejar una imposible aceptacin pero rodeada de encomios que a veces siquiera parecan demasiado forzados. Tambin reprob La Nacin con energa que pareca sincera aunque no convencieran enteramente a Democracia los numerosos atentados a bomba habituales entonces en distintos puntos de la ciudad, rotundos anuncios de lo que ocurrira con los bombardeos del 55 y posterior cada del peronismo. Pareca acompaar la lnea personal que se haba trazado Federico Pinedo, un hombre de familia patricia, que combinando socialismo conservador y conservadorismo de matices estatistas, haba marcado la dcada del 30 tambin con un probritanismo forzado, menos consecuente de lo que propusieron sus crticos y ahora, prisionero del peronismo, festejaba desde la crcel las salidas democrticas que excluyeran lo que hacia fines del 53 pareca inevitable, un golpe de Estado con magnitudes de violencia que hasta el momento la sociedad argentina no haba atravesado. Se estaban atravesando momentos en esos conglomerados confusos de tiempo que precedieron al 55 en los que el diario La Nacin pareca producir una ilusin que para muchos era de conveniencia inevitable, la de acercarse mucho ms al peronismo que comenzaba su agona con proposiciones econmicas que evocaban muchas veces el plasma liberal, que

a los programas del Radicalismo, que vivan de la paradoja de ser ms avanzados en su letra proveniente del congreso de Avellaneda. All se haba lucido el diputado Frondizi. De este modo lo explica Sidicaro: Se haba distanciado La Nacin del principal partido de la oposicin? La Unin Cvica Radical, cuya plataforma reclamaba la reforma agraria inmediata y profunda, la nacionalizacin del petrleo, de los servicios pblicos, de los frigorficos, etc., haba perdido atractivo para el diario que encontraba, en cambio, mayores coincidencias con las propuestas liberales impulsadas por el gobierno peronista.

Captulo 19. Rodolfo Walsh, el investigador de la certeza de ser perseguido

Este apellido irlands es comn. Walsh. Un embajador norteamericano en la Argentina tambin se llamaba as. Y todos lemos a Mara Elena Walsh. Por otro lado los lavadores de autos, en el colmo de la pasin por colocar el idioma castellano en una dimensin irreal, escriben con letras grandes: CAR WASH. Quizs el viandante distrado se confunda. Pero qu viandante? Uno que piense constantemente en Rodolfo WALSH? En verdad, el que viaja distradamente por la ciudad, est obligado a asombrarse por cualquier enredo, toda paronomasia. Es que una ciudad tiene signos ajenos que luchamos automticamente por traducir a signos conocidos y anteriores, bien fijados, estacas firmes de nuestra memoria. Por eso, cada Walsh que aparece hace temblar un poco los postes asentados de la memoria. Por un lado, nos pone ante el ingenuo pavor de que cada individuo es un recorte casual entre innumerables ejemplares de la serie. Por otro lado nos convence de que el Walsh que est unido a nuestra vida de lectores y a nuestra imaginacin poltica es una preciosa elaboracin biogrfica y literaria que se cincela sobre un fondo comn, donde el nombre es la compacta y extensa sonoridad de una cultura. Desvos necesarios, ocasionales tropiezos, acumulacin de capas sucesivas de lenguajes que de repente cuajan en un sentido nuevo, nos dan a Rodolfo Walsh. Escuch una clase de Daro Capelli donde comentaba el gracioso juego de aliteraciones que haca Rodolfo Walsh con la pronunciacin de su nombre: Ro-dol-fo-Wolsh. La cadena se establece aqu por la va de las oes, la letra redonda, la del juego circular o la de las cosas atiborradas, pasmadas. Quizs la obra de Rodolfo Walsh trata de todo esto, de un modo obsesivo pero discreto. Pero pertenece muy especialmente a la idea de que hay una fuerza ontolgica en el periodismo superior a la de la literatura misma. El periodismo es la lengua protoplasmtica, lo que la fenomenologa llam precategorial o antepredicativa, que est en el fondo existencial de todo lo que se pueda decir despus que implique signos y smbolos. Y estos pensamientos sobre el peridico y la novela, aunque empezaron a esbozarse antes, cobran fuerza luego de la cada de Pern, alojndose en la escritura del entonces nacionalista pica Rodolfo Walsh. Una muy conocida entrevista de Walsh con Ricardo Piglia deja una estremecedora conclusin: se estara acercando, dice Walsh, el fin de la novela burguesa reemplazada por el periodismo de investigacin. La cito de memoria, pero no se me ocurra que suene muy diferente a como ahora la recuerdo. El enunciado es atrevido y hasta cierto punto escandaloso. Anuncia un programa que el propio Walsh no cumplira acabadamente, pues aunque la suya no es una forma novelstica, es difcil separar enteramente los gneros ficcionales que practicara, de las vastsimas posibilidades que se recogen bajo el nombre de novela.

Pero antes que eso, propone una alternativa que an podra tener sentido discutir. Novela burguesa o periodismo de investigacin? La brusca sonoridad de esta pregunta nos deja dubitativos e incmodos. Est bien formulada la disyuntiva? Tenemos muchos motivos para pensar que no. La propia nocin de novela burguesa, con su aire inconfundiblemente luckasiano, merece todo tipo de prevenciones. Eisenstein no quera hacer un cine burgus y sin embargo vea con gran inters a Madame Bovary, novela fundadora de lo que sera el alma burguesa del proceso novelstico: realismo irnico para interesar sobre las sutilizas del erotismo y para mostrar un desastre personal como reprimenda sublime a quien quiso escapar de su destino. De todas maneras, lo que ms nos deja perplejos ante la opcin, es que se oponga a la novela burguesa (an en el caso de que haya que denominarla as o que su ciclo supuestamente haya terminado) lo que se comenzaba a llamar en la poca de Walsh periodismo de investigacin. Algo es cierto: se siguen escribiendo grandes novelas y el periodismo de investigacin es ese gnero bastardeado por los medios masivos de comunicacin. Walsh no es responsable de ello y su pronstico sobre la novela lo hace en nombre de la literatura. Ms an, es un gran escritor el que lo hace. As, es un pronstico sutil, equivalente a lo que entendemos cuando alguien como Sergio Chejfec dice que no es escritor, o que solo es escritor cuando escribe. Pero el destino que tuvo el periodismo de investigacin acompa la creciente incumbencia de los medios de comunicacin en las decisiones que reorientan los temas polticos y que componen la figura del periodista investigador como gnero oficial de la ideologa meditica mundial. Son conocidas las vicisitudes por las cuales el periodismo de investigacin se convirti en un recurso eximio y sin duda el ms notable del poder de los grandes aparatos comunicacionales. Lo que pareca ser el ojo avizor del dbil, del insumiso o del hombre justo, se ha tornado un recurso de vigilancia sobre ciertas maquinaciones oscuras, en s mismas indisculpables, pero que son tomadas como justificante para desplegar la ultima ratio del podero de las redes y mquinas informacionales. Sobre el fondo de aquella apreciacin de Rodolfo Walsh, no podemos decir simplemente que estaba equivocado, sino que haba acertado pero sobre la base de un despliegue tcnico y poltico de los medios de comunicacin que no era posible prever entonces. Podra decirse que las formas posibles de la novela no deban desaparecer porque sin ellas, la mera posibilidad del periodismo de investigacin iba a ser absorbida en proporciones importantes por la propia reproductibilidad tcnica de los poderes comunicacionales. Pero hoy como ayer, investigar debe ser la posibilidad de trazar grandes frescos histricos y poder escribirlos con todos los recursos sutiles de una ficcin que no se note. No la non-fiction. Sino la verdad de una escritura que busca la verdad porque tambin bucea en la fuerza de verdad que puede tener ella misma. En el prlogo a la tercera edicin de Operacin Masacre el Jacusse de Walsh , que tantos comentarios ha merecido, se cuenta la historia de un hombre que asiste en forma casual a la tragedia y que despus no quiere recordar ms. En efecto, es Walsh el que despus de ser testigo involuntario de ciertas acciones del levantamiento militar de 1956 en La Plata, desea refugiarse otra vez en su vida de parroquiano de un bar. Valle no me interesa, Pern no me interesa, la revolucin no me interesa. Sin embargo, poco a poco consigue atraerlo esa historia oscura y peligrosa, de los hombres que una incierta noche corran por un descampado para tratar de eludir las balas del fusilamiento. El tema se convierte en una obsesin. Haba investigacin, pero la obsesin es menos las del investigador que la del novelista. Walsh llevar vida clandestina para poder desnudar todos los sucesos insabidos de esa escena donde muchos hombres fueron acribillados.

Pero lo que narra en ese prlogo tiene una perfecta tensin. Poco a poco aparecen nuevos sobrevivientes que lo adentran ms y ms en el drama, mientras l piensa que es fcil publicar la historia, recoger la fama y volver al caf con los amigos de las partidas de ajedrez. Pero se mete en el lo, tanto como el director del peridico que publica la historia (los hermanos Jacobella, nacionalistas, en el semanario Mayora) o el locutor de Radio Nacional que es exonerado por facilitarle la fotocopia del libro de locutores que probaba la hora en que se haba promulgado la ley marcial. A cada paso pareca que la investigacin terminaba y cada vez ms surgan capas lbregas. El contraste que se delinea es el de un escritor que planea seguir escribiendo literatura fantstica, acaso una novela y seguir su vida normal, y el hombre que se ha sentido insultado por los acontecimientos de violencia que ha presenciado. Qu extraemos de aqu, sino la fuerte torsin moral del que comparece ante el ultraje a la condicin humana a partir de valores esenciales de honra personal, que siquiera l saba poseer? No estaban all desde siempre, quizs como esos hombres fusilados? Era una criatura que tena un tesoro el honor secreto, invisible, napa soterrada en su holgazana y artstica conciencia de feligrs de taberna y que senta que ese tesoro era un bien perdido al que siempre debera retornar. La imposibilidad de hacerlo era el motivo de su literatura. Una literatura que se haca porque una moral individualista, la pica del hombre que no soporta que se encubra una verdad si l puede hacer algo para develarla, lo llevaba a abandonar lo que hubiera preferido. La literatura de investigacin poltica de Walsh posterior a los hechos armados de 1956 se hace bajo la forma de un apremio. Hubiera preferido no hacerla de ese modo, pero la poca, el cuarzo severo de su conciencia, un indefinible sentir heroico y la aventura a la que es llamado un hombre custico y rebelde, lo conducen a fusionar la escritura pica de los hombres ntegros con la accin poltica que se vean obligados a desplegar de inmediato. Muchas veces se aludi con razn al nombre de Sarmiento cuando se piensa en esta peculiar trabazn del texto walshiano a la luz de la hombra poltica. Tambin es posible encontrar otra veta coincidente. Sarmiento dice que escribe el Facundo por no estar capacitado an para escribir un estudio de la historia, costumbres y tradiciones del pas. Ese estudio que nosotros no estamos an en condiciones de hacer por nuestra falta de instruccin filosfica e histrica, hecho por observadores competentes habra revelado a los ojos atnitos de Europa un mundo nuevo en poltica... As lo dice Sarmiento. Sabemos que es un recurso ingenioso para proteger las hojas eximias que est escribiendo al declararlas de antemano minusvlidas frente a una presunta ciencia que vendra luego. Pero era su modo de complacer a los escritores del dogma mientras l estaba seguro que estaba escribiendo las pginas realmente perdurables por no estar atadas a ninguna ciencia que les fuera exterior a ellas. Por eso, esa gran entrada del Facundo dice estar escrita como sacrificio de la forma que sera correcta. Como Walsh, Sarmiento sala a la liza afirmando que lo que haca era una obligacin a la que era conducido por el clima histrico reinante. Los dos, Walsh y Sarmiento escriben lo mejor de ellos sealando que hubieran preferido hacer otra cosa. En esa real o calculada coaccin moral, tan contingente como parece, reside la fuerza perdurable de estos escritos. En la Vida del Chacho, Jos Hernndez como ya lo vimos, es el otro Jacusse argentino del que en el fondo vive toda prensa, todo periodista comienza diciendo, en recordada apertura, Los salvajes unitarios estn de fiesta. Y su vibrante catilinaria condenando el asesinato de Chacho Pealoza se convierte en uno de los ms estremecedores documentos contra la accin de gobierno del brbaro Sarmiento y una amarga advertencia sobre la pasividad del general Urquiza, quizs para que ste

reaccione. Pero este alegato conmovedor contiene una parte destinada a desmentir la versin oficial del crimen. Hernndez demuestra que Pealoza fue asesinado antes del da que sealaban las notas oficiales. Y dedicar un examen de esos documentos, demostrando que los criminales mantuvieron oculta su accin pues se ocupaban de fraguar el plan de notas y comunicaciones que deban servirles para encubrir el crimen. Las pruebas en que se basa Jos Hernndez son los partes oficiales, como en Walsh, y son tambin las contradicciones del gobierno para justificar lo injustificable que le da fuerza a su indignacin. El tambin se siente insultado. Y tambin l ensaya una rpida biografa de su personaje, acudiendo a la prensa. Hay desde luego obvias diferencias con Operacin Masacre, no vemos el planteo del periodista en su ocioso hedonismo en torno al ajedrez ni la melancola por su vida anterior abandonada. Pero el tono levantado es semejante y semejante la agitacin que le produce que se haya violentado la materia de la ley, precisamente por los mismos que decan sostenerla. He aqu otro de los fantasmas que acechan la literatura poltica de Walsh. La del autor del Martn Fierro. Porqu es ms fuerte atacar a los asesinos que no quieren que se descubra que estn violando la ley, pues remotamente la tienen en cuenta, que atacar a los asesinos que en grado de pureza total no considerar su conciencia desdoblada entre las brumas de la ley y lo que realmente hacen. Walsh tuvo la fuerza escritural, neopoeriodstica, de conmover tratando los dos casos: el asesino que no quiere abandonar la ley y el asesino para el que ya la ley no consigue mover ningn gramo de su conciencia. Un libro de la dcada pasada sobre Rodolfo Walsh, preparado por Jorge Lafforgue, contiene muchas colaboraciones que comentaremos brevemente para ilustrar en cuntas direcciones se abre la vida de este hombre que confi en refundar el periodismo y la revolucin, y no haca ms que convertirlos en la expansin de su conciencia melanclicamente heroica, en un proyecto de justicia que se daba arietes militaristas que eran un sustituto de aquellos donde la investigacin periodstica no poda llegar, el nido de sierpes que son los poderes del horror, y a veces el horror del poder Hay textos no muy conocidos de Walsh que se reproducen, donde hasta hoy se puede buscar los recursos de su irona llena de tristeza por el gnero humano. Entre otros sabrosos ingenios walshianos se incluye esa mordaz carta al diario Crtica tomando en solfa a Hctor Murena y aquel reportaje en el leprosario de la isla de Cerrito que haba publicado Panorama en 1966. Lo que se escribe sobre l, puede considerarse que rene el amplio palimpsesto de lo que la crtica puede decir hoy sobre el extremado escritor que reflexionando sobre la muerte de su hija, eligi decir que era l quin renaca en ella. Es que Walsh es un nombre de resistencia, en el sentido de que pone a prueba a la crtica con los obstculos que an hoy alberga su escritura. Obstculo mayor: su cristianismo existencial, su idea del renacer en el otro, su afligida reflexin sobre la redencin al revs, su muerte como Padre en la muerte de su Hija. Se trata menos de alguien que desdibuj las lneas trazadoras que hablan de diferenciaciones genricas entre estilos y temas del periodismo, que de algo que funciona al revs: el periodismo como denuncia del yo y denuncia del mundo, como su todo brotara de un santoral de un monje extraviado en su propias cartas de denuncia y por eso precisamente fueran tan efectivas. Claro que trabaj con diversos materiales textuales, visuales, entre el acto de escucha clandestina y el examen de la vida burguesa con la serfica tranquilidad de un Joyce humorstico, preocupado y argentino. Podran ser las cosas de otro modo? A propsito de una crtica menos corriente, parece ms adecuado afirmar, como lo hace Rogelio Garca Lupo que la ubicacin definitiva de Walsh contina siendo un motivo de incomodidad para los escritores y para los

periodistas argentinos, en su sucinta semblanza concebida como vivaz despacho de prensa. Esa ubicuidad de Walsh es la que debera permitir una equivalente incomodidad del acto de la crtica antes que la holganza de distribuir una obra en distintas categoras deconstructivas. Entre otras cosas porque es irresoluble el dilema de su asesinato. Su Carta abierta fue su sentencia de muerte agrega Garca Lupo. Es una discusin sobre la vocacin sacrificial que se alberga en lo humano sin ms, pero en su relacin con la literatura. Horacio Verbitsky, en cambio, contribuye con una vieta sobre la muerte de Walsh hacindola corresponder a la de un militante solidario que concurre a una cita insegura. Niega as la idea de un escritor sacrificial. Rechaza que su secuestro y asesinato ocurrieron en represalia por su Carta abierta.... Es que, como lo estudia Vctor Pesce con entusiastas y detalladas puntualizaciones, no hay motivos para dar como saldada la tensin entre el escritor y la poltica, polmica que fue una de las tantas cuestiones interrumpidas por el golpe del 76. Del mismo modo, tampoco hay motivos para abandonar la investigacin sobre la asombrosa gnesis del escritor, desprendindose a medias y a medias aceptando el fantasma borgeano de las tcnicas conjeturales (como lo indica con buen tino Eduardo Romano) o para no saludar la escrupulosa inmersin de Roberto Ferro en el gabinete secreto de la escritura y reescritura de Operacin Masacre, una fascinante reconstruccin que por s sola ilumina esos aos finales de la dcada del cincuenta. Estas perspectivas crticas conviven en el libro preparado por Jorge Lafforgue con un rastreo de cmo Walsh comienza a escribir cuentos policiales argentinos (Braceras, Leytour y Pitella), con un interesante cotejo entre Cicatrices de Saer y Quin mat a Rosendo? (Martn Kohan), con observaciones sugerentes sobre la presencia de la palabra radiofnica en el narrativa walshiana (Rita de Grandis), con el parentesco del investigador walshiano con el Marlowe de Chandler (Ana Mara Amar Snchez), con una sin duda excesiva pero singular interpretacin de Esa Mujer (John Kraniauskas), con la exploracin en el fondo ilusoria pero no sin atrevimiento de Gonzalo Aguilar sobre ciertos puntos de contacto entre las propuestas poltica de Walsh y Foucault, con las perspicaces observaciones sobre los enunciados metadiscursivos que se infieren de Operacin Masacre luego de la cita de Chesterton (Gloria Pampillo y Marta Urtasun) y con una insinuacin de cierto profetismo de tono kafkiano en la obra de Walsh (Brbara Crespo). Como dice el autor del Eternauta, luego de su retorno del tiempo circular: Ser posible? La breve intervencin de Anbal Ford es resuelta y desafiante, la de Ricardo Piglia, aforstica, aludiendo a relatos que giran alrededor de un vaco y al manejo de los matices de la lengua nacional. La de David Vias, una elega cincelada en una reflexin sobre el destino y las escenas primordiales de un martirio. Es que Walsh siempre se convierte en un espejo de innumerables tendencias crticas. Algunas festejan la hibridacin de gneros, otras se enfrascan en ejercicios comparativos y otras, como la que expone Vias, laboran con un trasfondo de tragedia. Un manojo de fotos de arrasadora melancola acompaan estos escritos. Walsh se inicia, si es que algo se inicia, con la nota que publica en Leopln una de las revistas ms ledas del momento nota elegaca, l mismo as la califica sobre tres aviadores muertos que se disponan bombardear Plaza de Mayo y son abatidos por los ltimos disparos de la artillera que responda al ejrcito leal a Pern. El aviador 2-0-12 no vuelve, se titula la nota, y es una largo lamento viril por el capitn naval muerto en su avin de guerra, junto a dos compaeros. Era un jefe valiente, hroes de guerra. Su nombre capitn Estevariz es ahora el nombre que lleva una de las calles de la localidad de Saavedra, en la provincia de Buenos Aires, donde cayera luego de ser

herido por los disparos leales. Walsh sostena en aquellos momentos un ideario nacionalista cristiano que sin esfuerzo alguno podra asimilarse a las ideologas de la primera cepa del golpe del 55, el lonardismo. Operacin Masacre es la contracara del piloto de 2-0-12 que no vuelve. Hay un atractivo ineluctable en Walsh por describir a personajes que, en su inocencia de guerreros que se distraen de su condicin de hroes, se convierten en hroes de la nica manera posible. Sin darse cuenta. Sin poder narrarlo. l lo narrar. Ser Walsh el que investigue esos ltimos sentimientos, esa voz mortuoria de los que no dicen que van a morir, sino que mueren en su dulce inocencia sin palabras, cumpliendo una misin que siempre los excede y frente a la cual ellos no parecen superiores. Walsh los har superiores, la misin peda pequeas criaturas que lo eran pero su muerte ingenua y trgica los har parte del epos nacional ms all de las ideologas de cartilla. La nica ideologa que Walsh respeta es la prctica del vencido que muere en cumplimiento de una secreta tarea, casi borgeana, de dar testimonio de su otro, del inusitado rostro de hroe desconocido que tena su cara habitual y rasa de todos los das. El destino existe pero es un no saber. Estos elementos se potencian no con los marinos muertos en guerra, sino con aquellos que le suman a la argamasa misteriosa de heroicidad una condicin popular: el peronismo. Por eso Walsh escribe tratados sobre la tica de la violencia, sobre el tremendo acontecimiento de su legitimidad o eticidad. Sus cuentos, en forma amortiguada, tambin tienen este elemento de violencia redentora, a veces sofocada en almas de profunda oscuridad y a veces de gran lirismo. En la edicin final de Operacin Masacre hay un eplogo tipografiado enteramente en letra bastardilla, como si se deseara sealar una discontinuidad con el texto principal. Sin embargo, su numeracin corresponde al del ltimo de los captulos del libro. Se trata del captulo 37, cuyo ttulo es Aramburu y el juicio histrico. Walsh escribe all una tesis sobre el drstico derecho a juzgar un crimen anterior, justificando los acontecimientos ocurridos en l970 en la localidad bonaerense de Timote. En un sentido ms amplio, el tema del captulo esboza una reflexin implcita sobre el castigo, la piedad, el arrepentimiento, en suma, sobre la catarsis de las pasiones en la historia. Es posible apiadarse de las criaturas ms siniestras cuando revelan una afliccin en su conciencia por un dao anterior que han hecho? Quin garantiza la verdad de esa congoja? Cmo puede la historia despojarse de un rastro de culpas por impulso de una tarda caridad autoatribuida? A diferencia de quienes consideraban intachable al general Aramburu condenado a muerte por quienes le demandaban precisamente su participacin en los hechos de junio de l956, materia del libro de Walsh algunos de sus partidarios sostenan que el Aramburu de 1970 no era el de 1956. Colocado en las mismas circunstancias no habra fusilado, perseguido ni proscripto. Aconsejados por innobles asesores, tanto l como Lavalle el paralelo histrico surge espontneo en Walsh podan ser considerados como desgraciadas figuras que se proponan retornar de una aciaga obnubilacin para consumar un enigmtico acercamiento a su tierra y a su pueblo. Pero Walsh desautorizar totalmente esa metamorfosis. As la llama, con un giro que implica al mismo tiempo una vislumbre literaria y un anuncio de que el individuo se resuelve en el universal de clase. Metamorfosis, entonces, que para un juicio menos subjetivo carece de importancia, aunque sea verdadera. Se trata entonces de ver la accin humana como una manifestacin objetiva de la historia, ante la cual la apelacin retrospectiva de la conciencia que cree haberse transformado por un etreo impulso volitivo, es frgil o desatinada. Aramburu ejecutaba una poltica de clase cuya crueldad justamente deviene de ese fundamento. Esta visin clasista convierte en irrisorias

las perplejidades de Aramburu, pues apenas iluminan el desfasaje entre los ideales abstractos y los actos concretos de los miembros de esa clase: el mal que hizo fueron los hechos y el bien que pens, un estremecimiento tardo de la conciencia burguesa. Prrafos que no solo debemos entender en el enraizamiento moral y cultural de aquellos aos en los que prolifera una tica revolucionaria, una tica de fines ltimos obligada a rebajar la importancia de la esfera deliberativa personal al estado de meras perplejidades, de ensoaciones de los espritus que se resisten a descifrar sus resguardos intimistas en el signo imperturbable y duro de la historia. Aramburu estaba obligado a fusilar y proscribir... Esta certeza forma parte de una pedagoga que muestra a un humanismo liberal que retrocede a fondos medievales; humanismo obligado a hacer trizas sus facciones atribuladas en nombre de su inscripcin inaplazable en los intereses de clase. Pero no solo se destroza la compasin liberal, sino que en un sobrecogedor final se ver crecer la rebelda como respuesta a aquellos actos, a esas rdenes de fusilamiento firmadas por el Aramburu de 1956, todo lo cual el libro de Walsh ha narrado en su injusticia esencial. Y entonces: esa rebelda alcanza finalmente a Aramburu, lo enfrenta con sus actos, paraliza la mano con que firmaba emprstitos, proscripciones, fusilamientos. En 1970, aparece para Walsh la forma literaria de una historia nacional segn la secuencia vctima-victimario, pero sustentada por una severa metamorfosis ya no personal sino colectiva, amasada en la ley inflexible de la historia. A manera de una responsabilidad del destino que describi una elipsis perfecta, a Aramburu se lo enfrenta con sus actos. Ideal curvo, orbicular de la historia, por el que todo acto recorre un crculo secreto que retoma su envin originario, al cabo del cual se establece un majestuoso castigo contra el mismo que haba obrado con desenfreno. Walsh suele parangonar hechos presentes y pasados, pero en el fondo su visin es la de una historia en eterno retorno, que se reanuda signada por la circularidad de una culpa. Ser posible? Esta nocin fuerte de culpa, es obvio, contrasta notablemente con una idea ms laxa en la cual el arrepentimiento aparece como una entidad moral aceptable, a ser considerada en el escrutinio comprensivo a la hora del juicio moral y jurdico. Del arrepentimiento, dice Spinoza que es una miserabilidad doble, pues en el acto de arrepentirse tenemos que primero alguien comete dao derrotado por el deseo, para luego dejarse vencer por la tristeza. Las pocas quizs se piensan en relacin a si dan lugar a un ideal distendido o macizo de culpa, esto es, si a la conciencia se le conceden o se le restan atributos de libre albedro frente al inters universal que la excede y la determina. Del mismo Spinoza es la idea de que son al fin los profetas quienes tratan con la materia delicada del arrepentimiento: agreguemos que esa es la materia sacerdotal que reclama tambin el jurista, para examinar la distancia entre el dao efectivo y la criatura que lo caus cuando a ella se le ocurre confesarse, tambin, destrozada por su acto. El humanismo de todos los tiempos, en efecto, insiste en reposar sobre esta hendija que se establece entre la congoja verdica o fingida ente lo que se ha deshecho y lo que la historia considera irreparablemente quebrantado por responsabilidad del confeso. A ese humanismo Walsh estaba dispuesto a no prestarle ningn inters. Lo consideraba una pieza incapaz de comprensin de lo que suele reclamar toda historia rigurosa y agitada. Se equivocaba? Hoy dira que s, pero mi hoy est compuesto diferentes planos, y el gusano de lanada del ayer tambin est presente en este hoy. La culpa walshiana se funda as en la culpa trgica: quin realiz un acto, le pertenece, es solo suyo. Es su identidad mundana, la forma de fusin entre conciencia, mundo y verdad. Las metamorfosis, por el contrario, son la otra fuerte marca clsica que

adopta la idea de culpa. Si se acepta el punto de vista de un cambio incesante en la figura, en la conciencia y en las biografas, los valores de lo humano en general y la realidad del juicio moral deben prepararse para atender a una relativizacin impuesta por las formas cambiantes del mundo en mutacin. Pero en Operacin Masacre las alteraciones se realizan en la misma complexin vital del escritor: Esa es una historia que escribo en caliente y de un tirn, para que no me ganen de mano.... El prlogo a la tercera edicin es el relato de una metamorfosis, desde ese tengo demasiado para una sola noche...la revolucin no me interesa hasta la mencin a un hombre que se anima....a una mujer que se juega entera. Crnicas de desplazamientos y deslindes donde la conciencia se va adensando hasta estacionarse junto a la verdad que era necesario que aflorase, por encima de esa superficie inautntica, individualista y burguesa del que desea apenas que no se le anticipen. Pero acaso no son as muchos de los personajes de Operacin Masacre? Est la escena del captulo 30 donde el comisario Gregorio de Paula de la comisara de Moreno, le arroja una frazada a Livraga. Leemos: Pero un resto de piedad deba quedarle esa noche en que lleg al calabozo trayendo con la punta de los dedos una manta usada hasta entonces para abrigar al perro de la comisara, la dej caer sobre Livraga y le dijo: Esto no se puede, pibe.... Hay rdenes de arriba. Pero te la traigo de contrabando. Bajo esa manta, Juan Carlos Livraga qued extraamente hermanado con el animal que antes cobijara. Era, ms que nunca, el perro leproso de la Revolucin Libertadora. Ese resto de piedad es un compuesto de la conciencia que Walsh debe sospechar que es la piedra angular de la composicin romntica sobre el Mal. Que no solo alude al cristianismo primitivo artesanal que Vias percibe en esos recorridos expiatorios de la conciencia, sino que es posible una vez ms remitirlo al ostensible Facundo que acecha, en el cual an los caracteres histricas ms negros, poseen siempre una chispa de virtud que alumbra por momentos y se oculta. No parece posible imaginar Operacin Masacre todo el cuerpo del texto que hoy leemos sin bastardillas sin esa chispa altruista en el atvico subsuelo de lo nefasto. Esta concepcin de la conciencia burguesa, por as decirlo, postula la compaa de una conciencia cristiana que en metamorfosis emprende un trnsito doloroso hacia sus verdades. La otra concepcin de la conciencia es la torsin agnica y final del ser revolucionario, donde la vinculacin con la culpa es material, histrica y objetiva, siendo pueril, por irrelevante, considerar cualquier acto de arrepentimiento. Estamos ante el fin de la novela burguesa teida de dramas de culpabilidad, castigo y compensacin en el plano de los relatos de la nacin. Se nota en el episodio del comisario De Paula, que si se cierra con la alegora del perro leproso de la Revolucin Libertadora, es porque esa fuerte imagen misericordiosa es el origen del relato socialista y cristiano. El relato de la nacin exiga criptas secretas de las que surgiera el sufrimiento y la redencin del paria social (militante comprometido o candoroso vecino) y donde acaso se percibiera la recndita contricin del los seres ms obtusos y nocivos. Hay que percibir hasta qu punto los acontecimientos de 1970, exigan criterios objetivos que eximan de otorgarle cualquier importancia al acto de arrepentimiento. Pero no dejaba de ser exacto que Walsh, en su teora de las pasiones y de la catarsis de esos scrates esmirriados de los basurales de la historia, propona figuras incompletas y confusas, que no saban lo que hacan y que buscaban su verdad en aquellas convulsivas metamorfosis que se apoderaban de sus oscuras biografas (incluyendo la del propio escritor).

No se pueden volver las pginas de la historia, el pasado es irreversible como asimismo es inevitable la pregunta de qu hubiera pasado, en el suceder de los hechos, si un eslabn que hoy resplandece como necesario y aceptado no hubiese sucedido. El no suceder de lo efectivamente ocurrido es lo impensable. Pero aqu puede ser pensado porque Operacin Masacre est escrita con una doble ambicin moral. Primero, con la nocin de que hay excepciones en el imperio del mal, excepciones irreflexivas a cargo de hombres comunes y frgiles. Pero, segundo, tambin est escrita con la idea de que un mundo efectivo y palpable, en su lgica combatiente, es siempre ms que las vacilaciones de una conciencia que reclama un juicio particular diciendo, como certificado de que merece indulgencia: ya no soy la misma. La conciencia del ser autocrtico, que construye una autobiografa revisada a fin de cambiar una benevolencia del presente por un rehechura suplicante del pasado, no era para ser tomada en cuenta. Y as, con las bastardillas de su libro, que ponan fin a las metamorfosis anunciadas por el cuerpo central del relato, daba razn Walsh a esa letal circularidad de la historia, donde cada acto terrible heredaba al cabo de una vuelta implacable de la rueda de los tiempos, lo que l mismo haba anunciado. Ahora hay cientos de aulas y casas de estudio que se laman Rodolfo Walsh. Merecido homenaje, se dir. Merecido, desde luego. No hay homenaje sin merecimiento, pero hay merecimientos que estn siempre en cotejo con nuestros propios merecimientos y con lo que hace el presente con lo que el pasado mostr de merecido. Hay que recrear lo merecido de un Walsh del presente. Y esta tarea no podr ser sino la de reconocer los lindes del fracaso burgus que acosan al periodismo de investigacin (me desdigo, son lindes con el aparato meditico ms notorio y espeso), y la posibilidad de que la prosecucin de la novela (cuyo desdn compartan Borges y Walsh) pueda ser un trasiego de las maneras crticas ms lcidas hacia la construccin de la forma ms elevada sobre la meditacin social emancipada. Walsh cre una agencia clandestina de noticias, recre las bases del periodismo en clandestinidad en Cuba es emocionante una foto en que se lo ve junto a Waldo Frank y Garca Lupo, y en sus ltimos das se refugi en una casa de los alrededores de Buenos Aires, luego de escribir un documento donde le sealaba a los montoneros su dficit de historicidad y una carta que es una summa teolgicopoltica del periodismo acusatorio y de una antropologa de la vctima encarnada en aquellas otras vctimas en nombre de las cuales habla. Por fin, la violencia elegaca, la que Benjamin haba osado calificar como violencia mtica y despus doblando la apuesta como violencia sagrada, no habitaban ya las reflexiones sobre la masacre. Cuando aparece la historia, aparecen las pasiones pero en un estado que el poeta elegaco no haba sospechado. Podr haber lugares y momentos flamgeros. Pero si la historia aparece, lo hace cuando considera que su presencia final sobre el escenario es la gran moderadora de las pasiones. Walsh lo saba, lo supo antes y lo supo despus. En el medio estn la calle Entre Ros, los oficiales de la marina y una pequea pistola, dicen, Welther 22. En ese momento esa arma no era mucho ms que un ligero smbolo literario, una impotencia frente a la mortandad, as como su ltima carta era una fuerza con el poder de enteros batallones. Deja la peladura como dira Marechal de su herencia. Pero su herencia es una discusin. La vemos en esta bullente de discusin en el periodismo que practica hace muchos aos Horacio Verbitsky, que hace del periodismo una literatura sin literatura. Pero a la literatura un periodismo sin artificios retorizantes, lo cual es la literatura de los hechos parlantes y del asctico oficio de escribir. Escribe en la dureza de ese vaco donde est la historia nacional flotando entre espectros. Tanto en el sentido del rigor de los datos, testimonios y detalles, como en la elaboracin de una personal tica del goce y de la austeridad, el periodismo se concede pequeas ironas, como el peornismo,

sanlorenzetti, para punzar los tejidos del lenguajes con ciertos abultamientos de chispa expectante entre el desdn y la necesidad de esclarecer el significativo hecho de que tener un nombre es tener una culpa. Toda la semana deleitndose Verbitsky con la msica, la literatura y sus nietos. Y los viernes quedar recluido y solo, escribiendo como un gemetra sobre los fantasmas de la historia. Solo se permite ajustados sarcasmos, y cuando aparecen los nombres de los personajes oprobiosos o infames, est prohibido entrar con zapatos de baile a las prisiones, como escribi Arlt. Verbitsky condena con un estallido de hechos, y los hechos son los ms antiguo del periodismo, lo que parece cerrado e inexpugnable, pero sabiendo todo lo que corri debajo de puentes enmohecidos o novedosos de la historia, los hechos para Verbitsky son la formas tan densamente neutra de un saber investigativo, que se convierten en pequeas novelas fcticas que luchan por no soltar en envo ficcional que de todos modos llevan dentro. Cuando aparecen en sus notas simplemente los pequeos y voraces oportunistas, las criaturas que con distintas variantes de necedad pueblan la historia, una callada mordacidad, apretada entre dientes, revela una oculta comicidad y el murmullo del solitario que pretende una sacudida al mundo, debida a su pluma de eremita. Sabemos de periodistas que quieren escribir una novela, y lo hacen. Horacio Verbitsky constrie al novelista que hay en l, descartando el despliegue, los intimismos y los decorados de la imaginacin. Subyace la novela, esperando y desechada. Con todos sus elementos de drama nacional, de vidas golpeadas a la vista. Y como es propio del radicalizado ironista, surgen las pinceladas basadas en el mtodo de las vidas paralelas, que explcitamente se lo permite pocas veces. Sin embargo, los contrastes entre biografas acechan en las penumbras de los grandes cuadros semanales donde se comprimen, como una ciencia exacta, las vidas de las marionetas. Viven en una maraa de hechos, que parecen conspirativos. Son apenas las que nos dejan ver los rompecabezas infinitos de una poca. As, la recordable estampa contrapuesta de un ejecutivo que hace su carrera y tiene la misma edad de un obrero de su fbrica, que tambin va haciendo su ciclo laboral. Pero alguna vez se cruzan. Uno sigue su carrera de acumulacin, dejando al caer uno u otro dato de aquello que lo molesta. Por eso, el otro va a ser secuestrado, uno de los miles de desaparecidos. A veces Verbitsky expone todo esto con un relato vivo y enjuto (es que son hechos reales). A veces dejndolo en la bveda interna del texto, secretamente (es que son hechos reales). En el punto justo de ese cruce, estn los escritos verbitzkianos. Se escucha decir que trazan la agenda semanal. Pero se los puede ver tambin como una larga investigacin sobre la Argentina, sus instituciones, sus secretos de Estado y sus llagas aborrecibles. Lo contrario de un tiempo breve, ms bien nuestras vidas en sus amplios ciclos temporales. Desde hace muchas dcadas, como un ermitao que en todo lo dems es una de las personas ms cordiales que pueda imaginarse, Horacio Verbitsky est escribiendo las peripecias de un pas turbado. Como los buenos personajes de las novelas norteamericanas que leamos en los aos 70, pertenece a las ciencias humanas, pero en un mundo agresivo y colrico, las resguarda bajo otra capa, como si fueran ciencias duras. En todo lo dems, paga el precio de los perros de la antigedad clsica, aceptar serenamente las consecuencias de decir la verdad. En el medio del camino, se ha dado a la tarea de terminar una formidable Historia de la Iglesia en la Argentina, que es una historia nacional completa, que se revela cada vez ms importante en nuestros programas de lecturas y en las muchas veces en pobres formas de interpretacin que tenemos a nuestra disposicin, y no osamos llevarlas ms all de un presente chato, sin la iluminacin de los pliegues anteriores de la historia, pagando la cuenta pendiente de

ese dficit de historicidad, crtica a los montoneros con la que casi concluy su tarea de periodista Rodolfo Walsh. Captulo 20. Timerman De alguna manera ya comenzamos a hablar de Pgina/12, sin que hayamos concluido la historia de La Nacin y Clarn, que luego traeremos nuevamente al ruedo. Pero si retomramos un poco antes? Corresponde: vayamos a Jacobo Timerman. Fund La Opinin a fines de 1970, y cubri todo el perodo preparatorio de la vuelta de Pern, el auge de las organizaciones armadas, la ruptura de stas con Pern, la muerte del viejo lder, el golpe del 76 y el final de La Opinin con su propio encarcelamiento y secuestro, del cual da testimonio un gran libro Preso sin nombre, celda sin nmero. En ese libro que luego cometeremos por algunos de sus momentos excepcionales, Timerman califica a La Opinin en tanto diario liberal, como si estuviese a la derecha del diario francs con el que se la atribuan diversas afinidades, Le Monde. No es posible concluir con un brusco taponazo de que era liberal. Intentaba serlo pero las tensiones en su redaccin que no lo permitan completamente. Una redaccin de un diario es de alguna manera un poca. La relacin con Le Monde, por supuesto, no surga solo de un supuesto mayor izquierdismos de ste, sino de un tipo de cultura periodstica que tena, si podemos decirlo as, o reclamaba, varios soportes de prestigio. Las respetivas letras gticas del ttulo; esa veleidad de anticuario contrastaba favorablemente en el pblico culto con las estridencia de tapa, aun de los diarios llamados serios, como La Nacin o Clarn. La austeridad tipogrfica, la ausencia de fotografas, las pocas concesiones a la imagen que si ocurran eran por va de ilustraciones como si estuviramos en la poca de El Mosquito, los artculos largos que apelaban a una paciencia lectural que ya era un signo de distincin en los tiempos donde en las redacciones se imponan recortes de textos, abjuraciones de la extensin, lgicas anticipadas del tamao y facilitaciones de lectura basadas en tcnicas de remache que luego adquirieron nombres como pirulo, pastilla, etc., que al contrario hacan del diario de Timerman una experiencia lectural de izquierda con un cuerpo informativo y operativo de textos, en este caso s, de naturaleza ideolgica liberal. En La Opinin escribieron (o dibujaron) Gelman, Hermenegildo Sbat,Toms Eloy Martnez, No Jitrik, Miguel Bonasso, Felisa Pinto, Enrique Raab, Jorge Money, Paco Urondo, Miguel Briante, Carlos Ulanovsky, Ada Bortnik, Ardiles Gray, Osvaldo Soriano, Ricardo Halac, Roberto Cossa, Mara Esther Gilio, Jos Ignacio Lpez, el crtico de cine Mahieu, el historiador del peronismo Hugo Gambini, la novelista Tununa Mercado y tantos otros que nos vienen a la memoria, que fugitiva, los deja escapar no sin un quejido de dolor en pianissimo. Mario Diament fue jefe de redaccin y como subdirector financiero se desempeaba Abraxa Rothemberg, cuyo reciente libro sobre la historia del diario es de alguna manera una ltima palabra que no deja de revelar, con interesantes pinceladas de cronista avezado, las vicisitudes de la redaccin del diario y de las apuestas polticas de La Opinin, con las que este subdirector, en cierto tiempo a cargo del diario, y figura de formacin autnticamente liberal, no concordaba. Por otra parte en Abrasha Rothemberg se lee una de las ms interesantes crnicas sobre la formacin, en cafs de los alrededores de Pueyrredn y Corrientes, y quizs en el antiguo bar Len Paley, cerca del Teatro IFT, de un conjuntos de jvenes judos cuyas familias vena de remotas lejanas a esa ciudad donde pareca que en calles misteriosas podan brotar muchachos an de pantalones cortos, con apellidos que venan de Ucrania, Polonia o Rusia; y podan ser Timerman o Rotemberg, y en esos bares donde el idish an no se haba extinguido entre las voces porteas escuchadas a diario,

se forjaban entre la cada de Pern y los aos 60, proyectos literarios, poticos o periodsticos, de los que no pocos tuvieron concrecin. La Opinin fue uno de ellos, hoy revisitada su historia por la disconformidad escptica de un gran contador de acertijos de entonacin jazdica, Abrasha Rotemberg. Era el economista del diario, que en su recientes e interesantes libros sobre la historia del diario percibe los ventisqueros riesgosos en los que se interna Timerman, siendo Abrasha el cultivador de un humor paradojal que lo tornaba excelente cronista, hombre asumido con irona como conservador y fuerte crtico de las mismas tormentas de la historia que a Timerman le fascinaban. Jacobo Timerman, en sus memorias de la crcel, sin embargo recuerda la expresin los moderados, concepto aparentemente aplicable a l como a un presunto sector militar que no quera gobernar sobre los cadveres de los campos de concentracin. Lo hace para justificar la opcin que se tom luego del golpe. Continuar con el diario criticando la doble violencia militar y guerrillera. El problema se configur luego sobre la rechazada forma de la teora de los dos demonios, adjudicada incluso al Informe Sbato, pero quedan dudas sobre si el propio Timerman no deseaba jugar la poltica del diario alrededor de algunas de las figuras del rgimen militar, ms all que si calificadas o no de moderadas, pues hacan parte tambin de un indito dispositivo de exterminio de militantes guerrilleros, polticos y sociales e incluso de allegados y an ms, de un crculo de personas que trazaba una circunvalacin de mayor descompromiso con la lucha armada, y que sin embargo, cayeron en las redes de la maquinaria de tortura, despersonalizacin y desaparicin de cuerpos. Eran los bordes indeterminados pero imprescindibles del terror. Timerman no poda ser verosmil con esta expresin, los moderados. En cambio su relato de la crcel es un vibrante testimonio, uno de los ms fuertes escritos en la Argentina, que no supera el nivel que tiene este mismo tema en los escritos de Primo Levi, pero bordea con intensidad la crnica estremecedora de los interrogatorios, las torturas, las humillaciones diarias, el dolor sin palabras, la estructura horrorfica que converta a las personas en muecos deshabitados de conciencia, aptos para la ciruga de caza mayor que haba implementado el Dispositivo de consumicin mecnica de vidas y diseminacin tcnica de la impalpable pesadilla. Timerman opina que si La Opinin pudo subsistir durante el primer ao del gobierno militar es porque los moderados de las fuerzas armadas consideraban que esa tribuna crtica pero no opositora, que luchaba contra el terrorismo pero defenda los derechos humanos, deba subsistir. Parece un parecer algo inocente o desfigurado por la realidad de los clculos polticos que como director de un diario nacional poda hacer Timerman, para impulsar precisamente con ese pensamiento, un sector interno del Proceso. No parece verosmil un tratamiento de su persona a un nivel de crueldad tan sistemtico solo por mantener una lnea que se diferenciara de ambos terrorismos. Incluso no condice con la capacidad de La Opinin de ser parte de mltiples contactos polticos en el mundo militar, empresarial y poltico, la idea de que mi diario fue el ms perseguido de los cuatro presidentes peronistas que hubo en la Argentina entre 1973 y 1976. El ms perseguido por el peronismo de izquierda y por el peronismo de derecha. Y no haba forma de explicar a los militares que a pesar de ello yo crea que la represin contra los terroristas deba y poda ser dentro de los marcos legales. Quizs no sea sta la mejor descripcin de su situacin poltica en las compuertas sacrificiales abiertas por los gobiernos militares; quizs las palabras peronismo de derecha y de izquierda poco representaban ya. Y acaso su intento de mediacin poltica, si descripcin fuese correcta, aumentaba la disposicin de los cuadros altos, medios e inferiores de la represin para revivir su vil simulacro del nazismo, torturando y

atormentando a un intelectual judo que llenaba todos los casilleros del triste formulario persecutorio antisemita, que en secretas reparticiones del estado y la misma sociedad, forman un tramo indisculpable del inconsciente colectivo. Con todo, su libro no vale por estas especulaciones polticas que solo no son triviales por estar hechas por un vctima, sino por el esbozo profundo del pensamiento de un sobreviviente que lleg a uno de los niveles mximos de despojamiento a los que puede llegar un ser humano privado de los signos vitales que implican su nombre, su condicin autorreflexiva, su persona como mero ente vivo. En un momento de su conmovedora descripcin de la celda que haba eliminado casi todas las condiciones dignas de vida, consigue ver otros ojos, otros prpados, a travs de una mirilla por la que estaba prohibido mirar. Parpadeabas. Recuerdo perfectamente que parpadeabas, y ese aluvin de movimiento demostraba que yo era el ltimo ser humano sobre la tierra en un universo de guardianes torturadores. Pero para llegar a La Opinin, Timerman haba transitado un trayecto conocido y arduo, que a su vez retomaba anteriores atributos. Se llegaba a La Opinin porque antes haban existido De Frente, de Cooke muy bien estudiado en el excelente libro de Eduardo Jozami sobre Walsh; Qu, de Scalabrini, Mariano Montemayor y el frondizismo en su conjunto, Cuestionario, de Terragno; Confirmado y Primera Plana, del propio Timerman. Incluso antes, Compaero, de Mario Valotta (donde Germn Rozenmacher escribi aguafuertes annimas), hojas de las que luego resultaran Noticias, de los montoneros, Nuevo Hombre, de Alicia Eguren, donde escribi Nicols Casullo, en cierta forma Feriado Nacional, Humor, El Porteo, de Levinas y Pgina 12, del primer Lanata. Es, con muchas ausencias que no est a nuestro alcance reparar, la genealoga de la modernizacin periodstica del pas: implicaba no solo una hiptesis sobre un lector cuya conducta de consumos culturales el concepto empieza a forjarse en esa poca, activado por agencias de opinin e investigacin motivacionales: otra vez la poca-, que comienzan a forjarse entonces, sino tambin por periodistas que comenzaban crecientemente a mostrar su firma junto a vestigios insinuantes y quebradizos que reaparecan un bastidor oculto de retricas literarias operadas por un radar de captacin de fetiches culturales en el mercado comn del habla, o dicho de otra manera, en la raigambre ontolgica en que luchaban distintas formas y juegos escriturales. Pero detengmonos en unas breves, unas poco ms que sucintas lneas sobre La Opinin y sus inmediatos afluentes timermanianos: Confirmado y Primera Plana. Inevitablemente debemos explorar la hiptesis de si hay una modo narrativo de poca, que imperceptiblemente anuda en un estrado superior de la fantasa, o si se quiere de la retrica social de uso ms visible, el lenguaje de la prensa renovadora. Si ese modo existiese, es probable que sea una novela, y si esa novela existiese, es probable que sea Rayuela. No haba manuales de redaccin ni escuelas de periodismo: es as que hacia principios de los aos 60, Rayuela de Cortzar se convierte en un estmulo a crear un lengua comunicativa que se mova en los lmites mismos de lo comunicativo: es decir, se generaba por desechos, recortes, residuos de lenguajes anteriores armados a modo de collage juguetn, y se aprovechaba de las inconexiones del lenguaje, con su facultad de generar grandes zonas metafricas, para introducir un principio de duda ficcional en el conjunto de la escritura periodstica. El lenguaje de la poca para tratar actitudes y tensiones vinculadas a esta lengua disidente o desatinada, pero que la nueva publicidad haba puesto en escena, pronunciaban la expresin border line con el mismo espritu de brusco hedonismo lingstico con el que dcadas despus, con la misma liviandad, se ment episodios que se dieron en llamar panic attack.

Fragmentos cortazariamos, asimismo tomados de dctiles recetas de un dulce absurdo de escritura provenientes de Csar Bruto, como Lo que me gustara ser si no fuera lo que soy, ayudaban a trazar un camino grcil para la violentacin de la lengua, que del ejercicio literario se trasladaba en masa hacia el periodismo, con menos alcances que el impetuoso mitrismo que un siglo atrs haba comenzado a parecerse a veces a Taine, un poco a Michelet y no rechazaba enteramente las formulaciones de Rubn Daro, que otorgaban nuevos simbolismo a las tensiones idiomticas sin entorpecer la lgica lectora, como dira muchos aos despus un famoso filsofo de mediados del siglo veinte, esa avidez de novedades. El espritu de Rayuela, como lo haba notado el crtico Nicols Rosa, animaba los ensayos para recrear los lmites del nuevo periodismo, habilitndolo para la crtica, o para la noticia insinuante y repleta de alusiones a una red de lecturas proclamadas como necesarias en los vocingleros escaparates del nuevo lector. De una manera genrica que hoy no es fcil ni rememorar ni volver a detectar, el periodismo de la poca intenta resurgir de una rajadura del idioma, donde ya haba variado totalmente la idea tradicional de noticia, una cpsula encerrada en sus predisposiciones fcticas de localizacin en el territorio, el da, la hora y los nombres que registraban ese accidente semntico que se poda recortar como mosaico irreductible de la realidad-real y la realidad del periodismo. Esta fusin introduca cuestiones nuevas. Podra indicar que Cortzar era la gran metfora del periodismo pensndose a s mismo, o sino que los periodistas se transfiguran en novelistas cortazarianos. Si por una parte podan estar ms cerca de la frmula asombrosamente consagrada por esas mismas revistas culturales el realismo mgico-, pues permita hacer ejercicios surrealistas, de cortes caprichosos en el tiempo burocrtico para extraer planos atemporales de historia cultural latinoamericana, por otro lado Cortzar encenda los nimos para producir recortes, montajes y ensambles de vanguardia entre mbitos heterogneos unidos por ldicos tablones o pasadizos irreales smil de la praxis periodstica- que permitan tocar un timbre en calle Cochabamba de Buenos Aires, deca, y caer en el patio de Menexeno en la vieja Grecia. El propio Cortzar no se cansaba de producir guios sobre el arte de la escritura, que llegaban directamente a la centellografa (N. Rosa) de las redacciones nuevas. Qu voy a poner, cmo voy a clausurar correctamente la oracin?, se preguntaba el narrador de Las babas del diablo. Como primera medida medida abismal haba que comenzar a contar, declarando de entrada que la realidad era un vaco juguetn que por ms dramas que encerrara, haba que sacarla de su estado salvaje, de noticia bruta, para ponerla en los odres de una pregunta que hiciera conciencia la escritura periodstica como problema. Pero haba otro elemento en el Cortzar de esa poca, en el Cortzar de ese momento, que era el tratamiento de la palabra ahora. Qu palabra, qu estpida mentira!, dice el fotgrafo de Las babas del diablo. Se parta de un vaco, un inquietante vaco del tiempo como res nullius. El presente que surga de all cargaba con su anonadamiento anterior, y poda potenciar tanto la reconstruccin inusual del fotgrafo como los arabescos de la crnica del escritor periodstico. Qu eran meros guios, que implicaba cierta anulacin vibrante de la respuesta histrica propiamente dicha para hacer pasar por una suerte de decisionismo fabril de la fbrica periodstica el sentido de una historia solo en tanto presente? Puede ser, pero ese credo va recorriendo redacciones, va preparando oficios periodsticos, lanza a la escritura a miles de iniciantes de una profesin que si ya con Botana haban probado su poder de reencaminar ese plasma secreto que es el miedo sigiloso que recorre las espesuras sociales y convertirlo en materia de lengua social

anhelante, ahora se podra en la libertad de ese tiempo ahora, conducir el alma orgnica de lo social hacia una suerte de interpretacin de la noticia como si ella fuera eco del modo en que podran definirse ciertas estticas de la hora. Por ejemplo, una crnica sobre las pelculas italianas del gnero western, entonces con capacidad de llenar las grandes salas cinematogrficas de la ciudad cuyo director era Sergio Leone, pero los guionistas eran Age y Scarpelli, los grandes autores de los textos flmicos que plasmara Ettore Scola, eran calificadas como propias de un barroquismo de la plvora. El crtica Enrique Raab, del cual de tanto en tanto emerge su recuerdo, ni tan desvado ni tan pleno, nombre arrebatado para siempre por la represin, haba dado un veredicto totalmente adverso de un film de Leonardo Favio, diciendo que ciertas tomas con el hroe sobre campos de trigo traan cierta inspiracin fascista. Todava no haba una comprensin ms profunda, aun para un crtico lcido de la izquierda, como Raab, del pasaje que haca Favio desde su formidable El dependiente al trabajo con difciles mitologas populares, a las que converta en retazos onricos de un pensamiento democrtico, empleando los paralelismos entre imgenes flmicas, mitos del sueo e conos de un cristianismo primitivo. Ser la stira la gran inspiradora del periodismo de todos los tiempos. Ella puede decir que de su ms profundo fondo, emerge el periodismo. Y menos del parte de guerra que en el comienzo de este libro expusimos como problema. La Opinin deja que la redescubra Pgina 12, pues no quiso llegar a ella. Lleg s a una amplia decisin sobre la relacin difcil que se estableca en el ahora del periodista y el ahora de lector. El equilibrio era tenso pero se respetaba. Haba cierta separacin estamental entre escritor y lector, pero no responda ms que a otro juego cortazariano. Poner al escritor periodista en un Olimpo impertrrito, en el que se supona que a tal lector le gustaba verlo. No era el hipcrita lector que pareca ser humillado en un movimiento ldico, sino una humillacin que sin dejar su irrealidad quera ser efectiva para despertar ms rpido al lector respecto a que deba prepararse para tiempos ms vertiginosos. Por eso, dentro del derecho adquirido de los periodistas, en Primer Plana no podra leerse Todos los hombres son mortales, dijo Scrates, sino Todos los hombres son mortales, observ Scrates, o exager Scrates, o sobreabund Scrates o nos instruy Scrates, o nos conmin Scrates, o nos perjudic Scrates. Este recurso provena no tanto de Cortzar sino de Borges, donde el adjetivo que calificaba era engaoso, pues desde ya significaba un juicio de carcter moral, un editorial que pona a las personas en relacin a su historia o su destino de un modo implcito, juzgndola en el Tribunal mayor de un diario contemporneo. Todo hombres, sentencias, objetos hablaban una segunda vez a partir de la primera en que lo haban hecho, y eso era el derecho a rectificacin del sueo de la nueva prensa realista y utpica a un tiempo, de new journalism, inspirado en Truman Capote y su clebre A sangre fra, sin que le fuera a la zaga la novela realista de Tom Wolfe, La hoguera de vanidades. Walsh, como veremos, ya haba explorado poco antes esa senda, que en este caso sera la de una vastsima tragedia personal y colectiva. Exista cierta subalternizacin del lector, a la manera de una democracia jacobina surgida de jvenes redactores recin salidos de facultades de literatura o de lo que comenzaban a ser las primeras escuelas de periodismo, pona a los dioses impenetrables de la escritura por encima de los pobres mortales lectores, en una verdadera tarea de re-pedagogizacin encarada por demiurgos de mquinas elctricas de escritura como la IBM Electronic Typewriter 50, que ya eran las ltimas estribaciones antes de pasarse todo al mundo computacional, que revolucion las redacciones, pero no los artificios retricos. Cierta vez, el gobernante militar de la poca hizo una aclaracin a la revista Primera Plana se trataba del presidente, general Lanusse y en la respuesta

se le adjudic la condicin del lector Lanusse, degradndolo legtimamente no por impuso antidictatorial necesariamente, sino por la maquinaria de reasignacin de jerarquas, donde un general aun desptico, no poda ser superior al mester de juglara del periodista joven que entraba a la redaccin en el turno vespertino. En el recordado cruce con el tabln de Hctor Oliveira de una casa a la casa de la otra vereda, un gran momento de Rayuela, se forja una secuencia de reflexiones periodsticas donde este estimable personaje se complace en idear ttulos que lo ayudaban a tolerar su infantil aventura: Se le enreda la lana del tejido y perece asfixiada en Lans Oeste. Se trataba de una humarada que captaba bien el estilo de titulacin del periodismo popular y quizs del conjunto del periodismo. El hecho era absurdo, casi imposible, llamaba la atencin por su condicin patafsica, coronado en una localizacin indispensable del oficio periodstico, Lans Oeste, que le daba aun ms el carcter de una precisin curiosa, innecesaria e intil. Pero revela que Cortzar ve su sistema de recortes y ensambles como una tcnica que surge de las usinas risibles del idioma o de sus reveros de seriedad, lo que no difera demasiado del gran proyecto de renovacin periodstica estudiante el absurdo constitutivo de los lenguajes reales y aplicarlos luego a la ficcin de una redaccin periodstica. Otro sistema cortazariano consista en dar como realizada la inminencia de un acontecimiento que bordea la catstrofe sin consumarla. Se cay la Torre de Pisa. Pero esa torre esta siempre inclinada, a punto de caerse. Pero es una ilusin que el periodismo, de inminencia no puede convertir en realidad, pues su forma existencial realista es la de siempre ser ese objeto renacentista tan interesante como vulgar, pero el hecho de que status es el de proclamar que se inclina sin caerse nunca: un erro sistemtico. El chiste cortazariano desafa aqu a todo el periodismo. La noticia sensacional que se quiere ofrecer ya est dada. Toda noticia, para ese momento, es un tejido rasgado, perdido del contexto y a la que hay que ofrecerle uno falso, postizo, pero con su segunda naturaleza real convertida en noticia sobre la noticia. La palabra opinin, doxa, reemplazaba con vigor gtico es decir, sostenido por influjos aguzados y demirgicos lo que toda la filosofa de lo real aconsejaba a llamar episteme, conocimiento, ciencia. Aunque tolerando la opinin. Pero ahora era sta la que invirtiendo los papeles, toleraba y filtraba el argumentum. Es Rayuela la que preside esa impresin de opiniones enlazadas como nueva ideologa del peridico que se quiere objetivo y subjetivo al mismo tiempo. Parte de los hechos constituidos, en Rayuela, son noticias que interrumpen el plano de coherencias de lo real, como otro juego de ndole burlona sobre una seccin permanente de los diarios: la carta de lectores. Cortzar imagina un seor Washbourn que le escribe al Observer sobre la extraa ausencia de mariposas del tipo Cigeno, Etrea, Quelonia, Catocala y Ojo de Pavoreal. Probablemente esta carta sea cierta, y Cortzar la haya ledo en su momento en aquel diario, pero en el interior de Rayuela, suena a una humorada sobre un tipo de lector y un tipo de diario. Reclaman un imposible pero que se tornara lo ms comprensible del mundo. Mi obsesin personal entomolgica o filatlica, por qu no tendra que ser asiento final de la idea misma de noticia? Esa falta de colepteros de nombre extrao y que solo podra interesar a un fantico coleccionista por qu no sera el modelo mismo de falta que ningn peridico por ms observador que fuera podra alcanzar? Leccin cortazariana. El pasado convertido en un jardn en permanente hibernacin o esperar que vuelvan siempre las mismas mariposas, implica la imposibilidad de que se nos ofrezca un tiempo presente detenido y embalado sin que de inmediato se convierta en una dimensin del ayer. Los dilemas de Cortzar eran los dilemas que los ms perspicaces periodistas de La opinin deseaban desentraar.

Algo ms importante hizo Cortzar con los estilo de investigacin periodstica, que en todo caso, en su manifestacin ms dramtica, debe compartir como desvelamiento de las mamparas opacas del presente con un Rodolfo Walsh. Escribi El libro de Manuel, que es el proyecto de organizacin de un libro a travs de recortes de diario. Eran recortes que se referan especialmente a los hechos armados ocurridos en la Argentina a fines de los aos 60 y comienzos de los 70, cuestiones que incluan tambin aspectos de desahogo, equvocos metafsicos y enredos cmicos en los racimos de personas que se atraen y dispersan como abanicos marca ub rey en toda la literatura de Julio Denis en adelante. Los recortes se pegaban en un lbum para la futura educacin de Manuel, un nio roussoniano pero ms que un Emilio era el propio nio Cortzar como testigo futuro del infortunio de una generacin poltica presente. Pero esos espectros y juglares, eran el ceo fruncido de Cortzar sobre la realidad de su pas. El Libro de Manuel es el ms directo antecedente del Nunca ms. Tambin Respiracin artificial de Piglia cumple a su manera ese mismo papel. Cuando pasados algunos aos, casi veinte, que no dejaremos de cubrir, como dicen los periodistas, con nuestro rpido relato, Pgina 12 saca un suplemento llamado Primer Plano, los enlaces estn hechos. El hilo inconstil del recuerdo que a veces llamamos poca, suele componerlo por nosotros mismos. Cul era el tema de ese suplemente, as tan nostlgicamente llamado, con interfaz as se dice ahora?, entre dos pocas? El tema del suplemento es Cortzar. Luis Chitarroni, uno de los vigorosos crticos argentinos, no se la deja fcil al cronopio. Dice que Cortzar hizo una apuesta vital llena de rebelda pero que institua una moda con los mitos culturales vigentes, con una literatura saturada por el sujeto. Demasiado mimetizado con lo que se podra llamar el contexto histrico, con sus propios materiales tan absorbidos en ese presente, Cortzar no resisti a su poca. No Jitrik, otro de los crticos literarios sutiles y depurados del pas, traza un juicio mucho ms ameno pero no exento de severidades. Es en cambio el director de Pgina 12, el diario que contiene el suplemento, Jorge Lanata, quien proclama su profesin de fe cortazariana. Desafiando a los crticos que han descartado apresura mente al autor de Rayuela, y diciendo que leer esa novela, en su barrio de Sarand, sentado en un escaln de su casa, le cambi la vida. Es a los veinte aos, edad mtica, que a su vez se forjan los mitos literarios. Que con el tiempo lo llevara a un mito periodstico en el cual la utilizacin de estos utensilios de la magia cortazarianos no han desaparecido hay recortes, collage, actuacin que estetiza el ambiente, manejos despojados de sustento en cuanto al lenguaje que reflexiona sobre s mismo pero volcados hacia un nuevo cinismo que tambin puede comentarse como un hedonismo de comediante y mrtir, aunque sin ninguno de los elementos literarios y poticos que, en cierto momento, parecan pertenecer a ese monologuismo que pasa por encima de todas las reglas de la conversacin y del pacto general entre los hombres ms si hacen periodismo de no usar los recursos de la razn y la emocin, para golpear las zonas ms desprotegidas del espritu, all donde surge la carcajada sin comprensin y la impiadosa revelacin de un sentimiento destructivo como declinacin del periodismo a eras donde el grotesco todava no se haba depurado, y donde las tecnologas ms poderosas ya conviven con un sentido de la burla, la mmesis brutal de personajes pblicos, actos que no poseen el refinamiento al que en cierto momento lleg la civilizacin que adopt en su seno la reproduccin tcnica. Produciendo habladuras. Pero tambin no dejando que desfallezca el arte y la poltica sin espasmos sistemticos surgidos del ego del gran inquisidor. Ahora, Jorge Lanata, pone al servicio de las fuerzas poderosas del planeta, el viejo arte que fue tierno cuando lo inventaron los cmicos del renacimiento, lo aliaron con el periodismo desde

el siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, y lo hicieron decaer en un poder absoluto para impresionar a las masas, desnutrindolas ferozmente de la piedad, la autocrtica y la pausa para reflexionar en medio del estremecimiento provocativo de un exorcizo, hecho sin la prudencia que hubieran tenido hasta antiguos inquisidores de oficio. Pgina 12 de la era Lanata, trabaj como se suele decir sobre el significante. Sali de color amarillo para criticar a los amarillistas, sali con la primera pgina en blanco para criticar a los censores, us el humor interno de la redaccin que como el de un quirfano, juega con la cercana de la muerte para proyectarlo como sobreentendido en miles de lectores, superando el humor frontal de la Revista Humor, y afirmndose en la investigacin de las entretelas sigilosas del Estado como si se pudiera producir un hecho de la magnitud que haba motivado lo que Walsh llam periodismo de investigacin. Solo que ahora era necesario que perdiera el encanto de actuar sin respaldo alguno, como los detectives solitarios y fracasados del policial negro, pero en una causa social que exiga del investigador una fina escritura con ecos borgeanos y una cdula de identidad falsa. Ahora todo un diario se converta en una suerte de Tercer Estado que se torna empresa de empresas, absorbe la vida partidaria y a la misma sociedad civil y se convierte en organizador de la lengua es dominante, es decir de los gustos, las prcticas y las subjetividades. Por eso tambin contiene las funciones del juicio al modo de una llamada justicia meditica (Zaffaroni, Esteban Rodrguez), donde toda proposicin, sancin o compromiso se mantiene en las rutinas institucionales correspondientes, pero tiene un resolucin rpida y apriorstica en el modo de habla de los medios de comunicacin, siempre en permanente estado de emitir enjuiciamientos, rdenes de captura y fallos en nombre de una sociedad transparente que los ha elegido sin elegir. Es la ms opaca de las transparencias. La vuelta de campana del periodismo de investigacin. Lanata. La decisin artstica de Cortzar segn la ejemplificacin de David Vias lo llev a trabajar en lo que se denominara actuar entre dos paos. Por un lado Cortzar exhibe la desganada frecuentacin de Levi-Strauss y por otro la yeca populista. Todo en una doble guiada. David aqu creo que se equivoca. No prefiri Cortzar la aguerrida monolatra, el culto a una unicidad del destino que finge todo lo que puede que no hay vidas separadas, conflictos entre adversarios, enemigos a muerte que son una diferencia metafsica permanente u ocurrencias simultneas en planos de tiempo distanciados. No, Cortzar, al contrario de la gran desesperacin viesca por enviar todo significado a series que los desdoblan, los hacen refluir en bifurcaciones infinitas y contrastes definitivos, que buena inspiracin ofreci tambin a las redacciones periodsticas durante varias dcadas. Cortzar mantiene los dos paos y la relacin entre ellos es la magia infantil, un pase de hechicera que deshiciera la vida cotidiana con una descripcin por el absurdo que hiciera posible pensar que mundos heterogneos se podan atar entre s por obra del sueo de un mdium distrado. Esto ltimo rindi ms efectos en el modo de componer, pensar y meditar en las redacciones argentinas. Quiso ser La Opinin menos cortazariana: eso lo fue mejor en su momento su heredera, Pgina 12. Fue el diario que se lanz como para una inmensa minora y su deseo de incidencia retratado en ese slogan que le atribuye a Pedro Orgambide, que anuncia el propsito de hegemona del peridico a travs de los sectores sociales y polticas de las elites argentinas lo llev a creer que la poca militar era apta para designar y descartar a los dos demonios, sosegarlos, y luego de mdicas represiones, lanzar una va reparatoria con alianzas que los militares determinaran desde sus guarniciones. La inviabilidad de esta moderacin le cost a Timerman la prdida del nombre en una celda annima, vejatoria y sin designacin ninguna, la habitacin horrorosa de los condenados. El diario sali dos aos ms bajo el control militar, con

interventores de la Marina el capitn Goyret y luego dos coroneles, hasta quedar bajo la direccin de Ramiro de Casasbellas, en medio de graves discusiones en su redaccin. El diario pasa a ser vocero de la dictadura militar, pero su seccin cultural se mantiene con una relativa autonoma respecto a estos trgicos avatares. Antes de estos episodios, haba sido secuestrado un importante integrante de la direccin del diario, Jorge Money, y su cuerpo aparece acribillado en Ezeiza. El general Lanusse, Balbn y Martirena, del justicialismo, alcanzan a repudiar pblicamente el asesinato. Luego ser secuestrado Enrique Raab, Toms Eloy Martnez abandona la empresa por amenazas, muere en un sospechoso accidente David Graiver, que es tenido como poseedor de una parte del paquete accionario del diario junto a Gelbard. El Buenos Aires Herald, dirigido por Robert Cox, queda como el nico diario que se hace eco parcial de las denuncias de desapariciones. Cox conoce un breve perodo de prisin pero seguir siendo receptculo de denuncias que son publicadas en su diario. Superpuesta, pero no complementaria a la historia de Timerman, encontramos la extraa y seguramente sorprendente de Rafael Perotta, director de El cronista comercial, un antiguo diario con avisos comerciales y nexos con pequeas empresas que lo sostienen con una gran cartera de avisos, que decidi convertir su diario en un punto de confluencia de los grandes debates nacionales, atrayendo hacia su redaccin a figuras de gran relieve en el periodismo nacional, muchas de ellas vinculadas a los grupos insurgentes, y no pocas al Ejrcito Revolucionario del Pueblo. Perrota, segn la biografa que escribe Mara Seoane, se senta en medio de una tempestad inspiradora, que lo llevaba a banadonar su anterior ciclo biogrfico signado por una vida cmoda y burguesa, poniendo todas las fuerzas del diario al servicio de una revisin profunda de sus propias convicciones, puesto que perteneca a un estamento social que interactuaba con militares, altos magistrados, polticos de todos los sectores del establishment, y al mismo tiempo deba sufrir o protagonizar un goce extrao en sus reuniones clandestinas con importantes personajes de la guerrilla, por los que se senta existencialmente atrado a la manera de un enigma, como lo seala Seoane. El cronista comercial, en un deseo obviamente competitivo con La Opinin, se coloca a su izquierda, poniendo las finanzas del diario en una fuerte tensin que provena de sus decisiones de acompaar, no sin demasiadas prevenciones, los hechos magnos producidos por la insurgencia. A su vez, la redaccin del diario se tornaba asamblearia y Perotta, antiguo miembro de lo que la izquierda hubiera llamada la superestructura dominante del pas, transformaba su persona dramtica en la de un compaero ms, que a la vez diriga un rgano de prensa preso a estas trgicas y de algn modo fascinantes vicisitudes ideolgicas, que siendo tantas cosas, tambin son el modo en que un hombre quiere saber quin es. No obstante, fracasa en un intento de asociarse a otras empresas para salvarlo de la quiebra. Timerman y Perrota se cruzaron en alguna crcel clandestina del Ejrcito, pues ambos secuestros coincidieron aproximadamente en el tiempo. Perrota, del cual poco se sabe sobre su destino, es un desaparecido. Cuando lo secuestraron, los grupos militares clandestinos sometieron a su familia a un penoso calvario, pues pedan un rescate. ste fue pago, pero no provoc ninguna reciprocidad. Perrota jams apareci. Algunos testimonio aseguran que enloqueci en medio de las torturas y el despojamiento indescriptible que sufre el sujeto cuando se lo hurta violentamente de su mundo habitual, como una extirpacin ocurrida en los quirfanos del infierno. De su destino final no sabemos ni nombres, ni celdas, ni nmeros. Una trgica historia en el avatar del periodismo argentino, que surge de las acongojadas decisiones de un hombre sobre las insatisfacciones heredadas, que quizs imagin que una poca nueva poda regalarle una revisin sensual y una nueva veta del idea siempre presente del periodista que conquista un mundo, desviando sus opciones anteriores hacia la aventura que en un

momento excepcional, aparece como vuelco crucial de una historia. As dicho, a falta de otras explicaciones no podra pensarse que esos llamados, en el secreto de conciencias inevitablemente disconformes con sus horizontes grisceos y poco placenteros, podran inspirar virajes existenciales inesperados? En esa redaccin de Perrota se iniciaron muchos periodistas cuyas firmas son notorias en la actual escena del periodismo nacional.

Captulo 21. Conviccin No es posible completar esta historia conjetural del periodismo es decir, incompleta y por momentos llenando vacos con inciertas especulaciones, sin referirnos al caso del diario Conviccin. No romperemos ningn silencio ni diremos nada inesperado. Fue el diario del almirante Massera que sum un drama ms al turbado perodo nacional, que puso al periodismo en un mbito acongojado, donde se impona una obligada reflexin sobre s mismo. Conviccin era parte de lo que en jerga rpida y llana se pronunciaba como el proyecto poltico del almirante, lo que plantea la pregunta sobre los tiempos oscuros donde las vidas se debaten en el arbitrio de su necesidad laboral y el aura de pesadillas que no se ignoran, pues el estar en pesadilla es saber que nada de lo que hagamos en esa poca nos corresponde. Pero los destellos de realismo inmediato que son el sostn del pensamiento realmente existente y tambin lo que nos impide pensar en el futuro de tal modo que muchas veces apenas sospechamos que el futuro siempre es el rayo invertido que se dirige al pasado de nuestros actos sepultados en penumbras, nos lleva a que siempre nos llegue otro plano temporal que nos obliga a no justificar lo que pudimos hacer en el encierro de un presente. El interesante testimonio de Claudio Uriarte, periodista brillante de izquierda, de gran agudeza y percepcin de las condensaciones espesas del presente, ha tomado como su tema pstumo las das en esa redaccin que diriga Hugo Ezequiel Lezama, asesor de Massera y periodista de fino cinismo. Uriarte tena 19 aos y no recuerda culposamente su paso por ese diario, cuyas oscuras precondiciones de creacin conoca, y compara con la frase sartreana: nunca fuimos tan libres como durante la ocupacin. Relata que no haba censura en Conviccin. No inspectores ideolgicos, no agentes de inteligencia. Como en todos los dems diarios de la poca, tena las mismas inconsistencias, arbitrariedades y puntos dbiles. Colaboracionistas? Uriarte lo niega recordando que trabajar en Clarn en esa misma poca significaba apoyar a Viola, y trabajar en La nacin significaba apoyar a Martnez de Hoz. Como tambin La razn y La opinin haban respaldado el golpe de Estado, Uriarte no reconoce diferencias en estar en algunos de estos diarios o en Conviccin. Califica a su director, Lezama como un bon vivant y liberal. No haca caso de comisariatos polticos y acept el primer paro sindical que se realiz en la poca por un periodista despedido. Amante de la buena escritura, Lezama solo interpona ese nico criterio para citar periodistas para trabajar en el diario. La seccin cultural de Conviccin replica de alguna manera la que haba sido la de la desmantelada La Opinin de Timerman. Izquierdistas y peronistas de entonacin progresista trabajaron all. Asimismo, algunos radicales. Uriarte deca que no haba motivos ahora para suprimir del recuerdo pblico, por parte de quienes haban estado en ese diario, lo que hicieron en trminos de una gran escritura y libres opiniones intelectuales, pues la seccin Espectculos entre los ejemplos que brinca era muy superior a la de cualquiera de los diarios actuales (escribe en Decamos ayer, un libro sobre la prensa bajo la dictadura publicado en 1998 por Eduardo Blaustein y Martn Alzueta). Esgrime Uriarte los artculos sobre Proust o

algunos sobre el marqus de Sade, que l mismo redactara. Conviccin no era un pasqun de los servicios de informaciones. No pudo resolver la contradiccin poltica de que Massera quera ser presidente pero ya no integraba el gobierno, pero s la Marina, que financiaba el diario en medio de muchas vacilaciones. Conviccin no poda oponerse mucho al gobierno ni tampoco apoyarlo. Pero en sus ltimos tiempos lleg a atacar duramente a Martnez de Hoz. Un cambio en la seccin poltica lo convirti en un diario opositor y repuntan sus ventas entre un pblico que en gran parte se opone al proceso, a sus fundamentos ltimos de represin, sangre y economa liberal. Uriarte abandona el peridico cuando ocurre la guerra de Malvinas, donde el diario ya sin una seccin poltica que produca ms escozor, se volc al militarismo ms primitivo. Es posible sostener estos juicios de Uriarte? Su figura aun se recuerda en las redacciones de la post-dictadura. En Pgina 12 escribi regularmente sobre asuntos internacionales. Es autor o que a juicio de muchos es el mejor libro sobre una de las figuras centrales de la dictadura y sobre la dictadura misma: el almirante Massera, al que pinta con rasgos de un asesino literario, que deja pistas deliberadas para ser avizorado como un alma estticamente fundada en el ludibrio y la tortura de su semejantes, pero para ser temido y amando en la simultaneidad paradojal de un prncipe de las tinieblas, tal como lo describi Borges cuando en 1985 publica su memoria sobre una de las sesiones al Juicio a las Juntas Militares, juicio al que haba concurrido el da en que declarase Basterra. Uriarte, fallecido muy joven, escribe un libro borgeano: Almirante Cero. Y su recuerdo de Hugo Ezequiel Lezama, como liberal gorila y hombre exquisito para deleitarse con piezas periodsticas bien escritas, reaparece en el libro. Lezama es al autor del discurso de Massera en ese juicio donde anuncia, con literatura de la derecha francesa de la OAS, que ahora todos los muertos son de todos. Uriarte cree que Massera fue un invento de Lezama, y quizs por extensin, que l es el inventor de Lezama. En todos los aspectos de ese carcter transitivo, por suerte, se equivocaba. En una entrevista para el libro de Susana Carnevale sobre diversos diarios de la poca, Lezama dice que una vez escribi sobre un poltico argentino que le gustaba decir bosta en vez de decir mierda, palabra sta dignificada por la historia de Francia que solo un vulgar personaje poda trocar por un subterfugio de clase media baja. Se da el lujo de poner su diario Conviccin en una serie que comienza Crtica de Botana y cierra Pgna12. Niega que haya sido el diario de Massera, pues ste no era motivo de notas ni entrevistas, se le dedicaba el mnimo espacio, menos que el que naturalmente provocaba por ser una figura dice Lezama espontneamente interesante, ms que los otros cenicientos integrantes de la Junta militar. Massera haba sido alumno de Henrquez Urea, de joven jugaba al pker con Natalio Botana y se interesaba por cuestiones filolgicas. No obstante, Uriarte afirma que los discursos de Massera, por ser de hechura de Lezama, aparecan completos en el diario, ms all de que efectivamente, hasta los financistas, entre los que se contaban Fiat y Olivetti, no pretendan notas favorables a sus empresas, sino que se conformaban con asociarse a un diario y a la candidatura del militar que haba provocado sus esperanzas. Oficio duro juzgar a ese diario, mucho ms que juzgar a esa poca. No cabe duda que el diario es de alguna manera la poca y la versin literaria de la Esma. Pero las vidas all involucradas tenan singularidades que conviene adjudicar a la precariedad de la existencia, a las distintas formas del miedo y al hecho irreversible de que ninguna poca si es que ella se asemeja a un continente cerrado permite imaginar los contornos reversibles con que la cancela una poca posterior.

22. Hacia Papel Prensa La Nacin, luego de la cada de Pern retomamos el hilo narrativo de Sidicaro-, se dedica a llamar nostlgicos de la dictadura a los que proponen medidas un tanto proteccionistas a cargo del Estado. Sus nuevas alianzas con las posiciones de la Sociedad Rural borrar sbitamente sus no inexistentes coqueteo con el peronismo, y ms all, con las medidas de regulacin econmica que tom el gobierno conservador. Tironeos inagotables con Frondizi; oposicin tibia al golpe de Ongana, a quien junto a los partidarios de Pern y los revisionistas de Rosas, alberga junto a un nico rtulo de los enemigos de la democracia como destino nacional. En 1966, la actuacin de La Nacin, dice Sidicaro, fue ms civilista que la del resto de la poblacin. El rgimen de Ongana, liberal en lo econmico y autoritario en lo poltico, obligaba a los articulistas de La Nacin a hacer malabares entre lo que apoyaban y lo que censuraban. Pero se asombra favorablemente de que el 100 aniversario de la Sociedad Rural, Ongana se hiciera presente con la misma carroza que haba conducido a la Infanta Isabel en los festejos del Centenario, instaurando una lnea histrica en materia de carruajes y traccin a sangre sobre los picaderos. El secuestro y muerte de Aramburu acelera los planes de sustitucin de Ongana, y La Nacin se queda ms tranquila con el discurso inaugural de Levingston, que descarta por el momento un llamado a elecciones, detrs del cual se yergue el fantasma peronista. Pero muy ponto se muestra desfavorable con las medidas de proteccin a los empresarios nacionales que toma el nuevo ministro Aldo Ferrer. Comienza a tomar cuerpo el tema de la fabricacin de papel nacional para diarios, con impuestos a la importacin que impulsa el gobierno y encuentra la inmediata oposicin del matutino de los Mitre. Cuando asume Lanusse, dispuesto a no dar ms otros cheques en blanco, quedar claro un propsito poltico que implica un acuerdo amplio con las fuerzas polticas, y se esboza un llamado a lecciones que en principio excluyen a Pern, lo que se revelar imposible, como lo atestigua el dilogo que ste tiene en Madrid, en su residencia de Puerta de Hierro, con el coronel Cornicelli, un lcido lanussista, que ofrece negociaciones viables solo con un Pern que apacige a las fuerzas insurgentes, a lo que encuentra una respuesta tibia del viejo lder, que habla con el atad que contiene el recuperado cuerpo embalsamado de Evita en el piso superior de su residencia. Asume Cmpora y La Nacin ensaya nuevamente su veta de necesarias ambigedades, como si consigna fuera la que popularizara su ostensible enemigo: desensillar hasta que aclare. Por cierto, los discursos de Pern contra sus juveniles partidarios que se denominaban organizaciones poltico-militares, salindose del canon de formaciones especiales que l les haba diseado llamndoles entonces a su desmovilizacin, no caan mal a los editorialistas de La Nacin. Si por un lado saluda de inmediato la renuncia de Cmpora, por otra condena la quema por una bomba incendiaria de miles de volmenes de un popular libro sobre el marxismo del profesor francs Henri Lefebvre. Quin no lo hubo de leer en aquella poca? Con el Pern que comenzaba su ltimo combate contra las fuerzas que poco tiempo antes haba alentado de mltiples maneras, cobra cuerpo en un discurso que incluye la denuncia de una diario oligrquico. Segn Sidicaro, una inmediata solicitada contra Clarn pidiendo que las empresas cesen su publicidad en este diario, le deja claro al antiguo matutino que la cosa no es con l, sino con los herederos de Noble. Igual se pregunta si corresponde esa medida, adversa a la libertad de prensa, tomada por un gobierno sobre el que se ha expedido en muchas ocasiones favorablemente, pero que ahora mira con ms recelos debido al proyecto del ministro Gelbard de aprobar un impuesto a la renta potencial de la tierra, que tampoco contar con el respaldo de la CGT.

La muerte de Pern le inspira una larga necrolgica comprensiva (con el asesinato de Ortega Pea, apela a una noticia en su primera plana donde demuestra conocer bien la obra de este adversario histrico del diario; pero seala que muerte era tambin la de un apologista de la violencia, dejando dudas sobre el atisbo de comprensin y reprobacin de su cruel muerte) y se da el lujo de criticar al ministro Ivanissevich, que en otra incursin en la escena histrica, vuelve a revivir su oscura participacin en perodo anterior, ahora con frases como justicialismo o marxismo, que como es obvio no es del gusto de La Nacin. Por la misma poca, ao 1975, esboza una contundente crtica a un entonces desconocido Carlos Menem, que le haba cambiado el nombre a una plaza riojana de nombre Bartolom Mitre. Se abren panoramas sumamente preocupantes para el diario, que apenas tiene un sucinto respiro con la suncin de Luder, pero una vez ms se frustran sus expectativas que del lado del peronismo, proviniese un rescate viable del Orden liberal, o simplemente del orden, sin sospechar que lo hara finalmente aquel remoto gobernador que entonces haba desechado de una plaza provinciana la plaqueta bautismal que portaba el nombre del fundador de La Nacin. Pero es aquel un momento anterior en el que Menem realizaba incendiarias elocuciones sobre diarios del liberalismo rastrero, donde no costaba trabajo encuadrar a La Nacin. Mientras, el diario editorializaba sobre las acciones patronales de disconformidad ante la situacin de violencia y desmembramiento que acosaba al gobierno, dando inocultablemente una serie de argumentos genricos a la inminente medida que tomar el cuerpo de oficiales segn los denomina Halpern de hacerse cargo del poder a partir de marzo de 1976. La Nacin adhiere y no deja de llamar a una batalla de las palabras, para despojar la atmsfera recibida de la vasta publicstica de izquierda clsica, izquierda nacional y marxismo crtico, que dominaba en libreras, claustros y publicaciones de todo tipo. En el mismo ao 1976, el fallecimiento de David Graiver, el banquero que posea una parte relevante de las acciones de Papel Prensa, en un accidente areo de contornos dudosos. El gobierno militar sugiere asociar el Estado a la compra de esas acciones, para ser tomadas en conjunto por tres diarios, La Nacin, Clarn y La Razn. Satisface esa medida. Hecho sustancial de la historia periodstica argentina, primero fue visto con preocupacin por otros diarios, que criticaban la concentracin empresarial con apoyo militar, y poco a poco fueron conocindose los hechos de mancillamiento de la condicin humana, que posibilitaron que la familia de Graiver sealado como financista de las fuerzas insurgentes por la inteligencia militar, precisamente por ser supuesto fiduciario del dinero del rescate de los hermanos Born cediera bajo presiones insoportables en sesiones de amenazas y vejaciones personales directas. Mientras Timerman, explorando los lmites de lo posible publicaba algunas declaraciones sindicales de protesta por la situacin econmica, llegndose por ese y otros motivos Timerman aun no haba sido secuestrado a incautarse una edicin completa de La Opinin. La Nacin protesta en trminos suaves segn Sidicaro, que es especialista en leer los tonos indirectos, sofismas y leves reprobaciones de hecho de suma gravedad, que es el diapasn que cultiva La Nacin para sus lectores entendidos. Todava no se hablaba de construccin de la noticia e invencin de la objetividad. Con respecto a la violacin de los derechos humanos, la posicin de La Nacin era igualmente cautelosa, rechazando las medidas salvajes de la Junta en forma oblicua, por razones fundadas en la prdida de prestigio del pas en el exterior, aunque a esta visin seorial de hipocresa diplomtica la complementaba con la denuncia de que exista una campaa antiargentina en el exterior. Recomendaba, eso s, prudencia en el uso del aparato represivo, sobre todo cuando haba afectados como el embajador Hidalgo Sol.

Para ese momento se inaugura la planta de Papel Prensa, con modernas mquinas Valmet Oy, empresa que contaba con proteccionismo econmico estatal, nocin que para otros efectos, La nacin condenaba. La discusin recin comenzaba. En tanto, La Nacin y con esto terminamos esta resea comentada de su historia, para la que nos servimos generosamente del libro de Ricardo Sidicaro, se propona en el perodo que se abra luego de la cada del rgimen militar traducido en un terrorismo de Estado, a seguir acompaando los acontecimientos como era costumbre desde su perodo clsico. Un poco bebiendo de las fuentes de la Razn de Estado, con la que senta desde su fundacin, y otro poco acudiendo a los sigilosos intereses facciosos que nunca haban desaparecido de su seno, lo que de daban un aspecto difcil de describir, entre un republicanismo ortodoxo, un liberalismo concesivo, una aceptacin de la represin seguida por tibias reprobaciones posteriores, y un ideal ilusorio pero no por eso menos efectivo de congregar alrededor de los intereses de las dimensiones perdurables del poder social argentino un puado de personas y empresas en la que no faltaban los nombres contemporneos a la emergencia inicitica del mitrismo como categora ininterrumpida de una veta cultural distinguible no siempre con nitidez, pero preexistente en la memoria viva del diario, a una vasta coleccin de lectores ante quienes, con su publicacin ms que centenaria, estaban seguros que la clase media lectora segua acompaando la lectura del peridico porque este acompaaba sus secretas pasiones y los paneles corredizos de sus miedos y odios ms insistentes, aquellos que sealaban las obsesiones de una ya larga historia. Papel Prensa S. A. fue inaugurada finalmente en 1978, con su planta localizada en San Pedro, provincia de Buenos Aires. El acuerdo inicial otorgo la mitad menos uno del porcentaje de las acciones a Clarn, y el resto repartido entre La Nacin y Clarn. Se consuma as uno de los grandes procesos de concentracin econmica de la historia argentina, avalado y protegido por el Estado. Siendo la nica empresa productora de ese tipo de papel, vendido a precios ms accesibles a los diarios accionistas. Es actualmente uno de los ncleos dramticos de la disputa econmica y cultural argentina, en una causa jurdico poltica que involucra la cuestin de los monopolios econmicos en sectores vitales de la produccin junto a la cuestin de los derechos humanos. En los aos del gobierno de Lanusse estaba en manos de empresas como Abril y socios de empresas diversas como Juan Ovidio Zabala. Ya se impona un criterio al cual las empresas periodsticas tradicionales se haban opuesto, que era colocar impuestos a la importacin de papel, pero unos aos despus la situacin era otra. Despus de diversas vicisitudes licitatorias donde tiene una participacin activa el gobierno de Lanusse, el paquete accionario cae en manos de David Graiver, que luego del accidente en Mxico que provocara su muerte siempre considerada dudosa fue acusado por el nuevo gobierno militar de tener relaciones con grupos guerrilleros, de los cuales actuaba como agente financiero. Los diarios La Nacin y Clarn se hicieron eco de estas acusaciones. Un tercer diario, La Razn, tambin fue beneficiado por la venta compulsiva de las acciones, ordena por gobierno a travs de distintos tipos de coacciones a los familiares directos de Graiver. En los diarios ms importantes de la poca, y a toda pgina, sale la justificacin de esta operacin con un breve relato de su presunta legitimidad. La operacin fue tensa, cubierta de amenazas y coaccin fsica y psquica. Luego de que actuara una empresa intermediaria Fapel se transfirieron las acciones a los tres diarios intervinientes, ante la satisfaccin de esos peridicos, que publican en sus propias pginas la satisfaccin por la operacin que le da autonoma en la provisin del insumo fundamental. Es de ese momento que circula la frase, primero en sordina, respecto a que el que controla la fabricacin de papel controla la informacin social. El gobierno de

Videla acta aprobando todas las decisiones tomadas, a pesar de evidencias pblicas de sus notorias irregularidades. No obstante, en el documento que los tres diarios publican en sus primeras planas, reclaman por la correccin de la operacin. Seal de que ella ya figuraba en el plano de las discusiones internas, incluso entre los propios miembros del poder militar. No obstaba nada para la inauguracin a la que asisten Bartolom Mitre, Ernestina Herrera de Noble y funcionarios encumbrados del gobierno de Videla. Corra el ao de 1978. Todas las acciones clase a estaba en manos de las mencionadas personas, propietarios o gerentes de los diarios involucrados, evitando la entrada de otras empresas. Habiendo informes que constataban irregularidades, en algunos casos realizados por organismos del mismo gobierno militar, nunca fueron tenidos en cuenta. Todos estos informes, durante el gobierno de Cristina Fernndez fueron puestos a disposicin del Poder judicial, sealando la necesidad de investigaciones que adems de aquellas irregularidades, ponga todo el caso Papel Prensa bajo la pregunta de si se cometieron en todos los tramos de su adquisicin por los diarios involucrados, delitos de lesa humanidad. Se trataba de investigar las presiones ilegales sufridas por la familia Graiver, donde su viuda fue obligada a firmar el traspaso de acciones, bajo amenaza de algunos directivos de las empresas periodsticas: de no hacerlo le costara la vida. El Grupo Clarn, principal beneficiario junto a La Nacin por la venta de papel a precios diferenciales, niega estas aseveraciones diciendo que la compra a la familia Graiver fue anterior a los sucesos provocados contra ellos por la Junta Militar y que pagaron un precio valor al real, ante la oposicin militar de que el dinero pagado siguiera proveyendo fondos a la organizacin montoneros. Algunos de los editorialistas de Clarn, por otra parte, restaron importancia a la querella, no solo porque traducira el empeo del gobierno de quedarse con la empresa Papel Prensa, sino porque en la era del periodismo digital, ya no tendra una importancia relevante la produccin de papel. S podr en el futuro hablar de periodismo sin hablar de los conglomerados empresariales, como en una novela de Raymond Chandler, con los papeles que se firman ante escribanos inmutables aun con un rastro de sangre seca en sus peligrosas hojas absorbentes? La desproporcin entre el cronista de esta poca, donde el secreto de Papel Prensa y sus envolvimientos con los aos ms oscuros de la historia nacional, tienen ms relacin con cualquier accin periodstica realizada hoy aun las nobles, las imaginativas, las aceptables que los escritos y poesas de Gonzlez Tun en la poca de la Gran Rotativa Hoe del diario Crtica. La historia que vivimos no es grata. Est la ley de medios, que saludamos. Pero la resolucin del cuadro intelectual de la poca, introduciendo en el lo que potencialmente contiene, un hlito de justicia humana institucional y no meditica gerencial, corre por cuenta del debate y la argumentacin. Es preciso en el pas crear las verdaderas voces autnomas que se hagan cargo de esta urgente cuestin, de la que depende el uso cognoscitivo y artstico tambin poltico de la lengua nacional. 23. El periodismo como profesin Hay palabras felices y palabras compuestas, trminos que revelan cmo se transmuta una profesin y conceptos que tiene la dichosa dificultad de creer que cargan con descubrimientos cognoscitivos que en verdad arrojan la sospecha de son tomados de las prcticas ms denigrantes de vigilancia y de la informacin. Las participaciones de los comentaristas en el periodismo electrnico al final de las notas son un caso especial. Algunos son de todas maneras, poseedores de cierta inocencia. Veamos infografa, que supondra dos cosas a un tiempo. Tiene por un lado la despreocupacin de su deformacin gozosa. Y del modo en que ha integrado sus mitades, acercndolas

de un palmazo, nos trae el sabor de un asesinato bondadoso en el hueco del idioma. Pero infografa parece ser un objeto complejo que se estaba reclamando. Cuando se invent el cine, fue tambin una lucha con las palabras, y el kinetoscopio, el praxinoscopio, sus primeros nombres, eran estaciones lingsticas de un trnsito que terminara, sabemos, en cinematografa. En todos estos casos la grafa es concepto que sabe estar siempre presente, porque el grafo mantiene la memoria del signo y la evidencia de que el pensamiento es de la familia de los conos. Pero esas palabras en dos perodos, con dos compases muy diversos repentinamente asociados, surgen cuando un momento de la cultura tcnica exige apresuramientos para juntar las cosas. As, encalla en palabras que despus llegan al lenguaje comn en su verdadera proporcin manuable, segadas y amputadas. Pronunciaremos entonces cine por cinematografa, auto por automvil, logo por logotipo (caso en el cual la mutilacin lo acerca curiosamente mucho ms a su resonancia primitiva) e info por infografa. Aunque info significa tambin la contraccin de informacin, y en esa contraccin ya est incluido el gesto al que se alude: informacin es, de algn modo, siempre contraer, siempre encoger las cosas. La infografa consigue acercar el reino del grafo al reino de la palabra (lo que de todos modos hubiera quedado claro si se hubiera llamado notigrafa, periografa, textografa o redactografa). Estos intentos de aproximar la escritura a la imagen son un esencial dilema del pensamiento y pueden hacerse cargo de mucho ms de lo que pensamos, respecto a la historia de la cultura. Pero es necesario decir algo ms: son intentos que no aparecen en cualquier momento, sino cuando la historia de las escrituras se debilitan y precisan el acompaamiento de la imagen. Por eso, un tacao destino de ahorro, pedagoga y simplificacin, impulsa el actual recurso periodstico a la infografa. La prdida de creencia en el lector, en la lectura y en la escritura ha llevado a homenajear la economa del tiempo lectural en la forma de picturas que tienen el aire de realismo neoltico pero no su vacilante ingenuidad. Antes, otros choques de palabras (como historieta, dibujo-animado, etc.) han surgido con combinaciones parecidas de texto e ilustracin, pero surgan en momentos en que el tiempo pareca expandirse y donde se crea (con el cine era evidente) de que haba un nuevo porvenir artstico de por medio. Porque cuando un arte parece fuerte y seguro, no reclama la compaa de una mitad perdida de palabras No sufri el cine cuando debi volver a las palabras con su inevitable sonorizacin? Ahora, no sera posible pensar que en un futuro cercano, la infografa sea un hallazgo considerado tan relevante, que alguien deba apenarse por el hecho de que por raro acaso deba volverse a las palabras. Pero un pequeo muestrario de esa pena anticipada, lo tenemos al percibir la condescendencia con la que se dice que las palabras nunca sern abandonadas, pero debern compartir siempre su destino con la ilustracin grfica, su dulce carcelera. Sin embargo, cuando la confiante infografa adquiera conciencia artstica, percibir que ya exista. Que era historieta o que era cinematografa; en suma, que ya estaba inventada. Percibir que haba credo que esa novedad que la haca desconfiar del lector era tan antigua como la luchas de todos los modernismos con todas las iconoclastias. Pero secretamente el periodismo no tuvo siempre algo de iconoclasta? Toler fotos, diagramaciones y osadas de la imagen dentro de l. A desgano. Y ahora la infografa viene a decir que lo que pareca tolerancia era el encuentro definitivo de un destino: el grafo final de la llamada prensa escrita. Pero no es as: la prensa fue y seguir siendo la resignada tolerancia de la imagen. Cuando deje de serlo, creyendo que es solo cono, el tiempo de comprensin no ser ms rpido, sino que desaparecer la

propia ilusin de esa cansina anomala temporal, lo nico que nos lleva a leer los diarios. No es grave. Ya asimilamos la infografa. Nos tocar asimilar la guardia periodstica? Es normal que un periodista diga que va a hacer una guardia periodstica con un fotgrafo. Se instalan como personal de vigilancia en las esquinas de los implicados, o de los supuestos implicados, o de cualquiera que sea, a fin de ejercer un estilo de justicia sumarsima que implica el enjuiciamiento instantneo de un flash culpable!, y la presencia del notero juez en primera instancia que en su juventud, inexperiencia o alegra por la aventura, puede mandar un inocente al cadalso. Diarios como Perfil, se han convertido en tribunales mediticos errantes, como togados en el desierto que imparten justicia del far west, la mayora de las veces con sheriff no reflexivo de su condicin, a veces taciturno, pero co un apagado destello de humanismo en su interior. As son los sheriffs, hombres comunes, que alguna vez retiraron el sector progresista de Hollywood con pelculas como A la hora sealada, La jaura humana, Doce hombres en pugna, que en principio al servicio de gran poderes arbitrarios (policas que a voz responden a ciudadanos agrios que pueden matar en nombre de la defensa de su sacra propiedad o granes magnates de corporaciones), sin embargo extraen de su mera condicin de individuos, la redencin de la vida pblica. No lo vimos todava del movilero con su cable justiciero de justicia en primer grado basada en el escrache de los dueos de esas justicia antao han condenado, o de la guardia periodstica en la esquina de la casa del condenado, ya sealado en las tinieblas de empresas periodsticas que funcionan en una instancia de juicio ms extrema que los tribunales populares que en su momentos cruzaron con sus propias inherentes dificultades los procesos tercermundistas del pasado. Ellos van ms all. Es preciso preguntarse si en el complejo de actividades de enjuiciamiento sumario del periodismo de investigacin convertido en resumidero invertido de algo que en el pasado se hizo en nombre de los smbolos de la alta literatura Borges reescrito por Walsh ahora puede sostenerse por el simple recurso de que en esos diarios con redacciones que son fiscalas no elegidas por nadie pero que lo que condenan de la eleccin popular del consejo de la Magistratura escriban escritores aceptables, que han escrito buena novelas, que son lcidos en sus juzgamiento personales de la escena histrica, pero regalan su delicada filigrana de indiferencia en esas columnas columnas del diario Perfil para sostener con palabras ingeniosas, togadas muchas veces por el nima bienaventurada de la mejor crtica literaria (no todas esas columnas son as, descontemos las directamente injuriosas y las que no tienen conciencia de esta situacin) la accin de los brazos de la ley de esa muchacha o muchacho joven que espa la cada del condenado a priori por las fuerzas condensadas de una semiologa periodstica de la condena del reo a priori. . Hacemos un llamado a esos periodistas salidos de las mltiples escuelas de periodismo que tiene el pas. Pareci, alguna vez, que se haba inventado la profesin del periodista. Profesin que era en la mayora de los casos un desdoblamiento de alguna otra actividad profesional, la poltica sobre todo. Para hacer poltica era necesaria una publicstica una esfera pblica en permanente agitacin donde el periodismo fuera su estrella y su luz. Todo a ello a modo de una segunda voz. Las fuentes del periodismo se supone que sean las de la revolucin (fue muy estudiado el florecimiento de toda clase de escritos periodsticos y de pasquines durante la Revolucin Francesa), y en su defecto, las del descubrimiento de un pblico lector que desea verse en el reflejo de cuestiones cotidianas, domsticas o formas de la intimidad (la revista La Moda en Francia, y su irradiacin alberdiana en nuestro pas).

Pero siempre fue evidente que esa voz suplementaria, la del periodismo, podra tornarse en principal. Era Mariano Moreno un poltico, un abogado o un periodista? No son pocos Paul Groussac, entre otros, los que consideran que finalmente era un periodista. Es decir, alguien que como nudo principal en que se resuelve su drama de accin poltica, escribe textos para la esfera pblica. Agita, decide, procede: actos de la profesin poltica, pero escritos e impresos en la prensa de la poca, sobretodo en el diario que l mismo creara. De Sarmiento, cuando uno de sus bigrafos quiere dar un resumen de sus mltiples facetas, se dice fue un periodista. Es Glvez, en este caso, quien emite este juicio. Entonces el periodismo es el escaln principal en donde se deposita una sntesis final que subsume las distintas superficies del hombre poltico? De Mitre, aunque funda un diario, es ms difcil producir un aglomerado final de todas sus facetas en la condicin de periodista. Ms bien, el diario La Nacin obraba como lo que es fama que alguna vez dijo Manzi. Como guardaespaldas de una biografa o una memoria poltica. Echando una mirada sumaria sobre los diarios del siglo XIX, no dejan de constituirse en las posiciones pblicas de una faccin poltica, que desprende o escinde de s misma la profesin periodstica. Los peridicos de esa poca son grandes o pequeas armazones de la publicstica de faccin. Quizs le toc a Lenin definir con perspicacia la tarea de ese tipo de diario, al que consideraba como organizador colectivo, como andamios del partido. Tanto as, que las primeras divergencias entre bolcheviques y mencheviques se dan en el seno del consejo de redaccin de Iskra. Estos pensamientos sobre el periodismo llegan hasta Gramsci, que los corrige sensiblemente, pues el peridico no deja de ser un organizador colectivo, pero ya se refiere a los peridicos que no expresan a las corrientes polticas sino al sentido comn o cosmovisiones de los distintos sectores sociales, produciendo el cemento simblico que los mantiene bajo una direccin cultural homognea. Torpes, muchos investigadores polticos que han tolerado todo en materia de arbitrariedades acadmicas, tambin haciendo un juicio sumarsimo sin fiscales ni jueces reales, tomando apenas sus deseos de congraciarse con modelos de justicia y de poder de un desnutrido republicanismo racionalista (sin las cicatrices previas de la historia, pues ellas tambin piensan y arrojan su manto deshilachado de culpas y promesas sobre el presente), piensan que Andrea del Boca es funcional al gobierno pues elabora el sentido comn como deca Gramsci; es su intelectual orgnica. Malbaratan conceptos en nombre de una irona que apenas es un paso ms all que en la lengua despojada de historicidad da un odio liberal (el odio es una trama tica que habilit el mal liberalismo para pensar) para convertir al nombre de Gramsci en un chiste sin sutileza en un diario demoledor que hizo del debate pblico una serie cada vez ms agravada de manipulaciones, sin problemas ni remordimientos. Tampoco el diario que hereda el nombre de Mitre convertido en sociedad annima, tiene historicidad, ni en su pensamiento editorial ni en el trabajo de periodista a los que no se le exige el dominio de los lugares recnditos de un sufriente pasado, salvo que sean del Opus Dei. La idea de que con el periodismo el diarismo, como se deca en el siglo XIX, que es el siglo del periodismo, poda inclinarse la voluntad de una nacin, es de Sarmiento. Para arrojar una luz favorable hacia su persona en los tiempos posteriores a la cada de Rosas, le atribuye al boletn del Ejrcito Grande, por l dirigido, la responsabilidad mxima en haber derrocado el sistema rosista. Alberdi se espanta ante tal exceso interpretativo, que pone el diarismo como centro de la organizacin social e incluso militar, e intenta darle a Sarmiento una intil leccin de realismo. Valan ms las armas que la prensa? Alberdi se auxilia con ironas certeras contra Sarmiento al que ve como gaucho malo de prensa disfrazado con levita.

Pero tampoco se podra menospreciar la importancia que le dio Rosas a la prensa, y la suya fue efectivamente una prensa de combate, de largos alcances, dirigida por el gran polgrafo napolitano Pedro de Angelis, escrita en tres idiomas y con rigurosos anlisis sobre la cuestin de la navegacin de los ros y aristas polmicas de singular inters, como la polmica con Echeverra. Rosas est atento, en su gestin cotidiana, a todo lo que publica su principal peridico El archivo americano da indicaciones a su director De Angelis que no por extraas dejan de ser incisivas, y construye un hecho cultural que hasta entonces no tena precedentes al hacer una suerte de diario de diarios: se trataba de republicar, refirmar y refutar artculos aparecidos en otros diarios del mundo. Algo que quizs heredara de la anterior gesta periodstica del Padre Castaeda, el periodismo gauchipoltico, hecho por un sacerdote, con espritu apostlico de combate y guardando una estructura de sermn y blasfemia contra los herticos, todo atravesado por un espritu rabelesiano. Halpern Donghi se pregunta como un periodista del montn como Jos Hernndez pudo escribir el Martn Fierro. La pregunta es interesante e inexacta. Sirve para justificar el libro de Halpern, en el que intenta una laboriosa reflexin sobre las tensiones de un pasaje: del periodista al poeta, lo que implica mentar una zona cercana al misterio de la invencin potica. Pero para eso, debe calificar con un concepto inadecuado a Hernndez. No era un periodista del montn, bastando para refutar con ese aserto su artculo sobre la muerte del Chacho Pealoza en el diario El Argentino de Paran. Qu era Hernndez? Tambin podra decirse: un periodista. Aunque el oficio que ejerci con vastedad recubra otras actuaciones no menos notorias; la de insurgente, poltico y poeta. sta ltima desequilibra todo, opacando lo dems, y dando validez al problema que expone Halpern. Cundo el poeta se hace periodista o viceversa, pensamos aqu en el caso de Juan Gelman, se puede decir que se genera alguna clase de incmoda distancia entre el arte potico y el oficio del periodista? La pregunta tiene sentido porque Hernndez acta el tiempos anteriores al de la construccin de la figura del periodista profesional. Gelman, ostensiblemente, despus. Hay que esperar hasta finales del siglo XIX para registrar la aparicin de un gran diario de ideas, La montaa, dirigido por Jos Ingenieros y Leopoldo Lugones. En l se defiende desde la teora de la metempsicosis hasta el socialismo revolucionario; se publica por primera vez en la argentina un artculo de Marx, Trabajo asalariado y capital, y se saluda el 1 de mayo en la pluma de Lugones as como se fustiga a los reptiles burgueses en la de Ingenieros. No eran periodistas profesionales, pero el diario era un modelo de versatilidad, vanguardismo y cruce de culturas libertarias. Era un diario intersticial, dura poco, y se sita entre los grades acorazados de la gran prensa, que vena de las luchas civiles argentinas, y la revista La Biblioteca de Groussac. No es de mucho despus la creacin del imperio de Randolph Hearst, que antes de la radio y la revisin forma en EE.UU. una red de peridicos que crean nuevos pblicos, explorando un folletinismo de masas y un apoyo al expansionismo norteamericano encubierto en un periodismo que daba un paso de masas en trminos de un consumo cultural repleto de pulsiones pasionales, que se encubran en una pseudo-objetividad. La palabra sensacionalismo, feliz denominacin para este estilo, surge tambin en esa poca. La historieta como lenguaje aledao al periodismo, su sombra chispeante y vulgarizadora, es uno de los grandes inventos que perfeccion Hearst. Natalio Botana imit este modelo en Crtica, y no se priv de tener a Jorge Luis Borges entre sus colaboradores, innovar en la tecnologa de impresin de los diarios, y en ser anfitrin de Neruda y Garca Lorca en su quinta de Don Torcuato. Tuvo decisiva importancia en el golpe contra Yrigoyen, sosteniendo una larga campaa de desprestigio contra el jefe

radical. Su viejo edificio en la Avenida de Mayo sigue siendo una joya de la arquitectura art-dec de Buenos Aires. Los estilos de La Nacin y La Prensa, diario del orden conservador para emplear la expresin del politlogo e historiador de las ideas Natalio Botana, sobrino del anterior dominaron durante las ltimas y las primeras dcadas del cruce del siglo XIX al siglo XX, toda la materia periodstica tallada por la creacin de la objetividad de los triunfadores de antiguas luchas civiles. Divergan en la atencin que le daban al movimiento social, a la formacin de los sindicatos anarquistas y socialistas. La Prensa, quizs, ms informativa, ms condescendiente. En algn momento, en las dcadas del horror, es la que public la primer lista de desaparecidos. En La Nacin, en cambio, se hablaba desde la tribuna de doctrina, que era el otro nombre que se le daba a cierta victoriosa objetividad del liberalismo que convena en llamarse mitrismo, a pesar de que ese nombre envolva inevitables polmicas, mientras aceptaba las plumas de Jos Mart, Rubn Daro, Lugones y Borges, antes de caer en la regencia de Mallea, ltimo eslabn de una cultura que se convirti en la melancola de una aristocracia que al no poder tener un estilo de dominador colonial, se remiti a adquirir un aristocratismo nostlgico, prestado de las grandes baronas britnicas que tambin ejercan una autntica languidez colonialista sobre la India. Con el peronismo fue prudente y secretamente opositora. La Prensa enfrent las cosas de otra manera y obtuvo la mxima sancin del peronismo: pasaron sus imprentas a la CGT, en cuyo subsuelo se hallan aun oxidadas, y de ese trnsito compulsivo sali un gran suplemento cultural, mxima prueba de relacin de un peronismo oficial con la cultura universalista de la poca. Los hombres que hicieron el suplemento cultural de La Prensa cegetista Csar Tiempo, entre otros, conjugaron las noticias previsibles sobre Evita con entrevistas a Frida Kahlo. Ya estaba Clarn, un tabloid que nace en 1945, destinado a escribir dramticamente la historia del periodismo argentino en los prximos captulos de la vida nacional. Se piensa como manuable, comercial, escondidamente ideolgico la ideologa sera un implcito ya profesionalmente cercano al sentido comn de una clase media menos gerencial que gerenciada. Hay una innovacin en la escritura, pues lo que ya se sospechaba, queda consagrado. No deba escribirse largo, erudito y con rebordes del escondido literato que los buenos periodistas suelen ser. El periodista profesional tena gua de escrituras y comienza forjarse una nueva objetividad, con manos ocultas de la redaccin, que en nombre de reglar la noticia, la rodeaba de implementos retricos invisibles que ya la tornaban otra cosa. El ttulo, la volanta, la bajada, etc., todos nomencladores que ya estaban en uso, eran los paratextos (palabra que aun no exista) que hacan de la realidad un hecho de alteridad en el que ya el poder de la estructura narrativa que compone a todo peridico, se impona sobre su mera materia emprica. Un hecho periodstico ya no era un acontecer desnudo sino un mendrugo de realidad rodeado de parantes y arboladuras apriorsticas, fijadas por el manual de redaccin. La filosofa de los no filsofos, la regulacin de la burocracia empresarial de toda la materia escrita, y por lo tanto, el conjuro y la directriz respecto a cmo deba comportarse la sociedad y la poltica. Clarn adopt el desarrollismo en la figura de su director, que provena de las rutinas conservadoras de los aos 40, y ms an, de una condescendencia nunca superada del todo respecto al un nacional conservatismo sellado por los aires de las derechas contundentes que antecedieron al peronismo en notorios gobiernos provinciales. Pero el desarrollismo, ideologa intermediaria que busc crear una ideologa de amplias masas medias, llev a una cosmovisin nacional post-peronista que sustrajera al peronismo de su armazn mitolgica desde luego trocada por la

mitologa de un productivismo de ideologa gerencial, misturado con desprejuiciadas jergas que diluan el caudal ideolgico de las revoluciones del siglo XX. El cuadernillo interior de los avisos clasificados de Clarn fue el organizador colectivo de un sector social de diversos dinamismos empresariales, y su evolucin posterior consisti en adquirir una fuerza empresarial autorreferencial, pues en determinado momento comenz a exacerbarse una ideologa que reemplaz al desarrollismo. La nueva objetividad que asomaba tena como corazn trascendente los intereses del propio diario, destinado a ramificarse en medio de la revolucin comunicacional que se avecinaba, y que haca del espritu periodstico un manojo de intereses escriturales al servicio de una noticia fundamental: la existencia en-s y para-s del propio diario. Como ocurra en todo el mundo, un diario dominante del sistema periodstico comunicacional se tomaba como noticia esencial a s mismo, y el punto de juzgamiento de la realidad no era ya una tribunal doctrinal sino una articulacin de intereses empresariales que el diario mismo representaba como metfora de la plusvala cultural y econmica de toda una sociedad. Jorge Ass, en su crnica Diario de la Argentina, sorprende esas transformaciones internas del diario, su pasaje del desarrollismo al desarrollo de negocios bajo la doble condicin de ser una empresa periodstica articulada con una semiologa de los nuevos lectores absorbidos por una ingeniosa objetividad hegemnica. En el mencionado libro, atrevido y equvoco, se deja percibir tambin el dramtico pasaje del periodista sin firma al periodista que firma su artculo o columna, a su manera, un pequeo empresario de sus 60 lneas a sesenta espacios. Hubo que atravesar el Caso Satanowsky (un simulacro previo de lo que aos despus sera la situacin dramtica de Papel Prensa), donde Walsh probara y afilara sus instrumentos que poco despus apareceran ms plenos en Operacin masacre. La mentada situacin de Papel Prensa, luego demostraba que un emporio periodstico, ms la infraestructura dictatorial, se apropiaban de sus condiciones de produccin, y poda lanzarse a la construccin de una red comunicacional que tomaba, desplegaba y a la vez obturaba todos los poros sociales del lenguaje pblico con una gran construccin dominante que no se obtiene de un da para otro. Plstica, absorbente, aplicando la creciente sustitucin del oficio periodstico por la operacin periodstica, haciendo de la peticin de objetividad un simulacro protector de sus ya muy ramificados intereses econmico, la empresa Clarn poda ya confundir sus configuraciones lgicas de su constitucin como dominio empresarial con la realidad histrica que se trasuntaba en la evolucin de la poltica y la lengua nacional. Se produjo as una sincdoque entre las motivaciones de la Empresa y el juego plural de la poltica nacional. No sera estrictamente el diario La Nacin el que tendra como sujeto a la nacin, sino el diario Clarn que tendra como guardaespaldas a La Nacin. Esta adquirira plumas irnicas que no estaban en los planes escriturales de su historieta previa, algunas con humor aristocrtico, otras citando a Foucault en solfa, que animaron esas pginas que condicionaban gobiernos surgidos electoralmente con escritores ulicos, sacristanes del aristotelismo encarnado en una politologa de dictamen y senado romano, con un toque de verdadera desestabilizacin. Es que la irona, en manos del poderoso no del dbil redobla su capacidad desmigajadora de los procesos populares (imperfectos, perforados por sus vacilaciones internas en cuanto a creencias de lenguajes crtica e indecisiones sobre el lugar de la vida intelectual), siendo hoy algo carente en las filas renovadores de la atmsfera cultural argentina (en el periodismo, desde La moda, El Mosquito, La montaa, La Opinin de sus comienzos, Pgina 12 y su compleja historia), pero adoptado como filosa promesa de demolicin moral en los rganos de los diarios de Papel Prensa, el cerebro que une la fbrica con la semiologa,

la nota intencionadamente cortante y degradadora de personas, y los procedimientos infamantes, el juicio por jurados que salen de las redacciones, con el culpable ya en pica de la lanzas del movilero, pero redacciones ya sin humo, ascpticas de santidad militante con una definicin sobre la corrupcin salida de manuales escritos por quienes pueden conocerla mejor que los eventuales corruptos que combaten y no es que no existan. Esta historia es ms larga, por supuesto. La detenemos aqu, y concluimos recordando que lo que tambin est en juego en estos momentos es la supervivencia del oficio periodstico como tutor de una nueva objetividad. No es tan cierto que al desnudarse una neutralidad fallida en la gran prensa y su ramificado sistema audiovisual, deba imperar un periodismo que se atenga solamente a declarar los particularismos culturales y econmicos que expresa. No est mal enunciarlos. Pero no es posible forjar un nuevo trato entre el lenguaje comunicacional y las ticas colectivas sin restituir una nueva manera de la objetividad, ms rica, autoconsciente y capaz de evidenciar sus autocrticas. Sera un gran paso adelante respecto a que la ruinosa objetividad de un largo perodo anterior, que est cayendo en pedazos ante nuestros ojos. Los verdaderos conflictos, en su punto ms intenso, suponen un doble debate simultneo: el de las materias directas que son motivo de la divergencia y el de los medios comunicacionales que las expresan. Las luchas no solo se hacen a travs de la lengua que ponen en accin los protagonistas de un antagonismo, sino tambin sobre el propio uso de esa lengua, sobre la forma en que el lenguaje se debe presentar en un desacuerdo del cual inevitablemente es parte. En una sociedad con distintas fracturas en la discusin de sus intereses materiales y en las valoraciones simblicas que los acompaan, no es fcil encontrar una mediacin normativa que trabaje por encima de las diferencias planteadas, ofreciendo las garantas del juez imparcial. En su ltimo rescoldo, el lenguaje es siempre el de las luchas porque su origen se halla en ellas, por ms que en determinado momento se encuentre estabilizado, en estado interino de universalidad. A poco que se lo exija, abandona su ropaje estable, para asumir las sutiles estratificaciones de un arte de injuriar, con sus no tan remotas races de clase, aunque las sabe abrigar de cualquier sospecha de parcialidad. Por eso, los intentos de realizar un juicio crtico que ponga un horizonte ms calificado para examinar el lenguaje por el cual se lucha, no cuenta con demasiada simpata por parte de las argumentaciones en juego. No se desea contar entre las reflexiones posibles, en el momento del combate, con una hiptesis que interrogue los supuestos de una neutralidad valorativa que se asignan a s mismos algunos de los contendores. Habra que aclarar de inmediato que estos supuestos no son necesariamente intencionales o premeditados, aunque en general se basan en la certeza de que no es conveniente revisar los oscuros cimientos discursivos que habilitan las luchas. A nadie le gusta creer que sus enjuiciamientos genricos son un enunciado faccioso. Las sobrecargas interpretativas de los medios de comunicacin contemporneos, los subrayados pastosos o las insinuaciones que surgen de espesas habladuras (Heidegger), surgen as de su tranquila corteza atmosfrica. Producen habitualmente parodias circulares como su aparente necesidad objetiva, nico rastro de autoexamen que nos brindan. Pero no pocas veces conforman un juego descalificador de fuertes alcances pardicos que suele trascender el carcter habitualmente irnico de la poltica. No hay gnero crtico ms atractivo que la parodia, pero no cuando se expone con goce

ombliguista y mecanismos de reemplazo infundamentado de juicios graves o irnicos sobre la experiencia dramtica del presente. Sarcasmos rpidos, no siempre ingeniosos, arquetipos sacados de una sumaria galera tipolgica que no se priva de ser humillante, provienen aturdidamente de buena parte del aparejo interno de las tecnologas de produccin de imgenes masivas. Con su tejido de metforas inadvertidas y stiras que pueden implicar paradjicamente la merma inevitable de los valores emancipadores del lenguaje, la red televisiva mundial puede instaurar un monolingismo poltico que anexe todas las prcticas humanas a un cuo de ilusorias libertades. Esta discusin es necesario hacerla. Las agrupaciones periodsticas que en general renen a los grandes propietarios de medios no suelen prestar atencin a la reconstruccin brusca de la vida poltica que ejercen estas retricas profundas de la urdimbre meditica. Ciertamente, son herederas de los viejos conceptos del siglo XIX en los que la prensa, en general aliada de las grandes ideas liberales, luchaba contra la censura y llevaba a la cspide de su genio, en la pluma de mile Zola, el yo acuso. Ha pasado ms de un siglo. Los grandes conglomerados empresariales que producen una especial mercanca el sentido comn colectivo y formatos predigeridos de tiempo, de goce y de habla, por primera vez en la historia pueden realizar una gigantesca transmutacin en el sentido de los conocimientos y las profesiones. Por lo tanto, de la poltica. Una asombrosa sofisticacin tecnolgica, revolucionando la idea de la imagen con una nueva temporalidad ficcional, procede sin embargo desde un masivo naturalismo en el uso del lenguaje. As permite la extraa conjuncin entre la irrealidad del tiempo (y su utopa) y un craso realismo cultural (y su chatura moralizante, aunque a veces con pretexto transgresor). Cmo no va a producir efectos incalculables sobre las prcticas heredadas, polticas, jurdicas, artsticas, deportivas, narrativas? Un da entero de comentarios electrnicos, habitualmente annimos y solo emitidos en nombre de la lengua del ultraje, pueden dejar desamparado el idioma nacional (que el articulista pblico que est en el andamio superior de esos ejercicios cloacales que simulan un gora de la antigedad, sino apenas los brotes miasmticos de la llamada sociedad del conocimiento, pueden creer que, o se mantienen inmune a ellos o han originado una forma digital de la democracia directa: ni una cosa ni la otra, las prosas de la irona heredadas del siglo XIX son sostenidas ahora por el lector del foro que escupe sangre, bilis y barro por sus poros, y la democracia tiene un soporte argumentativo que no precisa ser una cadena obligada de frases habermasianas, para ser de todos modos superior a las salivadas salvajes que los articulistas llamados hoy con lenguaje asombrosos periodistas estrellas parecieran solo destinados a provocar). Sin embargo, en tiempos de agudo conflicto social, no debera ser inevitable la sobrentendida profanacin del significado abierto de los procesos histricos y el uso encubierto de usos idiomticos que provienen de arcaicos actos de escarnio social. Son niveles no declarados no por ello intencionales de la produccin de signos sociales con su abrumadora tela de araa conversacional que nunca dice nada. Puede ausentarse as el debate con que toda sociedad debe visualizar sin compulsin, la elaboracin de sus signos de desacuerdo. An no habiendo propsitos de ultraje aunque en las prcticas del habla siempre hay un remoto proyecto de dominacin, surgen improvisos semnticos de tremenda hostilidad, de alcances y consecuencias ulteriores desconocidas para todos. Es imprescindible un conocimiento real sobre estos efectos y mutaciones en esta etapa del ingenio comunicacional humano. Debe provenir de instituciones transversales de la sociedad que invoquen el legado retrico de todas las pocas y sepan evadirse del comodn injusto hacia la propia historia del periodismo, respecto a que este sera mero

reflejo. El rostro efectivo de estas meta-instituciones emancipadoras, que deben ser instituciones de autorreflexin social, es necesario construirlo novedosamente en la propia esfera pblica. Ella debe repensar y exhibir sus propios procedimientos invitando a hacer lo propio a todas las instituciones de produccin de significados simblicos. Hacer poltica, crecientemente, ser exponer con sensibilidad renovada situaciones como stas. Quin debe coordinar estos actos de la nueva deliberacin social es una discusin an no despejada. La compleja esfera meditica contempornea ha introducido plexos de significacin que no son materia de ninguna Ley la Ley de Medios apena regulas acciones necesarias de desmonopolizacin de la informacin, que a travs de tecnologas que regulan con criterios moleculares y neurticos el viejo espacio-tiempo de las antiguas fundaciones periodsticas, marchan hacia un control de la experiencia humana y de experimentacin mecnica con la subjetividad, que ninguna ley puede ni debe juzgar, pero s la crtica histrico-poltica). Una nueva filosofa de los medios se precisa, que condena el mal uso de la idea de contenido dando por supuesto que el triple play y otros soportes introducen la idea de un sociedad del conocimiento donde se acta por sustitucin dramtica. Qu se sustituye? La justicia, el deporte, la vida diaria, la subjetividad libertaria, la idea misma de intimidad, el poder autodesiderativo del sujeto, la crtica a la mercanca, y sobre todo al periodismo, reemplazado por una mercanca propiamente cuya plusvala es tan solo su capacidad de perforar las redes del legado de la cultura universal y las prcticas democrticas en la escena real de las fuerzas sociales. Sufren tambin las antiguas herencias de la promesa del vnculo comunicacional con horizontes de deliberacin libertaria (pues ste es el sentido ltimo de las acciones colectivas). Este vnculo no puede ser desconocido y poder recordarlo y actualizarlo es propio de la sabidura cultural de un momento histrico. Quin puede molestarse por el mutuo examen de las estilsticas de relato que permiten las tecnologas de difusin masiva? Hecho con las armas intelectuales ms encumbradas, puede equivaler a los efectos del Discurso del mtodo del siglo XVII o a la Fenomenologa del espritu del siglo XIX. As, nuevos recursos de encaminamiento tcnico de las estructuras dialogales de la sociedad, como la pantalla dividida, cuando va ms all de un propsito de pedagoga en simultaneidad, deben ser cuidados al extremo como un nuevo ejercicio tico, y no como la induccin a un pobrsimo pensamiento binario. Del mismo modo, deben considerarse a la luz de la ampliacin democrtica del horizonte colectivo de saberes, las decisiones en la isla de edicin o en las salas de montaje, cuando son ajenas a necesidades artsticas o de una mayor sabidura tcnica, pues demasiadas veces son ensamblajes que suplantan la decisin de millones de ciudadanos respecto a cmo quieren articular la infinita heterogeneidad de los hechos. Si el primer plano televisivo conserva todava marcas folletinescas, el del cine desde sus comienzos revel grandes emocionalidades artsticas. Si el montaje televisivo no supera en mucho la ruta pardica, el del cine recorri casi un camino filosfico, paralelo al de las grandes obras literarias. Esto revela que an es necesario avanzar mucho ms en la tica de las imgenes y su relacin con los conocimientos renovadores. Las decisiones de cmara, la fragmentacin dialgica de la pantalla, el manual bsico de coberturas, el arte de la pregunta, el propio caricaturismo escena libertaria bsica que en la Argentina tiene el ilustre antecedente de El Mosquito son recursos de profunda y saludable ambigedad, de los que siempre podr dudarse, legtimamente, si captan climas sociales difusos de los que es necesario dar cuenta, o si inducen sin proponrselo a abismos polticos potenciales.

Debido a esto la objetividad es una ms de las verosimilitudes en juego, as como la narracin puede ser la ltima instancia de la objetividad. Como un acto poltico colectivo, de carcter intelectual y moral, debe ser elaborada una objetividad que se constituya en pacto profundo entre el acontecimiento y su capacidad de transformarse en un lenguaje de conocimiento. No se deberan presuponer hechos al margen del lenguaje ni debera propagandizarse un lenguaje ilusoriamente generado por su mero peso narrativo. El contraejemplo de esta promesa de una nueva conciencia sobre las imgenes colectivas, suelen ser los artculos de los corresponsales del diario El Pas de Espaa, en los cuales el desconocimiento llamativo de la situacin argentina, acarrea al desgaire todos los lugares comunes de un boletn de guerra, que de ser cierto, nos colocara en un nuevo momento de inadmisibles penumbras. La cuestin excede a la responsabilidad de un periodista. Es urgente verla como la necesidad de una nueva objetividad crtica, y como el llamado compartido a un evento emancipador de la palabra pblica en los medios de comunicacin. Cierto que los Estados y gobiernos no suelen tener una prensa pblica con pliegues internos fundados en la rplica, la informacin audaz y la autocrtica permanente. Esto tambin habr que recrearlo. Si no estaremos presos a la ltima fusin comprobada de lo que siempre estuvo latente en el periodismo: su implcita relacin con la plaza pblica bruegheliana, el vodevil, el gran folletn balzaquiano, el teatro de revistas, la historieta y el plumaje de la vedette. Pero ahora todo eso pas a primer plano. Para que una verdad se aloje en el alma turbada de millones de televidentes, es necesario que el folletn vodevilesco pase a primer plano. Valijas de dinero depositadas en cofres fabricados ex profeso por los gobernantes, confesiones desgarradas por personajes tomados de un guin telenovelado, escenas cmicas que conviven con el espectculo de la noticia y la revelacin de un secreteo, pero de forma sbitamente teatralizada, con periodistas-jueces que su juventud ansiosa en otra vez el premio Pulitzer que en Walsh fue broma, y ahora es parte de la competencia por los premios que se dan a s mismo los grandes conglomerados comunicacionales si consiguen por fin unir informacin a folletn. Srdidos valijeros, coimeros deselegantes, gobernantes que no se diferencian del arte del prestidigitador que vede terrenos caros y los compra baratos, del falsario fabricante de billetes falsos o al prestidigitador astrolgico de multitudes. Todos estos elementos de lo que parecera un periodismo de masas saludado con risotadas estruendosas en el estudio de televisin, son las viejas armas del folletn a la Ponson du Terrail. Folletines gticos mal entrazados, apenas con una dosis excesiva de maquillaje, que si tambin hurtan y desmerecen la idea misma de verdad, tampoco consiguen el logro de un humor crtico que sabe verse a s mismo tambin como autopoiesis de una sociedad turbada. Se recordar esta poca como aquella en que un gobierno popular con grandes deficiencias que ser el caso discutir- encontr una salvaje oposicin que resumi en el concepto de la corrupcin mata, perdiendo la posibilidad mejor de entresacar de los hechos conocidos aquellos que especifiquen de manera veritativa el concepto real de corrupcin y los retiren prudentemente del slogan catastrfico, cuya promocin causa en efecto de pnico civil que dudosamente traiga votos, y que si lo hace, es a costa de arruinar la conciencia pblica del elector y las bases de autosustentacin epistemolgica de la poltica. Simplemente porque el pensamiento poltico ms fructfero no admite ese reino de causalidades fijas. Son verdades fundamentales pero abstractas. No son entonces verdades sino impromptus de un moralismo burgus que reemplaza las grandes jornadas de la lengua moral que hay que reconstruir. Solo estamos ante un pensamiento folletinesco. Puede haber corrupcin, si se refina el concepto para dar lugar al caso especfico y a los procedimientos adecuados,

del estado, la justicia y la red jurdica. Pero no hay corrupcin, si solo hay relato gtico, ineficiente para lo mismo que desea mostrar. Y eso por influencia de la lgica central meditico que se ha instalado bajo la forma de comedia de bulevar. Se ajustan los trminos corrupcin y muerte con gruesos tornillos de la imaginacin determinista, vlida en la comedia del artista callejero, que trata sobre el modo en que los secretos resortes mticos de la lengua toman al poltico en su ensoada facultad para dar cuenta de un escepticismo vertiginoso, que es somnfero en poltico y fiesta popular en las cobertizos del arte cmico. Pero al viejo lema de las grandes campaas polticas le da el pobre sustento de una maquinaria meramente moralista. La moral es lo mximo que existe y debe existir en la poltica. Pero es un escurridizo don al acecho y acechado, un ethos del ltimo recinto de lo poltico, que siempre est presente como salvacin de las sociedades. No puede ser una mquina el mundo moral con su tejido duro pero de apariencia etrea. Al revs de cmo lo piensa Lanata: como un mundo duro en lo etreo nocturnal de la televisin guinada. Siempre hay que restaurarlo al mundo moral y sus tejidos siempre flotantes, dbiles pero seeros, aunque no con las facilidades folletinescas atractivas porque sustituyen por la comedia del idioma la verdad efectiva de los hechos sino con la reconstruccin profunda del lenguaje poltico. El periodismo que se est haciendo entre nosotros no contribuye para ello y lleva a la apcope empobrecido de los pensamientos de los polticos que traducen en facilidad electoral lo que es complejidad de la historia. 24. Pgina 12 Subsiste en sus cambios y mutaciones. Tiene el hlito de lo que un titilante hilo anterior fue construyendo con lo mejor de La Opinin y otros rganos de esa saga no tanto islandesa como irlandesa Walsh, sobretodo. Su escuela fue la de la acentuacin aun ms extrema de los recursos del drama judicial: all se recoga la herencia vacante de las investigaciones de Walsh y del amplio ncleo de lectores de la literatura policial negra, que haban introducido menos Borges que Piglia. En este gnero, se presentan conflictos dramticos superiores a las almas frgiles que se internan en ellos para dilucidarlos. El drama corresponde a la idea de que la corrupcin informa todas las acciones de los estados, gobiernos, polticos. El capitalismo es la corrupcin en las novelas negras, pero la denuncia tiene en el denunciante su vctima puritana, el asctico detective apesadumbrado, cuyo espritu descubre verdades terribles de las que apenas revela, involuntariamente, que su efecto no es el de expropiar al proletario, sino el de obturar las bases de una alorada e imposible amistad. La crtica al capitalismo en esas novelas se reduce al tembloroso tema de que lo que se afecta verdaderamente es la amistad. De ah su grave y torvo resultado. Las pruebas son necesarias, pero aparecen no por la investigacin de cancillera y espionaje, o por deduccin lgica, sino por un inesperado acceso a la eticidad de la escena pblica. La fuerza de la narracin de la justicia consiste no en que se restituye el bien, sino que las fuentes del mal aparecen inesperadamente, en el cuerpo enfermo del sacrificado: el Jesucristo investigador, Philip Marlowe. Walsh presentaba a los injusticiados como hombres cados. Escapados del orden que blanda una ley complacida en su concienzuda arbitrariedad. Cualquiera de esos tribunales o jueces rechazara acoger al fugitivo que fuera la prueba viviente, o sobreviviente, de que las leyes estn escritas con el idioma de la impostura. La prueba judicial de Walsh era presentada ante tribunales de lectores, lo verdaderos jueces. Ellos sabran sopesar la trgica paradoja de una ley que exista para destruir y no para garantizar derechos. El texto de los cdigos era movilizado contra las propias

autoridades por un periodista investigador que se internaba en las tinieblas. El terror recubierto de ilegalidad dudosa: eran esas tinieblas. Cada prueba exiga una exposicin, un peligro personal. Se deban buscar textos ocultos, pero ms bien huellas ignoradas sepultadas por el miedo que despus pudieran reconstruir el contenido de la ley. Por qu despus? Haba que devolver a las formas jurdicas su primitiva adhesin a la verdad. Pero cundo? En un tiempo posterior, deseado y utpico, pero remoto. Inexistente en el tempo de ese investigador periodstico que no encontrara estardos para sus descubrimientos. La vedad en Walsh es la exposicin desnuda, crtica, del cuerpo del periodista en la historia. La verdad estaba en los pasos de la investigacin y sobretodo en la escritura borgeana, donde la prueba eran los afloramientos del destino inescrutable y su propia revelacin inesperada. El culpable es el horror y no hay otra esperanza que susurrar la justicia en agencias clandestinas donde habitan los perseguidos. Pgina 12, creo, alberga esa eticidad remota. Pero en tiempos diferentes a aquellos que transit el hombre los oficios terrestres y los pensamiento destnales del da de justicia lbrego, los periodistas de Pgina 12, a partir de los principios de su fundacin siempre a ser interrogados, pues la figura que pareci inspirarse en la justicia cortazariana, un Lanata que jugaba irnicamente con el desacople del mundo respecto a sus lgicas, pas a la justicia de la comedia rabelesiana aunque mal traducida en una televisin grosera, entre risotadas de un pblico de plaza medieval ansioso del expiacin sacrificial de los reos, esos periodistas, decimos, Mario Wainfeld, Horacio Verbitsky, Luis Bruchstein, Alfredo Zaiat, Ernesto Tiffenberg, se ingenian a cada da para restaurar los pasados de la verdad bajo la forma de una reposicin de una justicia que a Walsh le estuvo vedada. Es otro tiempo, otra poca. La intervencin de Horacio Verbitsky en la confeccin de una ley sobre cautelares, la hizo ms apropiada y justa, evitando en error en temas tan cruciales. Sigue all residiendo el periodismo que nos gusta, la casa compleja que comparte orientaciones diversas, plumas dismiles y angustias diarias. Pero donde la voz del periodista en los temblores y temores de la actualidad remite a la fundacin de ese nombre oficio con escrituran que recorren la prudente e ingeniosa stira y la escritura plena que argumenta con la dignidad fresca del hecho, que se constituye, no se construye, en el aflorar de las fuerzas que combaten en la historia. Esos nombres y otros, pan de nuestras lecturas diarias aunque no solo ellos por supuesto, aunque quera rendir este pequeo homenaje dignifican una profesin que est en apuros, astillada por dentro por el periodismo visto solo como industria cultural y pcima infamante contra las vidas abiertas hacia la renovacin de las cosas.

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