Alasdair MacIntyre y Nicolas Malenbrache
Alasdair MacIntyre y Nicolas Malenbrache
Alasdair MacIntyre y Nicolas Malenbrache
a) Marxismo y cristianismo
c) Ética y sociología
3. Bibliografía
a) En inglés
b) En castellano
a) En inglés
b) En castellano
a) Marxismo y cristianismo
La siguiente obra publicada por MacIntyre, junto con los filósofos Stephen
Toulmin y Ronald Hepburn, fue Metaphysical Beliefs (1957). El libro
constaba de tres ensayos extensos, uno por cada autor. En el suyo, «The
Logical Status of Religious Belief», MacIntyre se basa en la teología de Karl
Barth y en las reflexiones del llamado segundo Wittgenstein para afirmar
que la religión es una “forma de vida” específica y con sus propios criterios.
El hecho de que algunos no entiendan las creencias religiosas y las
rechacen se debe a que aplican los criterios inapropiados, juzgando la
religión según parámetros que le son ajenos. El filósofo escocés termina por
establecer una sutil oposición entre fe y filosofía, en concreto con la
metafísica, en la medida en que la fe está más allá, según argumentaba, de
cualquier argumento racional. Las pretensiones de la metafísica pueden ser
nocivas para la creencia religiosa [MacIntyre 1970a: 200–201].
c) Ética y sociología
Por otra parte, MacIntyre advierte que ni las prácticas ni las narraciones
que constituyen la vida de cada individuo son elementos aislados. Al hablar
de “tradición”, el filósofo anglosajón hace referencia al contexto social e
histórico que abarca a la prácticas y a las narraciones de cada uno de los
seres humanos. En contra del postulado ilustrado de una razón impersonal
y abstracta que intenta ofrecer un fundamento universal de la moral,
MacIntyre muestra que la razón práctica se nutre verdaderamente de
tradiciones, de una historia compartida, de formas de experiencia
cambiantes. Dentro de una tradición específica, la búsqueda de los bienes
avanza a lo largo de generaciones en un contexto definido por esa tradición,
donde aparece un ensamblaje de prácticas y narraciones particulares
[Giménez Amaya 2020: 93-94]. En definitiva, si no se tiene en cuenta la
tradición, entonces no se comprenden adecuadamente las prácticas, las
narraciones y, en definitiva, la vida moral.
3. Bibliografía
3.1. Bibliografía primaria
a) Libros de Alasdair MacIntyre
Hume’s Ethical Writings: Selections from David Hume, Collier Books, New
York 1965 (editor).
Dependent Rational Animals: Why Human Beings Need the Virtues, Open
Court, Chicago 1999; Duckworth, London 1999 (Trad. Animales
racionales y dependientes: por qué los seres humanos
necesitamos las virtudes, Paidós Ibérica, Barcelona 2001).
2007 How to Be a European
2014 Heedlessness
b) En castellano
Nicolás Malebranche
Autor: José Luis Fernández Rodríguez
Malebranche inicia la Búsqueda de la verdad afirmando que el espíritu del
hombre se encuentra situado entre el Creador y las criaturas corporales. De
esta situación se derivan dos relaciones naturales: una con Dios y otra con
el cuerpo, pues tan natural es para el espíritu relacionarse con Dios como
con el cuerpo. Por tanto, se equivocan los filósofos (paganos) que
únicamente admiten la relación del espíritu con el cuerpo y también los
filósofos (cristianos) que, aun admitiendo ambas relaciones, no admiten la
superioridad de la relación del espíritu con Dios, que es necesaria (ya que
Dios es su causa), mientras que la del espíritu con el cuerpo no lo es
(porque puede sobrevivir sin ella). Por eso, la tarea del verdadero filósofo
consiste en subrayar la relación del espíritu con Dios, haciendo que la
relación del espíritu con el cuerpo ocupe el puesto correspondiente. Ése es
el objetivo que pretende cumplir Malebranche. De ahí que el punto central
de su filosofía sea su doctrina ocasionalista, de donde se derivan más o
menos explícitamente todos los demás puntos.
Índice
I. Vida y obras
II. El conocimiento
4. El conocimiento de Dios
a) La libertad humana
b) Los males
c) Los milagros
IV. Bibliografía
1. Fuentes
2. Bibliografía secundaria
I. Vida y obras
Nicolás Malebranche nació en París en 1638 y cursó estudios de filosofía
durante dos años (1654-1656) en el Colegio de La Marche, dirigidos por un
aristotélico. A su término pasó a la Sorbona, en donde siguió estudios de
teología durante tres años (1656-1659), aunque, igual que los de filosofía,
no le entusiasmaron demasiado. En los primeros días de 1660 entró en la
Congregación del Oratorio, en donde, después de un año de noviciado, fue
consagrado sacerdote en 1664. No parece que durante su periodo de
formación hubiera tenido Malebranche conocimiento de la filosofía de
Descartes. Ese descubrimiento tuvo lugar el mismo año de su ordenación
sacerdotal, cuando cayó en sus manos el tratado de El hombre, que le
causó una profunda impresión. A partir de ahí vendrían las lecturas físicas y
metafísicas de Descartes. El cartesianismo es, de esta manera, una de las
inspiraciones de su pensamiento. La otra es la de san Agustín, que tenía
gran influencia en la Congregación. Algunos intérpretes han distribuido esas
dos inspiraciones entre las ciencias y la metafísica, afirmando que
Malebranche es cartesiano en ciencia y agustiniano en metafísica.
Semejante explicación es, sin embargo, errónea, porque la metafísica de
Malebranche es agustiniana, pero también cartesiana. De esto parece que
ya no cabe hoy duda alguna. Incluso habría que decir que Malebranche,
según su propia confesión, es antes cartesiano que agustiniano.
Más tarde, tomó partido contra los jesuitas cuyos métodos apologéticos
eran entonces muy discutidos, puesto que se creía que, en provecho de las
misiones, rebajaban la verdad de la religión. Para salir al paso de esos
procedimientos escribió su Conversación entre un filósofo cristiano y de un
filósofo chino sobre la existencia y la naturaleza de Dios (1708).
II. El conocimiento
Piensa Malebranche que todas las maneras de conocer entrañan cierta
unión entre el cognoscente y lo conocido, sumándose así a la tesis,
reiterada desde antiguo, de que conocer un objeto es unirse a él. Esta unión
unas veces se produce directamente, y otras, indirectamente, según los
objetos sean interiores al propio sujeto o exteriores a él. Cuando el objeto
está dentro del alma, la unión cognoscitiva es directa, que es lo que ocurre
con el conocimiento de nosotros mismos y con el conocimiento de Dios,
mientras que, cuando el objeto está fuera del alma, la unión cognoscitiva es
indirecta, que es el caso del conocimiento de los cuerpos y de los demás.
Hay, de este modo, dos formas de conocimiento directas y dos formas de
conocimiento indirectas [Œuvres I: 415].
Decía Descartes que las ideas pueden relacionarse con nosotros y con
algo distinto de nosotros. En relación con nosotros, son maneras de ser de
nuestro pensamiento, estados psicológicos nuestros. En cambio, en relación
con las cosas son representaciones de las cosas. Son, por
tanto, modificaciones de nuestra alma que representan las realidades
exteriores. Pero, a los ojos de Malebranche, modificación y representación
no pueden darse juntas, ya que tienen características contradictorias: las
modificaciones son particulares, cambiantes, contingentes, temporales,
oscuras, finitas; las representaciones, en cambio, son generales,
inmutables, necesarias, eternas, claras, infinitas. Para evitar esa
contradicción, Malebranche cree que lo mejor es separar modificación y
representación, interpretando las ideas sensibles como modificaciones y las
ideas intelectuales como representaciones: las ideas de los sentidos (en
adelante las llamaremos simplemente sensaciones) son modificaciones,
pero no representaciones, mientras que las ideas del entendimiento (desde
ahora, sencillamente ideas) son representaciones, pero no modificaciones.
Ver las ideas de los cuerpos en Dios no es, sin embargo, ver la idea de
cada cuerpo en particular, porque la particularidad incluye finitud, y la finitud
no puede darse en Dios. Por eso, ver en Dios la idea de todos los cuerpos
quiere decir ver la idea común a todos los cuerpos; y como todos los
cuerpos tienen la misma naturaleza, la de la extensión, ver en Dios la idea
de todos los cuerpos quiere decir ver en Dios la idea indiferenciada de
extensión. A esta idea de extensión le llamó Malebranche extensión
inteligible, que es como el arquetipo o modelo del mundo material.
De la idea que Dios tiene de los cuerpos no se deduce que los cuerpos
existan, sino simplemente que pueden existir. Malebranche cree que la
existencia del mundo material hay que ponerla en relación no con las ideas
de Dios, sino con su voluntad: los cuerpos existen, no porque Dios piensa
que existen, sino porque Dios quiere que existan [Œuvres VI: 108]. Y Él
mismo se encarga de revelarnos su voluntad. Por cierto, de una doble
manera: natural y sobrenatural.
Que la hay, parece obvio. Y es que, por una parte, al ser el alma una
criatura, la esencia del alma debe existir en Dios; y por otra parte, por estar
Dios estrechamente unido a nuestra alma por su presencia, el espíritu
puede ver esa esencia del alma existente en Dios. Pero no basta que el
hombre pueda ver la esencia de su alma, sino que además hace falta que
Dios quiera descubrírsela, que es precisamente lo que Dios no considera
oportuno [Œuvres XII: 67]. Fundamentalmente por dos razones. «Primero, si
vieras claramente lo que eres, ya no podrías estar tan estrechamente unido
a tu cuerpo. Ya no lo considerarías como una parte de ti mismo... Ya no
velarías por la conservación de tu vida... Ya no tendrías víctima para
sacrificar a Dios. Segundo, porque la idea de tu alma es tan grande y tan
capaz de seducir los espíritus con su belleza que, si vieras claramente la
idea de tu alma, ya no podrías pensar en otra cosa... Si tuvieras una idea
clara de ti mismo, si vieras en mi espíritu ese arquetipo a cuyo tenor has
sido formado, descubrirías tantas bellezas y tantas verdades al contemplarlo
que descuidarías todos tus deberes... Absorto en la contemplación de tu
ser, lleno de ti mismo, de tu grandeza, de tu belleza, ya no podrías pensar
en otra cosa» [Œuvres X: 104]. Para evitar esos dos peligros no me queda
más remedio que confesar que «no soy más que tinieblas para mí mismo,
que mi sustancia me resulta ininteligible» [Œuvres X: 102].
Ahora bien, decir que existe una idea clara de nuestra esencia, pero que
nosotros no podemos hacernos con ella, sólo quiere decir eso: que nosotros
no podemos descubrir esa idea, pero no que carezcamos de
todo conocimiento. ¿Y qué significa que no podemos conseguir una idea
clara de nosotros mismos? Fundamentalmente, dos cosas.
4. El conocimiento de Dios
En contraste con el conocimiento de los demás espíritus por conjetura y
en contraste con el conocimiento de los cuerpos por ideas, nuestro
conocimiento de Dios no es indirecto, sino directo, es decir, no se conoce
por otro, sino por sí mismo.
Obviamente, parece que estamos ante una verdad deducida. Pero esto
no debe engañarnos, porque, si aquí hacemos una deducción, es para
exponer esa verdad «a los demás» [Œuvres II: 372]. Y es que, bien mirado,
no se trata de una verdad deducida, sino intuida o, como le gusta decir a
Malebranche, de una preuve de simple vue [Œuvres II: 372], porque la
prueba no se apoya en la idea de Dios, sino en el conocimiento inmediato
de Él. Lo cual no es más que decir: tan pronto como conocemos
inmediatamente a Dios, conocemos inmediatamente que Dios existe
realmente. Como si dijéramos: «Basta pensar en Dios para saber que Dios
existe» [Œuvres XII: 174].
2. La eficacia de Dios
Esa fuerza o eficacia que no tienen las criaturas (corporales o
espirituales) la tiene Dios. Sencillamente porque la causalidad está ligada a
la creación. Por eso, Él es la causa de los movimientos de los cuerpos,
producidos con ocasión de la colisión entre ellos; de los dolores que
experimentamos con ocasión de las alteraciones de nuestro cuerpo; de los
movimientos que se dan en nuestro cuerpo con ocasión de nuestros
deseos; de las ideas que aparecen en nuestra mente con ocasión del
esfuerzo que hacemos por evocarlas. Más aún, es la única causa.
Sencillamente porque la causa está ligada a la creación, y sólo Dios es
creador. Pero la creación hay que entenderla como creación continuada,
esto es, como una creación que no pasa jamás, como una creación gracias
a la cual los seres tienen ser en el primer instante y a cada instante
[Œuvres XII: 156]. Pero la razón que él da no es la de Descartes. Descartes,
en efecto, recurre a la discontinuidad del tiempo, doctrina según la cual el
tiempo presente no depende del que inmediatamente le precede, con lo
cual, de que una cosa exista ahora no se sigue que deba existir un
momento después, salvo que el que la ha producido en el primer momento
siga produciéndola. La razón de Malebranche, en cambio, es otra;
concretamente la necesidad de garantizar la inmediata dependencia de la
criatura respecto de su creador, porque, si la creación no fuese continuada,
las criaturas terminarían por ser independientes de Dios, a la manera como
una casa es independiente del arquitecto que la ha construido. ¿Hay una
señal mayor de independencia que la de subsistir por sí mismo, al margen
de quien da el ser? Tan independientes serían las criaturas que Dios ni si
quisiera podría aniquilarlas, es decir, hacer que dejaran de existir. Mejor
dicho, si quisiera, podría hacerlo, porque es todopoderoso, pero es que no
puede quererlo. Porque querer la destrucción de las cosas equivale a querer
la nada, esto es, a hacer de la nada objeto de la voluntad. Pero esto es
imposible, porque Dios sólo puede tener como término de su querer algo
que merezca ser querido, requisito que la nada no cumple, pues la nada no
encierra nada que merezca ser amado [Œuvres X: 49]. Por eso, la
aniquilación de las criaturas no puede ser consecuencia de una voluntad
positiva; sólo puede ser consecuencia de que Dios deje de querer que
existan.
Pero, además, Dios mueve a las almas hacia los bienes particulares,
aunque con una inclinación que no es invencible, sino vencible.
Precisamente por no ser invencible, está en nuestras manos otorgarle o
rehusarle nuestro consentimiento. Y eso es justamente
la libertad [Œuvres XVI: 47]. Y es que Dios no nos crea consintiendo o no
consintiendo, sino pudiendo consentir o no consentir. ¿Y qué hacemos
cuando consentimos o no consentimos en los bienes particulares o falsos
bienes? Cuando no consentimos en ningún bien particular, sino que
seguimos la inclinación hacia el bien general, no hacemos nada; no
hacemos más que lo que Dios hace en nosotros, o sea, seguir la inclinación
impresa por Él hacia el verdadero bien. Pero tampoco hacemos nada,
cuando no seguimos la inclinación hacia el verdadero bien, sino
que consentimos en un falso bien. Y es que Malebranche interpreta el
consentimiento como una especie de reposo, es decir, como un descanso o
un alto en la búsqueda del verdadero bien. Por ser una especie de reposo,
no se necesita una fuerza positiva que lo produzca en el alma. Con el
reposo del alma pasa como con el reposo de los cuerpos. Descartes creía
que un cuerpo tiene necesidad de una fuerza para perseverar en su estado
de movimiento, pero también para perseverar en su estado de reposo.
Malebranche, en cambio, siguiendo en esto a Leibniz, cree que el reposo no
implica fuerza positiva alguna. Y es que, si el reposo no es sino la privación
del movimiento, desaparecida la fuerza que produce el movimiento, aparece
el reposo. Por lo cual, al ser la voluntad divina la fuerza que pone en
movimiento los cuerpos, si esa voluntad deja de querer que se muevan,
interrumpirán su movimiento. Pues bien, esto mismo sucede con el reposo
del alma. Para ese reposo no se necesita fuerza alguna especial, sino que
basta con que el hombre deje de tender al bien absoluto para que se
produzca el reposo en los bienes relativos. En consecuencia, cuando
pecamos no hacemos nada; simplemente dejamos de buscar el verdadero
bien y hacemos inútil el movimiento que Dios imprime en nosotros. No
hacemos más que descansar, que reposar.
b) Los males
c) Los milagros
Si Dios obra de acuerdo con leyes generales, ¿qué pasa con los
milagros? La pregunta es obvia, porque los milagros no se deben a
intervenciones generales, sino particulares de la voluntad de Dios. Pero
también es obvio que Malebranche no dice que Dios obra siempre por leyes
generales, sino que obra por voluntades generales ordinariamente, con lo
cual queda un espacio para los llamados milagros. Pero se trata de un
espacio escaso, porque hay muchos menos milagros de los que creemos.
Si pensamos que los milagros son muchos es porque confundimos el
milagro con el prodigio. Se habla de prodigio, cuando estamos ante un
hecho que sorprende, que provoca nuestra admiración debido a su
novedad. Por ejemplo, que un cuerpo se ponga en movimiento sin que otro
choque con él es sin duda un prodigio, pero no necesariamente un milagro:
un prodigio, porque, para que ese movimiento provoque nuestra admiración,
basta con que esté sujeto a una causa ocasional distinta del choque, como
podría ser un deseo angélico; no necesariamente un milagro, porque bien
puede suceder que Dios haya establecido una ley general según la cual los
cuerpos se mueven teniendo como causa ocasional no la colisión, sino el
deseo de los ángeles. El verdadero milagro es muy distinto, pues mientras
el prodigio depende de leyes generales, desconocidas para los hombres,
el verdadero milagro no está sujeto a ellas, sino a voluntades particulares,
porque los verdaderos milagros son excepciones hechas por Dios a las
leyes universales establecidas por Él. Por ser excepciones, son pocos.
Pero, por escasos que sean, son posibles, contra lo que piensa Spinoza.
No basta, sin embargo, con decir que el milagro es posible. Hace falta
saber también si esa posibilidad se hace efectiva. Pero eso ya no resulta
fácil, pues, aunque la fe nos enseña que a veces Dios se vale de
intervenciones particulares de su voluntad, eso es lo que la razón no puede
asegurarnos, pues, al desconocer todas las leyes generales, somos
incapaces de determinar todas sus excepciones. Como dice el oratoriano,
«la razón, que me enseña que todo eso es posible, no me da seguridad de
que todo eso se haga» [Œuvres XII: 294].
IV. Bibliografía
1. Fuentes
Todas las referencias a Malebranche están tomadas de sus Oeuvres
complètes, publicadas bajo la dirección de A. Robinet (Vrin, Paris, 1960 ss),
indicando el tomo en caracteres romanos y la página en caracteres
arábigos. Para que el lector pueda saber en cada momento a qué obra
pertenece cada referencia, señalo a continuación la tabla de
correspondencias entre los tomos de esta edición y las obras de
Malebranche:
2. Bibliografía secundaria
ADAM, M., Malebranche et le problème moral, Editions Bière, Bordeaux,
1995.